Discursos 2007 191


AL FINAL DEL CONCIERTO CON MOTIVO DEL MILENARIO DE LA DIÓCESIS DE BAMBERG

Patio del palacio pontificio de Castelgandolfo

Martes 4 de septiembre de 2007



Reverendísimo y querido arzobispo Schick;
honorable señor ministro Goppel;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señoras y señores:

Quizá os haya sucedido a vosotros lo mismo que a mí: los sonidos maravillosos de las dos sinfonías me han hecho olvidar la cotidianidad y me han transportado al mundo de la música que, como ha mencionado al inicio usted, señor ministro, para Beethoven significaba "una revelación más alta que cualquier sabiduría y filosofía". La música, de hecho, tiene la capacidad de remitir, más allá de sí misma, al Creador de toda armonía, suscitando en nosotros resonancias que nos ayudan a sintonizar con la belleza y la verdad de Dios, es decir, con la realidad que ninguna sabiduría humana y ninguna filosofía podrán expresar jamás.

Esto es lo que quería significar también Schubert, cuando decía de un minueto de Mozart: "Parece que los ángeles participan con su canto". Y esto es lo que yo, como quizá también muchos de vosotros, he podido experimentar esta tarde. Agradezco de corazón esta experiencia a los miembros de la orquesta sinfónica de Bamberg, con su director, Jonathan Nott. Con la vasta gama de matices de timbres y la gran fuerza expresiva en la interpretación de estas dos obras maestras de la música habéis confirmado de nuevo la excelente fama de vuestra orquesta. Quiera Dios que también en el futuro vuestras actuaciones sean para muchos una especie de revelación.

192 Mi agradecimiento, naturalmente, va también a quienes han organizado esta velada festiva: a usted, querido arzobispo, y a usted, honorable señor ministro, así como a todos los que con su generoso apoyo han hecho posible la realización de este concierto. Es un regalo que interpreto como signo de un particular vínculo de afecto de la archidiócesis de Bamberg con el Sucesor de san Pedro. Durante algunos siglos de su historia ya milenaria, vuestra archidiócesis estuvo bajo la jurisdicción directa de la Santa Sede.

Que vuestra peregrinación jubilar para visitar las tumbas de los Apóstoles y al actual Sucesor de san Pedro fortalezca vuestra fe y vuestra alegría en Dios, para que seáis sus testigos en la vida diaria. Por esto pido a Dios una abundante bendición para todos vosotros.


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LAOS Y CAMBOYA EN VISITA "AD LIMINA"

Jueves 6 de septiembre de 2007



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Es una gran alegría para mí acogeros en estos días durante los cuales realizáis vuestra visita "ad limina" a las tumbas de los Apóstoles. Así manifestáis la comunión de la Iglesia que está en Laos y en Camboya con la Iglesia universal, en torno al Sucesor de Pedro. Agradezco a monseñor Emile Destombes, vicario apostólico de Phnom Penh y presidente de vuestra Conferencia episcopal, las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, presentándome las realidades eclesiales de vuestros países. Cuando volváis a Laos y Camboya, llevad el saludo afectuoso del Sucesor de Pedro a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a los fieles laicos de vuestras comunidades. Conozco sus dificultades y la fuerza interior que todos han demostrado para vivir con fidelidad al Señor Jesús y a su Iglesia. Hoy, los invito a permanecer firmes en la fe y a testimoniar con generosidad el amor de Dios a todos sus hermanos. Dirijo también mi cordial saludo a los pueblos de Laos y Camboya. Los animo a proseguir sus esfuerzos para edificar una sociedad cada vez más fraterna y abierta a los demás, donde cada uno pueda desarrollar los dones recibidos del Creador.

Queridos hermanos, ejercéis vuestro ministerio al servicio de la Iglesia en condiciones a menudo difíciles y en situaciones muy diversas. Estad seguros de mi apoyo fraterno y del de la Iglesia universal en vuestro servicio al pueblo de Dios. En efecto, "si debe decirse que un obispo nunca está solo, puesto que está siempre unido al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, se debe añadir también que nunca se encuentra solo porque está unido siempre y continuamente a sus hermanos en el episcopado y a quien el Señor ha elegido como Sucesor de Pedro" (Pastores gregis ).

La comunión profunda que existe entre vosotros, así como las colaboraciones que se expresan de diversas formas, cuando es posible, son una ayuda valiosa en vuestra tarea pastoral, para el bien del pueblo que se os ha confiado. Vuestra cercanía a los fieles, sobre todo a los más aislados, es para ellos un aliento a perseverar de manera inquebrantable en la fe cristiana y a crecer en el descubrimiento de la persona de Cristo, a pesar de las dificultades de la vida diaria. La ayuda que recibís, en diversos campos, de Iglesias de evangelización más antigua, principalmente por lo que concierne al personal apostólico o a la formación, es también un signo elocuente de la solidaridad que los discípulos de Cristo deben tener unos con otros.

Saludo afectuosamente a los sacerdotes, que colaboran con vosotros en el anuncio del Evangelio, particularmente a aquellos cuya vocación ha nacido en el seno de las comunidades cristianas de vuestros países. En colaboración con los misioneros, a quienes también expreso mi agradecimiento por haber llevado el mensaje de Jesús y el don de la fe, guían al pueblo de Dios con celo y abnegación. Ojalá que todos, mediante una vida espiritual profunda y una existencia ejemplar, sigan dando un testimonio elocuente del Evangelio en la Iglesia y en la sociedad.

