Discursos 2008 242

AL SEÑOR WANG LARRY YU-YUAN, NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE CHINA ANTE LA SANTA SEDE

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Sábado 8 de noviembre de 2008



Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida al inicio de su misión y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de China ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras y el saludo que me ha traído de parte del presidente Ying-jeou Ma. Le ruego que le transmita mi felicitación por su reciente elección y la seguridad de mis oraciones por él, el primer católico en ser elegido presidente de la República, y por todos los habitantes de Taiwan.

El gobierno de Taipei tiene un profundo sentido de pertenencia a una comunidad mundial, a una familia humana global. Lo expresa de muchas formas, entre ellas mediante la generosidad con que suministra ayuda y alivia las emergencias de las naciones más pobres. A este respecto, su país da una valiosa contribución a la construcción de un mundo más seguro y estable. La Santa Sede se alegra de cooperar con todos los que tratan de promover la paz, la prosperidad y el desarrollo, y aprecia el compromiso de la República de China en favor de esa noble causa.

Aunque los católicos en la República de China representen poco más del uno por ciento de la población, desean desempeñar su papel en la construcción de una sociedad humana, justa y caracterizada por un auténtico interés en el bienestar de los miembros más débiles de la comunidad. Forma parte de la misión de la Iglesia compartir su ser "experta en humanidad" con todas las personas de buena voluntad para contribuir al bienestar de la familia humana.

La Iglesia da su contribución de modo especial en los campos de la educación, la salud y la ayuda caritativa. El compromiso firme de su Gobierno en favor de la libertad religiosa ha permitido a la Iglesia cumplir su misión de amor y servicio, y expresarse abiertamente a través del culto y el anuncio del Evangelio. En nombre de todos los católicos de Taiwan deseo manifestar mi aprecio por esta libertad de la que goza la Iglesia.

En las poblaciones de Asia, gracias a su "intuición espiritual innata" y a su "sabiduría moral" (Ecclesia in Asia ), hay una gran vitalidad religiosa y capacidad de renovación. Por eso esa tierra es particularmente fértil para que el diálogo interreligioso arraigue y crezca. Los asiáticos siguen demostrando "una apertura natural al enriquecimiento recíproco de los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas" (ib.). En el mundo actual es muy importante que pueblos diferentes sean capaces de escucharse en un clima de respeto y dignidad, conscientes de que su humanidad común es un vínculo mucho más profundo que los cambios culturales que los dividen. Ese crecimiento en el entendimiento mutuo presta un servicio muy necesario a la sociedad en general. "Al dar testimonio de las verdades morales que tienen en común con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, los grupos religiosos ejercen una influencia positiva sobre la cultura en su sentido más amplio" (Discurso durante el encuentro interreligioso, Washington, el 17 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 9).

Un diálogo sincero y constructivo es también la clave para la solución de los conflictos que amenazan la estabilidad de nuestro mundo. A este respecto, la Santa Sede se congratula por los recientes progresos en las relaciones entre Taiwan y la China continental. De hecho, la Iglesia católica desea promover soluciones pacíficas a conflictos de todo tipo, "prestando atención y estímulo también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación" (Discurso a la Asamblea general de las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 10). Así quiere apoyar los esfuerzos de los gobiernos de convertirse en "firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de paz" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 16: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2006, p. 6).

Excelencia, le aseguro mis mejores deseos y mis oraciones por el éxito de la misión diplomática que comienza hoy. En todo momento los diversos organismos de la Curia romana están dispuestos a ofrecerle su ayuda y apoyo en el cumplimiento de sus tareas. Con sentimientos de sincera estima, invoco abundantes bendiciones de Dios sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo de Taiwan.




A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE PÍO XII ORGANIZADO POR LAS UNIVERSIDADES LATERANENSE Y GREGORIANA

Sala Clementina

Sábado 8 de noviembre de 2008



243 Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros con ocasión del congreso sobre: "La herencia del magisterio de Pío XII y el concilio Vaticano II", organizado por la Pontificia Universidad Lateranense juntamente con la Pontificia Universidad Gregoriana. Es un congreso importante por el tema que afronta y por las personas eruditas, procedentes de varias naciones, que participan en él. Al dirigir a cada uno mi cordial saludo, doy las gracias en particular a monseñor Rino Fisichella, rector magnífico de la Universidad Lateranense, y al padre Gianfranco Ghirlanda, rector de la Universidad Gregoriana, por las amables palabras con que han interpretado los sentimientos comunes.

