Discursos 2007 239

239 1. Me es grato recibir las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador ante la Santa Sede. A la vez que le doy mi cordial bienvenida en este solemne acto, quiero expresar una vez más el sincero afecto que siento por todos los hijos e hijas de esa noble Nación.

Le agradezco el deferente saludo que ha tenido a bien transmitirme de parte del Señor Presidente Constitucional, Dr. Rafael Correa Delgado, así como las amables expresiones para con esta Sede Apostólica y mi persona, las cuales testimonian también los filiales sentimientos del pueblo ecuatoriano. Le ruego, pues, que tenga la bondad de hacerle llegar mi sincero reconocimiento.

2. Durante mi visita al Ecuador, como representante del Papa Juan Pablo II en el año 1978, tuve la dicha de encontrarme con un pueblo pacífico, sencillo y acogedor, pero sobre todo muy arraigado en la fe cristiana que, como usted ha destacado en sus palabras, ha dado tantos frutos a lo largo de varias generaciones. En este sentido quiero recordar a Santa Marianita de Jesús y de modo especial a la joven seglar, Beata Narcisa de Jesús, tan querida por el pueblo fiel, el cual desea poder verla pronto canonizada.

En sus santos, los fieles cristianos descubren el fruto maduro de una fe que ha marcado su historia. Se trata de un patrimonio transmitido a lo largo de los siglos, y que bajo diversas expresiones de piedad popular y del arte, junto con los valores morales, cívicos y sociales, forma parte de su identidad como nación.

3. La humanidad se encuentra hoy ante nuevos escenarios de libertad y esperanza, turbados a menudo por situaciones políticas inestables y por las consecuencias de estructuras sociales débiles. Además, se va ampliando cada vez más la interdependencia entre los Estados. Por esto es necesario y urgente trabajar por la construcción de un orden interno e internacional que promueva la convivencia pacífica, la cooperación, el respeto de los derechos humanos y el reconocimiento, ante todo, del puesto central de la persona y de su inviolable dignidad.

En este sentido, y pensando en los numerosos ecuatorianos que emigran a otros países en condiciones difíciles, buscando un futuro mejor para sí mismos y sus familias, no podemos olvidar que "el amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre" (Deus caritas est ). La caridad es, pues, la que, como generoso don de sí mismo al otro, ha generado y sigue generando ese entramado de obras educativas, asistenciales, de promoción y desarrollo, que honran a la Iglesia y a la sociedad ecuatoriana.

4. La Iglesia católica, mediante su propio ministerio pastoral, y que "en virtud de su misión y su naturaleza, no está ligada a ninguna forma de cultura humana o sistema político, económico o social" (Gaudium et spes
GS 42), realiza una importante aportación al bien común del País. De ahí se ve la necesidad de promover y afianzar el ámbito de libertad que le han reconocido los textos constitucionales y legales del Ecuador. Por eso es de esperar también que el nuevo ordenamiento constitucional contemple las más amplias garantías para la libertad religiosa de los ecuatorianos, de modo que la Nación pueda contar con un marco legal, conforme también al contexto y a los acuerdos internacionales.

5. La libertad de acción de la Iglesia, además de ser un derecho inalienable, es condición primordial para llevar a cabo su misión entre el pueblo, incluso en circunstancias difíciles. Por eso, "lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que reconozca y apoye generosamente, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales" (Deus caritas est ).

No puede tampoco ser otra la aspiración de un gobierno democrático empeñado en fomentar una cultura de respeto e igualdad ante la ley, así como un ejercicio ejemplar de la autoridad, orientada a servir a todo el pueblo. Por todo ello, el Gobierno ecuatoriano ha manifestado su decidida voluntad de atender con prioridad a los más necesitados, inspirándose en la Doctrina Social de la Iglesia. Es de desear, pues, que los ciudadanos puedan disfrutar de todos los derechos, junto con sus correspondientes obligaciones, obteniendo mejores condiciones de vida y un acceso más fácil a una vivienda digna y al trabajo, a la educación y a la salud, en el pleno respeto de la vida desde su concepción hasta su término natural.

6. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos por el feliz desempeño de su alta misión, que ayude a fortalecer los tradicionales lazos de diálogo y cooperación entre el Ecuador y la Santa Sede, rogándole que tenga la bondad de hacerse intérprete de mis sentimientos ante su Gobierno y demás Autoridades nacionales. Al mismo tiempo, tengo presente en mi plegaria al querido pueblo ecuatoriano, a la vez que imploro abundantes bendiciones del Altísimo sobre el Ecuador, sobre usted, su distinguida familia y sus colaboradores.


AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO POR LA ORQUESTA SINFÓNICA Y EL CORO DE LA RADIO BÁVARA

Sábado 27 de octubre de 2007



240 Señores cardenales;
honorable señor ministro presidente;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustre señor profesor Gruber;
señoras y señores:

Después de esta emotiva velada musical deseo expresar mi profunda gratitud a cuantos han contribuido a su realización. En primer lugar, naturalmente, doy las gracias a la orquesta sinfónica y al coro de la Radio Bávara, así como a los excelentes solistas y a su gran director Mariss Jansons.

La interpretación sensible y conmovedora de la novena sinfonía de Beethoven —nueva demostración de su excepcional talento— resonará aún durante mucho tiempo en mi interior y quedará grabada en mi memoria como un regalo particular. Pero agradezco también la excelente ejecución del "Tu es Petrus", que fue compuesto aquí, en Roma, para la basílica de San Pedro, y forma parte de las obras de la literatura coral. Por último, agradezco al cardenal Friedrich Wetter y al profesor Thomas Gruber las amables y profundas palabras con las que, por decirlo así, me han "entregado" el regalo de este concierto.

La novena sinfonía, esta imponente obra maestra que, como ha dicho usted, querido cardenal, pertenece al patrimonio universal de la humanidad, suscita siempre mi admiración: después de años de auto-aislamiento y de vida retirada, durante los cuales Beethoven tuvo que afrontar dificultades interiores y exteriores que le causaban depresión y profunda amargura, y amenazaban con ahogar su creatividad artística, el compositor, ya totalmente sordo, en el año 1824 sorprende al público con una composición que rompe la forma tradicional de la sinfonía y, con la colaboración de la orquesta, del coro y de los solistas, se eleva hasta un final extraordinario de optimismo y alegría. ¿Qué había sucedido?

A los oyentes atentos, la música misma les permite intuir algo de lo que está en el origen de esta inesperada explosión de júbilo. El intenso sentimiento de alegría transformado aquí en música no es algo ligero y superficial: es un sentimiento conquistado con esfuerzo, superando el vacío interior de un hombre a quien la sordera había impulsado al aislamiento; las quintas vacías al inicio del primer movimiento y la irrupción repetida de una atmósfera triste son su expresión.

Sin embargo, la soledad silenciosa había enseñado a Beethoven un modo nuevo de escuchar, que iba más allá de la simple capacidad de experimentar con la imaginación el sonido de las notas que se leen o escriben. En este contexto me viene a la memoria una expresión misteriosa del profeta Isaías que, hablando de la victoria de la verdad y del derecho, decía: "Oirán aquel día los sordos palabras de un libro (es decir, palabras solamente escritas); liberados de la tiniebla y de la oscuridad, los ojos de los ciegos las verán" (cf.
Is 29,18-24). Se alude así a una facultad de percibir que recibe como don quien obtiene de Dios la gracia de una liberación exterior e interior.

Por eso, cuando en 1989, con ocasión de la "caída del muro" de Berlín, el coro y la orquesta de la Radio Bávara al ejecutar bajo la dirección de Leonard Bernstein la sinfonía que acabamos de escuchar, cambiaron el texto del "Himno a la alegría" en "Libertad, hermosa chispa de Dios", expresaron mucho más que el simple sentimiento de ese momento histórico: la verdadera alegría reside en la libertad que, en el fondo, sólo Dios puede dar. Él —a veces precisamente a través de períodos de vacío y de aislamiento interiores— quiere que estemos atentos y seamos capaces de "escuchar" su presencia silenciosa, no sólo "sobre la bóveda llena de estrellas", sino también en lo más íntimo de nuestra alma. Allí arde la chispa del amor divino que puede liberarnos para que seamos lo que debemos ser.

