Discursos 2007 141

A LOS MIEMBROS CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DE LA FUNDACIÓN «POPULORUM PROGRESSIO» PARA AMÉRICA LATINA Y CARIBE

Jueves 14 de junio de 2007

Queridos hermanos en el Episcopado,
amados hermanos y hermanas:

Me es muy grato recibir y saludar con afecto a los miembros del Consejo de Administración de la Fundación “Populorum Progressio” para América Latina y los Países del Caribe, con ocasión de su reunión anual. Este año celebramos el cuadragésimo aniversario de la encíclica de mi predecesor Pablo VI, que da nombre a la Fundación. Deseo agradecer a su Presidente, el Arzobispo Mons. Paul Josef Cordes, las amables palabras que me ha dirigido en nombre también de todos vosotros. Agradezco además la presencia de varios Obispos que vienen del “Continente de la esperanza”, algunos de los cuales he podido saludar en mi reciente visita apostólica al Brasil. Saludo asimismo a los representantes de la Conferencia Episcopal Italiana, que tan generosamente contribuye a que se hagan realidad las palabras de san Ignacio de Antioquía, cuando dice que la Iglesia de Roma «preside a la caridad» (A los Romanos, Proemio). De modo especial, doy las gracias a todos aquellos que nos ayudan a realizar esta misión tan significativa. Deseo saludar, por fin, a los colaboradores del Consejo Pontificio Cor Unum, presentes también en este encuentro con el Sucesor de Pedro. Gracias por el continuo trabajo que estáis llevando a cabo en favor de los más pobres.

Desde hace quince años, cuando mi amado predecesor Juan Pablo II erigió la Fundación “Populorum Progressio” confiándola a la responsabilidad del Consejo Pontificio Cor Unum, ésta se ha dedicado a promover la misión de la Iglesia sosteniendo iniciativas específicas en favor de las poblaciones indígenas, campesinas y afroamericanas de los Países latinoamericanos y caribeños. Al instituir esta Fundación, el Papa pensaba en los pueblos que, amenazados en sus costumbres ancestrales por una cultura postmoderna, pueden ver destruidas sus propias tradiciones, tan dispuestas a acoger la verdad del Evangelio. La Fundación es fruto de la gran sensibilidad que Juan Pablo II demostraba por los hombres y mujeres que más sufren en nuestra sociedad. Este trabajo, emprendido hace quince años, debe continuar siguiendo los principios que han distinguido su empeño en favor de la dignidad de todo ser humano y de la lucha contra la pobreza.

Quiero subrayar aquí dos características de la Fundación. En primer lugar, el desarrollo de los pueblos debe tener como principio pastoral una visión antropológica global de la persona humana, aspecto que el artículo segundo de los Estatutos de la Fundación llama “promoción integral”. En este sentido, al definir este concepto el Papa Pablo VI afirmaba en su encíclica: «Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres? Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es la fuente de ellos, podría aparentemente triunfar. [...] No hay, pues, más que un humanismo verdadero, que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da la idea verdadera de la vida humana» (PP 42). Esta promoción integral tiene en cuenta el aspecto social y material de la vida, así como el anuncio de fe, la cual da al hombre el sentido pleno de su ser. A menudo, la verdadera pobreza del hombre es la falta de esperanza, la ausencia de un Padre que dé sentido a la propia existencia: «con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios» (Deus caritas est ).

La segunda característica es la ejemplaridad del método de trabajo de la Fundación, modelo para toda estructura de ayuda. Los proyectos son estudiados por un Consejo de Administración, compuesto por Obispos de diversas áreas de América Latina, los cuales hacen una valoración de los mismos. De este modo, la decisión está en manos de quienes conocen bien los problemas de aquellas poblaciones y sus necesidades concretas. Así, por un lado, se evita un cierto paternalismo, siempre humillante para los pobres y que frena su propia iniciativa y, por otro, los fondos llegan en su totalidad a los más necesitados sin perderse en grandes procesos burocráticos.

Como he afirmado en mi reciente viaje pastoral a Aparecida, la Iglesia en aquellas naciones afronta enormes desafíos, pero al mismo tiempo es la “Iglesia de la esperanza”, que siente la necesidad de luchar en favor de la dignidad de todo hombre, de una verdadera justicia y contra la miseria de nuestros semejantes. América Latina es una parte del mundo, rica por sus recursos naturales, donde las diferencias en el nivel de vida deben dar paso a ese espíritu de compartir los bienes, como se manifiesta en la conversión y posterior actitud de Zaqueo, el publicano del Evangelio: «La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más» (cf. Lc 19,8). Frente a la secularización, la proliferación de las sectas y la indigencia de tantos hermanos, es apremiante formar comunidades unidas en la fe, como la Sagrada Familia de Nazaret, en las que el testimonio alegre de quien se ha encontrado con el Señor sea la luz que ilumine a quienes están buscando una vida más digna.

