Discursos 2007 252


CONSISTORIO ORDINARIO PÚBLICO

PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES


PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL FINAL DEL CONSISTORIO

Atrio de la Basílica Vaticana

Sábado 24 de noviembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Bienvenidos aquí, a esta plaza. Gracias por vuestra presencia. Temíamos que lloviera; por eso hemos estado en la basílica. Vosotros habéis estado presentes aquí, con valentía, y habéis orado con nosotros. Os agradezco vuestra presencia orante, vuestra participación en este importante momento de la Iglesia católica.

Los nuevos cardenales reflejan la universalidad de la Iglesia, su catolicidad: la Iglesia habla todas las lenguas, abarca todos los pueblos, todas las culturas. Todos nosotros juntos formamos la familia de Dios. Y como familia estamos aquí reunidos y pedimos al Señor que bendiga a estos nuevos cardenales al servicio de todos vosotros. Y pedimos también que la Virgen nos acompañe en cada paso.

253 A todos os deseo un feliz domingo y un buen regreso. Gracias por vuestra presencia. Hasta la vista. ¡Feliz día!



A LOS NUEVOS CARDENALES, CON SUS FAMILIARES Y AMIGOS

Lunes 26 de noviembre de 2007



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos amigos:

Este encuentro prolonga el clima de oración y comunión que hemos vivido en estos días de fiesta por la creación de veintitrés nuevos cardenales. El consistorio y la celebración eucarística de ayer, solemnidad de Cristo Rey, nos han brindado una ocasión singular para experimentar la catolicidad de la Iglesia, bien representada por la variada procedencia de los miembros del Colegio cardenalicio, reunidos en estrecha comunión en torno al Sucesor de Pedro.

Por tanto, me alegra dirigir una vez más mi cordial saludo a estos nuevos purpurados y, juntamente con ellos, os saludo a todos vosotros, familiares y amigos, que habéis venido para acompañarlos en un momento tan importante de su vida.

Os saludo en primer lugar a vosotros, queridos cardenales italianos. Lo saludo a usted, señor cardenal Giovanni Lajolo, presidente de la Comisión pontificia y de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano; lo saludo a usted, señor cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica vaticana, mi vicario general para la Ciudad del Vaticano y presidente de la Fábrica de San Pedro; lo saludo a usted, señor cardenal Raffaele Farina, archivero y bibliotecario de la santa Iglesia romana; lo saludo a usted, señor cardenal Angelo Bagnasco, arzobispo metropolitano de Génova y presidente de la Conferencia episcopal italiana; lo saludo a usted, señor cardenal Giovanni Coppa, ex nuncio apostólico en la República Checa; lo saludo a usted, señor cardenal Umberto Betti, ex rector de la Pontificia Universidad Lateranense.

Venerados y queridos hermanos, muchas personas amigas, unidas a vosotros por diversos vínculos, os acompañan en esta circunstancia a la vez solemne y familiar. Exhorto a cada uno a seguir brindándoos su amistad y su estima, y a orar por vosotros, ayudándoos así a seguir sirviendo fielmente a la Iglesia y a dar en las diversas tareas y ministerios, que la Providencia os encomienda, un testimonio cada vez más generoso de amor a Cristo.

Me alegra saludar a los nuevos miembros del Colegio de los cardenales. Al arzobispo de París, cardenal André Vingt-Trois; al arzobispo de Dakar, cardenal Théodore-Adrien Sarr, así como a sus familiares y diocesanos, que han querido acompañarlos en esta feliz circunstancia. Que las ceremonias que hemos vivido durante los dos días anteriores fortalezcan vuestra fe y vuestro amor a Cristo y a la Iglesia. Os invito también a sostener a vuestros pastores y a acompañarlos con vuestra oración, para que guíen siempre con solicitud al pueblo que les ha sido encomendado. No olvidemos tampoco pedir a Cristo que haya jóvenes que acepten comprometerse en el camino del sacerdocio.

Saludo cordialmente a los prelados de lengua inglesa que he tenido la alegría de elevar a la dignidad de cardenal en el consistorio del sábado pasado. Al cardenal John Patrick Foley, gran maestre de los Caballeros de la Orden ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén; al cardenal Seán Baptist Brady, arzobispo de Armagh (Irlanda); al cardenal Oswald Gracias, arzobispo de Bombay (India); al cardenal Daniel DiNardo, arzobispo de Galveston-Houston (Estados Unidos); al cardenal John Njue, arzobispo de Nairobi (Kenia); al cardenal Emmanuel III Delly, patriarca de Babilonia de los caldeos.

