Discursos 2008 162

DURANTE EL ENCUENTRO CON EL PATRIARCA BARTOLOMÉ I

Sábado 28 de junio de 2008



Santidad

163 Con profunda y sincera alegría lo saludo a usted y al distinguido séquito que lo acompaña; y me complace hacerlo con unas palabras tomadas de la segunda carta de san Pedro "A los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesucristo" (2P 1,1-2).

La celebración de san Pedro y san Pablo, patronos de la Iglesia de Roma, al igual que la de san Andrés, patrono de la Iglesia de Constantinopla, nos brindan cada año la posibilidad de un intercambio de visitas, que siempre son ocasiones importantes para conversaciones fraternas y momentos comunes de oración. Así aumenta el conocimiento personal recíproco; se armonizan las iniciativas y aumenta la esperanza, que nos anima a todos, de poder llegar pronto a la unidad plena, para obedecer el mandato del Señor.

Este año, aquí en Roma, a la fiesta de nuestro patrono se une la feliz circunstancia de la inauguración del Año paulino, que convoqué para conmemorar el segundo milenario del nacimiento de san Pablo, con el fin de promover una reflexión cada vez más profunda sobre la herencia teológica y espiritual que dejó a la Iglesia el Apóstol de los gentiles, con su amplia y profunda obra de evangelización.

Me ha complacido saber que también Vuestra Santidad ha convocado un Año paulino. Esta feliz coincidencia pone de manifiesto las raíces de nuestra vocación cristiana común y la significativa sintonía de sentimientos y compromisos pastorales que estamos viviendo. Por eso, doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, que con la fuerza de su Espíritu guía nuestros pasos hacia la unidad.

San Pablo nos recuerda que la comunión plena entre todos los cristianos tiene su fundamento en "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (Ep 4,5). Por tanto, ojalá que la fe común, el único bautismo para el perdón de los pecados y la obediencia al único Señor y Salvador se manifiesten plenamente en la dimensión comunitaria y eclesial. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu", afirma el Apóstol de los gentiles, y añade "como una es la esperanza a la que habéis sido llamados" (Ep 4,4).

Además, san Pablo nos indica un camino seguro para mantener la unidad y, en caso de división, para restablecerla. El decreto sobre el ecumenismo del concilio Vaticano II retomó la indicación paulina y la volvió a proponer en el contexto del compromiso ecuménico, haciendo referencia a las palabras densas y siempre actuales de la carta a los Efesios "Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ep 4,1-3).

A los cristianos de Corinto, en medio de los cuales habían surgido disensiones, san Pablo no teme instarles encarecidamente a que tengan un mismo hablar, a que desaparezcan entre ellos las divisiones y cultiven una perfecta unión de pensamientos y sentimientos (cf. 1Co 1,10). En nuestro mundo, en el que se va consolidando el fenómeno de la globalización, pero a pesar de ello siguen existiendo las divisiones y los conflictos, el hombre siente cada vez mayor necesidad de certezas y de paz.

Al mismo tiempo, sin embargo, queda extraviado y casi engañado por cierta cultura hedonista y relativista, que pone en duda la existencia misma de la verdad. Al respecto, las indicaciones del Apóstol son muy oportunas para impulsar los esfuerzos encaminados a la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos, tan necesaria para dar a los hombres del tercer milenio un testimonio cada vez más luminoso de Cristo, camino, verdad y vida. Sólo en Cristo y en su Evangelio puede encontrar la humanidad una respuesta a sus expectativas más íntimas.

Ojalá que el Año paulino, que comenzará solemnemente esta tarde, ayude al pueblo cristiano a renovar el compromiso ecuménico, y se intensifiquen las iniciativas comunes en el camino hacia la comunión entre todos los discípulos de Cristo. Ciertamente, vuestra presencia aquí, hoy, es un signo alentador de ese camino. Por ello, os manifiesto una vez más a todos mi alegría, mientras juntos elevamos al Señor nuestra oración de gratitud.


A LOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS QUE HABÍA RECIBIDO EL PALIO

Sala Pablo VI

Lunes 30 de junio de 2008



164 Venerados hermanos,
distinguidas autoridades;
queridos hermanos y hermanas:

Después de la solemne celebración de ayer, en la que tuve la alegría de imponer el palio a los arzobispos metropolitanos nombrados durante el último año, este encuentro me brinda la grata oportunidad de renovaros a todos mi cordial saludo y prolongar el clima de comunión -jerárquica y, al mismo tiempo, familiar- que se experimenta en esta circunstancia particular. La imagen del cuerpo orgánico aplicada a la Iglesia es uno de los elementos fuertes y característicos de la doctrina de san Pablo; por eso, en este Año jubilar dedicado a él deseo encomendaros a cada uno de vosotros, queridos arzobispos, a su protección celestial. El Apóstol de los gentiles os ayude a hacer que crezcan las comunidades encomendadas a vosotros, unidas y misioneras, concordes y coordinadas en la acción pastoral, y animadas por un constante impulso apostólico.

Deseo dirigir ahora un cordial saludo a cada uno de vosotros, queridos arzobispos metropolitanos, así como a vuestros familiares y a las personalidades que han querido participar en esta cita, extendiendo el pensamiento y la oración a vuestras Iglesias particulares. Me alegra comenzar por Tierra Santa, saludando al patriarca de Jerusalén de los latinos, mons. Fouad Twal, y a quienes lo acompañan. Saludo con afecto a mons. Giancarlo Maria Bregantini, a mons. Paolo Benotto y a mons. Francesco Montenegro, arzobispos metropolitanos respectivamente de Campobasso-Boiano, Pisa y Agrigento. Que el Señor os bendiga siempre y os guíe en vuestro ministerio pastoral diario.

Saludo con alegría a los peregrinos que han venido de Níger, de la República democrática del Congo, de Haití y de Francia. Acompañáis a los nuevos arzobispos metropolitanos a los que tuve la alegría de imponer el palio, signo de una gran comunión con la Sede apostólica. Saludo en particular a mons. Michel Christian Cartatéguy, arzobispo de Niamey (Níger); a mons. Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa (República democrática del Congo); a mons. Louis Kébreau, arzobispo de Cabo Haitiano (Haití); a mons. Serge Miot, arzobispo de Puerto Príncipe (Haití); y a mons. Laurent Ulrich, arzobispo de Lille (Francia). Transmitid mi saludo a los sacerdotes y a todos los fieles de vuestras diócesis. Aseguradles mi oración ferviente. El palio simboliza la profunda unión de su pastor con el Sucesor de Pedro, así como la solicitud pastoral del arzobispo con respecto a su pueblo. Que los fieles se adhieran ante todo a Cristo en esta comunión de caridad para testimoniarla con valentía y verdad.

Excelencias, queridos amigos en Cristo: saludo cordialmente a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa, a los que impuse ayer el palio: al cardenal John Njue, arzobispo de Nairobi (Kenia); a mons. Edwin O'Brien, arzobispo de Baltimore (Estados Unidos); a mons. Anthony Mancini, arzobispo de Halifax (Canadá); a mons. Martin Currie, arzobispo de Saint John's, Newfoundland (Canadá); a mons. John Hung Shan-chuan, arzobispo de Taipei (Taiwan); a mons. Matthew Man-oso Ndagoso, arzobispo de Kaduna (Nigeria); a mons. Richard Anthony Burke, arzobispo de Benin City (Nigeria); a mons. Robert Rivas, arzobispo de Castries (Santa Lucía); a mons. John Ribat, arzobispo de Port Moresby (Papúa Nueva Guinea); a mons. Thomas Kwaku Mensah, arzobispo de Kumasi (Ghana); a mons. Thomas Rodi, arzobispo de Mobile (Estados Unidos); a mons. Donald Reece, arzobispo de Kingston en Jamaica; a mons. Peter Kairo, arzobispo de Nyeri (Kenia); a mons. John Nienstedt, arzobispo de San Pablo y Minneapolis (Estados Unidos); y a mons. John Lee Hiong Fun-Yit Yaw, arzobispo de Kota Kinabalu (Malasia).

También saludo a los familiares y amigos de los nuevos arzobispos metropolitanos y a los fieles de todas las archidiócesis que los han acompañado a Roma. El palio del que se revisten los arzobispos es símbolo de su comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro en el gobierno del pueblo de Dios. Está hecho de lana de oveja para simbolizar a Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y el buen Pastor que vela por su rebaño. El palio recuerda a los obispos que, como vicarios de Cristo en sus Iglesias particulares, están llamados a ser pastores según el ejemplo de Jesús. Como símbolo de la carga del oficio episcopal, recuerda también a los fieles el deber de sostener con su oración a los pastores de la Iglesia y cooperar con ellos en la difusión del Evangelio y en el crecimiento de la Iglesia de Cristo en santidad, unidad y amor.

