Discursos 2007 164

A LA DELEGACIÓN ENVIADA POR EL PATRIARCA ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA BARTOLOMÉ I

Viernes 29 de junio de 2007



165 Queridos hermanos en Cristo:

Con gran alegría y sincera estima os acojo y os saludo con las palabras que san Pablo dirige a los cristianos de Éfeso: "Paz a los hermanos, y caridad con fe de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (
Ep 6,23). Es un saludo de paz, de caridad y de fe. Bienvenidos entre nosotros, queridos hermanos, para la fiesta de los patronos de nuestra ciudad, san Pedro y san Pablo. Con su martirio, testimoniaron su fe en Cristo Salvador y su amor a Dios Padre. Con vuestra apreciada presencia y por el significado que reviste, nuestra fiesta es más gozosa, porque es hermoso glorificar juntos a Dios, que nos colma con su gracia.

Sigue profundamente grabado en mi mente y en mi corazón el recuerdo de la cordial acogida que me dispensaron en El Fanar para la fiesta de San Andrés, durante mi visita apostólica a Turquía, en noviembre del año pasado, y aún más el del inolvidable encuentro con Su Santidad el Patriarca Bartolomé I, con el Santo Sínodo y con los fieles. Por todo estoy aún profundamente conmovido y agradecido. El abrazo de paz que nos dimos durante la divina liturgia es un sello y un compromiso para nuestra vida de pastores en la Iglesia, ya que todos estamos persuadidos de que el amor recíproco es condición previa para llegar a la unidad plena en la fe y en la vida eclesial, a la que nos encaminamos con confianza.

En verdad, nuestras iniciativas comunes tienden a intensificar los sentimientos y las relaciones de caridad entre nuestras Iglesias y entre los fieles, a fin de superar los prejuicios y las incomprensiones que derivan de siglos de separación, para afrontar, en la verdad pero con espíritu fraterno, las dificultades que aún nos impiden acercarnos a la misma mesa eucarística.

A este propósito, la oración desempeña un papel indispensable, porque sólo el Señor puede orientar y guiar nuestros pasos, al ser la unidad ante todo don de Dios que se debe pedir con una invocación coral y acoger con humilde docilidad, conscientes de los sacrificios que implica el camino de acercamiento a la unidad.

La imposibilidad actual de poder concelebrar la única Eucaristía del Señor es un signo de que aún no existe una comunión plena: es una situación que, con decisión y lealtad, queremos superar. Por eso, nos alegra que el diálogo teológico se haya reanudado con espíritu y vigor renovados. En el próximo otoño la Comisión mixta internacional competente se reunirá para continuar el estudio sobre una cuestión central y determinante: las consecuencias eclesiológicas y canónicas de la estructura sacramental de la Iglesia, en particular la colegialidad y la autoridad en la Iglesia. Todos queremos acompañar los trabajos con una oración perseverante. Que el Señor ilumine a los miembros católicos y ortodoxos para que, sobre la base de la sagrada Escritura y de la tradición de la Iglesia, encuentren propuestas de solución que permitan dar pasos significativos hacia la comunión plena. Me alegra saber que el Patriarcado ecuménico y el mismo Patriarca Bartolomé I siguen con análogos sentimientos la actividad de esta Comisión.

La búsqueda de la unidad plena no puede limitarse a las relaciones fraternas entre los pastores y al trabajo, ciertamente arduo, de la Comisión mixta para el diálogo teológico; la experiencia de la historia y la situación actual nos enseñan que es necesaria la implicación, bajo diferentes formas, de todo el cuerpo de nuestras Iglesias. En este itinerario espiritual desempeñan un papel privilegiado las Facultades teológicas y los Institutos de investigación y de enseñanza.

El decreto del concilio Vaticano II sobre el ecumenismo ya lo había indicado cuando, con claridad, subrayó que "es necesario que se enseñen también bajo un punto de vista ecuménico las materias de la sagrada teología y de las demás asignaturas, especialmente las históricas, para que respondan con mayor exactitud a la realidad". Y ese documento conciliar sacaba esta conclusión: "Es de gran importancia, pues, que los futuros sacerdotes y pastores dominen la teología elaborada según este criterio con exactitud" (Unitatis redintegratio UR 10).