Deseo también que den abundantes frutos vuestros esfuerzos por promover las vocaciones sacerdotales y religiosas con vistas a la proclamación de Jesús Salvador, de una manera que tenga en cuenta la sensibilidad de vuestros pueblos, haciéndola inteligible para sus mentalidades y culturas. Desde esta perspectiva, se debe tener un cuidado particular, incluso a costa de sacrificios en otros campos, para garantizar a los futuros sacerdotes una sólida formación humana, espiritual, teológica y pastoral.

En efecto, una de las cuestiones importantes que debe afrontar vuestro ministerio pastoral es el anuncio de la fe cristiana en una cultura particular. La reciente celebración del 450° aniversario de la presencia de la Iglesia en Camboya ha sido una ocasión para que los fieles tomen una conciencia cada vez más viva de la larga historia de los cristianos en la región, una historia marcada por la entrega generosa y a veces heroica de la propia vida de la que han dado prueba numerosos discípulos de Cristo, a fin de que se anuncie y se viva el Evangelio.

La fe cristiana no es una realidad extraña a vuestros pueblos. "Jesús es la buena nueva para los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares que buscan el sentido de su vida y la verdad de su misma humanidad" (Ecclesia in Asia ). Al anunciarlo a todos los pueblos, la Iglesia no busca imponerse, sino testimoniar su estima por el hombre y por la sociedad en la que vive.

193 En el contexto social y religioso de vuestra región, es particularmente importante que los católicos manifiesten su identidad propia, respetando las otras tradiciones religiosas y las culturas de los pueblos. Esta identidad debe expresarse sobre todo a través de una experiencia espiritual auténtica, que tiene su fundamento en la acogida de la palabra de Dios y en los sacramentos de la Iglesia.

Los miembros de los institutos de vida consagrada, cuyo importante compromiso en la pastoral y en el servicio a los más necesitados destacan vuestras relaciones, tienen la responsabilidad primaria de recordar a todos el primado de Dios y de dar «una específica aportación a la Iglesia para que ésta profundice cada vez más en su propio ser, como sacramento "de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano"» (Vita consecrata
VC 46).

Desde esta perspectiva, la formación de los fieles, particularmente de las religiosas y de los catequistas, cuyo compromiso valiente al servicio del Evangelio conozco, es una prioridad, para que puedan ser evangelizadores capaces de responder a los desafíos de la sociedad, fortalecidos por la verdad de Cristo. En efecto, su papel para la vitalidad de las comunidades cristianas es de gran importancia. Juntamente con los sacerdotes, aportan su contribución específica e indispensable a la vida y a la misión de la Iglesia. Ojalá que por doquier sean auténticos testigos de Cristo, asumiendo con serenidad y convicción las tareas que se les confíen. Por otra parte, al tener una fe cristiana firme, pueden comprometerse en un diálogo auténtico con los miembros de las otras religiones, para trabajar juntos en la construcción de vuestros países y promover el bien común.

Os aliento también a desarrollar la educación de los jóvenes de vuestras comunidades. En la vida de la sociedad, al asumir sus compromisos de cristianos, a menudo se encuentran ante situaciones complejas que exigen que se les preste una atención pastoral adecuada. Es particularmente indispensable una preparación apropiada para el matrimonio cristiano; así los jóvenes podrán afrontar las presiones sociales y desarrollar las cualidades humanas y espirituales necesarias para la formación de parejas unidas y armoniosas. Es necesario que aprendan a ver que "los valores familiares, como el respeto filial, el amor y el cuidado de los ancianos y los enfermos, el amor a los pequeños y la armonía, son tenidos en gran estima en todas las culturas y tradiciones religiosas de ese continente" (Ecclesia in Asia ). Los jóvenes deben encontrar en las familias el lugar habitual para crecer humana y espiritualmente. Deseo, pues, que cada vez más sean verdaderos hogares de evangelización, donde cada uno experimente el amor de Dios, que entonces podrá comunicarse a los demás y, ante todo, a los niños.

El compromiso valiente de la comunidad cristiana entre las personas más necesitadas también es un signo específico de la autenticidad de su fe. Las obras sociales de la Iglesia, que pueden desarrollarse en particular gracias a la solidaridad eclesial y al apoyo de las representaciones de la Santa Sede en vuestros países, son apreciadas por la población y por las autoridades. Manifiestan de modo elocuente el amor que Dios siente por todos los hombres, sin distinción.

En efecto, el amor al prójimo, arraigado en el amor a Dios, es una tarea esencial para la comunidad cristiana y para cada uno de sus miembros. Sin embargo, como escribí en la encíclica Deus caritas est, "es muy importante que la actividad caritativa de la Iglesia mantenga todo su esplendor y no se diluya en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes" (n. ). Expreso mi gratitud a todas las personas comprometidas en las obras caritativas de la Iglesia, en particular a las religiosas dedicadas, con competencia y entrega, al servicio de los más necesitados, brindando a cada persona cuidados que brotan del corazón, fruto de una fe operante.
Queridos hermanos, al final de nuestro encuentro quiero invitaros a mirar al futuro dejándoos guiar por Cristo y poniendo en él vuestra esperanza, puesto que "la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5).

