Discursos 2007 216

A LA INTERNACIONAL DEMÓCRATA DE CENTRO


Y DEMÓCRATA CRISTIANA

Castelgandolfo, viernes 21 de septiembre de 2007

Señor presidente;
honorables parlamentarios;
distinguidas señoras y señores:

Me alegra acogeros durante los trabajos del comité ejecutivo de la Internacional demócrata de centro y demócrata cristiana, y dirijo ante todo un cordial saludo a las numerosas delegaciones presentes, que provienen de diversas naciones del mundo. Saludo en particular al presidente, honorable Pier Ferdinando Casini, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Vuestra visita me brinda la oportunidad de ofrecer a vuestra atención algunas consideraciones sobre valores e ideales que han sido forjados o profundizados de manera decisiva por la tradición cristiana en Europa y en todo el mundo.

Sé que vosotros, a pesar de proceder de lugares muy diversos, compartís muchos de sus principios, como por ejemplo el carácter central de la persona y el respeto de los derechos humanos, el compromiso en favor de la paz y la promoción de la justicia para todos. Por tanto, os inspiráis en principios fundamentales, que están relacionados entre sí, como lo demuestra la experiencia de la historia. En efecto, cuando se violan los derechos humanos, se hiere la misma dignidad de la persona humana; si la justicia vacila, la paz corre peligro. Por otra parte, la justicia sólo puede llamarse de verdad humana si la visión ética y moral en la que se funda está centrada en la persona y en su dignidad inalienable.

Honorables señores y señoras, vuestra actividad, que se inspira en esos principios, es hoy aún más difícil a causa del clima de profundos cambios que viven nuestras comunidades. Por eso os animo una vez más a proseguir en el esfuerzo de servir al bien común, trabajando para que no se difundan ni se fortalezcan ideologías que pueden oscurecer o confundir las conciencias y fomentar una visión ilusoria de la verdad y del bien.

Por ejemplo, en el campo económico existe una tendencia que identifica el bien con el lucro, y de este modo disuelve la fuerza del ethos desde dentro, terminando incluso por amenazar el mismo lucro. Algunos creen que la razón humana es incapaz de captar la verdad y, por tanto, de buscar el bien correspondiente a la dignidad de la persona. Hay, además, quien considera legítima la eliminación de la vida humana en su fase prenatal o en la terminal. También es preocupante la crisis que atraviesa la familia, célula fundamental de la sociedad fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer. La experiencia demuestra que cuando se menosprecia la verdad del hombre, cuando se minan los fundamentos de la familia, la paz misma se ve amenazada, el derecho corre peligro y, como consecuencia lógica, se desemboca en injusticias y violencias.

Hay otro ámbito que os interesa mucho: el de la defensa de la libertad religiosa, derecho fundamental insuprimible, inalienable e inviolable, arraigado en la dignidad de todo ser humano y reconocido por varios documentos internacionales, entre los cuales, ante todo, la Declaración universal de derechos humanos. El ejercicio de esta libertad comprende también el derecho a cambiar de religión, que se debe garantizar no sólo jurídicamente, sino también en la práctica diaria. En efecto, la libertad religiosa responde a la apertura intrínseca de la criatura humana a Dios, Verdad plena y sumo Bien, y su valoración constituye una expresión fundamental de respeto a la razón humana y a su capacidad de verdad.

217 La apertura a la trascendencia constituye una garantía indispensable para la dignidad humana, porque existen anhelos y exigencias del corazón de toda persona que sólo en Dios encuentran comprensión y respuesta. Por tanto, no se puede excluir a Dios del horizonte del hombre y de la historia. Precisamente por eso hay que acoger el deseo común de todas las tradiciones auténticamente religiosas de mostrar públicamente su propia identidad, sin verse obligadas a esconderla o mimetizarla.

