Discursos 2008 202

PROCESIÓN EUCARÍSTICA EN LA PRAIRIE - MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Lourdes

Domingo 14 de septiembre de 2008



Señor Jesús, estás aquí.

Y vosotros, hermanos, hermanas, amigos míos.

Estáis aquí, conmigo, ante Él.

Señor, hace dos mil años, aceptaste subir a una Cruz de infamia para resucitar después y permanecer siempre con nosotros, tus hermanos, tus hermanas.

Y vosotros, hermanos, hermanas, amigos míos, habéis aceptado dejaros atraer por Él.

203 Lo contemplamos, lo adoramos, lo amamos. Buscamos amarlo todavía más.

Contemplamos a Aquel que, durante la cena pascual, ha entregado su Cuerpo y su Sangre a sus discípulos, para estar con ellos “todos los días, hasta el fin del mundo” (
Mt 28,20).

Adoramos a Aquel que está al inicio y al final de nuestra fe, sin el que no estaríamos aquí esta tarde, sin el que no seríamos nada, sin el que no existiría nada, nada, absolutamente nada. Aquel, por medio de quien “se hizo todo” (Jn 1,3); por quien hemos sido creados, para la eternidad; el que nos ha dado su propio Cuerpo y su propia Sangre, Él está aquí, esta tarde, ante nosotros, ofreciéndose a nuestras miradas.

Amamos, y buscamos amar todavía más, a Quien está aquí, ante nosotros, abierto a nuestras miradas, tal vez a nuestras preguntas, a nuestro amor.

Sea que caminemos, o estemos clavados en el lecho del dolor —que caminemos con gozo o estemos en el desierto del alma (cf. Nb 21,5)—, Señor, acógenos a todos en tu Amor: en el amor infinito, que es eternamente el del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, el del Padre y del Hijo al Espíritu, y el del Espíritu al Padre y al Hijo.

La Hostia Santa expuesta ante nuestros ojos proclama este poder infinito del Amor manifestado en la Cruz gloriosa. La Hostia Santa proclama el increíble anonadamiento de Quien se hizo pobre para darnos su riqueza, de Quien aceptó perder todo para ganarnos para su Padre. La Hostia Santa es el Sacramento vivo y eficaz de la presencia eterna del Salvador de los hombres en su Iglesia.

Hermanos, hermanas, amigos míos, aceptemos, aceptad, ofreceros a Quien nos lo ha dado todo, que vino no para juzgar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17), aceptad reconocer en vuestras vidas la presencia activa de Quien está aquí presente, ante nuestras miradas. Aceptad ofrecerle vuestras propias vidas.

María, la Virgen Santa, María, la Inmaculada Concepción, aceptó, hace dos mil años, entregarle todo, ofrecer su cuerpo para acoger el Cuerpo del Creador. Todo ha venido de Cristo, incluso María; todo ha venido por María, incluso Cristo.

María, la Santísima Virgen, está con nosotros esta tarde, ante el Cuerpo de su Hijo, ciento cincuenta años después de revelarse a la pequeña Bernadette.

Virgen Santa, ayúdanos a contemplar, ayúdanos a adorar, ayúdanos a amar, a amar más todavía a Quien nos amó tanto, para vivir eternamente con Él.

Una inmensa muchedumbre de testigos está invisiblemente presente a nuestro lado, cerca de esta bendita gruta y ante esta iglesia querida por la Virgen María;

204 la multitud de todos los que han contemplado, venerado, adorado, la presencia real de Quien se nos entregó hasta la última gota de su sangre;

la muchedumbre de todos los que pasaron horas adorándolo en el Santísimo Sacramento del Altar.

Esta tarde, no los vemos, pero los oímos aquí, diciéndonos a cada uno de nosotros: “Ven, déjate llamar por el Maestro. Él está aquí y te llama (cf.
Jn 11,28). Él quiere tomar tu vida y unirla a la suya. Déjate atraer por Él. No mires ya tus heridas, mira las suyas. No mires lo que te separa aún de Él y de los demás; mira la distancia infinita que ha abolido tomando tu carne, subiendo a la Cruz que le prepararon los hombres y dejándose llevar a la muerte para mostrar su amor. En estas heridas, te toma; en estas heridas, te esconde. No rechaces su amor”.