142 Encomiendo los trabajos de este Consejo Pontificio Cor Unum y de la Fundación “Populorum Progressio” a la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de toda América. Que Ella os asista y os guíe siempre. Como expresión de estos vivos deseos, imparto con afecto a todos vosotros, a vuestros familiares y colaboradores, la Bendición Apostólica.



A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ESLOVAQUIA

Viernes 15 de junio de 2007


Queridos hermanos en el episcopado:

Con gran alegría me encuentro con todos vosotros, con ocasión de la visita ad limina que estáis realizando durante estos días, y os dirijo a cada uno mi saludo cordial, que de buen grado hago extensivo a vuestras respectivas comunidades diocesanas. A través de vosotros, quisiera enviar mi saludo a todo el pueblo eslovaco, evangelizado por san Cirilo y san Metodio, y que en el siglo pasado padeció grandes sufrimientos y persecuciones de parte del régimen totalitario comunista. Me complace recordar que entre los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos que en aquellos años no lejanos dieron un testimonio heroico figura también el cardenal Ján Chryzostom Korec, al que os ruego llevéis mi abrazo fraterno.

A vuestra amada nación estaba muy unido Juan Pablo II que, en su tercera visita a Eslovaquia, en septiembre de 2003, eligió como lema: "Fieles a Cristo, fieles a la Iglesia". Este lema sigue siendo un auténtico programa apostólico y misionero no sólo para la Iglesia en Eslovaquia, sino también para todo el pueblo de Dios, sometido como está, especialmente en Europa, a una insistente presión ideológica que quisiera reducir el cristianismo al ámbito de lo "privado".

En efecto, desde el punto de vista religioso-cultural, Eslovaquia está entrando cada vez más en la dinámica típica de otros países europeos de antigua tradición cristiana, fuertemente marcados en nuestra época por un vasto proceso de secularización. Las comunidades cristianas, que han conservado antiguas y arraigadas prácticas religiosas católicas, después de salir del túnel de la persecución, recorren hoy el camino de la renovación promovido por el concilio Vaticano II. Se preocupan justamente por conservar su valioso patrimonio espiritual y al mismo tiempo por actualizarlo; se esfuerzan por permanecer fieles a sus raíces y compartir sus experiencias con las demás Iglesias que están en Europa, mediante un fraterno "intercambio de dones" que puede enriquecer a todos.

Eslovaquia y Polonia, que en el este de Europa son los dos países portadores de la más rica herencia de tradición católica, están expuestos actualmente al peligro de que dicho patrimonio, que el régimen comunista no logró destruir, sea seriamente minado por los fermentos característicos de las sociedades occidentales: consumismo, hedonismo, laicismo, relativismo, etc.

He escuchado durante estos días vuestros testimonios y me he enterado, por ejemplo, de que en muchas parroquias del campo —las que más conservan la cultura y la espiritualidad cristianas tradicionales— disminuye la población, que tiende a concentrarse en las ciudades más grandes, en busca de mayor bienestar y de empleos más rentables.

Venerados y queridos hermanos, esta es la situación en la que el Señor os llama a desempeñar vuestro ministerio episcopal. Sé que, precisamente para responder a las nuevas exigencias pastorales, desde hace tiempo estáis comprometidos en la elaboración del "Plan para la pastoral y la evangelización" de la Iglesia católica en Eslovaquia para los años 2007-2013, que debería aprobarse en el próximo mes de octubre. Con vistas al año 2013, en el que conmemoraréis el 1150° aniversario del inicio de la misión de san Cirilo y san Metodio en vuestra tierra, os habéis propuesto revivir y actualizar la acción evangelizadora de los dos santos hermanos de Tesalónica. Y habéis puesto como punto de partida de esta movilización misionera general el redescubrimiento de la tradición y de las raíces cristianas, vivas y profundas en vuestro pueblo.

