Discursos 2007 224

ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI


AL DESPEDIRSE DE CASTELGANDOLFO

Viernes 28 de septiembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Antes de dejar Castelgandolfo, deseo dirigir unas palabras de cordial gratitud a cada uno de vosotros, que habéis contribuido, de diversas maneras, a que mi estancia estival fuera saludable y relajante. Saludo ante todo al párroco de Castelgandolfo y a la comunidad parroquial, así como a las diversas comunidades religiosas masculinas y femeninas que viven y trabajan aquí. A cada uno quiero decirle: el Papa cuenta con vuestro apoyo espiritual y os acompaña con su oración para que sigáis con generosidad constante la exigente llamada a la perfección evangélica, a fin de servir con alegría y entrega al Señor y a los hermanos.

Ahora quiero dar las gracias, de modo especial, al señor alcalde y a los representantes de la administración municipal de Castelgandolfo. Gracias, de corazón, por vuestra visita. En estos meses he sentido vuestra cercanía, y sé con cuánto esmero os habéis ocupado de mí y de los que viven en el palacio apostólico. Todos conocen el estilo de cordial hospitalidad que caracteriza a vuestra ciudad y a sus habitantes; una acogida que no sólo se reserva al Papa, sino también a los numerosos peregrinos que vienen a visitarlo, sobre todo el domingo para la habitual cita del Ángelus.

Queridos amigos, os pido que os hagáis intérpretes de mis sentimientos de gratitud ante toda la comunidad ciudadana, con la que me he encontrado en varias ocasiones. Muchas gracias a todos.

Ciertamente, no pueden faltar unas palabras de sincera gratitud al personal médico y a los encargados de los diversos servicios de la Gobernación, que durante estos meses han trabajado, cada uno en su sector, con competencia y abnegación. Queridos amigos, conozco vuestra disponibilidad y los sacrificios que implican los diversos trabajos que estáis llamados a realizar. Que el Señor os recompense por todo.

Asimismo, siento la necesidad de renovar mis sentimientos de aprecio y gratitud a los funcionarios y a los agentes de las diversas Fuerzas del orden italianas, que, con la acostumbrada diligencia, han colaborado con el cuerpo de la Gendarmería vaticana y con el de la Guardia suiza pontificia. Gracias por vuestra discreta y eficiente presencia, que ha facilitado a los peregrinos y visitantes el acceso ordenado y seguro al palacio apostólico.

Por último, no puedo menos de recordar a los oficiales y a los aviadores del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar. Vosotros, queridos amigos, cumplís una misión muy cualificada y útil, acompañándome a mí y a mis colaboradores en los desplazamientos en helicóptero y en avión. Os expreso mi agradecimiento por este servicio tan útil.

Queridos hermanos y hermanas, me gustaría detenerme para conversar con cada uno de vosotros y agradeceros personalmente la aportación que, con solicitud y generosidad, dais al buen funcionamiento de la actividad del Papa aquí, en Castelgandolfo. A menudo se trata de servicios ocultos que os obligan a seguir horarios fatigosos, permaneciendo lejos de casa durante muchas horas. De este modo, también vuestras familias están implicadas en los sacrificios que debéis hacer. Por eso, quiero aseguraros de nuevo mi más sincera gratitud, que extiendo a vuestros familiares.

225 A todos os llevo en mi corazón y os encomiendo a la maternal protección de la santísima Virgen María, a la vez que de corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.



Octubre de 2007




A LOS EMPELADOS DE LAS VILLAS PONTIFICIAS DE CASTELGANDOLFO

Lunes 1 de octubre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Con este encuentro se concluye, también este año, mi estancia de verano en Castelgandolfo, que vosotros habéis contribuido a hacer fructuosa y tranquila. Por tanto, esta visita de despedida me brinda la ocasión para expresaros a cada uno mi sincera gratitud por vuestro trabajo y por el esmero con que lo realizáis. Os saludo a todos con afecto, comenzando por el doctor Saverio Petrillo, director general de las villas pontificias, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

En estos meses he podido experimentar, una vez más, la eficacia y la generosidad de vuestros servicios. Que el Señor, fuente de todo bien, os recompense por el espíritu de sacrificio con que los lleváis a cabo cada día. Con generoso empeño aportáis una contribución significativa al ministerio del Sucesor de Pedro; una contribución a menudo oculta, pero siempre útil. Seguid obrando con espíritu de fe, para que vuestras actividades sean testimonio de amor y fidelidad a Cristo, que llama a todos sus discípulos a seguirlo, realizando cada uno su vocación específica en la Iglesia y en el mundo.