La multitud inmensa de testigos que se dejó atraer por su Amor, es la muchedumbre de los santos del cielo que no cesan de interceder por nosotros. Eran pecadores y lo sabían, pero aceptaron no mirar sus heridas y mirar sólo las heridas de su Señor, para descubrir en ellas la gloria de la Cruz, para descubrir en ellas la victoria de la Vida sobre la muerte. San Pierre-Julien Eymard lo dijo todo cuando escribió: “La Santa Eucaristía, es Jesucristo pasado, presente y futuro” (Predicaciones e instrucciones parroquiales después de 1856, 4-2,1. Sobre la meditación).

Jesucristo pasado, en la verdad histórica de la tarde en el cenáculo, que se nos recuerda en toda celebración de la Santa Misa.

Jesucristo presente, porque nos dice: “Tomad y comed todos, porque esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre”. “Esto es”, en presente, aquí y ahora, como en todos los aquí y ahora de la historia de los hombres. Presencia real, presencia que sobrepasa nuestros pobres labios, nuestros pobres corazones, nuestros pobres pensamientos. Presencia ofrecida a nuestras miradas como aquí, esta tarde, cerca de la gruta donde María se reveló como Inmaculada Concepción.

La Eucaristía es también Jesucristo futuro, Jesucristo que viene. Cuando contemplamos la Hostia Santa, su cuerpo glorioso transfigurado y resucitado, contemplamos lo que contemplaremos en la eternidad, descubriendo el mundo entero llevado por su Creador cada segundo de su historia. Cada vez que lo comemos, pero también cada vez que lo contemplamos, lo anunciamos, hasta que el vuelva, “donec veniat”. Por eso lo recibimos con infinito respeto.

Algunos de nosotros no pueden o no pueden todavía recibirlo en el Sacramento, pero pueden contemplarlo con fe y amor, y manifestar el deseo de poder finalmente unirse a Él. Es un deseo que tiene gran valor ante Dios: esperan con mayor ardor su vuelta; esperan a Jesucristo, que debe venir.

Cuando una amiga de Bernadette, el día después de su Primera Comunión, le preguntó: “¿Cuándo has sido más feliz: en tu Primera Comunión o en la apariciones?”, Bernadette respondió: “Son dos cosas inseparables, pero no se pueden comparar. He sido feliz en las dos” (Manuelita Estrade, 4 junio 1958). Su párroco ofreció este testimonio al Obispo de Tarbes acerca de su Primera Comunión: “Bernadette se comportó con gran recogimiento, con una atención que no dejaba nada que desear… Aparecía profundamente consciente de la acción santa que estaba llevando a cabo. Todo sucedió en ella de manera sorprendente”.

Con Pierre-Julien Eymard y con Bernadette, invocamos el testimonio de tantos y tantos santos y santas ardientemente enamorados de la Santa Eucaristía. Nicolás Cabasilas escribió y nos dice esta tarde: “Si Cristo permanece en nosotros, ¿de qué tenemos necesidad? ¿Qué nos falta? Si permanecemos en Cristo, ¿qué más podemos desear? Es nuestro huésped y nuestra morada. ¡Dichosos nosotros que estamos en su casa! ¡Qué gozo ser nosotros mismos la morada de tal huésped!” (La vie en Jésus-Christ, IV,6).

