Discursos 2008 156

156 Las palabras que transmitís llegan a innumerables personas. Algunas de ellas están solas y reciben vuestra palabra como un don consolador; otras tienen curiosidad y se interesan por lo que escuchan; otras nunca van a la iglesia, porque pertenecen a otras religiones o no pertenecen a ninguna; otras nunca han escuchado el nombre de Jesucristo, pero gracias a vuestro servicio escuchan por primera vez las palabras de salvación. Esta labor de siembra paciente, realizada día tras día, hora tras hora, constituye la manera como cooperáis en la misión apostólica.

Si las múltiples formas y tipos de comunicación pueden ser un don de Dios al servicio del desarrollo de la persona humana y de toda la humanidad, la radio, con la que realizáis vuestro apostolado, propone una cercanía y una escucha de la palabra y de la música, para informar y entretener, para anunciar y denunciar, pero siempre en el respeto de la realidad y en una clara perspectiva de educación en la verdad y la esperanza. En efecto, Jesucristo nos da la Verdad sobre el hombre y la verdad para el hombre, y a partir de esta verdad, una esperanza para el presente y para el futuro de las personas y del mundo.

Desde esta perspectiva, el Papa os alienta en vuestra misión y os felicita por el trabajo realizado. Pero como subrayó la Redemptoris missio, "no basta usar los medios de comunicación social para difundir el mensaje cristiano y el magisterio auténtico de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en la "nueva cultura" creada por la comunicación moderna" (
RMi 37).

Por este vínculo con la palabra, la radio participa en la misión de la Iglesia y en su visibilidad, pero al mismo tiempo genera una nueva manera de vivir, de ser y de hacer Iglesia; implica desafíos eclesiológicos y pastorales. Es importante hacer atractiva la palabra de Dios, dándole cuerpo a través de vuestras producciones y emisiones, para tocar el corazón de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, y para participar en la transformación de la vida de nuestros contemporáneos.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: ¡qué perspectivas tan entusiasmantes se abren ante vuestro compromiso y vuestro trabajo! Vuestras redes pueden representar, ya desde ahora, un eco pequeño pero concreto en el mundo de la red de amistad que la presencia de Cristo resucitado, Dios con nosotros, inauguró entre el cielo y la tierra, y entre los hombres de todos los continentes y de todas las épocas. Así, vuestro trabajo se insertará plenamente en la misión de la Iglesia, a la que os invito a amar profundamente. Ayudando al corazón de cada hombre a abrirse a Cristo, ayudaréis al mundo a abrirse a la esperanza y a la civilización de la verdad y el amor, que es el fruto más elocuente de su presencia entre nosotros. Imparto a todos mi bendición.

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI


CON OCASIONE DE LA PUBLICACIÓN DE LA PRIMERA EDICIÓN


DE "L'OSSERVATORE ROMANO" EN LENGUA MALAYALAM

Miércoles 25 de junio de 2008



Queridos amigos:

La publicación de la primera edición de L'Osservatore Romano en lengua malayalam es un acontecimiento de gran significado en la vida de la Iglesia en India porque mantendrá informados a más de seis millones de católicos de Kerala acerca del ministerio del Papa y de la obra de la Santa Sede; y fortalecerá los vínculos de fe y de comunión eclesial que unen a la comunidad católica con la Sede de Pedro.

De buen grado aprovecho la ocasión para asegurar mis oraciones y mis mejores deseos para esta importante iniciativa, y para dar las gracias de corazón a los directores de la "Carmel International Publishing House" y a cuantos han colaborado en esta realización.

Espero que esta nueva traducción de la edición en inglés, que se suma a las ediciones de L'Osservatore Romano en otras lenguas, sea una fuente valiosa de instrucción y de enriquecimiento en la fe, un incentivo para una mayor fraternidad y cooperación dentro de la comunidad católica de Kerala, que se caracteriza por una gran diversidad, y una ayuda indispensable para la obra constante de evangelización.

A vosotros y a vuestras familias imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz en nuestro Señor Jesucristo.


AL SEÑOR FIRMIN MBOUTSOU, NUEVO EMBAJADOR DE GABÓN ANTE LA SANTA SEDE


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Jueves 26 de junio de 2008



Señor embajador:

Me agrada acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Gabón ante la Santa Sede.

