Discursos 2008 91

VISITA A GROUND ZERO - ORACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Ground Zero, Nueva York

Domingo 20 de abril de 2008

¡Oh Dios de amor, compasión y salvación!
92 ¡Míranos, gente de diferentes creencias y tradiciones,
reunidos hoy en este lugar,
escenario de violencia y dolor increíbles.

Te pedimos que por tu bondad
concedas la luz y la paz eternas
a todos los que murieron aquí—
a los que heroicamente acudieron los primeros,
nuestros bomberos, policías,
servicios de emergencia y las autoridades del puerto,
y a todos los hombres y mujeres inocentes
que fueron víctimas de esta tragedia
93 simplemente porque vinieron aquí para cumplir con su deber
el 11 de septiembre de 2001.

Te pedimos que tengas compasión
y alivies las penas de aquellos que,
por estar presentes aquí ese día,
hoy están heridos o enfermos.
Alivia también el dolor de las familias que todavía sufren
y de todos los que han perdido a sus seres queridos en esta tragedia.
Dales fortaleza para seguir viviendo con valentía y esperanza.

También tenemos presentes
a cuantos murieron, resultaron heridos o sufrieron pérdidas
94 ese mismo día en el Pentágono y en Shanskville, Pennsylvania.
Nuestros corazones se unen a los suyos,
mientras nuestras oraciones abrazan su dolor y sufrimiento.

Dios de la paz, concede tu paz a nuestro violento mundo:
paz en los corazones de todos los hombres y mujeres
y paz entre las naciones de la tierra.
Lleva por tu senda del amor
a aquellos cuyas mentes y corazones
están nublados por el odio.

Dios de comprensión,
abrumados por la magnitud de esta tragedia,
95 buscamos tu luz y tu guía
cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste.
Haz que aquellos cuyas vidas fueron salvadas
vivan de manera que las vidas perdidas aquí
no lo hayan sido en vano.
Confórtanos y consuélanos,
fortalécenos en la esperanza,
y danos la sabiduría y el coraje
para trabajar incansablemente por un mundo
en el que la verdadera paz y el amor
reinen entre las naciones y en los corazones de todos.



CEREMONIA DE DESPEDIDA

96

Aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy, Nueva York

Domingo 20 de abril de 2008

Señor Vicepresidente,
Ilustres Autoridades,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos Hermanos y Hermanas:

Ha llegado el momento de despedirme de vuestro País. Los días que he pasado en los Estados Unidos han estado bendecidos por muchas e inolvidables experiencias del sentido de hospitalidad de los americanos. Deseos expresarles a todos ustedes mi profunda gratitud por su amable acogida. Me ha alegrado ser testigo de la fe y de la devoción de la comunidad católica en esta Nación. Ha sido alentador encontrar a los líderes y a los representantes de otras comunidades cristianas y de otras religiones, motivo por el cual les aseguro mi consideración y estima. Agradezco al Señor Presidente Bush el que viniera a saludarme al comienzo de mi visita, y doy las gracias al Señor Vicepresidente Cheney por su presencia aquí en el momento de mi salida. Las autoridades civiles, los encargados y voluntarios en Washington y en Nueva York han sacrificado generosamente su tiempo y energías para asegurar el sereno desarrollo de mi visita en cada una de sus etapas, y por esta razón expreso mi profundo agradecimiento al Señor Alcalde de Washington, Adrian Fenty, y al Señor Alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg.

Reitero mis felicitaciones y mi plegaria a los representantes de las Sedes de Baltimore, la primera Archidiócesis, y a las de Nueva York, Boston, Filadelfia y Louisville, en este año jubilar. Que el Señor continúe colmándoles de bendiciones en los años venideros. Renuevo mi reconocimiento por su arduo compromiso y su dedicación a todos mis Hermanos en el Episcopado, a Mons. DiMarzio, Obispo de Brookling, a los oficiales y al personal de la Conferencia Episcopal, que han contribuido de diversos modos a la preparación de esta visita. Con gran afecto saludo una vez más a los sacerdotes y religiosos, a los diáconos, a los seminaristas y a los jóvenes, y a todos los fieles de los Estados Unidos, y los aliento a perseverar dando un gozoso testimonio de Cristo, nuestra esperanza, nuestro Señor y Salvador resucitado, que renueva todas las cosas y nos da la vida en abundancia.