A todos os digo un cordial: "¡Hasta la vista!". Os aseguro que seguiré pidiendo a Dios que os proteja a vosotros y a vuestros seres queridos; y también vosotros, queridos amigos, acompañadme siempre con vuestro recuerdo en la oración. De modo especial, en la perspectiva de la fiesta de los Ángeles custodios, que celebraremos mañana, os encomiendo a la amorosa protección de estos espíritus celestiales, que el Señor ha puesto a nuestro lado. Que ellos os guíen y acompañen por el camino del bien.

Os doy nuevamente las gracias por todo, y expreso a cada uno de vosotros mis mejores deseos de una vida serena y fructuosa. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros, aquí presentes, así como a vuestras familias —me alegra que estén presentes tantas familias: aquí nacen muchos niños—, la bendición apostólica, signo de mi constante benevolencia.


DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI AL SEÑOR ANTONIO ZANARDI LANDI, NUEVO EMBAJADOR DE ITALIA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 4 de octubre de 2007


Señor embajador:

Recibo de buen grado las cartas con las que el presidente de la República italiana lo acredita como embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede. En esta feliz circunstancia, que es aún más significativa porque tiene lugar en la fiesta de san Francisco de Asís, patrono de Italia, me alegra darle mi cordial bienvenida. Como usted ha puesto de relieve, las relaciones entre la Santa Sede y la nación italiana se caracterizan por estrechos vínculos de cooperación. Son innumerables las manifestaciones a este respecto; baste aludir al testimonio coral de acogida, apoyo espiritual y amistad que los italianos dan al Sumo Pontífice en los encuentros y en sus visitas a Roma y a otras ciudades de la península. En esta cercanía se expresa concretamente el vínculo particular que desde hace tiempo une a Italia con el Sucesor del apóstol san Pedro, que tiene su sede precisamente en el ámbito de este país, no sin un misterioso y providencial designio de Dios.

226 Señor embajador, deseo darle las gracias por haberme transmitido el saludo del señor presidente de la República, al que agradezco los deferentes sentimientos que me ha expresado en diversas circunstancias. Correspondo a su saludo, expresando mi deseo de que el pueblo italiano, fiel a los principios que han inspirado su camino en el pasado, siga avanzando también en este tiempo, marcado por vastos y profundos cambios, por la senda del progreso auténtico. Así Italia podrá dar a la comunidad internacional una valiosa contribución, promoviendo los valores humanos y cristianos que constituyen un patrimonio ideal irrenunciable y que han dado vida a su cultura y a su historia civil y religiosa.

Por su parte, la Iglesia católica no cesará de ofrecer a la sociedad civil, como ha hecho en el pasado, su aportación específica, promoviendo y elevando todo lo verdadero, bueno y hermoso que se encuentra en ella, iluminando todos los sectores de la actividad humana con los medios que sean conformes al Evangelio y estén en armonía con el bien de todos, según la diversidad de los tiempos y de las situaciones.

En efecto, de este modo se realiza el principio enunciado por el concilio Vaticano II, según el cual "la comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres" (Gaudium et spes
GS 76). Este principio, que también la Constitución de la República italiana presenta autorizadamente (cf. art. 7), funda las relaciones entre la Santa Sede y el Estado italiano, como lo reafirma también el Acuerdo que en 1984 aportó modificaciones al Concordato lateranense. Así se reafirman en él tanto la independencia y la soberanía del Estado y de la Iglesia, como la colaboración recíproca con vistas a la promoción del hombre y del bien de toda la comunidad nacional.