241 Os doy las gracias de corazón y os imparto a todos mi bendición.


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL


DE FARMACÉUTICOS CATÓLICOS

Lunes 29 de octubre de 2007



Señor presidente;
queridos amigos:

Me alegra acogeros, miembros del Congreso internacional de farmacéuticos católicos, con ocasión de vuestro 25° congreso, que tiene por tema: "Las nuevas fronteras de la farmacia". El desarrollo actual del arsenal de medicinas, y las posibilidades terapéuticas que de él se derivan, exigen que los farmacéuticos reflexionen sobre las funciones cada vez más amplias que están llamados a ejercer, en particular como intermediarios entre el médico y el paciente.

Desempeñan un papel educativo con respecto a los pacientes con vistas al uso correcto de los medicamentos y, sobre todo, para dar a conocer las implicaciones éticas de la utilización de ciertos medicamentos. En este campo no es posible anestesiar las conciencias, por ejemplo, sobre los efectos de moléculas que tienen como finalidad evitar la implantación de un embrión o abreviar la vida de una persona. El farmacéutico debe invitar a cada uno a un impulso de humanidad, para que todo ser humano sea protegido desde su concepción hasta su muerte natural, y para que los medicamentos cumplan verdaderamente su función terapéutica.

Por otra parte, ninguna persona puede ser utilizada, de manera desconsiderada, como un objeto, para realizar experimentos terapéuticos. Estos deben realizarse según protocolos que respeten las normas éticas fundamentales. Todo tratamiento o experimento debe tener como perspectiva una posible mejoría de la persona, y no solamente la búsqueda de avances científicos. No se puede buscar un bien para la humanidad en detrimento del bien de los pacientes.

En el campo moral, vuestra federación está invitada a afrontar la cuestión de la objeción de conciencia, que es un derecho que debe reconocerse a vuestra profesión, permitiéndoos no colaborar, directa o indirectamente, en la suministración de productos que tengan como finalidad opciones claramente inmorales, como por ejemplo el aborto y la eutanasia.

Conviene también que las diferentes estructuras farmacéuticas, desde los laboratorios hasta los centros hospitalarios y las oficinas, así como todos nuestros contemporáneos, se preocupen por ser solidarios en el campo terapéutico, para permitir el acceso a la asistencia y a los medicamentos de primera necesidad a todos los sectores de la población y en todos los países, sobre todo a las personas más pobres.

Ojalá que, en calidad de farmacéuticos católicos, bajo la guía del Espíritu Santo, toméis de la vida de fe y de la enseñanza de la Iglesia los elementos que os guíen en vuestra actividad profesional con los enfermos, que necesitan un apoyo humano y moral para vivir con esperanza y para encontrar la fuerza interior que les ayude cada día.

A vosotros os corresponde también ayudar a los jóvenes que entran en las diferentes profesiones farmacéuticas a reflexionar sobre las implicaciones éticas cada vez más delicadas de sus actividades y de sus decisiones. Con este fin es importante que se movilicen y se unan todos los profesionales católicos del ámbito de la salud y las personas de buena voluntad, para profundizar su formación no sólo en el campo técnico sino también en lo que concierne a las cuestiones de bioética, y para proponer dicha formación a todos los que ejercen esa profesión.

242 El ser humano, por ser imagen de Dios, debe ocupar siempre el centro de las investigaciones y de las opciones en materia biomédica. Al mismo tiempo, es fundamental el principio natural del deber de proporcionar asistencia al enfermo. Las ciencias biomédicas están al servicio del hombre; si no fuera así, tendrían un carácter frío e inhumano. Todo conocimiento científico en el campo de la salud y toda actividad terapéutica están al servicio del hombre enfermo, considerado en su ser integral, que debe participar activamente en los cuidados que se le suministran y debe ser respetado en su autonomía.