Queridos amigos, ojalá que vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo os confirme en la fe católica que proviene de los Apóstoles. A todos os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

Os dirijo un cordial saludo a todos los que habéis venido de mi diócesis de Munich y Freising para acompañar a Roma al nuevo arzobispo, mons. Reinhard Marx, con ocasión de la imposición del palio. Saludo también de todo corazón a los huéspedes de mons. Willem Jacobus Eijk, arzobispo de Utrecht. Impuse a vuestros pastores el palio, que simboliza al buen Pastor, que lleva sobre sus hombros la oveja perdida y da la vida por su grey. El Señor llamó a los Apóstoles a seguirlo con amor. Tres veces Cristo resucitado preguntó a Pedro: "¿Me amas?". Y tres veces le repitió el encargo de que apacentara a sus ovejas. Por tanto, también hoy los pastores deben sentirse impulsados por el deseo de garantizar la unidad con el Señor y con su rebaño. Os invito a sostener el servicio de vuestros arzobispos con la armonía y con vuestras oraciones. Que el verdadero Dios os acompañe con su gracia.

Me dirijo con afecto a los arzobispos metropolitanos de lengua española, Francisco Pérez González, de Pamplona y Tudela; Lorenzo Voltolini Esti, de Portoviejo; Andrés Stanovnik, de Corrientes; Óscar Urbina Ortega, de Villavicencio; Antonio José López Castillo, de Barquisimeto, que han llegado a Roma para la solemne ceremonia de la imposición del palio, acompañados de familiares, amigos y una representación de sus respectivas Iglesias particulares. Queridos hermanos en el episcopado, que el palio, ornamento litúrgico de venerable tradición, tejido con lana blanca, os recuerde siempre a Jesucristo, el buen Pastor, y, al mismo tiempo, Cordero inmolado por nuestra salvación. Fieles a vuestro ministerio, buscad en todo momento fomentar la comunión entre los obispos de la provincia eclesiástica que presidís, y con el Obispo de Roma.

165 Aliento a todos los que han querido venir con vosotros en esta hermosa circunstancia a que no dejen de encomendaros en su plegaria, para que continuéis guiando a la grey que ha sido confiada a vuestros desvelos pastorales con ardiente caridad, de modo que Cristo, por el que derramaron su sangre los santos apóstoles Pedro y Pablo, sea cada vez más conocido, amado e imitado. Pido a la Virgen María, a la que con tanto fervor se la invoca en vuestros países -España, Ecuador, Argentina, Colombia y Venezuela-, que os proteja, y sostenga con su amor de Madre a vuestros obispos sufragáneos, sacerdotes, comunidades religiosas y fieles diocesanos. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica, prenda de copiosos dones celestiales.

Saludo con fraterna estima a los arzobispos metropolitanos de lengua portuguesa que ayer recibieron el palio: mons. Mauro Aparecido dos Santos, arzobispo de Cascavel; mons. Luís Gonzaga Silva Pepeu, arzobispo de Vitória da Conquista; y mons. José Francisco Sanches Alves, arzobispo de Évora. Apreciados hermanos, sed siempre solícitos de la grey que Cristo os ha confiado, procurando fortalecer cada vez más los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y entre vuestras diócesis sufragáneas. Y vosotros, queridos amigos que los acompañáis, seguid con docilidad sus enseñanzas, cooperando generosamente con ellos para el establecimiento del reino de Dios. Invocando la protección de la Virgen Madre de Dios, os imparto la bendición apostólica a todos los presentes y a las comunidades de vuestras archidiócesis.

Saludo a los peregrinos polacos. En particular saludo al nuevo arzobispo metropolitano de Gdansk, mons. Leszek Slawoj Glódz, que ayer, en la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, recibió el palio, signo del estrecho vínculo de todo arzobispo metropolitano con el Sucesor de Pedro. Saludo a todos los que lo acompañan en este solemne momento, especialmente a sus seres queridos y a los fieles de la archidiócesis de Gdansk. Os deseo que el Año paulino recién inaugurado confirme vuestra fe, vuestro vínculo con la Iglesia y con sus pastores. En mi oración encomiendo a Dios el servicio pastoral de vuestra excelencia. Bendigo de corazón a todos los peregrinos aquí presentes. ¡Alabado sea Jesucristo!

