Discursos 2008 137

137 venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
amables señoras y señores:

Me alegra encontrarme hoy con vosotros y os doy mi cordial bienvenida. Doy las gracias al conde Lorenzo Rossi di Montelera, que en calidad de presidente de la Fundación ha interpretado vuestros sentimientos, exponiendo también las líneas de acción seguidas durante este año. Saludo al señor cardenal Attilio Nicora y a los arzobispos Claudio Maria Celli y Domenico Calcagno, así como a cada uno de vosotros, a quienes renuevo la expresión de mi gratitud por el servicio que prestáis a la Iglesia, dando una generosa aportación a las múltiples iniciativas de la Santa Sede al servicio de los pobres en numerosas partes del mundo. En este sentido, os agradezco, en particular, el donativo que habéis querido traerme con ocasión de este encuentro.

Este año, para vuestra reunión tradicional, habéis elegido como tema: "El capital social y el desarrollo humano". Así, habéis reflexionado sobre la necesidad, sentida por muchos, de promover un desarrollo global atento a la promoción integral del hombre, mostrando también la contribución que pueden dar asociaciones de voluntariado, fundaciones sin ánimo de lucro y otros grupos surgidos con el objetivo de hacer cada vez más solidario el entramado social.

Un desarrollo armonioso es posible si las opciones económicas y políticas realizadas tienen en cuenta los principios fundamentales que lo hacen accesible a todos: me refiero, en particular, a los principios de subsidiariedad y solidaridad. En el centro de toda programación económica, considerando especialmente la vasta y compleja red de relaciones que caracteriza la época posmoderna, debe estar siempre la persona, creada a imagen de Dios y querida por él para custodiar y administrar los inmensos recursos de la creación. Sólo una cultura común de la participación responsable y activa puede permitir a todo ser humano sentirse no usuario o testigo pasivo, sino colaborador activo en el proceso de desarrollo mundial.

El hombre, al que Dios en el Génesis confía la tierra, tiene la tarea de hacer fructificar todos los bienes terrenos, comprometiéndose a usarlos para satisfacer las múltiples necesidades de cada uno de los miembros de la familia humana. En efecto, una de las metáforas recurrentes en el Evangelio es precisamente la del administrador. Por tanto, con la actitud de un administrador fiel el hombre debe gestionar los recursos que Dios le ha confiado, poniéndolos a disposición de todos. En otras palabras, es preciso evitar que el beneficio sea solamente individual, o que formas de colectivismo opriman la libertad personal.

El interés económico y comercial no debe convertirse nunca en algo exclusivo, porque de hecho mortificaría la dignidad humana. Puesto que el actual proceso de globalización que está atravesando el mundo afecta cada vez más a los campos de la cultura, la economía, las finanzas y la política, hoy el gran desafío es "globalizar" no sólo los intereses económicos y comerciales, sino también las expectativas de solidaridad, respetando y valorando la aportación de todos los componentes de la sociedad.

Como habéis reafirmado oportunamente, el crecimiento económico no debe separarse jamás de la búsqueda de un desarrollo humano y social integral. A este respecto, la Iglesia, en su doctrina social, subraya la importancia de la aportación de los cuerpos intermedios según el principio de subsidiariedad, para contribuir libremente a orientar los cambios culturales y sociales y dirigirlos a un auténtico progreso del hombre y de la colectividad. A este propósito, en la encíclica Spe salvi reafirmé que «las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario» ().

Queridos amigos, a la vez que os renuevo mi gratitud por el generoso apoyo que dais incansablemente a las actividades de caridad y de promoción humana de la Iglesia, os invito a ofrecer la contribución de vuestra reflexión también para la realización de un orden económico mundial justo. A este respecto, me complace retomar una elocuente afirmación del concilio Vaticano II: «Los cristianos —se lee en la constitución Gaudium et spes— nada pueden desear más ardientemente que servir cada vez más generosa y eficazmente a los hombres del mundo actual. Y así, prestando fielmente su adhesión al Evangelio y disponiendo de su fuerza, unidos a todos los que aman y practican la justicia, han tomado sobre sí la realización de una tarea inmensa en esta tierra...» (
GS 93). Proseguid con este espíritu vuestra acción en favor de tantos hermanos nuestros. En el último día, el día del Juicio universal, nos preguntarán si hemos utilizado cuanto Dios ha puesto a nuestra disposición para satisfacer las legítimas expectativas y las necesidades de nuestros hermanos, especialmente de los más pequeños y necesitados.

