Discursos 2007 156


A SU SANTIDAD MAR DINKHA IV, CATHOLICÓS PATRIARCA DE LA IGLESIA ASIRIA DE ORIENTE

157

Jueves 21 de junio de 2007



Santidad:

Me complace acogerlo en el Vaticano, junto con los obispos y los sacerdotes que lo acompañan en esta visita. Mi saludo afectuoso se extiende a todos los miembros del Santo Sínodo, al clero y a los fieles de la Iglesia asiria de Oriente. Con las palabras del apóstol san Pablo, ruego para que "el Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todos los órdenes" (2Th 3,16).

En varias ocasiones usted, Santidad, se reunió con mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II. Fue muy significativa su visita de noviembre de 1994, cuando vino a Roma acompañado por miembros del Santo Sínodo para firmar la Declaración cristológica común. Esa Declaración incluía la decisión de crear una Comisión conjunta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria de Oriente. La Comisión conjunta ha emprendido un importante estudio de la vida sacramental en nuestras respectivas tradiciones y ha llegado a un acuerdo sobre la Anáfora de los apóstoles Addai y Mari. Estoy muy agradecido por los resultados de este diálogo, que promete progresos ulteriores en otras cuestiones controvertidas. En efecto, conviene que estos logros se conozcan y aprecien mejor, puesto que hacen posibles varias formas de cooperación pastoral entre nuestras dos comunidades.

La Iglesia asiria de Oriente está arraigada en tierras antiguas cuyos nombres están unidos a la historia del designio de salvación de Dios para toda la humanidad. En el tiempo de la Iglesia primitiva, los cristianos de esas tierras contribuyeron de forma notable a la difusión del Evangelio, especialmente mediante su actividad misionera en las regiones más remotas de Oriente.

Hoy, por desgracia, los cristianos de esa región están sufriendo material y espiritualmente. De modo particular en Irak, patria de muchos fieles asirios, las familias y las comunidades cristianas están sintiendo la creciente presión de la inseguridad y la agresión, y experimentan una sensación de abandono. Muchos de ellos no ven otra posibilidad más que abandonar el país y buscar un nuevo futuro en el extranjero.

Esas dificultades son una fuente de gran preocupación para mí, y deseo expresar mi solidaridad a los pastores y los fieles de las comunidades cristianas que permanecen allí, a menudo a costa de heroicos sacrificios. En esas zonas tan probadas, los fieles, tanto católicos como asirios, están llamados a trabajar juntos. Espero y pido a Dios que encuentren modos más eficaces para apoyarse y ayudarse unos a otros para el bien de todos.

Como consecuencia de oleadas sucesivas de emigración, muchos cristianos de las Iglesias orientales viven ahora en Occidente. Esta nueva situación plantea una serie de desafíos a su identidad cristiana y a su vida como comunidad. Al mismo tiempo, cuando los cristianos de Oriente y de Occidente conviven, tienen una gran oportunidad de enriquecerse unos a otros y de comprender más plenamente la catolicidad de la Iglesia que, como peregrina en este mundo, vive, ora y da testimonio de Cristo en contextos culturales, sociales y humanos diversos.

Los cristianos católicos y asirios, respetando plenamente su respectiva tradición doctrinal y disciplinar, deben rechazar actitudes de antagonismo y declaraciones polémicas, para crecer en la comprensión de la fe cristiana que comparten y dar testimonio como hermanos y hermanas de Jesucristo, "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1,24).

Nuevas esperanzas y posibilidades suscitan a veces nuevos temores, y esto vale también con respecto a las relaciones ecuménicas. Algunos cambios recientes en la Iglesia asiria de Oriente han creado algunos obstáculos a la prometedora obra de la Comisión conjunta. Es de esperar que la fecunda labor que la Comisión ha realizado durante estos años continúe, sin perder jamás de vista la meta última de nuestro camino común: el restablecimiento de la plena comunión.

Trabajar por la unidad de los cristianos es, de hecho, un deber que brota de nuestra fidelidad a Cristo, el Pastor de la Iglesia, que dio su vida "para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). Sin embargo, por muy largo y arduo que pueda parecer el camino hacia la unidad, el Señor nos pide que unamos nuestras manos y nuestros corazones para dar juntos un testimonio más claro de él y servir mejor a nuestros hermanos y hermanas, particularmente en las atormentadas regiones de Oriente, donde muchos de nuestros fieles nos miran a nosotros, sus pastores, con esperanza y expectación.

