Discursos 2009 145

145 Ojalá que estas palabras, que evocan muy bien la figura del santo cura de Ars, resuenen como una llamada vocacional para numerosos jóvenes cristianos de Francia que desean una vida útil y fecunda para servir al amor de Dios.

El Seminario Francés tiene la particularidad de estar situado en la ciudad de Pedro. Retomando el deseo expresado por Pablo VI (cf. Discurso a los ex alumnos del Seminario Francés, 11 de septiembre de 1968), deseo que durante su estancia en Roma los seminaristas se familiaricen de modo privilegiado con la historia de la Iglesia, descubran la amplitud de su catolicidad y su unidad viva en torno al Sucesor de Pedro, y que así se grabe para siempre en su corazón de pastores el amor de la Iglesia.

Invocando sobre todos vosotros abundantes gracias del Señor por intercesión de la santísima Virgen María, de santa Clara y del beato Pío IX, os imparto de corazón la bendición apostólica a todos vosotros, a vuestras familias, a los ex alumnos que no han podido venir y al personal laico del seminario.


A LOS OBISPOS DE VENEZUELA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Lunes 8 de junio de 2009



Señor Cardenal,
queridos Hermanos en el Episcopado

1. Os doy mi cordial bienvenida, Pastores de la Iglesia en Venezuela, a este encuentro durante vuestra visita ad limina y, como Sucesor de Pedro, doy gracias al Señor por esta ocasión de confirmar a mis hermanos en la fe (cf. Lc 22,32) y de participar con ellos en sus alegrías y preocupaciones, en sus proyectos y en sus dificultades.

Agradezco ante todo a Mons. Ubaldo Ramón Santana Sequera, Arzobispo de Maracaibo y Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, sus palabras, que manifiestan vuestra comunión con el Obispo de Roma y Cabeza del Colegio Episcopal, así como los desafíos y esperanzas de vuestro ministerio pastoral.

2. En efecto, los retos que debéis afrontar en vuestra labor pastoral son cada vez más abundantes y difíciles, viéndose además en los últimos tiempos incrementados por una grave crisis económica mundial. Sin embargo, el momento actual ofrece también numerosos y verdaderos motivos de esperanza, de esa esperanza capaz de llenar los corazones de todos los hombres, y que «sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo» (Spe salvi ). Al igual que hizo con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), el Señor resucitado camina también a nuestro lado infundiéndonos su espíritu de amor y fortaleza, para que podamos abrir nuestros corazones a un futuro de esperanza y de vida eterna.

3. Tenéis por delante, queridos Hermanos, una apasionante tarea de evangelización y habéis iniciado la “Misión para Venezuela”, en línea con la Misión Continental promovida por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida. También éstos son tiempos de gracia para los que se dedican por entero a la causa del Evangelio. Confiad en el Señor. Él hará fecunda vuestra entrega y vuestros sacrificios.

Os animo, por tanto, a incrementar las iniciativas para dar a conocer en toda su integridad y hermosura la figura y el mensaje de Jesucristo. Para ello, además de una buena formación doctrinal de todo el Pueblo de Dios, es importante fomentar una profunda vida de fe y oración. En la liturgia, y en el diálogo íntimo de la plegaria personal o comunitaria, el Resucitado viene a nuestro encuentro, transformando nuestro corazón con su presencia amorosa.

146 Deseo recordar también la necesidad de la vida espiritual de los Obispos. Éstos, configurados plenamente con Cristo Cabeza por el sacramento del Orden, son en cierto modo para la Iglesia a ellos confiada un signo visible del Señor Jesús (cf. Lumen gentium LG 21). Por eso, el ministerio pastoral ha de ser un reflejo coherente de Jesús, Siervo de Dios, mostrando a todos la importancia capital de la fe, así como la necesidad de poner en primer lugar la vocación a la santidad (cf. Juan Pablo II Exhor. ap. Pastores gregis, ).