Se trata de una empresa pastoral que quiere abarcar todos los ámbitos de la sociedad y responder a las expectativas del pueblo eslovaco, prestando especial atención a las exigencias espirituales de los jóvenes y de las familias. Por eso impulsáis en particular la pastoral juvenil, tanto en el ámbito escolar como en el parroquial. La experiencia os enseña que una formación de calidad en el ámbito escolar es muy útil para el futuro de las nuevas generaciones; al respecto, ofrecen una contribución valiosa las escuelas católicas, que en Eslovaquia son numerosas. Comenzando por los jardines de infancia hasta las escuelas de estudios superiores, se esfuerzan por garantizar a los alumnos una instrucción de calidad y, al mismo tiempo, una educación integral: espiritual, moral y humana.

Por lo que respecta a la pastoral juvenil parroquial, sé que podéis contar con el ministerio de numerosos sacerdotes jóvenes para ofrecer a los muchachos y a las muchachas, además de la debida preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, un verdadero itinerario de crecimiento espiritual y comunitario.

143 Recomiendo vivamente que toda propuesta se inserte siempre en proyectos orgánicos de formación, con el fin de educar a los jóvenes a unir siempre la fe a la vida, pues sólo así podréis ayudarles a formarse una conciencia cristiana capaz de resistir a las lisonjas del consumismo cada vez más insidiosas e invasoras.

Además, por lo que respecta a la realidad de las familias, he sabido que también Eslovaquia comienza a resentirse de la crisis del matrimonio y de la natalidad, y esto se debe, en primer lugar, a causas de carácter económico, que inducen a las parejas jóvenes de novios a aplazar su matrimonio. Se registra, asimismo, una escasa consideración social del valor del matrimonio, a la que se une una fragilidad de las nuevas generaciones, a menudo temerosas de asumir decisiones estables y compromisos para toda la vida. Otro factor desestabilizador es, sin duda alguna, el ataque sistemático al matrimonio y a la familia llevado a cabo por cierta cultura y por los medios de comunicación social.

En este marco, ¿qué debe hacer la Iglesia sino intensificar la oración y seguir comprometiéndose con fuerza para sostener a las familias al afrontar los desafíos actuales? Gracias a Dios, en vuestro país está bien estructurada la pastoral de los sacramentos vinculada a la de la familia. Para el matrimonio, el bautismo de niños, la primera Comunión y la Confirmación se prevé una preparación obligatoria; y vosotros, los pastores, así como los sacerdotes que colaboran con vosotros, os esforzáis constantemente por ayudar a las familias a recorrer un auténtico camino de fe y de vida cristiana comunitaria.

En vuestra acción pastoral pueden servir de valioso apoyo los grupos, los movimientos y las asociaciones laicales eclesiales, comprometidos en primera línea en la promoción de la vida conyugal y familiar, y en la difusión de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio, la familia, la moral sexual y los temas de bioética.

Juntamente con la pastoral de la familia y la de jóvenes está la pastoral de las vocaciones. Eslovaquia es una nación que, después de 1990, ha experimentado un gran florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Al único Seminario que permaneció abierto durante la dictadura se han añadido otros cinco durante estos años, y hoy casi todas las parroquias tienen su pastor. Demos gracias al Señor por esta abundancia de sacerdotes y, en particular, de sacerdotes jóvenes.

Sin embargo, como era previsible, dicha primavera no podía durar mucho y, por tanto, hoy es preciso estimular a todas las comunidades cristianas a dar prioridad a una atenta pastoral vocacional. En esa dirección, la formación de los monaguillos es un buen camino; muchas parroquias lo siguen, en colaboración con los seminarios. Naturalmente, el aumento numérico y cualitativo de las vocaciones también depende de la vida espiritual de las familias. Por tanto, trabajar por las familias y con las familias es un modo muy oportuno de favorecer el nacimiento y la consolidación de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Además, no hay que olvidar que todo debe estar alimentado por una oración constante e intensa.

Queridos y venerados hermanos, seguid manteniendo relaciones paternas y abiertas con vuestros sacerdotes; tratad de haceros cargo de sus dificultades, sostenedlos y preocupaos por su formación espiritual, promoviendo para ellos oportunos encuentros pastorales, retiros y ejercicios espirituales. Me alegra que, según las directrices del concilio Vaticano II, cada una de vuestras diócesis ha elaborado un plan formativo que prevé una sabia colaboración entre sacerdotes ancianos y jóvenes, para afrontar las diversas exigencias de cada uno. Transmitid a estos primeros colaboradores vuestros mi saludo cordial y aseguradles que los recuerdo en la oración.

Además, haceos intérpretes de mi afecto espiritual ante todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral, especialmente ante los enfermos y las personas más necesitadas. Sobre cada uno invoco la protección celestial de la Virgen de los Dolores, patrona de Eslovaquia. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros, queridos hermanos, una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a los fieles de vuestras comunidades cristianas y a todos los habitantes de vuestro amado país.


