Discursos 2008 61

61 4. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro quisiera reiterar los mejores deseos por un feliz desempeño de su misión, para que se robustezcan los vínculos de diálogo entre su País y esta Sede Apostólica.

Deseamos para su Nación un auténtico renacimiento espiritual, material y civil. Anhelamos de corazón que en cada persona humana resplandezca la imagen de su Creador y Señor, y que el amor de Cristo Jesús sea fuente de esperanza para cada hijo e hija de esa amada tierra boliviana. Pido al Señor que en Bolivia triunfe la verdad que busca el respeto del otro, también del que no comparte las mismas ideas, la paz que se hermana con la justicia y abre las puertas al desarrollo armónico y estable, la sensatez que se esfuerza en encontrar soluciones ecuánimes y razonables a los problemas y la concordia que une las voluntades en la superación de las adversidades y en la consecución del bien común.

Que la materna protección de Nuestra Señora de Copacabana acompañe a Vuestra Excelencia, a su familia, a sus colaboradores y a todos los amados hijos e hijas de la noble Nación boliviana.


AL SEÑOR MILTIADIS HISKAKIS, NUEVO EMBAJADOR DE GRECIA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 15 de marzo de 2008



Excelencia:

Es un placer para mí darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Grecia ante la Santa Sede. Le agradezco el amable saludo que me ha transmitido de parte de su excelencia el señor Karolos Papoulias, y le ruego que le asegure a él, a los responsables de su país y al pueblo de Grecia, mis mejores deseos y mis oraciones por su bienestar y su paz.

Recientemente, varios encuentros significativos han fortalecido los vínculos de buena voluntad entre Grecia y la Santa Sede. Inmediatamente después del jubileo del año 2000, mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II visitó su país durante su peregrinación tras las huellas de san Pablo. Esto llevó a un intercambio de visitas de las delegaciones ortodoxa y católica en Roma y Atenas. En el año 2006 me alegró recibir a su presidente aquí, en el Vaticano, y me honró con su visita Su Beatitud Cristódulos, cuya reciente muerte sigue entristeciendo a los cristianos de su país y de todo el mundo. Ruego al Señor que conceda a este pastor devoto el descanso de sus fatigas y lo bendiga por sus valerosos esfuerzos para superar la brecha entre los cristianos del Oriente y del Occidente.

Aprovecho esta ocasión para transmitir al nuevo arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Su Beatitud Jerónimos, mi sincero y fraterno saludo de paz, juntamente con la seguridad de mis constantes oraciones por la fecundidad de su ministerio y por su buena salud.

También aprovecho esta oportunidad para reiterar mi vivo deseo de cooperación en el camino hacia la unidad de los cristianos. A este respecto, su excelencia ha puesto de relieve los signos de esperanza que emergen de los encuentros ecuménicos de los últimos decenios. No sólo han reafirmado lo que católicos y ortodoxos ya tienen en común, sino que también han abierto la puerta a debates más profundos sobre el significado preciso de la unidad de la Iglesia. Indudablemente, se requiere honradez y confianza por parte de todos para seguir afrontando de modo eficaz las importantes cuestiones suscitadas por este diálogo. Nos impulsa el "nuevo espíritu" de amistad que ha caracterizado nuestras conversaciones, invitando a todos los participantes a una conversión y a una oración permanentes, las únicas que pueden garantizar que los cristianos alcancen un día la unidad por la que Jesús oró tan ardientemente (cf. Jn 17,21).

El inminente jubileo dedicado al bimilenario del nacimiento de san Pablo será una ocasión particularmente propicia para intensificar nuestros esfuerzos ecuménicos, porque san Pablo fue un hombre que "se comprometió con todas sus fuerzas por la unidad y la concordia de todos los cristianos" (Homilía durante la celebración de las primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, 28 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de julio de 2007, p. 6). Este brillante "Apóstol de los gentiles" dedicó sus energías a predicar la sabiduría de la cruz de Cristo al pueblo griego, forjado por la refinada cultura helenística. Dado que el recuerdo de san Pablo está arraigado para siempre en su tierra, Grecia desempeñará un papel importante en esta celebración. Confío en que los peregrinos que vayan a Grecia para venerar los santos lugares vinculados a su vida y a su enseñanza sean acogidos con el espíritu cordial de hospitalidad por el que es famosa su nación.

