Discursos 2008 222


XII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA

DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS



MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA HORA TERCIA EN EL AULA DEL SÍNODO

Lunes 6 de octubre de 2008



Queridos hermanos en el episcopado;
223 queridos hermanos y hermanas:

Al inicio de nuestro Sínodo la liturgia de las Horas nos propone un pasaje del gran Salmo 118 sobre la Palabra de Dios: un elogio de esta Palabra, expresión de la alegría de Israel por poder conocerla y, en ella, poder conocer su voluntad y su rostro. Quiero meditar con vosotros algunos versículos de este pasaje del Salmo.

Comienza así: "In aeternum, Domine, verbum tuum constitutum est in caelo... Firmasti terram, et permanet". Se habla de la solidez de la Palabra. Es sólida, es la verdadera realidad sobre la cual podemos fundar nuestra vida. Recordemos las palabras de Jesús que sigue esas palabras del Salmo: "Los cielos y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará jamás". En realidad, humanamente hablando, la palabra, nuestra palabra humana casi no es nada, es un suspiro. En cuanto es pronunciada, desaparece. Parece que no es nada.

Pero la palabra humana tiene ya una fuerza increíble. Son las palabras que luego crean la historia; son las palabras que dan forma a los pensamientos, los pensamientos de los cuales viene la palabra. Es la palabra que forma la historia, la realidad.

Con mayor razón, la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Y, para ser realistas, debemos contar precisamente con esta realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan, serían la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades de construir la casa de nuestra vida: sobre arena o sobre roca. Sobre arena construye quien construye sólo sobre las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Aparentemente estas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada.

Así, todas estas cosas, que parecen la verdadera realidad con la que podemos contar, son realidades de segundo orden. Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por eso, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que permanece siempre. Así, estos primeros versículos del Salmo nos invitan a descubrir qué es la realidad y a encontrar de esta manera el fundamento de nuestra vida, cómo construir la vida.

En el versículo siguiente se lee: "Omnia serviunt tibi". Todas las cosas vienen de la Palabra, son un producto de la Palabra. "Al principio era la Palabra". Al principio el cielo habló. Así, la realidad nace de la Palabra, es "creatura Verbi". Todo es creado por la Palabra y todo está llamado a servir a la Palabra. Esto quiere decir que toda la creación, en definitiva, está pensada para crear el lugar de encuentro entre Dios y su criatura, un lugar donde el amor de la criatura responda al amor divino, un lugar en el que se desarrolle la historia del amor entre Dios y su criatura.

"Omnia serviunt tibi". La historia de la salvación no es un acontecimiento insignificante, en un planeta pobre, en la inmensidad del universo. No es una cosa mínima, que sucede por casualidad en un planeta perdido. Es el móvil de todo, el motivo de la creación. Todo es creado para que exista esta historia, el encuentro entre Dios y su criatura. En este sentido, la historia de la salvación, la alianza, precede la creación. En el período helenístico, el judaísmo desarrolló la idea de que la Torá habría precedido la creación del mundo material. Este mundo material habría sido creado sólo para dar lugar a la Torá, a esta Palabra de Dios que crea la respuesta y se convierte en historia de amor.

Aquí aparece ya de forma misteriosa el misterio de Cristo. Es lo que nos dicen las cartas a los Efesios y a los Colosenses: Cristo es el prototipo, la primicia de la creación, la idea por la cual es concebido el universo. Él acoge todo. Nosotros entramos en el movimiento del universo cuando nos unimos a Cristo. Se puede decir que, mientras la creación material es la condición para la historia de la salvación, la historia de la alianza es la verdadera causa del cosmos. Llegamos a las raíces del ser llegando al misterio de Cristo, a su palabra viva, que es el fin de toda la creación. "Omnia serviunt tibi". Sirviendo al Señor, realizamos el objetivo del ser, el objetivo de nuestra propia existencia.

Demos ahora un paso más: "Mandata tua exquisivi". Nosotros estamos siempre en busca de la Palabra de Dios. Esta Palabra no está simplemente presente en nosotros. Si nos quedamos en la letra, entonces no hemos comprendido realmente la Palabra de Dios. Existe el peligro de que sólo veamos las palabras humanas y no encontremos dentro al verdadero actor, el Espíritu Santo. No encontramos en las palabras la Palabra.