Encomendándoos a vosotros, así como a los enfermos que estáis llamados a asistir, a la intercesión de la santísima Virgen y de san Alberto Magno, os imparto la bendición apostólica a vosotros, a todos los miembros de vuestra federación y a vuestras familias.


Noviembre de 2007



A UN GRUPO DEL MOVIMIENTO "FAMILIAS NUEVAS"

Sábado 3 de noviembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Bienvenidos y gracias por vuestra visita. Provenís de los cinco continentes y pertenecéis al Movimiento Familias Nuevas, nacido hace 40 años en el ámbito del Movimiento de los Focolares. Por tanto, sois una ramificación de los Focolares, y hoy formáis una red de 800.000 familias que actúan en 182 naciones, todas comprometidas a hacer de su casa un "hogar" que irradie en el mundo el testimonio de una vida familiar centrada en el Evangelio.

A cada uno de vosotros mi más cordial saludo, que se extiende también a todos los que han querido acompañaros a este encuentro. De modo particular, saludo a vuestros responsables centrales, que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes y me han ilustrado el estilo con el que trabaja y los objetivos de vuestro Movimiento. Agradezco el saludo que me han transmitido de parte de Chiara Lubich, a la que envío de corazón mi saludo y mis mejores deseos, dándole las gracias porque, con sabiduría y firme adhesión a la Iglesia, sigue guiando a la gran familia de los Focolares.

Como nos acaban de recordar, es precisamente en el ámbito de esta vasta y benemérita institución donde vosotras, queridas parejas de esposos, os ponéis al servicio del mundo de las familias con una acción pastoral importante y siempre actual, orientada según cuatro directrices: la espiritualidad, la educación, la sociabilidad y la solidaridad. En efecto, vuestro compromiso de evangelización es silencioso y profundo, orientado a testimoniar que sólo la unidad familiar, don de Dios-Amor, puede transformar la familia en un verdadero nido de amor, una casa acogedora de la vida y una escuela de virtudes y de valores cristianos para los hijos.

Ante los numerosos desafíos sociales y económicos, culturales y religiosos que la sociedad contemporánea debe afrontar en todas las partes del mundo, vuestra obra, verdaderamente providencial, constituye un signo de esperanza y un aliento a las familias cristianas para ser "espacio" privilegiado donde se proclame en la vida de cada día, incluso en medio de muchas dificultades, la belleza de poner en el centro a Jesucristo y de seguir fielmente su Evangelio.

El tema mismo de vuestro encuentro —"Una casa construida sobre roca: el Evangelio vivido, respuesta a los problemas de la familia hoy"— pone de relieve la importancia de este itinerario ascético y pastoral. El secreto es precisamente vivir el Evangelio. Por tanto, en los trabajos de vuestras asambleas durante estos días, además de las contribuciones que ilustran la situación en que se encuentra hoy la familia en los diversos contextos culturales, habéis previsto con razón la profundización de la palabra de Dios y la escucha de testimonios que muestran cómo el Espíritu Santo actúa en los corazones y en la vida familiar, incluso en situaciones complejas y difíciles.

Basta pensar en la incertidumbre de los novios ante opciones definitivas para el futuro, en la crisis de las parejas, en las separaciones y en los divorcios, así como en las uniones irregulares, en la condición de las viudas, en las familias que se encuentran en dificultades, en la acogida de los menores abandonados. Deseo de corazón que, también gracias a vuestro compromiso, se descubran estrategias pastorales que permitan salir al encuentro de las crecientes necesidades de la familia contemporánea y de los múltiples desafíos que debe afrontar, para que pueda cumplir su misión peculiar en la Iglesia y en la sociedad.