Que la Virgen María, a quien hoy contemplamos en su visita a su anciana prima Isabel, os obtenga a cada uno la gracia de ser siempre solícito con el prójimo. Os aseguro un recuerdo en la oración y con afecto os imparto mi bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, a vuestras familias y a cuantos colaboran con vosotros en vuestras diversas actividades profesionales.

PALABRAS AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO

Plaza de San pedro

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Sábado 31 de mayo de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

Concluimos el mes de mayo con este sugestivo encuentro de oración mariana. Os saludo con afecto y os agradezco vuestra participación. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Angelo Comastri, así como a los demás cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes que han participado en esta celebración nocturna. Extiendo mi saludo a las personas consagradas y a todos vosotros, queridos fieles laicos, que con vuestra presencia habéis querido rendir homenaje a la santísima Virgen.

Celebramos hoy la fiesta de la Visitación de la santísima Virgen y la memoria del Inmaculado Corazón de María. Por tanto, todo nos invita a dirigir con confianza la mirada a María. A ella, también esta noche, nos hemos dirigido con la antigua y siempre actual práctica piadosa del rosario. El rosario, cuando no es una repetición mecánica de fórmulas tradicionales, es una meditación bíblica que nos permite recorrer nuevamente los acontecimientos de la vida del Señor en compañía de la santísima Virgen, guardándolos, como ella, en el corazón.

En numerosas comunidades cristianas, durante el mes de mayo existe la hermosa costumbre de rezar de modo más solemne el santo rosario en familia y en las parroquias. Quiera Dios que ahora, al terminar el mes, no cese esta buena costumbre, sino que prosiga con mayor empeño aún para que, en la escuela de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus hogares.

En esta fiesta de la Visitación la liturgia nos hace escuchar de nuevo el pasaje del evangelio de san Lucas que relata el viaje de María desde Nazaret hasta la casa de su anciana prima Isabel. Imaginemos el estado de ánimo de la Virgen después de la Anunciación, cuando el ángel se retiró. María se encontró con un gran misterio encerrado en su seno; sabía que había acontecido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo. Pero todo en torno a ella había permanecido como antes, y la aldea de Nazaret ignoraba totalmente lo que le había sucedido.

Pero en vez de preocuparse por sí misma, María piensa en la anciana Isabel, porque sabe que su embarazo estaba ya en una fase avanzada. Impulsada por el misterio de amor que acaba de acoger en sí misma, se pone en camino y va "aprisa" a prestarle su ayuda. He aquí la grandeza sencilla y sublime de María.

Cuando llega a la casa de Isabel, tiene lugar un hecho cuya belleza y profundidad ningún pintor podrá representar jamás perfectamente. La luz interior del Espíritu Santo envuelve sus personas. E Isabel, iluminada por el Espíritu, exclama: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,42-45).

Estas palabras podrían parecernos desproporcionadas con respecto al contexto real. Isabel es una de las muchas ancianas de Israel, y María una muchacha desconocida de una aldea perdida de Galilea. ¿Qué pueden ser y qué pueden hacer en un mundo en el que cuentan otras personas y otros poderes? Sin embargo, María nos sorprende una vez más; su corazón es límpido, totalmente abierto a la luz de Dios; su alma está libre de pecado, no está agobiada por el orgullo y el egoísmo. Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza, que es una auténtica y profunda lectura "teológica" de la historia: una lectura que debemos aprender siempre de Aquella cuya fe no tiene sombras ni resquebrajaduras. "Proclama mi alma la grandeza del Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el sentimiento de fe primero e indispensable; el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y la libra del miedo, aun en medio de las tormentas de la historia.

Al ir más allá de las apariencias, María "ve" con los ojos de la fe la obra de Dios en la historia. Por eso es bienaventurada, porque creyó; en efecto, por la fe acogió la palabra del Señor y concibió al Verbo encarnado. Su fe le permitió ver que los tronos de los poderosos de este mundo son todos provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia y no cae. Y su Magníficat, a distancia de siglos y milenios, sigue siendo la más auténtica y profunda interpretación de la historia, mientras que las lecturas hechas por tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos a lo largo de los siglos.