Saludo con afecto al arzobispo de la Madre de Dios en Moscú, mons. Paolo Pezzi. Expreso mi agradecimiento a las autoridades presentes y les aseguro mi oración especial.

Dirijo mi cordial saludo a mons. Tadeusz Kondrusiewicz, arzobispo de Minsk-Mohilev, y a todos los que lo acompañan, y le expreso mis mejores deseos para su ministerio.

Saludo cordialmente a los peregrinos procedentes de Eslovaquia, que acompañan a los nuevos arzobispos metropolitanos: mons. Stanislav Zvolenský, arzobispo de Bratislava, y mons. Ján Babjak, arzobispo de Presov. Queridos hermanos y hermanas, el palio que recibieron ayer estos prelados es signo de la unión con el Obispo de Roma. Con afecto os bendigo a vosotros y a vuestras familias. ¡Alabado sea Jesucristo!

Dirijo un cordial saludo a mons. Marin Srakic, el nuevo arzobispo metropolitano de Ðakovo-Osijek, a sus familiares y a los huéspedes que han venido a Roma desde la Croacia siempre fiel. El palio es signo del vínculo particular de los pastores de la Iglesia con el Sucesor de Pedro. A la vez que deseo que el Señor te guíe y te proteja a ti, venerado hermano, y a la comunidad de los fieles de la querida Eslavonia, imparto a todos una bendición especial. ¡Alabados sean Jesús y María!

Queridos amigos, demos gracias a Dios que no cesa de proporcionar pastores a su Iglesia, para guiarla con seguridad durante su peregrinación terrena. Recordemos siempre que para todo pastor la condición de su servicio es el amor a Cristo, a quien no se debe anteponer nada. "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". La pregunta de Cristo a Pedro debe resonar siempre en nuestro corazón, queridos hermanos, suscitando cada vez nuestra respuesta conmovida: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo". De este amor a Cristo brota la misión: "Apacienta mis ovejas" (
Jn 21,16 Jn 21,17). Esta misión se resume ante todo en dar testimonio de él, el Maestro y el Señor: "Sígueme" (Jn 21,19). Que esta sea nuestra alegría, mientras que es ciertamente nuestra cruz: suave y ligera, porque es una cruz de amor.

Que vele siempre sobre vosotros y os sostenga la Virgen María, Madre de la esperanza; y os acompañe mi bendición apostólica, que de corazón os renuevo a cada uno de vosotros, a vuestros seres queridos y a todos los que han sido confiados a vuestro ministerio.


Julio de 2008




A UN CORO DE LA CIUDAD DE RATISBONA

Salón de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Sábado 5 de julio de 2008



Queridos amigos:

166 Me alegra vuestra visita, que me trae el recuerdo de la magnífica jornada en la que bendije el nuevo órgano, el "Benedikt-Orgel", en la "Antigua Capilla". Sigue imborrable en mi memoria cómo, en la armonía de ese excelente órgano, del coro dirigido por el señor Kohlhäufl y de la belleza de esa iglesia luminosa, experimentamos la alegría que viene de Dios, no sólo una "chispa" de los dioses, de la que habla Schiller, sino verdaderamente el esplendor del fuego del Espíritu Santo, que nos ha hecho escuchar en nuestro interior lo que sabemos también gracias al evangelio de san Juan: que él mismo es la alegría. Y esta alegría se nos comunicaba también a nosotros.

Me complace que este órgano siga sonando y ayude así a la gente a percibir algo del esplendor de nuestra fe, un esplendor encendido por el mismo Espíritu Santo. Así el órgano desempeña una función evangelizadora, anuncia el Evangelio a su manera.

Nosotros aquí no podemos ofrecer ni un órgano ni un coro, pero tenemos la belleza del "castillo" y la belleza del sur, que se difunde en todo el entorno. Aunque el sol en este momento irradia su calor de un modo tal vez demasiado abundante, nos queda la luz del sur como una pequeña fiesta que será para todos vosotros un grato recuerdo que podéis llevar a casa.

Veo que también me vais a dar algunos regalos; así pues, os quiero dar las gracias anticipadamente porque no habéis venido con las manos vacías. Os deseo jornadas muy hermosas y gratas aquí en Roma.