El Beato Charles de Foucauld nació en 1858, el mismo año de las apariciones de Lourdes. No lejos de su cuerpo ajado por la muerte, se encuentra, como el grano de trigo caído en tierra, el viril con el Santísimo Sacramento que el Hermano Charles adoraba cada día durante largas horas. El Padre de Foucauld nos ofrece la oración desde el hondón de su alma, plegaria dirigida a nuestro Padre, pero que con Jesús podemos con toda verdad hacer nuestra ante la Hostia Santa:

205 «“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Es la última oración de nuestro Maestro, de nuestro Amado… Que sea también la nuestra, que no sea sólo la de nuestro último instante, sino la de todos nuestros instantes:

“Padre, me pongo en tus manos;
Padre confío en ti;
Padre, me entrego a ti;
Padre, haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias;
gracias por todo;
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo;
te doy las gracias,
con tal de que tu voluntad se cumpla en mí, Dios mío,
206 y en todas tus criaturas, en todos tus hijos,
en todos aquellos que ama tu corazón.

No deseo nada más, Dios mío.
Te confío mi alma, te la doy, Dios mío,
con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo,
y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre”».

Amados hermanos y hermanas, peregrinos y habitantes de estos valles, Hermanos Obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, todos vosotros que estáis viendo el infinito anonadamiento del Hijo de Dios y la gloria infinita de la Resurrección, permaneced en silencio y adorad a vuestro Señor, nuestro Maestro y Señor Jesucristo. Permaneced en silencio, después hablad y decid al mundo: no podemos callar lo que sabemos. Id y proclamad al mundo entero las maravillas de Dios, presente en cada momento de nuestras vidas, en toda la tierra. Que Dios nos bendiga y nos guarde, que nos conduzca por el camino de la vida eterna, Él que es la Vida, por los siglos de los siglos. Amén.



CEREMONIA DE DESPEDIDA

207

Aeropuerto de Tarbes-Lourdes Pirineos

Lunes 15 de septiembre de 2008



Señor Primer Ministro,
queridos hermanos cardenales y obispos,
autoridades civiles y políticas presentes,
señoras y Señores:

En el momento de dejar —no sin pena— la tierra francesa, les quedo muy agradecido por haber venido a saludarme, dándome así la ocasión de expresar una vez más que este viaje a su País me ha alegrado de corazón. Por su medio, Señor Primer Ministro, saludo al Señor Presidente de la República y a los miembros de su Gobierno, así como a las autoridades civiles y militares que no han escatimado esfuerzos para contribuir al buen desarrollo de estas jornadas de gracia. Deseo manifestar mi sincera gratitud a los Hermanos en el Episcopado, al Cardenal Vingt-Trois y a Monseñor Perrier, en particular, así como al personal de la Conferencia de los Obispos de Francia. ¡Qué bueno es encontrarse entre hermanos! Agradezco también cordialmente a los Señores Alcaldes y a los ayuntamientos de París y Lourdes. No olvido a las Fuerzas del Orden y a los innumerables voluntarios que han ofrecido su tiempo y competencia. Todos han trabajado con dedicación y ardor por el éxito de mis cuatro días en vuestro País. Gracias de corazón.

Mi viaje ha sido como un díptico. La primera tabla ha sido París, ciudad que conozco bien y lugar de muchas reuniones importantes. Tuve la oportunidad de celebrar la Eucaristía en el marco prestigioso de la explanada de los Inválidos. Allí encontré un pueblo vivo de fieles, orgullosos y convencidos de su fe. Vine para alentarlos a que perseveren con valentía viviendo las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia. Pude rezar también Vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, y con los seminaristas. He querido confirmarlos en su vocación de servir a Dios y al prójimo. Pasé igualmente un momento, demasiado breve pero intenso, con los jóvenes en la plaza de Notre–Dame. Su entusiasmo y afecto me reconfortaron. Y, ¿cómo olvidar el significativo encuentro con el mundo de la cultura en el Instituto de Francia y en el Collège des Bernardins? Considero que la cultura y sus intérpretes son los vectores privilegiados del diálogo entre la fe y la razón, entre Dios y el hombre.