Aprecio las amables palabras que me ha dirigido, señor embajador, así como el saludo y los buenos deseos que me ha expresado de parte de su excelencia el señor El Hadj Omar Bongo Ondimba, presidente de la República. Le ruego que al volver le transmita a él, así como a todo el pueblo de Gabón, mis deseos cordiales de felicidad y prosperidad que formulo para el país, pidiendo a Dios que conceda a todos vivir en una nación cada vez más fraterna y solidaria, donde los dones que cada uno ha recibido de Dios puedan desarrollarse plenamente en beneficio de todos.

Excelencia, usted acaba de señalar la importancia de las relaciones impregnadas de confianza mutua que existen desde hace cuarenta años entre Gabón y la Santa Sede. Estos vínculos se han intensificado durante el reciente viaje que realizó a su país, el pasado mes de enero, su excelencia monseñor Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados. La cordial acogida que le reservaron el presidente de la República así como las diversas autoridades del Estado, es una manifestación de la armonía que caracteriza estas relaciones y del deseo de una concertación y una colaboración permanentes.

La aportación de la Iglesia a la historia y a la construcción de su país es importante, como usted, señor embajador, ha señalado. No puedo menos de apreciar esta atención a la misión de la Iglesia entre sus compatriotas. En esta perspectiva, conviene mencionar el Acuerdo marco entre Gabón y la Santa Sede, firmado hace poco más de diez años. Es la base de una cooperación cada vez más amplia entre la Santa Sede y su país. Para la Iglesia, estas actividades diplomáticas tienen la función fundamental de ayudarla a cumplir su misión al servicio de todo el hombre y de todos los hombres, en su vida diaria, participando así en el desarrollo de las personas y de la nación, y dando a cada uno una esperanza nueva en el futuro.

De acuerdo con su vocación, y sobre todo gracias a sus numerosas instituciones, a sus congregaciones religiosas y al conjunto de las comunidades locales, la Iglesia contribuye y desea contribuir cada vez más a la educación de los hombres, las mujeres y los niños, sin distinción, respetando las personas y su cultura, transmitiendo a cada uno los valores espirituales y morales indispensables para el crecimiento del ser humano.

Del mismo modo, en su larga tradición, participa en la educación sanitaria y en la atención a los enfermos, para el bienestar de las personas. En su país, los numerosos ambulatorios administrados por las congregaciones religiosas son una prueba de ello. Es de desear que, en el marco de un acuerdo, el país reconozca plenamente y sostenga este servicio caritativo prestado a todas las personas que recurren a él. Este reconocimiento legal tendrá seguramente efectos benéficos sobre la presencia religiosa y sobre el dinamismo de las estructuras en el campo sanitario y social.

Entre los ámbitos principales, es necesario señalar asimismo el de la enseñanza, con respecto a la cual también se firmó un acuerdo en el año 2001; a pesar de sus escasos recursos, la Iglesia desea vivamente proseguir su misión en este campo, con el apoyo de todas las instituciones implicadas. Su deseo es educar a todos los jóvenes que le son confiados, para impartirles una formación integral, permitiéndoles tener un futuro mejor y tomar en sus manos su destino, el de su familia y el de la sociedad. También es una ocasión para participar en la formación de hombres y mujeres que, en el futuro, serán los responsables de la nación.

Con una atención muy particular a la educación integral de las personas, una sociedad demuestra que sus miembros son la primera riqueza nacional. Por tanto, no puedo menos de desear una consolidación de los acuerdos con el Episcopado de su país relativos a la enseñanza en todos los niveles, de modo particular a la enseñanza superior. La Iglesia quiere mantener y desarrollar una enseñanza de calidad; para ello necesita el apoyo confiado de las autoridades y de los diferentes servicios del Estado. A su vez, esta enseñanza debe transmitir conocimientos intelectuales en los diferentes campos de la ciencia y del pensamiento, pero también debe formar a toda la persona comunicándole los valores fundamentales, tanto personales como colectivos.