Además, respetar la religión contribuye a desmentir el reproche frecuente de haber olvidado a Dios, que algunas redes terroristas usan como pretexto para justificar sus amenazas a la seguridad de las sociedades occidentales. El terrorismo representa un fenómeno gravísimo, que a menudo llega a instrumentalizar a Dios y desprecia de manera injustificable la vida humana. Ciertamente, la sociedad tiene derecho a defenderse, pero este derecho, como cualquier otro, se debe ejercer siempre en el pleno respeto de las reglas morales y jurídicas también por lo que concierne a la elección de los objetivos y de los medios.

En los sistemas democráticos el uso de la fuerza no justifica nunca la renuncia a los principios del estado de derecho. En efecto, ¿se puede proteger la democracia amenazando sus fundamentos? Así pues, es necesario garantizar con firmeza la seguridad de la sociedad y de sus miembros, pero salvaguardando los derechos inalienables de toda persona. Hay que combatir el terrorismo con determinación y eficacia, con la conciencia de que, si el mal es un misterio que tiende a extenderse, la solidaridad de los hombres en el bien es un misterio que tiende a difundirse aún más.

A este respecto, la doctrina social de la Iglesia católica ofrece elementos de reflexión útiles para promover la seguridad y la justicia, tanto a nivel nacional como internacional, a partir de la razón, del derecho natural y también del Evangelio, es decir, a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano y también la trasciende. La Iglesia sabe que no le corresponde a ella defender políticamente esta doctrina; por lo demás, su objetivo es servir a la formación de la conciencia en la política y contribuir a que aumente la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad a actuar basándose en ellas, incluso cuando esto pudiera contrastar con situaciones de interés personal (cf. Deus caritas est ).

En esta misión, la Iglesia actúa movida por el amor a Dios y al hombre, y por el deseo de colaborar con todas las personas de buena voluntad para construir un mundo donde se salvaguarden la dignidad y los derechos inalienables de todas las personas. A todos los que comparten la fe en Cristo la Iglesia les pide testimoniarla hoy con mayor valentía y generosidad. En efecto, la coherencia de los cristianos es indispensable, también en la vida política, para que la "sal" del compromiso apostólico no pierda su "sabor", y la "luz" de los ideales evangélicos no se oscurezca en su acción diaria.

Honorables señores y señoras, os agradezco una vez más vuestra grata visita. A la vez que os expreso mis mejores deseos para vuestro trabajo, os aseguro un recuerdo en la oración para que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias, y os conceda sabiduría, coherencia y vigor moral para servir a la grande y noble causa del hombre y del bien común.


A CIENTO SIETE OBISPOS NOMBRADOS EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES

Castelgandolfo, sábado 22 de septiembre de 2007



Queridos hermanos en el episcopado:

Ya es costumbre, desde hace varios años, que los obispos nombrados recientemente se reúnan en Roma para un encuentro que se vive como una peregrinación a la tumba de san Pedro. Os acojo con particular afecto. La experiencia que estáis realizando, además de estimularos en la reflexión sobre las responsabilidades y las tareas de un obispo, os permite reavivar en vuestra alma la certeza de que, al gobernar la Iglesia de Dios, no estáis solos, sino que, juntamente con la ayuda de la gracia, contáis con el apoyo del Papa y el de vuestros hermanos en el episcopado.

Estar en el centro de la catolicidad, en esta Iglesia de Roma, abre vuestras almas a una percepción más viva de la universalidad del pueblo de Dios y aumenta en vosotros la solicitud por toda la Iglesia.

Agradezco al cardenal Giovanni Battista Re las palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos y saludo en particular a mons. Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales. Os saludo a cada uno de vosotros, pensando en vuestras diócesis.
218 El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.

El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf.
Lc 6,12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3,14).

Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre.

Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Ac 6,4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

Ya san Gregorio Magno, en la Regla pastoral afirmaba que el pastor "de modo singular debe destacar sobre todos los demás por la oración y la contemplación" (II, 5). Es lo que la tradición formuló después con la conocida expresión: "Contemplata aliis tradere" (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II 188,6).