San Agustín, en este contexto, nos recuerda a los escribas y a los fariseos consultados por Herodes en el momento de la llegada de los Magos. Herodes quiere saber dónde debía nacer el Salvador del mundo. Ellos lo saben, dan la respuesta correcta: en Belén. Son grandes especialistas, que conocen todo. Y, sin embargo, no ven la realidad, no conocen al Salvador. San Agustín dice: indican el camino a los demás, pero ellos mismos no se mueven. Este es un gran peligro también en nuestra lectura de la Escritura: nos quedamos en las palabras humanas, palabras del pasado, historia del pasado, y no descubrimos el presente en el pasado, el Espíritu Santo que nos habla hoy en las palabras del pasado. De esta manera no entramos en el movimiento interior de la Palabra, que en palabras humanas esconde y abre las palabras divinas. Por esto siempre necesitamos el "exquisivi". Debemos buscar la Palabra en las palabras.

224 Así pues, la exégesis, la verdadera lectura de la Sagrada Escritura, no es solamente un fenómeno literario, no es sólo la lectura de un texto. Es el movimiento de mi existencia. Es moverse hacia la Palabra de Dios en las palabras humanas. Sólo cuando nos conformamos al misterio de Dios, al Señor que es la Palabra, podemos entrar en el interior de la Palabra, podemos encontrar verdaderamente en palabras humanas la Palabra de Dios. Oremos al Señor para que nos ayude a buscar no sólo con el intelecto, sino con toda nuestra existencia, para encontrar la palabra.

Al final: "Omni consummationi vidi finem, latum praeceptum tuum nimis". Todas las cosas humanas, todas las cosas que nosotros podemos inventar, crear, son finitas. Incluso todas las experiencias religiosas humanas son finitas, muestran un aspecto de la realidad, porque nuestro ser es finito y comprende siempre sólo una parte, algunos elementos: "latum praeceptum tuum nimis". Sólo Dios es infinito. Por eso, también su Palabra es universal y no tiene fronteras. Así pues, al entrar en la Palabra de Dios, entramos realmente en el universo divino. Salimos de la limitación de nuestras experiencias y entramos en la realidad que es verdaderamente universal. Al entrar en la comunión con la Palabra de Dios, entramos en la comunión de la Iglesia que vive la Palabra de Dios. No entramos en un pequeño grupo, en la regla de un pequeño grupo, sino que salimos de nuestros límites. Salimos hacia el espacio abierto, en la verdadera amplitud de la única verdad, la gran verdad de Dios. Estamos realmente en lo universal.

Así salimos a la comunión de todos los hermanos y hermanas, de toda la humanidad, porque en nuestro corazón se esconde el deseo de la Palabra de Dios, que es una. Por eso, incluso la evangelización, el anuncio del Evangelio, la misión, no son una especie de colonialismo eclesial con el que queremos integrar a los demás en nuestro grupo. Es salir de los límites de cada cultura para entrar en la universalidad que nos relaciona a todos, que une a todos, que nos hace a todos hermanos. Oremos de nuevo para que el Señor nos ayude a entrar realmente en la "amplitud" de su Palabra, de forma que nos abramos al horizonte universal de la humanidad, el que nos une a pesar de todas las diversidades.

Al final volvemos a un versículo anterior: "Tuus sum ego: salvum me fac". El texto italiano traduce: "Yo soy tuyo". La Palabra de Dios es como una escalera con la que podemos subir y, con Cristo, también bajar a la profundidad de su amor. Es una escalera para llegar a la Palabra en las palabras. "Yo soy tuyo". La palabra tiene un rostro, es persona, Cristo. Antes de que podamos decir "Yo soy tuyo", él ya nos ha dicho "Yo soy tuyo". La carta a los Hebreos, citando el Salmo 39, dice: "En cambio, me has preparado un cuerpo... Entonces dije: He aquí que vengo". El Señor se ha hecho preparar un cuerpo para venir. Con su encarnación dijo: "Yo soy tuyo". Y en el bautismo me dijo: "Yo soy tuyo". En la sagrada Eucaristía lo dice siempre de nuevo: "Yo soy tuyo", para que nosotros podamos responder: "Señor, yo soy tuyo". En el camino de la Palabra, al entrar en el misterio de su encarnación, de su ser con nosotros, queremos apropiarnos de su ser, queremos expropiarnos de nuestra existencia, dándonos a él que se nos ha dado a nosotros.