Desde esta perspectiva, ¡cuán importantes son los contactos personales y culturales entre los jóvenes estudiantes! Su intercambio a nivel de especialización post-universitaria constituye un campo fecundo, como lo demuestran las experiencias realizadas por el Comité católico de colaboración cultural. Además, se debe favorecer la formación catequística de las nuevas generaciones, para que tengan plena conciencia de su identidad eclesial y de los vínculos de comunión existentes con los demás hermanos en Cristo, sin olvidar los problemas y los obstáculos que todavía impiden la comunión plena entre nosotros.

Queridos hermanos en Cristo, vuestra presencia entre nosotros para la fiesta de san Pedro y san Pablo testimonia el deseo de esta búsqueda común, un deseo que también han puesto de relieve otros encuentros y manifestaciones promovidos por católicos y ortodoxos a nivel local. Además, vuestra visita coincide este año con el anuncio que acabo de hacer de una significativa iniciativa de la Iglesia católica, el Año paulino, es decir, un año jubilar dedicado al recuerdo de san Pablo en el bimilenario de su nacimiento.

Estoy seguro de que también esta iniciativa constituirá una ocasión muy oportuna para promover momentos de oración, encuentros de estudio y gestos de fraternidad entre católicos y ortodoxos. Que san Pablo, gran evangelizador e incansable constructor de unidad, nos ayude a ser dóciles a la voz del Espíritu y nos obtenga el celo misionero que inflamó toda su existencia.

166 Con estos sentimientos, os agradezco una vez más a cada uno vuestra visita y, renovando la expresión de mi afecto y mi estima a Su Santidad Bartolomé I, deseo que juntos intensifiquemos todos nuestros esfuerzos en el camino hacia la comunión plena. Con este fin invoco sobre nuestras Iglesias la abundancia de las bendiciones de nuestro Señor Jesucristo.



A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE PUERTO RICO EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 30 de junio de 2007



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Con sumo gusto os recibo, Pastores de la Iglesia de Dios que peregrina en Puerto Rico, venidos a Roma para la visita ad Limina y para fortalecer los profundos vínculos que os unen con esta Sede Apostólica. A través de cada uno de vosotros envío mi cordial saludo y expreso mi afecto y estima a los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles laicos de las respectivas Iglesias particulares.

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido, en nombre de todos, Mons. Roberto Octavio González Nieves, Arzobispo de San Juan de Puerto Rico y Presidente de la Conferencia Episcopal, exponiendo las inquietudes y esperanzas de vuestro ministerio pastoral, orientado a guiar al Pueblo de Dios por el camino de la salvación y proclamando con vigor la fe católica para una mejor formación de los fieles.

2. Las relaciones quinquenales ponen de manifiesto la preocupación por los retos y dificultades que se han de afrontar en estos momentos de la Historia. En efecto, en los últimos años muchas cosas han cambiado en el ámbito social, económico y también religioso, dando paso a veces a la indiferencia religiosa y a un cierto relativismo moral, que influyen en la práctica cristiana y que, indirectamente, afecta también a las estructuras de la misma sociedad. Esta situación religiosa os interpela como Pastores y requiere que permanezcáis unidos para hacer más palpable la presencia del Señor entre los hombres a través de iniciativas pastorales conjuntas y que respondan mejor a las nuevas realidades.

Es fundamental preservar y acrecentar el don de la unidad que Jesús pedía al Padre para sus discípulos (cf. Jn 17,11). En la propia diócesis estáis llamados a vivir y dar testimonio de la unidad querida por Cristo para su Iglesia. Por otra parte, las eventuales diferencias de costumbres y tradiciones locales, lejos de amenazar esta unidad, contribuyen a enriquecerla desde la fe común. Y vosotros, como sucesores de los Apóstoles, tenéis que esforzaros en «mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ep 4,3). Por eso quiero recordar que todos, especialmente los Obispos y sacerdotes, estáis llamados a una misión irrenunciable y que os compromete profundamente: hacer que la Iglesia sea un lugar donde se enseñe y se viva el misterio del amor divino, que sólo será posible a partir de una auténtica espiritualidad de comunión, que tiene su expresión visible en la mutua colaboración y en la vida fraterna.