Uno de los momentos más significativos de mi visita ha sido la oportunidad de dirigir la palabra a la Asamblea de las Naciones Unidas. Agradezco al Secretario General, Ban Ki-moon, su atenta invitación y su acogida. Revisando los sesenta años transcurridos desde la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, agradezco todo lo que la Organización ha logrado realizar para defender y promover los derechos fundamentales de todo hombre, mujer y niño en cualquier parte del mundo, y aliento a todos los hombres de buena voluntad a continuar esforzándose sin desfallecer en la promoción de la coexistencia justa y pacífica entre los pueblos y las naciones.

La visita que esta mañana he realizado a “Ground Zero” permanecerá profundamente grabada en mi memoria. Seguiré rezando por los que fallecieron y por los que sufren las consecuencias de la tragedia que tuvo lugar en 2001. Rezo por todos los Estados Unidos, realmente por todo el mundo, para que el futuro traiga una mayor fraternidad y solidaridad, un creciente respecto recíproco y una renovada fe y confianza en Dios, nuestro Padre que está en el cielo.

Con estas palabras de despedida, les dejo, rogándoles que se acuerden de mí en sus plegarias, a la vez que les aseguro mi afecto y mi amistad en el Señor. Dios bendiga a América.


A LOS OBISPOS DEL CÁUCASO EN VISITA "AD LIMINA"

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Jueves 24 de abril de 2008



Queridos y venerados hermanos:

"La paz con vosotros". El saludo de Jesús resucitado a los discípulos reunidos en el Cenáculo lo dirijo a vosotros, a quienes él ha puesto a la cabeza de la porción del pueblo de Dios que vive en la región del Cáucaso. Me alegra tener este encuentro conjunto con vosotros, después de haber podido hablar personalmente con cada uno en ocasión de la visita ad limina. Han sido conversaciones interesantes, gracias a las cuales he podido conocer mejor la situación de vuestras respectivas comunidades, las esperanzas y las preocupaciones que lleváis en el corazón, y doy gracias al Señor por el trabajo apostólico que realizáis con gran entrega y amor a Cristo y a la Iglesia.

Os saludo con afecto y, a través de vosotros, envío mi cordial saludo a los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores, a las personas consagradas y a todos los fieles de vuestras comunidades, así como a los miembros de las demás confesiones cristianas y de las otras religiones que pueblan el Cáucaso, tierra rica en historia y cultura, crisol de civilizaciones y encrucijada entre Oriente y Occidente. De todo ello me ha hablado con entusiasmo el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, que acaba de volver de su reciente visita a vuestras Iglesias.

Después de la caída de la Unión Soviética, vuestras poblaciones han experimentado significativos cambios sociales en el camino del progreso, pero aún perduran situaciones difíciles: son muchos los pobres, los desempleados y los refugiados, que las guerras han alejado de sus casas, dejándolos de hecho a merced de la precariedad. Pero los acontecimientos dolorosos del siglo pasado no han apagado la llama del Evangelio que, a lo largo de las generaciones, ha encontrado en el Cáucaso un terreno fértil, aunque no han faltado contraposiciones violentas, tanto internas como provenientes del exterior, que han causado muchas víctimas, entre las cuales la Iglesia incluye a numerosos mártires de la fe.

Así pues, vuestra actividad pastoral se desarrolla en un territorio donde perduran numerosos desafíos sociales y culturales, y donde la comunidad católica constituye una "pequeña grey", que vive su fe en contacto con otras confesiones cristianas y otras religiones. En efecto, allí conviven católicos de rito armenio, latino y caldeo, con ortodoxos, armenio-apostólicos, judíos y musulmanes. En ese contexto multirreligioso es importante que los católicos sigan intensificando cada vez más su colaboración con las demás Iglesias y también con los seguidores de otras religiones, como ya sucede en muchas partes.