AL CONGRESO ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA

Viernes 15 de junio de 2007


Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

144 Me alegra encontrarme con vosotros hoy, en una circunstancia muy significativa: queréis recordar el 25° aniversario del Consejo pontificio para la cultura, creado por el siervo de Dios Juan Pablo II el 20 de mayo de 1982 con una carta dirigida al entonces secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli.

Saludo a todos los presentes, y en primer lugar a usted, señor cardenal Paul Poupard, a quien agradezco las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos comunes. A usted, venerado hermano, que dirige el Consejo pontificio desde 1988, le dirijo un saludo especial, lleno de gratitud y aprecio, por el gran trabajo realizado durante este largo período. Al servicio de este dicasterio usted ha puesto y sigue poniendo con provecho sus dotes humanas y espirituales, testimoniando siempre con entusiasmo la atención que impulsa a la Iglesia a entablar un diálogo con los movimientos culturales de nuestro tiempo. Su participación en numerosos congresos y encuentros internacionales, muchos de ellos promovidos por el mismo Consejo pontificio para la cultura, le han permitido dar a conocer cada vez más el interés que la Santa Sede tiene por el vasto y variado mundo de la cultura. Por todo esto le doy gracias una vez más, extendiendo mi agradecimiento al secretario, a los oficiales y a los consultores del dicasterio.

El concilio ecuménico Vaticano II prestó gran atención a la cultura, y la constitución pastoral Gaudium et spes le dedica un capítulo especial (cf. nn.
GS 53-62). Los padres conciliares se preocuparon por indicar la perspectiva según la cual la Iglesia considera y afronta la promoción de la cultura, considerando esta tarea como uno de los problemas "más urgentes (...) que afectan profundamente al género humano" (ib., GS 46).

Al relacionarse con el mundo de la cultura, la Iglesia pone siempre en el centro al hombre, como artífice de la actividad cultural y como su último destinatario. El siervo de Dios Pablo VI se interesó mucho por el diálogo de la Iglesia con la cultura, y se ocupó personalmente de él durante los años de su pontificado. En su misma línea actuó también el siervo de Dios Juan Pablo II, que había participado en el Concilio y había aportado su contribución específica a la constitución Gaudium et spes. El 2 de junio de 1980, en su memorable discurso a la Unesco, testimonió personalmente cuánto interés tenía en encontrarse con el hombre en el terreno de la cultura para transmitirle el mensaje evangélico. Dos años después instituyó el Consejo pontificio para la cultura, destinado a dar un nuevo impulso al compromiso de la Iglesia para lograr que el Evangelio se encuentre con la pluralidad de las culturas en las diversas partes del mundo (cf. Carta al cardenal secretario de Estado Agostino Casaroli, 20 de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

Al instituir este nuevo dicasterio, mi venerado predecesor puso de relieve que debería perseguir sus finalidades dialogando con todos sin distinción de cultura y religión, para buscar juntamente "una comunicación cultural con todos los hombres de buena voluntad" (ib.). La gran importancia de este aspecto del servicio que presta el Consejo pontificio para la cultura ha quedado confirmada en los veinticinco años pasados, dado que el mundo se ha hecho aún más interdependiente gracias al extraordinario desarrollo de los medios de comunicación y a la consiguiente ampliación de la red de relaciones sociales.

Por tanto, resulta aún más urgente para la Iglesia promover el desarrollo cultural, cuidando la calidad humana y espiritual de los mensajes y de los contenidos, ya que también la cultura se ve inevitablemente afectada hoy por los procesos de globalización que, si no van acompañados constantemente por un atento discernimiento, pueden volverse contra el hombre, empobreciéndolo en lugar de enriquecerlo. ¡Y cuán grandes son los desafíos que la evangelización debe afrontar en este ámbito!

Por consiguiente, veinticinco años después de la creación del Consejo pontificio para la cultura, es oportuno reflexionar sobre las razones y las finalidades que motivaron su nacimiento en el contexto sociocultural de nuestro tiempo. Con este fin, el Consejo pontificio ha organizado un congreso de estudio, por una parte, para meditar sobre la relación que existe entre evangelización y cultura; y, por otra, para considerar esa relación tal como se presenta hoy en Asia, en América y en África.

