Discursos 2008 216

A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO INTERNACIONAL DEL MOVIMIENTO "RETROUVAILLE"

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Viernes 26 de septiembre de 2008



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

217 Os acojo con alegría hoy, con ocasión del encuentro mundial del movimiento Retrouvaille. Os saludo a todos vosotros, esposos y presbíteros, con los responsables internacionales de esta asociación, que desde hace más de treinta años trabaja con gran dedicación al servicio de las parejas en dificultad. En particular, saludo al cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo pontificio para la familia, y le doy las gracias por sus amables palabras, así como por haberme ilustrado las finalidades de vuestro Movimiento.

Me ha emocionado, queridos amigos, vuestra experiencia, que os pone en contacto con familias marcadas por la crisis del matrimonio. Reflexionando sobre vuestra actividad, he reconocido una vez más el "dedo" de Dios, es decir, la acción del Espíritu Santo, que suscita en la Iglesia respuestas adecuadas a las necesidades y emergencias de cada época. Ciertamente, una emergencia muy viva en nuestros días es la de las separaciones y los divorcios. Por tanto, fue providencial la intuición de los esposos canadienses Guy y Jeannine Beland, en 1977, de ayudar a las parejas en grave crisis a afrontarla a través de un programa específico, que mira a la reconstrucción de sus relaciones, no como alternativa a las terapias psicológicas, sino con un itinerario distinto y complementario. En efecto, vosotros no sois profesionales; sois esposos que a menudo han vivido personalmente las mismas dificultades, las han superado con la gracia de Dios y el apoyo de Retrouvaille, y han sentido el deseo y la alegría de poner, a su vez, su experiencia al servicio de los demás. Entre vosotros hay diversos sacerdotes que acompañan a los esposos en su camino, partiendo para ellos la Palabra y el Pan de vida. "Gratis lo recibisteis; dadlo gratis" (
Mt 10,8): a estas palabras de Jesús, dirigidas a sus discípulos, hacéis constantemente referencia.

Como demuestra vuestra experiencia, la crisis conyugal —aquí hablamos de crisis serias y graves— constituye una realidad con dos facetas. Por una parte, especialmente en su fase aguda y más dolorosa, se presenta como un fracaso, como la prueba de que el sueño ha terminado o se ha transformado en una pesadilla y, por desgracia, "ya no hay nada que hacer". Esta es la faceta negativa. Pero hay otra faceta, a menudo desconocida para nosotros, pero que Dios ve. En efecto, toda crisis —nos lo enseña la naturaleza— es un paso hacia una nueva fase de vida. Pero si en las criaturas inferiores esto sucede automáticamente, en el hombre implica la libertad, la voluntad y, por tanto, una "esperanza mayor" que la desesperación. En los momentos más oscuros, los esposos pierden la esperanza; entonces, es necesario que otros la custodien, un "nosotros", una compañía de verdaderos amigos que, con el máximo respeto pero también con sincera voluntad de bien, estén dispuestos a compartir algo de su propia esperanza con quien la ha perdido. No de modo sentimental o veleidoso, sino organizado y realista. Así, en el momento de la ruptura, os convertís en la posibilidad concreta para la pareja de tener una referencia positiva en la que confiar en medio de la desesperación. En efecto, cuando la relación degenera, los esposos caen en la soledad, tanto individual como de pareja. Pierden el horizonte de la comunión con Dios, con los demás y con la Iglesia. Entonces, vuestros encuentros ofrecen el "apoyo" para no extraviarse del todo y para superar gradualmente las dificultades. Me complace pensar en vosotros como custodios de una esperanza mayor para los esposos que la han perdido.