La segunda tabla del díptico ha sido un lugar emblemático, que atrae y cautiva a todo creyente. Lourdes es como una luz en la oscuridad de nuestro ir a tientas hacia Dios. María ha abierto una puerta a un más allá que nos cuestiona y seduce. María, Porta caeli. He acudido a su escuela durante tres días. El Papa debía venir a Lourdes para celebrar el 150 aniversario de las apariciones. Ante la gruta de Massabielle, he orado por todos ustedes. He rezado por la Iglesia. He orado por Francia y el mundo. Las dos Eucaristías celebradas en Lourdes me han permitido unirme a los fieles peregrinos. Convertido en uno de ellos, he seguido las cuatro etapas del camino del Jubileo, visitando la Iglesia parroquial, la prisión, la Gruta y finalmente la capilla de la hospedería. También he rezado con y por los enfermos que vienen en busca de restablecimiento físico y esperanza espiritual. Dios no los olvida, y tampoco la Iglesia. Como cualquier fiel peregrino, he querido participar en la procesión con las antorchas y en la procesión eucarística. En ellas se elevan a Dios súplicas y alabanzas. En Lourdes también se reúnen periódicamente los obispos de Francia para orar juntos y celebrar la Eucaristía, reflexionar y dialogar sobre su misión de Pastores. He querido compartir con ellos mi convicción de que los tiempos son propicios para un retorno a Dios.

Señor Primer Ministro, Hermanos Obispos y queridos amigos, que Dios bendiga a Francia. Que en su suelo reine la armonía y el progreso humano, y que su Iglesia sea levadura en la masa para indicar con sabiduría y sin temor, de acuerdo a la misión que le compete, quién es Dios. Ha llegado el momento de dejarles. ¿Regresaré a su hermoso País? Es mi deseo, deseo que encomiendo a Dios. Desde Roma, les estaré cercano y, cuando me detenga ante la réplica de la Gruta de Lourdes, que se halla en los jardines del Vaticano desde hace poco más de un siglo, les tendré presentes. Que Dios los bendiga.




A LA SEÑORA JASNA KRIVOSIC-PRIC, NUEVA EMBAJADORA DE BOSNIA Y HERZEGOVINA ANTE LA SANTA SEDE

Palacio apostólico de Castelgandolfo

208

Jueves 18 de septiembre



Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida y recibir las cartas credenciales que la presentan como embajadora extraordinaria y plenipotenciaria de Bosnia y Herzegovina ante la Santa Sede. En esta significativa ocasión le ruego que transmita mi más cordial saludo a los miembros de la presidencia y a todos los ciudadanos de su país. Asegúreles mis fervientes oraciones por sus continuos esfuerzos para alcanzar la reconciliación y la consolidación de la paz y la estabilidad.

Las relaciones diplomáticas de la Santa Sede forman parte de su misión al servicio de la comunidad internacional. Su compromiso en la sociedad civil se funda en la convicción de que la tarea de construir un mundo más justo debe reconocer la vocación sobrenatural propia de todo individuo. Por eso, la Iglesia promueve la comprensión de la persona humana, que recibe de Dios la capacidad de trascender sus limitaciones individuales y las constricciones sociales, de forma que reconozca y defienda los valores universales que salvaguardan la dignidad de todos y contribuya al bien común.

Señora embajadora, como usted ha afirmado, su país, a pesar de ser pequeño en extensión, ha sido bendecido con una gran belleza natural. Esta prueba de la mano del Creador alegra los corazones de sus habitantes y les ayuda a elevar sus pensamientos al Todopoderoso. Como reflejo de su particular situación geográfica, Bosnia y Herzegovina contiene una rica mezcla de culturas y valiosos patrimonios. Sin embargo, trágicamente, a lo largo de su historia, las diferencias culturales y étnicas a menudo han sido fuente de incomprensiones y fricciones.

