Discursos 2008 130

A UNA DELEGACIÓN DE LA REPÚBLICA DE BULGARIA

Sala de los Papas

Sábado 24 de mayo de 2008



Honorables miembros del Gobierno y distinguidas autoridades;
venerados hermanos representantes de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica:

131 Como todos los años, me complace daros una cordial bienvenida a todos vosotros, miembros de la delegación oficial búlgara, que habéis venido a Roma con ocasión de la fiesta de san Cirilo y san Metodio, venerados tanto en Oriente como en Occidente. La memoria litúrgica de estos dos santos hermanos reviste para Bulgaria un elevado valor simbólico y constituye, al mismo tiempo, un importante acontecimiento cultural.

En efecto, su recuerdo estimula en los creyentes, tanto ortodoxos como católicos, el vivo deseo de dar al país un significativo impulso para profundizar su rico patrimonio cristiano, cuyos orígenes se remontan precisamente a la incansable iniciativa de los dos grandes evangelizadores provenientes de Tesalónica. Signo de este compromiso común es la composición de vuestra delegación, encabezada por el viceprimer ministro y constituida por representantes de las diversas Iglesias e instituciones culturales presentes en tierra búlgara.

Hoy es preciso seguir valorando la obra de evangelización, realizada con celo apostólico por san Cirilo y san Metodio en el territorio habitado por pueblos eslavos, porque constituye un modelo de inculturación de la fe, en sus elementos esenciales, incluso en la época posmoderna. En efecto, el Evangelio no debilita lo que hay de auténtico en las diversas tradiciones culturales, sino que ayuda al hombre de todos los tiempos a reconocer y realizar el bien auténtico, iluminado por el resplandor de la verdad.

Por tanto, los cristianos tienen la tarea de mantener y consolidar el vínculo intrínseco que existe entre el Evangelio, la misión de los discípulos de Cristo y su respectiva identidad cultural. Es importante redescubrir las raíces cristianas para contribuir a la construcción de una sociedad en la que estén presentes los valores espirituales y culturales que brotan del Evangelio. Valores e ideales que se alimentan de una unión incesante con Dios, como lo muestra la vida de san Cirilo y san Metodio, promotores constantes de relaciones de mutuo conocimiento y cordialidad entre pueblos diversos y entre culturas y tradiciones eclesiales diferentes. Lo recordé en mi encíclica Spe salvi: si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida y podemos entablar relaciones de auténtica solidaridad con el próximo (cf. ).

Deseo de corazón que nuestro encuentro sea para todos vosotros, aquí presentes, y para las realidades eclesiales y civiles que representáis, motivo de relaciones fraternas y solidarias cada vez más intensas.

Que el Señor bendiga a vuestro querido país y a todos sus ciudadanos.



A LOS NUEVOS EMBAJADORES


EN LA PRESENTACIÓN DE CARTAS CREDENCIALES

Jueves 29 de mayo de 2008



Excelencias:

Me alegra daros la bienvenida con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Tanzania, Uganda, Liberia, Chad, Bangladesh, Bielorrusia, República de Guinea, Sri Lanka y Nigeria.

Os doy las gracias por las amables palabras que me habéis dirigido en nombre de vuestros jefes de Estado. Os pido que les transmitáis mi deferente saludo y mis mejores deseos para sus personas y para la elevada misión que realizan al servicio de su nación. Mi saludo se dirige también a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a todos vuestros compatriotas.

Vuestra presencia hoy me brinda también la ocasión para manifestar mi afecto a las comunidades católicas presentes en vuestros países y asegurarles mis oraciones, a fin de que sigan testimoniando con fidelidad y entrega a Cristo, mediante el anuncio del Evangelio y los múltiples compromisos al servicio de todos sus hermanos en humanidad.

132 En el mundo actual los líderes de las naciones desempeñan un papel importante, no sólo en su propio país, sino también en las relaciones internacionales, para que toda persona, en el lugar donde vive, pueda gozar de condiciones de vida dignas. Por este motivo, la medida principal en el ámbito político es la búsqueda de la justicia, para que siempre se respeten la dignidad y los derechos de todo ser humano, y para que todos los habitantes de un país puedan participar en la riqueza nacional. Lo mismo sucede a nivel internacional.