He apreciado el comprometedor tema en el que habéis concentrado vuestra atención. En los últimos años, cuando se ha hablado de Pío XII, la atención se ha concentrado de modo excesivo en una sola problemática, por lo demás tratada de modo más bien unilateral. Prescindiendo de cualquier otra consideración, eso ha impedido un acercamiento adecuado a una figura de gran relevancia histórico-teológica como es la del Papa Pío XII. El conjunto de la imponente actividad llevada a cabo por este Pontífice, y de modo muy especial su magisterio, sobre el que habéis reflexionado en estos días, son una prueba elocuente de lo que acabo de afirmar. En efecto, su magisterio se caracteriza por una enorme y benéfica amplitud, así como por su excepcional calidad, de forma que se puede decir muy bien que constituye una valiosa herencia que la Iglesia ha atesorado y sigue atesorando.

He hablado de "enorme y benéfica amplitud" de este magisterio. Baste recordar, al respecto, las encíclicas y los numerosísimos discursos y radiomensajes contenidos en los veinte volúmenes de sus "Enseñanzas". Son más de cuarenta las encíclicas que publicó. Entre ellas destaca la Mystici Corporis, en la que el Papa afronta el tema de la verdadera e íntima naturaleza de la Iglesia. Con una amplia investigación pone de relieve nuestra profunda unión ontológica con Cristo y —en él, por él y con él— con todos los demás fieles animados por su Espíritu, que se alimentan de su Cuerpo y, transformados en él, le permiten seguir extendiendo en el mundo su obra salvífica. Íntimamente vinculadas con la Mystici Corporis están otras dos encíclicas: la Divino afflante Spiritu sobre la Sagrada Escritura y la Mediator Dei sobre la sagrada liturgia, en las que se presentan las dos fuentes en las que deben beber quienes pertenecen a Cristo, Cabeza del Cuerpo místico que es la Iglesia.

En este contexto de amplias dimensiones, Pío XII trató sobre las diversas clases de personas que, por voluntad del Señor, forman parte de la Iglesia, aunque con vocaciones y tareas diferentes: los sacerdotes, los religiosos y los laicos. Así, emanó sabias normas sobre la formación de los sacerdotes, que se deben caracterizar por el amor personal a Cristo, la sencillez y la sobriedad de vida, la lealtad con sus obispos y la disponibilidad con respecto a quienes están encomendados a sus cuidados pastorales.

En la encíclica Sacra virginitas y en otros documentos sobre la vida religiosa, Pío XII puso claramente de manifiesto la excelencia del "don" que Dios concede a ciertas personas invitándolas a consagrarse totalmente a su servicio y al del prójimo en la Iglesia. Desde esta perspectiva, el Papa insiste fuertemente en la necesidad de volver al Evangelio y al auténtico carisma de los fundadores y de las fundadoras de las diversas Órdenes y congregaciones religiosas, aludiendo también a la necesidad de algunas sanas reformas.

Fueron numerosas las ocasiones en que Pío XII trató acerca de la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, aprovechando en particular los grandes congresos internacionales dedicados a estos temas. De buen grado afrontaba los problemas de cada una de las profesiones, indicando por ejemplo los deberes de los jueces, de los abogados, de los agentes sociales, de los médicos: a estos últimos el Sumo Pontífice dedicó numerosos discursos, ilustrando las normas deontológicas que deben respetar en su actividad.

En la encíclica Miranda prorsus el Papa puso de relieve la gran importancia de los medios modernos de comunicación, que de un modo cada vez más incisivo estaban influyendo en la opinión pública. Precisamente por esto, el Sumo Pontífice, que valoró al máximo la nueva invención de la Radio, subrayaba el deber de los periodistas de proporcionar informaciones verídicas y respetuosas de las normas morales.

