Discursos 2008 149


VISITA PASTORAL A SANTA MARÍA DE LEUCA Y BRINDISI


DURANTE EL ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN DE BRINDISI

Sábado 14 de junio de 2008

Señor ministro;
150 señor alcalde e ilustres autoridades;
queridos hermanos y hermanas:

Ante todo deseo manifestaros mi alegría por encontrarme entre vosotros y os saludo a todos de gran corazón. Doy las gracias al honorable Raffaele Fitto, ministro de Asuntos regionales, que me ha transmitido el saludo del Gobierno; agradezco al alcalde de Brindisi las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de toda la población, y el generoso regalo que me ha dado. Saludo y expreso con afecto mi agradecimiento al joven que se ha hecho portavoz de la juventud de Brindisi. Sé que vosotros, queridos jóvenes, habéis animado la asamblea a la espera de mi llegada, y seguiréis en una vigilia de oración con la que queréis preparar la celebración eucarística de mañana. Saludo cordialmente al arzobispo, mons. Rocco Talucci; al arzobispo emérito, mons. Settimio Todisco; a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los presentes.

Ya me encuentro entre vosotros. He aceptado con gran alegría la invitación del pastor de vuestra comunidad diocesana y me alegra visitar vuestra ciudad que, mientras desempeña un papel significativo en el ámbito del sur de Italia, está llamada a proyectarse más allá del mar Adriático para comunicarse con otras ciudades y otros pueblos. En efecto, Brindisi, en otro tiempo lugar de embarco hacia Oriente para comerciantes, legionarios, estudiosos y peregrinos, sigue siendo una puerta abierta al mar.

En los últimos años, los periódicos y la televisión han mostrado las imágenes de prófugos que habían desembarcado en Brindisi desde Croacia y Montenegro, desde Albania y Macedonia. Siento el deber de recordar con gratitud los esfuerzos que realizaron y siguen realizando las administraciones civiles y militares, en colaboración con la Iglesia y con diversas organizaciones humanitarias, para ofrecerles refugio y asistencia, a pesar de las dificultades económicas que, por desgracia, siguen preocupando en particular a vuestra región. Vuestra ciudad ha sido y sigue siendo generosa, y ese mérito con razón ha sido reconocido en el contexto de la solidaridad internacional, mediante la asignación de un auténtico papel institucional: en ella tiene su sede el Depósito de ayuda humanitaria de las Naciones Unidas (UNHRD), gestionada por el Programa alimentario mundial de las Naciones Unidas (PAM).

Queridos habitantes de Brindisi, esta solidaridad forma parte de las virtudes que constituyen vuestro rico patrimonio civil y religioso: seguid construyendo juntos vuestro futuro con impulso renovado. Entre los valores arraigados en vuestra tierra quiero recordar el respeto a la vida y especialmente el amor a la familia, expuesta hoy al ataque convergente de numerosas fuerzas que tratan de debilitarla. Incluso frente a estos desafíos, ¡cuán necesario y urgente resulta que todas las personas de buena voluntad se comprometan a defender a la familia, sólida base sobre la cual se ha de construir la vida de toda la sociedad!

Otro fundamento de vuestra sociedad es la fe cristiana, que vuestros antepasados consideraron uno de los elementos característicos de la identidad de la población de Brindisi. Que la adhesión al Evangelio, conscientemente renovada y vivida con responsabilidad, os impulse, hoy como ayer, a afrontar con confianza las dificultades y los desafíos del momento presente. Que la fe os anime a responder sin componendas a las legítimas expectativas de promoción humana y social de vuestra ciudad. A esta acción de renovación no puede menos de dar su aportación también la naciente Universidad, llamada a ponerse al servicio de quienes, conscientes de su dignidad y de sus tareas, desean participar activamente en la vida, en el camino y en el desarrollo económico, político, cultural y religioso del territorio. Queridos habitantes de Brindisi, para que aumente en vuestra ciudad la cultura de la solidaridad, poneos los unos al servicio de los otros, dejándoos guiar por un auténtico espíritu de fraternidad. Dios está a vuestro lado y os dará siempre el apoyo de su gracia.