En efecto, como saben muy bien cada uno de los tres pueblos que constituyen su país, esas diferencias han sido causa de conflictos y guerras. Nadie desea la guerra. Ningún padre desea un conflicto para sus hijos. Ningún grupo civil o religioso debería recurrir a la violencia o la opresión. Y, a pesar de ello, en su tierra numerosas familias han padecido las consecuencias de esas calamidades. Sin embargo, escuchando la voz de la razón y animados por la esperanza que todos deseamos, tanto para nosotros como para las generaciones futuras, cada persona puede encontrar la fuerza para superar las divisiones pasadas y forjar de las espadas arados y de las lanzas podaderas (cf. Is 2,4). Al respecto, reconozco los progresos realizados para consolidar gestos de reconciliación y animar a la comunidad internacional a que continúe sus esfuerzos para ayudar a Bosnia y Herzegovina con ese fin. Confío en que, aceptando los hechos de la historia de la región y aprendiendo las graves lecciones de los años recientes, se tenga la valentía para construir un futuro con gran sentido de solidaridad.

El espíritu de un Estado se forja en muchos niveles. El ambiente familiar es el lugar donde los niños aprenden los valores esenciales de la responsabilidad y la convivencia armoniosa; pero, al mismo tiempo, es el lugar donde surgen o se rompen los prejuicios. Por eso, los padres tienen el grave deber de inculcar a sus hijos, con el ejemplo, el respeto a la dignidad que tiene cada persona independientemente de su pertenencia étnica, de su religión o de su grupo social. De esta forma, el esplendor de vidas vividas honradamente —con integridad, lealtad y compasión— pueden brillar como ejemplos a imitar para los jóvenes, pero en realidad para todos. También la educación contribuye en gran medida al alma de una nación. Una buena instrucción no sólo influye en el desarrollo cognoscitivo de los niños, sino también en el cívico y el espiritual. Los profesores que ejercen su noble profesión con pasión por la verdad pueden hacer mucho para desacreditar las falsas ideologías antropológicas que contienen en sí mismas las semillas de la hostilidad (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2007, n. 10) y para promover el aprecio de la diversidad religiosa y cultural en la vida de un país.

En este sentido, quiero dirigir también una palabra de aliento a quienes trabajan en los medios de comunicación social. Estos pueden hacer mucho para superar las persistentes actitudes de desconfianza asegurando que no se conviertan en instrumentos de prejuicio, sino que trasciendan los intereses particulares y promuevan objetivos cívicos globales e inclusivos, convirtiéndose así en instrumentos al servicio de una solidaridad y una justicia mayores (cf. Mensaje para la Jornada para las comunicaciones sociales de 2008, n. 2).

Excelencia, como usted bien sabe, el Estado también está llamado a cumplir con vigor su responsabilidad de reforzar las instituciones y honrar los principios enraizados en el corazón de toda democracia. Esto exige un compromiso inquebrantable en favor de la legalidad y la justicia, para erradicar la corrupción y otras formas de actividad criminal, apoyar un sistema judicial independiente e imparcial, y fomentar la igualdad de oportunidades en el mercado de trabajo. Estoy seguro de que las reformas constitucionales que su Gobierno está estudiando actualmente responderán a las legítimas aspiraciones de todos los ciudadanos, garantizando tanto los derechos de las personas como los de los grupos sociales, preservando los valores éticos y morales comunes que unen a todos los pueblos y hacen responsables a los líderes políticos. De esta forma todos los sectores de la sociedad pueden contribuir al proyecto nacional de desarrollo social y económico, y al mismo tiempo ayudar a atraer las inversiones necesarias para el crecimiento económico, permitiendo en particular a los jóvenes encontrar un empleo satisfactorio y garantizar un futuro seguro.

Por su parte, la Iglesia en Bosnia y Herzegovina, seguirá ayudando a lograr los objetivos de reconciliación, paz y prosperidad. A través de sus parroquias, escuelas, centros de salud y programas de desarrollo comunitario, cumple su misión de caridad universal en su triple forma: material, intelectual y espiritual. Su participación en el diálogo ecuménico e interreligioso se debe considerar como una forma más de servir a toda la sociedad. La promoción de los valores espirituales y morales, que se pueden descubrir a través de la razón humana, no sólo forma parte de la transmisión de tradiciones religiosas, sino que también alimenta una cultura más amplia, motivando a los hombres y mujeres de buena voluntad a reforzar los vínculos de solidaridad y a demostrar que una sociedad unida puede surgir en realidad de una pluralidad de pueblos.