Pío XII prestó también atención a las ciencias y a los extraordinarios progresos llevados a cabo por ellas. Aun admirando las conquistas logradas en algunos campos, el Papa no dejó de poner en guardia ante los peligros que podía implicar una investigación no atenta a los valores morales. Baste un solo ejemplo: fue célebre el discurso que pronunció sobre la fisión de los átomos ya realizada. Sin embargo, con extraordinaria clarividencia, el Papa advirtió de la necesidad de impedir a toda costa que estos geniales progresos científicos fueran utilizados para la construcción de armas mortíferas que podrían provocar enormes catástrofes e incluso la destrucción total de la humanidad.
244 Y no podemos menos de recordar los largos e inspirados discursos sobre el anhelado nuevo orden de la sociedad civil, nacional e internacional, para el que indicaba como fundamento imprescindible la justicia, verdadero presupuesto para una convivencia pacífica entre los pueblos: "opus iustitiae pax".

Merece también una mención especial la enseñanza mariológica de Pío XII, que alcanzó su culmen en la proclamación del dogma de la Asunción de María santísima, por medio del cual el Santo Padre quería subrayar la dimensión escatológica de nuestra existencia y exaltar igualmente la dignidad de la mujer.

Y ¿qué decir de la calidad de la enseñanza de Pío XII? Era contrario a las improvisaciones: escribía cada discurso con sumo esmero, sopesando cada frase y cada palabra antes de pronunciarla en público. Estudiaba atentamente las diversas cuestiones y tenía la costumbre de pedir consejo a eminentes especialistas, cuando se trataba de temas que exigían una competencia particular. Por naturaleza e índole, Pío XII era un hombre mesurado y realista, alejado de fáciles optimismos, pero también estaba inmune del peligro del pesimismo, impropio de un creyente. Odiaba las polémicas estériles y desconfiaba profundamente del fanatismo y del sentimentalismo.

Estas actitudes interiores dan razón del valor y la profundidad, así como de la fiabilidad de su enseñanza, y explican la adhesión confiada que le prestaban no sólo los fieles, sino también numerosas personas que no pertenecían a la Iglesia. Considerando la gran amplitud y la elevada calidad del magisterio de Pío XII, cabe preguntarse cómo lograba hacer tanto, dado que debía dedicarse a las demás numerosas tareas relacionadas con su oficio de Sumo Pontífice: el gobierno diario de la Iglesia, los nombramientos y las visitas de los obispos, las visitas de jefes de Estado y de diplomáticos, las innumerables audiencias concedidas a personas particulares y a grupos muy diversos.

Todos reconocen que Pío XII poseía una inteligencia poco común, una memoria de hierro, una singular familiaridad con las lenguas extranjeras y una notable sensibilidad. Se ha dicho que era un diplomático consumado, un jurista eminente y un óptimo teólogo. Todo esto es verdad, pero eso no lo explica todo. En él se daba también un continuo esfuerzo y una firme voluntad de entregarse a Dios sin escatimar nada y sin cuidar su salud enfermiza.

Este fue el verdadero motivo de su comportamiento: todo nacía del amor a su Señor Jesucristo y del amor a la Iglesia y a la humanidad. En efecto, era ante todo el sacerdote en constante e íntima unión con Dios, el sacerdote que encontraba la fuerza para su enorme trabajo en largos ratos de oración ante el Santísimo Sacramento, en diálogo silencioso con su Creador y Redentor. Allí tenía origen e impulso su magisterio, como por lo demás todas sus restantes actividades.

Así pues, no debe sorprender que su enseñanza siga difundiendo también hoy luz en la Iglesia. Ya han transcurrido cincuenta años desde su muerte, pero su poliédrico y fecundo magisterio sigue teniendo un valor inestimable también para los cristianos de hoy. Ciertamente, la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, es un organismo vivo y vital, y no ha quedado inmóvil en lo que era hace cincuenta años. Pero el desarrollo se realiza con coherencia. Por eso, la herencia del magisterio de Pío XII fue recogida por el concilio Vaticano II y propuesta de nuevo a las generaciones cristianas sucesivas.

Es sabido que en las intervenciones orales y escritas presentadas por los padres del concilio Vaticano II se registran más de mil referencias al magisterio de Pío XII. No todos los documentos del Concilio tienen aparato de notas, pero en los documentos que lo tienen, el nombre de Pío XII aparece más de doscientas veces. Eso quiere decir que, con excepción de la Sagrada Escritura, este Papa es la fuente autorizada que se cita con más frecuencia.