En la encíclica Deus caritas est, refiriéndome a la narración del episodio bíblico de la escala de Jacob, quise poner de relieve que precisamente a través de la oración el pastor se hace sensible a las necesidades de los demás y misericordioso con todos (cf. ). Y recordé el pensamiento de san Gregorio Magno, según el cual el pastor arraigado en la contemplación sabe acoger las necesidades de los demás, que en la oración hace suyas: "per pietatis viscera in se infirmitatem caeterorum transferat" (Regla pastoral, ib.).

La oración educa en el amor y abre el corazón a la caridad pastoral para acoger a todos los que recurren al obispo. Este, modelado en su interior por el Espíritu Santo, consuela con el bálsamo de la gracia divina, ilumina con la luz de la Palabra, reconcilia y edifica en la comunión fraterna.

En vuestra oración, queridos hermanos, deben ocupar un lugar particular vuestros sacerdotes, para que perseveren siempre en su vocación y sean fieles a la misión presbiteral que se les ha encomendado. Para todo sacerdote es muy edificante saber que el obispo, del que ha recibido el don del sacerdocio o que, en cualquier caso, es su padre y su amigo, lo tiene presente en la oración, con afecto, y que está siempre dispuesto a acogerlo, escucharlo, sostenerlo y animarlo.

Además, en la oración del obispo nunca debe faltar la súplica por nuevas vocaciones. Debe pedirlas con insistencia a Dios, para que llame "a los que quiera" para su sagrado ministerio.

El munus sanctificandi que habéis recibido os compromete, asimismo, a ser animadores de oración en la sociedad. En las ciudades en las que vivís y actuáis, a menudo agitadas y ruidosas, donde el hombre corre y se extravía, donde se vive como si Dios no existiera, debéis crear espacios y ocasiones de oración, donde en el silencio, en la escucha de Dios mediante la lectio divina, en la oración personal y comunitaria, el hombre pueda encontrar a Dios y hacer una experiencia viva de Jesucristo que revela el auténtico rostro del Padre.

No os canséis de procurar que las parroquias y los santuarios, los ambientes de educación y de sufrimiento, pero también las familias, se conviertan en lugares de comunión con el Señor. De modo especial, os exhorto a hacer de la catedral una casa ejemplar de oración, sobre todo litúrgica, donde la comunidad diocesana reunida con su obispo pueda alabar y dar gracias a Dios por la obra de la salvación e interceder por todos los hombres.

219 San Ignacio de Antioquía nos recuerda la fuerza de la oración comunitaria: "Si la oración de uno o de dos tiene tanta fuerza, ¡cuánto más la del obispo y de toda la Iglesia!" (Carta a los EP 5).
En pocas palabras, queridos hermanos en el episcopado, sed hombres de oración. "La fecundidad espiritual del ministerio del obispo depende de la intensidad de su unión con el Señor. Un obispo debe sacar de la oración luz, fuerza y consuelo para su actividad pastoral", como escribe el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (Apostolorum successores ).

Al orar a Dios por vosotros mismos y por vuestros fieles, tened la confianza de los hijos, la audacia del amigo, la perseverancia de Abraham, que fue incansable en la intercesión. Como Moisés, tened las manos elevadas hacia el cielo, mientras vuestros fieles libran el buen combate de la fe. Como María, alabad cada día a Dios por la salvación que realiza en la Iglesia y en el mundo, convencidos de que para Dios nada es imposible (cf.
Lc 1,37).

Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, a los seminaristas y a los fieles de vuestras diócesis, una bendición apostólica especial.


AL SEÑOR JOSÉ CUADRA CHAMORRO, EMBAJADOR DE NICARAGUA ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 24 de septiembre de 2007

Señor Embajador:

1. Recibo complacido de sus manos las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Nicaragua ante la Santa Sede y, a la vez que le agradezco las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, le doy mi más cordial bienvenida en este solemne acto con el que inicia la misión encomendada por su Gobierno, la cual ya ejerció entre 1997 y 1998.