4. Para llevar a cabo una fructífera acción pastoral es indispensable la estrecha comunión afectiva y efectiva entre los Pastores del Pueblo de Dios, que «han de ser siempre conscientes de que están unidos entre sí y mostrar su solicitud por todas las Iglesias» (Christus Dominus CD 6). Esta unidad, que hoy y siempre se ha de promover y expresar de manera visible, será fuente de consuelo y de eficacia apostólica en el ministerio que se os ha confiado.

5. El espíritu de comunión lleva a prestar una atención especial a vuestros sacerdotes. Ellos, colaboradores inmediatos del ministerio episcopal, han de ser los primeros destinatarios de vuestro cuidado pastoral, tratándolos con cercanía y fraterna amistad. Ello les ayudará a desempeñar con abnegación el ministerio recibido y también a acoger con espíritu filial, cuando fuere necesario, las advertencias sobre aquellos aspectos que deben mejorar o corregir. Por eso, os animo a redoblar los esfuerzos para impulsar el celo pastoral entre los presbíteros, de modo particular durante este próximo año sacerdotal que he querido declarar.

A esto se añade el interés que se ha de tener por el Seminario Diocesano, para alentar una esmerada y competente selección y formación de los llamados a ser pastores del Pueblo de Dios, sin escatimar medios humanos y materiales para ello.

6. Los fieles laicos, por su parte, participan según su modo específico en la misión salvífica de la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 33). Como discípulos y misioneros de Cristo, están llamados a iluminar y ordenar las realidades temporales de modo que respondan al designio amoroso de Dios (ibíd. LG 31). Para ello, hace falta un laicado maduro, que dé testimonio fiel de su fe y sienta el gozo de su pertenencia al Cuerpo de Cristo, al que debe ofrecerse, entre otras cosas, un adecuado conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. En este sentido, aprecio vuestro empeño por irradiar la luz del Evangelio sobre los acontecimientos de mayor relevancia que afectan a vuestro País, sin otros intereses que la difusión de los más genuinos valores cristianos, con vistas también a favorecer la búsqueda del bien común, la convivencia armónica y la estabilidad social.

Os confío de un modo particular a quienes pasan necesidad. Seguid fomentando las múltiples iniciativas de caridad de la Iglesia en Venezuela, de modo que nuestros hermanos más indigentes puedan experimentar la presencia entre ellos de Aquel que dio su vida en la Cruz por todos los hombres.

7. Concluyo con una palabra de esperanza y aliento en vuestra tarea; contáis siempre con mi apoyo, solicitud y cercanía espiritual. Y os pido que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los Obispos eméritos, los sacerdotes, religiosos y fieles laicos, especialmente a los matrimonios, a los jóvenes, a los ancianos y a las personas que sufren. Con estos sentimientos, e invocando la protección de la Virgen María, Nuestra Señora de Coromoto, tan querida en toda Venezuela, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN "CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE"

Sala Clementina

Sábado 13 de junio de 2009



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres y queridos amigos:

147 Gracias por vuestra visita, que se sitúa en el contexto de vuestra reunión anual. Os saludo a todos con afecto y os agradezco lo que hacéis, con gran generosidad, al servicio de la Iglesia. Saludo y expreso mi agradecimiento al conde Lorenzo Rossi di Montelera, vuestro presidente, que ha interpretado con fina sensibilidad vuestros sentimientos, exponiendo en grandes líneas la actividad de la Fundación.

También doy las gracias a los que, en diversas lenguas, han querido presentarme el testimonio de la devoción común. Este encuentro asume un significado y un valor particulares a la luz de la situación que vive la humanidad en este momento.

En efecto, la crisis financiera y económica que ha afectado a los países industrializados, a los emergentes y a los que están en vías de desarrollo, demuestra de modo evidente que es necesario revisar ciertos paradigmas económico-financieros que han prevalecido durante los últimos años. Por eso, vuestra Fundación ha hecho bien en tratar de descubrir, durante la asamblea internacional que se celebró ayer, cuáles son los valores y las reglas a las que debería atenerse el mundo económico para dar vida a un nuevo modelo de desarrollo más atento a las exigencias de la solidaridad y más respetuoso de la dignidad humana.

