Discursos 2008 211

AL CONGRESO INTERNACIONAL


DE LA CONFEDERACIÓN BENEDICTINA

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Sábado 20 de septiembre de 2008



Queridos padres abades;
queridas hermanas abadesas:

Con gran alegría os acojo y os saludo con ocasión del congreso internacional que cada cuatro años reúne en Roma a todos los abades de vuestra Confederación y a los superiores de los prioratos independientes, para reflexionar y discutir sobre las modalidades con las cuales encarnar el carisma benedictino en el actual contexto social y cultural, y responder a los desafíos siempre nuevos que plantea al testimonio del Evangelio. Saludo, ante todo, al abad primado dom Notker Wolf y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, al grupo de abadesas, que han venido en representación de la Communio Internationalis Benedictinarum, así como a los representantes ortodoxos.

En un mundo desacralizado y en una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del "sin sentido", estáis llamados a anunciar sin componendas el primado de Dios y a realizar propuestas de posibles nuevos itinerarios de evangelización. El compromiso de santificación, personal y comunitaria, que queréis vivir y la oración litúrgica que cultiváis os habilitan para un testimonio de particular eficacia. En vuestros monasterios sois los primeros en renovar y profundizar diariamente el encuentro con la persona de Cristo, a quien tenéis siempre con vosotros como huésped, amigo y compañero. Por eso, vuestros conventos son lugares a donde hombres y mujeres, también en nuestra época, acuden para buscar a Dios y aprender a reconocer los signos de la presencia de Cristo, de su caridad, de su misericordia. Con humilde confianza no os canséis de compartir, con cuantos requieren vuestra asistencia espiritual, la riqueza del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a toda persona. Así seguiréis dando vuestra valiosa contribución a la vitalidad y a la santificación del pueblo de Dios, según el carisma peculiar de san Benito de Nursia.

Queridos abades y abadesas, sois custodios del patrimonio de una espiritualidad anclada radicalmente en el Evangelio. "Per ducatum evangelii pergamus itinera eius", dice san Benito en el Prólogo de su Regla.Precisamente esto os compromete a comunicar y dar a los demás los frutos de vuestra experiencia interior. Conozco y aprecio mucho la generosa y competente obra cultural y formativa que tantos monasterios vuestros llevan a cabo, especialmente en favor de las generaciones jóvenes, creando un clima de acogida fraterna que favorece una singular experiencia de Iglesia. En efecto, es de suma importancia preparar a los jóvenes para afrontar su futuro y responder a las múltiples exigencias de la sociedad teniendo como referencia constante el mensaje evangélico, que siempre es actual, inagotable y vivificante. Por tanto, dedicaos con renovado ardor apostólico a los jóvenes, que son el futuro de la Iglesia y de la humanidad. En efecto, para construir una Europa "nueva" es necesario comenzar por las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de aprovechar íntimamente las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina.

En realidad, esta acción pastoral y formativa es muy necesaria para toda la familia humana. En muchas partes del mundo, especialmente en Asia y África, hay gran necesidad de espacios vitales de encuentro con el Señor, en los cuales, a través de la oración y la contemplación, se recupere la serenidad y la paz consigo mismos y con los demás. Por tanto, con corazón abierto, no dejéis de salir al encuentro de las expectativas de cuantos, también fuera de Europa, expresan el vivo deseo de vuestra presencia y de vuestro apostolado para poder gozar de la riqueza de la espiritualidad benedictina. Dejaos guiar por el íntimo deseo de servir con caridad a todos los hombres, sin distinción de raza o de religión. Con libertad profética y sabio discernimiento, sed presencias significativas dondequiera que la Providencia os llame a estableceros, distinguiéndoos siempre por el equilibrio armonioso de oración y de trabajo que caracteriza vuestro estilo de vida.

