Discursos 2007 259

259 A este respecto, el Pontificio Instituto Oriental constituye un insigne ejemplo de lo que la sabiduría cristiana puede ofrecer a quienes desean adquirir un conocimiento cada vez más preciso de las Iglesias orientales y profundizar en la orientación de la vida según el Espíritu, que representa un tema sobre el cual el Oriente cristiano con razón se enorgullece de poseer una riquísima tradición.

Se trata de unos tesoros muy valiosos, no sólo para los estudiosos, sino también para todos los miembros de la Iglesia. Hoy en día, gracias a las diversas ediciones de que disponemos de los Padres orientales, ya no son tesoros encerrados "bajo llave". Descifrarlos e interpretarlos de manera autorizada, elaborar síntesis dogmáticas sobre la santísima Trinidad, sobre Jesucristo y sobre la Iglesia, sobre la gracia y los sacramentos, reflexionar sobre la vida eterna, de la que ya podemos gustar una anticipación en las celebraciones litúrgicas, es tarea de quienes estudian en el Pontificio Instituto Oriental.

Queridos profesores, a vosotros en particular os expreso mi vivo aprecio por el gran bien que hacéis, dedicando un tiempo valioso a vuestros alumnos. Expreso con afecto mi agradecimiento a la Compañía de Jesús, a cuya competencia académica y celo apostólico está encomendado el Pontificio Instituto Oriental desde hace 85 años. De corazón os deseo todo bien a vosotros, queridos estudiantes que habéis venido a Roma para compartir con tantos otros procedentes de todo el mundo el contacto directo con el centro de la Iglesia universal.

Y mi gratitud no puede omitir un eslabón muy importante; aludo a los que, aun sin encargarse directamente del trabajo científico, prestan una gran contribución: son los amigos que sostienen el Pontificio Instituto Oriental con su solidaridad; los bienhechores, a quienes debemos en gran parte el progreso material de esta institución; y el personal, sin el cual no se podría garantizar su funcionamiento diario. A todos expreso mi agradecimiento desde lo más profundo de mi corazón y, como prenda de la recompensa divina, les imparto con afecto la bendición apostólica.

HOMENAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

A LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Plaza de España,

Sábado 8 de diciembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

En una cita que ya ha llegado a ser tradicional, nos volvemos a encontrar aquí, en la plaza de España, para ofrecer nuestra ofrenda floral a la Virgen, en el día en el que toda la Iglesia celebra la fiesta de su Inmaculada Concepción. Siguiendo los pasos de mis predecesores, también yo me uno a vosotros, queridos fieles de Roma, para recogerme con afecto y amor filiales ante María, que desde hace ciento cincuenta años vela sobre nuestra ciudad desde lo alto de esta columna. Por tanto, se trata de un gesto de fe y de devoción que nuestra comunidad cristiana repite cada año, como para reafirmar su compromiso de fidelidad con respecto a María, que en todas las circunstancias de la vida diaria nos garantiza su ayuda y su protección materna.

Esta manifestación religiosa es, al mismo tiempo, una ocasión para brindar a cuantos viven en Roma o pasan en ella algunos días como peregrinos y turistas, la oportunidad de sentirse, aun en medio de la diversidad de las culturas, una única familia que se reúne en torno a una Madre que compartió las fatigas diarias de toda mujer y madre de familia.

Pero se trata de una madre del todo singular, elegida por Dios para una misión única y misteriosa, la de engendrar para la vida terrena al Verbo eterno del Padre, que vino al mundo para la salvación de todos los hombres. Y María, Inmaculada en su concepción -así la veneramos hoy con devoción y gratitud-, realizó su peregrinación terrena sostenida por una fe intrépida, una esperanza inquebrantable y un amor humilde e ilimitado, siguiendo las huellas de su hijo Jesús. Estuvo a su lado con solicitud materna desde el nacimiento hasta el Calvario, donde asistió a su crucifixión agobiada por el dolor, pero inquebrantable en la esperanza. Luego experimentó la alegría de la resurrección, al alba del tercer día, del nuevo día, cuando el Crucificado dejó el sepulcro venciendo para siempre y de modo definitivo el poder del pecado y de la muerte.