El intenso intercambio entre la cultura helenística y el cristianismo permitió que aquella se transformara gracias a la enseñanza cristiana, y que este se enriqueciera con la lengua y la filosofía griegas. Esto permitió a los cristianos anunciar el Evangelio de modo más coherente y persuasivo en todo el mundo. Incluso hoy, quien visita Atenas puede contemplar las palabras que san Pablo dirigió a los sabios ciudadanos de la polis, inscritas ahora en el monumento situado frente al Areópago. Habló del único Dios en el que "vivimos, nos movemos y existimos" (cf. Ac 17,16-34). La vigorosa predicación de san Pablo del misterio de Cristo a los corintios, que tenían en gran estima su herencia filosófica (cf. 1Co 2,5), abrió su cultura a la influencia benéfica de la palabra de Dios. Sus palabras resuenan aún en el corazón de los hombres y mujeres de hoy. Pueden ayudar a nuestros contemporáneos a apreciar más profundamente su dignidad humana, y promover así el bien de toda la familia humana.

62 Espero que el Año paulino se convierta en un catalizador que provoque una reflexión sobre la historia de Europa e impulse a sus habitantes a redescubrir el inestimable tesoro de valores que han heredado de la sabiduría integral de la cultura helenística y del Evangelio.

Señor embajador, le agradezco que me haya asegurado la decisión de su gobierno de afrontar las cuestiones administrativas concernientes a la Iglesia católica en su nación. Entre ellas, tiene especial importancia la cuestión de su situación jurídica. Los fieles católicos, aunque su número sea escaso, esperan los resultados positivos de esas deliberaciones. En efecto, cuando los líderes religiosos y las autoridades civiles cooperan para elaborar una legislación justa con respecto a la vida de las comunidades eclesiales locales, aumenta el bienestar espiritual de los fieles y el bien de toda la sociedad.

En el ámbito internacional, elogio los esfuerzos de Grecia por promover la paz y la reconciliación, especialmente en la región de la cuenca del Mediterráneo. Ojalá que sus esfuerzos por aliviar las tensiones y disipar las sombras de sospechas que han permanecido desde hace tiempo en el camino hacia una coexistencia plenamente armoniosa en la región ayuden a reavivar el espíritu de buena voluntad entre las personas y las naciones.

Por último, señor embajador, no puedo menos de recordar la devastación causada por los incendios que hicieron estragos en toda Grecia el verano pasado. Sigo recordando en mis oraciones a los damnificados por ese desastre, e invoco la gracia y la fuerza de Dios sobre todas las personas implicadas en el proceso de reconstrucción.

En el momento en que asume su cargo dentro de la comunidad diplomática acreditada ante la Santa Sede, le expreso mis mejores y más fervientes deseos de éxito en su misión y le aseguro que las distintas oficinas de la Curia romana estarán siempre dispuestas a ayudarle en sus tareas. Invoco de corazón sobre usted y sobre todo el amado pueblo de Grecia las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.



VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

Colina del Palatino

Viernes Santo 21 de marzo de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

También este año hemos recorrido el camino de la cruz, el vía crucis, volviendo a evocar con fe las etapas de la pasión de Cristo. Nuestros ojos han vuelto a contemplar los sufrimientos y la angustia que nuestro Redentor tuvo que soportar en la hora del gran dolor, que marcó la cumbre de su misión terrena. Jesús muere en la cruz y yace en el sepulcro. El día del Viernes santo, tan impregnado de tristeza humana y de religioso silencio, se concluye en el silencio de la meditación y de la oración. Al volver a casa, también nosotros, como quienes asistieron al sacrificio de Jesús, nos golpeamos el pecho, recordando lo que sucedió (cf. Lc 23,48). ¿Es posible permanecer indiferentes ante la muerte de un Dios? Por nosotros, por nuestra salvación se hizo hombre y murió en la cruz.