Queridos hermanos y hermanas, volvamos a casa con el Magníficat en el corazón. Tengamos los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su dócil abandono en manos de la divina Providencia. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad para servir a los hermanos. En efecto, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo podremos elevar con alegría un cántico de alabanza al Señor.

139 Que nos obtenga esta gracia la Virgen, que esta noche nos invita a encontrar refugio en su Inmaculado Corazón. A todos imparto mi bendición.


Junio de 2008



A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ARCHIDIÓCESIS DE TURÍN, ITALIA

Sala Pablo VI

Lunes 2 de junio de 2008



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas de la archidiócesis de Turín:

Os saludo cordialmente a cada uno. ¡Bienvenidos a la casa del Sucesor de san Pedro! De buen grado me encuentro con vosotros al final de vuestra peregrinación a Roma, con la que culmina el camino espiritual y pastoral realizado por vuestra comunidad diocesana durante estos años. A la vez que os acojo con alegría, dirijo mi saludo, en primer lugar, a vuestro arzobispo, cardenal Severino Poletto, agradeciéndole también las amables palabras con las que ha ilustrado el itinerario eclesial que habéis realizado hasta ahora y las futuras perspectivas misioneras que os esperan.

Saludo al obispo auxiliar, al cardenal Francesco Marchisano, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a los representantes de las parroquias y de los diversos organismos de vuestra archidiócesis. Saludo a las autoridades y a cuantos han querido unirse a vosotros en este encuentro. A través de vosotros, aquí presentes, saludo a toda la población de Turín, ciudad rica en historia civil y religiosa. Y siento la necesidad de decir unas palabras de particular cercanía espiritual y de solidaridad también a las poblaciones de Pinerolo y Cúneo, damnificadas durante estos días a consecuencia del mal tiempo. Aseguro una oración especial ante el Señor para que acoja en su paz a las víctimas y sostenga a cuantos luchan por afrontar la grave calamidad natural.

Queridos hermanos y hermanas, después de haber celebrado ayer la Eucaristía en la basílica de San Pablo extramuros, esta mañana habéis renovado juntos la solemne profesión de fe ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles. ¿Y qué lugar podía ser más adecuado para un gesto tan significativo como la Redditio fidei? En la basílica de San Pedro, donde todo habla del heroísmo de los inicios del cristianismo, la sangre de los mártires sigue siendo una elocuente invitación a seguir a Cristo sin componendas. A la basílica y a la cripta vaticana acuden católicos de todas las partes del mundo que, aun perteneciendo a culturas y lenguas diferentes, profesan la misma fe y forman parte de la única Iglesia de Cristo. También vosotros habéis podido impregnaros de este clima de santidad y catolicidad; y ahora, antes de volver a vuestras comunidades, esperáis del Papa una palabra que os anime a ser testigos coherentes del Evangelio en nuestra época.

Vuestro arzobispo ha tenido la amabilidad de informarme sobre el camino recorrido por vuestra comunidad diocesana desde que, en 1999, fue llamado por el Señor a ser su pastor y, sobre todo, desde que, en septiembre de 2003, comenzó su visita pastoral, que se concluirá, si Dios quiere, el próximo domingo. En este itinerario eclesial habéis sido protagonistas de una amplia acción apostólica y misionera, partiendo de un intenso movimiento espiritual centrado sobre todo en la Eucaristía dominical, en la adoración eucarística semanal y en el redescubrimiento de la importancia del sacramento de la Reconciliación. Animados por el sincero anhelo de una "primera evangelización renovada", os habéis esforzado por acercar a los "alejados", ensanchando los confines de la caridad pastoral de todas las comunidades parroquiales. Este compromiso misionero ha sido más compartido aún durante este año pastoral, año de la Redditio fidei, y tiene su momento culminante precisamente en la solemne profesión de fe que habéis hecho esta mañana ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles.