María, en cuyo seno virginal Dios se hizo hombre, es nuestra Madre. En efecto, desde lo alto de la cruz Jesús, antes de consumar su sacrificio, nos la dio como madre y a ella nos encomendó como hijos suyos. Misterio de misericordia y de amor, don que enriquece a la Iglesia con una fecunda maternidad espiritual.

260 Queridos hermanos y hermanas, sobre todo hoy, dirijamos nuestra mirada a ella e, implorando su ayuda, dispongámonos a atesorar todas sus enseñanzas maternas. ¿No nos invita nuestra Madre celestial a evitar el mal y a hacer el bien, siguiendo dócilmente la ley divina inscrita en el corazón de todo hombre, de todo cristiano? Ella, que conservó la esperanza aun en la prueba extrema, ¿no nos pide que no nos desanimemos cuando el sufrimiento y la muerte llaman a la puerta de nuestra casa? ¿No nos pide que miremos con confianza a nuestro futuro? ¿No nos exhorta la Virgen Inmaculada a ser hermanos unos de otros, todos unidos por el compromiso de construir juntos un mundo más justo, solidario y pacífico?

Sí, queridos amigos. Una vez más, en este día solemne, la Iglesia señala al mundo a María como signo de esperanza cierta y de victoria definitiva del bien sobre el mal. Aquella a quien invocamos como "llena de gracia" nos recuerda que todos somos hermanos y que Dios es nuestro Creador y nuestro Padre. Sin él, o peor aún, contra él, los hombres no podremos encontrar jamás el camino que conduce al amor, no podremos derrotar jamás el poder del odio y de la violencia, no podremos construir jamás una paz estable.

Es necesario que los hombres de todas las naciones y culturas acojan este mensaje de luz y de esperanza: que lo acojan como don de las manos de María, Madre de toda la humanidad. Si la vida es un camino, y este camino a menudo resulta oscuro, duro y fatigoso, ¿qué estrella podrá iluminarlo? En mi encíclica Spe salvi, publicada al inicio del Adviento, escribí que la Iglesia mira a María y la invoca como «Estrella de esperanza» ().

Durante nuestro viaje común por el mar de la historia necesitamos «luces de esperanza», es decir, personas que reflejen la luz de Cristo, «ofreciendo así orientación para nuestra travesía» (ib.). ¿Y quién mejor que María puede ser para nosotros «Estrella de esperanza»? Ella, con su «sí», con la ofrenda generosa de la libertad recibida del Creador, permitió que la esperanza de milenios se hiciera realidad, que entrara en este mundo y en su historia. Por medio de ella, Dios se hizo carne, se convirtió en uno de nosotros, puso su tienda en medio de nosotros.

Por eso, animados por una confianza filial, le decimos: «Enséñanos, María, a creer, a esperar y a amar contigo; indícanos el camino que conduce a la paz, el camino hacia el reino de Jesús. Tú, Estrella de esperanza, que con conmoción nos esperas en la luz sin ocaso de la patria eterna, brilla sobre nosotros y guíanos en los acontecimientos de cada día, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

Me uno a los peregrinos reunidos en los santuarios marianos de Lourdes y Fourvière para honrar a la Virgen María, en este año jubilar del 150° aniversario de las apariciones de Nuestra Señora a santa Bernardita. Gracias a su confianza en María y a su ejemplo, llegarán a ser verdaderos discípulos del Salvador. Mediante las peregrinaciones, muestran numerosos rostros de Iglesia a las personas que están en proceso de búsqueda y van a visitar los santuarios. En su camino espiritual están llamados a desarrollar la gracia de su bautismo, a alimentarse de la Eucaristía y a sacar de la oración la fuerza para el testimonio y la solidaridad con todos sus hermanos en la humanidad.