Además, se sabe que, por lo general, las notas de esos documentos no son simples referencias explicativas, sino que a menudo constituyen auténticas partes integrantes de los textos conciliares; no sólo proporcionan justificaciones para apoyar lo que se afirma en el texto, sino que ofrecen asimismo una clave para su interpretación.

Así pues, podemos muy bien decir que, en la persona del Sumo Pontífice Pío XII, el Señor hizo a su Iglesia un don excepcional, por el que todos debemos estarle agradecidos. Por tanto, renuevo la expresión de mi aprecio por el importante trabajo que habéis realizado en la preparación y en el desarrollo de este congreso internacional sobre el magisterio de Pío XII y deseo que se siga reflexionando sobre la valiosa herencia que dejó a la Iglesia este inmortal Pontífice, para sacar provechosas aplicaciones a los problemas que surgen en la actualidad. Con este deseo, a la vez que invoco sobre vuestro esfuerzo la ayuda del Señor, de corazón imparto a cada uno mi bendición.


A LOS OBISPOS DE BOLIVIA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Sala del Consistorio

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Lunes 10 de noviembre de 2008



Señor cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado:

Tengo el gozo de recibiros, obispos de Bolivia, que habéis venido a Roma en visita ad limina, a orar ante los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo, y renovar los lazos de unidad, amor y paz con el Sucesor de Pedro (cf. Lumen gentium LG 22). Agradezco de corazón al Señor Cardenal Julio Terrazas Sandoval, Arzobispo de Santa Cruz de la Sierra y Presidente de la Conferencia Episcopal, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Deseo, antes de nada, manifestaros mi aprecio y aseguraros mi aliento en el generoso servicio que prestáis a la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios.

Conozco bien las difíciles circunstancias que afectan a los fieles y ciudadanos de vuestro país desde hace algún tiempo, y que en estos momentos parecen agudizarse aún más. Son ciertamente motivo de preocupación y de especial solicitud pastoral para la Iglesia, que ha sabido acompañar muy de cerca a todos los bolivianos en situaciones delicadas, con el único fin de mantener la esperanza, avivar la fe, fomentar la unidad, exhortar a la reconciliación y salvaguardar la paz. Con sus esfuerzos en esta tarea, llevada a cabo de manera fraterna, unánime y coordinada, los Pastores recuerdan la parábola evangélica del sembrador, que esparce la semilla abundante e incansablemente, sin pensar en cálculos anticipados sobre el fruto que podrá recabar para sí de su trabajo (cf. Lc 8,4ss).

Tampoco faltan otros desafíos en vuestro quehacer pastoral, pues la fe plantada en la tierra boliviana necesita siempre alimentarse y fortalecerse, especialmente cuando se perciben signos de un cierto debilitamiento de la vida cristiana por factores de origen diverso, una extendida incoherencia entre la fe profesada y las pautas de vida personal y social, o una formación superficial que deja expuestos a los bautizados al influjo de promesas deslumbrantes pero vacías.

Para afrontar estos retos, la Iglesia en Bolivia cuenta con un medio poderoso, como es la devoción popular, ese precioso tesoro acumulado durante siglos gracias a la labor de misioneros audaces y mantenido con entrañable fidelidad por generaciones en las familias bolivianas. Es un don que ha de ser ciertamente custodiado y promovido hoy, como sé que se está haciendo con esmero y dedicación, pero que requiere un esfuerzo constante para que el valor de los signos penetre en lo hondo del corazón, esté siempre iluminado por la Palabra de Dios y se transforme en convicciones firmes de fe, consolidada por los sacramentos y la fidelidad a los valores morales. En efecto, es necesario cultivar una fe madura y “una firme esperanza para vivir de manera responsable y gozosa la fe e irradiarla así en el propio ambiente” (Discurso en la sesión inaugural de los trabajos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo de 2007).

Para lograr esto se necesita una catequesis sistemática, generalizada y penetrante, que enseñe clara e íntegramente la fe católica. Este año paulino que estamos celebrando es una ocasión privilegiada para imitar el vigor apostólico y misionero de este gran Apóstol, que nunca se acobardó a la hora de anunciar en toda su integridad el designio de Dios, como dice a los Pastores de Mileto (cf. Ac 20,27). En efecto, una enseñanza parcial o incompleta del mensaje evangélico no se corresponde con la misión propia de la Iglesia ni puede ser fecunda.