3. Un sector que reclama primordialmente vuestra atención pastoral son los sacerdotes. Ellos están en la primera línea de la evangelización y necesitan de manera especial vuestro cuidado y cercanía personal. Vuestra relación con ellos no ha de ser sólo institucional, sino que, como verdaderos hijos, amigos y hermanos vuestros, debe estar animada sobre todo por la caridad (cf. 1P 4,8), como expresión de la paternidad episcopal, que se ha de manifestar de modo especial con los sacerdotes enfermos o de edad avanzada, así como con los que se encuentren en circunstancias difíciles.

Los sacerdotes, por su parte, deben recordar que, ante todo, son hombres de Dios y, por eso, han de cuidar su vida espiritual y su formación permanente. Toda su labor ministerial "debe comenzar efectivamente con la oración", como dice san Alberto Magno (Comentario de la teología mística, 15). Todo sacerdote encontrará en este encuentro con Dios la fuerza para vivir con mayor entrega y dedicación su ministerio, dando ejemplo de disponibilidad y desprendimiento de las cosas superfluas.

4. Pensando en los futuros candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, hay que resaltar la importancia de orar sin cesar al Dueño de la mies (cf. Mt 9,38) para que conceda a la Iglesia en Puerto Rico numerosas y santas vocaciones, especialmente en la situación actual en la que los jóvenes encuentran frecuentemente dificultades para seguir el llamado del Señor a la vida sacerdotal o consagrada. Por eso, se ha de incrementar una pastoral vocacional específica, que mueva a los responsables de la pastoral juvenil a ser mediadores audaces del llamado del Señor. Sobre todo, no hay que tener miedo a proponerlo a los jóvenes, acompañándolos después asiduamente, en el ámbito humano y espiritual, para que vayan discerniendo su opción vocacional.

Respecto a la formación de los candidatos al sacerdocio, el Obispo ha de poner suma atención en elegir a los educadores más idóneos y mejor preparados para esta misión. Teniendo en cuenta las circunstancias concretas y el número de vocaciones en Puerto Rico, se podría tomar en consideración la confluencia de esfuerzos y recursos, de común acuerdo y con espíritu de unidad en la planificación pastoral, con el fin de obtener resultados mejores y más satisfactorios. Esto permitiría una mejor selección de los formadores y profesores que ayuden a cada seminarista a crecer con «una personalidad madura y equilibrada, [...] con honda vida espiritual y amante de la Iglesia» (Pastores gregis ). En esta delicada labor, todos los sacerdotes deben sentirse corresponsables, promoviendo nuevas vocaciones, sobre todo con el propio ejemplo y sin dejar de acompañar a aquéllos que han surgido de la propia comunidad parroquial o de algún movimiento.

167 5. En el ámbito social se va difundiendo una mentalidad inspirada en un laicismo que, de forma más o menos consciente, lleva gradualmente al desprecio o a la ignorancia de lo sacro, relegando la fe a la esfera de lo meramente privado. En este sentido, un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con esa ideología, que a veces se presenta como la única voz de la racionalidad.

Un reto permanente para vosotros es también la familia, que se ve asediada por tantas insidias del mundo moderno, como son el materialismo imperante, la búsqueda del placer inmediato, la falta de estabilidad y de fidelidad en la pareja, influenciada continuamente por los medios de comunicación. Cuando el matrimonio no se ha construido sobre la roca firme del amor verdadero y de la mutua entrega, es arrastrado fácilmente por la corriente divorcista, soslayando además el valor de la vida, sobre todo la de los no nacidos. Este panorama muestra la necesidad de intensificar, como ya lo estáis haciendo, una pastoral familiar incisiva, que ayude a los esposos cristianos a asumir los valores fundamentales del Sacramento recibido. En este sentido, fieles a las enseñanzas de Cristo, a través de vuestro magisterio proclamáis la verdad de la familia como Iglesia doméstica y santuario de la vida, ante ciertas tendencias que, en la sociedad actual, tratan de eclipsar o confundir el valor único e insustituible del matrimonio entre hombre y mujer.