Al perseguir este objetivo, la Iglesia no ambiciona poder, ni pretende privilegios, ni aspira a posiciones de ventaja económica o social. Su único objetivo es servir al hombre, inspirándose, como norma suprema de conducta, en las palabras y en el ejemplo de Jesucristo, que "pasó haciendo el bien y curando a todos" (Ac 10,38). Por tanto, la Iglesia católica pide que se la considere según su naturaleza específica y que se le permita cumplir libremente su misión peculiar, para el bien no sólo de sus fieles sino también de todos los italianos.

Precisamente por eso, como afirmé el año pasado con ocasión de la Asamblea eclesial de Verona, "la Iglesia no es y no quiere ser un agente político. Al mismo tiempo tiene un profundo interés por el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia, y le ofrece en dos niveles su contribución específica". Y añadí que "la fe cristiana purifica la razón y le ayuda a ser lo que debe ser. Por consiguiente, con su doctrina social, argumentada a partir de lo que está de acuerdo con la naturaleza de todo ser humano, la Iglesia contribuye a hacer que se pueda reconocer eficazmente, y luego también realizar, lo que es justo. Con este fin resultan claramente indispensables las energías morales y espirituales que permitan anteponer las exigencias de la justicia a los intereses personales de una clase social o incluso de un Estado. Aquí de nuevo la Iglesia tiene un espacio muy amplio para arraigar estas energías en las conciencias, alimentarlas y fortalecerlas" (Discurso, 19 de octubre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de octubre de 2006, p. 10).

Expreso de corazón el deseo de que la colaboración entre todos los componentes de la estimada nación que usted representa no sólo contribuya a conservar celosamente la herencia cultural y espiritual que la distingue y forma parte integrante de su historia, sino que también sea un estímulo aún mayor a buscar caminos nuevos para afrontar de modo adecuado los grandes desafíos que caracterizan la época posmoderna. Entre estos, me limito a citar la defensa de la vida del hombre en todas sus fases, la tutela de todos los derechos de la persona y de la familia, la construcción de un mundo solidario, el respeto de la creación y el diálogo intercultural e interreligioso.

A este respecto, usted, señor embajador, ya ha subrayado cómo la armonía de las relaciones entre Estado e Iglesia ha permitido la consecución de importantes objetivos al promover un humanismo integral. Ciertamente, queda mucho por hacer, y el 60° aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, que se celebrará el año próximo, podrá constituir una ocasión útil para que Italia dé su aportación a la creación, en el campo internacional, de un orden justo en cuyo centro esté siempre el respeto al hombre, a su dignidad y a sus derechos inalienables.

A ello me referí en el Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de este año, diciendo: "Dicha Declaración se considera como una forma de compromiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados en la decisión de la asamblea que los aprobó, sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios". Afirmé, además, que "es importante que los organismos internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso los pondría a salvo del peligro, por desgracia siempre al acecho, de ir cayendo hacia una interpretación meramente positivista de los mismos. Si esto ocurriera, los organismos internacionales perderían la autoridad necesaria para desempeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de la persona y de los pueblos, que es la justificación principal de su propia existencia y actuación" (n. 13: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2006, p. 6).

Italia, en virtud de su reciente elección como miembro del Consejo para los derechos humanos, y más aún por su peculiar tradición de humanidad y generosidad, no puede menos de sentirse comprometida en una obra incansable de construcción de la paz y de defensa de la dignidad de la persona humana y de todos sus derechos inalienables, incluido el de libertad religiosa.

Señor embajador, al concluir estas reflexiones, le aseguro mi estima y mi apoyo, y los de mis colaboradores, para que pueda cumplir felizmente la alta misión que se le ha confiado. Con este fin, invoco la intercesión celestial del Poverello de Asís, de santa Catalina de Siena y, especialmente, la protección materna de María, "Castellana de Italia", a la vez que me alegra impartirle a usted, a su familia y al amado pueblo italiano una especial bendición apostólica.



A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

Viernes 5 de octubre de 2007




Señor cardenal;
227 venerados hermanos en el episcopado;
ilustres profesores y queridos colaboradores:

Os acojo con alegría al final de los trabajos de vuestra sesión plenaria anual. Ante todo deseo expresar mi profundo agradecimiento por las palabras de saludo que me ha dirigido, en nombre de todos, usted, señor cardenal, como presidente de la Comisión teológica internacional.