Me alegra saber que habéis examinado, en particular, las interdependencias entre instituciones, sociedades y mercado, partiendo, de acuerdo con la encíclica Centesimus annus de mi venerado predecesor Juan Pablo II, de la reflexión según la cual la economía de mercado, entendida como "sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía" (n.
CA 42), sólo puede reconocerse como camino de progreso económico y civil si está orientada al bien común (cf. n. CA 43).

Con todo, ese enfoque también debe ir acompañado de otra reflexión según la cual la libertad en el sector de la economía debe encuadrarse "en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral", una libertad responsable "cuyo centro es ético y religioso" (n. CA 42). Oportunamente la encíclica mencionada afirma: "Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos" (n. CA 43).

Deseo que las reflexiones llevadas a cabo durante vuestros trabajos, inspirándose en los principios eternos del Evangelio, lleven a la elaboración de un enfoque de la economía moderna que respete las necesidades y los derechos de los débiles. Como sabéis, dentro de poco tiempo se publicará mi encíclica dedicada precisamente al amplio tema de la economía y del trabajo: en ella se pondrán de relieve los objetivos que, según nosotros los cristianos, se deben perseguir y los valores que se deben promover y defender de modo incansable, con el fin de realizar una convivencia humana realmente libre y solidaria.

También me ha complacido tener conocimiento de lo que realizáis en favor del Instituto pontificio de estudios árabes y de islamismo, a cuyas finalidades, compartidas por vosotros, atribuyo gran valor para un diálogo interreligioso cada vez más fecundo.

Queridos amigos, os agradezco una vez más vuestra visita. A cada uno de vosotros aseguro un recuerdo en la oración, y de corazón os bendigo a todos.


AL PATRIARCA DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS,


SU BEATITUD IGNACE YOUSSIF III YOUNAN

Sala del Consistorio

Viernes 19 de junio de 2009



Beatitud:

148 La visita que realiza a Roma para venerar las tumbas de los Apóstoles y encontrarse con el Sucesor de Pedro es para mí motivo de gran alegría. Hoy renuevo con sincero y fraterno afecto el saludo y el beso de paz en Cristo que intercambié con usted al inicio de este año, inmediatamente después de su elección como Patriarca de Antioquía de los sirios. Le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de su Iglesia patriarcal.

Asimismo, deseo expresar mi agradecimiento a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias orientales, y a Su Beatitud Ignace Pierre Abdel Ahad, Patriarcas eméritos de su Iglesia, así como a todos los miembros del Sínodo episcopal. Mi agradecimiento se transforma en oración, especialmente por usted, Beatitud, nuevo Patriarca, y acompaño con solidaridad fraterna los primeros pasos de su servicio eclesial.

Beatitud, la divina Providencia nos ha constituido ministros de Cristo y pastores de su única grey. Por eso, mantengamos la mirada del corazón fija en él, Pastor supremo y Obispo de nuestras almas, con la seguridad de que, después de haber puesto sobre nuestros hombros el munus episcopal, no nos abandonará nunca. Cristo mismo, nuestro Señor, es quien estableció al apóstol Pedro como la "roca" sobre la que se apoya el edificio espiritual de la Iglesia, pidiendo a sus discípulos que actúen en plena unidad con él, bajo su guía segura y bajo la de sus sucesores.

A lo largo de vuestra historia más que milenaria, la comunión con el Obispo de Roma siempre ha ido unida a la fidelidad a la tradición espiritual del Oriente cristiano, y ambas forman los aspectos complementarios del único patrimonio de fe que profesa su venerable Iglesia. Juntos profesamos esta misma fe católica, uniendo nuestra voz a la de los Apóstoles, de los mártires y de los santos que nos han precedido, elevando a Dios Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, el himno de alabanza y de acción de gracias por la inmensa riqueza de este don, puesto en nuestras frágiles manos.

Queridos hermanos de la Iglesia siro-católica, pensé de modo especial en vosotros durante la solemne celebración eucarística de la fiesta del Corpus Christi. En la homilía que pronuncié en el atrio de la basílica de San Juan de Letrán cité al gran doctor san Efrén el Sirio, que afirma: "Durante la cena Jesús se inmoló a sí mismo; en la cruz fue inmolado por los demás". Esta hermosa anotación me permite subrayar el origen eucarístico de la ecclesiastica communio que le concedí, Beatitud, en el momento de la elección sinodal.

