Discursos 2007 209

209 Sin el compromiso del voluntariado, el bien común y la sociedad no podían, no pueden y no podrán perdurar. La disponibilidad espontánea vive y se demuestra más allá del cálculo y de la compensación esperada; rompe las reglas de la economía de mercado. En efecto, el hombre es mucho más que un simple factor económico, que se valora según criterios económicos. El progreso y la dignidad de una sociedad dependen siempre precisamente de las personas que hacen más de lo que constituye su deber estricto.

Señoras y señores, el compromiso del voluntariado es un servicio a la dignidad del hombre, que se fundamenta en el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. San Ireneo de Lyon, en el siglo II, dijo: "La gloria de Dios es el hombre que vive, y la vida del hombre es la visión de Dios" (Adversus haereses IV, 20, 7). Y Nicolás de Cusa, en su obra sobre la visión de Dios, desarrolló este pensamiento así: "Puesto que el ojo está allí donde se encuentra el amor, siento que tú me amas. (...) Tu mirar, Señor, es amar. (...) Al mirarme, tú, Dios escondido, me permites descubrirte. (...) Tu mirar vivifica. (...) Tu mirar significa obrar" (De visione Dei, Die Gottesschau, en: Philosophisch-Theologische Schriften, hg. und eingef. von Leo Gabriel, übersetzt von Dietlind und Wilhelm Dupré, Viena 1967, Bd. III, 105-111). La mirada de Dios, la mirada de Jesús, nos trasmite el amor de Dios. Hay miradas que pueden caer en el vacío o incluso despreciar. Y miradas que pueden conferir aprecio y expresar amor. Las personas comprometidas gratuitamente confieren aprecio al prójimo, recuerdan la dignidad del hombre y suscitan alegría de vida y esperanza. Los exponentes del voluntariado son custodios y abogados de los derechos del hombre y de su dignidad.

Con la mirada de Jesús va unida también otra forma de mirar. "Lo vio y dio un rodeo", se lee en el evangelio acerca del sacerdote y del levita que ven al hombre medio muerto a la vera del camino, pero no intervienen (cf.
Lc 10,31-32). Hay quien ve y finge no ver; tiene la necesidad ante los ojos y, sin embargo, permanece indiferente; esto forma parte de las corrientes frías de nuestro tiempo. En la mirada de los demás, precisamente en la mirada de quien necesita nuestra ayuda, experimentamos la exigencia concreta del amor cristiano.

Jesucristo no nos enseña una mística "de ojos cerrados", sino una mística "de mirada abierta", es decir, del deber absoluto de percibir la condición de los demás, la situación en la que se encuentra el hombre que, según el evangelio, es nuestro prójimo. La mirada de Jesús, la escuela de los ojos de Jesús, nos lleva a una cercanía humana, a la solidaridad, a compartir nuestro tiempo, a compartir nuestras cualidades y también nuestros bienes materiales. Por eso, "cuantos trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por el hecho de que no se limitan a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento —también esto es importante—, sino por su dedicación al otro con atenciones que brotan del corazón. (...) Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia" (Deus caritas est ). Sí, "tengo que llegar a ser una persona que ama, una persona de corazón abierto, que se conmueve ante la necesidad del otro. Entonces encontraré a mi prójimo, o mejor dicho, será él quien me encuentre" (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 238).

Por último, el mandamiento del amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37-40 Lc 10,27) nos recuerda que es a Dios mismo, mediante el amor al prójimo, a quien los cristianos honramos. El arzobispo Kothgasser ha citado ya las palabras de Jesús: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Si en el hombre concreto que encontramos está presente Jesús, entonces la actividad gratuita puede convertirse en una experiencia de Dios. La participación en las situaciones y en las necesidades de los hombres lleva a un "nuevo" estar juntos y actúa "dando sentido". Así, el servicio gratuito puede ayudar a sacar a las personas del aislamiento e integrarlas en la comunidad.

Por último, quisiera recordar la fuerza y la importancia de la oración para quienes están comprometidos en la actividad caritativa. La oración a Dios es camino para salir de la ideología o de la resignación ante la magnitud de la necesidad. "Los cristianos, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, siguen creyendo en la "bondad de Dios y su amor al hombre" (Tt 3,4). Aunque estén inmersos, como los demás hombres, en las dramáticas y complejas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros" (Deus caritas est ).