Al respecto, en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, mi venerado y amado predecesor Juan Pablo II escribió: "La Iglesia sostiene que el matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos" (CL 40). Para cumplir su vocación, la familia, consciente de que es la célula primaria de la sociedad, no debe olvidar que puede sacar fuerza de la gracia de un sacramento, querido por Cristo para corroborar el amor entre el hombre y la mujer: un amor entendido como una entrega recíproca y profunda.

243 Como afirmó también Juan Pablo II, "la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa" (Familiaris consortio FC 17). Así pues, según el proyecto divino, la familia es un lugar sagrado y santificador, y la Iglesia, desde siempre cercana a ella, la sostiene en su misión hoy más aún, puesto que son numerosas las amenazas que se ciernen sobre ella tanto desde el interior como desde el exterior.

Para no ceder al desaliento hace falta la ayuda divina; por eso, es necesario que todas las familias cristianas miren con confianza a la Sagrada Familia, la original "iglesia doméstica" en la que "por misterioso designio de Dios vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas" (ib., FC 86).

Queridos hermanos y hermanas, la humilde y santa Familia de Nazaret, icono y modelo de toda familia humana, os dará su apoyo celestial. Pero es indispensable que recurráis constantemente a la oración, a la escucha de la palabra de Dios y a una intensa vida sacramental, junto con un esfuerzo continuo por vivir el mandamiento de Cristo del amor y del perdón. El amor no busca su interés, no toma en cuenta el mal recibido, sino que se alegra con la verdad. El amor "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (cf. 1Co 13,5-7).

Queridos hermanos y hermanas, proseguid vuestro camino y sed testigos de este Amor, que os transformará cada vez más en "corazón" y "levadura" de todo el Movimiento Familias Nuevas. Os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, por vuestras actividades y por cuantos encontréis en vuestro apostolado, y con afecto os imparto ahora a todos la bendición apostólica.



A LOS MIEMBROS DE LA FEDERACIÓN UNIVERSITARIA CATÓLICA ITALIANA

Viernes 9 de noviembre de 2007



Queridos jóvenes amigos de la FUCI:

Me es particularmente grata vuestra visita, que realizáis al final de las celebraciones por el 110° aniversario del nacimiento de vuestra asociación, la Federación universitaria católica italiana (FUCI). Os dirijo a cada uno mi saludo cordial, comenzando por los presidentes nacionales y por el consiliario central, y les agradezco las palabras que me han dirigido en vuestro nombre.

Saludo a monseñor Giuseppe Betori, secretario general de la Conferencia episcopal italiana, y a monseñor Domenico Sigalini, obispo de Palestrina y consiliario general de la Acción católica italiana, que os han acompañado a esta audiencia y con su presencia testimonian el fuerte arraigo de la FUCI en la Iglesia que está en Italia. Saludo a los consiliarios diocesanos y a los miembros de la fundación FUCI. A todos y cada uno renuevo el aprecio de la Iglesia por el trabajo que vuestra asociación lleva a cabo en el mundo universitario al servicio del Evangelio.

La FUCI celebra sus 110 años: una ocasión propicia para mirar el camino recorrido y las perspectivas futuras. La custodia de la memoria histórica representa un gran valor porque, al considerar la validez y la consistencia de las propias raíces, las personas se sienten impulsadas más fácilmente a proseguir con entusiasmo el itinerario emprendido.

En esta feliz circunstancia, repito de buen grado las palabras que hace diez años os dirigió mi venerado y amado predecesor Juan Pablo II, con ocasión de vuestro centenario: "la historia de estos cien años confirma, precisamente, que la realidad de la FUCI constituye un capítulo significativo de la vida de la Iglesia en Italia, en particular del vasto y multiforme movimiento laical que ha tenido su eje principal en la Acción católica" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de mayo de 1996, p. 6).

