Discursos 2007 127


Junio de 2007



A CINCO NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 1 de junio de 2007

Excelencias:

Me alegra recibiros hoy en el Vaticano para la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Pakistán, Islandia, Estonia, Burundi y Sudán. Me habéis transmitido las amables palabras de vuestros jefes de Estado. Os lo agradezco, rogándoos que les transmitáis mi saludo deferente y mis cordiales deseos para sus personas y para su alta misión al servicio de sus pueblos.

Permitidme dirigir también, por medio de vosotros, un saludo afectuoso a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a todos vuestros compatriotas. Mis pensamientos y mis oraciones van también a las comunidades católicas presentes en vuestros países. Conocéis el espíritu de colaboración fraterna con el que trabajan juntamente con todos sus hermanos en la humanidad, deseosas de testimoniar el Evangelio, que invita a vivir el mandamiento del amor al prójimo.

Vuestra presencia hoy, al provenir de diferentes continentes, da a nuestros contemporáneos la imagen del mundo que, de norte a sur y de este a oeste, se preocupa por entablar relaciones cada vez más estrechas, para construir una sociedad donde sea agradable vivir. En efecto, en el mundo actual es más importante que nunca afianzar los vínculos que unen a los países, mostrando una solicitud muy particular por las naciones más pobres.

128 De hecho, no es posible utilizar impunemente las riquezas de los países más pobres, sin que estos últimos puedan participar en el crecimiento mundial. Las autoridades de todos los países tienen el deber de trabajar juntas para una mejor repartición de las riquezas y de los bienes del planeta. Dicha colaboración tendrá repercusiones sobre la solidaridad, la paz y la vida fraterna, tanto en el seno de cada país como entre los diversos países.

Por eso, deseo vivamente un compromiso renovado de todas las naciones, principalmente de las más ricas, para que todos los hombres tomen conciencia de su responsabilidad al respecto y acepten transformar su modo de vida con vistas a una distribución cada vez más equitativa.

Permitidme también subrayar el papel que las religiones pueden desempeñar en este campo. En efecto, tienen el deber de formar a sus miembros en un espíritu de relaciones fraternas entre todos los habitantes de un mismo país, con una atención respetuosa a todos los hombres. Nadie puede ser objeto de discriminación o quedar marginado de la sociedad a causa de sus convicciones y de su práctica religiosa, que son elementos fundamentales de la libertad de las personas. Las sociedades se honran protegiendo estos derechos fundamentales, y así manifiestan la atención que prestan a la dignidad de todo ser humano. Por otra parte, una actividad religiosa verdadera no puede ser fuente de división o de violencia entre personas y entre comunidades humanas. Al contrario, la conciencia se basa en el principio según el cual toda persona es un hermano que hay que proteger y ayudar a crecer.

En el momento en que comenzáis vuestra misión ante la Santa Sede, señoras y señores embajadores, os expreso mis mejores deseos de éxito en vuestro servicio. Pido al Todopoderoso que os acompañe a vosotros, a vuestros familiares, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas, y que derrame sobre cada uno la abundancia de sus bendiciones.


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA CENTRO AFRICANA EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 1 de junio de 2007


Queridos hermanos en el episcopado:

Con alegría os acojo mientras realizáis vuestra visita ad limina.Esta peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo es una ocasión privilegiada para confirmar los vínculos de vuestras Iglesias locales con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Vuestros encuentros con mis colaboradores os permiten también compartir vuestras preocupaciones de pastores de la Iglesia en la República Centroafricana y recibir un aliento fraterno para vuestro ministerio episcopal.
Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor François-Xavier Yombandje, su presentación de la vida de la Iglesia en vuestro país. Tened la seguridad de que el Papa está cercano a vuestras comunidades y a todo el pueblo centroafricano. A todos, y en particular a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles laicos de vuestras diócesis, transmitidles su afecto y su aliento, para que edifiquen una sociedad de paz y de fraternidad fundada en el respeto mutuo y en una auténtica solidaridad.