¿Cómo no encontrar un motivo particular de satisfacción al ver que las tres relaciones de carácter "continental" han sido encomendadas a tres cardenales: uno asiático, uno latinoamericano y uno africano? ¿No confirma esto de forma elocuente que la Iglesia católica ha sabido caminar, impulsada por el "viento" de Pentecostés, como comunidad capaz de dialogar con toda la familia de los pueblos, más aún, de brillar en medio de ella como "signo profético de unidad y de paz"? (Misal romano, Plegaria eucarística V-D).

Queridos hermanos y hermanas, la historia de la Iglesia es también inseparablemente historia de la cultura y del arte. Obras como la Summa Theologiae, de santo Tomás de Aquino, la Divina Comedia, la catedral de Chartres, la Capilla Sixtina o las cantatas de Juan Sebastián Bach, constituyen síntesis, a su modo inigualables, entre fe cristiana y expresión humana. Pero si bien estas son, por decirlo así, las cumbres de dicha síntesis entre fe y cultura, su encuentro se realiza diariamente en la vida y en el trabajo de todos los bautizados, en esa obra de arte oculta que es la historia de amor de cada uno con el Dios vivo y con los hermanos, en la alegría y en el empeño de seguir a Jesucristo en la cotidianidad de la existencia.

Hoy, más que nunca, la apertura recíproca entre las culturas es un terreno privilegiado para el diálogo entre hombres comprometidos en la búsqueda de un humanismo auténtico, por encima de las divergencias que los separan. También en el campo cultural el cristianismo ha de ofrecer a todos la fuerza de renovación y de elevación más poderosa, es decir, el amor de Dios que se hace amor humano.

En la carta de creación del Consejo pontificio para la cultura, el Papa Juan Pablo II escribió precisamente: "El amor es como una fuerza escondida en el corazón de las culturas, para estimularlas a superar su finitud irremediable, abriéndose a Aquel que es su fuente y su término, y para enriquecerlas de plenitud, cuando se abren a su gracia" (Carta al cardenal secretario de Estado Agostino Casaroli, 20 de mayo de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).

145 Quiera Dios que la Santa Sede, gracias al servicio prestado en particular por vuestro dicasterio, siga promoviendo en toda la Iglesia la cultura evangélica, que es levadura, sal y luz del Reino en medio de la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, expreso una vez más mi profundo agradecimiento por el trabajo que realiza el Consejo pontificio para la cultura y, a la vez que aseguro a todos los presentes mi recuerdo en la oración, invocando la intercesión celestial de María santísima, Sedes Sapientiae, le imparto de buen grado una especial bendición apostólica a usted, señor cardenal, a los venerados hermanos y a cuantos de diversas maneras están comprometidos en el diálogo entre el Evangelio y las culturas contemporáneas.



ENCUENTRO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI CON SU BEATITUD CRISÓSTOMOS II, ARZOBISPO DE NUEVA JUSTINIANA Y DE TODO CHIPRE

Sábado 16 de junio de 2007

3. DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
4. DISCURSO DE SU BEATITUD CRISÓSTOMOS II
5. DECLARACIÓN COMÚN DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI



Beatitud y querido hermano:

Lo acojo hoy con alegría, escuchando resonar en el corazón las palabras del apóstol san Pablo: "El Dios de la perseverancia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15,5-6).

Su visita es un don del Dios de la perseverancia y del consuelo, del que habla san Pablo dirigiéndose a los que escuchaban por primera vez en Roma el mensaje de la salvación. Hoy experimentamos el don de la perseverancia pues, no obstante la presencia de divisiones seculares y de caminos divergentes, y a pesar del esfuerzo realizado por cicatrizar heridas dolorosas, el Señor no ha cesado de guiar nuestros pasos por la senda de la unidad y la reconciliación. Y para todos nosotros esto es motivo de consuelo, pues este encuentro se inserta en un camino de búsqueda cada vez más intensa de la plena comunión tan deseada por Cristo: "Ut omnes unum sint" (Jn 17,21).

Sabemos bien que la adhesión a este ardiente deseo del Señor no puede y no debe proclamarse sólo con palabras ni sólo de modo formal. Por eso, usted, Beatitud, siguiendo las huellas del Apóstol de los gentiles, no ha venido de Chipre a Roma solamente para realizar un "intercambio de cortesía ecuménica", sino para reafirmar la inquebrantable decisión de perseverar en la oración a fin de que el Señor nos indique cómo llegar a la comunión plena. Su visita es, al mismo tiempo, motivo de intensa alegría, pues ya el hecho de encontrarnos nos permite gustar la belleza de la anhelada unidad plena de los cristianos.