Además, es necesario impedir que, donde el comunismo no logró erosionar la identidad católica, formas insidiosas de presión puedan debilitar en algunos el sentido de pertenencia eclesial. Por eso, comparto la aspiración de vuestras comunidades católicas a que se les reconozca la personalidad jurídica y se respete la naturaleza propia de la Iglesia católica. También deseo que, gracias al diálogo actual entre católicos y ortodoxos, aumente la fraternidad que debe caracterizar las relaciones entre Iglesias que se respetan mutuamente, a pesar de las diferencias que aún existen.

Han de guiar todas vuestras actividades las palabras con que san Pablo exhortaba a los cristianos de Roma a mantener la confianza incluso en medio de las tribulaciones, "sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza; y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,3-5). Por eso, animad y sostened a vuestros fieles, para que ante las dificultades no les falte la alegría de profesar la fe y de pertenecer a la Iglesia católica. Es la alegría que brota del corazón de quien sigue a Cristo Señor y está dispuesto a dar testimonio de su Evangelio.

Mientras cada uno de vosotros me relataba las experiencias relativas a vuestras comunidades, me venían a la mente las palabras de Jesús: "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9,37-38). Sí, venerados hermanos, rogad y haced que se ruegue para que no falten obreros en la viña del Señor; seguid promoviendo las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Es necesario lograr que en Armenia, Azerbaiyán y Georgia las generaciones futuras puedan contar con un clero que sea santo, viva con alegría su vocación y se dedique con generosidad al cuidado de todos los fieles.

Vosotros mismos, en primer lugar, debéis ser guías sabios y seguros del pueblo de Dios, sosteniendo a las familias, que son sus células vivas. Hoy las familias, a causa de la mentalidad inculcada en la sociedad y heredada del período comunista, encuentran numerosas dificultades y están marcadas por las heridas y los atentados contra la vida humana que, por desgracia, se registran en muchas otras partes del mundo. Como primeros responsables de la pastoral familiar, esforzaos por educar a los esposos cristianos para que "den testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y de la fidelidad matrimonial, que es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo" (Familiaris consortio FC 20).

Queridos y venerados hermanos, el Papa os sostiene y os acompaña en la ardua misión de pastores de la grey de Cristo que vive en el Cáucaso. Sé cuánto celo arde en vuestro corazón y cuántos esfuerzos realizáis para difundir el evangelio de la esperanza. Me impresiona en particular la atención que, con diferentes actividades caritativas, prestáis a las necesidades de los pobres y de las personas que atraviesan dificultades, gracias a la valiosa contribución de religiosos, religiosas y laicos. Y me complace subrayar que esas actividades se realizan con espíritu evangélico, con la conciencia de que "para la Iglesia la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (Deus caritas est ).

98 Haced que cada comunidad actúe siempre con este espíritu. Educad a todos los fieles para que testimonien con su vida el amor de Cristo sin segundas finalidades, porque para el cristiano "el ejercicio de la caridad no ha de ser un medio en función de lo que se considera proselitismo, pues el amor es gratuito" (cf. ib., ). Además, vuestra tarea de educadores en la fe y de pastores de la grey de Cristo requiere que entre vosotros existan relaciones de constante colaboración, basadas en la confianza y el apoyo recíproco. Por tanto, no han de faltar encuentros y momentos para verificar periódicamente los planes pastorales que elaboráis, especialmente para la preparación a los sacramentos. Dichos planes han de tender sobre todo a la formación de las conciencias de los fieles según la ética evangélica, con una atención privilegiada a los jóvenes

Queridos hermanos, al volver a vuestras comunidades, transmitid a cuantos encontréis mi más cordial saludo, acompañado por la seguridad de mi constante recuerdo en la oración para que Dios haga fecundo vuestro ministerio. La Virgen María vele sobre vosotros y sobre vuestras comunidades. Que ella os obtenga el don de la unidad y de la paz para que, caminando en nombre de Cristo, podáis construir juntos, por encima de las diversidades, una sociedad donde reinen la justicia y la paz. A vosotros, aquí presentes, a los fieles que el Señor ha encomendado a vuestro cuidado pastoral y a todos los habitantes del Cáucaso, mi bendición.