Asimismo, os ruego que transmitáis mi saludo a Ratisbona y a la "Antigua Capilla".

VIAJE APOSTÓLICO

DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

A SYDNEY (AUSTRALIA) CON OCASIÓN DE LA

XXIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

(13 - 21 DE JULIO DE 2008)


ENTREVISTA A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA AUSTRALIA

Sábado 12 de julio de 2008



Pregunta: Santidad, esta es su segunda Jornada mundial de la juventud; podríamos decir: la primera totalmente suya. ¿Con cuáles sentimientos se dispone a vivirla y cuál es el mensaje principal que desea transmitir a los jóvenes? Por otra parte, ¿piensa que las Jornadas mundiales de la juventud influyen profundamente en la vida de la Iglesia que las acoge? Y, por último, ¿piensa que la fórmula de estos encuentros juveniles masivos sigue siendo actual?

Respuesta: Voy a Australia con sentimientos de gran alegría. Tengo recuerdos muy bellos de la Jornada mundial de la juventud de Colonia: no fue simplemente un acontecimiento de masas; fue sobre todo una gran fiesta de fe, un encuentro humano de comunión en Cristo. Vimos cómo la fe abre las fronteras y tiene realmente la capacidad de unir las diferentes culturas, y crea alegría. Espero que suceda lo mismo ahora en Australia. Por eso, me alegra ver a muchos jóvenes, y verlos unidos en el deseo de Dios y en el deseo de un mundo realmente humano.

El mensaje esencial lo indican las palabras que constituyen el eslogan de esta Jornada mundial de la juventud: hablamos del Espíritu Santo que nos hace testigos de Cristo. Por tanto, quiero concentrar mi mensaje precisamente en esta realidad del Espíritu Santo, que se presenta en varias dimensiones: es el Espíritu que actúa en la creación. La dimensión de la creación está muy presente, pues el Espíritu es creador. Me parece un tema muy importante en el momento actual. Pero el Espíritu también es inspirador de la Escritura: en nuestro camino, a la luz de la Escritura, podemos caminar juntamente con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Espíritu de Cristo; por tanto, nos guía en comunión con Cristo. Por último, según san Pablo, se muestra en los carismas, es decir, en gran número de dones inesperados, que cambian los diferentes tiempos y que dan nueva fuerza a la Iglesia. Así pues, estas dimensiones nos invitan a ver las huellas del Espíritu y a hacer visible al Espíritu también a los demás.

Una Jornada mundial de la juventud no es simplemente un acontecimiento de este momento: se prepara a lo largo de un largo camino con la cruz y con el icono de la Virgen. Se prepara, asimismo, desde el punto de vista de la organización; y también hay una preparación espiritual. Por tanto, estos días son sólo el momento culminante de un largo camino precedente. Todo es fruto de un camino, de ponernos juntos en camino hacia Cristo. La Jornada mundial de la juventud, además, crea una historia, es decir, se crean amistades, se crean nuevas inspiraciones: así la Jornada mundial de la juventud continúa.

Esto me parece muy importante: no sólo hay que ver estos tres o cuatro días; hay que ver todo el camino que precede y el que sigue. En este sentido, me parece que la Jornada mundial de la juventud, al menos para nuestro futuro próximo, es una fórmula válida que nos ayuda a comprender que desde diferentes puntos de vista y desde diversas partes de la tierra avanzamos hacia Cristo y hacia la comunión. Así aprendemos una nueva forma de caminar juntos. En este sentido, espero que también sea una fórmula para el futuro.

167 Pregunta: "The Australian Newspaper". Santo Padre, quiero hacer mi pregunta en inglés. Australia es un país muy secularizado, con poca práctica religiosa y mucha indiferencia frente a la religión. Santidad, ¿es usted optimista ante el futuro de la Iglesia en Australia? ¿o está preocupado y teme que la Iglesia en Australia siga la decadencia de la de Europa? ¿Qué mensaje lleva a Australia para ayudarle a superar su indiferencia frente a la religión?