Ojalá que los santuarios desarrollen su vocación a la oración y a la acogida de las personas que quieren encontrar de nuevo el camino de Dios, principalmente mediante el sacramento del perdón. Expreso también mis mejores deseos a todas las personas, sobre todo a los jóvenes, que celebran con alegría la fiesta de la Inmaculada Concepción, particularmente las iluminaciones de la metrópolis lionesa. Pido a la Virgen María que vele sobre los habitantes de Lyon y de Lourdes, y les imparto a todos, así como a los peregrinos que participen en las ceremonias, una afectuosa bendición apostólica



A LOS NUEVOS EMBAJADORES DE TAILANDIA, SEYCHELLES, NAMIBIA, GAMBIA, SURINAM, SINGAPUR Y KUWAIT

Sala Clementina

Jueves 13 de diciembre de 2007



Excelencias:

Me complace acogeros con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Tailandia, Seychelles, Namibia, Gambia, Surinam, Singapur y Kuwait. Os agradezco las cordiales palabras que me habéis transmitido de parte de vuestros jefes de Estado. Os ruego que les expreséis, de mi parte, un saludo deferente y mis mejores deseos para sus personas y para la elevada misión que cumplen al servicio de sus países.

261 Mi saludo afectuoso va también a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a vuestros compatriotas. Por medio de vosotros, quiero asegurar a las comunidades católicas presentes en el territorio de vuestros países mi recuerdo y mis oraciones, animándolas a proseguir su misión y el testimonio que dan con su compromiso al servicio de todos.

Vuestra función de diplomáticos es particularmente importante en el mundo actual para mostrar que, en todas las situaciones de la vida internacional, el diálogo debe predominar sobre la violencia, y el deseo de paz y fraternidad debe prevalecer sobre los contrastes y sobre el individualismo, que llevan sólo a tensiones y rencores, y no ayudan a construir sociedades reconciliadas.

A través de vosotros, deseo hacer un nuevo llamamiento para que todas las personas que desempeñan una función en la vida social, todas las que participan en el gobierno de las naciones, hagan todo lo que está a su alcance para devolver la esperanza a los pueblos que tienen la responsabilidad de guiar. Es preciso que tengan en cuenta sus aspiraciones más profundas y actúen de modo que todos puedan beneficiarse del producto de las riquezas naturales y económicas de su país, según los principios de justicia y equidad.

Desde esta perspectiva, debe prestarse una atención particular a las generaciones jóvenes, mostrándoles que son la primera riqueza de un país; su educación integral es una necesidad primordial. En efecto, no basta una formación técnica y científica para hacer de ellos hombres y mujeres responsables en su familia y en todos los sectores de la sociedad. Por ello, es necesario privilegiar una educación en los valores humanos y morales que permita a cada joven tener confianza en sí mismo, esperar en el futuro, preocuparse por sus hermanos y hermanas en la humanidad y participar en el crecimiento de la nación, con un sentido cada vez más acentuado de los demás.

Por eso, deseo que en cada país la educación de la juventud sea una prioridad, con el apoyo de todas las instituciones de la comunidad internacional que están comprometidas en la lucha contra el analfabetismo y contra la falta de formación, en todas sus formas. Es un modo particularmente importante de luchar contra la desesperación, que puede albergar en el corazón de los jóvenes y ser el origen de numerosos actos de violencia individual o colectiva.

La Iglesia católica, por su parte, gracias a sus numerosas instituciones educativas, se compromete sin cesar, junto con todos los hombres de buena voluntad, en favor de la formación integral de los jóvenes. Aliento a todas las personas que participan en esta hermosa misión de educación de la juventud a proseguir incansablemente su tarea, con la certeza de que formar correctamente a los jóvenes significa preparar un futuro prometedor.