Hermanos y hermanas, dirijamos hoy a Cristo nuestra mirada, con frecuencia distraída por intereses terrenos superficiales y efímeros. Detengámonos a contemplar su cruz. La cruz es manantial de vida inmortal; es escuela de justicia y de paz; es patrimonio universal de perdón y de misericordia; es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado. Sus brazos clavados se abren para cada ser humano y nos invitan a acercarnos a él con la seguridad de que nos va a acoger y estrechar en un abrazo de infinita ternura: «Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).

A través del camino doloroso de la cruz, los hombres de todas las épocas, reconciliados y redimidos por la sangre de Cristo, han llegado a ser amigos de Dios, hijos del Padre celestial. «Amigo», así llama Jesús a Judas y le dirige el último y dramático llamamiento a la conversión. «Amigo» nos llama a cada uno de nosotros, porque es verdadero amigo de todos. Por desgracia, los hombres no siempre logran percibir la profundidad de este amor infinito que Dios tiene a sus criaturas. Para él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para librar a toda la humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo de odio y venganza, de la esclavitud del pecado. La cruz nos hace hermanos.

63 Pero preguntémonos: ¿qué hemos hecho con este don?, ¿qué hemos hecho con la revelación del rostro de Dios en Cristo, con la revelación del amor de Dios que vence al odio? También en nuestra época, muchos no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en Cristo crucificado. Muchos buscan un amor y una libertad que excluya a Dios. Muchos creen que no tienen necesidad de Dios.

Queridos amigos, después de vivir juntos la pasión de Jesús, dejemos que en esta noche nos interpele su sacrificio en la cruz. Permitámosle que ponga en crisis nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. ¡No tengamos miedo! Al morir, el Señor salvó a los pecadores, es decir, a todos nosotros. El apóstol san Pedro escribe: «Sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; por sus llagas habéis sido curados» (
1P 2,24). Esta es la verdad del Viernes santo: en la cruz el Redentor nos devolvió la dignidad que nos pertenece, nos hizo hijos adoptivos de Dios, que nos creó a su imagen y semejanza. Permanezcamos, por tanto, en adoración ante la cruz.

Cristo, Rey crucificado, danos el verdadero conocimiento de ti, la alegría que anhelamos, el amor que llene nuestro corazón sediento de infinito. Esta es nuestra oración en esta noche, Jesús, Hijo de Dios, muerto por nosotros en la cruz y resucitado al tercer día. Amén.


A LOS PARTICIPANTES EN EL XXVI CAPÍTULO GENERAL DE LA SOCIEDAD DE SAN FRANCISCO DE SALES

Lunes 31 de marzo de 2008



Eminencia;
queridos miembros del capítulo general de la congregación salesiana:

Me alegra encontrarme hoy con vosotros mientras llegan a su fase conclusiva vuestros trabajos capitulares. Agradezco ante todo al rector mayor, don Pascual Chávez Villanueva, los sentimientos que ha manifestado en nombre de todos, confirmando la voluntad de la congregación de actuar siempre con la Iglesia y por la Iglesia, en plena sintonía con el Sucesor de Pedro. Le agradezco, asimismo, el servicio generoso que ha prestado en el sexenio pasado y le expreso mis mejores deseos para el encargo que le acaban de renovar. Saludo también a los miembros del nuevo consejo general, que ayudarán al rector mayor en su tarea de animación y de gobierno de toda vuestra congregación.

En el mensaje que dirigí al rector mayor, y a través de él a vosotros, los capitulares, al comenzar vuestros trabajos manifesté algunas expectativas que la Iglesia pone en vosotros, los salesianos, e hice algunas consideraciones para el camino de vuestra congregación. Hoy deseo retomar y profundizar algunas de esas indicaciones, también a la luz del trabajo que estáis desarrollando.