Vuestra misión al servicio del pueblo que el Señor os ha encomendado la debéis cumplir en un contexto difícil. Por eso, para responder a los desafíos que la Iglesia afronta en vuestro país, una colaboración efectiva es garantía de mayor eficacia; pero es sobre todo una necesidad fundada en una viva conciencia de la dimensión colegial de vuestro ministerio, que os permite realizar "las diversas formas de fraternidad sacramental, que van desde la acogida y estima recíprocas hasta las atenciones de caridad y la colaboración concreta" (Pastores gregis ). Poniendo vuestra esperanza y vuestra humilde confianza únicamente en el Señor, encontraréis la valentía apostólica, tan necesaria en el ejercicio de vuestras responsabilidades. Tened la seguridad de que nunca estáis solos en el ejercicio de vuestro ministerio; el Señor está cerca de vosotros y os acompaña con su presencia y con su gracia. Mediante una vida de comunión cada vez más intensa y una existencia diaria ejemplar, sois testigos en medio de vuestro pueblo.

Entre los desafíos más urgentes que la Iglesia en vuestro país debe afrontar, se encuentran la paz y la concordia nacional. De modo especial los más pobres son víctimas de situaciones dramáticas, que llevan inevitablemente a profundas divisiones en la sociedad, así como al desaliento. La II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, que se está preparando, será un tiempo fuerte de reflexión sobre el anuncio del Evangelio en un contexto marcado por numerosos signos de esperanza, pero también por situaciones preocupantes. Deseo vivamente que ya no se olvide a África en este mundo que cambia profundamente, y que surja una auténtica esperanza para los pueblos de ese continente.

La Iglesia tiene el deber de defender a los débiles y hacerse portavoz de los que no tienen voz. Por tanto, quisiera alentar a las personas que se esfuerzan por suscitar la esperanza mediante un compromiso decidido en favor de la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. Entre esos derechos se encuentra el bien fundamental de la paz y de una vida segura. La promoción de la paz, de la justicia y de la reconciliación es una expresión de la fe cristiana en el amor que Dios siente por cada ser humano. La Iglesia debe seguir anunciando decididamente la paz de Cristo, fomentando, juntamente con todas las personas de buena voluntad, la justicia y la reconciliación.

129 Invito también a todos los fieles a implorar del Señor este don tan valioso, puesto que la oración abre los corazones e inspira a los constructores de paz. Mediante sus obras sociales, especialmente en los campos de la salud y de la educación de los jóvenes, la Iglesia contribuye también, a su modo, a la edificación de la sociedad fraterna y solidaria a la que aspira vuestro pueblo. Invito en particular a las comunidades religiosas y a los laicos, que participan con competencia en este compromiso esencial para el futuro del país, a proseguir sus esfuerzos, sin desanimarse jamás, para que sean signos de la confianza que el Señor deposita en toda persona humana.

Por otra parte, para que la sociedad pueda acceder a un desarrollo humano y espiritual auténtico, hay que impulsar un cambio de mentalidad. Esta obra de amplio alcance concierne especialmente a la familia y al matrimonio. Comprometiéndose resueltamente a vivir en la fidelidad conyugal y en la unidad de su pareja, los cristianos muestran a todos la grandeza y la verdad del matrimonio. Mediante un "sí" libremente pronunciado, para siempre, el hombre y la mujer expresan su humanidad auténtica y su apertura a dar una vida nueva.

La preparación seria de los jóvenes para el matrimonio debe ayudarles a superar la reticencia a fundar una familia estable, abierta al futuro. Os invito también a seguir apoyando a las familias, sobre todo favoreciendo su educación cristiana. Así, podrán dar con más vigor razón de la fe que las anima, tanto ante sus hijos como ante la sociedad.

Por lo que respecta a vuestros sacerdotes, cuya generosidad y celo alabo, ejercen, con vuestro solícito apoyo a su vida personal y pastoral, una responsabilidad fundamental en la misión de vuestras diócesis. En colaboración fraterna con todos los agentes pastorales, en primer lugar con los misioneros y los catequistas, cuyo compromiso incansable al servicio del Evangelio conozco, los invito encarecidamente a ser hombres apasionados del anuncio del Evangelio. Para lograrlo, han de encontrar la unidad de su persona y la fuente de su dinamismo apostólico en la amistad personal con Cristo y en la contemplación, en él, del rostro del Padre.

Una vida sacerdotal ejemplar, fundada en una búsqueda constante de la configuración con Cristo, es una exigencia de cada día. En la oración, arraigada en la meditación de la palabra de Dios y en la Eucaristía, fuente y cumbre de su ministerio, encontrarán fuerza y valentía para servir al pueblo de Dios y guiarlo por los caminos de la fe.