Y ¿qué decir de la célebre hospitalidad benedictina? Es una peculiar vocación vuestra, una experiencia plenamente espiritual, humana y cultural. También aquí debe haber equilibrio: el corazón de la comunidad debe abrirse de par en par, pero los tiempos y los modos de la acogida han de ser bien proporcionados. Así podréis ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la posibilidad de profundizar el sentido de la existencia en el horizonte infinito de la esperanza cristiana, cultivando el silencio interior en la comunión de la Palabra de salvación. Una comunidad capaz de auténtica vida fraterna, fervorosa en la oración litúrgica, en el estudio, en el trabajo, en la disponibilidad cordial hacia el prójimo sediento de Dios constituye el mejor impulso para despertar en el corazón, especialmente de los jóvenes, la vocación monástica y, en general, un fecundo camino de fe.

212 Quiero dirigir unas palabras en especial a las representantes de las monjas y religiosas benedictinas. Queridas hermanas, también vosotras, como otras familias religiosas, sufrís por la escasez de nuevas vocaciones, sobre todo en algunos países. No os desaniméis; al contrario, afrontad estas dolorosas situaciones de crisis con serenidad y con la convicción de que a cada uno no se le pide tanto el éxito cuanto el compromiso de la fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es la falta de adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión. En cambio, perseverando fielmente en ella, se confiesa con gran eficacia también ante el mundo la firme confianza en el Señor de la historia, en cuyas manos están los tiempos y el destino de las personas, de las instituciones, de los pueblos, y en sus manos debemos ponernos también por lo que respecta a las actuaciones históricas de sus dones. Haced vuestra la actitud espiritual de la Virgen María, dichosa de ser "ancilla Domini", totalmente disponible a la voluntad del Padre celestial.

Queridos monjes, monjas y religiosas, gracias por esta grata visita. Os acompaño con mi oración, para que en vuestros encuentros de estas jornadas del congreso podáis discernir las modalidades más oportunas para testimoniar visible y claramente, mediante el estilo de vida, el trabajo y la oración, el compromiso de una imitación radical del Señor. Que María santísima sostenga todos vuestros proyectos de bien, os ayude a tener siempre la mirada puesta en Dios, antes que en cualquier otra cosa, y os acompañe maternalmente en vuestro camino.

A la vez que invoco abundantes dones celestiales en apoyo de todos vuestros generosos propósitos, os imparto de corazón a vosotros y a toda la familia benedictina una especial bendición apostólica.




A LOS NUEVOS OBISPOS DE LOS PAÍSES DE MISIÓN QUE PARTICIPAN EN UN SEMINARIO DE ACTUALIZACIÓN

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Sábado 20 de septiembre de 2008



Amadísimos hermanos en el episcopado:

Os acojo con alegría, con ocasión del seminario de actualización organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos. Agradezco vivamente el saludo fraterno que me ha dirigido el prefecto, señor cardenal Ivan Dias, en nombre de todos vosotros. El seminario en el que participáis tiene lugar durante el Año paulino, que estamos celebrando en toda la Iglesia con el fin de profundizar el conocimiento del espíritu misionero y de la personalidad carismática de san Pablo, considerado por todos como el gran Apóstol de los gentiles.

Estoy seguro de que el espíritu de este "maestro de los gentiles en la fe y en la verdad" (1Tm 2,7 cf. 2Tm 1,11) se ha hecho presente en vuestra oración, en vuestras reflexiones y en vuestro intercambio de experiencias, y no dejará de iluminar y enriquecer vuestro ministerio pastoral y episcopal. En la homilía para la inauguración del Año paulino, comentando la expresión "maestro de los gentiles", hice notar cómo estas palabras se abren al futuro, proyectando el corazón del Apóstol hacia todos los pueblos y hacia todas las generaciones. San Pablo no es para nosotros simplemente una figura del pasado, que recordamos con veneración. Es también nuestro maestro, es el apóstol y el heraldo de Jesucristo también para nosotros. Sí, es nuestro maestro y de él debemos aprender a mirar con simpatía a los pueblos a los que somos enviados. De él debemos aprender también a buscar en Cristo la luz y la gracia para anunciar hoy la buena nueva; debemos seguir su ejemplo para recorrer incansablemente los senderos humanos y geográficos del mundo actual, llevando a Cristo a los que ya le han abierto el corazón y a los que aún no lo han conocido.