Muy oportunamente usted quiso mostrar, con un signo público, este vínculo tan estrecho que lo une al Obispo de Roma y a la Iglesia universal, durante la Eucaristía que celebró ayer en la basílica de Santa María la Mayor, en la que participó mi representante con mandato especial, el señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales. En realidad, la Eucaristía es lo que funda nuestras diversas tradiciones en la unidad del único Espíritu, haciendo de ellas una riqueza para todo el pueblo de Dios.

Ojalá que la celebración de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida eclesial, os mantenga anclados en la antigua tradición siríaca, que reivindica poseer la misma lengua del Señor Jesús; y, al mismo tiempo, que abra ante vosotros el horizonte de la universalidad eclesial. Que os haga siempre atentos a lo que el Espíritu sugiere a las Iglesias; que abra los ojos de vuestro corazón para que podáis escrutar los signos de los tiempos a la luz del Evangelio y sepáis acoger las expectativas y las esperanzas de la humanidad, respondiendo generosamente a las necesidades de quienes viven en graves condiciones de pobreza.

La Eucaristía es el Pan de vida que alimenta a vuestras comunidades y las hace crecer a todas en la unidad y en la caridad. Por eso, sacad de la Eucaristía, sacramento de la unidad y de la comunión, la fuerza para superar las dificultades que vuestra Iglesia ha afrontado en estos últimos años, a fin de volver a encontrar el camino del perdón, de la reconciliación y de la comunión.

Queridos hermanos, una vez más gracias por vuestra visita, que me permite expresaros mi profunda solicitud por vuestros problemas eclesiales. Sigo con satisfacción la plena reanudación del funcionamiento de vuestro Sínodo y animo los esfuerzos encaminados a favorecer la unidad, la comprensión y el perdón, que siempre deberéis considerar como deberes prioritarios para la edificación de la Iglesia de Dios. Además, pido constantemente por la paz en Oriente Medio, de modo especial por los cristianos que viven en la amada nación iraquí, cuyos sufrimientos presento al Señor cada día en el sacrificio eucarístico.

Por último, deseo compartir con vosotros otra de mis preocupaciones principales: la de la vida espiritual de los sacerdotes. Precisamente hoy, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada de santificación sacerdotal, tendré la inmensa alegría de inaugurar el Año sacerdotal, en recuerdo del 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars. Creo que este Año jubilar especial, que comienza cuando se termina el Año paulino, será una oportunidad fecunda, ofrecida a toda la Iglesia.

En el Calvario María estaba con el apóstol san Juan al pie de la cruz. Hoy también nosotros nos ponemos espiritualmente al pie de la cruz, con todos vuestros sacerdotes, para dirigir nuestra mirada hacia Aquel que fue traspasado y del que recibimos la plenitud de toda gracia. Que María, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, vele sobre usted, Beatitud, sobre el Sínodo y sobre toda la Iglesia siro-católica.

149 Por mi parte, le aseguro que lo acompaño con mi oración y le imparto la bendición apostólica, que extiendo a todos los fieles de su venerable Iglesia, esparcidos por diversas naciones del mundo.


A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN ALCIDE DE GASPERI

Sala de los Papas

Sábado 20 de junio de 2009



Queridos amigos del consejo de la Fundación Alcide De Gasperi:

Me es muy grata vuestra visita, y os saludo a todos con afecto. Saludo en particular a la señora Maria Romana, hija de Alcide De Gasperi, y al honorable Giulio Andreotti, que durante mucho tiempo fue su estrecho colaborador. Aprovecho con gusto la oportunidad que me ofrece vuestra presencia para volver a evocar la figura de esta gran personalidad que, en momentos históricos de profundos cambios sociales en Italia y en Europa, en medio de no pocas dificultades, supo prodigarse eficazmente por el bien común.