"Yo soy tuyo". Oremos al Señor para poder aprender con toda nuestra existencia a decir estas palabras. Así estaremos en el corazón de la Palabra. Así seremos salvados.



INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI DURANTE LA XIV CONGREGACIÓN GENERAL

Aula del Sínodo

Martes 14 de octubre de 2008



Queridos hermanos y hermanas, el trabajo para mi libro sobre Jesús nos ofrece ampliamente la ocasión de ver todo el bien que nos llega de la exégesis moderna, pero también de reconocer sus problemas y sus riesgos. La Dei Verbum (DV 12) ofrece dos indicaciones metodológicas para un adecuado trabajo exegético. En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método histórico-crítico, cuyos elementos esenciales describe brevemente. Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en el evangelio de san Juan: "Verbum caro factum est" (Jn 1,14). El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino una verdadera historia y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria.

Sin embargo, esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina. En consecuencia la Dei Verbum habla de un segundo nivel metodológico necesario para una interpretación correcta de las palabras, que son al mismo tiempo palabras humanas y Palabra divina. El Concilio, siguiendo una regla fundamental para la interpretación de cualquier texto literario, dice que la Escritura se ha de interpretar con el mismo espíritu con que fue escrita y para ello indica tres elementos metodológicos fundamentales cuyo fin es tener en cuenta la dimensión divina, pneumatológica de la Biblia; es decir: 1)Se debe interpretar el texto teniendo presente la unidad de toda la Escritura; esto hoy se llama exégesis canónica; en los tiempos del Concilio este término no había sido creado aún, pero el Concilio dice lo mismo: es necesario tener presente la unidad de toda la Escritura. 2)También se debe tener presente la tradición viva de toda la Iglesia. 3)Es necesario, por último, observar la analogía de la fe.

Sólo donde se aplican los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exégesis teológica, de una exégesis adecuada a este Libro. Mientras que con respecto al primer nivel la actual exégesis académica trabaja a un altísimo nivel y nos ayuda realmente, no se puede decir lo mismo del otro nivel. A menudo este segundo nivel, el nivel constituido por los tres elementos teológicos indicados por la Dei Verbum, casi no existe. Y esto tiene consecuencias bastante graves.

La primera consecuencia de la ausencia de este segundo nivel metodológico es que la Biblia se convierte en un libro sólo del pasado. Se pueden extraer de él consecuencias morales, se puede aprender la historia, pero el libro como tal habla sólo del pasado y la exégesis ya no es realmente teológica, sino que se convierte en pura historiografía, en historia de la literatura. Esta es la primera consecuencia: la Biblia queda como algo del pasado, habla sólo del pasado.

225 Existe también una segunda consecuencia aún más grave: donde desaparece la hermenéutica de la fe indicada por la Dei Verbum, aparece necesariamente otro tipo de hermenéutica, una hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que lo divino no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando parece que hay un elemento divino, se debe explicar de dónde viene esa impresión y reducir todo al elemento humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los elementos divinos.

Hoy, el llamado mainstream de la exégesis en Alemania niega, por ejemplo, que el Señor haya instituido la sagrada Eucaristía y dice que el cuerpo de Jesús permaneció en la tumba. La Resurrección no sería un hecho histórico, sino una visión teológica. Esto sucede porque falta una hermenéutica de la fe: se consolida entonces una hermenéutica filosófica profana, que niega la posibilidad de la entrada y de la presencia real de lo Divino en la historia.

La consecuencia de la ausencia del segundo nivel metodológico es la creación de una profunda brecha entre exégesis científica y lectio divina.Precisamente de aquí surge a veces cierta perplejidad también en la preparación de las homilías. Cuando la exégesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, viceversa, cuando la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología ya no tiene fundamento.

Por eso, para la vida y para la misión de la Iglesia, para el futuro de la fe, es absolutamente necesario superar este dualismo entre exégesis y teología. La teología bíblica y la teología sistemática son dos dimensiones de una única realidad, que llamamos teología. Por consiguiente, sería de desear que en una de las propuestas se hable de la necesidad de tener presentes en la exégesis los dos niveles metodológicos indicados en el número 12 de la Dei Verbum, en donde se habla de la necesidad de desarrollar una exégesis no sólo histórica, sino también teológica. Así pues, será necesario ampliar la formación de los futuros exegetas en este sentido, para abrir realmente los tesoros de la Escritura al mundo de hoy y a todos nosotros.