¿Cómo no reconocer que la FUCI ha contribuido a la formación de generaciones enteras de cristianos ejemplares, que han sabido traducir en su vida y con su vida el Evangelio, comprometiéndose en el ámbito cultural, civil, social y eclesial? En primer lugar, pienso en los beatos Piergiorgio Frassati y Alberto Marvelli, vuestros coetáneos; recuerdo a personalidades ilustres, como Aldo Moro y Vittorio Bachelet, ambos asesinados bárbaramente. No puedo olvidar tampoco a mi venerado predecesor Pablo VI, que fue atento y valiente consiliario central de la FUCI durante los difíciles años del fascismo, y a monseñor Emilio Guano y a monseñor Franco Costa.

244 Además, los últimos diez años se han caracterizado por el decisivo empeño de la FUCI por redescubrir su dimensión universitaria. Después de muchos debates y fuertes discusiones, a mitad de la década de 1990 se llevó a cabo en Italia una reforma radical del sistema académico, que ahora presenta una nueva fisonomía llena de perspectivas prometedoras, pero incluye elementos que suscitan una legítima preocupación. Y vosotros, tanto durante los recientes congresos como desde las páginas de la revista Ricerca, os habéis preocupado constantemente por la nueva configuración de los estudios académicos, por las relativas modificaciones legislativas, por el tema de la participación estudiantil y por los modos como las dinámicas globales de la comunicación influyen en la formación y en la transmisión del saber.

Precisamente en este ámbito la FUCI puede expresar plenamente también hoy su carisma antiguo y siempre actual, es decir, el testimonio convencido de la "posible amistad" entre inteligencia y fe, que implica el esfuerzo incesante por conjugar la maduración en la fe con el crecimiento en el estudio y en la adquisición del saber científico. En este contexto, cobra un valor significativo la expresión tan arraigada entre vosotros: "Creer en el estudio". En efecto, ¿por qué considerar que quien tiene fe debe renunciar a la búsqueda libre de la verdad, y que quien busca libremente la verdad debe renunciar a la fe?

En cambio, precisamente durante los estudios universitarios y gracias a ellos, es posible realizar una auténtica maduración humana, científica y espiritual. "Creer en el estudio" quiere decir reconocer que el estudio y la investigación —especialmente durante los años de universidad— poseen una fuerza intrínseca de ampliación de los horizontes de la inteligencia humana, con tal de que el estudio académico conserve un perfil exigente, riguroso, serio, metódico y progresivo.

Más aún, en estas condiciones representa una ventaja para la formación global de la persona humana, como solía decir el beato Giuseppe Tovini, observando que con el estudio los jóvenes jamás habrían sido pobres, mientras que sin el estudio jamás habrían sido ricos.

El estudio constituye, al mismo tiempo, una oportunidad providencial para avanzar en el camino de la fe, porque la inteligencia bien cultivada abre el corazón del hombre a la escucha de la voz de Dios, mostrando la importancia del discernimiento y de la humildad. Precisamente al valor de la humildad me referí en la reciente Ágora de Loreto, cuando exhorté a los jóvenes italianos a no seguir el camino del orgullo, sino el de un sentido realista de la vida abierto a la dimensión trascendente.

Hoy, como en el pasado, quien quiera ser discípulo de Cristo está llamado a ir contracorriente, a no dejarse atraer por reclamos interesados y persuasivos que provienen de diversos púlpitos, desde donde se promueven comportamientos marcados por la arrogancia y la violencia, la prepotencia y la conquista del éxito a toda costa. En la sociedad actual se registra una carrera, a veces desenfrenada, al aparecer y al tener, por desgracia en detrimento del ser; y la Iglesia, maestra de humanidad, no se cansa de exhortar especialmente a las nuevas generaciones, a las que vosotros pertenecéis, a permanecer vigilantes y a no temer elegir caminos "alternativos", que sólo Cristo sabe indicar.

Sí, queridos amigos, Jesús llama a todos sus amigos a fundamentar su existencia en un estilo de vida sobrio y solidario, a entablar relaciones afectivas sinceras y desinteresadas con los demás. A vosotros, queridos jóvenes estudiantes, os pide que os comprometáis honradamente en el estudio, cultivando un sentido maduro de responsabilidad y un interés compartido por el bien común.