Excelencia, confío en que la misión diplomática que comienza hoy refuerce los vínculos de cooperación existentes entre Bosnia y Herzegovina y la Santa Sede. La aplicación del Acuerdo básico ratificado recientemente, entre otras cosas, facilitará el derecho a establecer lugares de culto religioso y emprender obras eclesiales; y, al mismo tiempo, dará un ejemplo positivo de los principios democráticos que están arraigando en el país. Al respecto, confío en que la Comisión mixta comience pronto su importante labor.

209 Asegurándole la ayuda de las distintas oficinas de la Curia romana, y con mis sinceros mejores deseos, invoco sobre usted y sobre su familia, así como sobre todos los ciudadanos de Bosnia y Herzegovina, las bendiciones de Dios todopoderoso.




A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO ORGANIZADO POR LA "PAVE THE WAY FOUNDATION"

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Jueves 18 de septiembre de 2008



Estimado señor Krupp;
señoras y señores:

Para mí es un verdadero placer encontrarme con vosotros al final del importante simposio organizado por la Pave the Way Foundation, en el que han participado eminentes expertos para reflexionar sobre la generosa obra realizada por mi venerado predecesor el siervo de Dios Pío XII durante el difícil período del siglo pasado, que gira en torno a la segunda guerra mundial. A cada uno de vosotros os doy mi más cordial bienvenida.

Saludo en particular al señor Gary Krupp, presidente de la Fundación, y le agradezco los sentimientos que ha expresado en nombre de todos los presentes. Le agradezco, además, la información que me ha dado sobre el desarrollo de vuestras sesiones de trabajo de este simposio, en las que habéis analizado sin prejuicios los acontecimientos de la historia, preocupados sólo de buscar la verdad. Mi saludo se extiende a todos los que se han unido a vosotros en esta visita, y aprovecho de buen grado la ocasión para enviar mi cordial saludo a vuestros familiares y seres queridos.

Durante estos días vuestra atención se ha centrado en la figura y la incansable acción pastoral y humanitaria de Pío XII, Pastor angelicus. Ha pasado medio siglo desde su piadosa muerte, acaecida aquí, en Castelgandolfo, en las primeras horas del 9 de octubre de 1958, después de una enfermedad que redujo gradualmente su vigor físico. Este aniversario constituye una importante oportunidad para profundizar en su conocimiento, para meditar en sus ricas enseñanzas y para analizar de una manera completa su obra. Se ha escrito y dicho mucho sobre él en estos cinco decenios y no siempre se han examinado a la debida luz los diferentes aspectos de su multiforme acción pastoral. Vuestro simposio tiene como finalidad precisamente colmar algunas de esas lagunas mediante un análisis documentado y atento de muchas de sus intervenciones, sobre todo de las que realizó en favor de los judíos, que en aquellos años eran perseguidos en toda Europa de acuerdo con el plan criminal de quienes querían eliminarlos de la faz de la tierra.

Cuando uno se acerca sin prejuicios ideológicos a la noble figura de este Papa, además de quedar impresionado por su elevado perfil humano y espiritual, queda conquistado por su vida ejemplar y por la extraordinaria riqueza de sus enseñanzas. Se aprecia la sabiduría humana y el celo pastoral que lo guiaron en su largo ministerio y, de manera particular, en la organización de las ayudas al pueblo judío.

Gracias a la amplia documentación que habéis recogido, enriquecida por múltiples y autorizados testimonios, vuestro simposio ofrece a la opinión pública la posibilidad de conocer mejor y de manera más completa lo que Pío XII promovió y realizó en favor de los judíos perseguidos por los regímenes nazi y fascista. Así se puede constatar que no escatimó esfuerzos, donde fue posible, para intervenir directamente o a través de instrucciones dadas a personas e instituciones de la Iglesia católica en su favor. En las sesiones de vuestro simposio se han puesto de manifiesto muchas intervenciones que realizó de manera secreta y silenciosa precisamente porque, teniendo en cuenta las situaciones concretas de ese complejo momento histórico, sólo de ese modo era posible evitar lo peor y salvar el mayor número posible de judíos.