Vuestro XXVI capítulo general se celebra en un período de grandes cambios sociales, económicos y políticos; de marcados problemas éticos, culturales y ambientales; y de conflictos aún por resolver entre etnias y naciones. Por otra parte, en nuestro tiempo hay comunicaciones más intensas entre los pueblos, nuevas posibilidades de conocimiento y de diálogo, una confrontación más viva sobre los valores espirituales que dan sentido a la existencia. En particular, las exigencias que los jóvenes nos presentan, especialmente sus interrogantes sobre los problemas de fondo, ponen de manifiesto los intensos deseos de vida plena, de amor auténtico y de libertad constructiva que albergan.

Son situaciones que interpelan profundamente a la Iglesia y su capacidad de anunciar hoy el evangelio de Cristo con toda su carga de esperanza. Por eso, deseo vivamente que toda la congregación salesiana, también gracias a los resultados de vuestro capítulo general, viva con renovado impulso y fervor la misión para la que el Espíritu Santo, por la intervención maternal de María Auxiliadora, la suscitó en la Iglesia. Hoy quiero animaros a vosotros, y a todos los salesianos, a seguir por el camino de esta misión, con plena fidelidad a vuestro carisma originario, en el contexto del ya inminente bicentenario del nacimiento de don Bosco.

Con el tema "Da mihi animas, cetera tolle", vuestro capítulo general se propuso reavivar el celo apostólico en cada salesiano y en toda la congregación. Eso ayudará a definir mejor el perfil del salesiano, de modo que sea cada vez más consciente de su identidad de persona consagrada "para la gloria de Dios" y esté cada vez más inflamado de celo pastoral "por la salvación de las almas".

64 Don Bosco quiso que la continuidad de su carisma en la Iglesia estuviera asegurada por la opción de la vida consagrada. También hoy el movimiento salesiano sólo puede crecer en fidelidad carismática si en su interior sigue siendo un núcleo fuerte y vital de personas consagradas. Por eso, con el fin de fortalecer la identidad de toda la congregación, vuestro primer compromiso consiste en reforzar la vocación de cada salesiano a vivir en plenitud la fidelidad a su llamada a la vida consagrada.

Toda la congregación debe tender a ser continuamente "memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos" (Vita consecrata
VC 22). Cristo debe ocupar el centro de vuestra vida. Es preciso dejarse aferrar por él y recomenzar siempre desde él. Todo lo demás ha de considerarse "pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús" y todo ha de tenerse "por basura para ganar a Cristo" (Ph 3,8).

De aquí brota el amor ardiente al Señor Jesús, la aspiración a configurarse con él asumiendo sus sentimientos y su forma de vida, su abandono confiado al Padre, su entrega a la misión evangelizadora, que deben caracterizar a todo salesiano. Debe sentirse elegido para seguir a Cristo obediente, pobre y casto, según las enseñanzas y el ejemplo de don Bosco.

El proceso de secularización, que avanza en la cultura contemporánea, lamentablemente afecta también a las comunidades de vida consagrada. Por eso, es preciso velar sobre formas y estilos de vida que corren el peligro de debilitar el testimonio evangélico, haciendo ineficaz la acción pastoral y frágil la respuesta vocacional. En consecuencia, os pido que ayudéis a vuestros hermanos a conservar y a reavivar la fidelidad a la llamada. La oración que Jesús dirigió al Padre antes de su pasión para que cuidara en su nombre a todos los discípulos que le había dado y para que ninguno de ellos se perdiera (cf. Jn 17,11-12), vale de modo particular para las vocaciones de especial consagración.

Por eso, "la vida espiritual debe ocupar el primer lugar en el programa" de vuestra congregación (Vita consecrata VC 93). La palabra de Dios y la liturgia han de ser las fuentes de la espiritualidad salesiana. En particular, la lectio divina, practicada diariamente por todo salesiano, y la Eucaristía, celebrada cada día en la comunidad, deben ser su alimento y su apoyo. De aquí nacerá la auténtica espiritualidad de la entrega apostólica y de la comunión eclesial. La fidelidad al Evangelio vivido sine glossa y a vuestra Regla de vida, en particular un estilo de vida austero y la pobreza evangélica practicada de modo coherente, el amor fiel a la Iglesia y la entrega generosa de vosotros mismos a los jóvenes, especialmente a los más necesitados y desvalidos, serán una garantía del florecimiento de vuestra congregación.