254 Asimismo, me alegra tener esta oportunidad de saludar a sus familiares y amigos, y a todos los fieles que los han acompañado a Roma. El Colegio de los cardenales, cuyo origen se remonta al antiguo clero de la Iglesia romana, se encarga de la elección del Sucesor de Pedro y de aconsejarle en las cuestiones más importantes. Tanto en las oficinas de la Curia como en su ministerio en las Iglesias locales en todo el mundo, los cardenales están llamados a compartir de modo especial la solicitud del Papa por la Iglesia universal. El vivo color púrpura de su vestido se ha considerado tradicionalmente como signo de su compromiso de defender la grey de Cristo incluso con el derramamiento de su sangre. Al aceptar los cardenales la carga de este oficio, confío en que contarán con el apoyo de vuestras constantes oraciones y vuestra cooperación en sus esfuerzos por edificar el Cuerpo de Cristo en unidad, santidad y paz.

Dirijo un saludo cordial al cardenal Paul Josef Cordes, a su familia, a sus amigos y huéspedes procedentes de Alemania, así como a los fieles de su archidiócesis de Paderborn, de la que ha sido también obispo. Juntamente con vosotros, agradezco a nuestro nuevo cardenal el valioso servicio que presta al Sucesor de Pedro desde hace muchos años como presidente del Consejo pontificio "Cor unum". Seguid acompañándolo con vuestra oración y sostenedlo en su importante tarea de solicitud concreta por el servicio amoroso del Papa a los pobres y necesitados. Que el Señor os otorgue a todos su gracia.

Saludo cordialmente a los nuevos cardenales de lengua española, acompañados de sus familiares y de tantos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos venidos de Argentina, España y México. Argentina exulta de gozo por el cardenal Leonardo Sandri que, después de su servicio a la Santa Sede como sustituto de la Secretaría de Estado, preside ahora la Congregación para las Iglesias orientales, y también por el cardenal Estanislao Esteban Karlic, arzobispo emérito de Paraná, que durante tantos años ha servido solícita y abnegadamente a aquella comunidad eclesial. La Iglesia en España se alegra por el cardenal Agustín García-Gasco Vicente, arzobispo de Valencia, ciudad que visité el año pasado con motivo de la Jornada mundial de la familia; por el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, que anteriormente ha desarrollado un fructuoso ministerio en Tortosa y Tarragona; y también por el cardenal Urbano Navarrete, antiguo rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, que ha consagrado su vida al estudio y enseñanza del derecho canónico. La Iglesia que peregrina en México se congratula por el cardenal Francisco Robles Ortega, arzobispo de Monterrey, cuya constante entrega pastoral se manifestó también en Toluca. Dirigimos nuestro pensamiento a la Virgen María, de la que vuestros pueblos son tan devotos, y le rogamos que interceda ante su divino Hijo por estos cardenales, para que haga muy fecundo su servicio a la Iglesia.

Saludo al cardenal Odilo Pedro Scherer, a los obispos que han querido acompañarlo juntamente con su familia, amigos y huéspedes. Aprovecho esta ocasión para recordar los días de mi viaje pastoral de este año a São Paulo y para renovar mi gratitud por la acogida que me dispensaron en su archidiócesis. Formulo votos para que este nombramiento a la púrpura cardenalicia contribuya a profundizar su amor a la Iglesia y a fortalecer la fe de sus fieles en Jesucristo, nuestro Salvador y Señor.

Saludo al cardenal Stanislaw Rylko y a sus huéspedes. Le agradezco todo lo que hace en favor de la participación de los laicos en la vida de la Iglesia y le deseo abundantes gracias. Os encomiendo a todos al amor de Dios y os bendigo de corazón.

Por último, a vosotros, venerados y queridos neo-cardenales, os renuevo mi saludo fraterno y, a la vez que os aseguro mi oración, os pido que me acompañéis siempre con vuestra apreciada experiencia humana y pastoral. Cuento mucho con vuestro valioso apoyo, para poder desempeñar del mejor modo posible mi ministerio al servicio de todo el pueblo de Dios. Necesito este apoyo.

