Discursos 2008 124

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN LA PLAZA MATTEOTTI DE GÉNOVA

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Domingo 18 de mayo de 2008



Queridos jóvenes:

Lamentablemente, la lluvia me persigue en estos días, pero aceptémosla como signo de bendición, de fecundidad para la tierra, y también como símbolo del Espíritu Santo, que viene a renovar la tierra, incluida la tierra árida de nuestras almas.

Vosotros sois la juventud de Génova. Me alegra veros aquí. Os abrazo con el corazón de Cristo. Doy las gracias a los dos representantes que han actuado como portavoces vuestros. Y agradezco a todos el trabajo de preparación, no sólo exterior, sino sobre todo espiritual: con la adoración eucarística y la vigilia de oración habéis salido al encuentro del Espíritu Santo y, en el Espíritu, habéis entrado en la fiesta de la Santísima Trinidad, que celebramos hoy. Gracias por este camino que habéis recorrido.

También os agradezco vuestro entusiasmo, que siempre debe caracterizar vuestra alma, no sólo en los años de la juventud, llenos de expectativas y sueños, sino siempre, incluso cuando hayan pasado los años de la juventud y comencéis a vivir otras etapas de vuestra vida. Pero en el corazón todos debemos seguir siendo jóvenes. Es hermoso ser jóvenes. Hoy todos quieren ser jóvenes, permanecer jóvenes, y se disfrazan de jóvenes, aunque el tiempo de la juventud haya pasado de manera visible.

Me pregunto —he reflexionado—: ¿por qué es hermoso ser joven? ¿Por qué el sueño de la juventud perenne? Me parece que son dos los elementos determinantes. La juventud tiene todavía el futuro por delante; todo es futuro, tiempo de esperanza. El futuro está lleno de promesas.

Para ser sinceros, debemos decir que para muchos el futuro también se presenta oscuro, sembrado de amenazas. Hay incertidumbre: ¿encontraré un puesto de trabajo?, ¿encontraré una vivienda?, ¿encontraré el amor?, ¿cuál será mi verdadero futuro?

Y ante estas amenazas, el futuro también puede presentarse como un gran vacío. Por eso, hoy muchos quieren detener el tiempo, por miedo a un futuro en el vacío. Quieren aprovechar al máximo inmediatamente todas las bellezas de la vida. Y así el aceite en la lámpara se consuma cuando la vida debería comenzar. Por eso es importante elegir las verdaderas promesas, que abren al futuro, incluso con renuncias. Quien ha elegido a Dios, incluso en la vejez tiene ante sí un futuro sin fin y sin amenazas.

Por tanto, es importante escoger bien, no arruinar el futuro. Y la primera opción fundamental debe ser Dios, Dios revelado en su Hijo Jesucristo. A la luz de esta opción, que nos ofrece al mismo tiempo una compañía para el camino, una compañía fiable, que no nos abandona nunca, se encuentran los criterios para las demás opciones necesarias. Ser joven implica ser bueno y generoso. Y la bondad en persona es Jesucristo, el Jesús que conocéis o que busca vuestro corazón. Él es el Amigo que no traiciona nunca, fiel hasta la entrega de su vida en la cruz. Rendíos a su amor.

Como lleváis escrito en vuestras camisetas preparadas para este encuentro: "Liberaos" gracias a Jesús, porque sólo él puede libraros de vuestras preocupaciones y de vuestros temores, y colmar vuestras expectativas. Él dio su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. ¿Podría defraudar vuestra confianza? ¿Podría llevaros por senderos equivocados? Sus caminos son caminos de vida, llevan a los pastos del alma, aunque sean escarpados y difíciles.

Queridos amigos, os invito a cultivar la vida espiritual. Jesús dijo: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Jesús no hace juegos de palabras; es claro y directo. Todos le entienden y toman posición. La vida del alma es encuentro con él, Rostro concreto de Dios. Es oración silenciosa y perseverante, es vida sacramental, es Evangelio meditado, es acompañamiento espiritual, es pertenencia cordial a la Iglesia, a vuestras comunidades eclesiales.