A LOS OBISPOS DE ECUADOR EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Jueves 16 de octubre de 2008



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Con gran alegría os recibo en vuestra visita ad limina, que con tanto deseo he esperado, y que me ofrece la oportunidad de poner en práctica el mandato que el Señor dirigió al Apóstol Pedro de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22,32). Antes de nada, permítanme manifestarles mi profundo pesar por la muerte del Cardenal Antonio José González Zumárraga, Arzobispo emérito de Quito, quien con tanta abnegación y fidelidad ha servido a la Iglesia hasta el final de sus días. Ruego al Señor por su eterno descanso y para que acreciente la fecunda labor realizada por tan ejemplar Pastor.

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido Mons. Antonio Arregui Yarza, Arzobispo de Guayaquil y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las que ha expresado vuestros sentimientos de afecto y comunión, así como los principales anhelos que animan vuestra misión de sucesores de los Apóstoles. También yo, movido por la solicitud de Pastor de la Iglesia universal, me siento muy unido a vuestras preocupaciones y os aliento a proseguir con esperanza la generosa entrega al servicio de las Comunidades diocesanas que se os han confiado.

2. Constato con satisfacción que una de las iniciativas pastorales que consideráis más urgentes para la Iglesia en Ecuador es la realización de la “gran misión” convocada por el Episcopado Latinoamericano en Aparecida (cf. Documento Conclusivo, n. 362), y que ha sido confirmada en el Tercer Congreso Americano Misionero, celebrado en Quito el pasado mes de agosto. El llamado que el Señor Jesús dirigió a sus discípulos, enviándoles a predicar su mensaje de salvación y hacer discípulos suyos a todos los pueblos (cf. Mt 28,16-20), debe ser para toda la comunidad eclesial un motivo constante de meditación y la razón de ser de toda acción pastoral. También hoy, como en todas las épocas y lugares, los hombres tienen necesidad de un encuentro personal con Cristo, en el que puedan experimentar la belleza de su vida y la verdad de su mensaje.

Para hacer frente a los numerosos desafíos de vuestra misión, y en medio de un ambiente cultural y social que parece olvidar las raíces espirituales más profundas de su identidad, os invito a abriros con docilidad a la acción del Espíritu Santo, para que, impulsados por su fuerza divina, se renueve el ardor misionero de los inicios de la predicación evangélica, así como del primer anuncio del Evangelio en vuestras tierras. Para ello, resulta necesario llevar a cabo un generoso esfuerzo de difusión de la Palabra de Dios, de tal manera que nadie se quede sin este imprescindible alimento espiritual, fuente de vida y de luz. La lectura y meditación de la Sagrada Escritura, en privado o en comunidad, llevará a la intensificación de la vida cristiana, así como a un renovado impulso apostólico en todos los fieles.

3. Por otra parte, sois plenamente conscientes de que este esfuerzo misionero se apoya de una manera especial en los sacerdotes. Como padres y hermanos, llenos de amor y de reconocimiento hacia vuestros presbíteros, debéis acompañarles con la oración, afecto y cercanía, asegurándoles, además, una adecuada formación permanente que les ayude a mantener vibrante su vida sacerdotal. Asimismo, seguid alentando a los religiosos en su testimonio de vida consagrada, que tantos frutos de santidad y de evangelización han dado en esas tierras, y animarles para que, fieles a su carisma y en plena comunión con los Pastores, prosigan en su abnegado servicio a la Iglesia.

226 Al mismo tiempo, y ante la escasez de clero en muchas zonas de vuestro país, estáis decididamente empeñados en implicar a todos los grupos, movimientos y personas de vuestras diócesis en una amplia y generosa pastoral vocacional, sembrando en los jóvenes la pasión por la figura de Jesús y los grandes ideales del Evangelio. Este esfuerzo ha de ir acompañado del máximo cuidado en la selección y en la preparación intelectual, humana y espiritual de los seminaristas. De esta manera, fieles a las enseñanzas del Magisterio y con la conciencia clara de ser ministros de Cristo Buen Pastor, podrán asumir con gozo y responsabilidad las exigencias del futuro ministerio.