También una educación general de calidad, que comprenda la dimensión espiritual y religiosa de la persona, contribuye poderosamente a poner cimientos firmes al crecimiento en la fe. La Iglesia en Bolivia tiene numerosas instituciones educativas, algunas de gran prestigio, que han de seguir contando con la atención de sus Pastores para que mantengan y sean respetadas en su propia identidad. En todo caso, no se ha de olvidar que “todos los cristianos, puesto que mediante la regeneración por el agua y el Espíritu se han convertido en una criatura nueva y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana” (Gravissimum educationis GE 2).

Me alegra constatar vuestros esfuerzos para ofrecer a los seminaristas una sólida formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, proporcionándoles sacerdotes idóneos para acompañarlos en su discernimiento vocacional y cuidar de su segura idoneidad y competencia. Este criterio, siempre necesario, se hace más imperioso aún en el momento actual, proclive a la dispersión en las informaciones y a la disipación de la interioridad profunda, donde el ser humano tiene una ley escrita por Dios (cf. Gaudium et spes GS 16). Por ello es necesario también un seguimiento posterior para garantizar la formación permanente del clero, así como de los demás agentes de pastoral, que alimente constantemente su vida espiritual e impida que su labor caiga en la rutina o la superficialidad. Ellos están llamados a mostrar a los fieles, desde su propia experiencia, que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63), “de lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo?” (Discurso en la sesión inaugural, Aparecida).

En la reciente Asamblea del Sínodo de los Obispos se ha subrayado precisamente que “la tarea prioritaria de la Iglesia, al inicio de este nuevo milenio, consiste ante todo en alimentarse de la Palabra de Dios, para hacer eficaz el compromiso de la nueva evangelización, el anuncio en nuestro tiempo” (Homilía en la Misa conclusiva, 26 de octubre de 2008). Así, pues, os encomiendo encarecidamente que en las homilías, catequesis y celebraciones en las parroquias y en tantas pequeñas comunidades dispersas, pero con sus significativas capillas, como se ven en vuestras tierras, la proclamación fiel, la escucha y la meditación de la Escritura esté siempre en primer plano, pues en ello encuentra el Pueblo de Dios su razón de ser, su vocación y su identidad.

246 De la escucha dócil de la Palabra divina nace el amor al prójimo y, con él, el servicio desinteresado a los hermanos (cf. ibíd.), un aspecto que ocupa un puesto muy relevante en la acción pastoral en Bolivia, ante la situación de pobreza, marginación o desamparo de buena parte de la población. La comunidad eclesial ha dado muestra de tener, como el buen Samaritano, un gran “corazón que ve” al hermano en dificultad y, a través de innumerables obras y proyectos, acude solícitamente en su ayuda. Sabe que “el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en que creemos y que nos impulsa a amar” (Deus caritas est ). En este sentido, por decirlo así, es también un “corazón que habla”, que lleva en sí mismo la Palabra que anida muy dentro de su ser y a la que no puede renunciar aunque a veces deba permanecer en silencio. De este modo, si la fraternidad con los hermanos más necesitados nos hace discípulos aventajados del Maestro, la especial entrega y preocupación por ellos nos convierte en misioneros del Amor.

Al terminar este encuentro, deseo reiterar mi aliento en la misión que desempeñáis como guías de la Iglesia en Bolivia, así como en el espíritu de comunión y concordia entre vosotros. Una comunión enriquecida con los especiales vínculos de estrecha fraternidad con otras Iglesias particulares, algunas en tierras lejanas, pero que desean compartir con vosotros los gozos y esperanzas de la evangelización en ese país. Llevad mi saludo y gratitud a los obispos eméritos, a los sacerdotes y seminaristas, a los numerosos religiosos y religiosas que enriquecen y avivan vuestras comunidades cristianas, a los catequistas y demás colaboradores en la tarea de llevar la luz del Evangelio a los bolivianos.

Encomiendo vuestras intenciones a la Santísima Virgen María, tan venerada por el pueblo boliviano en numerosos santuarios marianos, y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.