En muchos aspectos vuestra vida de pastores se asemeja a la del apóstol san Pablo. A menudo el campo de vuestro trabajo pastoral es muy vasto y sumamente difícil y complejo. Desde el punto de vista geográfico, vuestras diócesis, en su mayor parte, son muy extensas y con frecuencia carecen de caminos y de medios de comunicación. Esto dificulta llegar a los fieles más alejados del centro de vuestras comunidades diocesanas. Además, en vuestras sociedades, como en otras partes, se abate cada vez con mayor violencia el viento de la descristianización, del indiferentismo religioso, de la secularización y de la relativización de los valores. Esto crea un ambiente ante el cual las armas de la predicación pueden parecer, como en el caso de Pablo en Atenas, carentes de la fuerza necesaria. En muchas regiones, los católicos son una minoría, a veces incluso escasa. Esto os compromete a confrontaros con otras religiones mucho más fuertes y no siempre acogedoras con respecto a vosotros. Por último, no faltan situaciones en las que, como pastores, debéis defender a vuestros fieles ante la persecución y ataques violentos.

No tengáis miedo y no os desaniméis por todos estos inconvenientes, a veces incluso serios; al contrario, seguid los consejos y las sugerencias de san Pablo, que tuvo que sufrir mucho por esas mismas causas, como vemos en su segunda carta a los Corintios. Al recorrer los mares y las tierras, sufrió persecuciones, azotes e incluso la lapidación; afrontó los peligros de los viajes, el hambre, la sed, ayunos frecuentes, frío y desnudez; trabajó incansablemente viviendo a fondo la preocupación por todas las Iglesias (cf. 2Co 11,24 ss). No huía de las dificultades y los sufrimientos, porque era muy consciente de que forman parte de la cruz que, como cristianos, es necesario llevar cada día. Comprendió a fondo la condición a la que la llamada de Cristo expone al discípulo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24). Por este motivo, recomendaba a su hijo espiritual y discípulo Timoteo: "Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio" (2Tm 1,8), indicando de este modo que la evangelización y su éxito pasan por la cruz y el sufrimiento. San Pablo nos dice a cada uno: "Sufre también tú conmigo por el Evangelio". El sufrimiento une a Cristo y a los hermanos, y expresa la plenitud del amor, cuya fuente y prueba suprema es la misma cruz de Cristo.

San Pablo llegó a esta convicción tras la experiencia de las persecuciones que tuvo que afrontar al anunciar el Evangelio; pero por este camino descubrió la riqueza del amor de Cristo y la verdad de su misión de Apóstol. En la homilía de la inauguración del Año paulino dije a este propósito: "La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado bien merecía la lucha, la persecución y el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo era el hecho de ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a los demás este amor" (28 de junio de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de 2008, p.5). Sí, san Pablo fue un hombre "conquistado" (Ph 3,12) por el amor de Cristo, y todo su obrar y sufrir sólo se explican a partir de este centro.

213 Amadísimos hermanos en el episcopado, estáis en el inicio de vuestro ministerio episcopal. No dudéis en recurrir a este poderoso maestro de la evangelización, aprendiendo de él a amar a Cristo, a sacrificaros al servicio de los demás, a identificaros con los pueblos en medio de los cuales estáis llamados a anunciar el Evangelio, a proclamar y testimoniar su presencia de Resucitado. Para aprender estas lecciones es indispensable invocar con insistencia la ayuda de la gracia de Cristo. San Pablo con frecuencia hace referencia a esta gracia en sus cartas. Vosotros, que como sucesores de los Apóstoles sois continuadores de la misión de san Pablo de llevar el Evangelio a los gentiles, inspiraos en él para comprender vuestra vocación en estrecha dependencia de la luz del Espíritu de Cristo. Él os guiará por los caminos a menudo arduos, pero siempre apasionantes, de la nueva evangelización. Os acompaño en vuestra misión pastoral con mi oración y con una afectuosa bendición apostólica, que os imparto a cada uno de vosotros y a todos los fieles de vuestras comunidades cristianas.