Para dar a la Iglesia los sacerdotes que necesita, la formación de los candidatos cobra una importancia que no se puede subestimar. Hoy, más que nunca, es necesario ser exigentes con respecto a su formación humana y espiritual. En efecto, puesto que los sacerdotes están llamados a asumir grandes responsabilidades en el ejercicio de su ministerio, hay que exigir a los candidatos un conjunto de cualidades humanas, para que sean capaces de adquirir una verdadera disciplina de vida sacerdotal. Hay que verificar con particular esmero el equilibrio afectivo de los seminaristas y formar su sensibilidad, a fin de tener certeza de su aptitud para vivir las exigencias del celibato sacerdotal.

Esta formación humana debe encontrar todo su sentido en una sólida formación espiritual, ya que es indispensable que la vida y la actividad del sacerdote estén arraigadas en una fe viva en Jesucristo. Por tanto, para que se pueda realizar un discernimiento auténtico, los pastores deben tener como prioridad pastoral un número suficiente de formadores y de directores espirituales competentes que guíen a los candidatos al sacerdocio. También quiero decirles a los jóvenes que da mucha alegría responder generosamente a la llamada del Señor a seguirlo para anunciar el Evangelio.

Por último, después de vivir un año que ha ayudado a los católicos a dar un nuevo impulso y un nuevo fervor eucarístico, sigue siendo fundamental una participación activa y fructuosa de los fieles en el "Sacramento del amor". Desde esta perspectiva, la prosecución de ciertas adaptaciones adecuadas a los diversos contextos y a las diferentes culturas debe apoyarse en una concepción auténtica de la inculturación, para que la Eucaristía se convierta verdaderamente "en criterio de valorización de todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales" (Sacramentum caritatis, 78).

Mediante celebraciones entusiastas, vuestras comunidades quieren dar una expresión gozosa de la gloria de Dios; que haya siempre un justo equilibrio con una contemplación silenciosa del misterio que se celebra, pues el silencio permite ponerse a la escucha del Salvador, que se da a la comunidad que celebra. Así, una preparación interior antes de recibir el Cuerpo de Cristo permite a cada uno acoger en la fe de la Iglesia el misterio de la salvación.

Al final de este encuentro, queridos hermanos en el episcopado, quiero reafirmar mi cercanía espiritual a vosotros y a vuestras diócesis. Proseguid con valentía el arraigo de la fe en vuestro pueblo. Que todos sean constructores incansables de paz y reconciliación. Encomiendo cada una de vuestras diócesis a la Virgen María, Reina de África, para que sea vuestra protectora y la estrella que os guíe a Jesús, su Hijo. A cada uno de vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos vuestros diocesanos imparto una afectuosa bendición apostólica.


A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS DE LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA

Sala del Consistorio

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Sábado 2 de junio de 2007


Venerado hermano en el episcopado;
queridos superiores y sacerdotes:

Todos vosotros, que formáis la familia de la Academia eclesiástica pontificia, sed bienvenidos. He escuchado con atención y gratitud el discurso que vuestro presidente acaba de dirigirme en vuestro nombre, y le doy las gracias de corazón. Sus palabras de congratulación por el libro "Jesús de Nazaret", fruto de mi investigación personal del rostro de Cristo, muestran que la Academia eclesiástica pontificia considera con razón el anhelo de conocer cada vez más al Señor como un valor fundamental para quien, como vosotros, está llamado en el servicio diplomático a una colaboración peculiar con el Sucesor de Pedro. En efecto, queridos alumnos, cuanto más busquéis el rostro de Cristo, tanto mejor podréis servir a la Iglesia y a los hombres —cristianos y no cristianos— que encontréis en vuestro camino en las representaciones pontificias esparcidas por todas las partes del mundo.

Cuando, como hoy, tengo la feliz oportunidad de encontrarme con vosotros, pienso en vuestro futuro servicio a la Iglesia. Pienso también en vuestros obispos, que os han enviado a la Academia eclesiástica pontificia para ayudar al Papa en su misión universal en las Iglesias particulares y en las diversas instituciones civiles con las que la Santa Sede mantiene relaciones. El servicio al que estáis destinados y para el que os preparáis aquí, en Roma, es un servicio de testigos cualificados ante las Iglesias y las autoridades de los países a los que, si Dios quiere, seréis destinados.