A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

Sala del Consistorio

Sábado 15 de noviembre de 2008




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme hoy con todos vosotros, miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, reunidos en asamblea plenaria. Saludo al señor cardenal Stanislaw Rylko y a monseñor Josef Clemens, presidente y secretario del dicasterio, y juntamente con ellos a los demás prelados presentes. Doy una bienvenida especial a los fieles laicos provenientes de diversas experiencias apostólicas y de diferentes contextos sociales y culturales. El tema elegido para vuestra asamblea —"A veinte años de la Christifideles laici: memoria, desarrollo, nuevos desafíos y tareas"— nos introduce directamente en el servicio que vuestro dicasterio está llamado a prestar a la Iglesia para el bien de los fieles laicos de todo el mundo.

La exhortación apostólica Christifideles laici, definida la charta magna del laicado católico en nuestro tiempo, es el fruto maduro de las reflexiones y del intercambio de experiencias y de propuestas de la VII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que tuvo lugar en el mes de octubre de 1987 sobre el tema: "Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo". Se trata de una relectura orgánica de las enseñanzas del concilio Vaticano ii concernientes a los laicos —su dignidad de bautizados, su vocación a la santidad, su pertenencia a la comunión eclesial, su participación en la edificación de las comunidades cristianas y en la misión de la Iglesia, su testimonio en todos los ambientes sociales y su compromiso al servicio de la persona para su crecimiento integral y para el bien común de la sociedad—, temas presentes sobre todo en las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, así como en el decreto Apostolicam actuositatem.

La Christifideles laici, a la vez que retoma las enseñanzas del Concilio, orienta el discernimiento, la profundización y la orientación del compromiso laical en la Iglesia ante los cambios sociales de estos años. En muchas Iglesias particulares se ha desarrollado la participación de los laicos gracias a los consejos pastorales, diocesanos y parroquiales, revelándose como muy positiva por estar animada por un auténtico sensus Ecclesiae. La viva conciencia de la dimensión carismática de la Iglesia ha llevado a apreciar y valorar tanto los carismas más simples que la Providencia de Dios otorga a las personas como los que aportan gran fecundidad espiritual, educativa y misionera.

247 No es casualidad que el documento reconozca y aliente "una nueva época asociativa de los fieles laicos", signo de la "riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial" (CL 29), indicando los "criterios de eclesialidad" que son necesarios, por una parte, para el discernimiento de los pastores y, por otra, para el crecimiento de la vida de las asociaciones de fieles, de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades.

A este respecto, deseo agradecer al Consejo pontificio para los laicos, de modo muy especial, el trabajo realizado durante los decenios pasados para acoger, acompañar, discernir, reconocer y animar estas realidades eclesiales, favoreciendo la profundización de su identidad católica, ayudándoles a insertarse más plenamente en la gran tradición y en el entramado vivo de la Iglesia, y secundando su desarrollo misionero.

Hablar del laicado católico significa referirse a innumerables personas bautizadas, comprometidas en múltiples y diferentes situaciones para crecer como discípulos y testigos del Señor y redescubrir y experimentar la belleza de la verdad y la alegría de ser cristianos. La actual condición cultural y social hace aún más urgente esta acción apostólica para compartir en plenitud el tesoro de gracia y santidad, de caridad, doctrina, cultura y obras, que implica el flujo de la tradición católica. Las nuevas generaciones no sólo son destinatarias preferenciales de esta transmisión y comunión, sino también sujetos que esperan en su corazón propuestas de verdad y de felicidad para poder dar testimonio cristiano de ellas, como sucede ya de modo admirable. Yo mismo fui nuevamente testigo de ello en Sydney, en la reciente Jornada mundial de la juventud. Por eso, aliento al Consejo pontificio para los laicos a proseguir la obra de esta providencial peregrinación global de los jóvenes en nombre de Cristo, y a esforzarse por promover en todas partes una auténtica educación y pastoral juvenil.

También conozco vuestro compromiso en cuestiones de especial importancia, como la dignidad y la participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y de la sociedad. En otra ocasión ya manifesté mi aprecio por el congreso que organizasteis a veinte años de la promulgación de la carta apostólica Mulieris dignitatem, sobre el tema: "Mujer y hombre: el humanum en su totalidad". El hombre y la mujer, iguales en dignidad, están llamados a enriquecerse recíprocamente en comunión y colaboración, no sólo en el matrimonio y en la familia, sino también en todas las dimensiones de la sociedad. A las mujeres cristianas se les pide conciencia y valentía para afrontar tareas exigentes, para las cuales, sin embargo, no les falta el apoyo de una notable propensión a la santidad, de una especial agudeza en el discernimiento de las corrientes culturales de nuestro tiempo, y de una pasión particular por el cuidado de lo humano, característica de ellas. Nunca se ponderará suficientemente lo mucho que la Iglesia reconoce, aprecia y valora la participación de las mujeres en su misión de servicio a la difusión del Evangelio.