Ahora quiero dirigirme, de modo especial, a los numerosos jóvenes presentes. Queridos amigos, gracias por vuestra acogida tan entusiasta; gracias por los fervientes sentimientos de los que se hizo intérprete vuestro representante. Vuestras voces, que encuentran un eco inmediato en mi espíritu, me transmiten vuestra confianza exuberante, vuestro deseo de vivir. En ellas percibo también los problemas que os preocupan, y que a veces corren el peligro de ahogar los entusiasmos típicos de esta etapa de vuestra vida.

Conozco, en particular, el peso que grava sobre muchos de vosotros y sobre vuestro futuro a causa del dramático fenómeno del desempleo, que afecta sobre todo a los muchachos y las muchachas del sur de Italia. Del mismo modo, sé que vuestra juventud siente la tentación de ganar dinero fácilmente, de evadirse a paraísos artificiales o de dejarse atraer por formas desviadas de satisfacción material. No os dejéis enredar por las asechanzas del mal. Más bien, buscad una existencia rica en valores, para construir una sociedad más justa y abierta al futuro.

Haced fructificar los dones que Dios os ha regalado con la juventud: la fuerza, la inteligencia, la valentía, el entusiasmo y el deseo de vivir. Con este bagaje, contando siempre con la ayuda divina, podéis alimentar la esperanza en vosotros y en vuestro entorno. De vosotros y de vuestro corazón depende lograr que el progreso se transforme en un bien mayor para todos. Y, como sabéis, el camino del bien tiene un nombre: se llama amor.

En el amor, sólo en el amor auténtico, se encuentra la clave de toda esperanza, porque el amor tiene su raíz en Dios. En la Biblia leemos: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor" (
1Jn 4,16). Y el amor de Dios tiene el rostro dulce y compasivo de Jesucristo.

151 Así hemos llegado al corazón del mensaje cristiano: Cristo es la respuesta a vuestros interrogantes y problemas; en él se valora toda aspiración honrada del ser humano. Sin embargo, Cristo es exigente y no le gustan las medias tintas. Sabe que puede contar con vuestra generosidad y coherencia. Por eso, espera mucho de vosotros. Seguidlo fielmente y, para poder encontraros con él, amad a su Iglesia, sentíos responsables de ella; sed protagonistas valientes, cada uno en su ámbito.

Quiero llamar vuestra atención hacia este punto: tratad de conocer a la Iglesia, de comprenderla, de amarla, estando atentos a la voz de sus pastores. Está compuesta de hombres, pero Cristo es su Cabeza, y su Espíritu la guía con seguridad. Vosotros sois el rostro joven de la Iglesia. Por eso, no dejéis de darle vuestra contribución, para que el Evangelio que proclama pueda propagarse por doquier. Sed apóstoles de vuestros coetáneos.

Queridos hermanos y hermanas, una vez más os agradezco vuestra acogida. He leído algunas cartas que me han dirigido muchachos de vuestra provincia. A través de ellas, queridos amigos, he podido conocer mejor vuestra realidad. Gracias por vuestro afecto. A vosotros y a todos los habitantes de Brindisi aseguro mis oración, para que deis testimonio del mensaje evangélico de paz y justicia. María, Regina Apuliae, os proteja y acompañe siempre. De corazón os bendigo a todos y os deseo buenas noches



DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, DIÁCONOS Y SEMINARISTAS

Domingo 15 de junio de 2008

Muy queridos presbíteros, diáconos y seminaristas:

Me alegra saludaros a todos, reunidos en esta hermosa catedral, abierta nuevamente al culto después de las obras de restauración realizadas en noviembre del año pasado. Agradezco al arzobispo, mons. Rocco Talucci, las cordiales palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre, y todos sus regalos. Saludo a los sacerdotes, a los que deseo expresar mi complacencia por el vasto y articulado trabajo pastoral que llevan a cabo. Saludo a los diáconos, a los seminaristas y a todos los presentes, manifestando la alegría que siento al verme rodeado de tantas almas consagradas a la extensión del reino de Dios.