Acabáis de recibir de vuestros jefes de Estado una misión ante la Santa Sede. Al final de nuestro encuentro, os expreso, señoras y señores embajadores, mis mejores deseos para el servicio que estáis llamados a prestar. Que el Todopoderoso os sostenga a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas, en la edificación de una sociedad pacificada, y que descienda sobre cada uno la abundancia de los beneficios divinos.


A LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS DE ROMA

Jueves 13 de diciembre de 2007



Queridos amigos:

Me alegra mucho encontrarme con vosotros, que habéis venido en gran número a esta cita tradicional, en la cercanía del Nacimiento de Cristo. Saludo y expreso mi agradecimiento al cardenal Camillo Ruini, que ha celebrado la Eucaristía juntamente con los capellanes universitarios, a los que saludo cordialmente. Saludo a las autoridades y en primer lugar al ministro de Universidades, así como a los rectores, a los profesores y a todos los estudiantes.

Agradezco al rector de la Universidad "Campus biomédico" y a la joven estudiante de la facultad de derecho de la Tercera Universidad de estudios de Roma que en nombre de todos me han dirigido palabras de afecto y felicitación. Correspondo de corazón a esos sentimientos formulando para cada uno de vosotros los mejores deseos de una serena y santa Navidad.

262 Saludo de modo especial a los jóvenes de la delegación de Albania, que han traído a Roma el icono de María Sedes Sapientiae, y a los de la delegación de Rumania, que esta tarde reciben la imagen de María para que sea "peregrina" de paz y de esperanza en su país.

Queridos jóvenes universitarios, permitidme que en este encuentro tan familiar proponga a vuestra atención dos breves reflexiones. La primera atañe al camino de vuestra formación espiritual. La diócesis de Roma ha querido dar mayor relieve a la preparación de los jóvenes universitarios para la sagrada Confirmación; así, vuestra peregrinación a Asís del pasado día 10 de noviembre constituyó el momento de la "llamada"; y esta tarde dais la "respuesta". En efecto, alrededor de 150 de vosotros os habéis presentado como candidatos al sacramento de la Confirmación, que recibiréis en la próxima Vigilia de Pentecostés. Se trata de una iniciativa muy adecuada, que se inserta bien en el itinerario de preparación para la Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Sydney en julio de 2008.

A los candidatos al sacramento de la Confirmación y a todos vosotros, queridos jóvenes amigos, os digo: fijad la mirada en la Virgen María y aprended de su "sí" a pronunciar también vosotros vuestro "sí" a la llamada divina. El Espíritu Santo entra en nuestra vida en la medida en que le abrimos el corazón con nuestro "sí". Cuanto más pleno es nuestro "sí", tanto más pleno es el don de su presencia.

Para comprenderlo mejor, podemos hacer referencia a una realidad muy sencilla: la luz. Si las persianas están herméticamente cerradas, el sol, aunque brille con gran esplendor, no podrá iluminar la casa; si en la persiana hay una pequeña rendija, entrará un rayo de luz; si se abre un poco la persiana, la habitación comenzará a iluminarse; pero los rayos del sol sólo iluminarán y calentarán el ambiente cuando la persiana se haya levantado totalmente.

Queridos amigos, el ángel se dirigió a María con el saludo "llena de gracia", que significa precisamente esto: su corazón y su vida están totalmente abiertos a Dios y por eso completamente penetrados de su gracia. Que ella os ayude a dar también vosotros un "sí" libre y pleno a Dios, para que podáis ser renovados, más aún, transformados por la luz y la alegría del Espíritu Santo.

La segunda reflexión que quiero proponeros concierne a la reciente encíclica sobre la esperanza cristiana, que como sabéis lleva por título "Spe salvi", "salvados en la esperanza", palabras tomadas de la carta de san Pablo a los Romanos (cf.
Rm 8,24). La entrego idealmente a vosotros, queridos universitarios de Roma y a través de vosotros a todo el mundo de la universidad, de la escuela, de la cultura y de la educación.