Permitidme, queridos amigos, una última reflexión concerniente a la índole secular, que es característica de los fieles laicos. En el entramado de la vida familiar, laboral y social, el mundo es lugar teológico, ámbito y medio de realización de su vocación y misión (cf. Christifideles laici CL 15-17). Todos los ambientes, las circunstancias y las actividades en los que se espera que resplandezca la unidad entre la fe y la vida están encomendados a la responsabilidad de los fieles laicos, movidos por el deseo de comunicar el don del encuentro con Cristo y la certeza de la dignidad de la persona humana.

A ellos les corresponde dar testimonio de la caridad, especialmente a los más pobres, a los que sufren y a los necesitados, así como asumir todos los compromisos cristianos destinados a crear condiciones de justicia y paz cada vez mayores en la convivencia humana, de modo que se abran nuevas fronteras al Evangelio. Por tanto, pido al Consejo pontificio para los laicos que siga con diligente cuidado pastoral la formación, el testimonio y la colaboración de los fieles laicos en las más diversas situaciones en las que está en juego la auténtica calidad humana de la vida en la sociedad.
De modo particular, reafirmo la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y celo de servicio para el bien común.

El trabajo en la gran viña del Señor necesita christifideles laici que, como la santísima Virgen María, digan y vivan el fiat al plan de Dios en su vida. Así pues, con esta perspectiva os agradezco vuestra valiosa aportación a una causa tan noble, y de corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.




A LOS PARTICIPANTES EN LA XXIII CONFERENCIA INTERNACIONAL


ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LA PASTORAL DE LA SALUD



Sala Clementina


Sábado 15 de noviembre de 2008




Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres profesores;
248 queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la Conferencia internacional anual organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, que ha llegado a su vigésima tercera edición. Saludo cordialmente al cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del dicasterio, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Extiendo mi gratitud al secretario, a los colaboradores de este Consejo pontificio, a los relatores, a las autoridades académicas, a las personalidades, a los responsables de los centros de atención médica, a los agentes sanitarios y a los que han prestado su colaboración, participando de distintas maneras en la realización del congreso, que este año tiene como tema: "La pastoral en el cuidado de los niños enfermos".

Estoy seguro de que estos días de reflexión y confrontación sobre un tema tan actual contribuirán a sensibilizar la opinión pública sobre el deber de dedicar a los niños todas las atenciones necesarias para su armonioso desarrollo físico y espiritual. Si esto vale para todos los niños, tiene más valor aún para los enfermos y necesitados de cuidados médicos especiales.

El tema de vuestra Conferencia, que concluye hoy, gracias a la aportación de expertos de fama mundial y de personas que están en contacto directo con la infancia en dificultad, os ha permitido poner de relieve la difícil situación en la que sigue encontrándose un número muy notable de niños en vastas regiones de la tierra, y sugerir cuáles son las intervenciones necesarias, más aún, urgentes, para acudir en su ayuda. Ciertamente, los progresos de la medicina durante los últimos cincuenta años han sido notables: han llevado a una considerable reducción de la mortalidad infantil, aunque aún queda mucho por hacer desde este punto de vista. Basta recordar, como habéis observado, que cada año mueren cuatro millones de recién nacidos con menos de veintiséis días de vida.

En este contexto, el cuidado del niño enfermo representa un asunto que no puede menos de suscitar el atento interés de cuantos se dedican a la pastoral de la salud. Es indispensable un esmerado análisis de la situación actual para emprender, o continuar, una acción decidida para prevenir en la medida de lo posible las enfermedades y, cuando ya están contraídas, a curar a los niños enfermos con los más modernos descubrimientos de la ciencia médica, así como a promover mejores condiciones higiénico-sanitarias, sobre todo en los países menos favorecidos. El desafío hoy consiste en conjurar la aparición de muchas patologías antes típicas de la infancia y, en general, favorecer el crecimiento, el desarrollo y el mantenimiento de un estado de salud conveniente para todos los niños.