La crisis, pues, como paso hacia el crecimiento. En esta perspectiva se puede leer el relato de las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-11). La Virgen María se da cuenta de que los esposos "ya no tienen vino" y se lo dice a Jesús. Esta falta de vino hace pensar en el momento en que, en la vida de la pareja, se termina el amor, se agota la alegría y disminuye bruscamente el entusiasmo del matrimonio. Después de que Jesús transformó el agua en vino, felicitaron al esposo porque —decían— había conservado hasta ese momento "el vino bueno". Esto significa que el vino de Jesús era mejor que el precedente. Sabemos que este "vino bueno" es símbolo de la salvación, de la nueva alianza nupcial que Jesús vino a realizar con la humanidad. Pero precisamente todo matrimonio cristiano, incluso el más desdichado y vacilante, es sacramento de esta alianza y por eso puede encontrar en la humildad la valentía de pedir ayuda al Señor. Cuando una pareja pasa por dificultades o —como demuestra vuestra experiencia— incluso ya está separada, si se encomienda a María y se dirige a Aquel que hizo de dos "una sola carne", puede estar segura de que esa crisis será, con la ayuda del Señor, un paso hacia el crecimiento, y su amor se purificará, madurará y se reforzará. Esto sólo puede hacerlo Dios, que quiere servirse de sus discípulos como de valiosos colaboradores para acercarse a las parejas, escucharlas y ayudarles a redescubrir el tesoro escondido del matrimonio, el fuego que ha quedado enterrado bajo las cenizas. Es él quien reaviva y vuelve a hacer arder la llama; ciertamente, no del mismo modo del enamoramiento, sino de manera diversa, más intensa y profunda: pero siempre la misma llama.

Queridos amigos que habéis elegido poneros al servicio de los demás en un campo tan delicado, os aseguro mi oración para que vuestro compromiso no se convierta en mera actividad, sino que, en el fondo, siga siendo siempre testimonio del amor de Dios. Vuestro servicio es un servicio "contra corriente". En efecto, hoy, cuando una pareja entra en crisis, encuentra a muchas personas dispuestas a aconsejar la separación. También a los esposos casados en el nombre del Señor se les propone con facilidad el divorcio, olvidando que el hombre no puede separar lo que Dios ha unido (cf. Mt Mt 19,6 Mc 10,9). Para cumplir vuestra misión, también vosotros necesitáis alimentar continuamente vuestra vida espiritual, poner amor en lo que hacéis para que, en contacto con realidades difíciles, vuestra esperanza no se agote o no se reduzca a una fórmula. Que os ayude en esta delicada obra apostólica la Sagrada Familia de Nazaret, a la que encomiendo vuestro servicio y, especialmente, los casos más difíciles. María, Reina de la familia, esté junto a vosotros, a la vez que de corazón os imparto la bendición apostólica a vosotros y a todos los miembros del movimiento Retrouvaille.


A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR EL CENTRO TURÍSTICO JUVENIL

Y LA OFICINA INTERNACIONAL DEL TURISMO SOCIAL

Sala de los Suizos del Palacio Apostólico de Castelgandolfo

Sábado, 27 de septiembre de 2008



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos:

Con alegría os acojo y os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Martino, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, por haberme ilustrado las motivaciones de este encuentro y también por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Saludo al arzobispo Agostino Marchetto, secretario de dicho dicasterio dedicado a la pastoral de la movilidad humana, al que compete también la atención pastoral al turismo. Mi saludo se extiende a la señora Maria Pia Bertolucci y a monseñor Guido Lucchiari, respectivamente presidenta y consiliario eclesiástico del Centro turístico juvenil (CTG), principal artífice de esta visita, así como al doctor Norberto Tonini, presidente de la Oficina internacional de turismo social (BITS), que se ha unido a la iniciativa. Un saludo afectuoso a todos vosotros aquí presentes.

218 Nuestro encuentro tiene lugar con ocasión de la celebración hoy de la Jornada mundial del turismo. El tema de este año —El turismo afronta el desafío del cambio climático— indica una problemática de gran actualidad, que hace referencia al potencial del sector turístico con respecto al estado del planeta y del bienestar de la humanidad. Vuestras dos instituciones ya están comprometidas en un turismo atento a la promoción integral de la persona, con una visión de sustentabilidad y solidaridad, y esto os convierte en protagonistas cualificados de la obra de custodia y valoración responsable de los recursos de la creación, inmenso don de Dios a la humanidad.

La humanidad tiene el deber de proteger este tesoro y evitar un uso indiscriminado de los bienes de la tierra. En efecto, sin un adecuado límite ético y moral, el comportamiento humano puede transformarse en amenaza y desafío. La experiencia enseña que la gestión responsable de la creación forma parte, o así debería ser, de una economía sana y sostenible del turismo. Al contrario, el uso impropio de la naturaleza y el daño causado a la cultura de las poblaciones locales perjudican al mismo tiempo al turismo. Aprender a respetar el ambiente enseña también a respetar a los demás y a sí mismos. Ya en 1991, en la encíclica Centesimus annus, mi amado predecesor Juan Pablo II había denunciado el consumo excesivo y arbitrario de los recursos, recordando que el hombre es colaborador de Dios en la obra de la creación y no puede sustituirlo. Había subrayado, además, cómo la humanidad de hoy debe "ser consciente de sus deberes y de su cometido para con las generaciones futuras" (
CA 37).