Por tanto, los años de universidad han de ser un gimnasio de convencido y valiente testimonio evangélico. Y para realizar esta misión, tratad de cultivar una amistad íntima con el divino Maestro, imitando a María, Sede de la Sabiduría. Os encomiendo a su intercesión materna y, a la vez que os aseguro un recuerdo en la oración, con afecto os imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE PORTUGAL EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 10 de noviembre de 2007



Señor cardenal patriarca;
amados obispos portugueses:

245 Siento gran alegría al recibiros hoy en la Casa de Pedro, por la fuerza de Dios sólido pilar del puente que estáis llamados a ser y a crear entre la humanidad y su destino supremo, la santísima Trinidad. Ocho años después de vuestra última visita ad limina, encontráis cambiado el rostro de Pedro, pero no su corazón ni sus brazos, que os acogen y confirman con la fuerza de Dios que nos sostiene y nos hace hermanos en Cristo Señor: "A vosotros gracia y paz abundantes" (1P 1,2). Con estas palabras de bienvenida, os saludo a todos, agradeciendo al presidente de la Conferencia episcopal, monseñor Jorge Ortiga, el esbozo que ha presentado de la vida y de la situación de vuestras diócesis y los sentimientos devotos que me ha expresado en nombre de todos, a los que correspondo con vivo afecto y con la certeza de mis oraciones por vosotros y por cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Amados obispos de Portugal, cruzasteis la Puerta santa del jubileo del año 2000 a la cabeza de la peregrinación de vuestros diocesanos, invitándolos a entrar y a permanecer en Cristo como en la casa de sus deseos más profundos y auténticos, o sea, la casa de Dios, y a medir hasta qué punto ya se habían hecho realidad tales deseos, esto es, hasta qué punto la vida y el ser de cada uno encarna al Verbo de Dios, a semejanza de san Pablo, que decía: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20).

Signo concreto de esta encarnación es comunicar a los demás la vida de Cristo que irrumpe en mí. Porque "no puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. (...) Nos hacemos "un solo cuerpo", aunados en una única existencia" (Deus caritas est ). Este "cuerpo" de Cristo que abarca a la humanidad de todos los tiempos y lugares es la Iglesia. San Ambrosio vio su prefiguración en la "tierra santa" indicada por Dios a Moisés: "Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3,5); y allí, más tarde, se le ordenó: "Y tú quédate aquí junto a mí" (Dt 5,31), orden que el santo obispo de Milán actualiza para los fieles en estos términos: "Tú permaneces conmigo (con Dios), si permaneces en la Iglesia. (...) Permanece, pues, en la Iglesia; permanece donde me he aparecido a ti; ahí estoy yo contigo. Donde está la Iglesia, ahí encontrarás el punto de apoyo más firme para tu mente; donde me he aparecido a ti, en la zarza ardiente, ahí está el fundamento de tu alma. De hecho, me he aparecido en la Iglesia, como en otro tiempo en la zarza ardiente. Tú eres la zarza, yo el fuego; fuego en la zarza, soy yo en tu carne. Por eso, yo soy fuego: para iluminarte, para destruir tus espinas, tus pecados, y para manifestarte mi benevolencia (Epistulae extra collectionem: Ep 14,41-42). Estas palabras traducen bien la vivencia y la exhortación hecha por Dios a los peregrinos del gran jubileo.

En este momento quiero dar gracias, juntamente con vosotros, a Cristo Señor por la gran misericordia que tuvo con su Iglesia peregrina en Portugal en los días del Año santo y en los años sucesivos, impregnados del mismo espíritu jubilar, que os ha permitido ver, sin miedo, limitaciones y fallos que os han dejado sin pan y os han impulsado a tomar el camino de regreso a la casa del Padre, donde hay pan en abundancia.