Y a vosotros, queridos hermanos y hermanas que los acompañáis con afecto, os doy una vez más las gracias por vuestra participación en los diversos ritos y momentos del consistorio. Seguid rezando por ellos y también por mí, a fin de que sea cada vez más fuerte la comunión de los pastores con el Papa, de forma que demos al mundo entero el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo y dispuesta a salir con valentía profética al encuentro de las expectativas y exigencias espirituales de los hombres de nuestro tiempo.

Os pido que, al volver a vuestras diócesis, llevéis a todos mi saludo y la seguridad de mi recuerdo constante ante el Señor. Sobre vosotros, queridos nuevos cardenales, y sobre todos vosotros aquí presentes, invoco la protección de la celestial Madre de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Con estos sentimientos, os imparto de corazón mi bendición.



Diciembre de 2007


A LOS PARTICIPANTES EN EL FORO DE ORGANIZACIONES NO GUBERNAMENTALES DE INSPIRACIÓN CATÓLICA

Sábado 1 de diciembre de 2007



Excelencias;
255 representantes de la Santa Sede en las Organismos internacionales;
queridos amigos:

Me complace saludaros a todos vosotros, que estáis reunidos en Roma para reflexionar juntos sobre la contribución que las Organizaciones no gubernamentales (ONG) de inspiración católica pueden ofrecer, en estrecha colaboración con la Santa Sede, a la solución de los numerosos problemas y desafíos que afronta la múltiple actividad de las Naciones Unidas y de otras organizaciones internacionales y regionales. Os doy mi cordial bienvenida a cada uno. De modo particular, doy las gracias al sustituto de la Secretaría de Estado, que ha interpretado amablemente vuestros sentimientos comunes, a la vez que me ha informado de los objetivos de vuestro foro. Saludo también al joven representante de las Organizaciones no gubernamentales aquí presentes.

En este importante encuentro participan representantes de asociaciones surgidas en los años en que se iniciaba la actividad del laicado católico en ámbito internacional, junto con miembros de otras asociaciones más recientes que se han creado dentro del actual proceso de integración global. Están presentes también asociaciones que realizan una acción de advocacy, y otras dedicadas sobre todo a la gestión concreta de proyectos de cooperación para el desarrollo. Algunas de vuestras organizaciones son reconocidas por la Iglesia como asociaciones públicas y privadas de fieles; otras comparten el carisma de algunos institutos de vida consagrada; y otras tienen sólo reconocimiento jurídico en ámbito civil e incluyen también entre sus miembros a no católicos y a no cristianos. Sin embargo, todos tenéis en común el celo por la promoción de la dignidad humana. Este mismo celo ha inspirado constantemente la actividad de la Santa Sede en el seno de la comunidad internacional. Por eso, este encuentro se ha organizado precisamente para expresaros gratitud y aprecio por lo que estáis haciendo en colaboración activa con los representantes pontificios en los organismos internacionales. Al mismo tiempo, se pretende estrechar aún más, en vista de una mayor eficacia, dicha acción común al servicio del bien integral de la persona humana y de toda la humanidad.

Esta unidad de propósitos sólo puede conseguirse a través de una variedad de funciones y actividades. La diplomacia multilateral de la Santa Sede, principalmente, se esfuerza por reafirmar los grandes principios fundamentales de la vida internacional, puesto que la contribución específica de la Iglesia consiste en ayudar a «la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella» (Deus caritas est ). Por otra parte, «el deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos» —y, en el contexto de la vida internacional, de los diplomáticos cristianos y de los miembros de las Organizaciones no gubernamentales—, que «están llamados a participar en primera persona en la vida pública» y «configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad» (ib., ).

La cooperación internacional entre los gobiernos, que ya surgió al final del siglo XIX y creció constantemente a lo largo del siglo pasado, a pesar de las trágicas interrupciones de las dos guerras mundiales, ha contribuido significativamente a la creación de un orden internacional más justo. A este respecto, podemos constatar con satisfacción los logros obtenidos, como el reconocimiento universal de la primacía jurídica y política de los derechos humanos, la adopción de objetivos comunes con miras al pleno goce de derechos económicos y sociales por parte de todos los habitantes de la tierra, los esfuerzos realizados para desarrollar un sistema económico mundial justo y, más recientemente, la protección del medio ambiente y la promoción del diálogo intercultural.