Por tanto, es necesario, sobre todo en el ámbito del turismo, gran usuario de la naturaleza, que todos tiendan a una gestión equilibrada de nuestro hábitat, de la que es nuestra casa común y lo será para todos los que vengan después de nosotros. La degradación ambiental sólo puede frenarse difundiendo una adecuada cultura de comportamiento, que comprenda estilos de vida más sobrios. De ahí la importancia, como recordé recientemente, de educar en una ética de la responsabilidad y proceder a "hacer propuestas más constructivas para garantizar el bien de las generaciones futuras" (Discurso en el Elíseo, 12 de septiembre de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de septiembre de 2008, p. 5).

La Iglesia, además, comparte con vuestras instituciones y otras organizaciones análogas el compromiso por la difusión del llamado turismo social, que promueve la participación de los sectores más débiles y puede ser así un valioso instrumento de lucha contra la pobreza y contra numerosas formas de fragilidad, proporcionando empleos, custodiando los recursos y promoviendo la igualdad. Este turismo constituye un motivo de esperanza en un mundo en el que se han acentuado las distancias entre quienes tienen todo y los que sufren hambre, carestía y sequía. Ojalá que la reflexión suscitada por esta Jornada mundial del turismo, gracias al tema propuesto, logre influir positivamente en el estilo de vida de muchos turistas, de modo que cada uno dé su contribución al bienestar de todos, que, en definitiva, resulta ser el de cada uno.

Por último, dirijo una invitación a los jóvenes para que, a través de estas instituciones vuestras, sostengan y se hagan protagonistas de comportamientos que tiendan al aprecio de la naturaleza y a su defensa, dentro de una correcta perspectiva ecológica, como lo subrayé más de una vez con ocasión de la Jornada mundial de la juventud en Sydney, en julio pasado. También les compete a las nuevas generaciones promover un turismo sano y solidario, que evite el consumismo y el derroche de los recursos de la tierra, para dar cabida a gestos de solidaridad y amistad, de conocimiento y comprensión. De este modo, el turismo puede transformarse en un instrumento privilegiado de educación para la convivencia pacífica. Que Dios os ayude en vuestro trabajo. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, a la vez que con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros aquí presentes, a vuestros seres queridos y a los miembros de vuestras beneméritas instituciones.

PALABRAS DE DESPEDIDA DEL PAPA BENEDICTO XVI


A LA COMUNIDAD ECLESIAL Y CIVIL DE CASTELGANDOLFO

Lunes 29 de septiembre de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

También este año ha llegado el momento de despedirme de vosotros, al final del período de verano. Antes de volver al Vaticano, siento la viva necesidad de renovaros mi sincera gratitud por todo lo que habéis hecho por mí y por mis colaboradores. En primer lugar, saludo y doy las gracias al obispo de Albano Lacial, monseñor Marcello Semeraro, al párroco de Castelgandolfo y a la comunidad parroquial, así como a las comunidades religiosas que viven y trabajan aquí. Me he encontrado con vosotros en varias circunstancias, y hoy quisiera repetiros que el Papa os está agradecido por vuestro apoyo material y espiritual.

Saludo, además, al señor alcalde y a los miembros de la Administración municipal, que me manifiestan siempre su cercanía. Sé con cuánta dedicación, queridos amigos, trabajáis durante mi estancia. Como os dije en otras circunstancias, aprecio mucho vuestra hospitalidad y vuestro esfuerzo por garantizarme todo tipo de asistencia tanto a mí como a los huéspedes y a los peregrinos que vienen a visitarme, especialmente el domingo para la habitual cita del Ángelus. Os ruego que transmitáis mis sentimientos de gratitud a toda la población de Castelgandolfo.

Me dirijo ahora con el mismo afecto a los responsables y a los que se ocupan de los múltiples servicios de la Gobernación. Queridos hermanos y hermanas, he tenido la oportunidad de apreciar la competencia y la dedicación de cada uno de vosotros, y os estoy agradecido por todo. Que el Señor os asista y haga fructificar vuestro esfuerzo diario.