Queridos colaboradores voluntarios y honorarios de las obras de ayuda en Austria, señoras y señores, cuando uno no sólo cumple su deber en la profesión o en la familia —y para cumplirlo bien se requiere ya mucha fuerza y un gran amor—, sino que también se compromete en favor de los demás, poniendo su valioso tiempo libre al servicio del hombre y de su dignidad, su corazón se dilata. Los voluntarios no comprenden de modo estrecho el concepto de prójimo; reconocen también en el "lejano" al prójimo que es aceptado por Dios y al que, con nuestra ayuda, debe llegar la obra de redención realizada por Cristo. El otro, el prójimo en el sentido del Evangelio, se convierte para nosotros en un interlocutor privilegiado ante las presiones y las constricciones del mundo en el que vivimos. Quien respeta la "prioridad del prójimo" vive y actúa según el Evangelio y participa también en la misión de la Iglesia, que siempre mira a todo el hombre y quiere hacerle sentir el amor de Dios.

Queridos voluntarios, la Iglesia sostiene plenamente vuestro servicio. Estoy convencido de que, también en el futuro, los voluntarios de Austria serán fuente de grandes bendiciones; os acompaño a todos con mi oración. Imploro para todos la alegría del Señor (cf. Ne 8,10), que es nuestra fortaleza. Que Dios esté siempre cerca de vosotros y os guíe continuamente con la ayuda de su gracia.


CEREMONIA DE DESPEDIDA

Aeropuerto de Viena

Domingo 9 de septiembre de 2007



Honorable señor presidente federal:

210 Al despedirme de Austria, al final de mi peregrinación con ocasión del 850° aniversario del santuario nacional de Mariazell, repaso mentalmente con corazón agradecido estas jornadas ricas de experiencias. Siento que este país tan hermoso y sus habitantes han llegado a ser para mí aún más familiares.

Doy las gracias de corazón a mis hermanos en el episcopado y al Gobierno, así como a todos los responsables de la vida pública y, no por último, a los numerosos voluntarios que han contribuido al éxito de la organización de esta visita. Deseo a todos una abundante participación en la gracia que nos ha sido concedida durante estos días. En particular a usted, honorable señor presidente federal, le expreso con afecto mi agradecimiento personal por las palabras que me ha dirigido en esta despedida, por haberme acompañado durante la peregrinación y por todas sus atenciones. Muchas gracias.

He podido experimentar nuevamente Mariazell como un lugar particular de gracia, un lugar que durante estos días nos ha atraído a todos hacia sí y nos ha fortalecido interiormente para proseguir nuestro camino. El gran número de personas que participaron con nosotros en la fiesta junto a la basílica, en la ciudad y en toda Austria, nos debe animar a mirar con María a Cristo y a afrontar llenos de confianza el camino hacia el futuro. ¡Qué bien que el viento y el mal tiempo no han podido detenernos, sino que, en el fondo, han aumentado ulteriormente nuestra alegría!

Ya al inicio, con la oración común en la plaza Am Hof, nos reunimos superando los confines nacionales y comprobamos la generosa hospitalidad de Austria, que es una de las grandes cualidades de este país.

¡Ojalá que la búsqueda de una comprensión recíproca y la formación creativa de caminos siempre nuevos para favorecer la confianza entre los hombres y los pueblos sigan inspirando la política nacional e internacional de este país! Viena, según el espíritu de su experiencia histórica y de su posición en el centro vivo de Europa, puede contribuir a ello, favoreciendo consiguientemente la penetración de los valores tradicionales del continente, impregnados de fe cristiana, en las instituciones europeas y en el ámbito de la promoción de las relaciones internacionales, interculturales e interreligiosas.

En la peregrinación de nuestra vida de vez en cuando nos detenemos, agradecidos por el camino recorrido; y, con vistas al camino que aún tenemos por delante, esperamos y rezamos. También yo hice una etapa de este tipo en la abadía de Heiligenkreuz. La tradición cultivada allí por los monjes cistercienses nos hace remontarnos a nuestras raíces, cuya fuerza y belleza provienen, en el fondo, de Dios mismo.