6. El mencionado indiferentismo religioso y la tentación de un fácil permisivismo moral, así como la ignorancia de la tradición cristiana con su rico patrimonio espiritual, influyen en gran manera sobre las nuevas generaciones. La juventud tiene derecho, desde el inicio de su proceso formativo, a ser educada en la fe y en las sanas costumbres. Por eso la educación integral de los más jóvenes no puede prescindir de la enseñanza religiosa también en la escuela. Una sólida formación religiosa será, pues, una protección eficaz ante el avance de las sectas o de otros grupos religiosos de amplia difusión actual.

7. Los fieles católicos, que están llamados a ocuparse de las realidades temporales para ordenarlas según la voluntad divina, han de ser testigos valientes de su fe en los diferentes ámbitos de la vida pública. Su participación en la vida eclesial es, además, fundamental y, en ocasiones, sin su colaboración vuestro apostolado de Pastores no llegaría a «todos los hombres de todos los tiempos y lugares» (Lumen gentium
LG 33).

A este respecto, quiero recordar unas significativas palabras de mi predecesor Juan Pablo II en su viaje pastoral a Puerto Rico: «Cuando en el ejercicio de vuestro ministerio encontréis cuestiones que tocan opciones concretas de carácter político, no dejéis de proclamar los principios morales que rigen todo campo de la actividad humana. Pero dejad a los laicos bien formados en su conciencia moral, la ordenación según el plan de Dios de las cosas temporales. Vosotros habéis de ser creadores de comunión y fraternidad, nunca de división en nombre de opciones que el pueblo fiel puede elegir legítimamente en sus diversas expresiones» (n. 3, 12-10-1984).

8. Algunos sectores de vuestra sociedad viven en la abundancia mientras otros sufren graves carencias, que no pocas veces rayan en la pobreza. En este sentido, es bien conocida la generosidad de los puertorriqueños, que responden de forma solidaria a los llamados de ayuda ante ciertas tragedias en el mundo. A este respecto, es de esperar que esta misma generosidad, coordinada por los servicios de Cáritas de Puerto Rico, se incremente también en aquellas circunstancias en las que grupos, personas o familias del lugar necesiten una verdadera asistencia.

9. Queridos Hermanos: la evangelización y la práctica de la fe en Puerto Rico han estado siempre unidas al amor filial a la Virgen María. Esto lo ponen de manifiesto los templos, santuarios y monumentos, así como las prácticas de piedad y fiestas populares en honor de la Madre de Dios. A Ella encomiendo vuestras intenciones y trabajos pastorales. Bajo su maternal protección pongo a todos los sacerdotes, comunidades religiosas, así como a las familias, a los jóvenes, a los enfermos y especialmente a los más necesitados. Llevadles a todos el saludo y el gran afecto del Papa, junto con la Bendición Apostólica.



A LOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS

Sala Pablo VI

Sábado 30 de junio de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros a todos vosotros, familiares y amigos de los arzobispos metropolitanos a los que tuve la alegría de imponer el palio ayer en la basílica vaticana, durante una solemne celebración en la que recordamos a los apóstoles san Pedro y san Pablo. Nuestro encuentro quiere ser, en cierto modo, la prolongación del intenso clima de comunión eclesial que vivimos ayer. En efecto, la diversa procedencia de los arzobispos metropolitanos expresa bien la universalidad de la Iglesia, cuyos miembros, en todas las partes de la tierra, anuncian el Evangelio en distintas lenguas y profesan la única fe de los Apóstoles, que nunca ha cambiado. Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, venerados y estimados hermanos metropolitanos, y juntamente con vosotros saludo a los fieles que os han acompañado en vuestra peregrinación a la tumba de los Apóstoles. Envío, además, un saludo afectuoso también a vuestras comunidades diocesanas de procedencia.