Aquí, en la catedral, que es el corazón de la diócesis, todos nos sentimos como en casa, unidos por el vínculo del amor de Cristo. Aquí queremos recordar con gratitud a cuantos han difundido el cristianismo en estas tierras. Brindisi fue una de las primeras ciudades de Occidente en acoger el Evangelio, que le llegó por las vías consulares romanas. Entre los santos evangelizadores, pienso en san Leucio, obispo, san Oroncio, san Teodoro de Amasea y san Lorenzo de Brindisi, proclamado doctor de la Iglesia por el Papa Juan XXIII. La presencia de estos santos sigue viva en el corazón de la gente y la testimonian muchos monumentos de la ciudad.

Queridos hermanos, al veros reunidos en esta iglesia, en la que muchos de vosotros habéis recibido la ordenación diaconal y sacerdotal, me vuelven a la mente las palabras que san Ignacio de Antioquía escribió a los cristianos de Éfeso: "Vuestro venerable colegio de los presbíteros, digno de Dios, está tan armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira. De este modo, en el acorde de vuestros sentimientos y en la perfecta armonía de vuestro amor fraterno, ha de elevarse un concierto de alabanza a Jesucristo". Y el santo obispo añadía: "Cada uno de vosotros esfuércese por formar coro. En la armonía de la concordia y al unísono con el tono de Dios por medio de Jesucristo, cantad a una voz al Padre, y él os escuchará" (Carta a los EP 4).

Perseverad, queridos presbíteros, en la búsqueda de esa unidad de propósitos y de ayuda mutua, para que la caridad fraterna y la unidad en el trabajo pastoral sirvan de ejemplo y de estímulo para vuestras comunidades. A esto sobre todo se ha orientado la visita pastoral a las parroquias, realizada por vuestro arzobispo, que terminó el pasado mes de marzo: precisamente gracias a vuestra generosa colaboración, no fue un simple cumplimiento de un requisito jurídico, sino también un extraordinario acontecimiento de valor eclesial y formativo. Estoy seguro de que dará frutos, pues el Señor hará crecer abundantemente la semilla sembrada con amor en las almas de los fieles.

Con mi presencia hoy aquí quiero animaros a estar cada vez más disponibles al servicio del Evangelio y de la Iglesia. Sé que ya trabajáis con celo e inteligencia, sin escatimar esfuerzos, con el fin de propagar el alegre mensaje evangélico. Cristo, al que habéis consagrado vuestra vida, está con vosotros. Todos creemos en él; sólo a él hemos consagrado nuestra vida, a él queremos anunciar al mundo. Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6), ha de ser el tema de nuestro pensar, el argumento de nuestro hablar, el motivo de nuestro vivir.

Queridos hermanos sacerdotes, como bien sabéis, para que vuestra fe sea fuerte y vigorosa, hace falta alimentarla con una oración constante. Por tanto, sed modelos de oración, convertíos en maestros de oración. Que vuestras jornadas estén marcadas por los tiempos de oración, durante los cuales, a ejemplo de Jesús, debéis dedicaros al diálogo regenerador con el Padre. Sé que no es fácil mantenerse fieles a estas citas diarias con el Señor, sobre todo hoy que el ritmo de la vida se ha vuelto frenético y las ocupaciones son cada vez más absorbentes.

152 Con todo, debemos convencernos de que los momentos de oración son los más importantes de la vida del sacerdote, los momentos en que actúa con más eficacia la gracia divina, dando fecundidad a su ministerio. Orar es el primer servicio que es preciso prestar a la comunidad. Por eso, los momentos de oración deben tener una verdadera prioridad en nuestra vida. Sé que tenemos muchos quehaceres urgentes. En mi caso, una audiencia, una documentación por estudiar, un encuentro u otros compromisos. Pero si no estamos interiormente en comunión con Dios, no podemos dar nada tampoco a los demás. Por eso, Dios es la primera prioridad. Siempre debemos reservar el tiempo necesario para estar en comunión de oración con nuestro Señor.