Los trabajos de este séptimo "quinquenio" de la Comisión teológica internacional, como ha recordado usted, señor cardenal, ya han dado un fruto concreto con la publicación del documento "La esperanza de la salvación para los niños que mueren sin bautismo". En él se afronta este tema en el contexto de la voluntad salvífica universal de Dios, de la universalidad de la mediación única de Cristo, del primado de la gracia divina y de la sacramentalidad de la Iglesia. Confío en que este documento constituya un punto de referencia útil para los pastores de la Iglesia y para los teólogos, y también una ayuda y una fuente de consuelo para los fieles que han sufrido en sus familias la muerte inesperada de un niño antes de que recibiera el baño de regeneración.

Vuestras reflexiones podrán ser también una oportunidad para profundizar e investigar ulteriormente ese tema. En efecto, es necesario penetrar cada vez más a fondo en la comprensión de las diferentes manifestaciones del amor de Dios a todos los hombres, especialmente a los más pequeños y a los más pobres, que nos fue revelado en Cristo.

Os felicito por los resultados ya alcanzados y, al mismo tiempo, os aliento a continuar con empeño el estudio de los demás temas propuestos para este quinquenio, sobre los cuales ya habéis trabajado en los años pasados y en esta sesión plenaria. Como ha recordado usted, señor cardenal, se trata de los fundamentos de la ley moral natural y los principios de la teología y de su método. En la audiencia del 1 de diciembre de 2005 presenté algunas líneas fundamentales del trabajo que el teólogo debe desempeñar en comunión con la voz viva de la Iglesia, bajo la guía del Magisterio.

Ahora quiero hablar en particular sobre el tema de la ley moral natural.

Como probablemente es sabido, por invitación de la Congregación para la doctrina de la fe, varios centros universitarios y asociaciones han celebrado o están organizando simposios o jornadas de estudio para encontrar líneas y convergencias útiles para profundizar de forma constructiva y eficaz en la doctrina sobre la ley moral natural. Esta invitación ha encontrado hasta ahora una acogida positiva y un gran eco. Por tanto, se espera con mucho interés la contribución de la Comisión teológica internacional, orientada sobre todo a justificar e ilustrar los fundamentos de una ética universal, perteneciente al gran patrimonio de la sabiduría humana, que de algún modo constituye una participación de la criatura racional en la ley eterna de Dios.

Así pues, no se trata de un tema de índole exclusiva o principalmente "confesional", aunque la doctrina sobre la ley moral natural esté iluminada y se desarrolle en plenitud a la luz de la Revelación cristiana y de la realización del hombre en el misterio de Cristo.

El Catecismo de la Iglesia católica resume bien el contenido central de la doctrina sobre la ley natural, revelando que indica "los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana" (
CEC 1955).

Con esta doctrina se logran dos objetivos esenciales: por una parte, se comprende que el contenido ético de la fe cristiana no constituye una imposición dictada a la conciencia del hombre desde el exterior, sino una norma que tiene su fundamento en la misma naturaleza humana; por otra, partiendo de la ley natural, que puede ser descubierta por toda criatura racional, con ella se pone la base para entablar el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad civil y secular.

228 Precisamente a causa de la influencia de factores de orden cultural e ideológico, la sociedad civil y secular se encuentra hoy en una situación de desvarío y confusión: se ha perdido la evidencia originaria de los fundamentos del ser humano y de su obrar ético, y la doctrina de la ley moral natural se enfrenta con otras concepciones que constituyen su negación directa.

Todo esto tiene enormes y graves consecuencias en el orden civil y social. En muchos pensadores parece dominar hoy una concepción positivista del derecho. Según ellos, la humanidad, o la sociedad, o de hecho la mayoría de los ciudadanos, se convierte en la fuente última de la ley civil. El problema que se plantea no es, por tanto, la búsqueda del bien, sino del poder, o más bien, del equilibrio de poderes.