Encomiendo a cada una de vuestras comunidades a la intercesión materna de la Virgen María, modelo de todos los discípulos. Que ella os proteja y os conduzca por los caminos de su Hijo. De todo corazón, os imparto la bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los laicos de vuestros países.


A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL PARA LA PASTORAL EN LAS CÁRCELES

Jueves 6 de septiembre de 2007



Queridos amigos:

Me complace acogeros mientras os halláis reunidos en Roma con ocasión del XII congreso mundial de la Comisión internacional para la pastoral católica en las cárceles. Agradezco a vuestro presidente, el doctor Christian Kuhn, las amables palabras que me ha dirigido en nombre del comité ejecutivo de la Comisión.

194 El tema de vuestro congreso de este año, "Descubrir el rostro de Cristo en cada uno de los detenidos" (cf. Mt 25,36), refleja adecuadamente vuestro ministerio como un encuentro vivo con el Señor. En efecto, en Cristo el "amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí", de modo que "en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (Deus caritas est ).

Vuestro ministerio requiere mucha paciencia y perseverancia. Con frecuencia se experimentan decepciones y frustraciones. Fortalecer los vínculos que os unen a vuestros obispos os permitirá encontrar el apoyo y la guía que necesitáis para tomar mayor conciencia de vuestra misión vital. En efecto, este ministerio en el seno de la comunidad cristiana local animará a otros a unirse a vosotros en la realización de las obras corporales de misericordia, enriqueciendo así la vida eclesial de la diócesis. Del mismo modo, ayudará a llevar a aquellos a quienes servís al corazón de la Iglesia universal, especialmente a través de su participación regular en la celebración de los sacramentos de la Penitencia y de la santa Eucaristía (cf. Sacramentum caritatis, 59).

Los detenidos fácilmente pueden sentirse abrumados por sentimientos de aislamiento, vergüenza y rechazo que amenazan con frustrar sus esperanzas y aspiraciones para el futuro. En este contexto, los capellanes y sus colaboradores están llamados a ser heraldos de la misericordia infinita y del perdón de Dios. En colaboración con las autoridades civiles, tienen la ardua tarea de ayudar a los detenidos a redescubrir el sentido de un objetivo, de forma que, con la gracia de Dios, puedan reformar su vida, reconciliarse con sus familias y sus amigos y, en la medida de lo posible, asumir las responsabilidades y deberes que les permitirán llevar una vida recta y honrada en el seno de la sociedad.

Las instituciones judiciales y penales desempeñan un papel fundamental para proteger a los ciudadanos y tutelar el bien común (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 2266). Al mismo tiempo, deben ayudar a reconstruir las "relaciones de convivencia armoniosa rotas por el acto criminal" (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 403). Sin embargo, por su misma naturaleza, esas instituciones deben contribuir a la rehabilitación de los delincuentes, ayudándoles a pasar de la desesperanza a la esperanza y a convertirse en personas dignas de confianza.

Cuando las condiciones de las cárceles y las prisiones no llevan a un proceso de recuperación del sentido de los valores y de aceptación de los relativos deberes, esas instituciones no logran una de sus finalidades esenciales. Las autoridades públicas deben vigilar siempre para que se cumpla esta tarea, evitando cualquier medio de castigo o corrección que mine o degrade la dignidad humana de los detenidos. A este respecto, reitero que la prohibición de la tortura "no puede derogarse en ninguna circunstancia" (ib.,404).

Confío en que vuestro congreso os brinde la oportunidad de compartir vuestras experiencias del rostro misterioso de Cristo que resplandece a través del rostro de los presos. Os aliento en vuestros esfuerzos por mostrar ese rostro al mundo, promoviendo un mayor respeto por la dignidad de los detenidos.

Por último, pido a Dios que vuestro congreso os lleve a comprobar de nuevo cómo, atendiendo las necesidades de los detenidos, vuestros ojos se abren a las maravillas que Dios realiza por vosotros cada día (cf. Deus caritas est ).

Con estos sentimientos, a vosotros y a todos los participantes en el congreso expreso mis mejores deseos de éxito en vuestro encuentro y os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.

VIAJE APOSTÓLICO

DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

A AUSTRIA

CON OCASIÓN DEL 850 ANIVERSARIO

DE LA FUNDACIÓN DEL SANTUARIO DE MARIAZELL



CONVERSACIÓN CON LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO

Viernes 7 de septiembre de 2007


P. — Santo Padre, en este viaje vuelve usted a un país que conoce desde su infancia. ¿Qué importancia concede a este regreso a Austria?

R. Mi viaje quiere ser sobre todo una peregrinación. Quiero insertarme en la larga fila de los peregrinos a lo largo de los siglos —son 850 años— y así, como peregrino con los peregrinos, orar con los que oran. Me parece importante este signo de la unidad que crea la fe: unidad entre los pueblos, porque es una peregrinación de muchos pueblos, y unidad entre los tiempos; por tanto, es un signo de la fuerza unificadora, de la fuerza de reconciliación que entraña la fe. En este sentido, quiere ser un signo de la universalidad de la comunidad de fe de la Iglesia y también un signo de humildad y, sobre todo, de la confianza que tenemos en Dios, de la prioridad de Dios; Dios existe, necesitamos la ayuda de Dios. Y, naturalmente, también es expresión de amor a la Virgen. Así pues, solamente quiero confirmar estos elementos esenciales de la fe en este momento de la historia.