4. En esta importante etapa de la historia, la Iglesia en Ecuador necesita un laicado maduro y comprometido que, con una sólida formación doctrinal y una profunda vida interior, viva su vocación específica: iluminar con la luz de Cristo toda la realidad humana, social, cultural y política (cf. Lumen gentium
LG 31).

A este respecto, quiero agradecer el esfuerzo que lleváis a cabo, no sin grandes sacrificios, para reclamar la atención de la sociedad sobre aquellos valores que hacen la vida humana más justa y solidaria. Si bien la actividad de la Iglesia no puede confundirse con el quehacer político (cf. Deus caritas est ), ha de ofrecer al conjunto de la comunidad humana su propia contribución a través de la reflexión y de los juicios morales, incluso sobre aquellas cuestiones políticas que afectan de modo especial a la dignidad de la persona (cf. Gaudium et spes GS 76). Entre ellas cabe destacar, también por su importancia para el futuro de vuestro pueblo, la promoción y estabilidad de la familia, fundada sobre el vínculo del amor entre un hombre y una mujer, la defensa de la vida humana desde el primer momento de su concepción hasta su término natural, así como la responsabilidad de los padres en la educación moral de sus hijos, en la que se transmite a las nuevas generaciones los grandes valores humanos y cristianos que han forjado la identidad de vuestros pueblos.

Os exhorto encarecidamente también a que prestéis una atención especial a la acción caritativa de vuestras Iglesias, en la que se haga presente el amor misericordioso de Cristo, sobre todo a las personas que pasan necesidad, los ancianos, los niños, los emigrantes, así como a las mujeres abandonadas o maltratadas.

5. Queridos Hermanos, la reciente canonización de santa Narcisa de Jesús Martillo Morán, pone de manifiesto la fecundidad espiritual de vuestras comunidades. Que el ejemplo y la intercesión de esta joven santa ecuatoriana conceda una renovada vitalidad y mayor celo apostólico a todas vuestras Iglesias particulares, para que llenas de fe y esperanza se lancen a la apasionante tarea de sembrar el Evangelio en el corazón de todos los hombres y mujeres de esa bendita tierra.

Al término de este encuentro fraterno, os reitero mi aliento en vuestra tarea pastoral y os ruego que llevéis el saludo y la cercanía del Papa a vuestros sacerdotes, diáconos y seminaristas, a los misioneros, religiosos y religiosas, y a todos los fieles laicos. Con estos fervientes deseos, e invocando la protección de la Virgen María, os imparto con afecto la bendición apostólica.


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE EL TEMA

"CONFIANZA EN LA RAZÓN" CON MOTIVO DEL X ANIVERSARIO DE LA ENCÍCLICA "FIDES ET RATIO"

Sala Clementina

Jueves 16 de octubre de 2008



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señoras,
ilustres señores:

227 Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del Congreso oportunamente organizado en el décimo aniversario de la encíclica Fides et ratio. Agradezco ante todo a monseñor Rino Fisichella las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de este encuentro. Me complace que en las jornadas de estudio de vuestro Congreso colaboren concretamente la Universidad Lateranense, la Academia pontificia de ciencias y la Conferencia mundial de instituciones universitarias católicas de filosofía. Esa colaboración es siempre deseable, sobre todo cuando se está llamado a dar razón de la propia fe ante los desafíos cada vez más complejos que afrontan los creyentes en el mundo contemporáneo.

A diez años de distancia, una mirada atenta a la encíclica Fides et ratio permite percibir con admiración su actualidad perdurable: en ella se revela la clarividente profundidad de mi inolvidable predecesor. En efecto, la encíclica se caracteriza por su gran apertura con respecto a la razón, sobre todo en una época en la que se ha teorizado la debilidad de la razón. Juan Pablo ii subraya en cambio la importancia de conjugar la fe y la razón en su relación recíproca, aunque respetando la esfera de autonomía propia de cada una.

La Iglesia, con este magisterio, se ha hecho intérprete de una exigencia emergente en el contexto cultural actual. Ha querido defender la fuerza de la razón y su capacidad de alcanzar la verdad, presentando una vez más la fe como una forma peculiar de conocimiento, gracias a la cual nos abrimos a la verdad de la Revelación (cf. Fides et ratio
FR 13). En la encíclica se lee que hay que tener confianza en la capacidad de la razón humana y no prefijarse metas demasiado modestas: "La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón" (FR 56).