Sin embargo, en todos los casos, la comunidad humana también está llamada a ir más allá de la mera justicia, manifestando su solidaridad a los pueblos más pobres, con la preocupación de una mejor distribución de las riquezas, permitiendo beneficiarse en primer lugar, de manera especial, a los países que cuentan con bienes en su suelo o en su subsuelo. Los países ricos no pueden apropiarse, por ellos mismos, de lo que procede de otras tierras. Es un deber de justicia y de solidaridad el que la comunidad internacional vele por la distribución de los recursos, prestando atención a las condiciones propicias para el desarrollo de los países que más lo necesitan.

Asimismo, más allá de la justicia, es necesario desarrollar también la fraternidad, para edificar sociedades armoniosas, en las que reinen la concordia y la paz, y para resolver los eventuales problemas que surjan, mediante el diálogo y la negociación, y no a través de la violencia en todas sus formas, que no puede menos de afectar a los seres humanos más débiles y pobres.

La solidaridad y la fraternidad derivan, en definitiva, del amor fundamental que debemos alimentar por nuestro prójimo, pues toda persona que tiene una responsabilidad en la vida pública está llamada, ante todo, a hacer que su misión sea un servicio a todos sus compatriotas y, más en general, a todos los pueblos del planeta.

Por su parte, las Iglesias particulares hacen todos los esfuerzos posibles para aportar su contribución al bienestar de sus compatriotas, a veces en situaciones difíciles. Su mayor deseo es continuar incansablemente ese servicio al hombre, a todo hombre, sin discriminación alguna.

Vuestros jefes de Estado os acaban de encomendar una misión ante la Santa Sede, la cual, por su parte, presta particular atención al bien de las personas y de los pueblos. Al final de nuestro encuentro, señores embajadores, os expreso mis mejores deseos para el servicio que estáis llamados a desempeñar en el marco de la vida diplomática. Que el Altísimo os sostenga a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores, y a todos vuestros compatriotas, en la edificación de una sociedad pacífica; y que sobre cada uno de vosotros descienda la abundancia de las bendiciones divinas.


A LA 58ª ASAMBLEA GENERAL


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Jueves 29 de mayo de 2008



Queridos hermanos obispos italianos:

Esta es la cuarta vez que tengo la alegría de encontrarme con vosotros, reunidos en vuestra asamblea general, para reflexionar con vosotros sobre la misión de la Iglesia en Italia y sobre la vida de esta amada nación. Saludo a vuestro presidente, cardenal Angelo Bagnasco, y le agradezco sinceramente las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a los tres vicepresidentes y al secretario general. Os saludo a cada uno con el afecto que brota de saber que somos miembros del único Cuerpo místico de Cristo y partícipes de la misma misión.

Ante todo, deseo felicitaros por haber centrado vuestros trabajos en la reflexión sobre cómo favorecer el encuentro de los jóvenes con el Evangelio y, por tanto, en concreto, sobre las cuestiones fundamentales de la evangelización y la educación de las nuevas generaciones. En Italia, como en muchos otros países, se constata claramente lo que podemos definir una verdadera "emergencia educativa". En efecto, cuando en una sociedad y en una cultura marcadas por un relativismo invasor y a menudo agresivo parecen faltar las certezas fundamentales, los valores y las esperanzas que dan sentido a la vida, se difunde fácilmente, tanto entre los padres como entre los maestros, la tentación de renunciar a su tarea y, antes incluso, el riesgo de no comprender ya cuál es su papel y su misión.

Así, los niños, los adolescentes y los jóvenes, aun rodeados de muchas atenciones y protegidos quizá excesivamente contra las pruebas y las dificultades de la vida, al final se sienten abandonados ante los grandes interrogantes que surgen inevitablemente en su interior, al igual que ante las expectativas y los desafíos que se perfilan en su futuro. Para nosotros, los obispos, para nuestros sacerdotes, para los catequistas y para toda la comunidad cristiana, la emergencia educativa asume un aspecto muy preciso: el de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones.

133 También aquí, en cierto sentido especialmente aquí, debemos tener en cuenta los obstáculos que plantea el relativismo: una cultura que pone a Dios entre paréntesis y desalienta cualquier opción verdaderamente comprometedora y, en particular, las opciones definitivas, para privilegiar en cambio, en los diversos ámbitos de la vida, la afirmación de sí mismos y las satisfacciones inmediatas.