140 Pero no termina todo aquí. Tras esta reparadora pausa romana, es preciso reanudar el camino, y os esperan nuevos compromisos. En efecto, el próximo año pastoral lo dedicaréis a la palabra de Dios, y en el sucesivo os orientaréis a una contemplación más atenta del misterio de la pasión de Cristo. En este contexto, me alegra responder a vuestra gran expectativa y acoger el deseo de vuestro arzobispo, permitiendo que en la primavera del año 2010 tenga lugar otra solemne "ostensión de la Sábana Santa". Si el Señor me da vida y salud, espero ir yo también a esa ostensión. Estoy seguro de que será una ocasión muy propicia para contemplar ese misterioso Rostro, que habla silenciosamente al corazón de los hombres, invitándolos a reconocer en él el rostro de Dios, el cual "tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

Queridos hermanos y hermanas, no tengáis miedo de confiar en Cristo: sólo él puede satisfacer las expectativas más profundas del alma humana. Que ninguna dificultad, ningún obstáculo disminuya vuestro amor a su Evangelio. Si Jesús es el centro de vuestras familias, de vuestras parroquias y de todas las comunidades, percibiréis viva su presencia y aumentarán la unidad y la comunión entre todas las diversas articulaciones de la diócesis. Por tanto, alimentad constantemente la unión con el Señor en la oración y con la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Confesión.

Una de vuestras preocupaciones pastorales ha de ser garantizar una formación cristiana permanente a los jóvenes y a los adultos. Quiera Dios que, siguiendo las huellas de vuestros santos, atentos a las exigencias de los jóvenes y de los pobres, como san Juan Bosco, san Leonardo Murialdo, san José Benito Cottolengo, san José Cafasso y otros más —realmente, una tierra de santos—, vuestra diócesis brille por las obras de caridad y por un esfuerzo unánime al afrontar el gran "desafío educativo" de las nuevas generaciones.

Que la Madre celestial de Cristo, a la que invocáis como Consoladora y Auxiliadora, proteja a los sacerdotes y a los agentes pastorales; obtenga para vuestras comunidades numerosas y santas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; suscite en los muchachos y las muchachas el deseo de seguir el elevado ideal de la santidad; sea para todos consuelo y apoyo, especialmente para los ancianos, los enfermos, los que sufren, las personas solas y abandonadas.

Y yo, a la vez que os aseguro un recuerdo especial en la oración, os bendigo con afecto a vosotros, aquí presentes, y extiendo mi saludo a todos vuestros seres queridos.


A LOS OBISPOS DE MALASIA, SINGAPUR Y BRUNEI EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 6 de junio de 2008



Queridos hermanos en el episcopado:

Me complace daros la bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina, mientras renováis los vínculos de comunión en la fe y en el amor entre vosotros como pastores del pueblo de Dios en Malasia, Brunei y Singapur, y con el Sucesor de Pedro en la Sede de Roma. Os agradezco las amables palabras que el arzobispo Pakiam me ha dirigido en vuestro nombre, os aseguro mis oraciones y os expreso mis mejores deseos para todos vosotros y para las personas confiadas a vuestra solicitud pastoral.

Por una feliz coincidencia, vuestra visita a la ciudad de los apóstoles san Pedro y san Pablo tiene lugar mientras la Iglesia en todo el mundo se prepara para celebrar un año dedicado a san Pablo, el gran Apóstol de los gentiles, en el bimilenario de su nacimiento. Ruego a Dios que os inspiréis en el ejemplo de este celoso apóstol, maestro excepcional y testigo valiente de la verdad del Evangelio. Que por su intercesión podáis experimentar un renovado fervor en la gran tarea misionera para la cual, como san Pablo, habéis sido llamados y elegidos (cf. Ga 1,15-16), la de anunciar el Evangelio de Jesucristo en Malasia, Brunei y Singapur. Con las palabras que san Pablo dirigió a los ancianos de Éfeso, os exhorto a "tener cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo" (Ac 20,28).

"La fe de la Iglesia en Jesucristo es un don recibido y un don que ha de compartirse; es el don mayor que la Iglesia puede ofrecer a Asia" (Ecclesia in Asia ). Afortunadamente, los pueblos de Asia muestran un intenso anhelo de Dios (cf. ib., ). Al transmitirles el mensaje que habéis recibido (cf. 1Co 15,3), sembráis las semillas de la evangelización en un terreno fértil. Sin embargo, para que la fe florezca, es necesario que arraigue profundamente en la tierra asiática, de modo que no se la perciba como una importación extranjera, extraña a la cultura y a las tradiciones de vuestro pueblo.