En la raíz de esta tendencia se encuentra el relativismo ético, en el que algunos ven incluso una de las condiciones principales de la democracia, porque el relativismo garantizaría la tolerancia y el respeto recíproco de las personas. Pero, si fuera así, la mayoría que existe en un momento determinado se convertiría en la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso de un gran número de personas, sino sólo por la transparencia de la razón humana a la Razón creadora y por la escucha común de esta Fuente de nuestra racionalidad.

Cuando están en juego las exigencias fundamentales de la dignidad de la persona humana, de su vida, de la institución familiar, de la equidad del ordenamiento social, es decir, los derechos fundamentales del hombre, ninguna ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre, sin que la sociedad misma quede herida dramáticamente en lo que constituye su fundamento irrenunciable. Así, la ley natural se convierte en la verdadera garantía ofrecida a cada persona para vivir libre, respetada en su dignidad y protegida de toda manipulación ideológica y de todo arbitrio o abuso del más fuerte.

Nadie puede sustraerse a esta exigencia. Si, por un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos. Contra este oscurecimiento, que es crisis de la civilización humana, antes incluso que cristiana, es necesario movilizar la conciencia de todos los hombres de buena voluntad, tanto laicos como pertenecientes a religiones diferentes del cristianismo, para que juntos y de manera efectiva se comprometan a crear, en la cultura y en la sociedad civil y política, las condiciones necesarias para una plena conciencia del valor inalienable de la ley moral natural. Del respeto de esta ley depende, de hecho, que las personas y la sociedad avancen por el camino del auténtico progreso, en conformidad con la recta razón, que es participación en la Razón eterna de Dios.

Juntamente con mi gratitud, os expreso a todos mi aprecio por la entrega que os caracteriza y mi estima por el trabajo que habéis desarrollado y que estáis desarrollando. Con mis mejores deseos para vuestros compromisos futuros, os imparto con afecto mi bendición.


A LOS MIEMBROS DEL CABILDO DE LA BASÍLICA VATICANA

Sala del Consistorio

Lunes 8 de octubre de 2007



Queridos miembros del cabildo vaticano:

Desde hace tiempo deseaba encontrarme con vosotros, y aprovecho de buen grado esta ocasión para manifestaros personalmente mi estima y mi afecto. Os dirijo un saludo cordial a cada uno. En particular, saludo al arcipreste, monseñor Angelo Comastri, al que agradezco las palabras con las que ha presentado a esta antigua y venerable institución. Saludo también al vicario, monseñor Vittorio Lanzani, a los canónigos y a los coadjutores. He apreciado que usted, señor arcipreste, haya recordado la presencia ininterrumpida de clero orante en la basílica vaticana desde los tiempos de san Gregorio Magno: una presencia continua, que voluntariamente no ha querido ser llamativa, sino fiel y perseverante.

Sin embargo, precisamente vosotros, queridos canónigos, sabéis bien que vuestro cabildo comenzó en el año 1053, cuando el Papa León IX confirmó al arcipreste y a los canónigos de San Pedro, establecidos en el monasterio de san Esteban el Mayor, las posesiones y los privilegios concedidos por sus predecesores. Después, en el pontificado de Eugenio IV (1145-1153), el cabildo asumió las características de una comunidad bien estructurada y autónoma. En suma, hubo un paso largo y gradual desde una estructura monástica, puesta al servicio de la basílica, hasta la actual estructura canónica.

229 Bajo la guía del arcipreste, la actividad del cabildo vaticano se orientó desde sus orígenes hacia diversos ámbitos de compromiso: el ámbito litúrgico, para la celebración coral y la atención diaria de los servicios anexos al culto; el ámbito administrativo, para la gestión del patrimonio de la basílica y de las iglesias filiales; el ámbito pastoral, en el que el cabildo tenía el encargo de la pastoral del barrio Borgo; y el ámbito caritativo, en el que el cabildo prestaba servicios propios de asistencia y de colaboración con el hospital del Espíritu Santo y otras instituciones.