Hoy pude celebrar con vosotros el domingo, el día del Señor -en representación de todas las parroquias de Austria-, en la catedral de San Esteban. Así, en esta ocasión, me uní de modo particular a los fieles de todas las parroquias de Austria.

Por último, para mí un momento conmovedor fue el encuentro con los voluntarios de las organizaciones de ayuda, que en Austria son tan numerosas y variadas. Los miles de voluntarios con quienes me encontré representan a los miles y miles de compañeros que, en todo el país, con su disponibilidad a ayudar, muestran los rasgos más nobles del hombre y hacen reconocible a los creyentes el amor de Cristo.

La gratitud y la alegría colman en este momento mi corazón. A todos vosotros, que habéis seguido estas jornadas, que os habéis esforzado y trabajado tanto para que el denso programa pudiera desarrollarse sin dificultades, que habéis participado en la peregrinación y en las celebraciones con todo el corazón, va una vez más mi agradecimiento más sincero.

Al despedirme, encomiendo el presente y el futuro de este país a la intercesión de la Madre de la Gracia de Mariazell, la Magna Mater Austriae, y a todos los santos y beatos de Austria. Juntamente con ellos queremos mirar a Cristo, nuestra vida y nuestra esperanza. Con sincero afecto os digo a vosotros y a todos un cordialísimo "Dios os lo pague".


AL SEÑOR NOEL FAHEY, NUEVO EMBAJADOR DE IRLANDA ANTE LA SANTA SEDE

Palacio pontificio de Castelgandolfo

211

Sábado 15 de septiembre de 2007



Excelencia:

1. Me complace darle la bienvenida al Vaticano y recibir las cartas credenciales con las que es designado embajador extraordinario y plenipotenciario de Irlanda ante la Santa Sede. Le ruego que transmita a su presidenta, la señora Mary McAleese, y al Gobierno y al pueblo de su país mi gratitud por sus buenos deseos. Correspondo a ellos con afecto y aseguro a los ciudadanos de su nación mis oraciones por su bienestar espiritual.

2. Como su excelencia ha observado, durante más de dieciséis siglos el cristianismo ha plasmado la identidad cultural, moral y espiritual del pueblo irlandés. No se trata simplemente de una cuestión de importancia histórica. El cristianismo está arraigado en el corazón de la civilización irlandesa y sigue siendo un "fermento" en la vida de su nación. En verdad, la fe cristiana no ha perdido nada de su importancia para la sociedad contemporánea, puesto que afecta a "la esfera más profunda del hombre" y da "significado a su vida en el mundo" (cf. Redemptor hominis RH 10), impulsando tanto a los líderes civiles como a los religiosos a sostener los valores absolutos y los ideales inherentes a la dignidad de toda persona y necesarios para toda democracia.

3. Durante los últimos años Irlanda ha disfrutado de un crecimiento económico sin precedentes. Indudablemente, esta prosperidad ha traído bienestar material para muchos, pero al mismo tiempo también el secularismo ha comenzado a invadir y a dejar su huella. Sobre el telón de fondo de este desarrollo, me he interesado por informarme del reciente "diálogo estructurado" que se ha entablado entre la Iglesia y el Gobierno. Aplaudo esta iniciativa.

Algunos podrían preguntarse si la Iglesia tiene una contribución que dar al Gobierno de una nación. En una sociedad democrática pluralista, ¿la fe y la religión no deberían limitarse a la esfera privada? La realidad histórica de regímenes totalitarios brutales, el escepticismo contemporáneo ante la retórica política y una creciente inquietud por la pérdida de puntos de referencia éticos que regulen los recientes avances científicos —basta pensar en el campo de la bioingeniería— son factores que señalan las imperfecciones y las limitaciones que se encuentran tanto en las personas como en la sociedad. El reconocimiento de estas imperfecciones indica la importancia de un redescubrimiento de los principios éticos y morales, y la necesidad no sólo de reconocer los límites de la razón, sino también de comprender su relación esencial de complementariedad con la fe y la religión.