Queridos hermanos y hermanas, me congratulo con vosotros por el nuevo seminario arzobispal, que inauguró en noviembre del año pasado mi secretario de Estado el cardenal Tarcisio Bertone. Por una parte, expresa el presente de una diócesis, constituyendo el punto de llegada del trabajo llevado a cabo por los sacerdotes y por las parroquias en los sectores de la pastoral juvenil, la enseñanza catequística y la animación religiosa de las familias. Por otra, el seminario es una inversión muy valiosa para el futuro, porque garantiza, mediante un trabajo paciente y generoso, que las comunidades cristianas no queden privadas de pastores de almas, de maestros de fe, de guías celosos y de testigos de la caridad de Cristo.

Este seminario, además de ser sede de vuestra formación, queridos seminaristas, verdadera esperanza de la Iglesia, también es lugar de actualización y de formación permanente para jóvenes y adultos, deseosos de dar su contribución a la causa del reino de Dios. La preparación esmerada de los seminaristas y la formación permanente de los presbíteros y de los demás agentes pastorales constituyen preocupaciones prioritarias para el obispo, al que Dios ha encomendado la misión de guiar, como pastor sabio, al pueblo de Dios que vive en vuestra ciudad.

Una ocasión ulterior de crecimiento espiritual para vuestras comunidades es el Sínodo diocesano, el primero después del concilio Vaticano II y de la unificación de las dos diócesis de Brindisi y Ostuni. Es una ocasión para impulsar el compromiso apostólico de toda la diócesis, pero sobre todo es un momento privilegiado de comunión, que ayuda a redescubrir el valor del servicio fraterno, como indica el icono bíblico que habéis elegido, el lavatorio de los pies (cf.
Jn 13,12-17) con las palabras de Jesús que lo comenta: "Como he hecho yo" (Jn 13,15). Si es verdad que el Sínodo -todo Sínodo- está llamado a establecer leyes, a emanar normas adecuadas para una pastoral orgánica, suscitando y estimulando compromisos renovados para la evangelización y el testimonio evangélico, también es verdad que debe despertar en todos los bautizados el anhelo misionero que anima constantemente a la Iglesia.

Queridos hermanos sacerdotes, el Papa os asegura un recuerdo especial en la oración, para que prosigáis en el camino de la auténtica renovación espiritual que estáis recorriendo juntamente con vuestras comunidades. Que os ayude en este compromiso la experiencia de "estar juntos" en la fe y en el amor recíproco, como los Apóstoles en torno a Cristo en el Cenáculo. Fue allí donde el Maestro divino los instruyó, abriéndoles los ojos al esplendor de la verdad y les donó el sacramento de la unidad y del amor: la Eucaristía.

En el Cenáculo, durante la última Cena, en el momento del lavatorio de los pies, quedó muy claro que el servicio es una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana. Por tanto, el Sínodo tiene la tarea de ayudar a vuestra Iglesia local, en todos sus componentes, a redescubrir el sentido y la alegría del servicio: un servicio por amor. Eso vale ante todo para vosotros, queridos sacerdotes, configurados con Cristo "Cabeza y Pastor", siempre dispuestos a guiar a su rebaño. Agradeced y alegraos por el don recibido. Sed generosos en el ejercicio de vuestro ministerio. Apoyadlo con una oración continua y con una formación cultural, teológica y espiritual permanente.

A la vez que os renuevo la expresión de mi vivo aprecio y de mi más cordial aliento, os invito a vosotros y a toda la diócesis a prepararos para el Año paulino, que comenzará próximamente. Podrá ser la ocasión para un generoso impulso misionero, para un anuncio más profundo de la palabra de Dios, acogida, meditada y traducida en apostolado fecundo, como sucedió precisamente en el caso del Apóstol de los gentiles. San Pablo, conquistado por Cristo, vivió totalmente para él y para su Evangelio, entregando su vida hasta el martirio.

Que os asista la Virgen, Madre de la Iglesia y Virgen de la escucha. Que os protejan los santos patronos de esta amada tierra de Puglia. Sed misioneros del amor de Dios. Que todas vuestras parroquias experimenten la alegría de pertenecer a Cristo.

Como prenda de la gracia divina y de los dones de su Espíritu, de buen grado os imparto a todos la bendición apostólica.