195 P. — La Iglesia austriaca en los años 90 atravesó un período difícil e inquieto, con tensiones pastorales y contestaciones. Santo Padre, ¿cree usted que estas dificultades ya se han superado? ¿Piensa ayudar con esta visita a sanar las heridas y a promover la unidad en la Iglesia, también entre los que se sienten al margen de la Iglesia?

R. Ante todo quisiera dar las gracias a todos los que han sufrido en estos últimos años. Sé que la Iglesia en Austria ha vivido tiempos difíciles; por eso, expreso mi agradecimiento a todos —laicos, religiosos y sacerdotes— los que en medio de esas dificultades han permanecido fieles a la Iglesia, dando testimonio de Jesús, y han sabido reconocer el rostro de Cristo en una Iglesia de pecadores. No creo que hayan quedado totalmente superadas esas dificultades. La vida en este siglo —aunque esto vale en cierto sentido para todos los siglos— sigue siendo difícil. También la fe se vive siempre en contextos difíciles. Pero espero ayudar un poco a la curación de esas heridas, y veo que hay una nueva alegría de la fe, hay un nuevo impulso en la Iglesia. En la medida de mis posibilidades quiero confirmar esta disponibilidad a seguir adelante con el Señor, a confiar en que el Señor permanece presente en su Iglesia y que así, precisamente viviendo la fe en la Iglesia, podemos llegar también nosotros a la meta de nuestra vida y contribuir a un mundo mejor.

P. — Austria es un país de tradición profundamente católica y, a pesar de ello, también muestra signos de secularización. Santo Padre, ¿con qué mensaje de estímulo espiritual se va a dirigir a la sociedad austriaca?

R. Yo sólo quiero confirmar a la gente en la fe, pues precisamente también hoy necesitamos a Dios, necesitamos una orientación que dé una dirección a nuestra vida. Una vida sin orientación, sin Dios, no tiene sentido; queda vacía. El relativismo lo relativiza todo y, al final, ya no se puede distinguir el bien del mal. Por tanto, sólo quiero confirmar en esta convicción, que resulta cada vez más evidente, de nuestra necesidad de Dios, de Cristo, y de la gran comunión de la Iglesia, que une a los pueblos y los reconcilia.

P. — Viena es sede de muchas organizaciones internacionales, entre las que se halla la Agencia internacional de la energía atómica, y es lugar tradicional de encuentro entre Oriente y Occidente. Santo Padre, ¿piensa enviar mensajes también sobre la política internacional, sobre la paz o sobre las relaciones con la ortodoxia y con el islam, para superar divergencias y polémicas?

R. Mi viaje no es político; como he dicho, es una peregrinación. Son sólo dos días. Al principio sólo estaba prevista la peregrinación a Mariazell; ahora, justamente, tenemos más tiempo para estar también en Viena, para estar con diversos componentes de la sociedad austriaca. En este tiempo tan breve no están previstos inmediatamente encuentros con otras confesiones o religiones: sólo un momento ante el monumento de la Shoah, para mostrar nuestra tristeza, nuestro arrepentimiento y también nuestra amistad con nuestros hermanos judíos, para seguir adelante en esta gran unión que Dios ha creado con su pueblo. Así pues, inmediatamente no están previstos esos mensajes. Sólo al inicio, en el encuentro con el mundo político, quiero hablar un poco de esta realidad que es Europa, de las raíces cristianas de Europa, del camino que conviene tomar. Pero es obvio que hacemos todo siempre basándonos en el diálogo tanto con los demás cristianos como con los musulmanes y con las demás religiones. El diálogo está siempre presente: es una dimensión de nuestra actividad, aunque en esta circunstancia no se hará tan explícito a causa del carácter específico de esta peregrinación.



CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto internacional de Viena/Schwechat

Viernes 7 de septiembre de 2007

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Señor presidente federal;
señor canciller federal;
venerado señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado;
ilustres señoras y señores;
queridos jóvenes amigos:

Con gran alegría vengo por primera vez desde el inicio de mi pontificado a Austria, país que me es familiar por la cercanía geográfica al lugar de mi nacimiento, y no sólo por eso. Le agradezco, señor presidente federal, las cordiales palabras con las que me ha dado la bienvenida en nombre de todo el pueblo austriaco. Usted sabe que me siento muy vinculado a su patria y a muchas personas y lugares de su país. Este espacio cultural en el centro de Europa supera fronteras y aúna impulsos y fuerzas de varias partes del continente. La cultura de este país está profundamente impregnada del mensaje de Jesucristo y de la actividad que la Iglesia ha llevado a cabo en su nombre. Todo ello y muchas otras cosas me dan la viva impresión de sentirme entre vosotros, queridos austriacos, como si estuviera "en mi casa".

El motivo de mi venida a Austria es el 850° aniversario del lugar sagrado de Mariazell. Este santuario de la Virgen constituye, en cierto modo, el corazón materno de Austria y reviste desde siempre una importancia particular también para los húngaros y para los pueblos eslavos. Es símbolo de una apertura que no sólo supera fronteras geográficas y nacionales, sino que, además, en la persona de María, remite a una dimensión esencial del hombre: la capacidad de abrirse a la palabra de Dios y a su verdad.