Don Bosco es un ejemplo brillante de una vida impregnada de celo apostólico, vivida al servicio de la Iglesia dentro de la congregación y la familia salesianas. Siguiendo las huellas de san José Cafasso, vuestro fundador aprendió a asumir el lema "da mihi animas, cetera tolle" como síntesis de un modelo de acción pastoral inspirado en la figura y en la espiritualidad de san Francisco de Sales. Ese modelo se sitúa en el horizonte de la primacía absoluta del amor de Dios, un amor que llega a forjar personalidades ardientes, deseosas de contribuir a la misión de Cristo para encender toda la tierra con el fuego de su amor (cf. Lc 12,49).

Juntamente con el amor a Dios, la otra característica del modelo salesiano es la conciencia del valor inestimable de las "almas". Esta percepción genera, por contraste, una agudo sentido del pecado y de sus devastadoras consecuencias en el tiempo y en la eternidad. El apóstol está llamado a colaborar en la acción redentora del Salvador, para que no se pierda nadie. Por consiguiente, "salvar las almas", precisamente según las palabras de san Pedro, fue la única razón de ser de don Bosco. El beato Miguel Rua, su primer sucesor, sintetizó así toda la vida de vuestro amado padre y fundador: "No dio ningún paso, no pronunció ninguna palabra, no emprendió ninguna empresa que no estuviera orientada a la salvación de la juventud. (...) Realmente, sólo le interesaban las almas". Así se refirió el beato Miguel Rua acerca de don Bosco.

También hoy es urgente alimentar este celo en el corazón de cada salesiano. Así no tendrá miedo de actuar con audacia incluso en los ámbitos más difíciles de la acción evangelizadora en favor de los jóvenes, especialmente de los más pobres material y espiritualmente. Tendrá la paciencia y la valentía de proponer a los jóvenes vivir la misma totalidad de entrega en la vida consagrada. Tendrá el corazón abierto a descubrir las nuevas necesidades de los jóvenes y a escuchar su invocación de ayuda, dejando eventualmente a otros los campos ya consolidados de intervención pastoral.

Por eso, el salesiano afrontará las exigencias totalizadoras de la misión con una vida sencilla, pobre y austera, compartiendo las mismas condiciones de los más pobres, y tendrá la alegría de dar más a quienes en la vida han recibido menos. Así el celo apostólico resultará contagioso e implicará también a otros. Por tanto, el salesiano se hace promotor del sentido apostólico, ayudando ante todo a los jóvenes a conocer y amar al Señor Jesús, a dejarse fascinar por él, a cultivar el compromiso evangelizador, a querer hacer el bien a sus coetáneos, a ser apóstoles de otros jóvenes, como santo Domingo Savio, la beata Laura Vicuña y el beato Ceferino Namuncurá, y los cinco jóvenes beatos mártires del oratorio de Poznan. Queridos salesianos, comprometeos en la formación de laicos con corazón apostólico, invitando a todos a caminar en la santidad de vida que hace madurar discípulos valientes y apóstoles auténticos.

En el mensaje que dirigí al rector mayor al inicio de vuestro capítulo general entregué idealmente a todos los salesianos la carta que envié recientemente a los fieles de Roma sobre la preocupación de lo que he llamado una gran emergencia educativa. "Educar nunca ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil; por eso, muchos padres de familia y profesores se sienten tentados de renunciar a la tarea que les corresponde, y ya ni siquiera logran comprender cuál es de verdad la misión que se les ha confiado. En efecto, demasiadas incertidumbres y dudas reinan en nuestra sociedad y en nuestra cultura; los medios de comunicación social transmiten demasiadas imágenes distorsionadas. Así, resulta difícil proponer a las nuevas generaciones algo válido y cierto, reglas de conducta y objetivos por los cuales valga la pena gastar la propia vida" (Discurso en la entrega a la diócesis de Roma de la carta sobre la tarea urgente de la educación, 23 de febrero de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de febrero de 2008, p. 6).