CONCIERTO OFRECIDO POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA GIORGIO NAPOLITANO EN HONOR DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

CON OCASIÓN DEL TERCER ANIVERSARIO DE SU PONTIFICADO

Sala Pablo VI

Jueves 24 de abril de 2008



Señor presidente;
señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

Al final de este espléndido concierto, me alegra dirigiros un cordial saludo a todos vosotros, que habéis participado en él: autoridades civiles y militares, ilustres personalidades y amigos que habéis venido para compartir este momento de elevado valor cultural. Deseo manifestar mi profunda gratitud, sobre todo, al presidente de la República italiana, honorable Giorgio Napolitano, que con ocasión del tercer aniversario de mi pontificado ha querido hacerme este regalo, acompañándolo con palabras de fina cortesía, que he apreciado mucho. Gracias, señor presidente, por este acto deferente y cordial, que he acogido de buen grado. En él veo también un signo ulterior del gran afecto que el pueblo italiano siente por el Papa. Extiendo mi saludo a su amable esposa y a sus colaboradores.

Con la seguridad de interpretar los sentimientos de todos los presentes, expreso mi sincera felicitación a la orquesta sinfónica y al coro polifónico "Giuseppe Verdi" de Milán, que, guiados con competencia por su director, señor Oleg Caetani, han tocado y cantado con extraordinario talento y eficacia. Expreso, asimismo, mi aprecio a la directora del coro, señora Erina Gambarini. Dirijo un cordial saludo, lleno de gratitud, a los dirigentes de la benemérita fundación "Giuseppe Verdi", animándolos a proseguir el prestigioso itinerario artístico y cultural emprendido, que sé que está avalado también por el compromiso de hacer que la música alivie situaciones de dificultad humana, como por ejemplo las que se verifican en los hospitales y en las cárceles. Naturalmente, manifiesto mi agradecimiento a todos los que han contribuido a la organización y a la realización de este sugestivo concierto, sosteniéndolo de diversos modos.

Hemos tenido la alegría de escuchar con atenta participación varios fragmentos importantes de conciertos de Luciano Berio, Johannes Brahms y Ludwig van Beethoven. Me complace poner de relieve que la música de Brahms enriqueció con confianza religiosa el "Canto del destino", de Hölderlin. Este hecho introduce en la consideración del valor espiritual del arte musical, llamado, de modo singular, a infundir esperanza en el corazón humano, tan marcado y a veces herido por la condición terrena. Existe un misterioso y profundo nexo entre música y esperanza, entre canto y vida eterna: con razón, la tradición cristiana representa a las almas bienaventuradas cantando en coro, arrebatadas y extasiadas por la belleza de Dios. Pero el arte auténtico, como la oración, no es ajeno a la realidad de cada día; más aún, remite a ella para "inundarla" y hacerla brotar, a fin de que dé frutos de bien y de paz.

99 Las magistrales interpretaciones que hemos escuchado nos recuerdan asimismo el valor y la importancia universal del patrimonio artístico: pienso especialmente en las generaciones jóvenes, que de dicho patrimonio pueden sacar siempre nuevas inspiraciones para construir el mundo según proyectos de justicia y solidaridad, valorando, al servicio del hombre, las multiformes expresiones de la cultura mundial. Pienso también en la importancia que para la formación de los jóvenes reviste la educación en la belleza auténtica. El arte en su conjunto contribuye a afinar su alma y orienta a la edificación de una sociedad abierta a los ideales del espíritu.

A este respecto, Italia, con su excepcional patrimonio artístico, puede desempeñar un papel importante en el mundo: la cantidad y la calidad de los monumentos y de las obras de arte que posee la convierten de hecho en "mensajera" universal de todos los valores que el arte expresa y al mismo tiempo promueve. Para los creyentes y para los hombres de buena voluntad, la alegría del canto y de la música es también una invitación constante a comprometerse para dar a la humanidad un futuro rico en esperanza.

Señor presidente de la República, gracias una vez más por el estupendo regalo que me ha hecho y por los sentimientos que lo han acompañado. Correspondo a ellos, asegurándole un recuerdo en la oración para que el Señor proteja a su persona, a su amable señora, a las autoridades y a todo el pueblo de Italia. Con estos deseos, que encomiendo a la intercesión de la Virgen del Buen Consejo, invoco la bendición de Dios sobre todos los presentes y sobre sus respectivas familias.

¡Gracias y buenas noches a todos!