158 Con estos sentimientos, agradezco una vez más a Su Santidad su presencia aquí hoy y su compromiso de proseguir por el camino del diálogo y de la unidad. Que el Señor bendiga abundantemente su ministerio, y lo sostenga a usted y a los fieles a los que sirve, con sus dones de sabiduría, alegría y paz.


A LA ASAMBLEA DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES

Jueves 21 de junio de 2007


Beatitudes;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos de la ROACO:

Este encuentro reaviva en mí la alegría de la reciente visita a la Congregación para las Iglesias orientales, con ocasión del 90° aniversario de su institución. En esa circunstancia usted, eminencia, me dirigió un saludo particular en nombre de las agencias vinculadas al dicasterio, y ahora se ha hecho de nuevo intérprete de los sentimientos comunes.

Correspondo con gratitud saludando a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, al arzobispo secretario Antonio Maria Vegliò, a los colaboradores de la Congregación, a los responsables de las Obras que componen la ROACO (Reunión de las Obras para la ayuda a las Iglesias orientales) y a todos los participantes en este encuentro anual.

La presencia de venerados prelados orientales me permite compartir la pena y la preocupación por la delicada situación en que se encuentran vastas zonas de Oriente Medio. Por desgracia, se sigue ofendiendo ampliamente la paz, tan implorada y anhelada. Se ofende en el corazón de las personas, y esto pone en peligro las relaciones interpersonales y comunitarias. La debilidad de la paz se agrava ulteriormente a causa de injusticias antiguas y nuevas. Así, se apaga, dando lugar a la violencia, que a menudo degenera en guerra más o menos declarada hasta constituir, como en nuestros días, un grave problema internacional.

Juntamente con cada uno de vosotros, sintiéndome en comunión con todas las Iglesias y comunidades cristianas, pero también con quienes veneran el nombre de Dios y lo buscan con sinceridad de conciencia, y con todos los hombres de buena voluntad, deseo llamar nuevamente al corazón de Dios, Creador y Padre, para pedirle con inmensa confianza el don de la paz. Llamo al corazón de quienes tienen responsabilidades específicas, para que cumplan el grave deber de garantizar la paz a todos, indistintamente, liberándola de la enfermedad mortal de la discriminación religiosa, cultural, histórica o geográfica.

Ojalá que, con la paz, toda la tierra reencuentre su vocación y su misión de "casa común" para todos los pueblos y naciones, gracias al compromiso común de un diálogo siempre sincero y responsable. Aseguro una vez más que Tierra Santa, Irak y Líbano están presentes, con la urgencia y la constancia que merecen, en la oración y en la acción de la Sede apostólica y de toda la Iglesia. Pido a la Congregación para las Iglesias orientales, y a cada una de las Obras vinculada a ella, que confirmen esa solicitud para hacer más eficaces la cercanía y la intervención en favor de tantos hermanos y hermanas nuestros. Que sientan desde ahora el consuelo de la fraternidad eclesial y, como deseamos con orante fervor, que vean pronto la llegada de días de paz.

Con estos sentimientos, renuevo a Su Beatitud el patriarca caldeo, que hoy está con nosotros, el pésame del Papa por el bárbaro asesinato de un sacerdote inerme y de tres subdiáconos perpetrado al final de la liturgia dominical, el pasado 3 de junio, en Irak. La Iglesia entera acompaña con afecto y admiración a todos sus hijos e hijas y los sostiene en esta hora de auténtico martirio por el nombre de Cristo. Mi abrazo se dirige con igual intensidad al representante pontificio y a los pastores provenientes de Israel y de Palestina, para que lo transmitan a sus fieles con el fin de fortalecer su probada esperanza. Extiendo mi saludo cordial al nuncio apostólico y a los queridos prelados que han venido de Turquía, feliz de constatar la consideración reservada a esa amada comunidad eclesial en el recuerdo de mi viaje apostólico.

159 Queridos amigos, en la citada visita al dicasterio oriental, pensando en la actividad de la ROACO, me expresé así: "Debe continuar, más aún, debe crecer el movimiento de caridad que, por mandato del Papa, lleva a cabo la Congregación para que, de modo ordenado y equitativo, Tierra Santa y las demás regiones orientales reciban la ayuda espiritual y material necesaria para hacer frente a la vida eclesial ordinaria y a necesidades particulares" (Discurso del 9 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 7).

Os expreso mi agradecimiento por haber consolidado una loable costumbre de colaboración con la Congregación. Os animo a continuar, para que la aportación insustituible que dais al testimonio de la caridad eclesial se desarrolle plenamente en la forma comunitaria de su ejercicio. Vuestra presencia confirma la voluntad de evitar una gestión individualista de la planificación de las intervenciones y de la distribución de las generosas ayudas, fruto de la caridad de los fieles.