De Gasperi, formado en la escuela del Evangelio, fue capaz de traducir en actos concretos y coherentes la fe que profesaba. Espiritualidad y política fueron dos dimensiones que convivieron en su persona y caracterizaron su compromiso social y espiritual. Con prudente clarividencia guió la reconstrucción de la Italia salida del fascismo y de la segunda guerra mundial, y le trazó con valor el camino hacia el futuro; defendió su libertad y su democracia; relanzó su imagen en ámbito internacional; y promovió su recuperación económica abriéndose a la colaboración de todas las personas de buena voluntad.

En él espiritualidad y política se integraron tan bien que, si se quiere comprender a fondo a este estimado hombre de gobierno, no hay que limitarse a registrar los resultados políticos que consiguió, sino que es necesario tener en cuenta también su fina sensibilidad religiosa y la fe firme que constantemente animó su pensamiento y su acción. En 1981, a cien años de su nacimiento, mi venerado predecesor Juan Pablo II le rindió homenaje, afirmando que "en él la fe fue centro inspirador, fuerza cohesiva, criterio de valores, razón de opción" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de abril de 1981, p. 9).

Las raíces de tan sólido testimonio evangélico deben buscarse en la formación humana y espiritual que recibió en su región, Trentino, en una familia en la que el amor a Cristo constituía el pan de cada día y la referencia de toda opción. Tenía poco más de veinte años cuando, en 1902, participando en el primer Congreso católico de Trento, trazó las líneas de acción apostólica que constituirían el programa de toda su vida: "No basta conservar el cristianismo en sí mismos —afirmó—; conviene combatir con todo el grueso del ejército católico a fin de reconquistar para la fe los campos perdidos" (cf. A. De Gasperi, I cattolici trentini sotto l'Austria, ed. di storia e letteratura, Roma 1964, p. 24). Permaneció fiel a esta orientación hasta la muerte, incluso a costa de sacrificios personales, fascinado por la figura de Cristo. "No soy un beato —escribió a su futura esposa Francesca— y tal vez ni siquiera tan religioso como debería ser; pero la personalidad del Cristo vivo me arrastra, me subyuga, me fascina como a un muchacho. Ven, quiero que estés conmigo y me sigas en esta misma atracción, como hacia un abismo de luz" (A. De Gasperi, Cara Francesca, Lettere, a cargo de M.R. De Gasperi, ed. Morcelliana, Brescia 1999, pp. 40-41).

Por eso, no sorprende saber que en su jornada, llena de compromisos institucionales, ocupaban siempre un amplio espacio la oración y la relación con Dios, comenzando cada día, cuando le era posible, con la participación en la santa misa. Más aún, los momentos más caóticos y movidos marcaron el culmen de su espiritualidad. Por ejemplo, cuando sufrió la experiencia de la cárcel, llevó consigo como primer libro la Biblia y desde ese momento conservó la costumbre de anotar las referencias bíblicas en hojitas para alimentar constantemente su espíritu. Hacia el final de su actividad de gobierno, tras un duro debate parlamentario, a un colega del gobierno que le preguntó cuál era el secreto de su acción política le respondió: "¿Qué crees? Es el Señor!".

Queridos amigos, me gustaría hablar un poco más de este personaje que honró a la Iglesia y a Italia, pero me limito a poner de relieve su reconocida rectitud moral, basada en una indiscutible fidelidad a los valores humanos y cristianos, así como la serena conciencia moral que le guió en las decisiones políticas. "En el sistema democrático —afirmó en una de sus intervenciones— se confiere un mandato político administrativo con una responsabilidad específica..., pero al mismo tiempo hay una responsabilidad moral ante la propia conciencia y, para decidir, la conciencia debe estar siempre iluminada por la doctrina y la enseñanza de la Iglesia" (cf. A. De Gasperi, Discorsi politici 1923-1954, ed. Cinque Lune, Roma 1990, p. 243). Ciertamente, en algunos momentos no faltaron dificultades, y quizás también incomprensiones, por parte del mundo eclesiástico, pero De Gasperi no vaciló en su adhesión a la Iglesia, que —como atestigua él mismo en un discurso pronunciado en Nápoles en junio de 1954— fue "plena y sincera..., también en las directrices morales y sociales contenidas en los documentos pontificios, que casi diariamente han alimentado y forman nuestra vocación a la vida pública".