A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO PARA LOS NUEVOS OBISPOS

ORGANIZADO POR LAS CONGREGACIONES PARA LOS OBISPOS Y PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Lunes 22 de septiembre de 2008



Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros al inicio de vuestro ministerio episcopal y os saludo con afecto, consciente del inseparable vínculo colegial que une, mediante el lazo de la unidad, de la caridad y de la paz, al Papa con los obispos. Estos días que estáis pasando en Roma para profundizar en las tareas que os esperan y renovar la profesión de vuestra fe ante la tumba de san Pedro deben constituir también una singular experiencia de la colegialidad que, "basada (...) en la ordenación episcopal y en la comunión jerárquica (...), atañe a la profundidad del ser de cada obispo y pertenece a la estructura de la Iglesia como Jesucristo la ha querido" (Pastores gregis ).

Esta experiencia de fraternidad, de oración y de estudio junto a la sede de Pedro ha de alimentar en cada uno de vosotros el sentimiento de comunión con el Papa y con vuestros hermanos en el episcopado, y os ha de impulsar a la solicitud por toda la Iglesia. Agradezco al cardenal Giovanni Battista Re las amables palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos. Dirijo un saludo particular al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, y a través de vosotros envío un saludo afectuoso a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Este encuentro tiene lugar en el Año paulino y en vísperas de la XII Asamblea general del Sínodo de los obispos sobre la Palabra de Dios: dos momentos significativos de la vida eclesial, que nos ayudan a poner de manifiesto algunos aspectos de la espiritualidad y de la misión del obispo. Quiero detenerme brevemente en la figura de san Pablo.

San Pablo fue un maestro y un modelo sobre todo para los obispos. San Gregorio Magno lo define "el más grande de todos los pastores" (Regla pastoral, 1, 8). Como obispos debemos aprender del Apóstol, ante todo, un gran amor a Jesucristo. Desde el momento de su encuentro con el Maestro divino en el camino de Damasco, toda su existencia fue un itinerario de configuración interior y apostólica a él entre las persecuciones y los sufrimientos (cf. 2Tm 3,11). San Pablo se define a sí mismo un hombre "conquistado por Cristo" (cf. Ph 3,12), hasta el punto de poder decir: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20); y también: "Estoy crucificado con Cristo. (...) La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,19-20).

El amor de san Pablo a Cristo nos conmueve por su intensidad. Era un amor tan fuerte y tan vivo que lo impulsó a afirmar: "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Ph 3,8). El ejemplo del gran Apóstol nos estimula a los obispos a crecer cada día en la santidad de la vida para tener los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo (cf. Ph 2,5).

La exhortación apostólica Pastores gregis, hablando del compromiso espiritual del obispo, afirma con claridad que debe ser ante todo "hombre de Dios", porque no es posible estar al servicio de los hombres sin ser antes "siervo de Dios" (cf. ).

Por consiguiente, el primer compromiso espiritual y apostólico del obispo debe ser precisamente progresar en el camino de la perfección evangélica, en el camino del amor a Jesucristo. Al igual que el apóstol san Pablo, debe estar convencido de que "nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza" (2Co 3,5-6). Entre los medios que le ayudan a progresar en la vida espiritual está, ante todo, la Palabra de Dios, que de modo indiscutible debe ocupar el lugar central en la vida y en la misión del obispo. La exhortación apostólica Pastores gregis recuerda que "antes de ser transmisor de la Palabra, el obispo, al igual que sus sacerdotes y los fieles, (...) tiene que ser oyente de la Palabra" y añade que "no hay primacía de la santidad sin escucha de la Palabra de Dios, que es guía y alimento de la santidad" (). Por tanto, queridos obispos, os exhorto a impregnaros cada día de la Palabra de Dios para ser maestros de la fe y auténticos educadores de vuestro fieles; no como los que negocian con esa Palabra, sino como los que, con sinceridad y movidos por Dios y bajo su mirada, hablan de él (cf. 2Co 2,17).