De hecho, se siente el mismo clima del jubileo en numerosas iniciativas que habéis emprendido durante los últimos años: el censo general de la práctica dominical, la reanudación del camino sinodal hecho o por hacer, la convocación en diversas diócesis de la statio eucarística o de la misión general según modalidades nuevas y antiguas, la realización nacional del encuentro de movimientos y nuevas comunidades eclesiales y del congreso de la familia, la voluntad de servir al hombre manifestada por la Iglesia y el Estado en un nuevo concordato, y la aclamación de la santidad ejemplar en la persona de nuevos beatos.

Durante esta larga peregrinación, la confesión más frecuente en los labios de los cristianos ha sido la falta de participación en la vida comunitaria, proponiéndose encontrar nuevas formas de integración en la comunidad. La palabra de orden era, y es, construir caminos de comunión. Es preciso cambiar el estilo de organización de la comunidad eclesial portuguesa y la mentalidad de sus miembros, para tener una Iglesia en armonía con el concilio Vaticano II, en la que esté bien definida la función del clero y del laicado, teniendo en cuenta que, desde que hemos sido bautizados e integrados en la familia de los hijos de Dios, todos somos uno y todos somos corresponsables del crecimiento de la Iglesia.

Esta eclesiología de comunión en el camino abierto por el Concilio, por la que la Iglesia portuguesa se siente particularmente interpelada en continuidad con el gran jubileo, es, mis amados hermanos, el camino cierto que hay que seguir, sin perder de vista posibles escollos, como el horizontalismo en su fuente, la democratización en la atribución de los ministerios sacramentales, la equiparación entre el Orden conferido y los servicios emergentes, la discusión sobre cuál de los miembros de la comunidad es el primero (inútil discutir, porque el Señor Jesús ya decidió que es el último). Con esto no quiero decir que no se debe discutir acerca del recto ordenamiento en la Iglesia y sobre la atribución de las responsabilidades; siempre habrá desequilibrios, que exigen corrección. Pero esas cuestiones no pueden distraernos de la verdadera misión de la Iglesia: esta no debe hablar primariamente de sí misma, sino de Dios.

Los elementos esenciales del concepto cristiano de "comunión" se encuentran en el texto de la primera carta de san Juan: "Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,3). Sobresale aquí el punto de partida de la comunión: está en la unión de Dios con el hombre, que es Cristo en persona; el encuentro con Cristo crea la comunión con él y, en él, con el Padre en el Espíritu Santo.

Como escribí en mi primera encíclica, así vemos que "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona (Jesucristo), que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus caritas est ); la evangelización de la persona y de las comunidades humanas depende totalmente de si existe, o no, este encuentro con Jesucristo.

Sabemos que el primer encuentro puede tener muchas formas, como lo demuestran innumerables vidas de santos (su presentación forma parte de la evangelización, que debe ir acompañada por modelos de pensamiento y de conducta); pero la iniciación cristiana de la persona pasa, normalmente, a través de la Iglesia: la actual economía divina de la salvación requiere la Iglesia. Teniendo en cuenta el número cada vez mayor de cristianos no practicantes en vuestras diócesis, tal vez valga la pena verificar "la eficacia de los actuales procesos de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado en nuestra época" (Sacramentum caritatis, 18).

Amados obispos de Portugal, hace cuatro semanas os reunisteis en el santuario de Fátima con el cardenal secretario de Estado, a quien envié allí como mi legado especial para la clausura de las celebraciones por los 90 años de las apariciones de Nuestra Señora. Me complace pensar en Fátima como escuela de fe, con la Virgen María como Maestra; allí puso su cátedra para enseñar a los pequeños videntes, y después a las multitudes, las verdades eternas y el arte de orar, creer y amar.

246 Con la actitud humilde de alumnos que necesitan aprender la lección, encomendad diariamente a la Maestra tan insigne y Madre del Cristo total a todos y cada uno de vosotros y a los sacerdotes, vuestros colaboradores directos en la dirección de la grey, a los consagrados y las consagradas, que anticipan el cielo en la tierra, y a los fieles laicos que modelan la tierra a imagen del cielo. Implorando para todos, por intercesión de Nuestra Señora de Fátima, la luz y la fuerza del Espíritu, os imparto mi bendición apostólica.



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