Respuesta: Hablaré lo mejor que pueda en inglés, y pido disculpa por mis deficiencias en esta lengua. Creo que Australia, en su configuración histórica actual, forma parte del "mundo occidental", tanto económica como políticamente; por tanto, es evidente que Australia comparte los éxitos y los problemas del mundo occidental. En los últimos 50 años el mundo occidental ha experimentado grandes éxitos económicos y técnicos; sin embargo, la religión, la fe cristiana, en cierto sentido está en crisis. Es evidente: creemos que no necesitamos de Dios, que podemos hacerlo todo por nosotros mismos, que no necesitamos de Dios para ser felices, que no necesitamos de Dios para crear un mundo mejor, que Dios no es necesario, que podemos hacerlo todo por nosotros mismos.

Por otro lado, vemos que la religión está siempre presente en el mundo y lo estará siempre, porque Dios está presente en el corazón del ser humano y no puede desaparecer nunca. Vemos cómo la religión es realmente una fuerza en este mundo y en los diversos países. Yo no hablaría de una decadencia de la religión en Europa; ciertamente hay una crisis en Europa, no tanto en América, aunque también la haya, y en Australia.

Con todo, la fe siempre está presente con formas nuevas y de nuevas maneras; tal vez, en minoría, pero siempre está presente de forma visible en toda la sociedad. Y ahora, en este momento histórico, comenzamos a comprender que necesitamos de Dios. Podemos hacer muchas cosas, pero no podemos crear nuestro clima. Pensábamos que podíamos hacerlo, pero no podemos. Necesitamos el don de la Tierra, el don del agua; necesitamos al Creador. El Creador se hace presente en su creación. De este modo comprendemos que no podemos ser realmente felices, no podemos promover realmente la justicia en todo el mundo, sin un criterio en nuestras ideas, sin un Dios que sea justo, y nos dé la luz y la vida.

Por tanto, yo creo que, en cierto sentido, en este "mundo occidental" nuestra fe sufrirá una crisis, pero siempre se producirá también un renacimiento de la fe, porque la fe cristiana es simplemente verdadera, y la verdad estará siempre presente en el mundo humano, y Dios siempre será la verdad. En este sentido, en definitiva, soy optimista.

Pregunta: Santo Padre, disculpe, pero no hablo bien italiano. Por tanto, le haré mi pregunta en inglés. Las víctimas de abusos sexuales del clero, en Australia, le han solicitado que durante su visita a Australia afronte la cuestión y les pida perdón. El cardenal Pell ha dicho que sería apropiado que el Papa afronte la cuestión, y usted hizo un gesto semejante en su reciente viaje a Estados Unidos. Santidad, ¿hablará de la cuestión de los abusos sexuales y pedirá perdón?

Respuesta: Sí; el problema es fundamentalmente análogo al de Estados Unidos. Allí sentí el deber de hablar sobre ello, porque para la Iglesia es de importancia fundamental reconciliar, prevenir, ayudar y también reconocer las culpas en estos problemas. Por eso, diré esencialmente lo mismo que afirmé en Estados Unidos. Como dije, debemos aclarar tres aspectos: el primero es nuestra enseñanza moral. Debe quedar claro, y siempre ha sido claro, desde los primeros siglos, que el sacerdocio, ser sacerdote, es incompatible con este comportamiento, porque el sacerdote está al servicio de Nuestro Señor, y nuestro Señor es la santidad en persona, que siempre nos enseña. La Iglesia siempre ha insistido en esto.

Debemos reflexionar para descubrir en qué ha fallado nuestra educación, nuestra enseñanza, durante los últimos decenios: en las décadas de 1950, 1960 y 1970 se afirmaba el proporcionalismo en ética, según el cual no hay nada malo en sí mismo, sino en proporción a otras cosas. Según el proporcionalismo, se pensaba que algunas cosas, incluida la pederastia, podían ser buenas en cierta proporción. Ahora debe quedar claro que esta nunca ha sido la doctrina católica. Hay cosas que siempre son malas, y la pederastia siempre es mala. En nuestra educación, en los seminarios, en la formación permanente de los sacerdotes, debemos ayudarles a estar realmente cerca de Cristo, a aprender de Cristo, para ayudar así a nuestros hermanos los hombres, a los cristianos, y no ser sus enemigos.

Por tanto, haremos todo lo posible para dejar claro cuál es la enseñanza de la Iglesia y para ayudar en la educación, en la preparación de los sacerdotes, en la formación permanente; haremos todo lo posible para curar y reconciliar a las víctimas. Creo que este es el contenido fundamental de la expresión "pedir perdón". Creo que es mejor y más importante dar el contenido de la fórmula y creo que el contenido debe explicar en qué ha fallado nuestro comportamiento, qué debemos hacer en este momento, cómo podemos prevenir y cómo podemos todos sanar y reconciliar.