214 Amadísimos obispos, para afrontar el gran desafío del laicismo propio de la sociedad contemporánea es necesario que el obispo medite cada día la Palabra en la oración, a fin de que pueda ser heraldo eficaz al anunciarla, doctor auténtico al explicarla y defenderla, maestro iluminado y sabio al transmitirla. En la inminencia del inicio de los trabajos de la próxima Asamblea general del Sínodo de los obispos os encomiendo al poder de la Palabra del Señor, para que seáis fieles a las promesas que habéis hecho ante Dios y ante la Iglesia el día de vuestra consagración episcopal, perseverantes en el cumplimiento del ministerio que se os ha confiado, fieles al conservar puro e íntegro el depósito de la fe, arraigados en la comunión eclesial juntamente con todo el orden episcopal. Debemos ser siempre conscientes de que la Palabra de Dios garantiza la presencia divina en cada uno de nosotros de acuerdo con las palabras del Señor: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

Cuando se os entregó la mitra, el día de vuestra consagración episcopal, se os dijo: "Resplandezca en ti el fulgor de la santidad". El apóstol san Pablo, con su enseñanza y con su testimonio personal, nos exhorta a crecer en la virtud delante de Dios y de los hombres. El camino de perfección del obispo debe inspirarse en los rasgos característicos del buen Pastor, para que en su rostro y en su obrar los fieles puedan descubrir las virtudes humanas y cristianas que deben caracterizar a todo obispo (cf. Pastores gregis ).

Al progresar en el camino de la santidad, expresaréis la indispensable autoridad moral y la prudente sabiduría que se requiere a quien está al frente de la familia de Dios. Esa autoridad moral hoy es muy necesaria. Vuestro ministerio sólo será pastoralmente eficaz si se apoya en vuestra santidad de vida: la autoridad del obispo —afirma la exhortación apostólica Pastores gregis— nace del testimonio, sin el cual difícilmente los fieles podrán descubrir en el obispo la presencia activa de Cristo en su Iglesia (cf. ).

Con la consagración episcopal y con la misión canónica se os ha encomendado el oficio pastoral, es decir, el cuidado habitual y diario de vuestras diócesis. El apóstol san Pablo, con las conocidas palabras que dirigió a Timoteo, os indica el camino para ser pastores buenos y autorizados de vuestras Iglesias particulares: "Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. (...) Vigila atentamente" (2Tm 4,2 2Tm 4,5). A la luz de estas palabras del Apóstol, no dejéis de comprometeros "no sólo con el consejo, la persuasión y el ejemplo, sino también con la autoridad y la potestad sagrada" (Lumen gentium LG 27), para hacer que la grey encomendada a vosotros progrese en la santidad y en la verdad. Este será el modo más adecuado para ejercer en plenitud la paternidad propia del obispo con respecto a los fieles. Tened una solicitud especial por los sacerdotes, vuestros primeros e insustituibles colaboradores en el ministerio, y por los jóvenes.

Estad cerca de los sacerdotes prestándoles la máxima atención. No escatiméis esfuerzos al poner en práctica todas las iniciativas, incluida la de una concreta comunión de vida, que indicó el concilio Vaticano ii, gracias a la cual se ayude a los sacerdotes a crecer en la entrega a Cristo y en la fidelidad al ministerio sacerdotal. Procurad promover una auténtica fraternidad sacerdotal que contribuya a vencer el aislamiento y la soledad, favoreciendo la ayuda mutua. Es importante que todos los sacerdotes sientan la cercanía paterna y la amistad del obispo.

Para construir el futuro de vuestras Iglesias particulares, sed animadores y guías de los jóvenes. La reciente Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar en Sydney, puso una vez más de manifiesto que a numerosos muchachos y jóvenes les fascina el Evangelio y que están dispuestos a comprometerse en la Iglesia. Es necesario que los sacerdotes y los educadores sepan transmitir a las nuevas generaciones, juntamente con el entusiasmo por el don de la vida, el amor a Jesucristo y a la Iglesia. Conscientes de que el seminario es el corazón de la diócesis, entre los jóvenes animad con especial solicitud a los seminaristas. No dejéis de proponer a los muchachos y a los jóvenes la opción de una entrega plena a Cristo en la vida sacerdotal y religiosa. Sensibilizad a las familias, las parroquias, los centros educativos, para que ayuden a las nuevas generaciones a buscar y a descubrir el proyecto de Dios sobre su vida.