En efecto, sabéis bien cuán nocivo es creer ilusoriamente que tiene más ventajas trabajar solos: el esfuerzo de la confrontación y de la colaboración es siempre garantía de un servicio más ordenado y equitativo. Y es claro testimonio de que la Iglesia, y no cada uno, es la que da lo que el Señor ha destinado a todos en su providente bondad.

Sobre la irreversibilidad de la opción ecuménica y sobre la inderogabilidad de la opción interreligiosa, que he reafirmado muchas veces, deseo subrayar en esta ocasión que se alimentan del movimiento de la caridad eclesial. Dichas opciones no son más que expresiones de la misma caridad, la única capaz de estimular los pasos del diálogo y de abrir horizontes inesperados. A la vez que imploramos al Señor para que apresure el día de la unidad plena entre los cristianos y el día, también muy esperado, de una serena convivencia interreligiosa animada por una respetuosa reciprocidad, le pedimos que bendiga nuestros esfuerzos y nos ilumine, para que lo que hagamos no vaya jamás en detrimento sino en beneficio de la comunidad eclesial.

Que el Señor nos haga estar siempre atentos para que, en el ejercicio de la caridad, evitando todo tipo de indiferentismo, jamás dejemos de cumplir la misión de la comunidad católica local. Siempre con su implicación y con el más cordial aprecio por las diversas expresiones rituales, deberá tener repercusiones concretas nuestra sensibilidad ecuménica e interreligiosa.

Asimismo, recordando las palabras de san Pablo: "Ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer" (
1Co 3,7), veremos siempre en la oración el verdadero manantial del compromiso de caridad y en ella verificaremos su autenticidad. Es clara la amonestación del mismo Apóstol: "Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1Co 3,10-11).

El arraigo eucarístico es indispensable para nuestra acción. Según la "medida eucarística" deberán desarrollarse las perspectivas del movimiento de la caridad eclesial: sólo lo que no contradice, sino que, más aún, se encuentra y se alimenta del misterio del amor eucarístico y de la visión sobre el cosmos, sobre el hombre y sobre la historia que de él brota, da garantía de autenticidad a nuestro dar y fundamento seguro a nuestro edificar.

Es lo que afirmé en la exhortación postsinodal Sacramentum caritatis: "El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor" (n. 90). Pero precisamente la inspiración eucarística de nuestra actuación interpelará en profundidad al hombre, que no puede vivir sólo de pan (cf. Lc 4,4), para anunciarle el alimento de la vida eterna, preparado por Dios en su Hijo Jesús.

Os encomiendo estas perspectivas con gran confianza y renuevo mi más sincero agradecimiento a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, que se ha prodigado mucho durante estos años también como presidente de la ROACO. Invocando sobre vuestros trabajos la intercesión de la santísima Madre de Dios, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.


A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE TOGO EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 22 de junio de 2007



Queridos hermanos en el episcopado:

160 Me alegra recibiros mientras realizáis vuestra visita ad limina.Vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles es un signo visible de vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y de los vínculos que unen a vuestras Iglesias particulares con la Iglesia universal. Agradezco al presidente de la Conferencia episcopal de Togo, monseñor Ambroise Djoliba, obispo de Sokodé, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. A través de vosotros, dirijo un afectuoso saludo a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los seminaristas, los catequistas y todos los fieles laicos de vuestras diócesis. Ojalá que en todas las circunstancias sean fieles al mandamiento del Señor: "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 13,34). Transmitid también a todo el pueblo togolés el saludo cordial del Papa y su ardiente deseo de que prosiga sin descanso sus esfuerzos por construir una sociedad reconciliada y justa, donde cada uno pueda vivir con dignidad.

Queridos hermanos, quiero expresaros mi gratitud por vuestra perseverancia y valentía en medio de las numerosas dificultades que vuestro país ha afrontado durante los últimos años. En muchas ocasiones habéis contribuido al diálogo para la reconciliación nacional, recordando a todos las exigencias del bien común, en fidelidad a la verdad de Dios y del hombre. Pido al Señor que haga fructificar esos esfuerzos, para que vuestro país conozca una vida próspera en la concordia y en la fraternidad.

La misma vida eclesial no está exenta de situaciones preocupantes. Vuestros constantes esfuerzos por favorecer la unidad de vuestra Conferencia episcopal son el signo de que en toda circunstancia la caridad debe ser cada vez más fuerte y de que la comunión visible de los discípulos de Cristo es una realidad esencial que se ha de preservar para que el testimonio de la Iglesia sea creíble.