Mayo de 2008



A LOS OBISPO DE CUBA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 2 de mayo de 2008



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con gran gozo les recibo al término de esta visita ad limina, que les ha traído hasta las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo para estrechar aún más los lazos de comunión que siempre han caracterizado la relación de los Obispos cubanos con esta Sede Apostólica. Para mí es un motivo particular de alegría encontrarme con ustedes, queridos Hermanos, que están al cuidado de una Iglesia a la que me siento muy cercano espiritualmente, como ya tuve ocasión de manifestarles en el mensaje que les envié a través del Cardenal Secretario de Estado en su reciente viaje a Cuba.

Agradezco de corazón las amables palabras de adhesión y sincero afecto que me ha dirigido Mons. Juan García Rodríguez, Arzobispo de Camagüey y Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, en nombre de todos ustedes y de sus comunidades diocesanas.

2. Conozco bien la vitalidad de la Iglesia en su amado País, así como su unidad y su entrega a Jesucristo. La vida eclesial cubana ha experimentado un cambio profundo, sobre todo desde la celebración del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, hace ahora algo más de veinte años, y muy especialmente con la histórica visita a Cuba de mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II. Se ha llevado a cabo una intensa labor pastoral que, a pesar de las muchas dificultades y limitaciones, ha contribuido a fortalecer el espíritu misionero en todas las comunidades eclesiales cubanas. Les invito, pues, a seguir desplegando un audaz y generoso esfuerzo de evangelización que lleve la luz de Cristo a todos los ámbitos y lugares.

En este momento de la historia, la Iglesia en su País está llamada a ofrecer a toda la sociedad cubana la única esperanza verdadera: Cristo nuestro Señor, vencedor del pecado y de la muerte (cf. Spe salvi ). Ésta es la fuerza que ha mantenido a los creyentes cubanos firmes en la senda de la fe y del amor.

Todo ello exige que el fomento de la vida espiritual tenga un puesto central en sus aspiraciones y proyectos pastorales. Sólo a partir de una experiencia personal de encuentro con Jesucristo, y con una preparación doctrinal sólida y enraizada en la comunidad eclesial, el cristiano podrá ser sal y luz del mundo (cf. Mt 5,13), y saciar así la sed de Dios que se advierte cada vez más entre sus conciudadanos.

100 3. En esta tarea evangelizadora los presbíteros tienen un papel fundamental. Conozco la dedicación y celo pastoral con el que se entregan a sus hermanos, a pesar de su reducido número y aún en medio de grandes obstáculos. Por ello, a través de ustedes quiero expresar a todos los sacerdotes mi gratitud y mi aprecio por su fidelidad y su incansable servicio a la Iglesia y a los fieles. Confío también en que el incremento de las vocaciones, y la adopción al mismo tiempo de justas medidas en este campo, permitan pronto a la Iglesia cubana contar con un número suficiente de presbíteros, así como de los templos y lugares de culto necesarios, para cumplir con su misión estrictamente pastoral y espiritual. No dejen de acompañarlos y alentarlos, a ellos que llevan el peso del día y del calor (cf. Mt 20,12), y ayúdenles a que con la meditación personal, el rezo de la Liturgia de las Horas, la celebración cotidiana de la Eucaristía, así como con una adecuada formación permanente, mantengan siempre vivo el don recibido con la imposición de las manos (cf. 2Tm 1,6).

El incremento de las vocaciones sacerdotales es una fuente de esperanza. Sin embargo, es necesario continuar promoviendo una pastoral vocacional específica que no tenga miedo de animar a los jóvenes a seguir los pasos de Cristo, el único que puede satisfacer sus ansias de amor y de felicidad. Al mismo tiempo, el cuidado y la atención del Seminario deberá ocupar siempre un lugar privilegiado en el corazón del Obispo (cf. Presbyterorum ordinis PO 5), dedicándole los mejores medios humanos y materiales de sus comunidades diocesanas, y asegurando a los seminaristas, mediante la competencia y dedicación de escogidos formadores, la mejor preparación espiritual, intelectual y humana posible, de modo que puedan hacer frente, identificados con los sentimientos del Corazón de Cristo, al compromiso del ministerio sacerdotal que deberán afrontar.