Gracias, Beatitud, por este gesto de estima y de amistad fraterna. En su persona saludo al pastor de una Iglesia antigua e ilustre, tesela esplendorosa del resplandeciente mosaico, el Oriente, que, como solía decir el siervo de Dios Juan Pablo II, de venerada memoria, constituye uno de los dos pulmones con que respira la Iglesia.

Su grata presencia me trae a la memoria la ardiente predicación de san Pablo en Chipre (cf. Ac 13,4 ss) y el aventurado viaje que lo llevó hasta Roma, donde anunció el mismo Evangelio y coronó su luminoso testimonio de fe con el martirio. El recuerdo del Apóstol de los gentiles, ¿no nos invita a dirigir con humildad y esperanza el corazón a Cristo, que es nuestro único Maestro?
Con su ayuda divina no debemos cansarnos de buscar juntos los caminos de la unidad, superando las dificultades que a lo largo de la historia han determinado entre los cristianos divisiones y desconfianza recíproca. Que el Señor nos conceda poder acercarnos pronto al mismo altar para compartir todos juntos la única mesa del Pan y del Vino eucarísticos.

Al acogerlo, querido hermano en el Señor, quisiera rendir homenaje a la antigua y venerable Iglesia de Chipre, rica en santos, entre los cuales me complace recordar especialmente a san Bernabé, compañero y colaborador del apóstol san Pablo, y a san Epifanio, obispo de Constanza, en otro tiempo Salamina, hoy Famagusta. San Epifanio, que desempeñó su ministerio episcopal durante 35 años en un período turbulento para la Iglesia a causa del resurgimiento del arrianismo y de las nuevas controversias de los "pneumatómacos", escribió obras claramente catequísticas y apologéticas, como él mismo explica en el Ancoratus.

146 Este interesante tratado contiene dos Símbolos de la fe, el Símbolo niceno-constantinopolitano y el Símbolo de la tradición bautismal de Constanza, que corresponde a la fe nicena, pero está formulado de modo diverso y es más amplio; como dice el mismo san Epifanio, "es más apto para combatir los nuevos errores, aunque es conforme a la fe profesada por aquellos Santos Padres" del concilio de Nicea (Ancoratus, n. 119). En él —explica— afirmamos la fe en el "Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu perfecto, Espíritu consolador, increado, que procede del Padre y recibe del Hijo, objeto de nuestra fe" (ib.).

Como buen pastor, san Epifanio indica al rebaño que le fue encomendado por Cristo las verdades que hay que creer, el camino que hay que recorrer y los escollos que hay que evitar. Se trata de un método válido también hoy para el anuncio del Evangelio, especialmente a las nuevas generaciones, muy influenciadas por corrientes de pensamiento contrarias al espíritu evangélico.

En este inicio del tercer milenio la Iglesia afronta desafíos y problemas muy semejantes a los que afrontó el pastor san Epifanio. Como entonces, también hoy es preciso velar atentamente para poner en guardia al pueblo de Dios contra los falsos profetas, contra los errores y la superficialidad de propuestas que no son conformes a la enseñanza del divino Maestro, nuestro único Salvador.
Al mismo tiempo, urge encontrar un lenguaje nuevo para proclamar nuestra fe común, un lenguaje compartido, un lenguaje espiritual que permita transmitir con fidelidad las verdades reveladas, ayudándonos así a reconstruir, en la verdad y en la caridad, la comunión entre todos los miembros del único Cuerpo de Cristo.

Esta necesidad, que todos sentimos, nos impulsa a proseguir sin desalentarnos el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto; y nos orienta a utilizar medios válidos y estables para que la búsqueda de la comunión no sea discontinua y ocasional en la vida y en la misión de nuestras Iglesias.

Ante la ingente obra que nos espera y que supera las capacidades humanas, es necesario recurrir principalmente a la oración. Esto no exime del deber de poner también hoy todos los medios humanos válidos que puedan llevarnos a conseguir ese fin. Desde esta perspectiva, creo que su visita es una iniciativa muy útil para hacernos avanzar hacia la unidad querida por Cristo. Sabemos que esta unidad es don y fruto del Espíritu Santo; pero también sabemos que, al mismo tiempo, exige un esfuerzo constante, animado por una voluntad cierta y por una esperanza inquebrantable en el poder del Señor.

Así pues, gracias, Beatitud, por haber venido a visitarme juntamente con los hermanos que lo acompañan. Gracias por esta presencia, que expresa concretamente el deseo de buscar juntos la comunión plena. Por mi parte, le aseguro que comparto ese mismo deseo, sostenido por una firme esperanza. Sí, "el Dios de la perseverancia y del consuelo nos conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús". Así nos dirigimos con confianza al Señor, para que guíe nuestros pasos por el camino de la paz, de la alegría y del amor.