Desde el siglo XI hasta hoy se cuentan once Papas que formaron parte del cabildo vaticano, y entre estos me complace recordar en particular a dos Papas del siglo XX: Pío XI y Pío XII. Desde el siglo XVI, cuando comenzó la construcción de la nueva basílica —el año pasado celebramos el V centenario de la colocación de la primera piedra—, la historia del cabildo vaticano se entrelaza con la de la Fábrica de san Pedro, dos instituciones separadas, pero unidas en la persona del arcipreste, que se encarga de garantizar una beneficiosa colaboración recíproca.

En el siglo pasado, especialmente durante los últimos decenios, la actividad del cabildo en la vida de la basílica vaticana se orientó progresivamente hacia el redescubrimiento de sus verdaderas funciones originarias, que consisten sobre todo en el ministerio de la oración. Si la oración es fundamental para todos los cristianos, para vosotros, queridos hermanos, es una tarea, por decirlo así, "profesional". Como dije durante mi reciente viaje a Austria, la oración es servicio al Señor, que merece ser alabado y adorado siempre, y al mismo tiempo es testimonio para los hombres. Y donde se alaba y adora a Dios con fidelidad, no falta la bendición (cf. Discurso a los monjes cistercienses de la abadía de Heiligenkreuz, 9 de septiembre de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de septiembre de 2007, p. 6). La naturaleza propia del cabildo vaticano y la contribución que el Papa espera de vosotros es recordar con vuestra presencia orante junto a la tumba de san Pedro que no se debe anteponer nada a Dios; que la Iglesia está totalmente orientada a él, a su gloria; que el primado de Pedro está al servicio de la unidad de la Iglesia y que esta, a su vez, está al servicio del designio salvífico de la santísima Trinidad.

Queridos y venerados hermanos, confío mucho en vosotros y en vuestro ministerio para que la basílica de San Pedro sea un auténtico lugar de oración, de adoración y de alabanza al Señor. En este lugar sagrado, adonde llegan cada día miles de peregrinos y turistas de todo el mundo, más que en cualquier otro lugar es necesario que junto a la tumba de San Pedro haya una comunidad estable de oración, que garantice continuidad con la tradición y al mismo tiempo interceda por las intenciones del Papa en el hoy de la Iglesia y del mundo.

Desde esta perspectiva, invoco sobre vosotros la protección de san Pedro, de san Juan Crisóstomo, cuyas reliquias se conservan precisamente en vuestra capilla, y de los demás santos y beatos presentes en la basílica. Que sobre vosotros vele la Virgen Inmaculada, cuya imagen venerada por vosotros en la capilla del Coro fue coronada por el beato Pío IX en 1854 y rodeada de estrellas cincuenta años después, en 1904, por san Pío X.

Os doy las gracias una vez más por el celo con que lleváis a cabo vuestra tarea y, a la vez que os aseguro un recuerdo especial en la santa misa, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.


AL SEÑOR JI-YOUNG FRANCISCO KIM.


NUEVO EMBAJADOR DE COREA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 11 de octubre de 2007



Excelencia:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano para recibir las cartas credenciales con las que el presidente de la República de Corea lo ha designado embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede. Aprovecho esta ocasión para renovar la expresión de mi respeto y mi profundo afecto por el pueblo coreano, y le ruego que transmita al presidente Roh Moo-hyun y a todos sus conciudadanos mis mejores deseos de paz y prosperidad para su nación.

Su excelencia ha puesto de relieve el notable crecimiento de la Iglesia católica en su país, debido en gran parte al ejemplo heroico de hombres y mujeres cuya fe los ha llevado a dar su vida por Cristo y por sus hermanos y hermanas. Su sacrificio nos recuerda que ningún precio es demasiado alto para perseverar con fidelidad en la verdad. Lamentablemente, en nuestro mundo contemporáneo, pluralista, algunos ponen en tela de juicio o incluso niegan la importancia de la verdad. Pero la verdad objetiva es la única base segura para la cohesión social. La verdad no depende del consenso, sino que lo precede y lo hace posible, generando auténtica solidaridad humana.

La Iglesia, siempre consciente de la fuerza de la verdad para unir a las personas y siempre atenta al deseo irreprimible de la humanidad de una convivencia pacífica, se esfuerza con empeño por fortalecer la concordia y la armonía social tanto en la vida eclesial como en la civil, proclamando la verdad sobre la persona humana tal como es conocida por la razón natural y plenamente manifestada mediante la revelación divina.