En esta vasta acción todos están implicados: familias, médicos y agentes sociales y sanitarios. La investigación médica se encuentra a veces ante opciones difíciles cuando se trata, por ejemplo, de lograr un buen equilibrio entre insistencia y desistencia terapéutica para garantizar los tratamientos adecuados a las necesidades reales de los pequeños pacientes, sin caer en la tentación del experimentalismo. No es superfluo recordar que toda intervención médica debe buscar siempre el verdadero bien del niño, considerado en su dignidad de sujeto humano con plenos derechos. Por tanto, es necesario cuidarlo siempre con amor, para ayudarle a afrontar el sufrimiento y la enfermedad, incluso antes del nacimiento, de modo adecuado a su situación.

Además, teniendo en cuenta el impacto emotivo debido a la enfermedad y a los tratamientos a los que se somete al niño, los cuales a menudo resultan particularmente invasores, es importante garantizarle una comunicación constante con sus familiares. Si los agentes sanitarios, médicos y enfermeros, sienten el peso del sufrimiento de los pequeños pacientes a los que atienden, se puede imaginar muy bien ¡cuánto más fuerte es el dolor que viven los padres! Los aspectos sanitario y humano jamás deben separarse, y toda estructura asistencial y sanitaria, sobre todo si está animada por un auténtico espíritu cristiano, tiene el deber de ofrecer lo mejor en competencia y humanidad. El enfermo, de modo especial el niño, comprende sobre todo el lenguaje de la ternura y del amor, expresado a través de un servicio solícito, paciente y generoso, animado en los creyentes por el deseo de manifestar la misma predilección que Jesús sentía por los niños.

"Maxima debetur puero reverentia" (Juvenal, Sátira XIV, v. 479). Ya los antiguos reconocían la importancia de respetar al niño, don y bien precioso para la sociedad, al que se debe reconocer la dignidad humana que posee plenamente ya desde el momento en que, antes de nacer, se encuentra en el seno materno. Todo ser humano tiene valor en sí mismo, porque ha sido creado a imagen de Dios, a cuyos ojos es tanto más valioso cuanto más débil aparece a la mirada del hombre. Por eso, ¡con cuánto amor hay que acoger incluso a un niño aún no nacido y ya afectado por patologías médicas! "Sinite parvulos venire ad me", dice Jesús en el evangelio (cf.
Mc 10,14), mostrándonos cuál debe ser la actitud de respeto y acogida con la que hay que tratar a todo niño, especialmente cuando es débil y tiene dificultades, cuando sufre y está indefenso. Pienso, sobre todo, en los niños huérfanos o abandonados a causa de la miseria y la disgregación familiar; pienso en los niños víctimas inocentes del sida, de la guerra o de los numerosos conflictos armados existentes en diversas partes del mundo; pienso en la infancia que muere a causa de la miseria, de la sequía y del hambre. La Iglesia no olvida a estos hijos suyos más pequeños y si, por una parte, alaba las iniciativas de las naciones más ricas para mejorar las condiciones de su desarrollo, por otra, siente con fuerza el deber de invitar a prestar mayor atención a estos hermanos nuestros, para que gracias a nuestra solidaridad común puedan mirar la vida con confianza y esperanza.

Queridos hermanos y hermanas, a la vez que expreso el deseo de que numerosas condiciones de desequilibrio aún existentes se solucionen cuanto antes con intervenciones resolutivas en favor de estos hermanos nuestros más pequeños, manifiesto mi profundo aprecio por quienes dedican energías personales y recursos materiales a su servicio. Pienso con particular gratitud en nuestro hospital del "Niño Jesús" y en las numerosas asociaciones e instituciones socio-sanitarias católicas, las cuales, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, buen Samaritano, y animadas por su caridad, dan apoyo y alivio humano, moral y espiritual a numerosos niños que sufren, amados por Dios con singular predilección.

La Virgen María, Madre de todos los hombres, vele sobre los niños enfermos y proteja a cuantos se prodigan para cuidarlos con solicitud humana y espíritu evangélico. Con estos sentimientos, expresando sincero aprecio por la labor de sensibilización realizada en esta Conferencia internacional, aseguro un recuerdo constante en la oración e imparto a todos la bendición apostólica.




Discursos 2008 242