En realidad, el aspecto más grave de la emergencia educativa es el sentido de desaliento que invade a muchos educadores, especialmente padres de familia y profesores, ante las dificultades que plantea hoy su tarea. En efecto, en la citada carta escribí: «Sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida. Hoy nuestra esperanza se ve asechada desde muchas partes, y también nosotros, como los antiguos paganos, corremos el riesgo de convertirnos en hombres "sin esperanza y sin Dios en este mundo", como escribió el apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso (Ep 2,12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de febrero de 2008, p. 9) que, en el fondo, no es más que desconfianza en Dios, que nos ha llamado a la vida.

65 En la educación de los jóvenes es sumamente importante que la familia sea un sujeto activo. Con frecuencia encuentra dificultades para afrontar los desafíos de la educación; muchas veces es incapaz de dar su aportación específica, o está ausente. La predilección y el compromiso en favor de los jóvenes, que son característica del carisma de don Bosco, deben traducirse en un compromiso igual para la implicación y la formación de las familias.

Por consiguiente, vuestra pastoral juvenil debe abrirse decididamente a la pastoral familiar. Cuidar las familias no es restar fuerzas al trabajo en favor de los jóvenes; al contrario, es hacerlo más duradero y eficaz. Por eso, os animo a profundizar las formas de este compromiso, por el que ya estáis encaminados. Eso redundará en beneficio de la educación y la evangelización de los jóvenes.

Ante estas múltiples tareas es necesario que vuestra congregación asegure, especialmente a sus miembros, una sólida formación. La Iglesia necesita con urgencia personas de fe sólida y profunda, de preparación cultural actualizada, de genuina sensibilidad humana y de fuerte sentido pastoral. Necesita personas consagradas que dediquen su vida a estar en estas fronteras. Sólo así será posible evangelizar de forma eficaz, anunciar al Dios de Jesucristo y así la alegría de la vida.

Por consiguiente, a este compromiso formativo debe dedicarse vuestra congregación como una prioridad. Debe seguir formando con gran esmero a sus miembros sin contentarse con la mediocridad, superando las dificultades de la fragilidad vocacional, favoreciendo un sólido acompañamiento espiritual y garantizando en la formación permanente la cualificación educativa y pastoral.

Concluyo dando gracias a Dios por la presencia de vuestro carisma al servicio de la Iglesia. Os animo a realizar las metas que vuestro capítulo general proponga a toda la congregación. Os aseguro mi oración por la puesta en práctica de lo que el Espíritu os sugiera para el bien de los jóvenes, de las familias y de todos los laicos implicados en el espíritu y en la misión de don Bosco. Con estos sentimientos os imparto ahora a todos vosotros, como prenda de abundantes dones celestiales, la bendición apostólica.


Abril de 2008



A LOS MIEMBROS DE LA "FUNDACIÓN PAPAL"

Sala Clementina

Viernes 4 de abril de 2008



Queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos en Cristo:

Os doy una cordial bienvenida a vosotros, representantes de la Fundación Papal, mientras seguís celebrando la gloriosa resurrección de nuestro Señor en este santo tiempo de Pascua.

«¡Es verdad, el Señor ha resucitado!». Esta fue la respuesta de los Once a los discípulos de Emaús, que habían reconocido a Jesús en la fracción del pan y se habían apresurado a reunirse con ellos en Jerusalén (cf. Lc 24,33-40). El encuentro con el Señor resucitado transformó su tristeza en alegría, su decepción en esperanza. Su testimonio de fe nos infunde la firme convicción de que Cristo vive en medio de nosotros, otorgando los dones que nos permiten ser mensajeros de esperanza en el mundo actual.

66 La verdadera fuente del servicio de amor de la Iglesia, mientras se esfuerza por aliviar el sufrimiento de los pobres y de los débiles, se puede encontrar en su fe inquebrantable en que el Señor ha vencido definitivamente al pecado y a la muerte; y en el hecho de que, sirviendo a sus hermanos y hermanas, sirve al Señor mismo hasta que venga de nuevo en su gloria (cf. Mt 25,31-46 Deus caritas est ).