No obstante, el debate internacional a menudo parece estar marcado por una lógica relativista que considera, como única garantía de coexistencia pacífica entre los pueblos, el negar carta de ciudadanía a la verdad sobre el hombre y su dignidad, así como a la posibilidad de una acción ética basada en el reconocimiento de la ley moral natural. En efecto, esto ha llevado a la imposición de una noción de derecho y de política que, en última instancia, hace del consenso entre los Estados —condicionado a veces por intereses a corto plazo o manipulado por presiones ideológicas— la única base real de las normas internacionales. Lamentablemente, los frutos amargos de esta lógica relativista son evidentes: baste pensar, por ejemplo, en el intento de considerar como derechos humanos las consecuencias de ciertos estilos egoístas de vida; en el desinterés por las necesidades económicas y sociales de las naciones más pobres; en el desprecio del derecho humanitario; y en una defensa selectiva de los derechos humanos. Espero que el estudio y la reflexión de estos días permitan descubrir medios más eficaces y concretos para hacer que las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia sean aceptadas a nivel internacional. En este sentido, os aliento a oponer al relativismo la gran creatividad de la verdad sobre la dignidad natural del hombre y de los derechos que de ella se derivan. Esto permitirá dar una respuesta más adecuada a las numerosas cuestiones que hoy se debaten en el ámbito internacional y sobre todo, permitirá promover iniciativas concretas, caracterizadas por un espíritu de comunión y de libertad.

De hecho, es necesario un espíritu de solidaridad que lleve a promover juntos los principios éticos que, por su misma naturaleza y por su papel fundamental de la vida social, no son «negociables». Un espíritu de solidaridad impregnado de un fuerte sentido de amor fraterno lleva a apreciar más las iniciativas de los demás y a desear cooperar con ellas. Gracias a este espíritu, se trabajará siempre, cuando sea útil o necesario, en colaboración con las diversas organizaciones no gubernamentales o con los representantes de la Santa Sede, siempre respetando sus diferencias de naturaleza, de fines institucionales y de métodos operativos.

Por otra parte, un auténtico espíritu de libertad, vivido con solidaridad, impulsará la iniciativa de los miembros de las Organizaciones no gubernamentales a crear una amplia gama de nuevos enfoques y soluciones con respecto a los asuntos temporales que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. En efecto, si se viven con solidaridad, el legítimo pluralismo y la diversidad no sólo no son motivo de división y enfrentamiento, sino que son condición de eficacia cada vez mayor. Las actividades de vuestras organizaciones serán realmente fecundas si permanecen fieles al magisterio de la Iglesia, ancladas en la comunión con sus pastores y, sobre todo, con el Sucesor de Pedro, y afrontarán con apertura prudente los desafíos del momento actual.

Queridos hermanos, os agradezco una vez más vuestra presencia hoy y vuestros esfuerzos dedicados a promover la causa de la justicia y de la paz en el seno de la familia humana. A la vez que os aseguro un recuerdo especial en mis oraciones, invoco sobre vosotros, y sobre las organizaciones que representáis, la protección materna de María, Reina del mundo. A vosotros, a vuestras familias y a los miembros de vuestras asociaciones imparto con afecto mi bendición apostólica.


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COREA Y AL PREFECTO APOSTÓLICO DE ULAN BATOR EN VISITA "AD LIMINA"

Lunes 3 de diciembre de 2007



256 Queridos hermanos en el episcopado:

"Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (
1Jn 4,16). Con un saludo fraterno os doy la bienvenida a vosotros, obispos de Corea, y al prefecto apostólico de Ulan Bator, y agradezco a monseñor John Chang Yik, presidente de la Conferencia episcopal, los cordiales sentimientos que me ha expresado en vuestro nombre. Correspondo a ellos con afecto y os aseguro a vosotros, y a quienes están encomendados a vuestro cuidado pastoral, mis oraciones y mi solicitud. Como servidores del Evangelio, habéis venido a ver a Pedro (cf. Ga 1,18) y a fortalecer los vínculos de colegialidad que manifiestan la unidad de la Iglesia en la diversidad y salvaguardan la tradición transmitida por los Apóstoles (cf. Pastores gregis ).

En vuestros países la Iglesia ha hecho notables progresos desde la llegada de los misioneros a la región hace más de cuatrocientos años, y desde su regreso a Mongolia hace exactamente quince años. Este desarrollo se debe en gran parte al testimonio excepcional de los mártires coreanos y de otros en toda Asia, que han permanecido firmemente fieles a Cristo y a su Iglesia. La constancia de su testimonio habla elocuentemente del concepto fundamental de comunión, que unifica y vivifica la vida eclesial en todas sus dimensiones.