La Iglesia, al difundir la verdad revelada, sirve a todos los miembros de la sociedad, iluminando los fundamentos de la moral y de la ética, purificando la razón y garantizando que permanezca abierta a la consideración de las verdades últimas y actúe con sabiduría. Lejos de amenazar la tolerancia de las diferencias o la pluralidad cultural, o usurpar el papel del Estado, dicha contribución ilumina la verdad misma, que hace posible el consenso y mantiene el debate público en un nivel racional, honrado y responsable.

Cuando se descuida la verdad, el relativismo toma su lugar: las opciones políticas, en vez de ser gobernadas por principios, están determinadas cada vez más por la opinión pública, los valores son ensombrecidos por procedimientos y objetivos, y de hecho incluso las categorías de bien y mal, de correcto e incorrecto, ceden al cálculo pragmático de la ventaja y la desventaja.

4. El proceso de paz en Irlanda del Norte ha sido un esfuerzo largo y arduo. Por fin, existe la esperanza de que dé frutos duraderos. La paz se ha alcanzado con un amplio apoyo internacional, con una voluntad política determinante por parte tanto del Gobierno irlandés como del británico, y con la disposición de personas y comunidades a aprovechar la sublime capacidad humana de perdonar. Toda la familia humana internacional se ha animado con este resultado, y recibe con alegría esta señal de esperanza para el mundo, según la cual un conflicto, por más arraigado que esté, puede superarse.

Pido ardientemente en oración para que la paz que ya está renovando el Norte impulse a los líderes políticos y religiosos en otras zonas turbulentas de nuestro mundo a reconocer que sólo con el perdón, la reconciliación y el respeto mutuo se puede construir una paz duradera. Con este fin, me alegra el compromiso de su Gobierno de emplear su experiencia y sus recursos en la prevención y en la resolución de conflictos, así como su promesa de incrementar varias formas de ayuda a los países en vías de desarrollo.

5. Excelencia, como muchas naciones del mundo, Irlanda, durante los últimos años, ha hecho de la protección del medio ambiente una de sus prioridades, tanto en la política interna como en las relaciones internacionales. Efectivamente, la promoción del desarrollo sostenible y una atención particular al cambio climático son cuestiones de gran importancia para toda la familia humana, y ninguna nación o sector económico debería ignorarlas. Dado que la investigación científica demuestra los efectos globales que las acciones humanas pueden tener sobre el medio ambiente, es cada vez más evidente la complejidad de la relación vital entre la ecología de la persona humana y la ecología de la naturaleza (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 8).

212 La plena comprensión de esta relación se funda en el orden natural y moral con el que Dios creó al hombre y le encomendó la tierra (cf. ib., 8-9). Curiosamente, mientras se reconoce fácilmente la majestad de los dedos de Dios en la creación (cf. Ps 8,4), a veces se comprende menos fácilmente el pleno reconocimiento de la gloria y el esplendor con los que coronó específicamente al hombre (cf. Ps 8,5). De aquí deriva una doble moral.

Los grandes temas morales, vitales, de la paz, la no violencia, la justicia y el respeto de la creación no confieren por sí mismos dignidad al hombre. La dimensión primaria de la moral deriva de la dignidad innata de la vida humana —desde el momento de la concepción hasta la muerte natural—, una dignidad conferida por Dios mismo. El acto amoroso de Dios de la creación debe entenderse como un todo.

Es preocupante el hecho de que a menudo los mismos grupos sociales y políticos que, admirablemente, están más en armonía con la maravilla de la creación de Dios, presten escasa atención a la maravilla de la vida en el seno materno. Esperemos que, especialmente entre los jóvenes, el interés creciente por el medio ambiente aumente su comprensión del orden y la magnificencia propios de la creación de Dios, en cuyo centro y culmen están el hombre y la mujer.