Al testigo del Evangelio se le pide que, en cualquier circunstancia, sea fiel a la misión que se le ha confiado. Esto implica para vosotros, en primer lugar, una experiencia personal y profunda del Dios encarnado y una amistad íntima con Jesús, en cuyo nombre la Iglesia os envía para una singular tarea apostólica. Ya sabéis que la fe cristiana nunca puede reducirse a mero conocimiento intelectual de Cristo y de su doctrina; también debe expresarse en la imitación de los ejemplos que Cristo nos dio como Hijo del Padre y como Hijo del hombre. En particular, quien colabora con el Sucesor de Pedro, Pastor supremo de la Iglesia católica, está llamado a hacer todo lo posible para ser él mismo un verdadero pastor, dispuesto como Jesús, buen Pastor, a dar la vida por su rebaño.

Por eso me ha agradado mucho el anhelo que os anima, y que habéis expresado a través de vuestro presidente, de ser fundamentalmente pastores; siempre pastores, junto con los demás pastores de la Iglesia, antes de ser también, junto con los representantes pontificios con los que vais a colaborar, promotores del diálogo y constructores de fructuosas relaciones con las autoridades y las instituciones civiles, como establece la peculiar tradición católica.

Cultivad ese anhelo, de modo que cuantos se os acerquen puedan descubrir siempre al sacerdote que hay en vosotros. Así, resultará claro a todos el carácter atípico de la diplomacia pontificia. Una diplomacia que, como pueden constatar las numerosas misiones diplomáticas acreditadas ante la Sede apostólica, lejos de defender intereses materiales o visiones parciales del hombre, promueve valores que brotan del Evangelio, como expresión de los altos ideales proclamados por Jesús, único Salvador universal. Por lo demás, en gran parte, estos valores son un patrimonio que comparten también otras religiones y otras culturas.

Queridos amigos, también al salir de la Academia —más de una decena de vosotros se preparan para hacerlo en las próximas semanas— seguid cultivando una amistad íntima y personal con Jesús, tratando de conocerlo cada vez mejor y de asimilar sus pensamientos y sus sentimientos (cf. Ph 2,5). Cuanto más profundamente lo conozcáis, tanto más firmemente permaneceréis unidos a él y seréis más fieles a vuestros compromisos sacerdotales, podréis servir mejor a los hombres, será más fecundo vuestro diálogo con ellos, parecerá más fácil de alcanzar la paz que propondréis en caso de tensiones o conflictos, y resultará más consolador el aliento que, en nombre de Cristo y de su Iglesia, brindaréis a las personas probadas e indefensas. De este modo, aparecerá con mayor claridad a los ojos del mundo la convergencia ideal entre vuestra misión y la evangelización propuesta por los demás responsables de la pastoral.

Queridos hermanos, a la vez que encomiendo a vuestra atención estas breves reflexiones, me complace renovaros mis mejores deseos para vosotros y para vuestras familias. De todo corazón os aseguro un recuerdo en mi oración e, invocando la protección materna de la Virgen María, de buen grado os bendigo a vosotros, a las personas que se ocupan de vuestra formación y a todos vuestros seres queridos.


A LOS PARTICIPANTES EN LA XVIII ASAMBLEA GENERAL DE "CARITAS INTERNATIONALIS"

Sala Clementina

131

Viernes 8 de junio de 2007

Queridos amigos:

Me alegra dar la bienvenida a los participantes en la XVIII asamblea general de "Caritas internationalis". Saludo en particular al doctor Denis Viénot y al presidente del Consejo pontificio "Cor unum", arzobispo Paul Josef Cordes, agradeciéndoles las amables palabras que acaban de dirigirme. También expreso mis mejores deseos al nuevo presidente de la Confederación, cardenal Rodríguez Maradiaga.

Os habéis reunido todos en Roma durante estos días para un momento significativo en la vida de la Confederación, a fin de que vuestras organizaciones miembros puedan reflexionar, en un clima de comunión fraterna, sobre los desafíos que afrontáis en este momento. Además, habéis dado pasos importantes, forjando vuestro futuro inmediato mediante la elección de los principales funcionarios de "Caritas internationalis". Espero que vuestras deliberaciones durante estos días hayan sido de gran beneficio para vosotros personalmente, para el trabajo de vuestras organizaciones en todo el mundo, y para todos aquellos a quienes servís.