El tema de la esperanza es particularmente adecuado para los jóvenes. Os propongo, en particular, que hagáis objeto de reflexión y confrontación, también en grupo, la parte de la encíclica en donde trato sobre la esperanza en la época moderna. En el siglo XVII Europa sufrió un auténtico cambio de época y desde entonces se ha ido consolidando cada vez más una mentalidad según la cual el progreso humano es sólo obra de la ciencia y de la técnica, mientras que a la fe sólo le competería la salvación del alma, una salvación puramente individual.

Las dos grandes ideas fundamentales de la modernidad, la razón y la libertad, se han separado de Dios para llegar a ser autónomas y cooperar en la construcción del "reino del hombre", prácticamente contrapuesto al reino de Dios. Así, se ha difundido una concepción materialista, alimentada por la esperanza de que, al cambiar las estructuras económicas y políticas, se pueda edificar finalmente una sociedad justa, donde reine la paz, la libertad y la igualdad.

Este proceso, que no carece de valores y de razones históricas, contiene sin embargo un error de fondo: el hombre no es sólo producto de determinadas condiciones económicas o sociales; el progreso técnico no coincide necesariamente con el crecimiento moral de las personas; más aún, sin principios éticos, la ciencia, la técnica y la política pueden utilizarse —como de hecho ha sucedido y como por desgracia sigue sucediendo— no para el bien sino para el mal de las personas y de la humanidad.

Queridos amigos, se trata de temas tan actuales que estimulan vuestra reflexión y favorecen aún más la confrontación positiva y la colaboración ya existente entre todos los ateneos estatales, privados y pontificios. La ciudad de Roma debe seguir siendo un lugar privilegiado de estudio y de elaboración cultural, como aconteció en el encuentro europeo de más de tres mil profesores universitarios que tuvo lugar el pasado mes de junio.

Roma ha de ser también modelo de hospitalidad para los estudiantes extranjeros. En este ámbito, me alegra saludar a las delegaciones de universitarios procedentes de diversas ciudades europeas y americanas. La luz de Cristo, que invocamos por intercesión de María, Estrella de esperanza, y de la santa virgen y mártir Lucía, cuya memoria celebramos hoy, ilumine siempre vuestra vida.

263 Con este auspicio, os deseo de corazón a vosotros y a vuestros familiares una Navidad llena de gracia y de paz, a la vez que imparto de corazón a todos la bendición apostólica.


A UNA PEREGRINACIÓN DEL ALTO ÁDIGE,

REGIÓN ITALIANA QUE REGALÓ EL ÁRBOL DE NAVIDAD


PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO

Sala Clementina

Viernes 14 de diciembre de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por vuestra visita. Os recibo de buen grado a vosotros y el regalo que me habéis traído: el árbol de Navidad que, junto con el belén que se está construyendo, adorna la plaza de San Pedro. De todo corazón os saludo a cada uno de vosotros, comenzando por el jefe del gobierno regional del Tirol del sur, doctor Luis Durnwalder, y los alcaldes de San Martín de Tor, a los que agradezco también las cordiales palabras con las que han expresado los sentimientos comunes.

Saludo con respeto a las autoridades civiles del Tirol del sur, a los representantes de los cinco municipios del Valle de Badía y a todos los que han venido para dar a conocer elementos típicos de la tierra de Gader con sus trajes tradicionales, la música sugestiva y los productos locales.
Saludo de corazón a vuestro obispo Wilhelm Egger, y le agradezco las palabras fraternas que acaba de dirigirme. Además, saludo a los sacerdotes y a los consejos parroquiales, así como a los habitantes del Valle de Badía representados hoy aquí.

Sé que todos los habitantes del Valle de Badía se han comprometido en la preparación de este acontecimiento particular, de modo especial los estudiantes que han participado en el concurso de pintura titulado: "El árbol de Navidad en el Vaticano". Agradezco a todos el hermoso regalo de este abeto rojo y también los demás árboles, que contribuyen a crear en el Vaticano un clima navideño. Ojalá que esta hermosa iniciativa despierte en todos los cristianos del Valle de Badía el deseo de testimoniar los valores de la vida, del amor y de la paz que la solemnidad del nacimiento de Cristo nos recuerda año tras año.