Teniendo presente la manera como san Pablo anunció la buena nueva a los atenienses (cf. Ac 17,22-34), estáis llamados a presentar la fe cristiana de modo que resuene con la "intuición espiritual innata y la sabiduría moral típica del alma asiática" (Ecclesia in Asia ), para que los pueblos la acojan y la hagan suya.

141 En particular, debéis garantizar que el Evangelio cristiano de ninguna manera se confunda en su mente con los principios laicistas asociados a la Ilustración. Por el contrario, "diciendo la verdad con amor" (Ep 4,15), podéis ayudar a vuestros compatriotas a separar el trigo del Evangelio de la paja del materialismo y el relativismo. Podéis ayudarles a responder a los urgentes desafíos planteados por la Ilustración, familiar al cristianismo occidental desde hace dos siglos, pero que sólo ahora comienza a tener un impacto significativo en otras partes del mundo.

Resistiendo a la "dictadura de la razón positivista", que intenta excluir a Dios del ámbito público, debemos acoger las "verdaderas conquistas de la Ilustración", especialmente el énfasis que pone en los derechos humanos y en la libertad de religión y su práctica (cf. Discurso a los miembros de la Curia romana durante el tradicional intercambio de felicitaciones navideñas, 22 de diciembre de 2006). Destacando el carácter universal de los derechos humanos, fundados en la dignidad de la persona humana creada a imagen de Dios, lleváis a cabo una importante tarea de evangelización, puesto que esta doctrina constituye un aspecto esencial del Evangelio. Al hacerlo, seguís los pasos de san Pablo, que supo expresar los elementos esenciales de la fe y de la práctica cristiana de una manera que pudiera ser asimilada por las comunidades de gentiles a las que fue enviado.

Este apostolado paulino requiere un compromiso de diálogo interreligioso, y os aliento a realizar esta importante tarea, explorando todos los caminos abiertos ante vosotros. Soy consciente de que no todos los territorios que representáis tienen el mismo grado de libertad religiosa, y muchos de vosotros, por ejemplo, encontráis serias dificultades para promover la enseñanza religiosa cristiana en las escuelas. No os desaniméis; al contrario, seguid proclamando con convicción "la inescrutable riqueza de Cristo" (Ep 3,8), para que todos puedan llegar a conocer el amor de Dios manifestado en Jesús.

En el contexto de un diálogo abierto y honrado con musulmanes, budistas, hinduistas y seguidores de las demás religiones presentes en vuestros respectivos países, ayudáis a vuestros compatriotas a reconocer y observar la ley "escrita en su corazón" (Rm 2,15), expresando claramente la verdad del Evangelio. De esta manera, vuestra enseñanza podrá llegar a un público muy amplio, contribuyendo a promover una visión unificada del bien común. Esto, a su vez, ayudará a fomentar la libertad religiosa y una mayor cohesión social entre los miembros de los diferentes grupos étnicos, lo cual no puede menos de propiciar la paz y el bienestar de toda la comunidad.

Con respecto a vuestra solicitud pastoral por vuestro pueblo, os invito a mostrar interés de modo especial por vuestros sacerdotes. Usando la imagen evocada por san Pablo cuando escribió al joven Timoteo, exhortadlos a reavivar el carisma de Dios que está en ellos mediante la imposición de las manos (cf. 2Tm 1,6). Sed para ellos padres, hermanos y amigos, como san Pablo lo fue para Timoteo y Tito. Guiadlos con el ejemplo, mostrándoles el camino para imitar a Cristo, el buen Pastor. Es famosa la expresión de San Pablo: "Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). Modelando toda vuestra vida y vuestra conducta según Cristo, haced que vuestros sacerdotes vean lo que significa vivir como alter Christus en medio de vuestro pueblo. De esta manera, no sólo los estimularéis a ofrecer toda su vida "como una víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12,1), sino que serán cada vez más numerosos los jóvenes que aspirarán a esta vida sublime de servicio sacerdotal.

Soy consciente de que en los territorios que representáis hay algunas regiones donde la gente ve raramente a un sacerdote, y hay otras donde la gente no conoce todavía el Evangelio. También ellos requieren vuestra solicitud pastoral y vuestras oraciones, porque "¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?" (Rm 10,14). Aquí la formación de los laicos cobra mayor importancia, para que, mediante una sólida catequesis, los hijos dispersos de Dios puedan conocer la esperanza a la que han sido llamados, "la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia" (Ep 1,18). De este modo, podrán prepararse para recibir al sacerdote cuando vaya a ellos.