Por lo demás, el paso del tiempo manifiesta cuántos objetivos ha sabido alcanzar la razón, movida por la pasión por la verdad. ¿Quién podría negar la contribución que los grandes sistemas filosóficos han dado al desarrollo de la autoconciencia del hombre y al progreso de las diversas culturas? Estas, por otra parte, se hacen fecundas cuando se abren a la verdad, permitiendo a cuantos participan en ellas alcanzar objetivos que hacen cada vez más humana la convivencia social. La búsqueda de la verdad da sus frutos sobre todo cuando está sostenida por el amor a la verdad. San Agustín escribió: "Lo que se posee con la mente se tiene conociéndolo, pero ningún bien se conoce perfectamente si no se ama perfectamente" (De diversis quaestionibus 35, 2).

Con todo, no podemos ignorar que se ha verificado un deslizamiento desde un pensamiento preferentemente especulativo a uno más experimental. La investigación se ha orientado sobre todo a la observación de la naturaleza tratando de descubrir sus secretos. El deseo de conocer la naturaleza se ha transformado después en la voluntad de reproducirla. Este cambio no ha sido indoloro: la evolución de los conceptos ha menoscabado la relación entre la fides y la ratio con la consecuencia de llevar a una y a otra a seguir caminos distintos. La conquista científica y tecnológica, con que la fides es cada vez más provocada a confrontarse, ha modificado el antiguo concepto de ratio; de algún modo, ha marginado a la razón que buscaba la verdad última de las cosas para dar lugar a una razón satisfecha con descubrir la verdad contingente de las leyes de la naturaleza.

La investigación científica tiene ciertamente su valor positivo. El descubrimiento y el incremento de las ciencias matemáticas, físicas, químicas y de las aplicadas son fruto de la razón y expresan la inteligencia con que el hombre consigue penetrar en las profundidades de la creación. La fe, por su parte, no teme el progreso de la ciencia y el desarrollo al que conducen sus conquistas, cuando estas tienen como fin al hombre, su bienestar y el progreso de toda la humanidad. Como recordaba el desconocido autor de la Carta a Diogneto: "Lo que mata no es el árbol de la ciencia, sino la desobediencia. No se tiene vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera" (XII, 2.4).

Sucede, sin embargo, que no siempre los científicos dirigen sus investigaciones a estos fines. La ganancia fácil, o peor aún, la arrogancia de sustituir al Creador desempeñan, a veces, un papel determinante. Esta es una forma de hybris de la razón, que puede asumir características peligrosas para la propia humanidad. La ciencia, por otra parte, no es capaz de elaborar principios éticos; puede sólo acogerlos en sí y reconocerlos como necesarios para erradicar sus eventuales patologías. En este contexto, la filosofía y la teología son ayudas indispensables con las que es preciso confrontarse para evitar que la ciencia avance sola por un sendero tortuoso, lleno de imprevistos y no privado de riesgos. Esto no significa en absoluto limitar la investigación científica o impedir a la técnica producir instrumentos de desarrollo; consiste, más bien, en mantener vigilante el sentido de responsabilidad que la razón y la fe poseen frente a la ciencia, para que permanezca en su estela de servicio al hombre.

La lección de san Agustín está siempre llena de significado, también en el contexto actual: "¿A qué llega —se pregunta el santo obispo de Hipona— quien sabe usar bien la razón, sino a la verdad? No es la verdad la que se alcanza a sí misma con el razonamiento, sino que a ella la buscan quienes usan la razón. (...) Confiesa que no eres tú la verdad, porque ella no se busca a sí misma; en cambio, tú no has llegado a ella pasando de un lugar a otro, sino buscándola con la disposición de la mente" (De vera religione, 39, 72). Equivale a decir: venga de donde venga la búsqueda de la verdad, permanece como dato que se ofrece y que puede ser reconocido ya presente en la naturaleza. De hecho, la inteligibilidad de la creación no es fruto del esfuerzo del científico, sino condición que se le ofrece para permitirle descubrir la verdad presente en ella. "El razonamiento no crea estas verdades —continúa san Agustín en su reflexión— sino que las descubre. Por tanto, estas subsisten en sí antes incluso de ser descubiertas, y una vez descubiertas nos renuevan" (ib., 39, 73). En síntesis, la razón debe cumplir plenamente su recorrido, con su plena autonomía y su rica tradición de pensamiento.