Así pues, este año el árbol de Navidad de la plaza de San Pedro proviene del Trentino-Alto Ádige, y precisamente de los bosques del Valle de Badía, la Gran Ega, estupenda cuenca soleada, situada al pie de los Dolomitas, rodeada de encantadoras cimas con su característica forma accidentada, típica de aquellas montañas. Este abeto añoso, cortado sin causar daño a la vida del bosque, adecuadamente adornado, permanecerá junto al belén hasta el final de las festividades navideñas, para que lo admiren los numerosos peregrinos que de todas las partes del mundo llegarán al Vaticano en los próximos días. El abeto, símbolo significativo del Nacimiento de Cristo, porque con sus hojas siempre verdes recuerda la vida que no muere, es también símbolo de la religiosidad popular de vuestro valle, que se expresa de modo particular en las procesiones.

Mantened vivas estas hermosas tradiciones, tan sentidas, y esforzaos por convertirlas cada vez más en manifestaciones de una vida cristiana auténtica y activa. En este esfuerzo de testimonio evangélico os ha de servir de ejemplo y de ayuda san José Freinademetz, hijo ilustre de vuestra tierra. En él, misionero celoso en medio del pueblo chino, el genio espiritual ladino manifestó uno de sus frutos más maduros de santidad.

Queridos amigos, el árbol y el belén son elementos del clima típico de la Navidad, que forma parte del patrimonio espiritual de nuestras comunidades. Es un clima impregnado de religiosidad y de intimidad familiar, que debemos conservar también en las sociedades actuales, donde a veces parece prevalecer el afán de consumismo y la búsqueda sólo de los bienes materiales. La Navidad es fiesta cristiana y sus símbolos —entre ellos especialmente el belén y el árbol adornado con regalos— constituyen importantes referencias al gran misterio de la encarnación y del nacimiento de Jesús, que la liturgia del tiempo de Adviento y de Navidad evoca constantemente. El Creador del universo, haciéndose niño, vino a nosotros para compartir nuestro camino humano; se hizo pequeño para entrar en el corazón del hombre y así renovarlo con la omnipotencia de su amor. Por tanto, dispongámonos a acogerlo con fe animada por una firme esperanza.

264 Queridos amigos, una vez más deseo expresaros mi profundo agradecimiento a todos vosotros, a quienes os ayudaron en casa, a los promotores y a cuantos se mostraron disponibles a transportar el árbol.

Gracias por la contribución que cada uno de vosotros ha dado con gran generosidad. Aprovecho esta hermosa ocasión para expresaros mi sincera felicitación con ocasión de la solemnidad de Navidad y las festividades navideñas. Con estos sentimientos, os aseguro un recuerdo en mis oraciones por vosotros, por vuestras familias y por los habitantes del Valle de Badía y por toda la diócesis de Bolzano-Bressanone. Os imparto de corazón la bendición apostólica. ¡Feliz Navidad!



A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE JAPÓN EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 15 de diciembre de 2007



Queridos hermanos en el episcopado:

Me complace daros la bienvenida durante vuestra visita ad limina que realizáis para venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Os agradezco las amables palabras que el arzobispo Peter Takeo Okada me ha dirigido en vuestro nombre, y os expreso mis más cordiales deseos y mis oraciones por vosotros y por todo el pueblo encomendado a vuestra solicitud pastoral.

Habéis venido a la ciudad donde Pedro cumplió su misión de evangelización y dio testimonio de Cristo hasta el derramamiento de su sangre. Habéis venido para saludar al Sucesor de Pedro. De este modo, fortalecéis los fundamentos apostólicos de la Iglesia en vuestro país y manifestáis visiblemente vuestra comunión con todos los demás miembros del Colegio de obispos y con el Romano Pontífice (cf. Pastores gregis ). Aprovecho esta oportunidad para reiterar mi pésame por la muerte reciente del cardenal Stephen Hamao, presidente emérito del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, y para expresar mi aprecio por sus años de servicio a la Iglesia. En su persona ejemplificó los vínculos de comunión entre la Iglesia en Japón y la Santa Sede. Que descanse en paz.