En esa misma ocasión aseguraba que "para actuar en el campo social y político no basta la fe ni la virtud; conviene crear y alimentar un instrumento adecuado a los tiempos... que tenga un programa, un método propio, una responsabilidad autónoma, una índole y una gestión democrática". Dócil y obediente a la Iglesia, fue por tanto autónomo y responsable en sus decisiones políticas, sin servirse de la Iglesia para fines políticos y sin descender nunca a componendas con su conciencia recta. En el ocaso de sus días, poco antes de morir, confortado por el apoyo de sus familiares, el 19 de agosto de 1954, tras haber susurrado por tres veces el nombre de Jesús, pudo decir: "He hecho todo lo que he podido; mi conciencia está en paz".

150 Queridos amigos, mientras rezamos por el alma de este estadista de fama internacional, que con su acción política sirvió a la Iglesia, a Italia y a Europa, pidamos al Señor que el recuerdo de su experiencia de gobierno y de su testimonio cristiano animen y estimulen a los que hoy gobiernan el destino de Italia y de los demás pueblos, especialmente a quienes se inspiran en el Evangelio. Con este deseo, os agradezco una vez más vuestra visita y os bendigo a todos con afecto.

VISITA PASTORAL A SAN GIOVANNI ROTONDO


ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS, EL PERSONAL MÉDICO Y LOS DIRECTIVOS DEL HOSPITAL

Ingreso de la Casa Alivio del Sufrimiento

Domingo 21 de junio de 2009



Queridos hermanos y hermanas;
queridos enfermos:

En mi visita a San Giovanni Rotondo no podía menos de venir a la Casa Alivio del Sufrimiento, ideada y querida por san Pío de Pietrelcina como "lugar de oración y de ciencia donde el género humano se encuentre en Cristo crucificado como una sola grey con un solo pastor". Precisamente por eso quiso encomendarla al apoyo material y sobre todo espiritual de los Grupos de oración, que aquí tienen el centro de su misión al servicio de la Iglesia.

El padre Pío quería que en este hospital bien equipado se pudiera comprobar que el esfuerzo de la ciencia por curar al enfermo nunca debe ir separado de una confianza filial en Dios, infinitamente compasivo y misericordioso. Al inaugurarla, el 5 de mayo de 1956, la definió "criatura de la Providencia" y hablaba de esta institución como de "una semilla sembrada por Dios en la tierra, que él calentará con los rayos de su amor".

Así pues, he venido a vosotros para dar gracias a Dios por el bien que, desde hace más de cincuenta años, fieles a las directrices de un humilde fraile capuchino, hacéis en esta "Casa Alivio del Sufrimiento", con resultados reconocidos en el ámbito científico y médico. Lamentablemente, no me es posible, como desearía, visitar cada pabellón y saludar uno por uno a los enfermos y a las personas que los cuidan. Sin embargo, quiero dirigir a cada uno —enfermos, médicos, familiares, agentes sanitarios y agentes de pastoral— una palabra de consuelo paternal y de aliento a proseguir juntos esta obra evangélica para alivio de las personas que sufren, valorando todos los recursos para el bien humano y espiritual de los enfermos y de sus familiares.

Con estos sentimientos, os saludo cordialmente a todos, comenzando por vosotros, hermanos y hermanas probados por la enfermedad. Saludo a los médicos, a los enfermeros y al personal sanitario y administrativo. Os saludo a vosotros, venerados padres capuchinos que, como capellanes, proseguís el apostolado de vuestro santo hermano. Saludo a los prelados y, en primer lugar, al arzobispo Domenico Umberto D'Ambrosio, que ha sido pastor de esta diócesis y ahora ha sido llamado a guiar la comunidad archidiocesana de Lecce; le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo asimismo al director general del hospital, doctor Domenico Crupi, y al representante de los enfermos, y les agradezco las amables y cordiales palabras que me acaban de dirigir, permitiéndome conocer mejor lo que aquí se realiza y el espíritu con que lo realizáis.