125 Pero ¿cómo se puede amar, entrar en amistad con alguien a quien no se conoce? El conocimiento impulsa al amor y el amor estimula el conocimiento. Así sucede también con Cristo. Para encontrar el amor con Cristo, para encontrarlo realmente como compañero de nuestra vida, ante todo debemos conocerlo. Como los dos discípulos que lo siguen después de escuchar las palabras del Bautista y le dicen tímidamente: "Rabbí, ¿dónde vives?" (Jn 1,38), quieren conocerlo de cerca.

Es el mismo Jesús quien, hablando con los discípulos, distingue: "¿Quién dice la gente que soy yo?" (cf. Mt 16,13), refiriéndose a los que lo conocen de lejos, por decirlo así "de segunda mano". "Y vosotros ¿quién decís que soy yo?", refiriéndose a los que lo conocen "de primera mano", habiendo vivido con él, habiendo entrado realmente en su vida personalísima hasta convertirse en testigos de su oración, de su diálogo con el Padre.

Así, es importante que tampoco nosotros nos limitemos a la superficialidad de tantos que escucharon algo acerca de él: que era una gran personalidad, etc..., sino que entremos en una relación personal para conocerlo realmente. Y esto exige el conocimiento de la Escritura, sobre todo de los Evangelios, donde el Señor habla con nosotros. Estas palabras no siempre son fáciles, pero entrando en ellas, entrando en diálogo, llamando a la puerta de las palabras, diciendo al Señor: "Ábreme", encontramos realmente palabras de vida eterna, palabras vivas para hoy, tan actuales como lo fueron en aquel momento y como lo serán en el futuro.

Este coloquio con el Señor en la Escritura no debe ser nunca un coloquio individual; ha de hacerse en comunión, en la gran comunión de la Iglesia, donde Cristo está siempre presente, en la comunión de la liturgia, del encuentro personalísimo de la sagrada Eucaristía y del sacramento de la Reconciliación, donde el Señor me dice: "Te perdono".

Un camino muy importante es también ayudar a los pobres, a los necesitados, tener tiempo para los demás. Hay muchas dimensiones para entrar en el conocimiento de Jesús. Naturalmente están también las vidas de los santos. Tenéis numerosos santos aquí, en Liguria, en Génova, que nos ayudan a encontrar el verdadero rostro de Jesús. Sólo así, conociendo personalmente a Jesús, podemos también comunicar esta amistad nuestra a los demás; podemos superar la indiferencia. Porque, aunque parezca invencible —en efecto, a veces, la indiferencia da la impresión de no necesitar a Dios—, en realidad, todos saben qué les falta en su vida.

Sólo cuando descubren a Jesús caen en la cuenta: "Esto era lo que yo esperaba". Y nosotros, cuanto más amigos seamos de Jesús, tanto más podremos abrir el corazón a los demás, para que también ellos sean realmente jóvenes, es decir para que tengan ante sí un gran futuro.

Al final de este encuentro tendré la alegría de entregar el Evangelio a algunos de vosotros como signo de un mandato misionero. Id, queridos jóvenes, a los ambientes de vida, a vuestras parroquias, a los barrios más difíciles, a los caminos. Anunciad a Cristo, el Señor, esperanza del mundo. El hombre, cuanto más se aleja de Dios, su Fuente, tanto más se extravía; la convivencia humana se hace difícil, y la sociedad se disgrega.

Estad unidos entre vosotros, ayudaos a vivir y a crecer en la fe y en la vida cristiana, para que podáis ser testigos intrépidos del Señor. Estad unidos, pero no cerrados. Sed humildes, pero no tímidos. Sed sencillos, pero no ingenuos. Sed sensatos, pero no complicados. Entrad en diálogo con todos, pero sed vosotros mismos. Permaneced en comunión con vuestros pastores: son ministros del Evangelio, de la divina Eucaristía, del perdón de Dios. Para vosotros son padres y amigos, compañeros de camino. Los necesitáis y ellos os necesitan, todos os necesitamos.