6. Excelencia, estoy seguro de que su misión fortalecerá aún más los vínculos de amistad que ya existen entre Irlanda y la Santa Sede. Al asumir sus nuevas responsabilidades, encontrará que las diversas oficinas de la Curia romana están plenamente dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de sus funciones. Sobre usted, sobre su familia y sobre sus compatriotas invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


A LAS CLARISAS DEL MONASTERIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Albano Lacial

Sábado 15 de septiembre de 2007

Queridas hermanas:

Bienvenidas al palacio apostólico. Me alegra acogeros, os agradezco vuestra visita y os saludo cordialmente a cada una. Se puede decir que vuestra comunidad, que se encuentra en el territorio de las villas pontificias, vive a la sombra de la casa del Papa y, por tanto, es muy estrecho el vínculo espiritual que existe entre vosotras y el Sucesor de Pedro, como lo demuestran los numerosos contactos que, desde vuestra fundación, habéis mantenido con los Papas durante su estancia aquí, en Castelgandolfo.

Lo acaba de recordar vuestra madre abadesa, a la que agradezco de corazón las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todas vosotras. Al encontrarme esta mañana con vosotras, renuevo también yo mi sincera gratitud a vuestra comunidad por el apoyo diario de vuestra oración y por vuestra intensa participación espiritual en la misión del Pastor de la Iglesia universal. En el silencio de la clausura y mediante la entrega total y exclusiva de vosotras mismas a Cristo según el carisma franciscano, prestáis a la Iglesia un valioso servicio.

Repasando la historia de vuestro monasterio, he notado que muchos de mis predecesores, al encontrarse con vuestra comunidad, reafirmaron siempre la importancia de vuestro testimonio de contemplativas "contentas con Dios solo". Pienso, en particular, en lo que os dijo el siervo de Dios Pablo VI el 3 de septiembre de 1971, es decir, que ante quienes consideran a las monjas de clausura como marginadas de la realidad y de la experiencia de nuestro tiempo, vuestra existencia tiene el valor de un testimonio singular que toca íntimamente la vida de la Iglesia. "Vosotras —subrayó Pablo VI— representáis muchas cosas que la Iglesia aprecia y que el concilio Vaticano II ha confirmado. Fieles a la Regla, a la vida en común, a la pobreza, sois una semilla y un signo" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de septiembre de 1971, p. 2).

Algunos años después, el 14 de agosto de 1979, como prosiguiendo estas reflexiones, el amado Juan Pablo II, celebrando la santa misa en vuestra capilla, quiso encomendar a vuestra oración su persona, la Iglesia y toda la humanidad. "Vosotras no habéis abandonado el mundo —afirmó— para no tener sus preocupaciones (...). Vosotras los lleváis a todos en el corazón y acompañáis a la humanidad en el atormentado escenario de la historia con vuestra oración (...). Por esta presencia vuestra, oculta pero auténtica, en la sociedad y mucho más en la Iglesia, también yo miro con confianza vuestras manos juntas" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 1979, p. 9).

213 He aquí, pues, queridas hermanas, lo que el Papa espera de vosotras: que seáis antorchas ardientes de amor, "manos juntas" que velan en oración incesante, desprendidas totalmente del mundo, para sostener el ministerio de aquel a quien Jesús ha llamado a guiar su Iglesia. "Hermanas pobres" que, siguiendo el ejemplo de san Francisco y de santa Clara, observan "el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad".

No siempre tiene eco en la opinión pública el compromiso silencioso de quienes, como vosotras, tratan de poner en práctica con sencillez y alegría el Evangelio "sine glossa", pero podéis estar seguras de que es verdaderamente extraordinaria la aportación que dais a la obra apostólica y misionera de la Iglesia en el mundo, y Dios seguirá bendiciéndoos con el don de muchas vocaciones, como ha hecho hasta ahora.

Queridas hermanas clarisas, que san Francisco, santa Clara y los numerosos santos y santas de vuestra Orden os ayuden a "perseverar fielmente hasta el final" en vuestra vocación. Que os proteja, de modo especial, la Virgen María, a quien hoy la liturgia nos invita a contemplar al pie de la cruz, asociada íntimamente a la misión de Cristo y copartícipe en la obra de salvación con su dolor de madre. En el Calvario, Jesús nos la dio como madre y nos encomendó a ella como hijos. Que la Virgen de los Dolores os obtenga el don de seguir a su divino Hijo crucificado y aceptar con serenidad las dificultades y las pruebas de la existencia diaria.