Las numerosas exhortaciones del evangelista san Juan a permanecer en el amor y en la verdad de Cristo evocan la imagen de una casa segura y estable. Dios nos ama primero y nosotros, atraídos hacia su don de agua viva, "hemos de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios" (Deus caritas est ). Pero san Juan también exhorta a sus comunidades a permanecer en ese amor porque algunos ya habían sido seducidos por las distracciones que llevan a la debilidad interior y a una posible separación de la comunión de los creyentes.

Esta exhortación a permanecer en el amor de Cristo también tiene un significado particular para vosotros hoy. Vuestras relaciones quinquenales atestiguan la atracción que ejerce el materialismo y los efectos negativos de una mentalidad laicista. Cuando los hombres y las mujeres se alejan de la casa del Señor vagan inevitablemente en un desierto de aislamiento individual y de fragmentación social, porque "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes GS 22).

Queridos hermanos, desde esta perspectiva es evidente que para ser pastores eficientes de esperanza debéis esforzaros por garantizar que el vínculo de comunión que une a Cristo con todos los bautizados sea salvaguardado y experimentado como el centro del misterio de la Iglesia (cf. Ecclesia in Asia ). Con los ojos fijos en el Señor, los fieles deben repetir de nuevo el grito de fe de los mártires: "Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene" (1Jn 4,16). Esta fe se mantiene y alimenta mediante un encuentro continuo con Jesucristo, que viene a los hombres y a las mujeres a través de la Iglesia: el signo y el sacramento de unión íntima con Dios y de unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium LG 1).

Desde luego, el acceso a este misterio de comunión con Dios es el bautismo. Este sacramento de iniciación, lejos de ser un rito social o de bienvenida a una comunidad particular, es iniciativa de Dios (cf. Rito del bautismo, 98). Los que han renacido por el agua de la vida nueva entran a formar parte de la Iglesia universal y se insertan en el dinamismo de la vida de fe. En efecto, la profunda importancia de este sacramento subraya vuestra creciente preocupación por el hecho de que no pocos de los numerosos adultos que cada año entran a formar parte de la Iglesia en vuestra región no mantienen su compromiso de "participación plena (...) en las celebraciones litúrgicas, (...) que constituye un derecho y una obligación en virtud del bautismo" (Sacrosanctum Concilium SC 14). Os animo a garantizar, especialmente a través de una gozosa mistagogia, que "la llama de la fe" se mantenga "viva en el corazón" (Rito del bautismo, 100) de los nuevos bautizados.

Como enseña elocuentemente san Pablo (cf. 1Co 10,16-17), la palabra comunión también se refiere al centro eucarístico de la Iglesia. La Eucaristía arraiga nuestra comprensión de la Iglesia en el encuentro íntimo entre Jesús y la humanidad, y revela la fuente de la unidad eclesial: el gesto de Cristo de entregarse a sí mismo a nosotros nos convierte en su cuerpo. La conmemoración de la muerte y resurrección de Cristo en la Eucaristía es "la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia" (Ecclesia de Eucharistia EE 38), por la cual las Iglesias locales se dejan atraer hacia los brazos abiertos del Señor y se fortalecen en la unidad dentro del único Cuerpo (cf. Sacramentum caritatis, 15).

Vuestros programas concebidos para poner de relieve la importancia de la misa dominical deberían aplicarse mediante una sana y estimulante catequesis sobre la Eucaristía. Esto fomentará una comprensión renovada del auténtico dinamismo de la vida cristiana entre vuestros fieles. Me uno a vosotros al exhortar a los fieles laicos, y en especial a los jóvenes de vuestra región, a explorar la profundidad y la amplitud de nuestra comunión eucarística. Congregados cada domingo en la casa del Señor, somos imbuidos por el amor y la verdad de Cristo, y recibimos la fuerza para llevar la esperanza al mundo.

Queridos hermanos, a los hombres y a las mujeres consagrados se les reconoce con razón como "testigos y artífices de aquel "proyecto de comunión" que constituye la cima de la historia del hombre según Dios" (Vita consecrata VC 46). Os ruego que aseguréis a los religiosos y religiosas de vuestros territorios mi aprecio por la contribución profética que están dando a la vida eclesial en vuestras naciones. Confío en que, fieles a su naturaleza esencial y a sus respectivos carismas, den un testimonio valiente del "don de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en él, a cada miembro de la familia humana" (ib. VC 3), don específicamente cristiano.