Cada uno de vosotros, queridos jóvenes, si permanece unido a Cristo y a la Iglesia, puede realizar grandes cosas. Este es el deseo que formulo para vosotros y que os dejo como consigna. A los que estáis inscritos para participar en el Encuentro mundial de julio en Sydney os digo: "¡Hasta la vista!". Extiendo este saludo a todos, porque todos podéis seguir ese acontecimiento incluso desde aquí. Sé que en esos días las diócesis organizarán con ese motivo momentos comunitarios, para que los jóvenes del mundo entero vivan de verdad un nuevo Pentecostés.

Os encomiendo a la Virgen María, modelo de disponibilidad y de humilde valentía para aceptar la misión del Señor. Aprended de ella a hacer de vuestra vida un "sí" a Dios. Así Jesús vendrá a habitar en vosotros, y lo llevaréis con alegría a todos.



ENCUENTRO CON EL CABILDO DE LA CATEDRAL Y A LOS CONSAGRADOS EN GÉNOVA

Domingo 18 de mayo de 2008

126 Señores cardenales;
queridos miembros del cabildo de la catedral;
queridos religiosos y religiosas:

En esta breve pero intensa visita pastoral a Génova no podía faltar una etapa en vuestra insigne catedral, dedicada a San Lorenzo, que custodia las reliquias del Precursor de Jesús, san Juan Bautista. Y me alegra encontrarme con los canónigos del venerado cabildo metropolitano y con los religiosos y las religiosas presentes y activos en la archidiócesis.

Este templo, rodeado por numerosas callejuelas, parece ser el punto de confluencia y de llegada de todos los caminos: como si de la sombra de las calles estrechas los hombres quisieran salir a la luz de su catedral, como si quisieran salir a la luz de Dios, que a todos acoge, abraza, ilumina y conforta. Os saludo cordialmente a cada uno; en particular, a monseñor Mario Grone, deán del cabildo de la catedral, y al padre Domenico Rossi, delegado diocesano para la vida consagrada, que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos de devoción.

En los siglos pasados, la Iglesia de Génova conoció una rica tradición de santidad y de servicio generoso a los hermanos, gracias a la obra de celosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa. En este lugar vienen a la mente los nombres de varios santos y beatos: Antonio María Gianelli, Agustín Roscelli, Tomás Reggio, Francisco María de Camporosso, Catalina Fieschi Adorno, Virginia Centurione Bracelli, Paula Frassinetti, Eugenia Ravasco, María Repetto y Benedicta Cambiagio Frassinello.

Pero también ahora, a pesar de las dificultades que la sociedad está atravesando, es fuerte el celo evangelizador en vuestras comunidades. En particular, ha aumentado el deseo común de entablar relaciones de entendimiento cada vez más fraterno para colaborar en la acción misionera, promovida en toda la archidiócesis. En efecto, siguiendo las orientaciones de la Conferencia episcopal italiana, queréis vivir en estado de misión permanente, como testimonio de la alegría del Evangelio y como invitación explícita, dirigida a todos, a encontrar a Jesucristo. Heme aquí entre vosotros, queridos amigos, para alentaros a caminar en esta dirección.

En particular, quisiera señalaros como ejemplo al apóstol san Pablo, cuyo jubileo especial nos disponemos a celebrar con ocasión del bimilenario de su nacimiento. Convertido a Cristo en el camino de Damasco, se dedicó totalmente a la causa del Evangelio. Por Cristo afrontó pruebas de todo tipo, y permaneció fiel a él hasta sacrificar su vida. Al llegar al final de su peregrinación terrena, escribió así a su fiel discípulo Timoteo: "Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe" (
2Tm 4,6-7). Cada uno de nosotros, queridos hermanos y hermanas, debería poder decir lo mismo en el último día de su vida. Para que esto suceda —y es lo que el Señor espera de sus amigos—, es preciso que cultivemos el mismo espíritu misionero que animó a san Pablo, con una constante formación espiritual, ascética y pastoral. Sobre todo, es necesario que nos convirtamos en "especialistas" en la escucha de Dios y en ejemplos creíbles de una santidad que se traduzca en fidelidad al Evangelio, sin ceder al espíritu del mundo.