Con esta perspectiva, durante los próximos tres días, deseo realizar aquí en Austria mi peregrinación a Mariazell. En los últimos años se constata con alegría que numerosas personas tienen un interés cada vez mayor por la peregrinación. Al estar en camino durante una peregrinación, también los jóvenes hallan una nueva oportunidad de reflexión meditativa; se conocen unos a otros y juntos se encuentran ante la creación, pero también ante la historia de la fe, que con frecuencia experimentan inesperadamente como una fuerza para el presente. Considero mi peregrinación a Mariazell como un ponerme en camino juntamente con los peregrinos de nuestro tiempo. En este sentido, dentro de poco, en el centro de Viena, iniciaré la oración común que, como una peregrinación espiritual, acompañará estas jornadas en todo el país.

Mariazell no sólo tiene una historia de 850 años, sino que, además, basándose en la experiencia de la historia -y sobre todo teniendo en cuenta que la estatua milagrosa remite maternalmente a Cristo-, indica el camino hacia el futuro. Desde esta perspectiva, juntamente con las autoridades políticas de este país y con los representantes de las organizaciones internacionales, quisiera hoy echar una mirada a nuestro presente y a nuestro futuro.

Mañana es la fiesta de la Natividad de María, la fiesta patronal de Mariazell, un lugar de gracia. En la celebración eucarística ante la basílica nos reuniremos, según la indicación de María, en torno a Cristo que viene a estar con nosotros. A él le pediremos que nos ayude a contemplarlo cada vez más claramente, a reconocerlo en nuestros hermanos, a servirlo en ellos y a ir juntamente con él hacia el Padre. Como peregrinos al santuario, en la oración y a través de los medios de comunicación social, estaremos unidos a todos los fieles y a los hombres de buena voluntad aquí, en el país, y mucho más allá de sus fronteras.

Peregrinación no sólo significa camino hacia un santuario. También es esencial el camino de vuelta hacia la vida ordinaria. Nuestra vida diaria de cada semana comienza el domingo, don liberatorio de Dios que queremos acoger y conservar. Así, celebraremos este domingo en la catedral de San Esteban en comunión con todos los que en las parroquias de Austria y en el mundo entero se congregarán para la santa misa.

Señoras y señores, sé que muchas personas en Austria usan, en parte, el domingo, por ser un día en que no se trabaja, y también los tiempos libres en otros días de la semana, para un compromiso voluntario al servicio de los demás. Este compromiso, realizado con generosidad y desinterés por el bien y la salvación de los demás, marca también la peregrinación de nuestra vida. Quien "contempla" al prójimo -lo ve y le ayuda- contempla a Cristo y lo sirve. Guiados y animados por María, queremos agudizar nuestra mirada cristiana para descubrir los desafíos que hemos de afrontar con el espíritu del Evangelio y, llenos de gratitud y de esperanza, desde un pasado a veces difícil, pero también siempre colmado de gracia, nos encaminamos hacia un futuro rico en promesas.

Señor presidente federal, queridos amigos, me alegro de estas jornadas en Austria y al inicio de mi peregrinación lo saludo a usted y a todos vosotros con un cordial "Grüß Gott!".


ENCUENTRO DE ORACIÓN ANTE LA "COLUMNA DE MARÍA"

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Plaza "Am Hof", Viena

Viernes 7 de septiembre de 2007



Venerado y querido señor cardenal;
ilustre señor alcalde;
queridos hermanos y hermanas:

Como primera etapa de mi peregrinación hacia Mariazell he elegido la Mariensäule ("Columna de María") para reflexionar un momento con vosotros sobre el significado de la Madre de Dios para la Austria del pasado y del presente, así como sobre su significado para cada uno de nosotros.

Saludo cordialmente a todos los que os habéis reunido aquí para la oración ante la "Columna de María". Le agradezco, querido señor cardenal, las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido al inicio de la celebración. Saludo al señor alcalde de la capital y a todas las autoridades presentes.

Dirijo un saludo particular a los jóvenes y a los representantes de las comunidades de lenguas extranjeras de la archidiócesis de Viena, que después de esta liturgia de la Palabra se congregarán en la iglesia, donde permanecerán hasta mañana en adoración ante el Santísimo. Me han dicho que están aquí ya desde hace tres horas. Los admiro y les digo: "Vergelt's Gott!". Con esta adoración realizáis, de modo muy concreto, lo que en estos días queremos hacer todos: contemplar a Cristo juntamente con María.

Ya desde los primeros tiempos, a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, está unida una veneración particular a su Madre, la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana, compartiendo incluso el latido de su corazón, la Mujer que lo acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta su muerte en cruz, y a cuyo amor materno él, al final, encomendó al discípulo predilecto y con él a toda la humanidad.

Con su sentimiento materno, María acoge también hoy bajo su protección a personas de todas las lenguas y culturas, para llevarlas a Cristo juntas, en una multiforme unidad. A ella podemos recurrir en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero también debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el mismo amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en su singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la familia universal de Dios, en la que cada persona tiene reservado un puesto, cada uno debe desarrollar sus dones para el bien de todos.

La "Columna de María", erigida por el emperador Fernando III en acción de gracias por la liberación de Viena de un gran peligro y por él inaugurada hace exactamente 360 años, debe ser también para nosotros hoy un signo de esperanza. ¡Cuántas personas, desde entonces, se han detenido ante esta columna y, orando, han elevado los ojos hacia María! ¡Cuántos han experimentado en las dificultades personales la fuerza de su intercesión! Pero nuestra esperanza cristiana va mucho más allá de la realización de nuestros deseos pequeños y grandes. Nosotros elevamos los ojos hacia María, que nos muestra a qué esperanza estamos llamados (cf. Ep 1,18), pues ella personifica lo que el hombre es de verdad.