Para afrontar estas dificultades, el Espíritu Santo ya ha suscitado en la Iglesia muchos carismas y energías evangelizadoras, particularmente presentes y activas en el catolicismo italiano. Los obispos tenemos el deber de acoger con alegría estas nuevas fuerzas, sostenerlas, favorecer su maduración, guiarlas y dirigirlas de modo que se mantengan siempre dentro del gran cauce de la fe y de la comunión eclesial.

Además, debemos dar un perfil más marcado de evangelización a las numerosas formas y ocasiones de encuentro y de presencia que todavía tenemos con el mundo juvenil, en las parroquias, en los oratorios, en las escuelas —de modo especial, en las escuelas católicas—, y en muchos otros lugares de agrupación. Tienen mayor importancia, obviamente, las relaciones personales, y en especial la confesión sacramental y la dirección espiritual. Cada una de estas ocasiones es una posibilidad que se nos concede para mostrar a nuestros muchachos y jóvenes el rostro del Dios que es el verdadero amigo del hombre.

Asimismo, las grandes citas, como la que vivimos en septiembre del año pasado en Loreto y la que viviremos en julio en Sydney, donde estarán presentes también muchos jóvenes italianos, son la expresión comunitaria, pública y festiva de la esperanza, del amor y de la confianza en Cristo y en la Iglesia, que siguen arraigados en el alma de los jóvenes. Por tanto, estas citas recogen el fruto de nuestro trabajo pastoral diario y, al mismo tiempo, ayudan a respirar a pleno pulmón la universalidad de la Iglesia y la fraternidad que debe unir a todas las naciones.

También en un contexto social más amplio, precisamente la actual emergencia educativa incrementa la demanda de una educación que sea verdaderamente tal; por tanto, en concreto, la demanda de educadores que sepan ser testigos creíbles de las realidades y de los valores sobre los cuales es posible construir tanto la existencia personal como proyectos de vida comunes y compartidos.

Esta demanda, que viene del cuerpo social e implica a los muchachos y a los jóvenes, al igual que a los padres y a los demás educadores, constituye de por sí la premisa y el inicio de un itinerario de redescubrimiento y reactivación que, con formas adecuadas a los tiempos actuales, ponga de nuevo en el centro la formación plena e integral de la persona humana.

En este contexto, quiero decir una palabra en favor de esos lugares específicos de formación que son las escuelas. En un Estado democrático, que se enorgullece de promover la libre iniciativa en todos los campos, no se justifica la exclusión de un apoyo adecuado al compromiso de las instituciones eclesiásticas en el campo escolar. En efecto, es legítimo preguntarse si no contribuiría a la calidad de la enseñanza la confrontación estimulante, respetando los programas ministeriales válidos para todos, entre diversos centros formativos creados por fuerzas populares múltiples con el fin de interpretar las opciones educativas de las familias. Todo hace pensar que semejante confrontación produciría efectos benéficos.

Queridos hermanos obispos italianos, no sólo en el importantísimo ámbito de la educación, sino también, en cierto sentido, en su propia situación global, Italia necesita salir de un período difícil, en el que se ha debilitado el dinamismo económico y social, ha disminuido la confianza en el futuro y, en cambio, ha aumentado el sentido de inseguridad por las condiciones de pobreza de numerosas familias, con la consiguiente tendencia de cada uno a aislarse. Precisamente teniendo en cuenta este contexto, percibimos con particular alegría las señales de un clima nuevo, más confiado y constructivo, vinculado al establecimiento de relaciones más serenas entre las fuerzas políticas y las instituciones, en virtud de una percepción más viva de las responsabilidades comunes con respecto al futuro de la nación. Y consuela que dicha percepción parece extenderse al sentir popular, al territorio y a las clases sociales. En efecto, se ha generalizado el deseo de reanudar el camino, de afrontar y resolver juntos al menos los problemas más urgentes y graves, de comenzar una nueva etapa de crecimiento económico, pero también civil y moral.

Evidentemente, este clima debe consolidarse, y si no logra pronto un resultado concreto, podría disiparse. Pero de por sí ya representa un valioso recurso, que cada uno debe salvaguardar y reforzar, según su papel y sus responsabilidades. Como obispos, no podemos por menos de dar nuestra contribución específica para que en Italia se produzca un período de progreso y concordia, haciendo fructificar las energías y los impulsos que surgen de su gran historia cristiana.