No puedo dejar de mencionar y reconocer la labor ejemplar de tantos religiosos y religiosas, y les animo a que sigan enriqueciendo al conjunto de la vida eclesial con el tesoro de sus propios carismas y de su entrega generosa. Quisiera también dar las gracias de modo especial a los numerosos misioneros que ofrecen el don de su consagración a toda la Iglesia en Cuba.

4. Uno de los objetivos prioritarios del Plan de Pastoral que ustedes han elaborado es justamente la promoción de un laicado comprometido, consciente de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Les invito, por tanto, a promover en sus Iglesias Particulares un auténtico proceso de educación en la fe en los diversos niveles, con la ayuda de catequistas debidamente preparados. Procuren que todos los fieles tengan acceso a la lectura y meditación orante de la Palabra de Dios, así como a la recepción frecuente del sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía.

Fortalecidos así con una vida espiritual intensa y contando con una sólida preparación religiosa, especialmente en cuanto se refiere a la doctrina social de la Iglesia, los fieles laicos podrán ofrecer un testimonio convincente de su fe en todos los ámbitos de la sociedad, para iluminarlos con la luz del Evangelio (cf. Lumen gentium LG 38). A este respecto, hago votos para que la Iglesia en Cuba, conforme a sus legítimas aspiraciones, pueda tener un normal acceso a los Medios de Comunicación Social.

5. De un modo especial deseo confiarles la atención pastoral de los matrimonios y las familias. Sé cuánto les preocupa la situación de la familia, amenazada en su estabilidad por el divorcio y sus consecuencias, la práctica del aborto o las dificultades económicas, así como por las separaciones familiares a causa de la emigración u otros motivos. Les animo a redoblar sus esfuerzos para que todos, y especialmente los jóvenes, comprendan mejor y se sientan cada vez más atraídos por la belleza de los auténticos valores del matrimonio y de la familia. Asimismo, es necesario alentar y ofrecer los medios pertinentes para que las familias puedan ejercer su responsabilidad y su derecho fundamental a la educación religiosa y moral de sus hijos.

6. He podido comprobar con gozo la generosidad con que la Iglesia en su querida Nación se entrega al servicio de los más pobres y desfavorecidos, recibiendo por ello el aprecio y el reconocimiento de todo el pueblo cubano. Les exhorto de corazón a seguir llevando a todas las personas necesitadas, a los enfermos, a los ancianos o a los encarcelados, un signo visible del amor de Dios hacia ellos, conscientes de que «la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor» (Deus caritas est ). De esta manera, ofrecen a toda Cuba el testimonio de una Iglesia que comparte profundamente sus gozos, esperanzas y penalidades.

7. Queridos Hermanos, quiero agradecerles todo el trabajo que están realizando para que el pequeño rebaño de Cuba se fortalezca y produzca un fruto cada vez más abundante de vida cristiana, como el grano de trigo que cae en tierra (cf. Jn 12,24). Que la próxima beatificación del Siervo de Dios Padre José Olallo Valdés les dé nuevo impulso en su servicio a la Iglesia y al pueblo cubano, siendo en todo momento fermento de reconciliación, de justicia y de paz.

Les ruego que transmitan mi afectuoso saludo y mi cercanía espiritual a todos, en particular a los Obispos Eméritos, a los sacerdotes, diáconos permanentes, comunidades religiosas, seminaristas y fieles laicos, y díganles que el Papa reza siempre por ellos, al mismo tiempo que les anima a crecer en santidad para dar lo mejor de sí mismos a Dios y a los demás.

A Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, cuando se disponen a preparar la celebración del Cuarto Centenario del hallazgo de su venerada imagen, les encomiendo a ustedes y sus intenciones, y le pido que les proteja y les dé fortaleza, al mismo tiempo que les imparto una especial Bendición Apostólica.


A LOS PARTICIPANTES EN LA XIV SESIÓN PLENARIA DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES

Sábado 3 de mayo de 2008

101 Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
distinguidas señoras y señores:

Me complace tener esta ocasión de encontrarme con vosotros mientras estáis reunidos con motivo de la XIV sesión plenaria de la Academia pontificia de ciencias sociales. Durante las dos últimas décadas, la Academia ha dado una valiosa contribución a la profundización y al desarrollo de la doctrina social de la Iglesia y a su aplicación en las áreas del derecho, la economía, la política y otras ciencias sociales. Agradezco a la profesora Margaret Archer sus amables palabras de saludo y expreso mi sincero aprecio a todos vosotros por vuestro compromiso en la investigación, el diálogo y la enseñanza, para que el Evangelio de Jesucristo siga irradiando su luz sobre las complejas situaciones que se presentan en un mundo que cambia rápidamente.