Le ruego que haga llegar al Señor Daniel Ortega Saavedra, Presidente de la República, mis mejores deseos de paz, bienestar y prosperidad para su querida Nación, tan duramente probada por el reciente huracán “Félix”. Como ya hice en su momento, elevo de nuevo mi oración al Todopoderoso por las víctimas humanas y expreso mi cercanía espiritual a los numerosos damnificados que han perdido su vivienda o sus instrumentos de trabajo. Es de esperar que, además de la ayuda interna, reciban generosas aportaciones por parte de la comunidad internacional.

2. Nicaragua, como tantos otros países, tiene que afrontar diversos problemas de orden económico, social y político. Encontrar los medios para resolverlos no es tarea fácil, ya que se ha de contar siempre no sólo con la buena disposición y colaboración de los ciudadanos, sino sobre todo con la de los responsables de las diferentes instancias políticas y empresariales. Es indispensable, pues, la unión de esfuerzos y voluntades para hacer posible una decidida acción de los gobernantes ante los retos de un mundo globalizado, los cuales hay que acometer con espíritu de auténtica solidaridad.

Esta virtud cristiana y también humana —decía mi predecesor Juan Pablo II— ha de inspirar la acción de los individuos, de los gobiernos, de los organismos e instituciones internacionales, así como de todos los miembros de la sociedad civil, que se han de sentir comprometidos a trabajar por un auténtico desarrollo de los pueblos y de las naciones, teniendo como objetivo el bien de todos y de cada uno, como enseña la doctrina social católica (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 40-41).

3. En sus palabras, Señor Embajador, se ha referido a las prioridades señaladas por su Gobierno, como son lograr la llamada “Hambre cero”, combatir el problema de las drogas, incrementar la alfabetización y eliminar la pobreza. Para alcanzar estos objetivos y reducir así la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos como la educación, la salud y la vivienda, es fundamental la transparencia y honradez en la gestión pública que, frente a cualquier forma de corrupción, favorecen la credibilidad de las autoridades ante los ciudadanos y son determinantes para un justo desarrollo.

220 Ante estos objetivos, los responsables de las entidades civiles encontrarán en la Iglesia en Nicaragua, a pesar de la escasez de sus recursos pero con la firmeza de los principios inspirados en el Evangelio, una colaboración sincera para la búsqueda de soluciones justas. Se han de reconocer también sus esfuerzos por hacer crecer la conciencia y responsabilidad de los ciudadanos fomentando su participación y su empeño por atender las necesidades de quienes a menudo están sumidos en la pobreza y la marginación.

Los Obispos en su país, desde las estructuras nacionales y diocesanas, y fieles a su misión estrictamente pastoral, ofrecen su disponibilidad a mantener un diálogo y una comunicación constante y sincera con el Gobierno, contribuyendo a que se den las condiciones esenciales que favorezcan una verdadera reconciliación, instaurando un clima de paz y de auténtica justicia social. Sin embargo, “el deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los laicos” (Deus caritas est ), los cuales deben desarrollar su actividad política como “caridad social”. En este sentido me dirigía a los Nuncios Apostólicos en América Latina, durante el encuentro con ellos, el 17 de febrero pasado (cf. L’Osservatore Romano, edic. en lengua española, 23 febrero 2007, p. 10).

4. La Santa Sede quiere también expresar su reconocimiento a Nicaragua por su posición en los foros multilaterales sobre temas sociales, especialmente el respeto a la vida, frente a no pocas presiones internas e internacionales. En este sentido cabe considerar muy positivo que, el año pasado, la Asamblea Nacional aprobase la derogación del aborto terapéutico. A este respecto, es imprescindible incrementar la ayuda del Estado y de la sociedad misma a las mujeres que tienen graves problemas con su embarazo.

Junto con el insoslayable tema de la vida, se percibe una urgente necesidad de rescatar y promover los valores humanos y morales, ante tantas formas de violencia, incluso en los hogares, a menudo fruto de la desintegración de la familia o de la degradación de las costumbres. La Iglesia en Nicaragua es bien consciente de esta triste realidad y trata de afrontarla con sus enseñanzas y programas pastorales, pero también es necesaria la intervención de las instituciones públicas con programas educativos apropiados en lo que se refiere a la organización de la vida social.