198 Como hemos escuchado en la lectura bíblica, ya antes de la creación del mundo Dios nos había elegido en Cristo. Él nos conoce y ama a cada uno desde la eternidad. Y ¿para qué nos ha elegido? Para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor. Y eso no es una tarea imposible de cumplir, ya que Dios nos ha concedido, en Cristo, su realización. Hemos sido redimidos. En virtud de nuestra comunión con Cristo resucitado, Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales.

Abramos nuestro corazón; acojamos esa herencia tan valiosa. Entonces podremos entonar, juntamente con María, el himno de alabanza de su gracia. Y si seguimos poniendo nuestras preocupaciones diarias ante la Madre inmaculada de Cristo, ella nos ayudará a abrir siempre nuestras pequeñas esperanzas hacia la esperanza grande y verdadera, que da sentido a nuestra vida y puede colmarnos de una alegría profunda e indestructible.

En este sentido, quisiera ahora, juntamente con vosotros, elevar los ojos hacia la Inmaculada, para encomendarle a ella las oraciones que acabáis de rezar y pedirle su protección maternal para este país y para sus habitantes:

"Santa María, Madre inmaculada de nuestro Señor Jesucristo, en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia y el modo mejor de realizar nuestra humanidad. A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes: ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios. Haz que, contemplando a Cristo, lleguemos a ser cada vez más semejantes a él, verdaderos hijos de Dios. Entonces también nosotros, llenos de toda clase de bendiciones espirituales, podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad y ser así instrumentos de paz para Austria, para Europa y para el mundo. Amén".

VIAJE APOSTÓLICO

DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

A AUSTRIA

CON OCASIÓN DEL 850 ANIVERSARIO

DE LA FUNDACIÓN DEL SANTUARIO DE MARIAZELL

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO


Sala de las Recepciones de la residencia de Hofburg, Viena

Viernes 7 de septiembre de 2007



Estimado señor presidente federal;
estimado señor canciller federal;
ilustres miembros del Gobierno federal;
honorables diputados del Parlamento nacional y miembros del Senado federal;
ilustres presidentes regionales;
199 estimados representantes del Cuerpo diplomático;
ilustres señoras y señores:


Introducción

Es para mí una gran alegría y un honor encontrarme hoy con usted, señor presidente federal, y con los miembros del Gobierno federal, así como con los representantes de la vida política y pública de la República de Austria. Este encuentro en la residencia de Hofburg refleja las buenas relaciones, marcadas por la confianza recíproca, que existen entre su país y la Santa Sede, de las que ha hablado usted, señor presidente. Por eso me alegro vivamente.

Las relaciones entre la Santa Sede y Austria forman parte de la vasta red de relaciones diplomáticas, en las que Viena constituye una importante encrucijada, pues aquí tienen su sede también numerosas organizaciones internacionales. Me complace la presencia de tantos representantes diplomáticos, a quienes saludo cordialmente. Os agradezco, señoras y señores embajadores, vuestro compromiso no sólo al servicio de los países que representáis y de sus intereses, sino también al servicio de la causa común de la paz y el entendimiento entre los pueblos.
Austria

Esta es mi primera visita como Obispo de Roma y Pastor supremo de la Iglesia católica universal a este país, que, sin embargo, ya conozco desde hace mucho tiempo por mis numerosas visitas anteriores. Para mí —permitidme decirlo— es realmente una gran alegría estar aquí. Tengo aquí muchos amigos y, como vecino bávaro, el estilo de vida de Austria y sus tradiciones me son familiares. Mi gran predecesor, de venerada memoria, el Papa Juan Pablo II visitó Austria tres veces. Cada vez fue recibido muy cordialmente por los habitantes de este país, sus palabras fueron escuchadas con atención y sus viajes apostólicos han dejado huellas imborrables.

En los últimos años y décadas, Austria ha logrado grandes éxitos, que incluso hace dos generaciones nadie hubiera soñado. Vuestro país no sólo ha experimentado un notable progreso económico, sino que también ha desarrollado una convivencia social ejemplar, que se puede resumir con la expresión "solidaridad social". Los austriacos, con razón, se sienten agradecidos por ello, y no sólo lo manifiestan abriendo su corazón a los pobres y necesitados de su país, sino también siendo generosos al mostrar solidaridad con ocasión de catástrofes y desastres en el mundo. Las grandes iniciativas de Licht ins Dunkel ("Luz en la oscuridad") antes de Navidad, y Nachbar in Not ("Vecino necesitado") constituyen un elocuente testimonio de esos sentimientos.

Austria y la ampliación de la Unión europea

Nos encontramos en un lugar histórico, que durante siglos fue sede del gobierno de un Imperio que abarcaba vastas áreas de Europa central y oriental. Este lugar y este momento nos brindan una ocasión providencial para dirigir nuestra mirada a toda la Europa actual. Tras los horrores de la guerra y las traumáticas experiencias del totalitarismo y la dictadura, Europa emprendió el camino hacia una unidad del continente capaz de asegurar un orden duradero de paz y justo desarrollo. La dolorosa división que partió el continente durante décadas ha sido superada políticamente, pero la unidad está aún, en gran parte, por realizar en la mente y en el corazón de las personas. Aunque después de la caída del telón de acero, en 1989, algunas esperanzas excesivas quedaron defraudadas, y en algunos aspectos se pueden formular críticas justificadas contra algunas instituciones europeas, el proceso de unificación se puede considerar un logro de gran alcance, que ha traído un período de paz, desde hacía mucho tiempo desconocido, a este continente, antes desgarrado por continuos conflictos y fatales guerras fratricidas.