Queridos amigos, me complace tener esta ocasión de expresar mi gratitud por el generoso apoyo que la Fundación Papal ofrece a través de proyectos de ayuda y becas, una contribución que me permite desempeñar mi ministerio apostólico en favor de la Iglesia universal. Os pido vuestras oraciones y os aseguro las mías. Quiera Dios que vuestras buenas obras sigan multiplicándose, infundiendo en nuestros hermanos y hermanas la esperanza segura de que Jesús jamás deja de dar su vida por nosotros en los sacramentos, para que podamos proveer a las necesidades materiales y espirituales de toda la familia humana (cf. Deus caritas est ).

Encomendándoos a vosotros y a vuestros seres queridos a la protección de la santísima Virgen María, de corazón os imparto mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Salvador resucitado.


A UN CONGRESO ORGANIZADO POR EL INSTITUTO PONTIFICIO JUAN PABLO II PARA ESTUDIOS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

Sábado 5 de abril de 2008


Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me encuentro con vosotros, con ocasión del Congreso internacional El aceite sobre las heridas. Una respuesta a las plagas del aborto y del divorcio, organizado por el Instituto pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, en colaboración con los Caballeros de Colón. Os felicito por el tema escogido como objeto de vuestras reflexiones durante estos días, muy actual y complejo, en particular por la referencia a la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37), que habéis elegido como clave para analizar las plagas del aborto y del divorcio, que tanto sufrimiento causan en la vida de las personas, de las familias y de la sociedad.

Sí, en verdad, los hombres y las mujeres de nuestro tiempo se encuentran a veces despojados y heridos, al borde de los caminos que recorremos, a menudo sin que nadie escuche sus gritos de auxilio y se compadezca de ellos, para aliviarlos y curarlos. En el debate, con frecuencia puramente ideológico, se crea con respecto a ellos una especie de conjuración de silencio. Sólo con la actitud del amor misericordioso es posible acercarse a las víctimas para llevarles ayuda y permitir que se levanten y reanuden el camino de la existencia.

En un contexto cultural marcado por un creciente individualismo, por el hedonismo y muy a menudo también por la falta de solidaridad y de un adecuado apoyo social, la libertad humana, ante las dificultades de la vida, en su fragilidad es impulsada a decisiones contrarias a la indisolubilidad del pacto conyugal o al respeto debido a la vida humana recién concebida y aún custodiada en el seno materno. Ciertamente, el divorcio y el aborto son opciones de índole diferente, a veces maduradas en circunstancias difíciles y dramáticas, que a menudo provocan traumas y son fuente de profundos sufrimientos para quien las lleva a cabo. Afectan también a víctimas inocentes: al niño recién concebido y aún no nacido, y a los hijos implicados en la ruptura de los vínculos familiares. En todos dejan heridas que marcan indeleblemente la vida.

El juicio ético de la Iglesia con respecto al divorcio y al aborto provocado es claro y de todos conocido: se trata de culpas graves que, en diversas medidas y quedando a salvo la valoración de las responsabilidades subjetivas, menoscaban la dignidad de la persona humana, implican una profunda injusticia en las relaciones humanas y sociales, y también ofenden a Dios, garante del pacto conyugal y autor de la vida. Y, sin embargo, la Iglesia, a ejemplo de su divino Maestro, piensa siempre en las personas concretas, sobre todo en las más débiles e inocentes, que son víctimas de las injusticias y los pecados, y también en los demás hombres y mujeres que, habiendo cometido dichos actos, han incurrido en culpa y llevan sus heridas interiores, buscando la paz y la posibilidad de una recuperación.

La Iglesia tiene el deber primario de acercarse a estas personas con amor y delicadeza, con solicitud y atención materna, para anunciarles la cercanía misericordiosa de Dios en Jesucristo. En efecto, como enseñan los Padres, él es el verdadero buen Samaritano, que se ha hecho nuestro prójimo, que derrama aceite y vino sobre nuestras heridas y nos conduce a la posada, la Iglesia, en la que hace que nos curen, encomendándonos a sus ministros y pagando personalmente, por adelantado, nuestra curación. Sí, el evangelio del amor y de la vida es también siempre evangelio de la misericordia, que se dirige al hombre concreto y pecador —que somos nosotros— para levantarlo de cualquier caída, para curarlo de cualquier herida.