Pregunta: Uno de los asuntos tratados en la cumbre del G8, celebrada en Japón, fue la lucha contra los cambios climáticos. Australia es un país muy sensible a este tema a causa de la fuerte sequía y las dramáticas catástrofes climáticas en esta región del mundo. ¿Piensa que las decisiones tomadas en este campo responden a los desafíos planteados? ¿Hablará usted de este tema durante el viaje?

Respuesta: Como ya he mencionado en mi primera respuesta, ciertamente este problema estará muy presente en esta Jornada mundial de la juventud, pues hablamos del Espíritu Santo y, por tanto, hablamos de la creación y de nuestras responsabilidades con respecto a la creación. No quiero entrar en las cuestiones técnicas, que corresponde resolver a los políticos y a los especialistas, sino más bien dar impulsos esenciales para ver las responsabilidades, para ser capaces de responder a este gran desafío: redescubrir en la creación el rostro del Creador, redescubrir nuestra responsabilidad ante el Creador por su creación, que nos ha confiado, formar la capacidad ética para un estilo de vida que es preciso asumir si queremos afrontar los problemas de esta situación y si queremos realmente llegar a soluciones positivas. Por tanto, despertar las conciencias y ver el gran contexto de este problema, en el que después se enmarcan las respuestas detalladas que no debemos dar nosotros, sino la política y los especialistas.

168 Pregunta: Santo Padre, mientras usted está en Australia, los obispos de la Comunión Anglicana, muy difundida en Australia, se encuentran en la Conferencia de Lambeth. Se están estudiando los modos posibles de restablecer la comunión entre las provincias y hallar una manera de asegurar que una o varias provincias no tomen iniciativas que otros ven como contrarias al Evangelio o a la tradición. Hay peligro de fragmentación en la Comunión Anglicana y la posibilidad de que algunos pidan ser acogidos en la Iglesia católica. ¿Cuál es su deseo para la Conferencia de Lambeth y para el arzobispo de Canterbury?

Respuesta: Mi contribución fundamental sólo puede ser la oración; y con mi oración estaré muy cerca de los obispos anglicanos que se reúnen en la Conferencia de Lambeth. Nosotros no podemos ni debemos intervenir directamente en sus debates; respetamos su responsabilidad y deseamos que se eviten cismas y nuevas fracturas, y que se encuentre una solución con responsabilidad ante nuestro tiempo, pero también con fidelidad al Evangelio. Estos dos elementos tienen que ir juntos. El cristianismo siempre es contemporáneo y vive en este mundo, en un tiempo determinado, pero hace presente en este tiempo el mensaje de Jesucristo y, por tanto, sólo da una verdadera contribución para esta época siendo fiel, de modo maduro, de modo creativo pero fiel, al mensaje de Cristo. Esperamos —y yo personalmente rezo por ello— que encuentren juntos el camino del Evangelio en nuestro tiempo. Este es mi deseo para el arzobispo de Canterbury: que la Comunión Anglicana, en la comunión del Evangelio de Cristo y en la palabra del Señor, encuentre las respuestas a los desafíos actuales.


CEREMONIA DE BIENVENIDA

Palacio del Gobierno, Sydney

Jueves 17 de julio de 2008



Ilustrísimos señores y señoras,
queridos amigos australianos:

Os saludo hoy con gran alegría. Deseo agradecer al Gobernador General, el General Mayor Michael Jeffery, y al Primer Ministro Rudd el honor que me hacen con su presencia en esta ceremonia, así como la bienvenida que me han deparado de forma tan cortés. Como sabéis, he podido disponer de algún día de descanso desde mi llegada a Australia el domingo pasado. Estoy muy agradecido por la hospitalidad que me han brindado. Ahora me dispongo a tomar parte esta tarde en la ceremonia de “bienvenida al País” de la población indígena y celebrar después los grandes eventos que son objeto de mi Visita Apostólica a esta Nación: la XXIII Jornada Mundial de la Juventud.