El año pasado la Iglesia celebró con gran alegría el V centenario del nacimiento de san Francisco Javier, apóstol de Japón. Me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por la obra misionera que llevó a cabo en vuestro país y por las semillas de fe cristiana que plantó en el tiempo de la primera evangelización de Japón. La necesidad de anunciar a Cristo con audacia y valentía es una prioridad continua para la Iglesia. En efecto, es un deber solemne que recibió de Cristo cuando ordenó a los Apóstoles: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación" (Mc 16,15).

Vuestra tarea en la actualidad consiste en buscar nuevas maneras de mantener vivo el mensaje de Cristo en el marco cultural del Japón moderno. Aunque los cristianos constituyen sólo un pequeño porcentaje de la población, la fe es un tesoro que es preciso compartir con toda la sociedad japonesa. Con vuestro liderazgo en esta área debéis impulsar al clero y a los religiosos, a los catequistas, a los profesores y a las familias a dar razón de la esperanza que tienen (cf. 1P 3,15). Esto requiere, a su vez, una catequesis sólida, basada en las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia católica y del Compendio.Que la luz de la fe brille delante de los demás, para que "vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

De hecho, el mundo tiene hambre del mensaje de esperanza que trae consigo el Evangelio. Incluso en países tan altamente desarrollados como el vuestro, muchos están descubriendo que el éxito económico y la tecnología avanzada no bastan por sí mismos para llenar el corazón humano. Quien no conoce a Dios, "en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida" (Spe salvi ). Recordad al pueblo que en la vida hay algo más que el éxito profesional y el lucro. Mediante la práctica de la caridad, en la familia y en la comunidad, se puede llevar a los hombres "al encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro" (Deus caritas est ).

Esta es la gran esperanza que los cristianos de Japón pueden ofrecer a sus compatriotas. No es ajena a la cultura japonesa, sino que más bien la refuerza y da un nuevo impulso a todo lo que hay de bueno y noble en el patrimonio de vuestra amada nación. El respeto bien merecido que los ciudadanos de vuestro país tienen hacia la Iglesia por su importante contribución a la educación, a la sanidad, y en muchos otros campos, os brinda la oportunidad de entablar un diálogo con ellos y hablarles con alegría de Cristo, la "luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).

Los jóvenes, en especial, corren el riesgo de ser engañados por la fascinación de la cultura laica moderna. Pero, como todas las grandes y pequeñas esperanzas que a primera vista parecen prometer mucho (cf. Spe salvi ), resulta ser una falsa esperanza, y trágicamente la desilusión a menudo conduce a la depresión y a la desesperación, incluso al suicidio. Si su energía y su entusiasmo juvenil se orientan hacia las cosas de Dios, las únicas que pueden satisfacer sus anhelos más profundos, cada vez más jóvenes se sentirán estimulados a entregar su vida a Cristo, y algunos reconocerán una llamada a servirlo en el sacerdocio o en la vida religiosa. Invitadlos a discernir si esta puede ser su vocación. Nunca tengáis miedo de hacerlo. Asimismo, animad a vuestros sacerdotes y también a los religiosos a ser activos en la promoción de las vocaciones, y guiad a vuestro pueblo en la oración, rogando al Señor que "envíe obreros a su mies" (Mt 9,38).

265 La mies del Señor en Japón está cada vez más constituida por personas de diversas nacionalidades, hasta el punto de que más de la mitad de la población católica está formada por inmigrantes. Es una oportunidad para enriquecer la vida de la Iglesia en vuestro país y para vivir la verdadera catolicidad del pueblo de Dios. Dando pasos para garantizar que todos se sientan acogidos en la Iglesia, podéis aprovechar los muchos dones que aportan los inmigrantes.