Con estos sentimientos, os imparto a todas vosotras una bendición apostólica especial, que de buen grado extiendo a las personas que se encomiendan a vuestras oraciones.


EN EL QUINTO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CARDENAL VAN THUÂN

Sala del Consistorio, Castelgandolfo

Lunes 17 de septiembre de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Os doy una cordial bienvenida a todos vosotros, reunidos para recordar al amadísimo cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân, que el Señor llamó a sí el 16 de septiembre de hace cinco años. Ha pasado un lustro, pero en la mente y en el corazón de quienes lo conocieron sigue viva la noble figura de este fiel servidor del Señor. También yo conservo no pocos recuerdos personales de los encuentros que tuve con él durante los años de su servicio aquí, en la Curia romana.

Saludo al señor cardenal Renato Raffaele Martino y al obispo mons. Giampaolo Crepaldi, respectivamente presidente y secretario del Consejo pontificio Justicia y paz, junto con sus colaboradores. Saludo a los miembros de la fundación San Mateo, instituida en memoria del cardenal Van Thuân, del Observatorio internacional, que lleva su nombre, creado para la difusión de la doctrina social de la Iglesia, así como a los parientes y amigos del cardenal difunto. Al señor cardenal Martino le expreso sentimientos de viva gratitud también por las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes.

214 Aprovecho de buen grado la ocasión para destacar, una vez más, el luminoso testimonio de fe que nos dejó este heroico pastor. El obispo Francisco Javier —como le gustaba presentarse— fue llamado a la casa del Padre en el otoño del año 2002, después de un largo período de dolorosa enfermedad, afrontada con total abandono a la voluntad de Dios. Algún tiempo antes había sido nombrado por mi venerado predecesor Juan Pablo II vicepresidente del Consejo pontificio Justicia y paz, del que fue después presidente, iniciando la publicación del Compendio de la doctrina social de la Iglesia.

¿Cómo olvidar los notables rasgos de su cordialidad sencilla y espontánea? ¿Cómo no poner de relieve la capacidad que tenía de dialogar y hacerse prójimo de todos? Lo recordamos con mucha admiración, mientras vuelven a nuestra mente las grandes visiones, llenas de esperanza, que lo animaban y que sabía proponer de modo fácil y atractivo; su fervoroso compromiso en favor de la difusión de la doctrina social de la Iglesia entre los pobres del mundo; el anhelo de la evangelización en su continente, Asia; la capacidad que tenía de coordinar las actividades de caridad y promoción humana que impulsaba y sostenía en los lugares más recónditos de la tierra.

El cardenal Van Thuân era un hombre de esperanza, vivía de esperanza y la difundía entre todas las personas con quienes se encontraba. Gracias a esta energía espiritual superó todas las dificultades físicas y morales. La esperanza lo sostuvo como obispo aislado, durante trece años, de su comunidad diocesana; la esperanza le ayudó a vislumbrar en la absurdidad de los acontecimientos que le tocó vivir —durante su larga detención nunca fue procesado— un designio providencial de Dios.

La noticia de la enfermedad, el tumor, que lo llevó después a la muerte, le llegó casi juntamente con el nombramiento cardenalicio por obra del Papa Juan Pablo II, que sentía por él gran estima y afecto. El cardenal Van Thuân solía repetir que el cristiano es el hombre del ahora, del momento presente, que es necesario aprovechar y vivir por amor a Cristo. En esta capacidad de vivir el momento presente se refleja su abandono interior en manos de Dios y la sencillez evangélica que todos admiramos en él. ¿Es posible —se preguntaba— que quien se fía del Padre celestial no quiera ser estrechado entre sus brazos?

Queridos hermanos y hermanas, he recibido con profunda alegría la noticia de que se ha iniciado la causa de beatificación de este singular profeta de esperanza cristiana y, a la vez que encomendamos al Señor a esta alma elegida, le pedimos que su ejemplo sea una enseñanza válida para nosotros. Con este deseo, os bendigo a todos de corazón.