A LOS OBISPOS DE PAKISTÁN EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 19 de junio de 2008



Queridos hermanos en el episcopado:

153 Me complace daros la bienvenida a vosotros, obispos de Pakistán, mientras realizáis vuestra peregrinación quinquenal a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Agradezco al arzobispo Saldanha sus amables palabras y envío mi afectuoso saludo a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis, asegurándoles mis oraciones por su bienestar. Que jamás se cansen de dar gracias por haber recibido las "primicias" del Espíritu Santo, que está siempre con ellos para fortalecerlos y para interceder en su favor (cf. Rm 8,23-27).

Las semillas del Evangelio, sembradas en vuestra región por celosos misioneros durante el siglo XVI, siguen germinando a pesar de las condiciones que a veces dificultan su capacidad de arraigarse. Vuestra visita a la Sede de Pedro no sólo me brinda la oportunidad de alegrarme con vosotros por los frutos de vuestros trabajos, sino también de escuchar vuestra relación sobre las dificultades que vosotros y vuestras comunidades debéis soportar por el nombre del Señor. Cada vez que llevamos con valentía las cargas que se nos han impuesto, en circunstancias que a menudo escapan de nuestro control, encontramos a Jesús mismo, que nos da una esperanza que supera los sufrimientos del presente porque nos transforma desde dentro (cf. Spe salvi ).

Vuestros sacerdotes, unidos por un vínculo especial a Cristo, el buen Pastor, son heraldos de la esperanza cristiana cuando proclaman que Jesús vive en medio de su pueblo para aliviar sus preocupaciones y fortalecerlo en sus debilidades (cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 35). Os pido que aseguréis a vuestro clero mi cercanía espiritual cuando lleva a cabo esta tarea. Del mismo modo que el Señor dio continuamente a sus Apóstoles signos de su amor y de su solicitud por ellos, así también vosotros debéis esforzaros por crear un clima de afecto y confianza con vuestros sacerdotes, que son vuestros colaboradores principales e insustituibles. Al consideraros como padres y hermanos (cf. Pastores gregis ) y al escuchar vuestras palabras de aliento ante sus iniciativas pastorales, se sentirán estimulados a unir su voluntad a la vuestra y a entregarse más completamente al bien espiritual del pueblo de Dios (cf. Presbyterorum ordinis PO 14-15).

La centralidad de la Eucaristía, tanto mediante la celebración digna de la Cena del Señor como mediante la adoración silenciosa del santísimo Sacramento, debe ser especialmente evidente en la vida de los sacerdotes y los obispos. Esto llevará a los laicos a seguir vuestro ejemplo y a tener mayor aprecio de la presencia constante del Señor en medio de ellos. Como obispos, sois los primeros dispensadores de los misterios de Dios y los principales promotores de la vida litúrgica de vuestras Iglesias particulares (Ordenación general del Misal romano, 22).

A este respecto, me complace observar los diversos programas que habéis puesto en marcha para aumentar la conciencia del cambio radical que se puede producir cuando los cristianos permiten que toda su vida tome una "forma eucarística" (cf. Sacramentum caritatis, 70-83). La fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia orienta de nuevo radicalmente el modo como los cristianos piensan, hablan y actúan en el mundo, y hace presente el significado salvífico de la muerte y resurrección de Cristo, renovando así la historia y vivificando toda la creación.

La fracción del pan nos recuerda continuamente que la absurdidad de la violencia jamás tiene la última palabra, porque Cristo venció el pecado y la muerte con su gloriosa resurrección. El santo Sacrificio nos garantiza que sus heridas son el remedio para nuestros pecados; su debilidad, la fuerza de Dios en nosotros; y su muerte, nuestra vida (cf. 1P 2,24 2Co 13,4 2Co 4,10). Confío en que la celebración diaria de la misa por parte de vosotros y de vuestros sacerdotes lleve a vuestro pueblo a dar constantemente gracias a Dios Padre y alabarlo por las bendiciones que nos ha concedido en su Hijo, por quien hemos recibido el Espíritu de adopción filial (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1110).