Para los países de Europa central y oriental, en particular, la participación en ese proceso es un incentivo ulterior para consolidar dentro de sus fronteras la libertad, el estado de derecho y la democracia. A este respecto, quiero recordar la contribución que dio mi predecesor el Papa Juan Pablo II a este proceso histórico. También Austria, como país puente, al encontrarse en el confín entre Occidente y Oriente, ha contribuido en gran medida a esta unión y además —no debemos olvidarlo— se ha beneficiado mucho de ella.
Europa

200 La "casa europea", como solemos llamar a la comunidad de este continente, sólo será para todos un buen lugar para vivir si se construye sobre un sólido fundamento cultural y moral de valores comunes tomados de nuestra historia y de nuestras tradiciones. Europa no puede y no debe renegar de sus raíces cristianas, que representan un componente dinámico de nuestra civilización mientras avanzamos por el tercer milenio. El cristianismo ha modelado profundamente este continente, como lo atestiguan en todos los países, particularmente en Austria, no sólo las numerosas iglesias y los importantes monasterios. La fe se manifiesta sobre todo en las innumerables personas a las que, a lo largo de la historia hasta hoy, ha impulsado a una vida de esperanza, amor y misericordia. Mariazell, el gran santuario nacional de Austria, es también un lugar de encuentro para varios pueblos de Europa. Es uno de los lugares en donde los hombres han encontrado, y siguen encontrando, la "fuerza de lo alto" para una vida recta.

En estos días, el testimonio de la fe cristiana en el centro de Europa se manifiesta también en la "III Asamblea ecuménica europea" que se está celebrando en Sibiu-Hermannstadt (Rumania), cuyo lema es: "La luz de Cristo ilumina a todos los hombres. Esperanza de renovación y unidad en Europa". Viene espontáneamente a la memoria el recuerdo del Katholikentag centro-europeo, que en el año 2004, con el tema: "Cristo, esperanza de Europa", congregó a numerosos creyentes en Mariazell.

Hoy se habla a menudo del modelo de vida europeo. Con esa expresión se alude a un orden social que combina eficacia económica con justicia social, pluralismo político con tolerancia, liberalidad con apertura; pero también significa conservación de valores que otorgan a este continente su característica peculiar. Este modelo, con los condicionamientos de la economía moderna, afronta un gran desafío. La —a menudo citada— globalización no se puede detener, pero la política tiene la tarea urgente y la gran responsabilidad de regularla y limitarla para evitar que se realice a expensas de los países más pobres y, en los países ricos, de las personas pobres, y que vaya en detrimento de las futuras generaciones.

Ciertamente, como sabemos, Europa también ha vivido y sufrido terribles caminos equivocados. Entre ellos: restricciones ideológicas de la filosofía, de la ciencia y también de la fe; el abuso de la religión y la razón con fines imperialistas; la degradación del hombre mediante un materialismo teórico y práctico; y, por último, la degeneración de la tolerancia en una indiferencia sin referencias a valores permanentes. Pero Europa también se ha caracterizado por una capacidad de autocrítica que la distingue y cualifica en el vasto panorama de las culturas del mundo.

La vida

Fue en Europa donde se formuló por primera vez la noción de derechos humanos. El derecho humano fundamental, el presupuesto de todos los demás derechos, es el derecho a la vida misma. Esto vale para la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. En consecuencia, el aborto no puede ser un derecho humano; es exactamente lo opuesto. Es una "profunda herida social", como destacaba continuamente nuestro difunto hermano el cardenal Franz König.

Al afirmar esto, no expreso solamente una preocupación de la Iglesia. Más bien, quiero actuar como abogado de una petición profundamente humana y portavoz de los niños por nacer, que no tienen voz. No cierro los ojos ante los problemas y los conflictos que experimentan muchas mujeres, y soy consciente de que la credibilidad de mis palabras depende también de lo que la Iglesia misma hace para ayudar a las mujeres que atraviesan dificultades.

En este contexto, hago un llamamiento a los líderes políticos para que no permitan que los hijos sean considerados una especie de enfermedad, y para que en vuestro ordenamiento jurídico no sea abolida, en la práctica, la calificación de injusticia atribuida al aborto. Lo digo impulsado por la preocupación por los valores humanos. Pero este es sólo un aspecto de lo que nos preocupa. El otro es la necesidad de hacer todo lo posible para que los países europeos estén nuevamente dispuestos a acoger a los niños. Impulsad a los jóvenes a fundar nuevas familias en el matrimonio y a convertirse en madres y padres. De este modo, no sólo les haréis un bien a ellos mismos, sino también a toda la sociedad. También apoyo decididamente vuestros esfuerzos políticos por fomentar condiciones que permitan a las parejas jóvenes criar a sus hijos. Pero todo ello no serviría de nada si no logramos crear nuevamente en nuestros países un clima de alegría y confianza en la vida, en el que los niños no sean considerados una carga, sino un don para todos.