Con este fin, ante todo debemos decir y testimoniar con franqueza a nuestras comunidades eclesiales y a todo el pueblo italiano que, aunque son muchos los problemas por afrontar, el problema fundamental del hombre de hoy sigue siendo el problema de Dios. Ningún otro problema humano y social podrá resolverse verdaderamente si Dios no vuelve a ocupar el centro de nuestra vida. Solamente así, a través del encuentro con el Dios vivo, manantial de la esperanza que nos cambia desde dentro y no defrauda (cf.
Rm 5,5), es posible recuperar una confianza fuerte y segura en la vida, y dar consistencia y vigor a nuestros proyectos de bien.

Deseo repetiros a vosotros, queridos obispos italianos, lo que dije el pasado 16 de abril a nuestros hermanos obispos de Estados Unidos: «Como anunciadores del Evangelio y guías de la comunidad católica, vosotros estáis llamados también a participar en el intercambio de ideas en la esfera pública, para ayudar a modelar actitudes culturales adecuadas» (Homilía durante la celebración de las Vísperas, 16 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de abril de 2008, p. 8).

134 Por tanto, en el marco de una laicidad sana y bien entendida, es preciso resistir contra cualquier tendencia a considerar la religión, y en particular el cristianismo, como un hecho solamente privado; al contrario, las perspectivas que surgen de nuestra fe pueden dar una contribución fundamental a la aclaración y solución de los mayores problemas sociales y morales de Italia y de la Europa de hoy.

Así pues, hacéis bien en dedicar gran atención a la familia fundada en el matrimonio, para promover una pastoral adecuada a los desafíos que debe afrontar hoy, para incentivar la consolidación de una cultura favorable, y no hostil, a la familia y a la vida, así como para solicitar a las instituciones públicas una política coherente y orgánica, que reconozca el papel central que desempeña la familia en la sociedad, en particular con respecto a la generación y educación de los hijos: Italia tiene una necesidad grande y urgente de esta política.

De igual modo, debe ser fuerte y constante nuestro compromiso en favor de la dignidad y la defensa de la vida humana en todo momento y condición, desde la concepción y la fase embrionaria, pasando por las situaciones de enfermedad y sufrimiento, hasta la muerte natural. Tampoco podemos cerrar los ojos y callar ante las pobrezas, las dificultades y las injusticias sociales que afligen a gran parte de la humanidad y que requieren el compromiso generoso de todos, un compromiso que se extienda también a las personas que, aunque sean desconocidas, atraviesan situaciones de necesidad.

Naturalmente, la disponibilidad a ayudarles debe manifestarse respetando las leyes, que garantizan el desarrollo ordenado de la vida social tanto dentro de un Estado como con respecto a quienes llegan a él desde el exterior. No es necesario que concrete más mi reflexión: vosotros, juntamente con vuestros queridos sacerdotes, conocéis las situaciones concretas y reales, porque vivís con la gente.

Así pues, para la Iglesia que está en Italia es una extraordinaria oportunidad poder valerse de medios de información que interpreten diariamente en el debate público sus exigencias y preocupaciones, ciertamente de manera libre y autónoma, pero con espíritu de sincera comunión. Por tanto, me alegro con vosotros por el cuadragésimo aniversario de la fundación del diario Avvenire, y deseo vivamente que llegue a un número cada vez mayor de lectores. Me alegra la publicación de la nueva traducción de la Biblia, y os agradezco el ejemplar que me habéis regalado amablemente, y espero que haya también una edición de bolsillo. Se enmarca bien en la preparación del próximo Sínodo de los obispos, que reflexionará sobre: "La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia".

Amadísimos hermanos obispos italianos, os aseguro mi cercanía, con un constante recuerdo en la oración, y os imparto con gran afecto la bendición apostólica a cada uno de vosotros, a vuestras Iglesias y a toda la amada nación italiana.


A LOS OBISPOS DE MYANMAR EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 30 de mayo de 2008



Queridos hermanos en el episcopado:

Me complace daros la bienvenida a vosotros, obispos de Myanmar, que habéis venido a la ciudad de Roma para venerar las tumbas de los santos Apóstoles y fortalecer vuestra comunión con el Sucesor de Pedro. Nuestro encuentro de hoy da testimonio de la unidad, la caridad y la paz que nos unen y animan nuestra misión de enseñar, guiar y santificar al pueblo de Dios (cf. Lumen gentium LG 22). Agradezco las amables palabras de saludo y la seguridad de las oraciones que el arzobispo Paul Grawng me ha expresado en vuestro nombre y de parte del clero, los religiosos y los laicos de vuestras respectivas diócesis. Correspondo con mi saludo cordial y mi sincera oración para que "el Señor os dé la paz siempre y en todo lugar" (cf. 2Th 3,16).