Desde esta misma perspectiva, una auténtica fraternidad entre los obispos y los sacerdotes, así como entre los sacerdotes mismos, es signo de su plena comunión, indispensable para la fructuosa realización de su ministerio. De este modo, todos estarán en condiciones de trabajar de verdad por la reconciliación dentro de la Iglesia y entre todos los togoleses. Que todos los sacerdotes de vuestras diócesis, cuya generosidad conozco, sean fieles a su vocación, con una entrega total a su misión y en plena comunión con su obispo (cf. Ecclesia in Africa ).

Queridos hermanos en el episcopado, tenéis la ocasión de asumir vuestro ministerio pastoral participando, según lo que os compete, en la vida del pueblo que se os ha encomendado. En efecto, "la Iglesia, como cuerpo organizado dentro de la comunidad y de la nación, tiene el derecho y el deber de participar plenamente en la edificación de una sociedad justa y pacífica con todos los medios a su alcance" (Ecclesia in Africa ). Alabo en particular vuestro compromiso en la protección y el respeto de la vida, que habéis tenido ocasión de expresar muchas veces y, también recientemente, manifestando de modo especial vuestra oposición al aborto.

Por lo demás, la promoción de la verdad y de la dignidad del matrimonio, así como la preservación de los valores familiares esenciales deben figurar entre vuestras principales prioridades. La pastoral familiar es un elemento esencial para la evangelización, pues permite descubrir a los jóvenes lo que significa un compromiso único y fiel. Os exhorto, pues, a prestar atención especial a la formación de las parejas y de las familias. Mediante sus obras sociales y su actividad en el campo de la salud, donde están comprometidos numerosos religiosos, religiosas y laicos competentes, la Iglesia manifiesta también la presencia amorosa de Dios a las personas que sufren o atraviesan necesidades, y contribuye al progreso de la justicia y al respeto de la dignidad de las personas.

Desde esta misma perspectiva, os animo a proseguir vuestros esfuerzos para promover las escuelas católicas, que son lugares de educación integral al servicio de las familias y de la transmisión de la fe. A pesar de las grandes dificultades que pueden encontrar, su papel es esencial para permitir a los jóvenes adquirir una sólida formación humana, cultural y religiosa. Ojalá que los educadores y los profesores sean ellos mismos modelos de vida cristiana para los jóvenes.

Para lograr instaurar una sociedad plenamente reconciliada, es primordial recomenzar desde Cristo, el único capaz de conceder definitivamente esa gracia a los hombres. La obra de evangelización es una necesidad urgente. Aquí quisiera saludar con afecto en particular a los catequistas que, en vuestro país, juntamente con los sacerdotes y los demás agentes pastorales, contribuyen eficaz y generosamente al anuncio de la palabra de Dios a sus hermanos.

Ante los desafíos que plantea el mundo actual a la misión evangelizadora de la Iglesia, la exhortación apostólica Ecclesia in Africa sigue siendo una guía valiosa para vuestras diócesis, pues da la posibilidad de consolidar a los fieles en la fe y ayudarles "a perseverar en la esperanza que viene de Cristo resucitado, venciendo toda tentación de desánimo" (n. ). La inculturación del mensaje evangélico, realizada con fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, contribuye al arraigo efectivo de la fe en vuestro pueblo, permitiéndole acoger a la persona de Jesucristo en todas las dimensiones de su existencia.

En efecto, es necesario que los fieles se dejen transformar por la gracia de Dios, que los hace libres, desterrando de su corazón todo temor, puesto que "no hay temor en el amor" (1Jn 4,18). Respetando las ricas tradiciones que son la expresión viva del alma de su pueblo, los cristianos deben rechazar con decisión lo que va contra el mensaje liberador de Cristo y aliena al hombre y a la sociedad.

Por eso, la formación de los sacerdotes, de las personas consagradas y de los laicos debe ocupar un lugar privilegiado en la pastoral de vuestras diócesis: "En efecto, nadie puede conocer realmente las verdades de fe que nunca ha tenido ocasión de aprender, ni puede realizar obras para las que jamás ha sido educado" (Ecclesia in Africa ). La formación propuesta a los cristianos debe proporcionarles los medios para profundizar la fe, a fin de que puedan afrontar las situaciones difíciles que se les presentan y transmitir el contenido de la fe mediante su testimonio de vida, sostenidos por convicciones personales firmes.