230 Excelencia, la comunidad internacional se une a los ciudadanos de su país en sus elevadas aspiraciones a una nueva paz en la península coreana y en toda la región. Aprovecho esta ocasión para reiterar el apoyo de la Santa Sede a toda iniciativa que tienda a una reconciliación sincera y duradera, poniendo fin a la enemistad y a las reivindicaciones aún por resolver. El progreso auténtico se construye con actitudes de honradez y verdad.

Felicito a su país por los esfuerzos encaminados a fomentar un diálogo fructuoso y abierto, mientras se trabaja simultáneamente por aliviar el dolor de quienes sufren por las heridas de la división y la desconfianza. En verdad, toda nación participa en la responsabilidad de garantizar un mundo más estable y seguro. Albergo la ferviente esperanza de que la participación permanente de los diversos países implicados en el proceso de negociación lleve al cese de programas concebidos para desarrollar y producir armas con un potencial tremendo de destrucción indecible.

Su país ha logrado notables éxitos en la investigación científica y en el desarrollo. Entre ellos destacan los avances en biotecnología, que pueden tratar y curar enfermedades, además de mejorar la calidad de vida en su país y en otras partes. Los descubrimientos en este campo invitan al hombre a una conciencia más profunda de las importantes responsabilidades que implica su aplicación. El uso que la sociedad espera hacer de la ciencia biomédica debe medirse constantemente con sólidos y firmes modelos éticos (cf. Discurso a la Academia pontificia de ciencias, 6 de noviembre de 2006).

El más importante de ellos es la dignidad de la vida humana, por la cual de ninguna manera se puede manipular o tratar un ser humano como un mero instrumento para la experimentación. La destrucción de embriones humanos, tanto para obtener células madre como con cualquier otra finalidad, contradice la supuesta intención de investigadores, legisladores y funcionarios de salud pública, de promover el bienestar humano.

La Iglesia no duda en aprobar e incentivar la investigación con células madre somáticas, no sólo por los resultados favorables obtenidos mediante estos métodos alternativos, sino también, lo que es más importante, porque están en armonía con la intención, mencionada anteriormente, de respetar la vida del ser humano en todas las etapas de su existencia (cf. Discurso a la Academia pontificia con ocasión de un congreso sobre la vida, 16 de septiembre de 2006). Señor embajador, pido a Dios que la sensibilidad moral propia del pueblo coreano, demostrada por su rechazo de la clonación humana y de los procesos relacionados con ella, ayude a la comunidad internacional a estar en armonía con las profundas implicaciones éticas y sociales de la investigación científica y de su utilización.

La promoción de la dignidad humana también impulsa a las autoridades públicas a garantizar que los jóvenes reciban una sana educación. Las escuelas basadas en la fe pueden contribuir en gran medida a este respecto. Incumbe a los gobiernos brindar a los padres la oportunidad de enviar a sus hijos a escuelas religiosas, facilitando el establecimiento y la financiación de dichas instituciones. En la medida de lo posible, los subsidios públicos deberían eximir a los padres de una excesiva carga económica que limita su capacidad de elegir los medios más idóneos para la educación de sus hijos.

Las escuelas católicas y las demás escuelas religiosas deberían gozar de un apropiado espacio de libertad para proyectar y llevar a la práctica currículos que alimenten la vida del espíritu, sin la cual la vida de la mente se deforma seriamente. Exhorto a la Iglesia y a los líderes civiles a proseguir con espíritu de cooperación para garantizar un futuro a la educación católica en su país, que contribuirá a la maduración moral e intelectual de las generaciones más jóvenes, en beneficio de toda la sociedad.

Excelencia, en esta feliz ocasión del comienzo de su misión, le aseguro que la Santa Sede y sus diferentes oficinas siempre estarán dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de sus funciones. Invoco las bendiciones divinas sobre usted, sobre su familia y sobre la población de su país, que en este momento ocupa un lugar especial en mis pensamientos y en mis oraciones.



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