Recordándoos una vez más las palabras de san Pablo a Timoteo: "Procura ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza" (1Tm 4,12) e invocando la ayuda de Dios para vuestro ministerio episcopal, os imparto de corazón una bendición apostólica especial a cada uno de vosotros y a vuestras diócesis.


AL CENTRO DE ESTUDIOS PARA LA ESCUELA CATÓLICA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Jueves 25 de septiembre de 2008



Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

215 Este encuentro tiene lugar con ocasión del décimo aniversario de la fundación del Centro de estudios para la escuela católica, instituido por la Conferencia episcopal italiana como expresión de la responsabilidad de los obispos con respecto a la escuela católica, incluidos los centros de formación de inspiración cristiana. Por tanto, es una feliz circunstancia para renovar mi estima y mi aliento por todo lo que se ha hecho hasta ahora en este importante sector de la vida civil y eclesial. Mi más cordial bienvenida a vosotros, queridos hermanos y hermanas aquí presentes, que representáis, en cierto modo, a todos los que en cada nivel —Cei, Usmi, Cism, institutos religiosos educativos, universidades, federaciones, asociaciones, movimientos laicales y demás organizaciones— están al servicio de la escuela católica en Italia. A cada uno va mi afectuoso saludo y la gratitud de la Iglesia por el valioso servicio que, mediante la escuela católica, se presta a la evangelización de la juventud y del mundo de la cultura.

Dirijo un saludo especial a monseñor Agostino Superbo, vicepresidente de la Conferencia episcopal italiana; a los obispos miembros de la Comisión episcopal para la educación católica, la escuela y la universidad y, especialmente, a su presidente, monseñor Diego Coletti, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes. Sus palabras me han permitido conocer mejor las metas alcanzadas y las perspectivas que se presentan al Centro de estudios para la escuela católica. Mi saludo va, además, a los participantes en el congreso organizado especialmente para conmemorar este aniversario y que tiene como tema: "Más allá de la emergencia educativa, la escuela católica al servicio de los jóvenes".

La importancia de la misión de la escuela católica fue reafirmada muchas veces por mis venerados predecesores en varias intervenciones, recogidas en significativos documentos del Episcopado italiano. El documento de la Conferencia episcopal que tiene por título "La escuela católica hoy en Italia" afirma, por ejemplo, que la misión salvífica de la Iglesia se cumple en estrecha unión entre el anuncio de fe y la promoción del hombre, y para este fin encuentra un apoyo particular en la escuela católica que, como instrumento privilegiado, está orientada a la formación integral del hombre (cf. n. 11). E inmediatamente añade que la "escuela católica es una expresión del derecho de todos los ciudadanos a la libertad de educación, y del correspondiente deber de solidaridad en la construcción de la convivencia civil" (n. 12). Por tanto, en la perspectiva de consolidar juntos la doble conciencia eclesial y civil, el Episcopado italiano vio, hace diez años, la necesidad de fundar un Centro de estudios dedicado a la escuela católica. Para que se elija y aprecie la escuela católica, es preciso que se conozca su finalidad pedagógica; es necesario que se tenga una conciencia madura no sólo de su identidad eclesial y de su proyecto cultural, sino también de su significado civil, que no debe considerarse como defensa de un interés parcial, sino como valiosa contribución a la edificación del bien común de toda la sociedad italiana.

Durante este primer decenio de actividad, vuestro Centro de estudios ha prestado un servicio verdaderamente valioso a la Iglesia y a la sociedad italiana. Esto es mérito de la excelente colaboración que se ha establecido entre la Conferencia episcopal italiana y sus oficinas con las Federaciones y Asociaciones de escuelas católicas, la Facultad de ciencias de la educación de la Pontificia Universidad salesiana, el Ministerio de educación, el Comité técnico-científico, en el que están representadas la Universidad católica del Sagrado Corazón y la Libre Universidad María Santísima Asunta, y con todos los que, de diversas maneras, han colaborado en sus actividades.