La Iglesia en Myanmar es conocida y admirada por su solidaridad con los pobres y los necesitados. Esto se ha puesto de manifiesto especialmente mediante la solicitud con que habéis actuado tras el ciclón Nargis. Las numerosas organizaciones y asociaciones católicas en vuestro país muestran que el pueblo encomendado a vuestro cuidado ha escuchado el clamor del Bautista: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo" (Lc 3,11). Confío en que bajo vuestra guía los fieles sigan demostrando la posibilidad de establecer "un acertado nexo entre evangelización y obras de caridad" (Deus caritas est ), para que otros "experimenten la riqueza de su humanidad" y "Dios sea glorificado por Jesucristo" (ib., ; cf. 1P 4,8-11).

Sé cuán agradecido se ha sentido el pueblo birmano durante estos días difíciles por los esfuerzos de la Iglesia para proveer refugio, comida, agua y medicinas a quienes todavía atraviesan dificultades. Espero que, tras el acuerdo alcanzado recientemente para la provisión de ayuda por parte de la comunidad internacional, todos los que estén dispuestos a ayudar puedan proporcionar el tipo de asistencia requerido y tener acceso efectivo a los lugares donde más se necesita.

135 En este momento crítico doy gracias a Dios todopoderoso, que nos ha reunido "cara a cara" (cf. 1Th 2,17), porque me brinda la ocasión de aseguraros que la Iglesia universal está unida espiritualmente a quienes lloran la pérdida de sus seres queridos (cf. Rm 12,15), mientras les recuerda la promesa de fortaleza y consolación del Señor (cf. Mt 5,5). Que Dios abra el corazón de todos, para que se realice un esfuerzo concertado con el fin de facilitar y coordinar las operaciones para llevar ayuda a los que sufren y reconstruir las infraestructuras del país.

La misión de caridad de la Iglesia resplandece de modo especial a través de la vida religiosa, en la cual hombres y mujeres se entregan a sí mismos con corazón "indiviso" al servicio de Dios y del prójimo (cf. 1Co 7,34 cf. Vita consecrata VC 3). Me complace observar que un número cada vez mayor de mujeres responden a la llamada a la vida consagrada en vuestra región. Oro para que su aceptación libre y radical de los consejos evangélicos impulse a otros a abrazar la vida de castidad, pobreza y obediencia por el Reino.

Formar a los candidatos para este servicio de oración y trabajo apostólico requiere una inversión de tiempo y recursos. Los cursos de formación ofrecidos por la Conferencia de religiosos católicos de Myanmar atestiguan que es posible la cooperación entre las diferentes comunidades religiosas con el debido respeto al carisma particular de cada una de ellas, y responden a la necesidad de una sólida formación académica, espiritual y humana.

Otro signo de esperanza es el número creciente de vocaciones al sacerdocio. Estos hombres no sólo "han sido llamados", sino también "enviados a anunciar" (cf. Lc 9,1-2), para ser ejemplos de fidelidad y santidad para el pueblo de Dios. Los sacerdotes, llenos del Espíritu Santo y guiados por vuestra solicitud paternal, deben cumplir sus deberes sagrados con humildad, sencillez y obediencia (cf. Presbyterorum ordinis PO 15). Como sabéis, esto requiere una formación completa que corresponda a la dignidad de su ministerio sacerdotal. Por tanto, os animo a seguir haciendo los sacrificios necesarios para garantizar que los seminaristas reciban la formación integral que los capacite para ser auténticos heraldos de la nueva evangelización (cf. Pastores dabo vobis PDV 2).

Queridos hermanos en el episcopado, la misión de la Iglesia de difundir la buena nueva depende de la respuesta generosa y pronta de los laicos a convertirse en obreros de la viña (cf. Mt 20,1-16 Mt 9,37-38). También ellos necesitan una formación cristiana sólida y dinámica, que los impulse a llevar el mensaje del Evangelio a sus lugares de trabajo, a sus familias y a la sociedad en general (cf. Ecclesia in Asia ). Vuestras relaciones aluden al entusiasmo con el que los laicos están promoviendo muchas y nuevas iniciativas catequísticas y espirituales, implicando a menudo a un gran número de jóvenes.