168 Dirijo mi saludo, en primer lugar, a vosotros, queridos pastores de la Iglesia que está en Italia. Lo saludo a usted, monseñor Angelo Bagnasco, al que he llamado a suceder al cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado, como arzobispo de Génova, y a presidir la Conferencia episcopal italiana. Lo saludo a usted, monseñor Calogero La Piana, arzobispo de Mesina-Lípari-Santa Lucía del Mela; y a usted, monseñor Paolo Romeo, arzobispo de Palermo. Jesús, el buen Pastor, os ayude, en vuestro ministerio episcopal, a edificar en la caridad las comunidades diocesanas encomendadas a vuestra solicitud pastoral, ayudándolas a ser siempre Iglesias vivas, llenas del dinamismo de la fe y de espíritu misionero.

Con alegría saludo a los peregrinos venidos de Francia, África y Canadá para acompañar a los nuevos arzobispos metropolitanos, a los que me alegra haber impuesto el palio, signo de una gran comunión con la Sede apostólica. Saludo en particular a monseñor Robert Le Gall, arzobispo de Toulouse (Francia); a monseñor Barthélémy Djabla, arzobispo de Gagnoa (Costa de Marfil); a monseñor Paul-Siméon Ahouanan Djro, arzobispo de Bouaké (Costa de Marfil); a monseñor Evariste Ngoyagoye, arzobispo de Bujumbura (Burundi); a monseñor Gerard Pettipas, arzobispo de Grouard-McLennan (Canadá); y a monseñor Pierre d'Ornellas, arzobispo de Rennes (Francia).
Transmitid mi saludo a los pastores y a todos los fieles de vuestros países, asegurándoles la oración del Papa. Que las cruces que los arzobispos metropolitanos llevan en su palio recuerden a los miembros de las diferentes comunidades cristianas que deben testimoniar, con la palabra y con toda su vida, a Cristo resucitado, con una fidelidad cada vez mayor a la Iglesia, convirtiendo a todos los católicos en misioneros del Evangelio en los lugares donde viven.

Dirijo un cordial saludo a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa, a los que impuse el palio ayer: mons. Dominic Lumon, arzobispo de Imphal (India); mons. Douglas Young, arzobispo de Mount Hagen (Papúa Nueva Guinea); mons. Cyprian Kizito Lwanga, arzobispo de Kampala (Uganda); mons. Oswald Gracias, arzobispo de Bombay (India); mons. Romulo Geolina Valles, arzobispo de Zamboanga (Filipinas); mons. Filipe Neri António Sebastião do Rosário Ferrão, arzobispo de Goa y Damão (India); mons. Paul R. Ruzoka, arzobispo de Tabora (Tanzania); mons. Thomas Christopher Collins, arzobispo de Toronto (Canadá); mons. Albert D'Souza, arzobispo de Agra (India); mons. Richard William Smith, arzobispo de Edmonton (Canadá); mons. Terrence Thomas Prendergast, arzobispo de Ottawa (Canadá); mons. Brendan Michael O'Brien, arzobispo de Kingston (Canadá); mons. Buti Joseph Tlhagale, arzobispo de Johannesburgo (Sudáfrica); mons. Joseph Edward Kurtz, arzobispo de Louisville (Estados Unidos); y mons. Leo Cornelio, arzobispo de Bhopal (India). También saludo a los miembros de sus familias, a sus parientes y amigos, y a los fieles de sus respectivas archidiócesis, que han venido para acompañarlos en Roma en esta feliz ocasión.

Los arzobispos llevan el palio como un signo externo de su comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro en el gobierno del pueblo de Dios. El palio representa también la carga del oficio episcopal, recordando el deber de los fieles de apoyar a los pastores de la Iglesia con sus oraciones y de cooperar generosamente en la transmisión del Evangelio y en el crecimiento de la Iglesia de Cristo en la verdad, la unidad y la santidad. Queridos amigos, que vuestra peregrinación a las tumbas de san Pedro y san Pablo os confirme en la fe católica que viene de los Apóstoles. A todos os imparto afectuosamente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

Saludo con afecto a los arzobispos de lengua española y a quienes los han acompañado en la solemne ceremonia de la imposición del palio. Me refiero a los arzobispos José Antonio Eguren Anselmi, de Piura; Javier Augusto del Río Alba, de Arequipa; Rafael Romo Muñoz, de Tijuana; José Guadalupe Martín Rábago, de León; Pedro Aranda Díaz-Muñoz, de Tulancingo; Rogelio Cabrera López, de Tuxtla Gutiérrez; Ricardo Ezzati Andrello, de Concepción; Orlando Antonio Corrales García, de Santa Fe de Antioquia; Dionisio Guillermo García Ibáñez, de Santiago de Cuba; Reinaldo Del Prette Lissot, de Valencia en Venezuela; Hipólito Reyes Larios, de Jalapa y Óscar Julio Vian Morales, de Los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán.