Ante todo, deseo aprovechar esta oportunidad para agradeceros el testimonio excepcional que vuestra Confederación ha dado al mundo, desde la fundación de la primera Cáritas nacional en Alemania, hace más de cien años. Desde entonces ha habido una gran proliferación de organizaciones con este nombre, a nivel parroquial, diocesano y nacional, que se han reunido, gracias a la iniciativa de la Santa Sede, en la Confederación "Caritas internationalis", que hoy cuenta con más de 150 organizaciones nacionales.

Debido al carácter público de vuestra actividad caritativa, arraigada en el amor de Dios, mi predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II confirió personalidad jurídico-canónica pública a la "Caritas internationalis" con la carta pontificia Durante la última Cena, del 16 de septiembre de 2004. Este estatuto define la pertenencia eclesial de vuestra organización, encomendándole una misión específica dentro de la Iglesia. Significa que vuestra Confederación no sólo trabaja en nombre de la Iglesia, sino que en verdad también forma parte de la Iglesia, comprometida íntimamente en el intercambio de dones que tiene lugar en tantos niveles de la vida eclesial. Como signo del apoyo de la Santa Sede a vuestra obra, "Caritas internationalis" ha realizado su deseo de ser acompañada y guiada por el Consejo pontificio "Cor unum".

Por tanto, ¿cuál es la misión particular de vuestra Confederación? ¿Qué aspecto de la tarea de la Iglesia os compete a vosotros y a vuestras organizaciones? Mediante la actividad caritativa que realizáis, estáis llamados a contribuir a la misión de la Iglesia, que consiste en difundir por todo el mundo el amor de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rm 5,5).

El concepto mismo de cáritas nos remite al corazón del cristianismo, al corazón de Cristo, del que brotan "ríos de agua viva" (cf. Jn 7,38). En la labor de las organizaciones caritativas como las vuestras vemos los frutos del amor de Cristo. Desarrollé este tema en mi encíclica Deus caritas est, que os recomiendo una vez más como reflexión sobre el significado teológico de vuestra acción en el mundo.

La caridad se debe entender a la luz de Dios, que es caritas: tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único (cf. Jn 3,16). De este modo, vemos que el amor encuentra su mayor realización en la entrega de sí. Esto es lo que "Caritas internationalis" trata de lograr en el mundo. El corazón de Cáritas es el amor sacrificial de Cristo, y toda forma de caridad individual y organizada en la Iglesia debe tener siempre su punto de referencia en él, la fuente de la caridad.

Esta visión teológica tiene implicaciones prácticas para la labor de las organizaciones caritativas, y hoy quiero referirme a dos de ellas.

La primera es que todo acto de caridad debe inspirarse en la experiencia personal de fe que lleva al descubrimiento de que Dios es amor. Quien trabaja para Cáritas está llamado a dar testimonio de ese amor ante el mundo. La caridad cristiana rebasa nuestra capacidad natural de amar: es una virtud teologal, como nos enseña san Pablo en su famoso himno a la caridad (cf. 1Co 13). Por tanto, exige que el bienhechor sitúe la ayuda humanitaria en el contexto de un testimonio personal de fe, que luego se convierte en parte del don ofrecido a los pobres. Sólo cuando la actividad caritativa asume la forma de la entrega de sí de Cristo se convierte en un gesto verdaderamente digno de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios. La caridad vivida fomenta el crecimiento en la santidad, según el ejemplo de los numerosos servidores de los pobres a quienes la Iglesia ha elevado al honor de los altares.

132 La segunda implicación deriva directamente de la primera. El amor de Dios se ofrece a todos; por eso la caridad de la Iglesia tiene también un alcance universal, y así debe incluir un compromiso en favor de la justicia social. Sin embargo, cambiar las estructuras sociales injustas no es suficiente para garantizar la felicidad de la persona humana.

Por otra parte, como dije recientemente a los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, el trabajo político "no es competencia inmediata de la Iglesia" (Discurso a la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, 13 de mayo de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de mayo de 2007, p. 10). Más bien, su misión es promover el desarrollo integral de la persona humana. Por esta razón, los grandes desafíos que se plantean en el mundo en este momento, como la globalización, los abusos de los derechos humanos y las estructuras sociales injustas, no se pueden afrontar y superar sin centrar la atención en las necesidades más profundas de la persona humana: la promoción de la dignidad humana, el bienestar y, en último análisis, la salvación eterna.