Como escribió el cardenal Giuseppe Siri, pastor celoso de esta archidiócesis durante varios decenios, y ahora enterrado en vuestra catedral, "la vida religiosa gira en torno a Dios y lo dispone todo en torno a Dios; por tanto, es un testimonio de Dios y una llamada de Dios" (Carta a todas las religiosas que oran y trabajan en la diócesis de Génova sobre el congreso del "Culto del Señor", 15 de agosto de 1953).

Vosotros, queridos miembros del cabildo de los canónigos de la catedral, al cuidar las acciones litúrgicas que se realizan aquí, recordáis que nosotros sacamos fuerzas de la oración personal y litúrgica. El cardenal Siri también subrayó que "la acción más venerada y más santa, digna de toda consideración y respeto, de todo honor y distinción que se realiza en una diócesis, es la celebración solemne de la liturgia divina, o sea, lo que hacéis vosotros. (...) Toda la diócesis, y en cierto sentido toda la Iglesia, reza a través de vuestros labios. La deuda de la familia diocesana de los fieles se paga a Dios ante todo con esta oración vuestra" (Hacia el congreso del "Culto del Señor". Carta pastoral a los canónigos, 24 de enero de 1953).

Amadísimos hermanos y hermanas, os agradezco en particular a vosotros, personas consagradas, vuestra presencia. Es una presencia antigua y siempre nueva, a pesar de que ha disminuido en número y fuerzas. Pero tened confianza: nuestros tiempos son diferentes a los de Dios y su Providencia. Es necesario orar y crecer en la santidad personal y comunitaria. El Señor provee. Os ruego que nunca os consideréis como si estuvierais en el "ocaso" de la vida: Cristo es el alba perenne, nuestra luz.

127 Continuad vuestras obras, pero, sobre todo, vuestra presencia: la disminución de vuestras comunidades os empobrece a vosotros, pero también a Génova. Los pobres, los enfermos, las familias, los niños, nuestras parroquias, todo es un campo valioso de servicio y de don para construir la Iglesia y servir a los hombres.

Os recomiendo sobre todo la educación de los muchachos y los jóvenes. Como sabéis, el desafío educativo es el más urgente, porque sin una auténtica educación del hombre no se va lejos. Y todos vosotros, aunque de diversos modos, tenéis una experiencia educativa histórica. Debemos ayudar a los padres en su extraordinaria y difícil misión educativa; debemos ayudar a las parroquias y a los grupos; debemos continuar, incluso con grandes sacrificios, las escuelas católicas, gran tesoro de la comunidad cristiana y verdadero recurso para el país.

Queridos canónigos y queridos religiosos y religiosas, la larga tradición espiritual de Génova cuenta con seis Papas, de los cuales recuerdo sobre todo a Benedicto XV de venerada memoria, el Papa de la paz. En la encíclica Humani generis redemptionem escribió que "lo que hace a la palabra humana capaz de beneficiar a las almas es la gracia de Dios". No olvidemos nunca que lo que nos une a todos es el hecho de estar llamados a anunciar juntos la alegría de Cristo y la belleza de la Iglesia. Esta alegría y esta belleza, que provienen del Espíritu, son don y signo de la presencia de Dios en nuestra alma.

Para ser testigos y heraldos del mensaje salvífico no podemos contar sólo con nuestras energías humanas. La fidelidad de Dios es la que estimula y conforma nuestra fidelidad a él; por eso, dejémonos guiar por el Espíritu de verdad y de amor. Esta es la invitación que dirijo a cada uno de vosotros, confirmándola con un recuerdo especial en la oración. Os encomiendo a todos a la Virgen de la Guardia, a san Lorenzo, a san Juan Bautista y a vuestros santos protectores. Con estos sentimientos, os bendigo de corazón.