161 Por otra parte, esa formación también debe ayudar a los fieles laicos a adquirir competencias que les permitan comprometerse en la vida social, para trabajar por el bien común. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia es ahora un instrumento valioso puesto al servicio de la formación de todos, y particularmente de los laicos. Su compromiso en la vida pública, a través del respeto de la vida, la promoción de la justicia, la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral del hombre, es testimonio de Cristo. De este modo, los fieles participan en la construcción y en el desarrollo de la nación, así como en la tarea de evangelización del mundo.

Por último, quiero señalar la necesidad de proseguir y profundizar las relaciones cordiales que existen con los musulmanes en vuestro país, pues son indispensables para la concordia y la armonía entre todos los ciudadanos, así como para la promoción de los valores comunes a la humanidad. Mediante la formación de personas competentes en las instituciones eclesiales fundadas para el diálogo interreligioso, favorecéis un mejor conocimiento mutuo, en la caridad y en la verdad, para una colaboración eficaz en el campo del desarrollo de las personas y de la sociedad.

Queridos hermanos en el episcopado, al concluir este encuentro, os invito a proseguir con arrojo y determinación vuestro ministerio al servicio del pueblo que se os ha encomendado. Que el Señor os acompañe con su fuerza y su luz. Encomiendo cada una de vuestras diócesis a la intercesión materna de la Virgen María, y os imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.



A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO EUROPEO DE PROFESORES UNIVERSITARIOS

Sábado 23 de junio de 2007



Eminencia;
ilustres señoras y señores;
queridos amigos:

Me complace particularmente recibiros durante el primer Encuentro europeo de profesores universitarios, patrocinado por el Consejo de las Conferencias episcopales europeas y organizado por los profesores de las universidades romanas, coordinados por la Oficina del Vicariato de Roma para la pastoral universitaria. Tiene lugar con ocasión del 50° aniversario del Tratado de Roma, que dio vida a la actual Unión europea, y entre sus participantes se cuentan profesores universitarios de todos los países del continente, incluidos los del Cáucaso: Armenia, Georgia y Azerbayán.

Agradezco al cardenal Péter Erdo, presidente del Consejo de las Conferencias episcopales europeas, sus amables palabras de introducción. Saludo a los representantes del Gobierno italiano, en particular a los del Ministerio para la universidad y la investigación, y del Ministerio para los bienes y las actividades culturales de Italia, así como a los representantes de la región del Lacio, de la provincia y la ciudad de Roma. Saludo también a las demás autoridades civiles y religiosas, a los rectores y a los profesores de las diversas Universidades, así como a los capellanes y a los estudiantes presentes.

El tema de vuestro encuentro -"Un nuevo humanismo para Europa. El papel de las Universidades"- invita a una atenta valoración de la cultura contemporánea en el continente. En la actualidad, Europa está experimentando cierta inestabilidad social y desconfianza ante los valores tradicionales, pero su notable historia y sus sólidas instituciones académicas pueden contribuir en gran medida a forjar un futuro de esperanza. La "cuestión del hombre", que es central en vuestras discusiones, es esencial para una comprensión correcta de los procesos culturales actuales. También proporciona un sólido punto de partida para el esfuerzo de las universidades por crear una nueva presencia cultural y una actividad al servicio de una Europa más unida.

De hecho, promover un nuevo humanismo requiere una clara comprensión de lo que esta "novedad" encarna actualmente. Lejos de ser fruto de un deseo superficial de novedad, la búsqueda de un nuevo humanismo debe tomar seriamente en cuenta el hecho de que Europa está experimentado hoy un cambio cultural masivo, en el que los hombres y las mujeres son cada vez más conscientes de que están llamados a comprometerse activamente a forjar su historia. Históricamente, el humanismo se desarrolló en Europa gracias a la interacción fructuosa entre las diversas culturas de sus pueblos y la fe cristiana. Hoy Europa debe conservar y recuperar su auténtica tradición, si quiere permanecer fiel a su vocación de cuna del humanismo.

162 El actual cambio cultural se considera a menudo un "desafío" a la cultura de la universidad y al cristianismo mismo, más que un "horizonte" en el que se pueden y deben encontrar soluciones creativas. Vosotros, como hombres y mujeres de educación superior, estáis llamados a participar en esta ardua tarea, que requiere una reflexión continua sobre una serie de cuestiones fundamentales.