Al elegir el tema: "Perseguir el bien común. ¿Cómo pueden actuar juntamente la solidaridad y la subsidiariedad?", habéis decidido examinar la interrelación entre cuatro principios fundamentales de la doctrina social católica: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, nn. 160-163). Estas realidades clave, que emergen del contacto vivo entre el Evangelio y las circunstancias sociales concretas, ofrecen un marco para considerar y afrontar los imperativos que la humanidad tiene ante sí en el alba del siglo XXI, como reducir las desigualdades en la distribución de los bienes, ampliar las oportunidades de educación, fomentar un crecimiento y un desarrollo sostenibles, y proteger el medio ambiente.

¿Cómo pueden actuar juntamente la solidaridad y la subsidiariedad en la búsqueda del bien común, de modo que no sólo respete la dignidad humana, sino que también le permita desarrollarse? Este es el núcleo de la cuestión que estáis estudiando. Como han revelado vuestros debates preliminares, una respuesta satisfactoria sólo puede surgir después de un esmerado examen del significado de los términos (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, capítulo 4). La dignidad humana es el valor intrínseco de la persona creada a imagen y semejanza de Dios y redimida por Cristo. El conjunto de las condiciones sociales que permiten a las personas realizarse individual y comunitariamente se conoce como bien común.La solidaridad es la virtud que permite a la familia humana compartir plenamente el tesoro de los bienes materiales y espirituales, y la subsidiariedad es la coordinación de las actividades de la sociedad en apoyo de la vida interna de las comunidades locales.

Con todo, estas definiciones son sólo el comienzo, y sólo se comprenden adecuadamente si se las relaciona de modo orgánico entre sí y se las considera apoyadas unas en otras. Al inicio podemos delinear las conexiones entre estos cuatro principios poniendo la dignidad de la persona en el punto de intersección de dos ejes: uno horizontal, que representa la "solidaridad" y la "subsidiariedad", y otro vertical, que representa el "bien común". Esto crea un campo en el que podemos trazar los diversos puntos de la doctrina social de la Iglesia católica, que forman el bien común.

Aunque esta analogía gráfica nos brinda un cuadro rudimentario de cómo estos principios fundamentales son imprescindibles unos para otros y están necesariamente vinculados, sabemos que la realidad es mucho más compleja. En efecto, las profundidades insondables de la persona humana y la maravillosa capacidad de los hombres para la comunión espiritual —realidades que sólo se han manifestado plenamente a través de la revelación divina— superan con creces la posibilidad de representación esquemática. En cualquier caso, la solidaridad que une a la familia humana y los niveles de subsidiariedad que la refuerzan desde dentro deben situarse siempre en el horizonte de la vida misteriosa de Dios uno y trino (cf.
Jn 5,26 Jn 6,57), en quien percibimos un amor inefable compartido por personas iguales, aunque distintas (cf. Summa Theologiae, I 42,0).

Queridos amigos, os invito a dejar que esta verdad fundamental impregne vuestras reflexiones: no sólo en el sentido de que los principios de solidaridad y subsidiariedad se enriquecen indudablemente con nuestra fe en la Trinidad, sino particularmente en el sentido de que estos principios tienen el potencial para poner a hombres y mujeres en el camino de descubrir su destino definitivo y sobrenatural. La natural inclinación humana a vivir en comunidad se confirma y se transforma gracias a la "unidad del Espíritu", que Dios ha concedido a sus hijos e hijas adoptivos (cf. Ep 4,3 1P 3,8).

En consecuencia, la responsabilidad de los cristianos de trabajar por la paz y la justicia, su compromiso irrevocable de construir el bien común, es inseparable de su misión de proclamar el don de la vida eterna, a la que Dios ha llamado a todo hombre y a toda mujer. A este respecto, la tranquillitas ordinis, de la que habla san Agustín, se refiere a "todas las cosas", es decir, tanto a la "paz civil", que es una "concordia entre ciudadanos", como a la "paz de la ciudad celestial", que es la "ordenadísima y conformísima sociedad establecida para gozar de Dios, y unos de otros en Dios" (De civitate Dei, XIX, 13).