De hecho, su entrega valiente y paterna fue reconocida y apreciada durante y después del tremendo conflicto mundial por comunidades y personalidades judías, que no dejaron de manifestar su gratitud por lo que el Papa había hecho por ellos. Basta recordar el encuentro que mantuvo Pío XII, el 29 de noviembre de 1945, con los ochenta delegados de los campos de concentración alemanes, los cuales en una audiencia especial que les concedió en el Vaticano quisieron darle personalmente las gracias por su generosidad con ellos durante el terrible período de la persecución nazi-fascista.

210 Señoras y señores, gracias por vuestra visita y por el trabajo de investigación que estáis realizando. Agradezco a la Pave the Way Foundation la constante acción que desarrolla para fomentar las relaciones y el diálogo entre las diferentes religiones, de manera que ofrezcan un testimonio de paz, de caridad y de reconciliación. Deseo vivamente que este año, en el que se conmemora el 50° aniversario de la muerte de este venerado predecesor mío, brinde la oportunidad de promover estudios más profundos sobre los diferentes aspectos de su persona y actividad, para llegar a conocer juntos la verdad histórica, superando de este modo los prejuicios que aún persisten. Con estos sentimientos invoco sobre vuestras personas y sobre los trabajos de vuestro simposio abundantes bendiciones divinas.


A LOS OBISPOS DE PANAMÁ EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Palacio Apostólico de Castelgandolfo

Viernes 19 de septiembre de 2008

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. “Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones” (1Th 1,2). Estas palabras de San Pablo expresan mis sentimientos al recibirles con motivo de su visita ad limina, la cual manifiesta los fuertes lazos que unen a sus respectivas Iglesias particulares con el Sucesor de San Pedro, Cabeza del Colegio Episcopal (cf. Lumen gentium LG 22).

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos Mons. José Luis Lacunza Maestrojuán, Obispo de David y Presidente de la Conferencia Episcopal, haciéndome partícipe de las alegrías y anhelos que ustedes llevan en el corazón, así como de los retos que se disponen a afrontar. Sepan que en sus tareas el Papa camina a su lado. Por eso, cuando regresen a su País, tengan la bondad de transmitir mi cercanía espiritual a los Obispos eméritos, a los sacerdotes y comunidades religiosas, a los seminaristas y fieles laicos, especialmente a los más necesitados, y díganles que rezo por ellos, pidiendo a Dios que no desfallezcan en sus trabajos por el Evangelio y continúen exhortando a todos, de palabra y con la vida, a encontrar la propia felicidad en seguir a Cristo y en compartir con los demás el gozo que nace de saber que Él nos ama hasta el extremo (cf. Jn 13,1).

2. La lectura de sus informes quinquenales y las conversaciones que hemos mantenido me han hecho ver cómo ustedes animan las iniciativas destinadas a sembrar generosamente la Palabra de Dios en el corazón de los panameños, para acompañarlos en el camino de su maduración en la fe, de modo que sean auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo. En este sentido, ayudados por las líneas trazadas por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, están intensificando su quehacer pastoral, con vistas también a las celebraciones que se están preparando para conmemorar el V Centenario de la evangelización del País, en el año 2013. Estos trabajos son una oportunidad providencial para estrechar todavía más la comunión eclesial entre las Diócesis de Panamá.