La gran familia que se forma en torno al Papa en Castelgandolfo os incluye también a vosotros, queridos funcionarios y agentes de las diversas Fuerzas del orden italianas, a quienes agradezco la constante dedicación que mostráis. La celebración litúrgica de hoy de los santos arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel me ofrece, además, la oportunidad de saludaros con particular afecto a vosotros, queridos dirigentes y miembros del Cuerpo de la Gendarmería vaticana, que trabajáis siempre en estrecha colaboración con el Cuerpo de la Guardia Suiza pontificia, al que dirijo mi saludo agradecido. Todos vosotros sois los fieles custodios del Papa.

219 No puedo olvidar tampoco a los oficiales y a los pilotos del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar. Les doy las gracias por el servicio cualificado que me prestan a mí y a mis colaboradores en los viajes en helicóptero y en avión. Que a cada uno de vosotros, queridos amigos, llegue la expresión de mi sincera gratitud.

La liturgia de hoy, como decía hace unos instantes, nos invita a recordar a los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Cada uno de ellos, como leemos en la Biblia, cumplió una misión peculiar en la historia de la salvación. Queridos hermanos y hermanas, invoquemos con confianza su ayuda, así como la protección de los ángeles custodios, cuya fiesta celebraremos dentro de algunos días, el 2 de octubre. La presencia invisible de estos espíritus bienaventurados nos es de gran ayuda y consuelo: caminan a nuestro lado y nos protegen en toda circunstancia, nos defienden de los peligros y podemos recurrir a ellos en cualquier momento. Muchos santos mantuvieron con los ángeles una relación de verdadera amistad, y son numerosos los episodios que testimonian su ayuda en ocasiones particulares. Como recuerda la carta a los Hebreos, los ángeles son enviados por Dios "a asistir a los que han de heredar la salvación" (
He 1,14), y, por tanto, son para nosotros un auxilio valioso durante nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial.

Gracias una vez más a todos también por vuestra presencia en este encuentro; gracias a los que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos. Os encomiendo a la protección materna de María, Reina de los ángeles, y de corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.



AL PERSONAL DE LAS VILLAS PONTIFICIAS DE CASTELGANDOLFO

Lunes 29 de septiembre de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

En el momento en que me despido de vosotros, al final de la permanencia estival en Castelgandolfo, siento la profunda necesidad de renovaros mi gratitud por el diario y solícito servicio que prestáis aquí, en las villas pontificias.

Doy las gracias en primer lugar al director, el doctor Saverio Petrillo, por sus afables palabras y por haberse hecho intérprete, como cada año, de los sentimientos de todos vosotros. Paseando por los senderos de las villas he podido apreciar la atención que ponéis en vuestro trabajo. Asimismo siento la necesidad de dar las gracias al personal que se dedica con solicitud al cuidado del palacio apostólico.

Me doy cuenta de que mi presencia os requiere a menudo un mayor esfuerzo, y esto comporta no pocos sacrificios a vosotros y a vuestras familias. Os doy las gracias de corazón por vuestra generosidad, y pido al Señor que os recompense por todo. Que os asista él con su gracia y os acompañe con su amor paterno a vosotros y a vuestros familiares, a los cuales os ruego que llevéis mi cordial saludo.

Celebramos hoy la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael: os encomiendo a su protección especial, para que podáis desempeñar vuestras diversas actividades con serenidad y provecho espiritual. Que la Virgen santa vele siempre sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos. Os aseguro un recuerdo en la oración y os bendigo a todos con afecto.


Octubre de 2008



A LOS OBISPOS DE ASIA CENTRAL EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 2 de octubre de 2008



Venerados hermanos:

220 Me alegra particularmente encontrarme con vosotros al final de vuestra visita ad limina Apostolorum.Con profunda gratitud acojo vuestro saludo, del que se ha hecho intérprete monseñor Tomash Peta. Os saludo a cada uno de vosotros, a los obispos y al delegado para los fieles greco-católicos en Kazajstán, al administrador apostólico en Kirguizistán, al administrador apostólico en Uzbekistán, al superior de la missio sui iuris en Tayikistán y al superior de la missio sui iuris en Turkmenistán. También os doy las gracias porque me habéis traído el saludo de los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral en las regiones de Asia central. Os aseguro que el Sucesor de Pedro sigue vuestro ministerio con constante oración y afecto fraterno. Esta casa, la casa del Obispo de Roma, es también vuestra.