La espiritualidad eucarística abarca todos los aspectos de la vida cristiana (cf. Sacramentum caritatis, 77). Lo demuestra la vitalidad emergente de los movimientos eclesiales en vuestras diócesis. Los carismas de estas asociaciones reflejan y también afrontan las necesidades particulares de nuestro tiempo. Exhortad a los miembros de estos movimientos y a todos los fieles a escuchar atentamente la palabra de Dios y a cultivar la costumbre de la oración diaria, para que vuestro pueblo promueva una auténtica fraternidad y cree una red cada vez más amplia de solicitud caritativa con respecto a su prójimo.

Queridos hermanos, me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios que sigue llamando a los hombres a servir como sacerdotes en vuestras Iglesias locales. El teologado en Karachi, el programa de filosofía en Lahore y vuestros seminarios menores son instituciones vitales para el futuro de la Iglesia en Pakistán. No dudéis nunca de que vuestra inversión en recursos humanos y materiales garantizará una sólida formación para vuestros candidatos al sacerdocio. También hay que buscar entre los miembros de las Órdenes religiosas colaboradores generosos que puedan ayudar a mejorar los programas de formación sacerdotal y a fortalecer los vínculos de cooperación entre los religiosos y el clero diocesano.

En este momento reviste particular urgencia la tarea de preparar a estos hombres —y, en realidad, a todos los catequistas y líderes laicos—, para que se conviertan en promotores eficaces del diálogo interreligioso. Comparten con todos los cristianos de Pakistán la responsabilidad de fomentar la comprensión y la confianza hacia los miembros de otras religiones, promoviendo foros pacíficos para debates abiertos.

Del mismo modo, otras instituciones católicas siguen sirviendo al bien común del pueblo pakistaní. Demuestran que el amor de Cristo no es mera abstracción, sino que alcanza a todo hombre y a toda mujer cuando pasa a través de personas reales que trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia. El Evangelio nos enseña que a Jesús no se lo puede amar de manera abstracta (cf. Mt 25,31-37). Quienes sirven en los hospitales, en las escuelas, en las instituciones sociales y caritativas católicas responden a las necesidades concretas de los demás, plenamente conscientes de que sirven al Señor mismo mediante sus actos concretos de caridad (cf. Mt 25,40).

Os aliento a basaros en el noble ejemplo de servicio al prójimo grabado en la historia de estas instituciones. Los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos de vuestras diócesis, al asistir a los enfermos, al ayudar a los jóvenes a crecer en el conocimiento y en la virtud, y al salir al paso de las necesidades de los pobres, revelan el rostro humano del amor de Dios a todos y cada uno. Ojalá que el encuentro con Cristo vivo despierte en su corazón el deseo de compartir con los demás la alegría de vivir en la presencia de Dios (cf. Ps 73,25 Ps 73,28). A imitación de san Pablo, deben dar con liberalidad a los demás lo que ellos mismos han recibido gratuitamente (cf. 1Co 4,7 2Co 11,7 Mt 10,8).

154 Queridos hermanos en el episcopado, cumplís la misión especial de heraldos del Evangelio y agentes de amor y paz en la Iglesia y en la sociedad. Sosteneos unos a otros con la oración y la colaboración eficaz al afrontar las tareas difíciles que debéis realizar.

Invocando sobre vosotros y sobre vuestros sacerdotes, religiosos y fieles laicos la protección materna de la santísima Virgen María, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor Jesús.



A LA SEGUNDA ASAMBLEA ANUAL DE LA ROACO

Sala Clementina

Jueves 19 de junio de 2008



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

Me alegra acogeros con ocasión de vuestra segunda sesión anual. Saludo cordialmente al señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos en calidad de presidente de la ROACO. Extiendo mi saludo al arzobispo secretario, monseñor Antonio Vegliò, a los demás prelados y al padre custodio de Tierra Santa, a los colaboradores del dicasterio, a los representantes de las diversas agencias internacionales y a los amigos de la Bethlehem University.