Confío en que la labor de "Caritas internationalis" se inspire en los principios que acabo de exponer. En todo el mundo hay innumerables hombres y mujeres cuyo corazón está lleno de alegría y gratitud por el servicio que les prestáis. Deseo animaros a cada uno a perseverar en vuestra misión especial de difundir el amor de Cristo, que vino para que todos tengan vida en abundancia. Encomendándoos a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, me alegra impartiros mi bendición apostólica.


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL REGIONAL DEL NORTE DE ÁFRICA EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 9 de junio de 2007

Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros a vosotros, pastores de la Iglesia católica en los países del norte de África. Al realizar vuestra visita ad limina, venís a las tumbas de los Apóstoles para reavivar vuestra fe y confirmar los vínculos de vuestras Iglesias locales con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Vincent Landel, arzobispo de Rabat, sus palabras, que expresan la diversidad de los compromisos de la Iglesia en vuestros países y el amor de vuestras comunidades a la tierra donde viven.

Al volver a vuestras diócesis, transmitid los sentimientos afectuosos del Papa a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles, en particular a quienes tienen vínculos más fuertes con vuestros países. También saludo cordialmente a cada uno de los pueblos en medio de los cuales vivís. Que Dios los bendiga y les ayude a progresar en sus esfuerzos por edificar una sociedad cada vez más fraterna y justa.

La diversidad de las situaciones humanas y eclesiales de vuestros países no es un obstáculo para la fraternidad que queréis vivir en vuestra Conferencia episcopal, encontrando en ella un apoyo apreciable para vuestro ministerio, particularmente en las pruebas que han marcado a algunas de vuestras Iglesias locales. Vuestra unidad es un testimonio verídico de la enseñanza del Señor: "Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

Juntamente con los sacerdotes de vuestras diócesis, confrontados con situaciones que con frecuencia exigen un gran sentido eclesial y profundas convicciones espirituales, así como una atención constante a las nuevas llamadas del Espíritu, realizáis valientemente el servicio al pueblo que os ha sido encomendado. El Señor, que os acompaña cada día, sea la fuerza y la alegría de vuestro ministerio.

El encuentro fraterno de los hombres y mujeres en medio de los cuales vivís es uno de los temas que queréis desarrollar para expresar la misión de la Iglesia en vuestra región. Desde esta perspectiva, os animo vivamente a guiar a los fieles hacia un auténtico encuentro con el Señor, que los lleve al encuentro con sus hermanos y hermanas; él ya está misteriosamente presente en el corazón de cada uno y en la búsqueda de la verdad y de la felicidad por parte de todo hombre (cf. Ad gentes, AGD 11).

Por eso, la Eucaristía ha de estar en el centro de la vida de vuestras comunidades, como la vivió con intensidad el padre Carlos de Foucauld, a quien vuestras Iglesias diocesanas tuvieron la alegría de ver beatificado hace algunos meses. En efecto, tanto en la celebración de este gran misterio como en la adoración eucarística, que son actos de encuentro personal con el Señor, madura una acogida profunda y auténtica del aspecto de la misión que consiste en derribar las barreras entre el Señor y nosotros, así como las barreras que nos separan a unos de otros.

133 Durante los primeros siglos, las comunidades cristianas de vuestra región contribuyeron a crear puentes entre las orillas del Mediterráneo. Aún hoy, san Cipriano, san Agustín y muchos otros testigos de la fe siguen siendo puntos indiscutibles de referencia espiritual, intelectual y cultural. Actualmente, los miembros de vuestras comunidades son muy diversos, tanto por su origen como por la duración y los motivos de su presencia en el Magreb. Así dan una imagen de la universalidad de la Iglesia, cuyo mensaje evangélico se dirige a todas las naciones.

Quisiera saludar aquí en particular a los jóvenes cristianos del África sub-sahariana que estudian en vuestros países. Que la solidaridad que existe entre ellos, con el apoyo fraterno de sus acompañantes, les ayude a testimoniar generosamente su fe de discípulos de Cristo entre sus hermanos. El vigor y la autenticidad del testimonio eclesial de los fieles de vuestras diócesis en sus familias, en los lugares donde trabajan, estudian o viven, exigen que los pastores compartan sus preocupaciones y les brinden la ayuda espiritual necesaria. Esto les hará tomar conciencia del significado eclesial de su presencia en la sociedad, asumiendo las responsabilidades que les competen en la comunidad.