A LOS OBISPOS DE ALBANIA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 23 de mayo de 2008

Venerados y queridos hermanos:

Con gran alegría os acojo a todos juntos, mientras estáis realizando vuestra peregrinación ad limina Apostolorum. Se trata de una ocasión oportuna para que el Sucesor de Pedro comparta las fatigas apostólicas que afrontáis en la amada tierra de Albania. Os saludo con afecto y os agradezco la espontánea apertura de corazón, con la que habéis dado a conocer al Papa la compleja realidad de la Iglesia en Albania, con sus dificultades y sus esperanzas. En particular, agradezco las palabras con las que, manifestando el pensamiento de todos, el presidente de vuestra Conferencia episcopal me ha expresado vuestros sentimientos. Gracias, queridos hermanos en el episcopado. ¡Y bienvenidos!

De todos es conocida la triste herencia que dejó en Albania un régimen dictatorial pasado, que había proclamado el ateísmo como ideología de Estado. Es evidente que esa orientación antidemocrática de las relaciones entre los ciudadanos ya os ha dejado una tarea difícil en el plano humano: redescubrir una gramática común que pueda sostener nuevamente el edificio social. Pero vosotros, sucesores de los Apóstoles, estáis llamados sobre todo a ser testigos de otra herencia, particularmente benéfica y constructiva: la del mensaje de salvación traído por Cristo al mundo.

En este sentido, después de la noche oscura de la dictadura comunista, incapaz de comprender las tradiciones atávicas del pueblo albanés, la Iglesia ha podido renacer providencialmente, entre otras razones gracias a la fuerza apostólica de mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, que os visitó en 1993, reconstruyendo de modo estable la jerarquía católica para el bien de los creyentes y en beneficio del pueblo albanés.

Uno de los primeros actos del gran Pontífice fue el reconocimiento de los héroes de la fe: recuerdo aquí, en particular, el espléndido testimonio del cardenal Koliqi, corifeo de una inmensa multitud de mártires. La reconstrucción de la jerarquía católica constituyó el debido reconocimiento a la íntima unión entre vuestro pueblo y Cristo, y contribuyó a dar espacio a las fuerzas nuevas del catolicismo en tierra de Albania. Sois custodios de este vínculo, y sobre todo a vosotros corresponde la tarea de promover en vuestros actos y en vuestras iniciativas la unidad que debe manifestar el misterio fundamental y vivificante del único Cuerpo de Cristo, en comunión con el ministerio del Sucesor de Pedro.

Desde esta perspectiva, no se puede por menos de ver cuán esencial es el sentir común y la corresponsabilidad compartida de los obispos, precisamente para afrontar de modo eficaz los problemas y las dificultades de la Iglesia en Albania. ¿Cómo podría imaginarse un itinerario diocesano que no tuviera en cuenta el parecer de los demás obispos, cuyo consenso es necesario para responder de modo adecuado a las expectativas del único pueblo al que se dirige la Iglesia?

128 El entendimiento cordial y fraterno entre los pastores no puede menos de producir grandes beneficios para el amado pueblo albanés, tanto en el plano social como en el ecuménico e interreligioso. Por tanto, amados hermanos, sed uno en Cristo al anunciar el Evangelio y al celebrar los misterios divinos; manifestad la comunión con la Iglesia universal, en la más amplia y genuina fraternidad episcopal. Sería inconcebible la iniciativa de un pastor que, al afrontar situaciones concretas, no se preocupara por coordinar su compromiso con el de sus hermanos obispos. Existen cuestiones específicas, atribuibles a problemas contingentes, que es necesario resolver con la contribución de todos, en el ámbito de la caridad y de la paciencia pastoral.