El papel de la Iglesia también consiste en ofrecer a las personas una asistencia humana y espiritual, ayudándoles a responder a su búsqueda de sentido. Con este espíritu, desea poder organizar mejor la pastoral de las Fuerzas armadas, cuya misión es particularmente delicada y constituye ante todo un servicio a la paz, a la justicia y a la seguridad, tanto en el país como en la región.

158 Señor embajador, usted sabe que, acompañando a los militares católicos y a sus familias, la Iglesia desea ayudarles a realizar su tarea específica basándose en los valores humanos y morales del cristianismo, para que sirvan fielmente a su patria y edifiquen su vida personal y familiar según su vocación cristiana. En efecto, corresponde a los pastores de la Iglesia velar por toda la grey que se le ha confiado, y es conveniente que los miembros de las Fuerzas armadas puedan constituirse en comunidades cristianas particulares, bajo la guía de un pastor que sepa reconocer y respetar la especificidad del mundo militar.

Los responsables de las naciones y quienes, en todos los niveles, están llamados a guiar el destino de los pueblos, tienen ante todo el deber de edificar sociedades de paz. Me alegra constatar la atención de su país en este campo. A través de usted, señor embajador, invito a todas las autoridades y a los hombres de buena voluntad, sobre todo en el querido continente africano, a comprometerse cada vez más por un mundo pacífico, fraterno y solidario. Apelo hoy a una valentía cada vez más profética, recordando que la paz y la justicia van juntas, y que todo ello debe concretarse mediante el respeto de la legalidad en todos los ámbitos.

En efecto, sin justicia, sin la lucha contra todas las formas de corrupción, sin el respeto de las normas del derecho es imposible construir una paz verdadera; y es evidente que a los ciudadanos les resultará entonces difícil confiar en sus dirigentes. Además, sin el respeto de la libertad de cada persona no puede haber paz. Conforme a su tradición, del modo que le es propio, la Iglesia está dispuesta a colaborar y dar su apoyo a todas las personas cuya preocupación primordial es establecer una sociedad que respete los derechos más elementales del hombre y quiera construir una sociedad para el hombre.

Usted, señor embajador, está atento a las grandes cuestiones que atañen al futuro de nuestro mundo. Muy a menudo este futuro está asociado a cuestiones puramente económicas, que son fuente de numerosos conflictos. Conviene procurar que los habitantes del país sean los primeros beneficiarios del producto de las riquezas naturales de la nación y hacer todo lo posible con vistas a una mejor protección del planeta, que nos permita dejar a las generaciones futuras una tierra verdaderamente habitable, capaz de alimentar a todos sus habitantes.

Permítame, señor embajador, aprovechar esta feliz ocasión que me brinda su presencia para saludar cordialmente, a través de usted, a todos los católicos de Gabón, en particular a los obispos, que vinieron aquí en visita ad limina en el mes de octubre del año pasado. Conozco su adhesión y el afecto que sienten por su país, así como su compromiso decidido de contribuir a su desarrollo en armonía fraterna con todos sus compatriotas. Los invito con afecto a seguir siendo artífices y testigos cada vez más ardientes de paz, de fraternidad y de solidaridad entre todos.

Señor embajador, ahora que comienza oficialmente su misión ante la Sede apostólica, le expreso mis mejores deseos para la noble tarea que emprende. Tenga la seguridad de que entre mis colaboradores encontrará la acogida atenta y comprensiva que pueda necesitar.

Sobre su excelencia, sobre sus seres queridos, sobre los responsables de la nación y sobre todo el pueblo de Gabón invoco de corazón la abundancia de las bendiciones del Todopoderoso.


A LOS OBISPOS DE HONDURAS EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Jueves 26 de junio de 2008



Señor cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado:

1. Os recibo con gran alegría en esta mañana y agradezco al Señor el poder encontraros para compartir con todos vosotros los proyectos e ilusiones, las preocupaciones y dificultades de vuestro corazón de Pastores de la Iglesia. La comunidad católica de Honduras ha sido bendecida con la consagración en poco tiempo de cinco nuevos obispos; quiera el Señor que esta visita ad limina, cuando se cumplen veinticinco años del viaje pastoral del Papa Juan Pablo II a vuestra tierra, contribuya a fortalecer aún más los estrechos vínculos de comunión entre vosotros y con el Sucesor de Pedro, para reemprender con nuevo ardor la misión que el Señor os ha confiado.