Con gran interés y atención he escuchado de cada uno de vosotros las realizaciones, los compromisos, los proyectos y los deseos de vuestras comunidades, naturalmente junto con los problemas y las dificultades que encontráis en la acción pastoral. Damos gracias al Señor porque, a pesar de las duras presiones ejercidas durante los años del régimen ateo y comunista, gracias a la abnegación de celosos sacerdotes, religiosos y laicos, la llama de la fe ha permanecido encendida en el corazón de los creyentes.

Las comunidades pueden reducirse a una "pequeña grey". ¡No hay que desanimarse, queridos hermanos! Mirad las primeras comunidades de los discípulos del Señor, las cuales, aun siendo pequeñas, no se encerraban en sí mismas, sino que, impulsadas por el amor de Cristo, no dudaban en socorrer a los pobres y asistir a los enfermos, anunciando y testimoniando a todos con alegría el Evangelio. También hoy, como entonces, el Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia. Por tanto, dejaos guiar por él y mantened viva en el pueblo cristiano la llama de la fe; conservad y valorad las experiencias pastorales y apostólicas realizadas en el pasado; seguid educando a todos en la escucha de la Palabra de Dios; suscitad especialmente en los jóvenes el amor a la Eucaristía y la devoción mariana, difundiendo en las familias la práctica del rosario. Buscad, además, con paciencia y valentía, nuevas formas y métodos de apostolado, preocupándoos de actualizarlos según las exigencias del momento, teniendo en cuenta la lengua y la cultura de los fieles confiados a vosotros. Esto requiere una unidad aún más firme entre vosotros, pastores, y el clero.

En efecto, este compromiso resultará más incisivo y eficaz si no actuáis solos, sino que tratáis de implicar cada vez más a los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores, a los religiosos y las religiosas, así como a los laicos dedicados a las diversas iniciativas pastorales. Además, recordad que ante todo a estos cooperadores vuestros, obreros como vosotros en la viña del Señor, debéis prestar atención y escucha. Por tanto, mostraos dispuestos a salir al encuentro de sus expectativas, apoyadlos en los momentos de dificultad, invitadlos a confiar cada vez más en la divina Providencia, que nunca nos abandona, sobre todo en la hora de la prueba; y acompañadlos cuando se encuentren en condiciones de soledad humana y espiritual. El fundamento de todo ha de ser el recurso constante a Dios en la oración y la búsqueda continua de la unidad entre vosotros, así como en cada una de vuestras respectivas y diversas comunidades.

Todo esto es aún más necesario para afrontar los desafíos que la actual sociedad globalizada plantea al anuncio y a la práctica coherente de la vida cristiana también en vuestras regiones. Aquí quiero recordar cómo, además de las dificultades a las que aludí antes, se registran casi por doquier en el mundo fenómenos preocupantes, que ponen en serio peligro la seguridad y la paz. Me refiero, en particular, a la plaga de la violencia y del terrorismo, a la difusión del extremismo y del fundamentalismo. Ciertamente, es preciso contrastar estos flagelos con intervenciones legislativas. Pero la fuerza del derecho no puede transformarse nunca en injusticia; ni se puede limitar el libre ejercicio de las religiones, puesto que profesar libremente la propia fe es uno de los derechos humanos fundamentales, reconocidos universalmente.

Me parece útil reafirmar que la Iglesia no impone, sino que propone libremente la fe católica, sabiendo bien que la conversión es el fruto misterioso de la acción del Espíritu Santo. La fe es don y obra de Dios. Precisamente por eso está prohibida cualquier forma de proselitismo que obligue, induzca o atraiga a alguien con medios inoportunos a abrazar la fe (cf. Ad gentes
AGD 13). Una persona puede abrirse a la fe después de una reflexión madura y responsable, y debe poder realizar libremente esta íntima inspiración. Esto no sólo beneficia a la persona, sino también a toda la sociedad, dado que la observancia fiel de los preceptos divinos ayuda a construir una convivencia más justa y solidaria.

Queridos hermanos, os animo a proseguir el trabajo que habéis emprendido, valorando sabiamente las aportaciones de todos. Aprovecho la ocasión para dar las gracias a los sacerdotes y a los religiosos que trabajan en las diversas circunscripciones eclesiásticas, en particular a los franciscanos en la diócesis de la Santísima Trinidad en Almaty, a los jesuitas en Kirguizistán, a los franciscanos conventuales en Uzbekistán, a los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado en la missio sui iuris en Tayikistán, y a los Oblatos de María Inmaculada en la missio sui iuris en Turkmenistán.