Decid a vuestros catequistas, tanto laicos como religiosos, que los recuerdo en mis oraciones y aprecio la enorme contribución que dan a la vida de las comunidades cristianas en Malasia, Brunei y Singapur. Gracias a su tarea vital, innumerables hombres, mujeres y niños pueden "conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento", y así "llenarse hasta la total plenitud de Dios" (Ep 3,19).

Queridos hermanos en el episcopado, ruego para que, cuando volváis a vuestros respectivos países, "estéis siempre alegres, oréis constantemente, y en todo deis gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1Th 5,16-18). Encomendándoos a todos vosotros, a vuestros sacerdotes, religiosos y fieles laicos, a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.


A LOS PARTICIPANTES EN LA X ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

Sala del Consistorio

sábado 7 de junio de 2007



Eminencia;
142 queridos hermanos en el episcopado;
señoras y señores:

Me complace tener esta oportunidad de encontrarme con vosotros al final de la X asamblea plenaria del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso. Extiendo mi cordial saludo a todos los participantes en esta importante reunión. En particular, agradezco al cardenal Jean-Louis Tauran sus amables palabras.

El tema de vuestra asamblea plenaria es: "Diálogo in veritate et caritate: orientaciones pastorales". Me alegra saber que durante estos días habéis tratado de llegar a una comprensión más profunda de la actitud de la Iglesia católica ante los miembros de otras tradiciones religiosas. Habéis considerado el objetivo más amplio del diálogo, que es descubrir la verdad, y su motivación, que es la caridad, en obediencia a la misión divina confiada a la Iglesia por nuestro Señor Jesucristo.

En la inauguración de mi pontificado, afirmé que "la Iglesia quiere seguir construyendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, para buscar el verdadero bien de cada persona y de la sociedad entera" (Discurso a las delegaciones de diversas Iglesias, 25 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 2). A través del ministerio de los Sucesores de Pedro, incluyendo la labor del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y los esfuerzos de los Ordinarios locales y del pueblo de Dios en todo el mundo, la Iglesia sigue acercándose a los seguidores de las diferentes religiones.

De este modo expresa un deseo de encuentro y colaboración en la verdad y en la libertad. Como dijo mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, la responsabilidad principal de la Iglesia es el servicio a la verdad, "la verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad que buscamos en la palabra de Dios" (Evangelii nuntiandi
EN 78).

Los seres humanos buscan respuestas a algunos de los interrogantes existenciales fundamentales: ¿Cuál es el origen y el destino de los seres humanos? ¿Qué es el bien y el mal? ¿Qué aguarda a los seres humanos al final de su existencia terrena? Todos tienen el deber natural y la obligación moral de buscar la verdad. Una vez conocida, están obligados a adherirse a ella y ordenar toda su vida de acuerdo con sus exigencias (cf. Nostra aetate NAE 1 Dignitatis humanae, DH 2).

Queridos hermanos, "caritas Christi urget nos" (2Co 5,14). El amor de Cristo es lo que impulsa a la Iglesia a acercarse a todos los hombres, sin distinción, más allá de los límites de la Iglesia visible. La fuente de la misión de la Iglesia es el amor divino. Este amor se revela en Cristo y se hace presente a través de la acción del Espíritu Santo. Todas las actividades de la Iglesia han de estar animadas por este amor (cf. Ad gentes AGD 2-5 Evangelii nuntiandi EN 26 Diálogo y misión 9).

Así pues, el amor urge a cada creyente a escuchar al otro y a buscar ámbitos de colaboración. Animo a los interlocutores cristianos en el diálogo con los seguidores de otras religiones a proponer, no a imponer, la fe en Cristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,16). Como afirmé en mi última encíclica, la fe cristiana nos ha enseñado que "la verdad, la justicia y el amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad" (Spe salvi, ). Para la Iglesia, "la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (Deus caritas est ).