159 Deseo agradecer vivamente al señor cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y Presidente de la Conferencia Episcopal, las amables palabras con las que me ha expresado vuestro afecto y adhesión, así como el de vuestros sacerdotes, religiosos y fieles diocesanos. A todos ellos, pero especialmente a los que sufren a causa de la pobreza, la violencia o la enfermedad, los tengo muy presentes en mi oración manifestándoles toda mi estima y cercanía espiritual.

2. El pueblo hondureño se caracteriza por un profundo espíritu religioso que se manifiesta, entre otras cosas, en las numerosas y arraigadas prácticas de devoción popular, las cuales, debidamente purificadas de elementos extraños a la fe, deben ser un instrumento válido para el anuncio del Evangelio. Por otro lado, y como sucede en otras partes, la difusión del secularismo, así como el proselitismo de las sectas, es fuente de confusión para muchos fieles, y provoca además una pérdida del sentido de pertenencia a la Iglesia.

La constatación de las enormes dificultades que se oponen a vuestra misión pastoral, lejos de llevar al desánimo, ha de servir para impulsar una extensa y audaz labor de evangelización, que se apoye, más que en la eficacia de los medios materiales o de los proyectos humanos, en el poder de la Palabra de Dios (cf.
He 4,12), acogida con fe, vivida con humildad y anunciada con fidelidad.

En cuanto sucesores de los Apóstoles, habéis sido llamados a una misión excelsa: «perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno» (Christus Dominus CD 2). Cristo es ciertamente el corazón de la evangelización (cf. Pastores gregis ), por eso el amor a Él y a los hombres os urge a llevar su mensaje hasta los últimos rincones de vuestra querida nación, para que todos puedan llegar a ese encuentro personal e íntimo con el Señor, que es el comienzo de una auténtica vida cristiana (cf. Deus caritas est ).

3. En esta urgente tarea de anunciar la Buena Nueva de la salvación, contáis con la ayuda inestimable de vuestros sacerdotes. Ellos, siendo los primeros colaboradores en vuestra misión pastoral, han de ser también los principales destinatarios de vuestra solicitud de padres, hermanos y amigos, prestando atención a su vida espiritual y a sus necesidades materiales. Asimismo, el cuidado y la atención con la que seguís la formación de los seminaristas es una manifestación elocuente de vuestro amor por el sacerdocio. Con confianza en el Señor, y con generosidad, poned siempre al servicio del Seminario los mejores formadores y los medios materiales convenientes, para que los futuros sacerdotes adquieran esa madurez humana, espiritual y sacerdotal que los fieles necesitan y tienen derecho a esperar de sus pastores.

A pesar del incremento de las vocaciones en los últimos tiempos, la escasez de presbíteros en vuestras Iglesias particulares es, con razón, una de vuestras principales preocupaciones. Por eso, el empeño en suscitar vocaciones entre los jóvenes debe ser un objetivo prioritario de vuestros planes de pastoral, en los que se han de implicar todas las comunidades diocesanas y parroquiales. En este sentido, os animo a alentar la oración personal y comunitaria que, además de ser un mandato del Señor (cf. Mt 9,38), es necesaria para descubrir y favorecer una respuesta generosa a la propia vocación.

No puedo dejar de reconocer la gran labor evangelizadora que realizan las comunidades religiosas, enriqueciendo vuestras diócesis con la presencia de sus carismas específicos, y cuya colaboración debéis seguir promoviendo en un espíritu de verdadera comunión eclesial.

4. Deseo destacar también el significativo papel que los laicos católicos hondureños están asumiendo en las parroquias como catequistas y delegados de la Palabra. Un aspecto importante del ministerio pastoral consiste en trabajar sin descanso para que los fieles sean cada vez más conscientes de que, en virtud de su bautismo y confirmación, están llamados a vivir la plenitud de la caridad participando en la misma misión salvífica de la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 33). Ellos, mediante el testimonio de su vida cristiana, pueden llevar a todos los sectores de la sociedad la luz del mensaje de Cristo, atrayendo a la comunidad eclesial a aquéllos cuya fe se ha debilitado o se encuentran alejados de ella. Los fieles laicos necesitan, por tanto, intensificar su relación con Dios y adquirir una sólida formación, especialmente en cuanto se refiere a la doctrina social de la Iglesia. De esta manera, como fermento en medio de la masa, podrán cumplir su misión de transformar la sociedad según el querer de Dios (cf. ibíd., LG 31).