Exhorto a todos a la prudencia evangélica, con una actitud de auténtica caridad, recordando que los cánones eclesiales son medios para promover ordenadamente la comunión en Cristo y el bien superior de la única grey del Redentor. Esto concierne también a la actividad evangelizadora y catequística, y se expresa asimismo en el compromiso en el ámbito social. De modo particular, pienso en la sanidad, en la educación, en el esfuerzo de pacificación de los ánimos y en todo lo que favorece la colaboración positiva entre los diversos componentes de la sociedad y las respectivas tradiciones religiosas.

El fenómeno de la emigración, tanto dentro como fuera del país, os plantea graves problemas pastorales, que interpelan vuestro corazón de obispos no sólo por lo que concierne a los fieles que viven en vuestro territorio, sino también a los de la diáspora. Esto compromete vuestra capacidad de dialogar con vuestros hermanos de otros países, para ofrecer una ayuda pastoral necesaria y urgente. Conozco la dificultad de la falta de clero. También conozco la generosidad de muchos de vuestros sacerdotes, que actúan en situaciones precarias, dedicados a prestar el debido servicio sacerdotal a los fieles católicos de origen albanés en tierra extranjera. Esto os honra, queridos hermanos, pues os mostráis solícitos, según el corazón de Cristo, con las condiciones espirituales de vuestra gente también fuera de los confines de vuestra patria. Y esto honra también a los sacerdotes que generosamente comparten vuestras preocupaciones pastorales.

Hay, además, muchos problemas de orden práctico, para los cuales es necesaria también la contribución eficaz de las instituciones civiles, mediante propuestas que no sólo respondan a preocupaciones de orden político, sino que tengan en cuenta también las situaciones sociales concretas. Desde el punto de vista católico, tanto en vuestra patria como en el contexto de la emigración, se debería prestar una atención que, aun preservando la identidad específica de vuestra gente, no descuide su inserción en los contextos sociales de llegada. En esta perspectiva, es necesario cultivar, sobre todo en los sacerdotes destinados al cuidado pastoral de los emigrantes, una viva sensibilidad por la pertenencia de todos al único Cuerpo de Cristo, que es idéntico en todas las partes de la tierra.

Decir esto, venerados hermanos, significa reafirmar la necesidad continua de un cuidado constante en favor de aquellos a quienes el Señor llama a su seguimiento. Por tanto, la promoción de las vocaciones ha de ser siempre una de vuestras preocupaciones principales: de esto depende el futuro de la Iglesia en Albania.

Por último, deseo expresar mi felicitación por los acuerdos firmados recientemente con las autoridades de la República: confío en que dichas disposiciones favorezcan la reconstrucción espiritual del país, dado el papel positivo que la Iglesia desempeña en la sociedad. Por mi parte, os animo a proseguir vuestro ministerio para llevar a cabo los programas que juntos habéis concordado. A la vez que os encomiendo a la intercesión celestial de María, Madre del Buen Consejo, os imparto una especial bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.


A UN CONGRESO ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Viernes 23 de mayo de 2008

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y amables señoras:

Me alegra mucho daros mi bienvenida a todos vosotros —académicos y educadores de las instituciones católicas de enseñanza superior—, reunidos en Roma para reflexionar, juntamente con los componentes del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, sobre la identidad y la misión de las facultades de comunicación en las Universidades católicas. A través de vosotros, deseo saludar a vuestros colegas, a vuestros estudiantes y a cuantos forman parte de las facultades que representáis. Doy las gracias, en particular, a vuestro presidente, monseñor Claudio Maria Celli, por las amables palabras que me ha dirigido. Saludo asimismo a los secretarios y al subsecretario del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales.