5. Señor Embajador, al final de este acto quiero formularle mis mejores deseos por el feliz desempeño de sus funciones, que ayuden a fortalecer los tradicionales lazos de buena avenencia y cooperación entre Nicaragua y la Santa Sede. Le ruego que transmita mi saludo al Señor Presidente de la República, a la vez que tengo presente en mi plegaria, por intercesión de Sor María Romero, la primera y tan querida Beata de su país, a todo el pueblo nicaragüense. Pido al Altísimo que lo asista siempre en la misión que hoy comienza, a la vez que invoco abundantes bendiciones sobre usted y sus colaboradores, así como sobre los gobernantes y ciudadanos de Nicaragua.



A LOS OBISPOS DE UCRANIA

Palacio apostólico de Castelgandolfo

Lunes 24 de septiembre de 2007




Señores cardenales;
queridos y venerados hermanos en el episcopado:

Me alegra particularmente acogeros y os doy a cada uno mi cordial bienvenida, al inicio de la visita ad limina de los obispos de rito latino. Con gran placer saludo a los obispos grecocatólicos, que han aceptado mi invitación a asistir a este encuentro. Hoy están reunidos idealmente, en torno al Sucesor de Pedro, todos los pastores de la amada Iglesia que vive en Ucrania. Se trata de un gesto de comunión eclesial, testimonio elocuente del amor fraterno que Jesús dejó a sus discípulos como signo distintivo. Hagamos nuestras las palabras del salmista: "Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos". Y también: a los que viven en su amor, el Señor "manda la bendición y la vida para siempre" (Ps 133,1-3). Con esta certeza, y con estos sentimientos de estima y de viva cordialidad, os agradezco a cada uno el trabajo pastoral que realizáis diariamente al servicio del pueblo de Dios.

Sé con cuánto empeño os esforzáis por proclamar y testimoniar el Evangelio en la querida tierra de Ucrania, encontrando a veces muchas dificultades, pero sostenidos siempre por la certeza de que Cristo guía con mano firme a su grey, la grey que él mismo ha puesto en vuestras manos, las manos de sus ministros. El Papa y sus colaboradores de la Curia romana están cerca de vosotros y siguen con afecto el camino de cada una de vuestras Iglesias locales, dispuestos en toda circunstancia a ofreceros su contribución, con la plena certeza de estar llamados por el Señor a servir a la unidad y a la comunión de la Iglesia.

221 Este encuentro pone de manifiesto la belleza y la riqueza del misterio de la Iglesia. El concilio Vaticano II recuerda que "Cristo, el único mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. (...). Constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (Lumen gentium LG 8). Con la variedad de sus ritos y de sus tradiciones históricas, la única Iglesia católica anuncia y testimonia en todos los rincones de la tierra al mismo Jesucristo, Palabra de salvación para todos los hombres y para todo el hombre.

Por eso, el secreto de la eficacia de todos nuestros proyectos pastorales y apostólicos es sobre todo la fidelidad a Cristo. A nosotros, los pastores, como a todos los fieles, se nos pide vivir una íntima y constante familiaridad con él en la oración y en la escucha dócil de su palabra: este es el único camino que debemos recorrer para llegar a ser en cualquier ambiente signos de su amor e instrumentos de su paz y de su concordia.

Estoy seguro de que para vosotros, queridos y venerados hermanos, al estar animados por este espíritu, no será difícil intensificar una cordial colaboración entre obispos latinos y obispos grecocatólicos, para el bien de todo el pueblo cristiano. Así podréis coordinar vuestros planes pastorales y vuestras actividades apostólicas, dando siempre testimonio de la comunión eclesial, que es también condición indispensable para el diálogo ecuménico con nuestros hermanos ortodoxos y con los de las demás Iglesias.