Al fomentar y supervisar estas iniciativas, os aliento a recordar a quienes están encomendados a vuestra solicitud pastoral que acudan constantemente al pan de la Eucaristía mediante la participación en la liturgia y la contemplación silenciosa (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 6). Los programas eficaces de evangelización y catequesis también se deben planificar y organizar bien, para que pueda lograrse el fin deseado de enseñar la verdad cristiana y atraer a las personas hacia el amor de Cristo. Es de desear que se sirvan de instrumentos adecuados, incluso folletos y material audiovisual, para completar la enseñanza oral y proporcionar puntos de referencia comunes para una auténtica doctrina católica. Estoy seguro de que otras Iglesias locales del mundo harán lo posible por suministrar material.

Vuestra participación activa en el primer Congreso misionero asiático ha llevado a nuevas iniciativas para fomentar las buenas relaciones con los budistas en vuestro país. A este respecto, os animo a mejorar cada vez más las relaciones con ellos para el bien de cada una de vuestras comunidades y de toda la nación.

Por último, queridos hermanos en el episcopado, os expreso mi sincera gratitud por vuestro ministerio fiel en medio de circunstancias y momentos difíciles, que a menudo quedan fuera de vuestro control. El próximo mes, la Iglesia inaugurará un año jubilar especial en honor de san Pablo. El "Apóstol de los gentiles" ha sido admirado a lo largo de los siglos por su perseverancia inquebrantable en las pruebas y tribulaciones, relatadas con viveza en sus cartas y en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2Tm 1,8-13 Ac 27,13-44). San Pablo nos exhorta a mantener la mirada fija en la gloria que nos espera, para no desesperar jamás en el dolor y los sufrimientos actuales.

El don de la esperanza que hemos recibido —y en el que somos salvados (cf. Rm 8,24)— confiere gracia y transforma nuestra vida (cf. Spe salvi ). Iluminados por el Espíritu Santo, os invito a uniros a san Pablo con la confianza segura de que nada —ni la angustia ni la persecución ni el hambre ni lo presente ni lo futuro— podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (cf. Rm 8,35-39).

Encomendándoos a la intercesión de María, Reina de los Apóstoles, os imparto de buen grado mi bendición apostólica a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos.


AL SEÑOR ACISCLO VALLADARES MOLINA, EMBAJADOR DE GUATEMALA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 31 de mayo de 2008



Señor Embajador:

136 1. Recibo con alegría las cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Guatemala ante la Santa Sede. Me complace darle la cordial bienvenida en este solemne acto con el que comienza la misión que le ha sido confiada, a la vez que le expreso mi gratitud por las palabras que me ha dirigido, así como por el deferente saludo que me ha hecho llegar de Su Excelencia, Ingeniero Álvaro Colom Caballeros, Presidente de ese noble país. Le ruego que transmita mis mejores deseos para él y su Gobierno, asegurando mis oraciones por la seguridad, el progreso y la armónica convivencia del querido pueblo guatemalteco.

2. Se cumple en este año el XXV aniversario de la primera Visita Pastoral que mi venerado Predecesor realizó a esa hermosa tierra «de la eterna primavera». En aquella memorable ocasión, el Siervo de Dios Juan Pablo II pudo manifestar la solicitud con que la Santa Sede ha acompañado a esa Nación en sus diversas vicisitudes, estando especialmente próxima a ella en los momentos más delicados, para compartir los desvelos de sus gentes y, sobre todo, para alentarlas a trabajar con abnegación por el bien común.

Señor Embajador, me consta que los guatemaltecos corresponden a esta solicitud con una entrañable adhesión al Obispo de Roma, lo cual contribuye a estrechar los lazos de amistad que unen desde hace tiempo a su País con la Santa Sede, que tiene en alta estima estas relaciones fluidas y formula los mejores votos para que las circunstancias en que vive Guatemala permitan un presente colmado de logros en los diversos ámbitos de la sociedad y consoliden una base firme para encarar un futuro prometedor.