Las distintas formas de comunicación —diálogo, oración, enseñanza, testimonio, proclamación— y sus diversos instrumentos —prensa, electrónica, artes visuales, música, voz, gestos y contacto— son manifestaciones de la naturaleza fundamental de la persona humana. La comunicación revela a la persona, crea relaciones auténticas y comunidad, y permite a los seres humanos madurar en conocimiento, sabiduría y amor. Sin embargo, la comunicación no es sólo producto de una mera y fortuita casualidad, o de nuestras capacidades humanas. A la luz del mensaje bíblico, refleja más bien nuestra participación en el Amor trinitario creativo, comunicativo y unificador, que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios nos ha creado para estar unidos a él, y nos ha dado el don y la tarea de la comunicación, porque quiere que obtengamos esta unión, no solos, sino a través de nuestro conocimiento, nuestro amor y nuestro servicio a él y a nuestros hermanos y hermanas, en una relación comunicativa y amorosa.

129 Es evidente que en el centro de cualquier reflexión seria sobre la naturaleza y la finalidad de las comunicaciones humanas debe estar un compromiso con las cuestiones relativas a la verdad. Un comunicador puede intentar informar, educar, entretener, convencer, consolar, pero el valor final de cualquier comunicación reside en su veracidad. En una de las primeras reflexiones sobre la naturaleza de la comunicación, Platón subrayó los peligros de cualquier tipo de comunicación que busque promover los objetivos y los propósitos del comunicador o de aquellos para quienes trabaja sin considerar la verdad de cuanto se comunica. También vale la pena recordar la sabia definición de orador que dio Catón el Viejo: vir bonus dicendi peritus, un hombre bueno y honesto, hábil para comunicar.

El arte de la comunicación, por su naturaleza, está vinculado a un valor ético, a las virtudes que son el fundamento de la moral. A la luz de esa definición, os aliento, como educadores, a que alimentéis y recompenséis la pasión por la verdad y la bondad que siempre es fuerte en los jóvenes. Ayudadles a dedicarse plenamente a la búsqueda de la verdad. Pero enseñadles también que su pasión por la verdad, que también puede servirse de cierto escepticismo metodológico, especialmente en cuestiones de interés público, no debe distorsionarse ni convertirse en un cinismo relativista según el cual se rechace o ignore habitualmente cualquier apelación a la verdad y a la belleza.

Os aliento a poner mayor atención en los programas académicos del ámbito de los medios de comunicación social, en especial en las dimensiones éticas de la comunicación entre las personas, en un período en el que el fenómeno de la comunicación está ocupando un lugar cada vez mayor en todos los contextos sociales. Es importante que esta formación jamás se considere como un simple ejercicio técnico o como mero deseo de dar informaciones; conviene que sea principalmente una invitación a promover la verdad en la información y a hacer reflexionar a nuestros contemporáneos sobre los acontecimientos, a fin de ser educadores de los hombres de hoy y construir un mundo mejor. También es necesario promover la justicia y la solidaridad, y respetar en toda circunstancia el valor y la dignidad de cada persona, que tiene derecho a no ser ofendida en lo que concierne a su vida privada.

Sería una tragedia para el futuro de la humanidad si los nuevos instrumentos de comunicación, que permiten compartir el conocimiento y la información de manera más rápida y eficaz, no fueran accesibles a los que ya están marginados económica y socialmente, o sólo contribuyeran a agrandar la distancia que separa a estas personas de las nuevas redes que se están desarrollando al servicio de la socialización humana, la información y el aprendizaje. Por otro lado, sería igualmente grave que la tendencia globalizante en el mundo de las comunicaciones debilitara o eliminara las costumbres tradicionales y las culturas locales, de manera especial las que han logrado fortalecer los valores familiares y sociales, el amor, la solidaridad y el respeto a la vida.

En ese contexto, deseo expresar mi aprecio a aquellas comunidades religiosas que, no obstante los altos costos financieros o los innumerables recursos humanos, han abierto Universidades católicas en los países en vías de desarrollo, y me complace que muchas de estas instituciones estén hoy aquí representadas. Sus esfuerzos asegurarán a los países donde se encuentran el beneficio de la colaboración de hombres y mujeres jóvenes que reciben una formación profesional profunda, inspirada en la ética cristiana, que promueve la educación y la enseñanza como un servicio a toda la comunidad. Valoro de manera particular su compromiso por ofrecer una esmerada educación para todos, independientemente de la raza, condición social o credo, lo cual constituye la misión de la Universidad católica.