Invito también a otras familias religiosas a dar generosamente su contribución, enviando personal y medios para llevar a cabo el trabajo apostólico en las vastas regiones de Asia central. A cada uno de vosotros repito que el Papa os acompaña y os apoya en vuestro ministerio. Que María, Reina de los Apóstoles, vele siempre sobre vosotros y sobre vuestras comunidades. Que os acompañe también mi oración. Os bendigo de corazón a todos.


A LOS MIEMBROS DE LA JUNTA DIRECTIVA DE LOS CABALLEROS DE COLÓN

Sala Clementina

Viernes 3 de octubre de 2008



Queridos amigos:

221 Me complace daros la bienvenida a vosotros, miembros de la junta directiva de los Caballeros de Colón, junto con vuestras familias, con ocasión de vuestra peregrinación a Roma en este Año paulino. Pido a Dios que vuestra visita a las tumbas de san Pedro y san Pablo os confirme en la fe de los Apóstoles y llene vuestro corazón de gratitud por el don de nuestra redención en Cristo.

Al comienzo de su carta a los Romanos, san Pablo recuerda a sus oyentes que son "santos por vocación" (
Rm 1,7). Durante mi reciente visita pastoral a Estados Unidos quise alentar a los fieles laicos sobre todo a esforzarse nuevamente por crecer en santidad y participar activamente en la misión de la Iglesia. Esta es la convicción que inspiró la fundación de los Caballeros de Colón como asociación fraterna de laicos cristianos y que sigue teniendo una expresión privilegiada en las obras caritativas de vuestra Orden y en vuestra solidaridad concreta con el Sucesor de Pedro en su ministerio en favor de la Iglesia universal.

Esta solidaridad se manifiesta de modo particular a través del fondo Vicarius Christi, que los Caballeros han puesto a disposición de la Santa Sede para las necesidades del pueblo de Dios en todo el mundo. Y también se manifiesta a través de las oraciones y los sacrificios diarios de numerosos Caballeros en sus consejos locales, en las parroquias y en las comunidades. Por eso os estoy muy agradecido.

Queridos amigos, ojalá que, según el espíritu de vuestro fundador, el venerable Michael McGivney, los Caballeros de Colón descubran modos siempre nuevos para ser levadura del Evangelio en el mundo y fuerza para la renovación de la Iglesia en la santidad y en el celo apostólico. A este respecto, expreso mi aprecio por vuestros esfuerzos para proporcionar una sólida formación en la fe a los jóvenes y defender las verdades morales necesarias para una sociedad libre y humana, incluido el derecho fundamental de todo ser humano a la vida.

Con estos sentimientos, queridos amigos, os aseguro un recuerdo especial en mis oraciones. A todos los Caballeros y a sus familias imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz duraderas en nuestro Señor Jesucristo.



VISITA OFICIAL DEL SANTO PADRE AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA

Palacio del Quirinal

Sábado 4 de octubre de 2008



Señor presidente:

Con verdadero placer cruzo nuevamente el umbral de este palacio, donde fui acogido por primera vez pocas semanas después del inicio de mi ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. Entro en su residencia oficial, señor presidente, casa simbólica de todos los italianos, recordando con gratitud la amable visita que usted me hizo en noviembre de 2006 en el Vaticano, inmediatamente después de su elección a la presidencia de la República italiana. Aprovecho esta circunstancia para renovarle mi agradecimiento también por el inolvidable y grato don del concierto musical de elevado valor artístico que usted me ofreció el pasado 24 de abril. Por tanto, con profunda gratitud le expreso mi deferente y cordial saludo a usted, señor presidente, a su amable esposa y a todos los que han venido aquí. Mi saludo se dirige de modo especial a las distinguidas autoridades que tienen la misión de guiar el Estado italiano, a las ilustres personalidades aquí presentes, y se extiende a todo el pueblo de Italia, muy querido por mí, heredero de una tradición secular de civilización y de valores cristianos.