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BENÍN EN VISITA "AD LIMINA"

Jueves 20 de septiembre de 2007



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra acogeros mientras realizáis vuestra visita ad limina, manifestación de comunión entre los obispos y la Sede de Pedro, y medio eficaz para responder a la exigencia de conocimiento mutuo que brota de la realidad misma de esta comunión (cf. Pastores gregis ). El presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Antoine Ganyé, me ha presentado en vuestro nombre algunas realidades de la vida de la Iglesia en Benín; se lo agradezco cordialmente.

A través de vosotros, quiero saludar con afecto a todos los miembros de vuestras comunidades diocesanas: a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los laicos, invitándolos a crecer en la fe en Jesús, único Salvador de los hombres. Os ruego que transmitáis también mi saludo afectuoso al querido cardenal Bernardin Gantin. Por último, a todos los habitantes de Benín les expreso mis mejores deseos para que prosigan valientemente su compromiso con vistas a la construcción de una sociedad cada vez más fraterna y respetuosa de cada persona.

En los últimos años habéis dado prueba de una gran valentía evangélica al guiar al pueblo de Dios en medio de las numerosas dificultades que ha atravesado vuestra sociedad, mostrando así vuestro interés pastoral por las grandes cuestiones que ha tenido que afrontar, en particular en el campo de la justicia y de los derechos humanos. En todas esas situaciones habéis propuesto sin cesar la enseñanza de la Iglesia fundada en el Evangelio, suscitando así la esperanza en el corazón de vuestro pueblo y contribuyendo a mantener la unidad y la concordia nacionales.

Ante los numerosos desafíos que se os presentan hoy, os animo vivamente a desarrollar una auténtica espiritualidad de comunión, para "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio ineunte NM 43). En efecto, esta comunión que los obispos están llamados a vivir ante todo entre sí, para encontrar en ella fuerza y apoyo con vistas a su ministerio, favorece el dinamismo misionero, "garantizando siempre el testimonio de la unidad para que el mundo crea, y ampliando la perspectiva del amor para que todos alcancen la comunión trinitaria, de la cual proceden y a la cual están destinados" (Pastores gregis ).

215 Os invito a desarrollar también esta comunión en vuestro presbyterium, ayudando a los sacerdotes, con la calidad de las relaciones que entabláis con ellos, a asumir plenamente su ministerio sacerdotal. Quiero alentar vivamente a cada uno a mantener en su vida apostólica un equilibrio que dé a una intensa vida espiritual el lugar que le corresponde, para crear y fortalecer una relación de amistad con Cristo, a fin de servir generosamente a la porción del pueblo de Dios que se le ha confiado, así como al anuncio del reino de Dios a todos. Entonces el Evangelio se hará presente de forma concreta en la sociedad. De acuerdo con la sabiduría de la Iglesia, también han de saber discernir en las "tradiciones" de su pueblo el bien verdadero, que permite crecer en la fe y en un auténtico conocimiento de Dios, y rechazar lo que está en contradicción con el Evangelio.

Por otra parte, vuestras relaciones quinquenales muestran que la influencia de las tradiciones sigue estando aún muy presente en la vida social. Aunque deben incentivarse sus aspectos positivos, es necesario rechazar sus manifestaciones que perjudican, alimentan el temor o excluyen a los demás. La fe cristiana debe inculcar en los corazones la libertad interior y la responsabilidad que nos encomienda Cristo ante los acontecimientos de la vida.

Así pues, una sólida formación cristiana será un apoyo indispensable para ayudar a los fieles a confrontar su fe con las creencias de la "tradición". Esta formación también debe permitirles aprender a orar con confianza, para permanecer siempre cerca de Cristo, y en los momentos de dificultad, encontrar apoyo en las comunidades cristianas a través de los signos efectivos del amor de Dios, que hace libres. En esta ardua tarea, la colaboración de los catequistas es una aportación valiosa. Conozco su entrega y la atención que dedicáis a su formación y a permitirles llevar una vida digna. Los saludo cordialmente, expresándoles la gratitud de la Iglesia por su compromiso a su servicio.