Estos nuevos pastores metropolitanos, al recibir esta insignia pontifical, sienten el deber de fomentar estrechos vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y entre sus diócesis sufragáneas, para que resplandezca la figura de Cristo. A los fieles y amigos que los acompañáis os ruego que sigáis cercanos a ellos con la oración y con una colaboración generosa y leal, para que en su misión cumplan siempre la voluntad de Dios. Pido a la Virgen María, tan querida y venerada en Latinoamérica, que siga protegiendo el ministerio pastoral de estos arzobispos y derrame su amor materno sobre los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles de sus arquidiócesis. A todos mi cordial saludo, junto con mi bendición apostólica.

La Iglesia en Brasil se alegra hoy porque las sedes arzobispales y los arzobispos de Maceió, mons. Antônio Muniz Fernandes; de Montes Claros, mons. José Alberto Moura; de São Paulo, mons. Odilo Pedro Scherer; de Diamantina, monseñor João Bosco Oliver de Faria; y de Mariana, monseñor Geraldo Lyrio Rocha, están de fiesta en esta ocasión de la solemne imposición del palio. Por eso, quiero saludar con afecto a vuestras Iglesias particulares y a los sacerdotes, religiosos y familiares que os acompañan, deseando que esta significativa celebración ayude a reforzar la unidad y la comunión con la Sede apostólica, estimulándoos a una generosa dedicación pastoral para el crecimiento de la Iglesia y la salvación de las almas.

Saludo cordialmente a todos los polacos aquí presentes. Saludo a los nuevos arzobispos metropolitanos de Varsovia y Bialystok: Kazimierz Nycz y Edward Ozorowski, que ayer recibieron el palio. Saludo a sus seres queridos y a todos los fieles de sus sedes metropolitanas. El palio es signo de comunión de los pastores con el Obispo de Roma y con todo el Colegio de los obispos. Que esta comunión reine también en vuestras comunidades locales. Rezad por vuestros pastores y por su servicio.

Saludo con afecto a monseñor Csaba Ternyák, que, después de diez años de servicio directo a la Santa Sede, ha sido llamado a ser pastor de la ilustre archidiócesis de Eger, en Hungría. El palio es signo del vínculo particular que todo arzobispo metropolitano mantiene con el Sucesor de Pedro. Al nuevo metropolitano, y a todas las personas que lo acompañan, imparto de corazón mi bendición. Alabado sea Jesucristo.

Queridos hermanos y hermanas, la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, con sus sugestivas celebraciones, nos ayuda a profundizar nuestra comunión eclesial. Pidamos al Señor que los pastores estemos cada vez más firmemente unidos entre nosotros y con los sacerdotes, los religiosos y todo el pueblo cristiano. Que nos haga un solo corazón y una sola alma (cf.
Ac 4,32). Que nos obtengan este don la Madre celestial de Dios y los apóstoles san Pedro y san Pablo. A su protección os encomiendo a vosotros, a los fieles que os acompañan y a vuestras comunidades diocesanas. Con estos sentimientos, os imparto de corazón mi bendición.


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Julio de 2007


A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO DOMINICANO EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Jueves 5 de julio de 2007



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. En este encuentro colectivo de vuestra visita ad limina Apostolorum siento el gozo de compartir la misma fe en Jesucristo, que acompaña nuestro caminar y que está vivo y presente en las comunidades confiadas a vuestro cuidado pastoral. Dirijo mi afectuoso saludo a vosotros y también a las Iglesias diocesanas que presidís con tanta dedicación y generosidad.