Mi visita, la visita del Romano Pontífice al Quirinal, no es sólo un acto que se inserta en el contexto de las múltiples relaciones entre la Santa Sede e Italia; podríamos decir que asume un valor mucho más profundo y simbólico. En efecto, varios de mis predecesores vivieron aquí y desde aquí gobernaron la Iglesia universal durante más de dos siglos, experimentando también pruebas y persecuciones, como sucedió con los pontífices Pío VI y Pío VII, ambos arrancados con violencia de su sede episcopal y arrastrados al exilio. El Quirinal, que a lo largo de los siglos ha sido testigo de tantas páginas alegres, y de algunas tristes, de la historia del papado conserva muchos signos de la promoción del arte y de la cultura por parte de los Sumos Pontífices.

En cierto momento de la historia, este palacio se convirtió casi en un signo de contradicción, cuando, por una parte, Italia anhelaba convertirse en un Estado unitario y, por otra, la Santa Sede estaba preocupada por conservar su propia independencia como garantía de su misión universal. Un contraste que duró algunos decenios y fue causa de sufrimiento para quienes amaban sinceramente a la patria y a la Iglesia. Me refiero a la compleja "cuestión romana", resuelta de modo definitivo e irrevocable por parte de la Santa Sede con la firma de los Pactos lateranenses, el 11 de febrero de 1929. A fines de 1939, a diez años del Tratado lateranense, tuvo lugar la primera visita realizada por un pontífice al Quirinal desde 1870. En aquella circunstancia, mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pío XII, de cuya muerte recordamos este mes el 50° aniversario, se expresó así con imágenes casi poéticas: "El Vaticano y el Quirinal, separados por el Tíber, están unidos por el vínculo de la paz con los recuerdos de la religión de los padres y de los antepasados. Las ondas del Tíber han arrastrado y sumergido en los remolinos del mar Tirreno las turbias olas del pasado y han hecho que volvieran a florecer en sus orillas ramos de olivo" (Discurso, 28 de diciembre de 1939).

222 En verdad, hoy se puede afirmar con satisfacción que en la ciudad de Roma conviven pacíficamente y colaboran fructuosamente el Estado italiano y la Sede apostólica. Mi visita confirma también que el Quirinal y el Vaticano no son colinas que se ignoran o se enfrentan rencorosamente; son, más bien, lugares que simbolizan el respeto recíproco de la soberanía del Estado y de la Iglesia, dispuestos a colaborar juntos para promover y servir al bien integral de la persona humana y al desarrollo pacífico de la convivencia social. Esta es —me complace reafirmarlo— una realidad positiva que se puede comprobar casi a diario en diversos niveles, y que también otros Estados pueden observar para sacar enseñanzas útiles.

Señor presidente, mi visita de hoy tiene lugar el día en que Italia celebra con gran solemnidad a su especial protector, san Francisco de Asís. Precisamente a san Francisco hizo referencia Pío XI, entre otras cosas, al anunciar la firma de los Pactos lateranenses y, sobre todo, la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano: para aquel Pontífice, la nueva realidad soberana era, como para el Poverello, "el cuerpo que bastaba para mantener unida el alma" (Discurso, 11 de febrero de 1929). Junto con santa Catalina de Siena, san Francisco fue propuesto por los obispos italianos y confirmado por el siervo de Dios Pío XIIcomo patrono celestial de Italia (cf. carta apostólica Licet commissa, 18 de junio de 1939, AAS 31 [1939] 256-257). A la protección de este gran santo e ilustre italiano el Papa Pacelli quiso encomendar el destino de Italia, en un momento en que sobre Europa se cernían amenazas de guerra, implicando dramáticamente también a vuestro "hermoso país".

Por tanto, la elección de san Francisco como patrono de Italia tiene su razón de ser en la profunda correspondencia entre la personalidad y la acción del Poverello de Asís y la noble nación italiana. Como recordó el siervo de Dios Juan Pablo II en su visita al Quirinal, realizada este mismo día de 1985, "difícilmente se podría encontrar otra figura que encarne de modo igualmente rico y armonioso las características propias del genio itálico". "En un tiempo en el que la constitución de los municipios libres iba suscitando fermentos de renovación social, económica y política, que transformaban desde los fundamentos el viejo mundo feudal —proseguía el Papa Juan Pablo II—, san Francisco supo elevarse de entre las facciones en lucha, predicando el Evangelio de la paz y del amor, con plena fidelidad a la Iglesia, de la que se sentía hijo, y con total adhesión al pueblo, del que se reconocía parte" (Discurso, 4 de octubre de 1985, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de octubre de 1985, p. 9).