En particular, me permito presentar a vuestra consideración la propuesta de al menos un encuentro anual, en el que participen los obispos de rito latino y los de rito grecocatólico, con vistas a un oportuno acuerdo entre todos para que la acción pastoral sea cada vez más armoniosa y eficaz. Estoy convencido de que para todos los fieles la cooperación fraterna entre los pastores será un aliento y un estímulo a crecer en la unidad y en el entusiasmo apostólico, y favorecerá también un fructuoso diálogo ecuménico.

Queridos y venerados hermanos, gracias una vez más por haber aceptado mi invitación a participar en esta reunión fraterna. Sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras comunidades invoco la protección materna de la Virgen, que la liturgia latina venera hoy como la santísima Virgen de la Merced. Que ella os sostenga en vuestro ministerio diario y lo haga fecundo en frutos espirituales; os consuele y os conforte en las dificultades y en la hora de la prueba; os obtenga la alegría de una comunión cada vez más profunda con su Hijo divino y consolide aún más la fraternidad entre vosotros, sucesores de los Apóstoles.

A María le encomendamos, de modo especial, la visita ad limina de los obispos de rito latino que comienza hoy y los proyectos pastorales de todas vuestras comunidades.

Con estos deseos, a la vez que invoco una abundante efusión de gracias y de consuelos celestiales sobre vuestras personas y sobre vuestras respectivas actividades eclesiales, os imparto de corazón a cada uno una bendición especial, que de buen grado extiendo a los fieles encomendados a vuestro ministerio episcopal, así como a todo el amado pueblo de Ucrania.


AL FINAL D UN CONCIERTO EN EL 110 ANIVERSARIO


DEL NACIMIENTO DE PABLO VI

Sala de los Suizos, Castelgandolfo

Miércoles 26 de septiembre de 2007

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
222 queridos hermanos y hermanas:

Hemos pasado juntos una sugestiva velada musical, que nos ha permitido volver a escuchar fragmentos ciertamente conocidos, pero siempre capaces de suscitar nuevas y profundas emociones espirituales. La circunstancia que ha motivado esta velada es significativa: el 110° aniversario del nacimiento del siervo de Dios Pablo VI, acaecido en Concesio, el 26 de septiembre de 1897, precisamente como hoy.

Con sentimientos de viva gratitud os saludo a todos vosotros, que habéis participado en este acto conmemorativo de un gran Pontífice, que marcó la historia del siglo XX. Doy las gracias de corazón a quienes han promovido, organizado y ejecutado con apreciada maestría este concierto. Saludo con afecto a los señores cardenales presentes y, en particular, al cardenal Giovanni Battista Re, paisano del Papa Montini. Dirijo un saludo especial al obispo auxiliar de Brescia, monseñor Francesco Beschi, al que agradezco las palabras que acaba de dirigirme, a los demás prelados, a los sacerdotes y a todos vosotros.

Extiendo, además, mi saludo deferente a las personalidades que nos honran con su presencia, y de modo especial a los alcaldes de Brescia y de Bérgamo, a las demás autoridades civiles y militares, así como a los representantes de las instituciones que han contribuido particularmente a la realización de esta significativa manifestación.

Deseo, sobre todo, hacerme intérprete de los sentimientos comunes, expresando mi agradecimiento y mi aprecio a los solistas y a todos los componentes de la Orquesta del festival internacional de piano Arturo Benedetti Michelangeli de Brescia y Bérgamo, dirigida por el conocido maestro Agostino Orizio. Con extraordinario talento y eficacia, han ejecutado fragmentos musicales de Vivaldi, Bach y Mozart, ayudando a nuestro espíritu a percibir en el lenguaje musical la íntima armonía de la belleza divina.