Agradezco a Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio, Arzobispo de Santiago de los Caballeros y Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Al mismo tiempo, me siento muy unido a vuestras preocupaciones y anhelos, rogando a Dios que esta visita a Roma sea fuente de bendiciones para todos los sacerdotes, comunidades religiosas y agentes pastorales que colaboran con vosotros en medio del querido pueblo dominicano, siendo conscientes de los retos del mundo globalizado que influyen en el tiempo actual.

2. En las relaciones quinquenales he podido constatar que vuestra Iglesia es una comunidad viva, dinámica, participativa y evangelizadora. Ella se siente interpelada por el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) y se esfuerza para que este anuncio llegue a todos los hombres. Para alcanzar esta meta el mensaje debe ser claro y preciso a fin de que la palabra de vida proclamada se convierta en una adhesión personal a Jesús, nuestro Salvador. Por eso, “urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida” (Veritatis splendor VS 88).

3. El objetivo primordial de vuestro ministerio pastoral ha de ser que la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el hombre penetren más profundamente aún en los diversos estratos de la sociedad dominicana, pues “no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncia el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios” (Evangelii nuntiandi EN 22).

Esta labor, no exenta de dificultades, se desarrolla en medio de un pueblo de espíritu abierto y sensible a la Buena Nueva. Es cierto que en vuestro país se dejan sentir también los síntomas de un proceso de secularización en el que para muchos Dios ya no representa el origen y la meta, ni el sentido último de la vida. Pero, en el fondo, como sabéis muy bien, este pueblo tiene un alma profundamente cristiana. Prueba de ello son las comunidades eclesiales vivas y operantes, donde tantas personas, familias y grupos se esfuerzan por vivir y dar testimonio de su fe.

4. La nueva evangelización tiene también como un objetivo primordial la familia. Ella es la verdadera “Iglesia doméstica”, sobre todo cuando es fruto de las comunidades cristianas vivas de las que surgen jóvenes con verdadera vocación al sacramento del matrimonio. Las familias no están solas ante los grandes desafíos que deben afrontar; la comunidad eclesial les da apoyo, las anima en la fe y salvaguarda su perseverancia en un proyecto cristiano de vida sujeto con frecuencia a tantos avatares y peligros. La Iglesia promueve que la familia sea de verdad el ámbito donde la persona nace, crece y se educa para la vida, y donde los padres, amando con ternura a sus hijos, los van preparando para unas sanas relaciones interpersonales que encarnen los valores morales y humanos en medio de una sociedad tan marcada por el hedonismo o la indiferencia religiosa.

Al mismo tiempo, las Comunidades eclesiales, en colaboración con las instancias públicas, velarán por salvaguardar la estabilidad de la familia y favorecer su progreso espiritual y material, lo cual redundará en una mejor formación de los hijos. Por ello, es de desear que las Autoridades de vuestro amado País colaboren cada vez más en esta irrenunciable tarea de trabajar en favor de las familias. Así lo ponía de relieve mi Predecesor en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1994: “La familia tiene derecho a todo el apoyo del Estado para realizar plenamente su peculiar misión” (n. 5). Pero tampoco ignoro las dificultades que la institución familiar encuentra en vuestra Nación, especialmente con el drama del divorcio y las presiones para legalizar el aborto, así como por la extensión de uniones no acordes con el designio del Creador sobre el matrimonio.

5. Sé que cuidáis de modo especial las vocaciones sacerdotales para poder atender todas las necesidades diocesanas. En efecto, la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas ha de ser una prioridad de los Obispos y un compromiso de todo el pueblo fiel. Por lo cual, pido fervientemente al Dueño de la mies que sigan acudiendo a vuestros seminarios —que han de ser como el corazón de la diócesis (cf. Optatam totius OT 5)— numerosos candidatos al sacerdocio para servir un día a sus hermanos como “ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1Co 4,1). Además de una formación integral, se requiere un profundo discernimiento sobre la idoneidad humana y cristiana de los seminaristas, para asegurar del mejor modo posible el digno desempeño de su futuro ministerio.