67 Mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, de cuya muerte acabamos de celebrar el tercer aniversario, al inaugurar el nuevo santuario de la Misericordia Divina en Cracovia, dijo: "Fuera de la misericordia de Dios no existe otra fuente de esperanza para el hombre" (Homilía, 17 de agosto de 2002: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de agosto de 2002, p. 4). A partir de esta misericordia, la Iglesia cultiva una inquebrantable confianza en el hombre y en su capacidad de recuperarse. Sabe que, con la ayuda de la gracia, la libertad humana es capaz de la entrega definitiva y fiel que hace posible el matrimonio de un hombre y una mujer como pacto indisoluble; que la libertad humana, incluso en las circunstancias más difíciles, es capaz de gestos extraordinarios de sacrificio y de solidaridad para acoger la vida de un nuevo ser humano.

Así, se puede ver que los "no" que la Iglesia pronuncia en sus indicaciones morales y en los cuales a veces se concentra de modo unilateral la atención de la opinión pública, en realidad son grandes "sí" a la dignidad de la persona humana, a su vida y a su capacidad de amar. Son la expresión de la confianza constante de que, a pesar de sus debilidades, los seres humanos pueden corresponder a la altísima vocación para la cual han sido creados: la de amar.

En esa misma ocasión, Juan Pablo II prosiguió: "Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz". Aquí se inserta la gran tarea de los discípulos del Señor Jesús, que son compañeros de camino de tantos hermanos, hombres y mujeres de buena voluntad. Su programa, el programa del buen samaritano, es ""un corazón que ve". Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia" (Deus caritas est ).

Durante estos días de reflexión y de diálogo os habéis compadecido de las víctimas afectadas por las heridas del divorcio y del aborto. Ante todo, habéis constatado los sufrimientos, a veces traumáticos, que padecen los así llamados "hijos del divorcio", marcando su vida hasta el punto de que su camino se hace mucho más difícil. En efecto, es inevitable que, cuando se rompe el pacto conyugal, sufran sobre todo los hijos, que son el signo vivo de su indisolubilidad. Por consiguiente, la atención solidaria y pastoral deberá procurar que los hijos no sean víctimas inocentes de los conflictos entre los padres que se divorcian, y garantizar, en la medida de lo posible, la continuidad del vínculo con sus padres y también de la relación con sus raíces familiares y sociales, que es indispensable para un crecimiento psicológico y humano equilibrado.

También habéis centrado vuestra atención en el drama del aborto provocado, que deja huellas profundas, a veces indelebles, en la mujer que lo lleva a cabo y en las personas que la rodean, y que produce consecuencias devastadoras para la familia y para la sociedad, entre otras razones, por la mentalidad materialista de desprecio a la vida que favorece. ¡Cuántas complicidades egoístas se encubren a menudo en una decisión sufrida, que tantas mujeres han debido afrontar solas, y cuya herida aún abierta llevan en su alma! Aunque lo que han realizado sigue constituyendo una grave injusticia y ya no tiene remedio, hago mía la exhortación dirigida en la encíclica Evangelium vitae a las mujeres que han recurrido al aborto: "No os dejéis vencer por el desánimo y no perdáis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo" (
EV 99).

Expreso mi profundo aprecio por todas las iniciativas sociales y pastorales encaminadas a la reconciliación y a la atención a las personas heridas por el drama del aborto y del divorcio. Esas iniciativas, junto con muchas otras formas de compromiso, constituyen elementos esenciales para la construcción de la civilización del amor que la humanidad necesita hoy más que nunca.

Al implorar al Señor, Dios misericordioso, que os configure cada vez más con Jesús, el buen Samaritano, para que su Espíritu os enseñe a mirar de una forma nueva la realidad de los hermanos que sufren, os ayude a pensar con criterios nuevos y os impulse a actuar con generosidad en la perspectiva de una auténtica civilización del amor y de la vida, imparto a todos una especial bendición apostólica.



Discursos 2008 61