Esta tarde, la escucha de célebres fragmentos musicales nos ha brindado la ocasión de recordar a un ilustre Papa, Pablo VI, que prestó a la Iglesia y al mundo un servicio muy valioso en tiempos difíciles y en condiciones sociales caracterizadas por profundos cambios culturales y religiosos. Rindamos homenaje al espíritu de sabiduría evangélica con el que este amado predecesor mío supo guiar a la Iglesia durante y después del concilio Vaticano II. Percibió, con intuición profética, las esperanzas y las inquietudes de los hombres de aquella época; se esforzó por valorar sus experiencias positivas, tratando de iluminarlas con la luz de la verdad y del amor de Cristo, el único Redentor de la humanidad. Sin embargo, el amor que sentía por la humanidad, con sus progresos, con sus maravillosos descubrimientos, los beneficios y las facilidades de la ciencia y de la técnica, no le impidió poner de relieve las contradicciones, los errores y los riesgos de un progreso científico y tecnológico sin una firme referencia a valores éticos y espirituales. Por tanto, su enseñanza sigue siendo actual y constituye una fuente a la cual recurrir para comprender mejor los textos conciliares y analizar los acontecimientos eclesiales que caracterizaron la segunda parte del siglo XX.

Pablo VI fue prudente y valiente al guiar a la Iglesia con un realismo y un optimismo evangélico alimentados por una fe inquebrantable. Deseó la venida de la "civilización del amor", convencido de que la caridad evangélica constituye el elemento indispensable para construir una auténtica fraternidad universal. Sólo reconociendo como Padre a Dios, que en Cristo ha revelado a todos su amor, los hombres pueden llegar a ser y sentirse realmente hermanos. Sólo Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, puede convertir el corazón humano y capacitarlo para contribuir a realizar una sociedad justa y solidaria. Sus sucesores han recogido la herencia espiritual del siervo de Dios Pablo VI y han seguido sus pasos.

Oremos para que su ejemplo y sus enseñanzas sean para nosotros aliento y estímulo a amar cada vez más a Cristo y a la Iglesia, animados por la inquebrantable esperanza que sostuvo al Papa Montini hasta el final de su existencia.

Con estos sentimientos, doy una vez más las gracias a quienes han preparado, animado y realizado este encuentro musical e, invocando sobre los presentes la constante protección del Señor, de corazón imparto a todos la bendición apostólica.


A LOS OBISPOS UCRANIOS DE RITO LATINO EN VISITA "AD LIMINA"

Palacio pontificio de Castelgandolfo

Jueves 27 de septiembre de 2007

Señor cardenal;
223 venerados hermanos en el episcopado:

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre" (
Col 1,2). Con este saludo apostólico me dirijo a vosotros, miembros del Episcopado de rito latino de Ucrania. A cada uno deseo la gracia y la paz del Señor, que son el secreto de nuestra misión de obispos al servicio del hombre. Al final de la visita ad limina, que me ha permitido encontrarme personalmente con vosotros, conocer mejor la realidad de cada una de vuestras diócesis y compartir con vosotros las esperanzas y los problemas que marcan su camino diario, doy gracias a Dios por todo lo que, en su amor misericordioso, va realizando a través de vuestro ministerio pastoral.

Dirijo un saludo particular al cardenal Marian Jaworski y le agradezco sus palabras, que han interpretado el pensamiento de todos vosotros. En su intervención he percibido el vivo deseo que tenéis de consolidar entre vosotros la unidad y la colaboración para afrontar juntos los grandes desafíos sociales, culturales y espirituales del momento actual. No os cansáis de buscar posibles soluciones, incluso mediante el diálogo con las autoridades locales, con la única finalidad de velar por el bien espiritual de la grey que el Señor os ha encomendado. Con vivo aprecio he tenido noticia del esfuerzo catequístico, litúrgico, apostólico y caritativo de vuestras diócesis: un programa que tiende también a consolidar el anhelo de catolicidad, que hace que todos los bautizados se sientan miembros del único cuerpo de Cristo.

Vuestra labor pastoral, venerados hermanos, se realiza en un territorio en el que conviven católicos de rito latino y de rito grecocatólico, junto con otros creyentes que encuentran la razón de su propia vida en el único Señor Jesucristo. Incluso entre los católicos la colaboración no siempre resulta fácil, pues es normal que haya diferentes sensibilidades, teniendo en cuenta también la diversidad de las respectivas tradiciones. Pero, ¿cómo no considerar una oportunidad providencial el hecho de que coexistan dos comunidades distintas en sus tradiciones, pero plenamente católicas, ambas orientadas a servir al único Kyrios y a anunciar el Evangelio?