Por lo que respecta a vosotros, os aliento a garantizar que los religiosos sean acogidos y sostenidos en sus esfuerzos por contribuir a la tarea común de extender el reino de Dios. Ciertamente, uno de los aspectos más hermosos de la historia de la Iglesia es el que se refiere a sus escuelas de espiritualidad. Articulando y compartiendo estos tesoros vivos con los fieles laicos, los religiosos ayudarán en gran medida a promover la vitalidad de la vida eclesial dentro de vuestras jurisdicciones. Así contribuirán a disipar la idea de que la comunión significa sólo uniformidad, testimoniando la vitalidad del Espíritu Santo, que anima a la Iglesia en cada generación.

257 Concluyo reiterando brevemente la importancia de la promoción del matrimonio y de la vida familiar en vuestra región. Vuestros esfuerzos en este campo están en el centro de la evangelización de la cultura y contribuyen en gran medida al bienestar de la sociedad en su conjunto. Este apostolado vital, en el que ya están comprometidos numerosos sacerdotes y religiosos, también pertenece con razón a los fieles laicos. La creciente complejidad de las cuestiones relativas a la familia —incluidos los avances en la ciencia biomédica, de los que hablé recientemente al embajador de Corea ante la Santa Sede— plantea el problema de impartir una formación adecuada a quienes están comprometidos en esta área. A este respecto, deseo atraer vuestra atención hacia la valiosa contribución del Instituto para estudios sobre el matrimonio y la familia, ya presente en muchas partes del mundo.

Por último, queridos hermanos, os pido que transmitáis a vuestro pueblo mi gratitud particular por su generosidad con la Iglesia universal. Tanto el número creciente de misioneros como las contribuciones de los fieles laicos son un signo elocuente de su espíritu generoso. También soy consciente de los gestos concretos de reconciliación hechos por el bien de quienes viven en Corea del norte. Aliento estas iniciativas e invoco la solicitud providencial de Dios todopoderoso sobre todos los norcoreanos.

A lo largo de los siglos, Asia ha dado a la Iglesia y al mundo multitud de héroes de la fe, a los que se conmemora en el gran himno de alabanza: Te martyrum candidatus laudat exercitus. Han de ser testigos perennes de la verdad y del amor que todos los cristianos están llamados a proclamar.

Con afecto fraterno os encomiendo a la intercesión de María, modelo de todos los discípulos, y de corazón os imparto mi bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis y de vuestra prefectura.



A UNA DELEGACIÓN DE LA ALIANZA BAPTISTA MUNDIAL

Sala de los Papas

Jueves 6 de diciembre \Ide 2007



Queridos amigos:

Os doy una cordial bienvenida, miembros de la comisión internacional conjunta promovida por la Alianza mundial baptista y el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Me agrada que hayáis escogido como lugar para vuestro encuentro esta ciudad de Roma, donde los apóstoles san Pedro y san Pablo proclamaron el Evangelio y, derramando su sangre, coronaron su testimonio del Señor resucitado. Espero que vuestras conversaciones produzcan abundantes frutos para el progreso del diálogo y el aumento del entendimiento y la cooperación entre católicos y baptistas.

El tema que habéis escogido para esta fase de contactos —"La palabra de Dios en la vida de la Iglesia: Escritura, Tradición y koinonía"— ofrece un contexto prometedor para examinar esas cuestiones históricamente controvertidas, como la relación entre Escritura y Tradición, la comprensión del bautismo y de los sacramentos, el papel de María en la comunión de la Iglesia y la naturaleza de la supervisión y del primado en la estructura ministerial de la Iglesia.

Para que se realice nuestra esperanza de reconciliación y de mayor fraternidad entre baptistas y católicos, debemos afrontar juntos temas como estos, con espíritu de apertura, respeto recíproco y fidelidad a la verdad liberadora y a la fuerza salvífica del Evangelio de Jesucristo.