En estos días estáis examinando la cuestión de la identidad de una Universidad o de una escuela católica. Al respecto os recuerdo que esta identidad no es sólo una cuestión de número de alumnos católicos; es sobre todo una cuestión de convicción: se trata de creer verdaderamente que el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. La consecuencia es que la identidad católica está en primer lugar en la decisión de encomendarse uno mismo —inteligencia y voluntad, mente y corazón— a Dios. Como expertos en la teoría y en la práctica de la comunicación, y como educadores que están formando una nueva generación de comunicadores, desempeñáis un papel privilegiado no sólo en la vida de vuestros alumnos, sino también en la misión de vuestras Iglesias locales y de sus pastores para dar a conocer la buena nueva del amor de Dios a todas las personas.

Queridos hermanos, a la vez que confirmo mi aprecio por vuestro sugestivo encuentro, que abre el corazón a la esperanza, deseo aseguraros que sigo vuestra importante actividad con la oración y la acompaño con una especial bendición apostólica, que extiendo de corazón a todos vuestros seres queridos.


A UNA DELEGACIÓN DE LA EX REPÚBLICA YUGOSLAVA DE MACEDONIA

Sala del Consistorio

Sábado 24 de mayo de 2008



Señor presidente del Gobierno;
honorables miembros del Gobierno y distinguidas autoridades;
130 venerados hermanos representantes de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica:

La fiesta anual de san Cirilo y san Metodio os ha traído a Roma, donde se conservan las reliquias de san Cirilo, y me alegra acogeros y dirigiros a cada uno un cordial saludo. Deseo sinceramente que vuestro país avance por los senderos de la concordia y de la fraternidad, esforzándose por seguir con un compromiso cada vez más generoso el ejemplo de los santos hermanos de Salónica. Animados por una fe ardiente, sembraron a manos llenas en Europa las semillas de la fe cristiana, generadora de valores y obras al servicio del bien del hombre y de su dignidad. Su enseñanza eficaz sigue siendo actual y es fuente de inspiración para quienes quieren ponerse al servicio del Evangelio, así como para los responsables del bien común de las naciones.

Los santos hermanos patronos de Europa, con su incesante actividad apostólica y con su infatigable celo misionero, se convirtieron en "puentes" de unión entre Oriente y Occidente. Su luminoso testimonio espiritual indica una verdad perenne que se debe redescubrir cada vez más: sólo a partir de Dios la esperanza puede llegar a ser fiable y segura.

Como escribí en la encíclica Spe salvi: «Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf.
Ep 2,12)» (). Y añadí: «La verdadera, la gran esperanza del hombre, que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando "hasta el extremo", "hasta el total cumplimiento" (cf. Jn 13,1 Jn 19,30)» (ib.).

Esta esperanza se hace realidad tangible cuando las personas de buena voluntad en todas las partes del mundo, como los hermanos san Cirilo y san Metodio, imitando el ejemplo de Jesús y fieles a su enseñanza, se dedican sin cesar a poner las bases de la convivencia amistosa entre los pueblos, respetando los derechos de cada uno y buscando el bien de todos.

Gracias por vuestra visita, que se sitúa en el contexto de vuestra peregrinación anual a Roma: se trata de un acto de veneración a san Cirilo y san Metodio y, al mismo tiempo, de un signo elocuente de los vínculos de amistad que caracterizan las relaciones entre vuestra nación y la Iglesia católica. Deseo de corazón que estos vínculos se fortalezcan cada vez más, favoreciendo actitudes de fructuosa cooperación en beneficio de todo vuestro país.

Que Dios omnipotente colme vuestra mente y vuestro corazón de su paz, y bendiga abundantemente al pueblo de la ex República yugoslava de Macedonia.



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