DISCURSO DE SU BEATITUD CRISÓSTOMOS II

"A todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1,7).

Santidad, Papa de la antigua Roma
y Obispo de la Cátedra histórica del apóstol san Pedro:

La gracia del Espíritu Santo y nuestro deber de arzobispo primado de la santísima Iglesia mártir del apóstol san Bernabé con respecto a la unidad y la paz entre nuestras Iglesias apostólicas, han dirigido hoy nuestros pasos, junto con los de nuestro reverendo séquito, hasta aquí, al lugar del martirio de los corifeos de los Apóstoles Pedro y Pablo, al santuario de las catacumbas de los mártires de nuestra fe común, para encontrarnos con usted, que entre los obispos posee el primado de honor de la cristiandad indivisa, para darle el beso fraterno de paz y, después de siglos de camino no fraterno, construir de nuevo puentes de reconciliación y amor.

147 Es la tercera vez que nos encontramos después de las inolvidables exequias de vuestro amado predecesor el Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, y la ceremonia gozosa de su entronización en este Trono apostólico, hacia el cual mira toda la Ecumene cristiana con grandes expectativas, esperando que el que lo preside, el teólogo sabio, el incansable pastor y el dinámico líder eclesiástico, realice gestos de diálogo, pacificación, acercamiento y amor.

En esta dirección es grande la importancia del desarrollo del diálogo teológico oficial entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, en el que nuestra Iglesia apostólica de Chipre participa con responsabilidad y coherencia. Tal vez nuestros ojos no podrán ver la tan anhelada unidad de la Iglesia, pero, con la gracia del Espíritu Santo, habremos cumplido también nosotros nuestro deber en el tiempo y en el espacio como pacificadores y como verdaderos hermanos "ut omnes unum sint".

Además, tenemos la convicción personal de que, del mismo modo que el alejamiento y la división entre nuestras Iglesias hermanas se produjo a lo largo de muchos siglos con la acumulación de malentendidos, así también su reunificación y el restablecimiento de la confianza mutua y del verdadero amor entre ellas necesitará tiempo, paciencia y sacrificios; sin embargo, con sentido de nuestra gran responsabilidad, asumimos el encargo de llevarlos a cabo "en la verdad y la caridad" bajo la infalible guía del Espíritu vivificante de Dios.

Nuestro encuentro de hoy tiene lugar, felizmente, en vísperas del 35° aniversario del inicio de las relaciones diplomáticas oficiales entre la Santa Sede y la República de Chipre. En efecto, el año 1973, después del encuentro del etnarca arzobispo Macario III con el Papa Pablo VI en Castelgandolfo, la representación de las dos partes se encomendó respectivamente a mons. Pío Laghi, entonces arzobispo titular de Mauriana, delegado apostólico en Jerusalén y Palestina, y actualmente cardenal, y al señor Polys Modinós, entonces embajador en París.

Santidad, deseo mencionar aquí al primer embajador de Chipre ante la Santa Sede residente en Roma, su excelencia el señor Georgios Poulides, nuestro querido amigo, dándole gracias de todo corazón por su devoción, su respeto y su amor a la Iglesia, así como por su obra importante e indispensable.

Durante los últimos decenios después del concilio Vaticano II, algunos de nuestros teólogos chipriotas, clérigos y laicos, han realizado estudios post lauream en varias universidades pontificias con becas del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Por eso, deseamos expresarle nuestro agradecimiento y nuestra intención de corresponder, por nuestra parte, con un gesto mínimo de gratitud, concediendo becas de verano en Chipre a teólogos católicos que estén interesados en aprender el griego moderno y conocer de cerca las riquezas litúrgicas de la Iglesia ortodoxa, para contribuir un día, también ellos, a la visión de la Iglesia unida.
Recientemente, su excelencia el presidente de la República de Chipre, señor Tassos Papadópulos, afirmó con énfasis: "Chipre siempre ha sido Europa, incluso antes de la institución de Europa. Con su ingreso en la Unión europea Chipre ha vuelto a su casa".

Sin embargo, Europa, nuestra casa común, la cuna de la civilización occidental, la sede gloriosa del espíritu cristiano, la madre de los santos y de los misioneros, está pasando un período de crisis y desorientación, de ateísmo y duda, de secularización y decadencia. La sociedad y el hombre de nuestro tiempo tienen sed y buscan. Tienen valores y principios, tradiciones y costumbres que fueron creadas a la luz del Evangelio y bajo la sabia guía de los Padres de la Iglesia y de las demás personalidades eclesiásticas, pero no pueden reconocer la presencia de Cristo y la fuerza de su mensaje salvífico. Rechazan la importancia fundamental de las raíces cristianas de Europa.