3. La reciente visita ad Limina de los obispos guatemaltecos nos ha brindado una oportunidad magnífica para conocer más de cerca la vitalidad con que la Iglesia en su Nación anuncia el Evangelio, abre vías de esperanza y tiende una mano fraterna a todos los ciudadanos, preferentemente a los más desamparados.

Desde esta óptica, la Iglesia comparte la preocupación de las autoridades de Guatemala, como Vuestra Excelencia ha hecho notar, ante fenómenos que afligen a una gran parte de la población, como la pobreza y la emigración. La rica experiencia eclesial, acumulada a lo largo de la historia, puede ayudar a encontrar las medidas para afrontar estos problemas desde una perspectiva humanitaria y para robustecer la solidaridad, indispensable para lograr soluciones efectivas y duraderas. En este sentido, a los imprescindibles programas técnicos y económicos, han de añadirse aquellos otros aspectos que fomenten la dignidad de la persona, la estabilidad de la familia y una educación que tenga en cuenta los más importantes valores humanos y cristianos. Tampoco se ha de olvidar a quienes tuvieron que abandonar su tierra, sin dejar de llevarla en el corazón. Éste es un deber de gratitud y justicia hacia ellos que, de hecho, son también una fuente de recursos significativos para la Patria que los vio nacer.

4. Otro desafío para Guatemala es remediar la desnutrición de numerosos niños. El derecho a la alimentación responde principalmente a una motivación ética: «dar de comer a los hambrientos» (cf.
Mt 25,35), que apremia a compartir los bienes materiales como muestra del amor que todos necesitamos. Como ya señalé en otra ocasión, «el objetivo de erradicar el hambre y, al mismo tiempo, contar con una alimentación sana y suficiente, requiere también métodos y acciones específicas que permitan una explotación de los recursos que respete el patrimonio de la creación. Trabajar en esta dirección es una prioridad que conlleva no sólo beneficiarse de los resultados de la ciencia, de la investigación y de las tecnologías, sino tener también en cuenta los ciclos y el ritmo de la naturaleza conocidos por la gente de zonas rurales, así como proteger los usos tradicionales de las comunidades indígenas, dejando a un lado razones egoístas y exclusivamente económicas» (Mensaje al Director General de la FAO con motivo de la Jornada mundial de la alimentación, 4 de octubre de 2007, n. 3).

5. Este derecho primario a la alimentación está intrínsecamente vinculado con la tutela y defensa de la vida humana, roca firme e inviolable donde se apoya todo el edificio de los derechos humanos. Nunca será bastante, pues, el esmero que hay que poner para atender a las madres, especialmente a las que se hallan en grave dificultad, de modo que puedan traer a su prole al mundo con dignidad, evitando así el injustificable recurso al aborto. En este sentido, salvaguardar la vida humana, en particular la no nacida y ya concebida, cuya inocencia y desprotección es mayor, es una tarea siempre vigente, con la que está relacionado, por su propia naturaleza, el facilitar que la adopción de los niños esté garantizada en todo momento por la legalidad de los procedimientos utilizados para ello.

6. El flagelo de la violencia social se agudiza a menudo por la falta de diálogo y de cohesión en los hogares, por lacerantes desigualdades económicas, por graves negligencias y deficiencias sanitarias, por el consumo y el tráfico de droga o por la lacra de la corrupción. Constato con satisfacción los pasos que se han dado en su Nación en la lucha contra estas tragedias, y que han de continuar, promoviendo la cooperación de todos para acabar con ellas a través del cultivo de los rectos valores y el combate a la ilegalidad, la impunidad y el soborno.

7. Señor Embajador, antes de finalizar este encuentro, quisiera felicitar a usted y a su familia, así como a los demás miembros de esta Misión diplomática, y expresarles mis mejores deseos en el momento en que Vuestra Excelencia vuelve a asumir la honorable responsabilidad de representar a su País ante la Santa Sede. No dude que hallará siempre la ayuda que precise de mis colaboradores en tan alto cometido.

A la vez que encomiendo a la maternal intercesión de Nuestra Señora del Rosario al pueblo y a las autoridades guatemaltecas, suplico fervientemente a Dios que bendiga y acompañe el camino que está recorriendo su Patria, para que en ella brillen sin cesar las estrellas de la paz, la justicia, la prosperidad y la concordia fraterna.


AL CONGRESO ANUAL DE LA FUNDACIÓN


"CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE"

Sábado31 de mayo de 2008

Señor cardenal;
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Discursos 2008 130