Asimismo, un ámbito de singular atención pastoral es el matrimonio y la familia, cuya solidez y estabilidad tanto beneficia a la Iglesia y a la sociedad. A este respecto, es justo reconocer el paso importante que se ha dado al incluirse en la Constitución de vuestro país un reconocimiento explícito del matrimonio, aunque bien sabéis que no basta poseer una buena legislación si después no se realiza esa necesaria labor cultural y de catequesis que haga resplandecer en la sociedad la verdad y la belleza del matrimonio, verdadera alianza perpetua de vida y amor entre un hombre y una mujer.

5. Al igual que el anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos, el servicio de la caridad forma parte esencial de la misión de la Iglesia (cf. Deus caritas est ). De ahí que los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, sean los primeros responsables de este servicio de caridad en las Iglesias particulares (cf. ibíd., ). Sé bien cuánto os aflige la pobreza en la que viven tantos compatriotas vuestros, junto al aumento de la violencia, la emigración, la destrucción del medio ambiente, la corrupción o las carencias en la educación, entre otros graves problemas. Como ministros del Buen Pastor habéis desplegado, de palabra y de obra, una intensa labor de ayuda a los necesitados. Os exhorto vivamente a seguir mostrando en vuestro ministerio el rostro misericordioso de Dios, potenciando en todas vuestras comunidades diocesanas y parroquiales un extenso y capilar servicio de caridad, que llegue de modo especial a los enfermos, a los ancianos y a los encarcelados.

6. Amadísimos hermanos, de nuevo os reitero mi afecto y mi agradecimiento por toda vuestra dedicación y solicitud pastoral. Al mismo tiempo, os ruego que transmitáis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles laicos el saludo y el aprecio del Papa.

160 A la intercesión de la Inmaculada Virgen de Suyapa encomiendo vuestras personas, intenciones y propósitos pastorales, para que llevéis a todos los hijos de Honduras la esperanza que nunca defrauda, Cristo Jesús, el único Salvador del género humano. Con estos deseos os acompaña mi oración y mi bendición apostólica.


A LOS OBISPOS DE HONG KONG Y MACAO EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 27 de junio de 2008



Queridos hermanos en el episcopado:

"Envía tu espíritu y renueva la faz de la tierra" (cf. Ps 104,30). Con estas palabras, os doy una cordial bienvenida. Agradezco al cardenal Zen los sentimientos de devoción filial que ha manifestado en nombre de todos. Acoged la expresión de mi afecto y la seguridad de mis oraciones por vosotros y por cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral. En este momento tengo presentes a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos de vuestras dos comunidades diocesanas. Para vosotros, la visita ad limina Apostolorum es una ocasión para reforzar el compromiso de hacer que Jesús sea cada vez más visible en la Iglesia y más conocido en la sociedad mediante el testimonio del amor y de la verdad de su Evangelio.

Como escribí en mi carta del 27 de mayo de 2007 a la Iglesia católica in China, la invitación que Jesús dirigió a Pedro, a su hermano Andrés y a los primeros discípulos: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar" (Lc 5,4), resuena hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: "Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8). También vuestras dos Iglesias particulares están llamadas a ser testigos de Cristo, a mirar adelante con esperanza y a tomar conciencia —en el anuncio del Evangelio— de los nuevos desafíos que las poblaciones de Hong Kong y Macao deben afrontar (cf. n. 3).

El Señor ha conferido a todo hombre y a toda mujer el derecho de escuchar el anuncio de que Jesucristo "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20). A este derecho corresponde el deber de evangelizar: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16 cf. Rm 10,14). En la Iglesia, todas las actividades tienen una dimensión evangelizadora esencial y nunca deben separarse del compromiso de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la evangelización: "La cuestión social y el Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco" (Homilía durante la misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich, 10 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 2006, p. 12).