Queridos hermanos, en vuestras diócesis los institutos de vida consagrada aportan una generosa contribución a la misión. Los religiosos y las religiosas han de conservar siempre el corazón y la mirada fijos en el Señor Jesús, para que, mediante sus obras y la entrega total de sí mismos, comuniquen a todos el amor de Dios que reciben en su propia existencia. Al servir, sin distinción, a los más necesitados de la sociedad, que es un compromiso esencial para la mayoría de ellos, jamás se debe dejar de lado a Dios y a Cristo, que es oportuno anunciar, sin querer imponer la fe de la Iglesia. "El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre él, dejando que hable sólo el amor" (Deus caritas est ).

Invito también a los miembros de las comunidades contemplativas a seguir siendo, con su presencia discreta, una llamada permanente para todos los creyentes a buscar sin cesar el rostro de Dios y a darle gracias por todos sus beneficios.

En el contexto cultural de vuestro país, es necesario que la presencia de la Iglesia se manifieste mediante signos visibles que indiquen el sentido auténtico de su misión entre los hombres. Entre estos signos, las celebraciones litúrgicas fervorosas y entusiastas ocupan un lugar eminente. Son un testimonio elocuente de fe dado por vuestras comunidades en el corazón mismo de la sociedad. Por tanto, es importante que los fieles participen en la liturgia de manera plena, activa y fructuosa. Para favorecer esta participación, es legítimo aceptar ciertas adaptaciones adecuadas para los diversos contextos culturales, respetando las normas establecidas por la Iglesia.

Sin embargo, para que no se introduzcan en la liturgia elementos culturales incompatibles con la fe cristiana o acciones que fomentan la confusión, debe proporcionarse a los seminaristas y a los sacerdotes una sólida formación litúrgica, permitiendo la profundización del conocimiento de los fundamentos, del significado y del valor teológico de los ritos litúrgicos.

Por lo demás, la presencia de la Iglesia en la sociedad se manifiesta también a través de las intervenciones públicas de sus pastores. En diversas ocasiones habéis defendido valientemente los valores de la familia y el respeto a la vida, cuando estaban amenazados por ideologías que proponían modelos y actitudes opuestas a una concepción auténtica de la vida humana. Os animo a proseguir este compromiso, que es un servicio a toda la sociedad.

Desde esta perspectiva, también la formación de los jóvenes es una de vuestras prioridades pastorales. Quiero alabar aquí el trabajo realizado por todas las personas que contribuyen a su educación humana y religiosa, en particular en la enseñanza católica, cuya calidad es ampliamente reconocida. Al ayudar a los jóvenes a adquirir una madurez humana y espiritual, haced que descubran a Dios, haced que descubran que en la entrega de sí mismos al servicio de los demás llegan a ser más libres y más maduros.

Por otra parte, los obstáculos que encuentran para comprometerse en el matrimonio cristiano y para vivir con fidelidad los compromisos asumidos, obstáculos a menudo relacionados con su cultura y sus tradiciones, no sólo exigen una seria preparación para este sacramento, sino también un acompañamiento permanente de las familias, particularmente en los momentos de mayor dificultad.

Por último, quiero expresaros mi satisfacción al constatar que, en general, las relaciones entre cristianos y musulmanes se desarrollan en un clima de comprensión recíproca. Por eso, para evitar que se produzca cualquier forma de intolerancia y para prevenir cualquier violencia, conviene promover un diálogo sincero, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más verdadero, en especial mediante relaciones humanas respetuosas, un entendimiento sobre los valores de la vida y una cooperación mutua en todo lo que promueve el bien común. Este diálogo exige también preparar personas competentes para ayudar a conocer y a comprender los valores religiosos que tenemos en común y a respetar lealmente las diferencias.

216 Queridos hermanos, al concluir nuestro encuentro, os animo a proseguir vuestra misión al servicio del pueblo de Dios en Benín, viviendo cada vez más intensamente el misterio de Cristo. No tengáis miedo de proponer la novedad radical de la vida traída por Cristo y ofrecida a todos los hombres para realizar su vocación integral.

Os encomiendo a cada uno de vosotros a la intercesión materna de María, Reina de África. Que ella interceda por los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los seminaristas, los catequistas y los fieles de cada una de vuestras diócesis. A todos imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica.



Discursos 2007 209