Como creyentes en Cristo, lo reconocemos como el único mediador entre Dios y la humanidad (cf. 1Tm 2,5), nuestro Salvador, nuestro Redentor. Él es la piedra angular (cf. Ep 2,21 1P 2,4-8); y la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,18). En este período de Adviento esperamos fervientemente su venida en un ambiente de oración. Hoy, como siempre, el mundo necesita nuestro testimonio común de Cristo y de la esperanza traída por el Evangelio. La obediencia a la voluntad del Señor nos debe estimular constantemente a alcanzar la unidad por la que pidió de un modo tan conmovedor en su oración sacerdotal: "Que todos sean uno (...) para que el mundo crea" (Jn 17,21). La falta de unidad entre los cristianos "contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura" (Unitatis redintegratio UR 1).

258 Queridos amigos, os expreso mis mejores deseos y os aseguro mis oraciones para la importante obra que habéis emprendido. Invoco de buen grado sobre vuestras conversaciones, sobre cada uno de vosotros y sobre vuestros seres queridos, los dones del Espíritu Santo de sabiduría, entendimiento, fortaleza y paz.


A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO INSTITUTO ORIENTAL DE ROMA

Jueves 6 de diciembre de 2007



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Para mí es motivo de gran alegría acogeros con ocasión del 90° aniversario del Pontificio Instituto Oriental, querido por el Papa que lo fundó, mi venerado predecesor Benedicto XV. Los tiempos de aquel Papa fueron tiempos de guerra, aunque él trabajó con empeño por la paz. Y para garantizar la paz hizo varios llamamientos y, en el año 1917, en el que se fundó vuestro Instituto, elaboró también un plan concreto de paz, un plan detallado que por desgracia no tuvo éxito.

Con todo, para asegurar la paz dentro de la Iglesia, erigió entonces, en el arco de pocos meses, tres monumentos de valor incalculable: la Congregación para la Iglesia oriental, que más tarde cambió su nombre por el de Congregación para las Iglesias orientales; el Pontificio Instituto Oriental para el estudio de los aspectos teológicos, litúrgicos, jurídicos y culturales, que forman el saber del Oriente cristiano; y el Código de derecho canónico.

Gracias por vuestra visita, queridos amigos. Os saludo a todos con afecto. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al que agradezco los sentimientos que me ha manifestado en nombre de todos. Saludo al señor cardenal Spidlík, a los prelados presentes, al padre Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús; a los alumnos y a todos los que forman parte de la comunidad del Pontificio Instituto Oriental. Pienso con afecto en todos los que, en estos noventa años, han dado su contribución para hacer que vuestro Instituto respondiera cada vez mejor a las expectativas de la Iglesia y del mundo.

Así pues, el Papa Benedicto XV, al que me siento particularmente vinculado, creó, con cinco meses y medio de diferencia, la Congregación para las Iglesias orientales, el 1 de mayo, y el Instituto Oriental, el 15 de octubre. Se beneficiaron de modo especial las Iglesias orientales católicas, que desde entonces gozan de un régimen más acorde con sus tradiciones, bajo la mirada de los Romanos Pontífices, que no han cesado de manifestarles su solicitud con gestos de apoyo concreto, como por ejemplo la invitación a numerosos estudiantes orientales a venir a Roma para crecer en el conocimiento de la Iglesia universal.

Algunos períodos difíciles han puesto a dura prueba a esas comunidades eclesiales que, aunque se encuentran físicamente lejos de Roma, siempre han permanecido cerca por su fidelidad a la Sede de Pedro. Sin embargo, su progreso y su firmeza en las dificultades habrían sido imposibles sin el apoyo constante que les ha proporcionado ese oasis de paz y de estudio que es el Pontificio Instituto Oriental, punto de encuentro de numerosos estudiosos, profesores, escritores y editores, entre los que conocen mejor el Oriente cristiano.

Merece una mención especial la joya que constituye la Biblioteca de ese Instituto, fundada por mi predecesor Pío XI, que fue bibliotecario de la Ambrosiana y un magnífico mecenas del fondo histórico de la Biblioteca del Pontificio Instituto Oriental. Se trata, ciertamente, de una Biblioteca ilustre en todo el mundo, y una de las mejores por lo que atañe al Oriente cristiano. Uno de mis compromisos es impulsar aún más su crecimiento, como signo de interés de la Iglesia de Roma por el conocimiento del Oriente cristiano y como medio para eliminar posibles prejuicios que podrían dañar la cordial y armoniosa convivencia entre los cristianos. Estoy convencido de que el apoyo dado al estudio reviste también un eficaz valor ecuménico, pues aprovechar el patrimonio de la sabiduría del Oriente cristiano enriquece a todos.


Discursos 2007 252