La unidad de los católicos, en la diversidad de los ritos, y el esfuerzo por manifestarla en todos los ámbitos, muestra el rostro auténtico de la Iglesia católica y constituye un signo muy elocuente también para los demás cristianos y para toda la sociedad. Vuestro análisis ha puesto de manifiesto una serie de problemas, cuya solución exige una sinergia indispensable de fuerzas, para un renovado anuncio del Evangelio. Los largos años de la dominación atea y comunista han dejado huellas evidentes en las generaciones actuales. Esas huellas constituyen otros tantos desafíos que os interpelan, queridos hermanos, y con razón están en el centro de vuestras preocupaciones y programas pastorales.

"Ut unum sint". La oración de Cristo en el Cenáculo resuena constantemente en la Iglesia como invitación a buscar, sin cansarse, la unidad. Si se consolida la comunión en el seno de las comunidades católicas, será más fácil desarrollar un diálogo provechoso entre la Iglesia católica y las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Vosotros sentís con fuerza la exigencia ecuménica, pues desde hace muchos siglos convivís con nuestros hermanos ortodoxos, y con ellos tratáis de mantener un diálogo que abarque distintos aspectos de la vida.

Que las dificultades, los obstáculos e incluso los posibles fracasos no disminuyan vuestro entusiasmo al caminar en esta dirección. Con paciencia y humildad, con caridad, verdad y apertura de corazón, el camino por recorrer se hace menos arduo, sobre todo si no se pierde jamás la perspectiva de fondo, es decir, la convicción de que todos los discípulos de Cristo están llamados a seguir sus huellas, dejándose guiar dócilmente por su Espíritu, que actúa siempre en la Iglesia.

Queridos hermanos, son muchos los temas abordados en nuestras conversaciones personales que me gustaría retomar para alentaros a seguir por el camino emprendido. Pienso, por ejemplo, en la exigencia fundamental de formar de modo adecuado a los sacerdotes, para que puedan cumplir mejor su misión; así como en el cuidado de las vocaciones, que constituye una prioridad pastoral para garantizar obreros a la mies del Señor.

En su gran mayoría, los sacerdotes son testigos de auténtica abnegación, de generosidad gozosa y de humilde adaptación a las situaciones precarias en las que trabajan, a veces con dificultades de tipo económico. Que Dios los conserve y proteja siempre. Amadlos, porque son para vosotros colaboradores insustituibles; sostenedlos y animadlos; orad con ellos y por ellos. Sed para ellos padres amorosos a los que puedan recurrir con confianza.

Conozco vuestros esfuerzos por llevar adelante varias iniciativas para promover las vocaciones. Cuidad de que en los seminarios se imparta a los aspirantes al sacerdocio una formación armoniosa y completa. Acompañad con solicitud paterna a los sacerdotes jóvenes en los primeros pasos de su ministerio, y no descuidéis la formación permanente de los presbíteros.

He notado con satisfacción la presencia y el compromiso de los consagrados y las consagradas: un auténtico don para el crecimiento espiritual de cada comunidad. El cuidado de las vocaciones presupone naturalmente una pastoral familiar eficaz. La formación de un laicado que sepa dar razón de su fe es aún más necesaria en nuestro tiempo y representa uno de los objetivos pastorales que hay que perseguir con empeño.

224 Queridos y venerados hermanos, a veces el conjunto de las situaciones, con sus relativas dificultades, podría hacer que vuestro trabajo os parezca ímprobo y verdaderamente por encima de las fuerzas humanas. No temáis; el Señor está siempre con vosotros. Por tanto, permaneced unidos a él en la oración y en la escucha de su palabra.

A María, la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia, os encomiendo a vosotros y a vuestras comunidades, para que os proteja y os guíe siempre con mano materna, a la vez que os imparto con afecto la bendición apostólica.


Discursos 2007 216