Hoy, la misión de la Iglesia se realiza en el marco de la globalización. Observé recientemente que las fuerzas de la globalización hacen que la humanidad esté suspendida entre dos polos. Por una parte, está la creciente multitud de vínculos sociales y culturales que en general promueven un sentido de solidaridad global y de responsabilidad compartida por el bien de la humanidad. Por otra, aparecen signos inquietantes de una fragmentación y de un cierto individualismo en el que domina el laicismo, que margina lo trascendente y el sentido de lo sagrado y eclipsa la fuente misma de armonía y unidad del universo. De hecho, los aspectos negativos de este fenómeno cultural muestran la importancia de una sólida formación y exhortan a un esfuerzo concertado para sostener el alma espiritual y moral de vuestras poblaciones.

Asimismo, soy consciente de que también en vuestras dos diócesis, como en el resto de la Iglesia, existe la necesidad de una adecuada formación permanente del clero. De ahí nace la invitación, dirigida a vosotros, los obispos, como responsables de las comunidades eclesiales, a pensar especialmente en el clero joven, que cada vez más afronta nuevos desafíos pastorales relacionados con las exigencias de la tarea de evangelizar a una sociedad tan compleja como la actual. La formación permanente de los sacerdotes "es una exigencia intrínseca del don y del ministerio sacramental recibido, que es necesaria en todo tiempo, pero hoy es particularmente urgente, no sólo por los rápidos cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y los pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por la "nueva evangelización", que es la tarea esencial e improrrogable de la Iglesia en este final del segundo milenio" (Pastores dabo vobis PDV 70). También debéis tener especial solicitud pastoral por todas las personas consagradas, hombres y mujeres, que están llamadas a hacer visibles en la Iglesia y en el mundo los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente.

Queridos hermanos, sabéis bien que las escuelas católicas dan una notable contribución a la formación intelectual, espiritual y moral de las nuevas generaciones: por estos aspectos cruciales del crecimiento de la persona, los padres, tanto católicos como de otras tradiciones religiosas, recurren a las escuelas católicas. A este propósito, deseo dirigirme a todos aquellos —hombres y mujeres— que prestan un generoso servicio en las escuelas católicas de vuestras dos diócesis: están llamados a ser "testigos de Cristo, epifanía del amor de Dios en el mundo" y a tener "la valentía del testimonio y la paciencia del diálogo", sirviendo a "la dignidad humana, a la armonía de la creación, a la vida de los pueblos y a la paz" (Las personas consagradas y su misión en la escuela, nn. 1-2).

Por consiguiente, es de la máxima importancia ser cercanos a los estudiantes y a sus familias, cuidar la formación de los jóvenes a la luz de las enseñanzas del Evangelio y seguir con solicitud las necesidades espirituales de todos en la comunidad escolar. Las escuelas católicas de vuestras dos diócesis han contribuido de manera notable al desarrollo social y al crecimiento cultural de vuestras poblaciones; hoy estos centros educativos encuentran nuevas dificultades: estoy cerca de vosotros y os animo a trabajar para garantizar este valioso servicio.

En vuestra misión de pastores buscad el consuelo del Paráclito, que defiende, aconseja y protege (cf. Jn 14,16). Animad a los fieles a acoger todo lo que engendra el Espíritu. En varias ocasiones he recordado que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son el "signo luminoso de la belleza de Cristo y de la Iglesia, su Esposa" (Mensaje a los participantes en el II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades, 22 de mayo de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2006, p. 3). Dirigiéndome "a los queridos amigos de los Movimientos", los exhorté a procurar que sean siempre "escuelas de comunión, compañías en camino, en las que se aprenda a vivir en la verdad y en el amor que Cristo nos reveló y comunicó por medio del testimonio de los Apóstoles, dentro de la gran familia de sus discípulos" (ib.). Os invito a salir al encuentro de los movimientos con mucho amor, puesto que son una de las novedades más importantes suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia para la puesta en práctica del concilio Vaticano II (cf. Discurso a los obispos participantes en un seminario de estudio organizado por el Consejo pontificio para los laicos, 17 de mayo de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 2008, p. 5). Al mismo tiempo, ruego al Señor que también los movimientos pongan gran empeño en armonizar sus actividades con los programas pastorales y espirituales de las diócesis.