170 Teniendo en cuenta que “la fisonomía del presbiterio es [...] la de una verdadera familia” (Pastores dabo vobis PDV 74), es de desear que los lazos de caridad entre el Obispo y sus sacerdotes sean muy fuertes y cordiales. Si los jóvenes ven que los presbíteros viven una verdadera espiritualidad de comunión en torno a su Obispo, dando testimonio de unión y caridad entre sí, de generosidad evangélica y disponibilidad misionera, sentirán mayor atracción por la vocación sacerdotal. Es de suma importancia que el Obispo preste singular atención a sus principales colaboradores, los sacerdotes (cf. Presbyterorum Ordinis PO 8), siendo ecuánime en el trato con ellos, cercano a sus necesidades personales y pastorales, paternal en sus dificultades y animador constante de su actividades y desvelos, que en el contexto de la nueva evangelización les empuja a ir en busca de quienes se han alejado.

6. El lema de este año, del Tercer Plan de Pastoral, “Discípulo del Señor, acoge al cercano y busca al lejano”, tiene una amplia proyección en el complejo campo de la migración que implica a tantas familias. Dedicáis muchos esfuerzos para atender a los grupos de dominicanos en el extranjero, pero también os invito de todo corazón a acompañar con gran caridad, como ya lo estáis haciendo, a los inmigrantes haitianos que han dejado su País buscando mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Me complace constatar que ya habéis tenido contactos con los hermanos Obispos de Haití para tratar de aliviar la situación de pobreza, e incluso de miseria, que ofende la dignidad de tantas personas de esa Nación hermana.

7. En vuestro ministerio episcopal muchos de estos retos pastorales están estrechamente relacionados con la evangelización de la cultura, la cual ha de promover los valores humanos y evangélicos en toda su integridad. El ámbito de la cultura es uno de los “areópagos modernos”, en los que ha de hacerse presente el Evangelio con toda su fuerza (cf. Redemptoris missio RMi 37). En esta tarea no puede prescindirse de los medios de comunicación social: radio, producciones televisivas, videos y redes informáticas pueden ser de gran utilidad para una amplia difusión del Evangelio.

8. Éste es un cometido que atañe especialmente a los laicos, ya que es propio de su misión “la instauración del orden temporal, y que actúen en él de una manera directa y concreta, guiados por la luz del Evangelio y el pensamiento de la Iglesia, y movidos por el amor cristiano” (Apostolicam actuositatem AA 7). Por eso, es necesario proporcionarles una formación religiosa adecuada, que les capacite para afrontar los numerosos retos de la sociedad actual. A ellos corresponde promover los valores humanos y cristianos que iluminen la realidad política, económica y cultural del País, con el fin de instaurar un orden social más justo y equitativo, según la Doctrina Social de la Iglesia. Al mismo tiempo, en coherencia con las normas éticas y morales, han de dar ejemplo de honestidad y transparencia en la gestión de sus actividades públicas, frente a la solapada y difundida lacra de la corrupción, que a veces alcanza incluso las áreas del poder político y económico, además de otros ámbitos públicos y sociales.

Los laicos han de ser fermento en medio de la sociedad, actuando en la vida pública para iluminar con los valores del Evangelio los diversos ámbitos donde se fragua la identidad de un pueblo. Desde sus actividades diarias, han de “testificar cómo la fe cristiana... constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad” (Christifideles laici CL 34). Su condición de ciudadanos y seguidores de Cristo no ha de inducirlos a llevar como “dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida espiritual, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida secular, es decir, la vida de la familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura” (ibíd., CL 59). Al contrario, han de esforzarse para que la coherencia entre su vida y su fe sea un elocuente testimonio de la verdad del mensaje cristiano.

9. Junto con vosotros, quiero confiar todas estas propuestas y anhelos a la Virgen de la Altagracia, advocación con la que honráis a vuestra Madre y Protectora de la Nación, para que siga acompañando vuestra labor pastoral. A Ella os encomiendo con plena esperanza, a la vez que os imparto la Bendición Apostólica, que extiendo de corazón a vuestras Iglesias particulares, a sus sacerdotes, comunidades religiosas y personas consagradas, así como a los fieles católicos de la República Dominicana.



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