Los ojos de la fe nos permiten ver que las ciudades terrena y celestial se compenetran entre sí y están ordenadas intrínsecamente una a otra, ya que ambas pertenecen a Dios Padre, que "está sobre todos, por todos y en todos" (Ep 4,6). Al mismo tiempo, la fe evidencia con mayor énfasis la legítima autonomía de las realidades terrenas, en la medida en que "están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias" (Gaudium et spes GS 36).

Por consiguiente, podéis estar seguros de que vuestros debates serán útiles para todas las personas de buena voluntad, e impulsarán a los cristianos a aceptar con mayor prontitud su deber de mejorar la solidaridad con sus conciudadanos y entre ellos, y de actuar según el principio de subsidiariedad promoviendo la vida familiar, las asociaciones de voluntariado, la iniciativa privada y un orden público que facilite el buen funcionamiento de las comunidades más fundamentales de la sociedad (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 187).

102 Cuando examinamos los principios de solidaridad y de subsidiariedad a la luz del Evangelio, comprendemos que no son simplemente "horizontales": ambos tienen una dimensión vertical esencial. Jesús nos manda hacer a los demás lo que queramos que los demás nos hagan a nosotros (cf. Lc 6,31); amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22,35 ss). Estas leyes han sido inscritas por el Creador en la misma naturaleza del hombre (cf. Deus caritas est ). Jesús enseña que este amor nos llama hoy a dedicar nuestra vida al bien de los demás (cf. Jn 15,12-13).
En este sentido, la verdadera solidaridad —aunque comienza con un reconocimiento del valor igual del otro— sólo se realiza cuando pongo de buen grado mi vida al servicio de los demás (cf. Ep 6,21). Esta es la dimensión "vertical" de la solidaridad: me siento impulsado a hacerme a mí mismo menos que el otro, para atender a sus necesidades (cf. Jn 13,14-15), precisamente como Jesús "se humilló a sí mismo" para permitir a los hombres y a las mujeres participar en su vida divina con el Padre y el Espíritu (cf. Ph 2,8 Mt 23,12).

De igual modo, la subsidiariedad —en la medida en que alienta a los hombres y a las mujeres a entablar libremente relaciones vivificantes con aquellos a quienes están unidos más íntimamente y de quienes dependen más directamente, y exige que las más altas autoridades respeten estas relaciones— manifiesta una dimensión "vertical" que tiende al Creador del orden social (cf. Rm 12,16-18). Una sociedad que respeta el principio de subsidiariedad libra a las personas del desaliento y la desesperación, garantizándoles la libertad de comprometerse unos con otros en los ámbitos del comercio, la política y la cultura (cf. Quadragesimo anno, 80).

Cuando los responsables del bien común respetan el deseo humano natural de autogobierno basado en la subsidiariedad, dejan espacio para la responsabilidad y la iniciativa individual, pero, lo que es más importante, dejan espacio para el amor (cf. Rm 13,8 Deus caritas est ), que sigue siendo siempre "el camino más excelente" (1Co 12,31).

Al revelar el amor del Padre, Jesús no sólo nos enseñó a vivir como hermanos y hermanas aquí, en la tierra; también nos mostró que él mismo es el camino que lleva a la comunión perfecta de unos con otros y con Dios en el mundo futuro, puesto que a través de él "tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ep 2,18). Mientras os esforzáis para articular los modos como los hombres y las mujeres pueden promover mejor el bien común, os animo a examinar las dimensiones "vertical" y "horizontal" de la solidaridad y la subsidiariedad.

De este modo, podréis proponer modos más eficaces de resolver los múltiples problemas que afligen a la humanidad en el umbral del tercer milenio, testimoniando también la primacía del amor, que trasciende y realiza la justicia pues impulsa a la humanidad hacia la misma vida de Dios (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2004).

Con estos sentimientos, os aseguro mis oraciones y, como prenda de paz y alegría en el Señor resucitado, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.



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