Ante todo, deseo daros las gracias por el valioso apoyo que brindáis a la misión propia del Obispo de Roma de presidir la caridad universal. En efecto, os reúne el amor a las Iglesias orientales católicas, a las que me alegra enviar un aliento especial como confirmación de la consideración que merecen por su vínculo fiel a la Sede de Pedro. Toda la Iglesia católica debe sostener su vida ordinaria y su peculiar misión, sobre todo a nivel ecuménico e interreligioso. Oportunamente la Congregación y la ROACO se hacen intérpretes de la solidaridad espiritual y material de todos los católicos, para que aquellas comunidades puedan vivir en plenitud el misterio de la única Iglesia de Cristo con fidelidad a sus tradiciones espirituales. Por tanto, os exhorto a fortalecer este vínculo de caridad para que, según la exhortación del Apóstol de los gentiles, quien esté en la abundancia ayude al que se encuentra en necesidad, y haya igualdad en la fraternidad (cf. 2Co 8,14-15).

Durante estos días, habéis dirigido vuestra atención a las comunidades católicas de Armenia y Georgia, que fueron de las primeras en recibir la luz de Cristo. Saludo cordialmente a mis hermanos en el episcopado, que sirven al pueblo de Dios en estas áreas, y recuerdo con placer nuestro reciente encuentro con ocasión de su visita ad limina. Viviendo humilde y fraternalmente con otras Iglesias cristianas, y sirviendo generosamente a los pobres, estas comunidades católicas, aun siendo pequeñas, pueden expresar de una manera muy práctica la comunión de amor propia de la Iglesia católica universal. Permitidme recordar lo que dije con ocasión de la reciente visita de Su Santidad Karekin II: "Si nuestro corazón y nuestra mente están abiertas al Espíritu de comunión, Dios puede obrar de nuevo milagros en la Iglesia restaurando los vínculos de unidad" (Discurso, 9 de mayo de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de mayo de 2008, p. 6).

Queridos amigos de la ROACO, los sufrimientos de los cristianos iraquíes están desde hace tiempo en el centro de vuestro interés. Hace apenas tres meses, al comienzo de la Semana santa, nuestro corazón se llenó de inmensa tristeza a causa del asesinato del arzobispo de los caldeos en Mosul, Paulos Faraj Rahho. Como muchos otros cristianos iraquíes, el arzobispo tomó su cruz y siguió al Señor. Así, dando testimonio de la verdad, contribuyó a llevar justicia a su martirizado país y a todo el mundo. Fue un hombre de paz y de diálogo. Aliento a las organizaciones de ayuda aquí presentes a proseguir sus esfuerzos en apoyo de los cristianos iraquíes: tanto de aquellos que viven en Irak, a menudo como refugiados, como de aquellos que en los países vecinos deben afrontar condiciones de vida difíciles.

Con gratitud y alivio hemos seguido los acontecimientos recientes en Líbano, que han impulsado a volver al camino del diálogo y de la comprensión mutua. Expreso de nuevo mi deseo de que Líbano responda con valentía a su vocación de ser, para Oriente Medio y para el mundo entero, un signo de la posibilidad efectiva de una coexistencia pacífica y constructiva entre los hombres. El domingo próximo los cristianos de Líbano tendrán la alegría de asistir en Beirut a la beatificación del venerable padre Jacques Ghazir Haddad. Tocado por la cruz de Jesús, este padre capuchino se hizo prójimo de los enfermos y de los pobres, y llamó a un gran número de mujeres jóvenes a servirlos. Ojalá que su testimonio toque hoy el corazón de los jóvenes cristianos libaneses, para que aprendan a su vez la dulzura de una vida evangélica al servicio de los pobres y de los pequeños, como testigos fieles de la fe católica en el mundo árabe.

Queridos hermanos y hermanas, algunos de mis colaboradores en la Curia romana, y entre estos el cardenal prefecto de vuestra Congregación, han visitado recientemente las comunidades latinas y orientales de Tierra Santa, haciéndose intérpretes del afecto y de la solicitud del Papa. Renuevo la expresión de mi especial gratitud a cuantos se interesan por la causa de esas comunidades, que es vital para toda la Iglesia. Comparto sus pruebas y sus esperanzas, y pido ardientemente a Dios poder visitarlas personalmente, así como le pido que algunos signos de paz, que acojo con inmensa confianza, pronto se hagan realidad.