Es la hora de la Iglesia y de la nueva evangelización, la hora de la misión ad intra. Pero sin la colaboración de las Iglesias de Europa y nuestro testimonio cristiano común, ciertamente pocas cosas pueden tener éxito, y por desgracia muchos esfuerzos aislados de las diversas Iglesias y confesiones cristianas quedan condenados al fracaso.

Nuestro tiempo globalizado, en vez de influir positivamente en el cristiano europeo convencido, parece rechazar la ecumenicidad histórica del mensaje cristiano y deja al margen su dinámica y su eficacia. La secularización, el eudemonismo, la deificación de la tecnología y de la ciencia atea desorientan a nuestro prójimo y lo llevan inevitablemente a una desesperación existencial. Se escucha su grito angustioso: "Señor, ¿a quién iremos?" (
Jn 6,68).

¿Cuál es, entonces, nuestra responsabilidad como padres espirituales? ¿Cuál es nuestra solicitud espiritual con respecto a nuestra juventud? ¿Lograremos finalmente proteger la sagrada institución de la familia? ¿El carácter sagrado de la persona humana, ya indefensa ante la investigación médica, el aborto y la eutanasia? ¿La unicidad de la creación de Dios que nos rodea y corre el peligro de quedar destruida irreparablemente por nuestra causa?

148 La senda de la Ortodoxia pasa por la espiritualidad, la ascesis, el ayuno, el estudio de los textos de los Padres de la Iglesia inspirados por Dios, el sentido de lo sagrado y sobre todo la divina Eucaristía: estas son nuestras armas espirituales, y deseamos luchar juntamente con la Iglesia hermana de Roma para transformar la sociedad europea, que es antropocéntrica, en una sociedad cristocéntrica, respetando a nuestros hermanos de las demás religiones, los inmigrantes, los pobres, los prófugos y los débiles de la tierra.

Nuestra presencia hoy aquí, Santidad, es una llamada a usted, el Papa procedente de un país amigo, traumatizado por la división durante decenios, como el nuestro, pero gracias a Dios reunificado. Por eso, sólo usted puede comprender nuestros sentimientos de dolor. Nuestra patria, hermana vuestra, la Iglesia apostólica de Chipre, sufre, pero también resiste dignamente con la intercesión de sus santos y particularmente con la protección de su fundador, el apóstol san Bernabé. Se pisotean los derechos humanos; se destruyen monumentos; obras de nuestro patrimonio espiritual son objeto de comercio internacional; y la división de la última capital europea, Nicosia, parece perpetuarse eternamente. ¿Quién escuchará nuestra justa queja y alzará la voz para protestar ante los poderosos de la tierra que explotan el nombre de Cristo pero son sordos a la ley del amor?

Santidad, pedimos su apoyo a través de la invencible arma de la oración fraterna, pero también a través de su grito paterno en defensa de los derechos inviolables de la antigua y apostólica Iglesia hermana de Chipre, encrucijada de pueblos, religiones, lenguas y civilizaciones del Mediterráneo y de Oriente Próximo.

Queremos que esté a nuestro lado. A través de nosotros el apóstol san Bernabé invita a su hermano mayor, el apóstol san Pedro, a visitar por primera vez su humilde casa, a ser su huésped, a sentirse como en su casa, a bendecirla. Lo esperamos, Santidad, como Obispo de la Sede romana que preside la caridad, en el Chipre del diálogo, de la democracia, de la dignidad, de la fe, del monaquismo, de la hospitalidad, de los monumentos y de las obras de arte. Dígnese venir y denos la ocasión de corresponder a su hospitalidad fraterna de estos espléndidos días que hemos vivido en la ciudad eterna.

Santidad, con la intercesión de los apóstoles san Pedro y san Pablo, patronos de la diócesis de Roma; del apóstol san Bernabé, fundador de la Iglesia de Chipre; y de los apóstoles griegos San Cirilo y san Metodio, copatronos de Europa, le deseamos, desde lo más íntimo de nuestro corazón, salud, larga vida y la iluminación del Espíritu Santo para el feliz cumplimiento de su elevada misión como Pontífice, constructor de puentes entre pueblos, religiones y culturas.

"El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (
Rm 15,13).




Discursos 2007 141