161 Os agradezco personalmente el afecto y la devoción que habéis manifestado a la Santa Sede de diversas maneras. Os felicito por las múltiples realizaciones de vuestras comunidades diocesanas tan eficientes, y os exhorto a un compromiso cada vez mayor en la búsqueda de los medios más adecuados para lograr que el mensaje cristiano de amor sea más comprensible en el mundo en el que vivís: de este modo contribuiréis efectivamente a mostrar a todos vuestros hermanos y hermanas la perenne juventud y la inagotable capacidad renovadora del Evangelio de Cristo, testimoniando que se puede ser a la vez auténticos chinos y auténticos cristianos.

Animo también a vuestras diócesis a seguir dando su contribución a la Iglesia que está en China continental, poniendo a disposición el personal para la formación y sosteniendo iniciativas benéficas de promoción humana y de asistencia. A este respecto, ¿cómo no recordar el valioso servicio prestado con generosidad y competencia por la Cáritas de vuestras dos diócesis? Pero no olvidéis que Cristo es, también para China, un Maestro, un Pastor y un Redentor amoroso: la Iglesia no puede menos de proclamar esta buena nueva.

Deseo y ruego al Señor que llegue pronto el día en el que también vuestros hermanos en el episcopado de China continental puedan venir a Roma en peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, como signo de comunión con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Aprovecho de buen grado esta ocasión para enviar a la comunidad católica que está en China y a todo el pueblo de ese vasto país la seguridad de mis oraciones y de mi afecto.


DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OFICIALES DEL VICARIATO DE ROMA

CON OCASIÓN DE LA DESPEDIDA DEL CARDENAL VICARIO, CAMILLO RUINI

Sala Clementina

Viernes 27 de junio de 2008



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra mucho acogeros y daros a cada uno mi cordial bienvenida. Lo saludo en primer lugar, y de modo especial, a usted, querido cardenal Camillo Ruini, a quien hoy quiero dar públicamente las gracias al final de su largo servicio como vicario general para la diócesis de Roma. En días pasados ya le manifesté mis sentimientos con una carta, en la que recordé los múltiples aspectos de su largo y apreciado ministerio, que comenzó en enero de 1991, cuando el siervo de Dios Juan Pablo II lo llamó a suceder al cardenal Ugo Poletti. Ahora tengo la oportunidad de renovarle la manifestación de mi agradecimiento ante los obispos auxiliares, los párrocos prefectos, los demás representantes de la realidad diocesana y la comunidad de trabajo del Vicariato de Roma.

Los últimos años del siglo pasado y los primeros del nuevo han sido un tiempo realmente extraordinario, de modo especial para quienes, como nosotros, hemos tenido la oportunidad de vivirlos al lado de un auténtico gigante de la fe y de la misión de la Iglesia, mi venerado predecesor. Él guió al pueblo de Dios hacia la histórica meta del año 2000 y, a través del gran jubileo, lo introdujo en el tercer milenio de la era cristiana.

Colaborando estrechamente con él, fuimos "arrastrados" por su excepcional fuerza espiritual, arraigada en la oración, en la unión profunda con el Señor Jesucristo y en la intimidad filial con su Madre santísima. El carisma misionero del Papa Juan Pablo II ejerció, como era lógico, un influjo determinante sobre el período de su pontificado, en particular sobre el tiempo de preparación para el jubileo del año 2000; y esto se pudo comprobar directamente en la diócesis de Roma, la diócesis del Papa, gracias al compromiso constante del cardenal vicario y de sus colaboradores.

162 Como ejemplo de esto, me limito a recordar la Misión ciudadana de Roma y los "Diálogos en la catedral", expresión de una Iglesia que, en el momento mismo en que iba tomando mayor conciencia de su identidad diocesana y asumía poco a poco su fisonomía, se abría decididamente a una mentalidad misionera y a un estilo coherente con ella, mentalidad y estilo no destinados a durar sólo un tiempo más o menos largo, sino, como se ha repetido con frecuencia, a ser permanentes. Este aspecto, venerado hermano, es particularmente importante; y deseo agradecérselo, sobre todo porque usted lo ha promovido y fomentado, no sólo aquí en Roma, sino también en toda la nación italiana, como presidente de la Conferencia episcopal.