Entre estas, quiero mencionar en primer lugar la necesidad de un estudio exhaustivo de la crisis de la modernidad. Durante los últimos siglos, la cultura europea ha estado condicionada fuertemente por la noción de modernidad. Sin embargo, la crisis actual tiene menos que ver con la insistencia de la modernidad en la centralidad del hombre y de sus preocupaciones, que con los problemas planteados por un "humanismo" que pretende construir un regnum hominis separado de su necesario fundamento ontológico. Una falsa dicotomía entre teísmo y humanismo auténtico, llevada al extremo de crear un conflicto irreconciliable entre la ley divina y la libertad humana, ha conducido a una situación en la que la humanidad, por todos sus progresos económicos y técnicos, se siente profundamente amenazada.

Como afirmó mi predecesor el Papa Juan Pablo II, tenemos que preguntarnos "si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás" (Redemptor hominis
RH 15). El antropocentrismo que caracteriza a la modernidad no puede separarse jamás de un reconocimiento de la plena verdad sobre el hombre, que incluye su vocación trascendente.

Una segunda cuestión implica el ensanchamiento de nuestra comprensión de la racionalidad. Una correcta comprensión de los desafíos planteados por la cultura contemporánea, y la formulación de respuestas significativas a esos desafíos, debe adoptar un enfoque crítico de los intentos estrechos y fundamentalmente irracionales de limitar el alcance de la razón. El concepto de razón, en cambio, tiene que "ensancharse" para ser capaz de explorar y abarcar los aspectos de la realidad que van más allá de lo puramente empírico. Esto permitirá un enfoque más fecundo y complementario de la relación entre fe y razón. El nacimiento de las universidades europeas fue fomentado por la convicción de que la fe y la razón están destinadas a cooperar en la búsqueda de la verdad, respetando cada una la naturaleza y la legítima autonomía de la otra, pero trabajando juntas de forma armoniosa y creativa al servicio de la realización de la persona humana en la verdad y en el amor.

Una tercera cuestión que es necesario investigar concierne a la naturaleza de la contribución que el cristianismo puede dar al humanismo del futuro. La cuestión del hombre, y por consiguiente de la modernidad, desafía a la Iglesia a idear medios eficaces para anunciar a la cultura contemporánea el "realismo" de su fe en la obra salvífica de Cristo. El cristianismo no debe ser relegado al mundo del mito y la emoción, sino que debe ser respetado por su deseo de iluminar la verdad sobre el hombre, de transformar espiritualmente a hombres y mujeres, permitiéndoles así realizar su vocación en la historia.

Durante mi reciente viaje a Brasil expresé mi convicción de que "si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable" (Discurso en la inauguración de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano, 13 de mayo de 2007, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de mayo de 2007, p. 9). El conocimiento no puede limitarse nunca al ámbito puramente intelectual; también incluye una renovada habilidad para ver las cosas sin prejuicios e ideas preconcebidas, y para poder "asombrarnos" también nosotros ante la realidad, cuya verdad puede descubrirse uniendo comprensión y amor. Sólo el Dios que tiene un rostro humano, revelado en Jesucristo, puede impedirnos limitar la realidad en el mismo momento en que exige niveles de comprensión siempre nuevos y más complejos. La Iglesia es consciente de su responsabilidad de dar esta contribución a la cultura contemporánea.

En Europa, como en todas partes, la sociedad necesita con urgencia el servicio a la sabiduría que la comunidad universitaria proporciona. Este servicio se extiende también a los aspectos prácticos de orientar la investigación y la actividad a la promoción de la dignidad humana y a la ardua tarea de construir la civilización del amor. Los profesores universitarios, en particular, están llamados a encarnar la virtud de la caridad intelectual, redescubriendo su vocación primordial a formar a las generaciones futuras, no sólo con la enseñanza, sino también con el testimonio profético de su vida.

La universidad, por su parte, jamás debe perder de vista su vocación particular a ser una "universitas", en la que las diversas disciplinas, cada una a su modo, se vean como parte de un unum más grande. ¡Cuán urgente es la necesidad de redescubrir la unidad del saber y oponerse a la tendencia a la fragmentación y a la falta de comunicabilidad que se da con demasiada frecuencia en nuestros centros educativos! El esfuerzo por reconciliar el impulso a la especialización con la necesidad de preservar la unidad del saber puede estimular el crecimiento de la unidad europea y ayudar al continente a redescubrir su "vocación" cultural específica en el mundo de hoy. Sólo una Europa consciente de su propia identidad cultural puede dar una contribución específica a otras culturas, permaneciendo abierta a la contribución de otros pueblos.