155 Apelo a los responsables de las naciones para que se ofrezca a Oriente Medio, y en particular a la Tierra Santa, a Líbano e Irak, la anhelada paz y la estabilidad social, en el respeto de los derechos fundamentales de la persona, incluida una libertad religiosa real. Por lo demás, la paz es el único camino para afrontar también el grave problema de los prófugos y los refugiados, y para frenar la emigración, especialmente cristiana, que hiere profundamente a las Iglesias orientales.

Encomiendo estos deseos al beato Juan XXIII, amigo sincero de Oriente y Papa de la Pacem in terris. Y sobre todos invoco la intercesión celestial de la Reina de la paz, a la vez que de corazón imparto a cada uno mi bendición.


A UN CONGRESO SOBRE LA IDENTIDAD Y LA MISIÓN DE LAS RADIOS CATÓLICAS

Sala clementina

Viernes 20 de junio



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y amables señoras:

Me alegra acogeros en esta casa, que es la casa de Pedro. Con alegría os doy la bienvenida a todos vosotros, directores, redactores y administradores, que representáis a las numerosas radios católicas de todo el mundo, reunidos en Roma por el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales para reflexionar sobre la identidad y la misión de las radios católicas hoy. Por medio de vosotros quiero saludar con afecto a vuestros numerosos oyentes de los diferentes países y continentes que diariamente escuchan vuestra voz y, gracias a vuestro servicio informativo, aprenden a conocer mejor a Cristo, a escuchar al Papa y a amar a la Iglesia.

Doy vivamente las gracias al arzobispo Claudio Maria Celli, presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, por las amables palabras que me ha dirigido. Asimismo, saludo a los secretarios, al subsecretario y a todos los oficiales del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales.

Las muchas y diversas formas de comunicación con las que contamos manifiestan de forma evidente que el hombre, en su estructura antropológica esencial, está hecho para entrar en relación con los demás. Lo hace sobre todo por medio de la palabra. En su sencillez y aparente pobreza, la palabra, insertándose en la gramática común del lenguaje, se pone como instrumento que realiza la capacidad de relación de los hombres. Esta capacidad se funda en la riqueza compartida de una razón creada a imagen y semejanza del Logos eterno de Dios, es decir, del Logos en el que todo es creado libremente y por amor. Nosotros sabemos que ese Logos no ha permanecido ajeno a las vicisitudes humanas, sino que, por amor, se ha comunicado a sí mismo a los hombres —ho Logos sarx egheneto (Jn 1,14)— y, en el amor revelado por él y donado en Cristo, sigue invitando a los hombres a relacionarse con él y entre sí de una manera nueva.

Al haberse encarnado en el seno de María, el Verbo de Dios ofrece al mundo una relación de intimidad y amistad —"ya no les llamo siervos (...), sino amigos" (Jn 15,15)—, que se transforma en fuente de novedad para el mundo y se pone en medio de la humanidad como comienzo de una nueva civilización de la verdad y del amor. En efecto, "el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida" (Spe salvi ). Esta autocomunicación de Dios es la que ofrece un nuevo horizonte de esperanza y de verdad a las esperanzas humanas, y de esta esperanza es de donde surge, ya en este mundo, el inicio de un mundo nuevo, de esa vida eterna que ilumina la oscuridad del futuro humano.

Queridos amigos, al trabajar en estaciones de radio católicas estáis al servicio de la Palabra. Las palabras que transmitís cada día son un eco de la Palabra eterna que se hizo carne. Vuestras palabras sólo darán fruto si están al servicio de la Palabra eterna, Jesucristo. En el plan de salvación y en la providencia de Dios, esta Palabra vivió entre nosotros, o como dice san Juan, "puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14), con humildad. La Encarnación tuvo lugar en una aldea distante, lejos del ruido de las ciudades imperiales de la antigüedad. Hoy, aunque utilizáis las tecnologías modernas de la comunicación, las palabras que transmitís son también humildes y a veces os podría parecer que se pierden totalmente en la competencia con otros medios de comunicación ruidosos y más poderosos. Pero no os desalentéis. Estáis sembrando la Palabra "a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2), cumpliendo de este modo el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28,19).


Discursos 2008 149