Alguien podría preguntarse qué es lo que mueve a miles de jóvenes a emprender un viaje, para muchos de ellos largo y cansado, para participar en un acto de este tipo. Desde la primera Jornada Mundial de la Juventud, en 1986, ha resultado evidente que muchos jóvenes valoran la oportunidad de congregarse para profundizar en la propia fe en Cristo y compartir con otros una experiencia gozosa de comunión en su Iglesia. Desean escuchar la palabra de Dios y aprender más sobre su fe cristiana. Tienen deseos de participar en un evento que pone de relieve los grandes ideales que los inspiran, y regresan a sus casas repletos de esperanza, renovados en su decisión de construir un mundo mejor. Es para mí una alegría estar con ellos, rezar con ellos y celebrar la Eucaristía junto con ellos. La Jornada Mundial de la Juventud me llena de confianza ante el futuro de la Iglesia y el futuro de nuestro mundo.

Es particularmente oportuno celebrar aquí la Jornada Mundial de la Juventud, dado que la Iglesia en Australia, además de ser la más joven entre las Iglesias de los diversos continentes, es también una de las más cosmopolita. Desde la llegada aquí de los primeros europeos a finales del siglo XVIII, este País se ha convertido en la morada no sólo de generaciones de emigrantes europeos, sino también de personas de cualquier rincón del mundo. La inmensa diversidad de la población australiana de hoy da un vigor especial a la que podría considerarse aún, comparándola con la mayor parte del resto del mundo, una nación joven. Sin embargo, miles de años antes de la llegada de los colonos occidentales, los únicos habitantes de este territorio eran personas originales del País, aborígenes e isleños del Estrecho de Torres. Su antigua herencia forma parte esencial del panorama cultural de la Australia moderna. Gracias a la audaz decisión del Gobierno australiano de reconocer las injusticias cometidas en el pasado contra los pueblos indígenas, se están dando ahora pasos concretos con el fin de alcanzar una reconciliación basada en el respeto recíproco. Justamente estáis tratando de colmar la diferencia entre los australianos indígenas y los no indígenas en lo que se refiere a la expectativa de vida, los planes educativos y las oportunidades económicas. Este ejemplo de reconciliación da esperanza en todo el mundo a los pueblos que anhelan ver consolidados sus derechos, así como reconocida y promovida su aportación a la sociedad.

Entre los colonos que venían de Europa había siempre una proporción significativa de católicos, y debemos estar justamente orgullosos por su contribución en la construcción de la Nación, en particular en los campos de la educación y la sanidad. Una de las figuras eminentes de la historia de este País es la Beata Mary Mackillop, ante cuya tumba rezaré después hoy mismo. Sé que su perseverancia frente a la adversidad, sus intervenciones para defender a cuantos eran tratados injustamente y su ejemplo concreto de santidad han llegado a ser fuente de inspiración para todos los australianos. Generaciones de australianos tienen motivos para agradecer a ella, a las Religiosas de san José del Sagrado Corazón y a otras congregaciones religiosas la red de escuelas que han fundado aquí, así como también el testimonio de la vida consagrada. En el actual contexto más secularizado, la comunidad católica sigue ofreciendo una contribución importante a la vida nacional, no sólo a través de la educación y la sanidad, sino de modo especial indicando la dimensión espiritual de las cuestiones más relevantes del debate contemporáneo.

Con tantos miles de jóvenes que visitan Australia en estos días, es obligado reflexionar sobre qué tipo de mundo estamos transmitiendo a las futuras generaciones. Según la letra de vuestro himno nacional, esta tierra “abunda en dones naturales, de una belleza rica y rara”. Las maravillas de la creación de Dios nos recuerdan la necesidad de proteger el ambiente y llevar a cabo una administración responsable de los bienes de la tierra. A este respecto, noto que Australia se está comprometiendo seriamente para afrontar la propia responsabilidad de cuidar el ambiente natural. De la misma forma, con respecto al ambiente humano, este País ha sostenido generosamente operaciones internacionales para el mantenimiento de la paz, contribuyendo a la resolución de los conflictos en el Pacífico, en Asia del Sureste y en otros lugares. A causa de las muchas tradiciones religiosas representadas en Australia, éste es un territorio particularmente fértil para el diálogo ecuménico e interreligioso. Durante mi estancia, espero con ilusión encontrar a los representantes locales de las diferentes comunidades cristianas y de otras religiones, para animar este compromiso importante, signo de la acción reconciliadora del Espíritu, que nos empuja a buscar la unidad en la verdad y en la caridad.


Discursos 2008 162