Queridos amigos, espero que las universidades se conviertan cada vez más en comunidades comprometidas en la búsqueda incansable de la verdad, en "laboratorios de cultura", donde profesores y alumnos se unan para investigar cuestiones de particular importancia para la sociedad, empleando métodos interdisciplinarios y contando con la colaboración de los teólogos. Esto puede realizarse fácilmente en Europa, dada la presencia de tantas prestigiosas instituciones y facultades de teología católicas. Estoy convencido de que una mayor cooperación y nuevas formas de colaboración entre las diversas comunidades académicas permitirán a las universidades católicas dar testimonio de la fecundidad histórica del encuentro entre fe y razón. El resultado será una contribución concreta a la consecución de los objetivos del Proceso de Bolonia, y un incentivo a desarrollar un apostolado universitario adecuado en las Iglesias locales. Las asociaciones y los movimientos eclesiales ya comprometidos en el apostolado universitario pueden prestar un apoyo eficaz a esos esfuerzos, que se han convertido cada vez más en una preocupación de las Conferencias episcopales europeas (cf. Ecclesia in Europa, 58-59).

Queridos amigos, ojalá que vuestras deliberaciones de estos días resulten fructuosas y ayuden a construir una red activa de profesores universitarios comprometidos a llevar la luz del Evangelio a la cultura contemporánea. Os aseguro a vosotros y a vuestras familias un recuerdo particular en mis oraciones, e invoco sobre vosotros, y sobre las universidades en las que trabajáis, la protección materna de María, Sede de la Sabiduría. A cada uno de vosotros imparto con afecto mi bendición apostólica.


DURANTE SU VISITA A LA BIBLIOTECA APOSTÓLICA VATICANA Y AL ARCHIVO SECRETO VATICANO

Lunes 25 de junio de 2007

163 Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

He aceptado con alegría la invitación que me dirigió el señor cardenal Jean-Louis Tauran, archivero y bibliotecario de la santa Iglesia romana, a visitar la Biblioteca apostólica vaticana y el Archivo secreto vaticano. Ambas instituciones, por el importante servicio que prestan a la Sede apostólica y al mundo de la cultura, merecen una atención particular por parte del Papa.

Por tanto, de buen grado he venido a encontrarme con vosotros y, a la vez que os agradezco la cordial acogida, os dirijo a todos mi saludo cordial. Saludo en primer lugar al señor cardenal Jean-Louis Tauran, agradeciéndole las palabras que me ha dirigido y los sentimientos que ha expresado en vuestro nombre. Con igual afecto saludo al obispo mons. Raffaele Farina, y al prefecto del Archivo secreto vaticano, padre Sergio Pagano, así como a vosotros, aquí presentes, y a todos los que, con funciones diversas, prestan su colaboración en la Biblioteca y en el Archivo.

Queridos amigos, vuestra actividad no es sólo un trabajo, sino, como acabo de decir, un singular servicio que prestáis a la Iglesia y, de modo especial, al Papa.

Por lo demás, ya es sabido que la Biblioteca vaticana, la cual —como anunció el cardenal Tauran— se dispone a llevar a cabo ingentes trabajos de restauración, lleva el nombre de "apostólica", porque es una institución que desde su fundación se considera la "Biblioteca del Papa", la que le pertenece directamente.

También en tiempos recientes el siervo de Dios Juan Pablo II quiso recordar este vínculo que une a la Biblioteca apostólica con el Sucesor de Pedro, vínculo que pone de manifiesto su misión peculiar, ya subrayada por el Papa Sixto IV: "Ad decorem militantis Ecclesiae et fidei augmentum", "Para decoro de la Iglesia militante y para la difusión de la fe". Algo análogo dijo otro de mis predecesores, el Papa Nicolás V, indicando su finalidad con las palabras: "Pro communi doctorum virorum commodo", "Para la utilidad y el interés común de los hombres de ciencia".

A lo largo de los siglos, la Biblioteca vaticana ha asimilado y afinado esta misión con una caracterización inconfundible, hasta llegar a ser hoy una casa acogedora de ciencia, de cultura y de humanidad, que abre sus puertas a estudiosos procedentes de todas las partes del mundo, sin distinción de origen, religión y cultura.

Vosotros, queridos amigos que trabajáis aquí todos los días, tenéis la misión de custodiar la síntesis entre cultura y fe que transpira de los valiosos documentos y de los tesoros que conserváis, de las paredes que os rodean, de los Museos que tenéis muy cerca y de la espléndida basílica que aparece luminosa en vuestras ventanas.