La gran proliferación de encuentros interreligiosos en el mundo actual requiere discernimiento. A este respecto, me complace constatar que durante estos días habéis reflexionado sobre las orientaciones pastorales para el diálogo interreligioso. Desde el concilio Vaticano II, se ha prestado atención a los elementos espirituales que tienen en común las diferentes tradiciones religiosas. De muchos modos, esto ha ayudado a construir puentes de comprensión más allá de los confines religiosos. Sé que durante vuestros debates habéis considerado algunas cuestiones de interés práctico en las relaciones interreligiosas: la identidad de los interlocutores del diálogo, la educación religiosa en las escuelas, la conversión, el proselitismo, la reciprocidad, la libertad religiosa, y el papel de los líderes religiosos en la sociedad. Se trata de cuestiones importantes, a las que deben prestar particular atención los líderes religiosos que viven y actúan en sociedades pluralistas.

Es importante destacar la necesidad de que estén bien formados quienes llevan a cabo el diálogo interreligioso, que para ser auténtico debe ser un itinerario de fe. Por tanto, ¡cuán necesario es que sus promotores estén bien formados en sus propias creencias y bien informados sobre las de los demás! Por esta razón, apoyo los esfuerzos del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso encaminados a organizar cursos y programas de formación en el diálogo interreligioso para diferentes grupos cristianos, especialmente seminaristas y jóvenes que estudian en centros educativos terciarios.

143 La colaboración interreligiosa brinda oportunidades de expresar los ideales más elevados de cada tradición religiosa. Asistir a los enfermos, auxiliar a las víctimas de los desastres naturales o de la violencia, cuidar a los ancianos y a los pobres, son algunas de las áreas en las que colaboran las personas de las diferentes religiones. Animo a todos los que se sienten impulsados por la doctrina de su religión a ayudar a los miembros de la sociedad que sufren.

Queridos amigos, al concluir vuestra asamblea plenaria, os agradezco el trabajo que habéis realizado. Os pido que llevéis el mensaje de buena voluntad del Sucesor de Pedro a vuestras comunidades cristianas y a todos nuestros amigos de las otras religiones. De buen grado os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en nuestro Señor y Salvador Jesucristo.


AL SEXTO SIMPOSIO EUROPEO DE PROFESORES UNIVERSITARIOS

Sala Clementina

Sábado 7 de junio de 2008



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres profesores:

Es para mí motivo de profunda alegría encontrarme con vosotros, con ocasión del VI Simposio europeo de profesores universitarios sobre el tema: "Ensanchar los horizontes de la racionalidad. Perspectivas para la filosofía", promovido por los profesores de las universidades de Roma y organizado por la Oficina para la pastoral universitaria del Vicariato de Roma, en colaboración con las instituciones regionales, provinciales y del municipio de Roma. Doy las gracias al señor cardenal Camillo Ruini y al profesor Cesare Mirabelli, que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos, y doy a todos los presentes mi cordial bienvenida.

En continuidad con el encuentro europeo de profesores universitarios del año pasado, vuestro simposio afronta un tema de gran relevancia académica y cultural. Deseo expresar mi gratitud al comité organizador por esta elección que, entre otras cosas, nos permite celebrar el décimo aniversario de la publicación de la carta encíclica Fides et ratio de mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II.

En aquella ocasión cincuenta profesores de filosofía de las universidades de Roma, públicas y pontificias, manifestaron su gratitud al Papa con una declaración en la que se reafirmaba la urgencia de la reactivación del estudio de la filosofía en las universidades y en las escuelas. Compartiendo dicha preocupación y animando la colaboración fructuosa entre profesores de diversos ateneos, romanos y europeos, deseo dirigir a los profesores de filosofía una invitación particular a proseguir con confianza la investigación filosófica, invirtiendo energías intelectuales e implicando a las nuevas generaciones en dicho compromiso.

Los acontecimientos que se han sucedido durante los diez años que han pasado desde la publicación de la encíclica, han delineado con mayor evidencia el escenario histórico y cultural en el que la investigación filosófica está llamada a adentrarse. En efecto, la crisis de la modernidad no es sinónimo de decadencia de la filosofía; al contrario, la filosofía debe comprometerse en un nuevo itinerario de investigación para comprender la verdadera naturaleza de semejante crisis (cf. Discurso durante el encuentro europeo con los profesores universitarios, 23 de junio de 2007) e identificar nuevas perspectivas hacia las cuales orientarse.


Discursos 2008 137