Su solicitud por la misión siempre ha ido acompañada y sostenida por una excepcional capacidad de reflexión teológica y filosófica, que usted ha manifestado y practicado desde su juventud. El apostolado, de modo especial en nuestro tiempo, debe alimentarse constantemente de pensamiento, para motivar el significado de los gestos y las acciones; de lo contrario, acaba por convertirse en estéril activismo. Y en este sentido usted, señor cardenal, ha dado una contribución importante, poniendo al servicio del Santo Padre, de la Santa Sede y de toda la Iglesia, sus conocidas dotes de inteligencia y sabiduría.

Yo mismo fui testigo de ello en mi anterior misión y, con mayor razón, lo he sido durante estos últimos años, en los que he podido contar con su cercanía al servir a la Iglesia que está en Italia y de modo especial en Roma. Me complace recordar, al respecto, nuestra colaboración en los temas de las Asambleas eclesiales diocesanas, elegidos para responder a las principales urgencias pastorales, teniendo en cuenta el contexto social y cultural de la ciudad.

Todos sabemos que el "proyecto cultural" es una iniciativa particular de la Iglesia italiana debida al celo y a la clarividencia del cardenal Ruini, pero la expresión "proyecto cultural", más en general y radicalmente, alude al modo como la Iglesia se presenta ante la sociedad, es decir, el deseo de la comunidad cristiana -para responder a la misión de su Señor- de estar presente en medio de los hombres y de la historia con un proyecto de hombre, de familia y de relaciones sociales inspirado en la palabra de Dios y realizado en diálogo con la cultura de la época.

Querido señor cardenal, en esto usted ha dado un ejemplo que permanece más allá de las iniciativas del momento, un ejemplo en el compromiso de "pensar la fe", con absoluta fidelidad al magisterio de la Iglesia, con puntual atención a las enseñanzas del Obispo de Roma y, al mismo tiempo, en constante escucha de las exigencias que emergen de la cultura contemporánea y de los problemas de la sociedad actual.

A la vez que expreso mi gratitud al cardenal Camillo Ruini, me alegra comunicar que, en su lugar, como vicario para la diócesis de Roma, he nombrado al cardenal Agostino Vallini, hasta ahora prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica. Lo saludo con gran afecto y lo acojo en el nuevo encargo, que le encomiendo teniendo en cuenta su experiencia pastoral, madurada primero como auxiliar en la gran diócesis de Nápoles y luego como obispo de Albano; experiencias a las que une probadas dotes de sabiduría y afabilidad. Asimismo, lo he nombrado arcipreste de la basílica de San Juan de Letrán y gran canciller de la Pontificia Universidad Lateranense.

Querido señor cardenal, desde hoy mi oración por usted será aún más intensa, a fin de que el Señor le conceda todas las gracias necesarias para este nuevo encargo. Lo animo a manifestar en plenitud su celo pastoral y le deseo un sereno y fecundo ministerio, en el que -estoy seguro- podrá contar con la constante y generosa colaboración de los obispos auxiliares y de todos los sacerdotes, los religiosos y los laicos que trabajan en el Vicariato de Roma.

Aprovecho esta feliz circunstancia, queridos hermanos y hermanas, para manifestaros a todos los que trabajáis en las oficinas centrales de la diócesis, mi viva gratitud y mi aliento a realizarlo cada vez mejor, para el bien de la Iglesia que está en Roma.

Queridos señores cardenales, que Dios os colme abundantemente de sus dones. Que recompense a quien se despide y sostenga a quien comienza su misión. Que multiplique en todos la acción de gracias a su infinita bondad y conceda siempre a cada uno la alegría de servir a Cristo trabajando humildemente por su Iglesia.

Que la Virgen María, Salus populi romani, vele desde el cielo sobre nosotros y nos acompañe. Invocando su intercesión, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, y a toda la ciudad de Roma.



Discursos 2008 156