También conozco muy bien el trabajo que se realiza a diario, con empeño humilde y casi oculto, en el Archivo secreto, meta de numerosos investigadores procedentes del mundo entero: en los manuscritos, menos solemnes que los ricos códices de la Biblioteca apostólica, pero no menos importantes por su interés histórico, los investigadores buscan las raíces de muchas instituciones eclesiásticas y civiles, estudian la historia de los tiempos lejanos y de los más recientes, pueden esbozar los perfiles de figuras ilustres de la Iglesia y de las civilizaciones, y dar a conocer mejor la obra multiforme de los Romanos Pontífices y de numerosos Pastores.

164 El Archivo vaticano, abierto a la consulta de los estudiosos por la sabia clarividencia de León XIII en el año 1881, ha sido punto de referencia de enteras generaciones de historiadores, más aún, de las mismas naciones europeas, que, para favorecer las investigaciones en un scrinium tan antiguo y rico de la Iglesia de Roma, han fundado en la ciudad eterna instituciones culturales específicas.

Hoy no sólo se acude al Archivo secreto para investigaciones eruditas, ciertamente útiles y dignísimas, sobre períodos lejanos de los nuestros, sino también para intereses que atañen a épocas y tiempos cercanos a los nuestros, incluso muy recientes. Lo demuestran los primeros frutos que ha producido hasta hoy la reciente apertura del pontificado de Pío XI a los estudiosos, que decidí en junio de 2006. A veces, las investigaciones, los estudios y las publicaciones, además de despertar un interés principalmente histórico, pueden suscitar también algunas polémicas.

A este respecto, no puedo por menos de alabar la actitud de servicio desinteresado y ecuánime que ha prestado el Archivo secreto vaticano, manteniéndose alejado de estériles y a menudo también débiles visiones históricas partidistas y ofreciendo a los investigadores, sin barreras o prejuicios, el material documental que posee, ordenado con seriedad y competencia.

Desde muchas partes llegan al Archivo secreto, al igual que a la Biblioteca apostólica, muestras de aprecio y de estima de parte de instituciones culturales y de estudiosos particulares de diversas naciones. Esto me parece el mejor reconocimiento al que pueden aspirar las dos instituciones. Y quisiera asegurar a ambas, a sus superiores y a todo el personal, en los diversos grados de sus plantillas, mi gratitud y mi cercanía.

Confieso que, cuando cumplí setenta años, deseaba ardientemente que el amado Juan Pablo II me concediera poder dedicarme al estudio y a la investigación de interesantes documentos y hallazgos que vosotros custodiáis con esmero, auténticas obras de arte que nos ayudan a repasar la historia de la humanidad y del cristianismo.

En sus designios providenciales, el Señor ha establecido otros programas para mí y por eso hoy no me encuentro en medio de vosotros como apasionado estudioso de textos antiguos, sino como Pastor llamado a animar a todos los fieles a cooperar en la salvación del mundo, cumpliendo cada uno la voluntad de Dios donde él nos pone a trabajar.

Para vosotros, queridos amigos, se trata de realizar vuestra vocación cristiana en contacto con valiosos testimonios de cultura, ciencia y espiritualidad, dedicando vuestras jornadas, y en definitiva buena parte de vuestra vida, al estudio, a las publicaciones, a servir al público y en particular a los organismos de la Curia romana. Para esta múltiple actividad os servís de las técnicas más avanzadas en la informática, en la catalogación, en la restauración, en la fotografía y, en general, en todo lo que atañe a la conservación y al aprovechamiento del riquísimo patrimonio que custodiáis.

A la vez que os alabo por vuestro compromiso, os exhorto a que consideréis siempre vuestro trabajo como una verdadera misión que debéis cumplir con pasión y paciencia, amabilidad y espíritu de fe. Esforzaos por ofrecer siempre una imagen acogedora de la Sede apostólica, conscientes de que el mensaje evangélico pasa también por vuestro coherente testimonio cristiano.
Ahora, al concluir este encuentro, me complace anunciar el nombramiento del señor cardenal Jean-Louis Tauran como presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso. En su lugar, como archivero y bibliotecario de la santa Iglesia romana, he nombrado a mons. Raffaele Farina, elevándolo al mismo tiempo a la dignidad de arzobispo. Para desempeñar el cargo de prefecto de la Biblioteca apostólica vaticana he llamado a mons. Cesare Pasini, hasta ahora vice-prefecto de la venerable Biblioteca Ambrosiana. A cada uno de ellos le deseo ya desde ahora un fecundo cumplimiento de sus nuevas misiones.

Os doy una vez más las gracias a todos por el valioso servicio que prestáis en la Biblioteca apostólica y en el Archivo vaticano, y, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración, con especial afecto imparto de corazón a cada uno mi bendición, que de buen grado extiendo a sus respectivas familias y a sus seres queridos.




Discursos 2007 156