Al sostener su fe con la celebración de los sacramentos y con una sólida formación cristiana, así como con la búsqueda de una visión evangélica de las realidades sociales, culturales y religiosas del país, les proporcionáis los medios para vivir valientemente las situaciones a menudo difíciles que encuentran en la existencia diaria y en el trabajo. La calidad espiritual de las comunidades cristianas, fundada en la certeza de que el Señor siempre está presente y actúa en ellas y por ellas, es esencial para permitirles dar razón de la esperanza que las anima. Unidas a sus pastores, en un clima de caridad fraterna, han de ser verdaderamente lugares donde se vive la comunión, como manifestación del amor de Dios a todos los hombres.

Desde esta perspectiva, el diálogo interreligioso ocupa un lugar importante en la pastoral de vuestras diócesis. Como ya señalé, "necesitamos con urgencia un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas, que pueda ayudarnos a superar juntos todas las tensiones con espíritu de colaboración fecunda" (Discurso a algunos embajadores de países de mayoría musulmana, 25 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de septiembre de 2006, p. 3). Por tanto, me alegra constatar que, mediante iniciativas de diálogo y lugares de encuentro, como los centros de estudio y las bibliotecas, estáis decididamente comprometidos en el desarrollo y la profundización de las relaciones de estima y respeto entre cristianos y musulmanes, con el fin de promover la reconciliación, la justicia y la paz.

Por otra parte, en la convivencia diaria cristianos y musulmanes pueden encontrar la base fundamental para un mejor conocimiento mutuo. Con una participación fraterna en las alegrías y en las penas de los otros, sobre todo en los momentos más significativos de la existencia, así como con múltiples formas de colaboración en los campos de la salud, de la educación y de la cultura, o en el servicio a los más humildes, manifestáis una auténtica solidaridad, que fortalece los vínculos de confianza y amistad entre las personas, las familias y las comunidades.

Entre las principales cuestiones a las que vuestra región debe hacer frente, la emigración de personas procedentes del África sub-sahariana que tratan de cruzar el Mediterráneo para entrar en Europa en busca de una vida mejor, también debe suscitar la colaboración al servicio de la justicia y de la paz. La situación de esas personas, particularmente preocupante y a veces dramática, no puede por menos de interpelar las conciencias. La ayuda generosa que vuestras Iglesias diocesanas les prestan es una contribución al reconocimiento de su dignidad y un testimonio dado del Señor. Deseo vivamente que los países afectados por esas migraciones busquen medios eficaces para permitir que todos tengan la esperanza de construir un futuro para sí mismos y para sus familias, y que se respete siempre la dignidad de toda persona.

También quiero subrayar la importancia de la vida consagrada en vuestras diócesis. La entrega desinteresada de los religiosos y de las religiosas en su servicio a la población, sin distinción de origen ni de credo, es apreciada por todos. Esta vida totalmente entregada, con desprendimiento de sí y libertad interior, testimonia ante todo una pertenencia radical a Dios, que suscita el deseo ardiente de salir al encuentro del prójimo, y especialmente de los más abandonados. Esta pertenencia a Cristo cobra un significado aún más radical en el testimonio de los monjes y las monjas, a los que quiero saludar y animar de modo especial. Su vida de oración y de contemplación es una gracia para toda la Iglesia en vuestra región. Su fidelidad discreta a la población que los acoge, como mostró el ejemplo conmovedor de la comunidad de Tibhirine, es un signo elocuente del amor de Dios, que quieren manifestar a todos.

La colaboración cada vez más amplia de vuestras diócesis con las Iglesias de Oriente Próximo y de África es un testimonio de gran valor para vuestra región, que es un punto de encuentro entre África, Europa y el mundo árabe. El desarrollo de esas relaciones es también una realización efectiva de la solidaridad de la Iglesia en África y en Oriente Próximo, en su solicitud apostólica por vuestra región. La acogida de sacerdotes y de religiosas, que os preocupáis por formar con vistas a situaciones eclesiales a menudo muy diferentes de las de sus países de origen, es para vosotros un apoyo pastoral valioso y para todos una apertura a la dimensión universal de la misión.

Queridos hermanos en el episcopado, os animo encarecidamente en vuestro ministerio al servicio de los pueblos de vuestra región. Que, a ejemplo del beato Carlos de Foucauld, los cristianos de vuestros países sean testigos creíbles de la fraternidad universal que Cristo enseñó a sus discípulos. Encomiendo vuestras comunidades a la protección materna de Nuestra Señora de África, y de todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles de vuestras diócesis.




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