Otra gran preocupación que tengo es el debate sobre lo que se ha llamado "ayuda activa a morir". Existe el temor de que, algún día, sobre las personas gravemente enfermas se ejerza una presión tácita o incluso explícita para que soliciten la muerte o se la procuren ellos mismos. La respuesta adecuada al sufrimiento del final de la vida es una atención amorosa y el acompañamiento hacia la muerte —especialmente con la ayuda de los cuidados paliativos— y no la "ayuda activa a morir".

Sin embargo, para realizar un acompañamiento humano hacia la muerte hacen falta reformas estructurales en todos los campos del sistema sanitario y social, y la organización de estructuras para los cuidados paliativos. También se deben tomar medidas concretas para el acompañamiento psicológico y pastoral de las personas gravemente enfermas y de los moribundos, de sus parientes, de los médicos y del personal sanitario. En este campo el "Hospizbewegung" está realizando una buena labor. Sin embargo, la totalidad de esas tareas no puede delegarse solamente a ellos. Muchas otras personas deben estar dispuestas —o ser impulsadas a esa disponibilidad— a dedicar tiempo e incluso recursos a la asistencia amorosa de los enfermos graves y de los moribundos.

El diálogo de la razón

201 Por último, también forma parte de la herencia europea una tradición de pensamiento que considera esencial una correspondencia sustancial entre fe, verdad y razón. Aquí, en definitiva, se trata de ver si la razón está al principio de todas las cosas y en su fundamento, o si no es así. Se trata de ver si la realidad tiene su origen en la casualidad y la necesidad y, por tanto, si la razón es un producto casual secundario de lo irracional y si, en el océano de la irracionalidad, se convierte, en fin de cuentas, en algo sin sentido; o si es verdad, en cambio, lo que constituye la convicción de fondo de la fe cristiana: "In principio erat Verbum", "En el principio era la Palabra", es decir, en el origen de todas las cosas está la Razón creadora de Dios, que decidió comunicarse a nosotros, los seres humanos.

Permitidme citar, en este contexto, a Jürgen Habermas, un filósofo que no profesa la fe cristiana, el cual afirma: "Para la auto-conciencia normativa del tiempo moderno, el cristianismo no ha sido solamente un catalizador. El universalismo igualitario, del que brotaron las ideas de libertad y de convivencia solidaria, es una herencia directa de la justicia judía y de la ética cristiana del amor. Esta herencia, sustancialmente inalterada, ha sido siempre hecha propia de modo crítico y nuevamente interpretada. Hasta hoy no existe una alternativa a ella".

Las tareas de Europa en el mundo

Sin embargo, por el carácter único de su vocación, Europa tiene también una responsabilidad única en el mundo. A este respecto, ante todo no debe renunciar a sí misma. Europa, que desde el punto de vista demográfico está envejeciendo rápidamente, no debe convertirse en un continente viejo espiritualmente. Además, será cada vez más consciente de sí misma si asume la responsabilidad que le corresponde en el mundo por su singular tradición espiritual, por sus extraordinarios recursos y por su gran poder económico. Por tanto, la Unión europea debe desempeñar un papel destacado en la lucha contra la pobreza en el mundo y en el compromiso en favor de la paz.

Con gratitud podemos constatar que los países de Europa y la Unión europea son de los que más contribuyen al desarrollo internacional, pero también deberían hacer sentir su importancia política, por ejemplo, ante los urgentísimos desafíos que plantea África, las inmensas tragedias de ese continente, como el flagelo del sida, la situación en Darfur, la injusta explotación de los recursos naturales y el preocupante tráfico de armas.

Asimismo, los esfuerzos diplomáticos o políticos de Europa y de los países que la integran no pueden descuidar la situación siempre grave de Oriente Próximo, en donde resulta necesaria la contribución de todos para promover la renuncia a la violencia, el diálogo recíproco y una auténtica coexistencia pacífica. También deben seguir mejorando las relaciones de Europa con las naciones de América Latina y con las del continente asiático, mediante oportunos vínculos de intercambio.

Conclusión

Estimado señor presidente federal; ilustres señoras y señores, Austria es un país colmado de bendiciones: una gran belleza natural que, año tras año, atrae a millones de personas para sus vacaciones; una extraordinaria riqueza cultural, creada y acumulada por muchas generaciones; y numerosas personas dotadas de talento artístico y de gran capacidad creativa. Por doquier se pueden ver los frutos de la diligencia y de las habilidades de la población que trabaja. Este es un motivo de gratitud y de sano orgullo. Pero, ciertamente, Austria no es una "isla feliz", y no se considera así. La autocrítica siempre es útil y, desde luego, es muy común en Austria. Un país que ha recibido mucho, también debe dar mucho. Puede contar en gran medida con sus propios recursos, pero también debe exigirse a sí mismo cierta responsabilidad con respecto a los países vecinos, a Europa y al mundo.

Mucho de lo que Austria es y posee, se lo debe a la fe cristiana y a su beneficiosa eficacia sobre las personas. La fe ha modelado profundamente el carácter de este país y a su gente. Por eso, todos deben tener la preocupación de no permitir que un día en este país sólo las piedras hablen del cristianismo. Sin una intensa fe cristiana, Austria ya no sería Austria.

A vosotros y a todos los austriacos, especialmente a los ancianos y los enfermos, así como a los jóvenes, que tienen aún la vida por delante, deseo la esperanza, la confianza, la alegría y la bendición de Dios. Muchas gracias.

Discursos 2007 191