Gracias a esta colaboración constante, el Centro de estudios ha logrado efectuar una radiografía atenta de la situación de la escuela católica en Italia, siguiendo con particular interés las vicisitudes de la equiparación y de las reformas de la escuela en Italia. A este propósito, se ha hecho notar que la asistencia a la escuela católica en algunas regiones de Italia está aumentando con respecto al decenio precedente, aunque persisten situaciones difíciles y a veces incluso críticas. Precisamente en el contexto de la renovación, a la que tienden quienes se preocupan por el bien de los jóvenes y del país, es preciso favorecer la igualdad efectiva entre escuelas estatales y escuelas equiparadas, que permita a los padres una oportuna libertad de elección de la escuela que frecuentar.

Queridos hermanos y hermanas, ciertamente el aniversario que estáis conmemorando es una ocasión propicia para proseguir con renovado entusiasmo el servicio que estáis prestando con provecho. En particular, os aliento a centrar vuestro compromiso, como ya es vuestra intención, en los cinco sectores siguientes: la difusión de una cultura dirigida a cualificar la pedagogía de la escuela católica en orden a la finalidad de la educación cristiana; el estudio atento de la calidad y la recogida de datos sobre la situación de la escuela católica; el comienzo de nuevas investigaciones para profundizar las emergencias educativas, culturales y organizativas hoy relevantes; la profundización de la cultura de la equiparación, no siempre apreciada, cuando no marcada por interpretaciones equívocas; y el incremento de la colaboración proficua con las Federaciones y Asociaciones de escuelas católicas, en el respeto de las competencias y finalidades recíprocas.
Encomiendo vuestra actividad y los proyectos futuros a la intercesión materna de María, Reina de la familia y Sede de la Sabiduría, a la vez que os agradezco esta visita y con afecto os bendigo a todos.


A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE URUGUAY EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 26 de septiembre de 2008



Queridos Hermanos en el Episcopado:

Me complace recibiros en este encuentro que, al concluir vuestra visita ad limina, me permite saludaros a todos juntos y alentaros en la esperanza, tan necesaria para el ministerio que generosamente ejercéis en las respectivas iglesias particulares. Agradezco cordialmente las palabras de Monseñor Carlos María Collazzi Irazábal, Obispo de Mercedes y Presidente de la Conferencia Episcopal del Uruguay, en las que ha expresado los sentimientos compartidos de estrecha comunión con la Sede de Pedro, así como los anhelos y preocupaciones que embargan vuestro corazón de Pastores que desean responder a las expectativas que tiene el Pueblo de Dios.

La visita a los sepulcros de San Pedro y San Pablo es una ocasión privilegiada para ahondar en el origen y sentido del ministerio de los sucesores de los Apóstoles, fieles transmisores de la semilla que ellos plantaron (cf. Lumen gentium LG 20), enteramente entregados a proclamar el evangelio de Cristo y unánimes en su testimonio. Es también una oportunidad señalada para reforzar los lazos de unidad efectiva y afectiva del colegio episcopal, que ha de ser manifestación eminente del ideal, tan característico de la comunidad eclesial desde sus orígenes, de tener “un solo corazón y una sola alma” (Ac 4,32), y ejemplo visible para promover el espíritu de hermandad y concordia en vuestros fieles e incluso en la sociedad actual, tantas veces dominada por el individualismo y la rivalidad exasperada.

216 Esta comunión se manifiesta también en la tarea de hacer efectivas y concretas las orientaciones pastorales que habéis propuesto para los próximos 5 años, inspiradas en el sugestivo marco del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos en el camino de Emaús. En efecto, el Maestro que acompaña, que conversa con los suyos y les explica las escrituras, es un modelo a seguir para preparar la mente y el corazón del hombre, de modo que llegue a descubrirlo y a encontrarse con Él personalmente. Por tanto, promover el conocimiento y la meditación de la Sagrada Escritura, explicarla fielmente en la predicación y la catequesis o enseñarla en las escuelas, es una necesidad para llegar a vivir la vocación cristiana de manera más consciente, firme y segura. Os animo en esta empresa con la cual queréis hacer partícipes a vuestros fieles y comunidades eclesiales del impulso evangelizador y misionero propuesto por la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida.