En este santo, cuya figura atrae a creyentes y no creyentes, podemos ver la imagen de la misión perenne de la Iglesia, también en su relación con la sociedad civil. La Iglesia, en la época actual de profundos y a menudo dolorosos cambios, sigue proponiendo a todos el mensaje de salvación del Evangelio y se compromete a contribuir a la edificación de una sociedad fundada en la verdad y la libertad, en el respeto de la vida y de la dignidad humana, en la justicia y la solidaridad social. Por eso, como recordé en otras circunstancias, "la Iglesia no ambiciona poder, ni pretende privilegios, ni aspira a posiciones de ventaja económica o social. Su único objetivo es servir al hombre, inspirándose, como norma suprema de conducta, en las palabras y en el ejemplo de Jesucristo, que "pasó haciendo el bien y curando a todos" (
Ac 10,38)" (Discurso al nuevo embajador de Italia ante la Santa Sede, 4 de octubre de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de octubre de 2007, p. 7).

Para cumplir su misión, la Iglesia debe poder gozar, por doquier y siempre, del derecho de libertad religiosa, considerado en toda su amplitud. En la Asamblea de las Naciones Unidas, durante este año en que se conmemora el 60° aniversario de la Declaración de derechos humanos, reafirmé que "no se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social" (Discurso, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 11). La Iglesia ofrece de muchas maneras esta contribución a la edificación de la sociedad, al ser un cuerpo con muchos miembros, una realidad al mismo tiempo espiritual y visible, en la que los miembros tienen vocaciones, tareas y funciones diversas. Siente una responsabilidad especial con respecto a las nuevas generaciones, pues hoy es urgente el problema de la educación, clave indispensable para permitir el acceso a un futuro inspirado en los valores perennes del humanismo cristiano. Por tanto, la formación de los jóvenes es una empresa en la que también la Iglesia se siente implicada, juntamente con la familia y la escuela. En efecto, es muy consciente de la importancia que reviste la educación en el aprendizaje de la auténtica libertad, presupuesto necesario para un servicio positivo al bien común. Sólo un serio compromiso educativo permitirá construir una sociedad solidaria, realmente animada por el sentido de la legalidad.

Señor presidente, me complace renovar aquí el deseo de que las comunidades cristianas y las múltiples realidades eclesiales italianas formen a las personas, de modo especial a los jóvenes, también como ciudadanos responsables y comprometidos en la vida civil. Estoy seguro de que los pastores y los fieles seguirán dando su importante contribución para construir, también en estos momentos de incertidumbre económica y social, el bien común del país, así como de Europa y de toda la familia humana, prestando particular atención a los pobres y a los marginados, a los jóvenes que buscan empleo y a los que están en el paro, a las familias y a los ancianos que, con fatiga y empeño, han construido nuestro presente y por eso merecen la gratitud de todos.

Deseo, además, que todos acojan la aportación de la comunidad católica con el mismo espíritu de disponibilidad con que se ofrece. No hay razón para temer una prevaricación en detrimento de la libertad por parte de la Iglesia y de sus miembros, los cuales, por lo demás, esperan que se les reconozca la libertad de no traicionar su propia conciencia iluminada por el Evangelio. Esto será aún más fácil si no se olvida nunca que todos los componentes de la sociedad deben comprometerse, con respeto recíproco, a conseguir en la comunidad el verdadero bien del hombre, del que son muy conscientes el corazón y la mente de la gente italiana, alimentados, desde hace veinte siglos, de cultura impregnada de cristianismo.

Señor presidente, desde este lugar tan significativo, quiero renovar la expresión de mi afecto, más aún, de mi predilección por esta amada nación. Le aseguro mi oración por usted y por todos los italianos e italianas, invocando la protección materna de María, venerada con tanta devoción en todos los rincones de la península y de las islas, de norte a sur, como he podido comprobar también con ocasión de mis visitas pastorales. Al despedirme, hago mía la exhortación que, con tono poético, el beato Juan XXIII, peregrino en Asís en vísperas del concilio Vaticano II, dirigió a Italia: "Tú, amada Italia, en cuyas costas vino a atracar la barca de Pedro —y este es el principal motivo por el que vienen a ti gentes de todos los lugares, de todo el mundo, a las que sabes acoger con sumo respeto y amor—, conserva el testamento sagrado que te compromete ante el cielo y la tierra" (Discurso, 4 de octubre de 1962).

¡Dios proteja y bendiga a Italia y a todos sus habitantes!



Discursos 2008 216