Al mismo tiempo, debéis permanecer vigilantes para garantizar que se observen cuidadosamente las normas litúrgicas y disciplinarias de la Iglesia universal. El Japón moderno ha elegido comprometerse sin reservas con el resto del mundo, y la Iglesia católica, con su dimensión universal, puede dar una valiosa contribución a este proceso de apertura cada vez mayor a la comunidad internacional.

También otras naciones pueden aprender de Japón, de la sabiduría de su antigua cultura y especialmente del testimonio de paz que ha caracterizado su posición en el escenario político mundial durante los últimos sesenta años. Habéis hecho oír la voz de la Iglesia sobre la importancia continua de este testimonio, con mayor razón en un mundo donde los conflictos armados causan tantos sufrimientos a los inocentes. Os animo a seguir hablando sobre cuestiones de interés público en la vida de vuestra nación, y a garantizar que vuestras declaraciones se promuevan y se difundan ampliamente, para que puedan ser correctamente acogidas en todos los niveles de la sociedad. De este modo, el mensaje de esperanza que el Evangelio conlleva tocará de verdad los corazones y las mentes, llevando a una mayor confianza en el futuro, a un amor y un respeto más grandes por la vida, y una apertura creciente a los extranjeros y a los que residen en medio de vosotros. "Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva" (Spe salvi ).

A este respecto, la próxima beatificación de 188 mártires japoneses ofrece un signo claro de la fuerza y la vitalidad del testimonio cristiano en la historia de vuestro país. Desde los primeros días, los hombres y mujeres japoneses han estado dispuestos a derramar su sangre por Cristo. Gracias a la esperanza de esas personas, "tocadas por Cristo, ha brotado esperanza para otros que vivían en la oscuridad y sin esperanza" (Spe salvi ). Me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por el testimonio elocuente de Pedro Kibe y sus compañeros, que "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (
Ap 7,14 ss).

En este tiempo de Adviento, toda la Iglesia espera con emoción la celebración del nacimiento de nuestro Salvador. Ruego para que este tiempo de preparación sea para vosotros y para toda la Iglesia en Japón una oportunidad de crecer en la fe, en la esperanza y en el amor, de modo que el Príncipe de la paz pueda encontrar una verdadera morada en vuestro corazón. Encomendándoos a todos vosotros y a vuestros sacerdotes, religiosos y fieles laicos a la intercesión de san Francisco Javier y de los mártires de Japón, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.




A LOS POSTULADORES DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS

Lunes 17 de diciembre de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros y daros la bienvenida a vosotros, queridos postuladores y postuladoras acreditados ante la Congregación para las causas de los santos, y aprovecho de buen grado la ocasión para manifestaros mi estima y mi gratitud por el trabajo que lleváis a cabo loablemente en la elaboración de las causas de beatificación y canonización. Saludo al prefecto de la Congregación para las causas de los santos, cardenal José Saraiva Martins, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido interpretando los sentimientos comunes. Saludo, asimismo, al secretario, monseñor Michele Di Ruberto; al subsecretario y a los oficiales de este dicasterio, llamado a prestar una colaboración indispensable y cualificada al Sucesor de Pedro en un ámbito de gran relevancia eclesial.

Este encuentro tiene lugar casi en vísperas del 25° aniversario de la promulgación de la constitución apostólica Divinus perfectionis Magister. Con ese documento, publicado el 25 de enero de 1983 y que sigue en vigor, mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II revisó el procedimiento para las causas de los santos y, al mismo tiempo, reorganizó la Congregación para que respondiera a las exigencias de los estudiosos y a los deseos de los pastores, que en repetidas ocasiones habían solicitado una mayor agilidad en el proceso de las causas de beatificación y canonización, conservando siempre la solidez de las investigaciones en este campo tan importante para la vida de la Iglesia.


Discursos 2007 259