3. Es motivo de alegría la fecunda acción misionera de sacerdotes, religiosos y laicos, que contrasta la creciente secularización de la sociedad como una configuración del mundo y de la humanidad al margen de la trascendencia, que invade todos los aspectos de la vida diaria, desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente de la existencia y de la conciencia humana y se sirve a menudo de los medios de comunicación social para difundir el individualismo, el hedonismo e ideologías y costumbres que minan los fundamentos mismos del matrimonio, la familia y la moral cristiana. El discípulo de Cristo encuentra la fuerza para responder a estos desafíos en el conocimiento profundo y el amor sincero al Señor Jesús, en la meditación de la Sagrada Escritura, en la adecuada formación doctrinal y espiritual, en la plegaria constante, en la recepción frecuente del sacramento de la Reconciliación, en la participación consciente y activa en la Santa Misa y en la práctica de las obras de caridad y misericordia.

4. Esto es importante sobre todo para las nuevas generaciones. El recuerdo de mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, en este año en el que se conmemora el XXV aniversario de la visita que hizo a su querida Nación, puede servir de estímulo para dedicarse con ahínco a la pastoral juvenil y vocacional, de forma que no falten sacerdotes que lleven a los panameños a Cristo, fuente de vida en abundancia para quien se encuentra con Él (cf. Jn 10,10). A este respecto, les invito a suplicar con confianza al “Dueño de la mies”, que envíe numerosas y santas vocaciones al sacerdocio (cf. Lc 10,2), para lo cual es esencial también un correcto discernimiento de los candidatos al presbiterado, así como el celo apostólico y el testimonio de comunión y fraternidad de los sacerdotes. Este estilo de vida ha de inculcarse ya desde el Seminario, en el que ha de privilegiarse una seria disciplina académica, espacios y tiempos de oración diaria, la digna celebración de la liturgia, una adecuada dirección espiritual y el cultivo intenso de las virtudes humanas, cristianas y sacerdotales. De esta manera, orando y estudiando, los seminaristas pueden construir en ellos el hombre de Dios que los fieles tienen derecho a ver en sus ministros.

La historia de Panamá ha estado marcada por la encomiable labor de numerosos misioneros y por la generosa solicitud de los Religiosos y Religiosas. Que estos modelos luminosos alienten en la hora presente a los consagrados a hacer de su vida una continua expresión de caridad cristiana, alimentada por el deseo de identificarse radicalmente con Cristo y servir con fidelidad a la Iglesia.

5. Con abnegación, muchas familias viven en su Patria el ideal cristiano en medio de no pocas dificultades, que amenazan la solidez del amor conyugal, la paternidad responsable y la armonía y estabilidad de los hogares. Nunca serán suficientes los esfuerzos que se realicen para desarrollar una pastoral familiar vigorosa, que invite a las personas a descubrir la belleza de la vocación al matrimonio cristiano, a defender la vida humana desde su concepción a su término natural y a construir hogares en los que los hijos se eduquen en el amor a la verdad del Evangelio y en sólidos valores humanos.

211 6. En su País, como en otros lugares, se están viviendo momentos arduos, que generan desazón, y también situaciones que despiertan gran esperanza. En el actual contexto, reviste particular urgencia que la Iglesia en Panamá no deje de ofrecer luces que contribuyan a la solución de los acuciantes problemas humanos existentes, promoviendo un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales. Por eso es primordial divulgar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que facilita un conocimiento más profundo y sistemático de las orientaciones eclesiales que particularmente los laicos han de asumir en el campo político, social y económico, favoreciendo igualmente su correcta aplicación en las circunstancias concretas. Así, la esperanza cristiana podrá iluminar al pueblo de Panamá, sediento de conocer la verdad sobre Dios y sobre el hombre en medio de fenómenos como la pobreza, la violencia juvenil, las carencias educativas, sanitarias y de vivienda, el acoso de innumerables sectas o la corrupción, que en diversa medida turban su vida e impiden su desarrollo integral.

7. Al término de este encuentro, los encomiendo a ustedes y a todos los hijos e hijas de esa noble Nación a la intercesión de Santa María la Antigua, para que su amor de Madre brille siempre sobre Panamá y los conforte en su camino. Con estos sentimientos les imparto con afecto la Bendición Apostólica



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