La razón, por otro lado, siente y descubre que, más allá de lo que ya ha alcanzado y conquistado, existe una verdad que nunca podrá descubrir partiendo de sí misma, sino sólo recibir como don gratuito. La verdad de la Revelación no se sobrepone a la alcanzada por la razón; más bien purifica la razón y la exalta, permitiéndole así dilatar sus propios espacios para insertarse en un campo de investigación insondable como el misterio mismo. La verdad revelada, en la "plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), tomó el rostro de una persona, Jesús de Nazaret, que trae la respuesta última y definitiva a la pregunta de sentido de todo hombre. La verdad de Cristo, en cuanto toca a cada persona que busca la alegría, la felicidad y el sentido, supera ampliamente cualquier otra verdad que la razón pueda encontrar. Por tanto, en torno al misterio es donde la fides y la ratio encuentran la posibilidad real de un trayecto común.

En estos días está teniendo lugar el Sínodo de los obispos sobre el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". ¿Cómo no ver la coincidencia providencial de este momento con vuestro Congreso? La pasión por la verdad nos impulsa a volver a entrar en nosotros mismos para captar en el interior del hombre el sentido profundo de nuestra vida. Una filosofía verdadera conducirá de la mano a cada persona para hacerle descubrir cuán fundamental es para su propia dignidad conocer la verdad de la Revelación. Ante esta exigencia de sentido que no da tregua hasta que no desemboca en Jesucristo, la Palabra de Dios revela su carácter de respuesta definitiva. Una Palabra de revelación que se convierte en vida y que pide ser acogida como fuente inagotable de verdad.

A la vez que deseo a cada uno que sienta siempre en sí esta pasión por la verdad y haga cuanto esté a su alcance para satisfacer sus exigencias, quiero aseguraros que sigo con aprecio y simpatía vuestro trabajo, acompañando vuestra investigación también con mi oración. Para confirmar estos sentimientos, de buen grado os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.

PRIMERAS VÍSPERAS DEL XXIX DOMINGO "PER ANNUM"

PRESIDIDAS POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

CON MOTIVO DE LA PARTICIPACIÓN

DEL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I

EN LA XII ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

AL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I

Capilla Sixtina

228

Sábado 18 de octubre de 2008



Santidad:

De todo corazón quiero darle las gracias por sus palabras. El aplauso de los padres ha sido mucho más que una expresión de cortesía; ha sido verdaderamente expresión de una profunda alegría espiritual y de una experiencia viva de nuestra comunión. En este momento hemos vivido realmente el "Sínodo": hemos estado juntos en camino en la tierra de la Palabra divina bajo la guía de Vuestra Santidad y hemos gustado de su belleza, con la gran alegría de ser oyentes de la Palabra de Dios, de habernos confrontado con este don de su Palabra.

Todo lo que usted ha dicho estaba profundamente impregnado del espíritu de los Padres, de la sagrada liturgia, y precisamente por esta razón estaba también fuertemente contextualizado en nuestro tiempo, con un gran realismo cristiano que nos hace ver sus desafíos. Hemos visto que ir al corazón de la Sagrada Escritura, encontrar realmente la Palabra en las palabras, penetrar en la Palabra de Dios, abre también los ojos para ver nuestro mundo, para ver la realidad actual.

Y esta ha sido además una experiencia gozosa, una experiencia de unidad, tal vez no perfecta, pero sí verdadera y profunda. He pensado: vuestros Padres, que usted ha citado ampliamente, son también nuestros Padres, y los nuestros son también los vuestros. Si tenemos Padres comunes, ¿cómo podríamos no ser hermanos entre nosotros? Gracias Santidad. Sus palabras nos acompañarán en el trabajo de la próxima semana, nos iluminarán; y también durante la próxima semana —y más allá de ella— estaremos en camino común con usted.

Gracias, Santidad.


VISITA PASTORAL AL PONTIFICIO SANTUARIO DE POMPEYA

REZO DEL SANTO ROSARIO

Domingo 19 de octubre de 2008



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos religiosos y religiosas;
queridos hermanos y hermanas:


Discursos 2008 222