La Palabra de Dios es también la fuente y el contenido inexcusable de vuestro ministerio como «predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo» (Lumen gentium
LG 75), tanto más necesario en un tiempo en que otras muchas voces tratan de acallar a Dios en la vida personal y social, llevando a los hombres por derroteros que socavan la auténtica esperanza y se desinteresan de la verdad firme en la que puede descansar el corazón del ser humano. Enseñad, pues, la fe de la Iglesia en su integridad, con la valentía y la persuasión propias de quien vive de ella y para ella, sin renunciar a proclamar explícitamente los valores morales de la doctrina católica, que a veces son objeto de debate en el ámbito político, cultural o en los medios de comunicación social, como son los que se refieren a la familia, la sexualidad y la vida. Sé de vuestros esfuerzos por defender la vida humana desde la concepción hasta su término natural y pido a Dios que den como fruto una conciencia clara en cada uruguayo de la dignidad inviolable de toda persona y un compromiso firme de respetarla y salvaguardarla sin reservas.

En esta tarea contáis con la inestimable colaboración de los sacerdotes a los que se ha de animar constantemente para que, sin acomodarse al ambiente imperante en el mundo (cf. Rm 12,2), sean verdaderos discípulos y misioneros de Cristo, que llevan con ardor su mensaje de salvación a las parroquias y comunidades, a las familias y a todas las personas que anhelan sobre todo palabras aprendidas del Espíritu, más que de saberes puramente humanos (cf. 1Co 2,6). La cercanía asidua de los Pastores a quienes se preparan para el sacerdocio puede ser determinante para una formación en la que prevalga lo que ha de distinguir por encima de todo a un ministro de la Iglesia: el amor a Cristo, una seria competencia teológica en plena sintonía con el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, la meditación constante y personal de su misión salvadora y una vida intachable acorde con el servicio que presta al Pueblo de Dios. De este modo darán testimonio fiel de lo que predican y ayudarán a sus hermanos a huir de una religiosidad superficial y con escasa incidencia en los compromisos éticos que la fe comporta, para aprender de Cristo a vivir «en la justicia y la santidad de la verdad» (Ep 4,24).

En este aspecto, mucho cabe esperar también de las personas consagradas o miembros de diversos movimientos y asociaciones especialmente comprometidos en la misión de la Iglesia, llamados a dar un gozoso testimonio de que la plenitud de vida se alcanza cuando se prefiere el ser mejor al mero tener más, haciendo brillar los verdaderos valores y la alegría incomparable de haberse encontrado con Cristo y de entregarse incondicionalmente a Él.

Queridos Hermanos, sabéis que la tarea del verdadero testigo de Cristo no es fácil, exige mucho, pero es clara y cuenta sobre todo, más que con las propias fuerzas, con el poder de quien ha «vencido al mundo» (cf. Jn 16,33). Sin dejaros llevar por el desaliento, en tantas situaciones de indiferencia o apatía religiosa, seguid siendo portadores de la «esperanza que no defrauda» (Rm 5,5) y partícipes del amor de Cristo por los pobres y necesitados mediante las obras caritativas de las comunidades eclesiales. En situaciones difíciles, que también afectan a los uruguayos, la Iglesia está llamada a mostrar la grandeza de corazón, la solidaridad y capacidad de sacrificio de la familia de los hijos de Dios para con los hermanos en dificultad.

Al terminar este encuentro, os ruego que llevéis un caluroso saludo a vuestros sacerdotes y seminaristas, monasterios y comunidades religiosas, movimientos y asociaciones, catequistas y demás personas dedicadas a la apasionante tarea de llevar y mantener viva la luz de Cristo en el Pueblo de Dios. Invoco la protección de la Santísima Virgen María sobre vuestras tareas apostólicas, así como sobre todos los queridos uruguayos, y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



Discursos 2008 211