Cada vez que se entra en un hospital, el pensamiento va naturalmente al misterio de la enfermedad y del dolor, a la esperanza de curación y al valor inestimable de la salud, de la que a menudo sólo nos damos cuenta cuando falta. En los hospitales se constata el gran valor de nuestra existencia, pero también su fragilidad. Siguiendo el ejemplo de Jesús, que recorría toda la Galilea "curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4,23), la Iglesia, desde sus inicios, impulsada por el Espíritu Santo, ha considerado como un deber y un privilegio el estar al lado de quienes sufren, prestando atención preferencial a los enfermos.

La enfermedad, que se manifiesta de muchas formas y ataca de diversas maneras, suscita preguntas inquietantes: ¿Por qué sufrimos? ¿Se puede considerar positiva la experiencia del dolor? ¿Quién nos puede librar del sufrimiento y de la muerte? Interrogantes existenciales, que en la mayoría de los casos quedan humanamente sin respuesta, dado que sufrir constituye un enigma inescrutable para la razón.

151 El sufrimiento forma parte del misterio mismo de la persona humana. Lo puse de relieve en la encíclica Spe salvi, afirmando que "se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran cantidad de culpas acumuladas a lo largo de la historia, y que crece de modo incesante también en el presente". Y añadí: "Ciertamente, conviene hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento (...), pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque (...) ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal (...), fuente continua de sufrimiento" (n. 36).

El único que puede eliminar el poder del mal es Dios. Precisamente por el hecho de que Jesucristo vino al mundo para revelarnos el designio divino de nuestra salvación, la fe nos ayuda a penetrar el sentido de todo lo humano y, por consiguiente, también del sufrir. Así pues, existe una íntima relación entre la cruz de Jesús —símbolo del dolor supremo y precio de nuestra verdadera libertad— y nuestro dolor, que se transforma y se sublima cuando se vive con la conciencia de la cercanía y de la solidaridad de Dios.

El padre Pío había intuido esa profunda verdad y, en el primer aniversario de la inauguración de esta Obra, dijo que en ella "el que sufre debe vivir el amor de Dios por medio de la sabia aceptación de sus dolores, meditando serenamente que está destinado a él" (Discurso del 5 de mayo de 1957). También afirmó que en la Casa Alivio del Sufrimiento "enfermos, médicos y sacerdotes serán reservas de amor, que cuanto más abundante sea en uno, tanto más se comunicará a los demás" (ib.).

Ser "reservas de amor": esta es, queridos hermanos y hermanas, la misión que esta tarde nuestro santo os recuerda a vosotros, que con diferentes funciones formáis la gran familia de esta Casa Alivio del Sufrimiento. Que el Señor os ayude a realizar el proyecto puesto en marcha por el padre Pío con la aportación de todos: médicos e investigadores científicos, agentes sanitarios y colaboradores de las diversas oficinas, voluntarios y bienhechores, frailes capuchinos y demás sacerdotes. Sin olvidar los Grupos de oración que, "vinculados a la Casa Alivio, son las vanguardias de esta ciudadela de la caridad, viveros de fe, hogueras de amor" (Discurso del padre Pío, 5 de mayo de 1966).

Sobre todos y cada uno invoco la intercesión del padre Pío y la protección maternal de María, Salud de los enfermos. Gracias, una vez más, por vuestra acogida; y, a la vez que aseguro mi oración por cada uno de vosotros, de corazón os bendigo a todos.

ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, LOS RELIGIOSOS, LAS RELIGIOSAS Y LOS JÓVENES

Iglesia de San Pío de Pietrelcina

Domingo 21 de junio de 2009



Queridos sacerdotes;
queridos religiosos y religiosas;
queridos jóvenes:

Con este encuentro se concluye mi peregrinación a San Giovanni Rotondo. Agradezco al arzobispo de Lecce, administrador apostólico de esta diócesis, monseñor Domenico Umberto D'Ambrosio, y al padre Mauro Jöhri, ministro general de los Frailes Menores Capuchinos, las palabras de cordial bienvenida que me han dirigido en vuestro nombre. Mi saludo se dirige ahora a vosotros, queridos sacerdotes, que estáis comprometidos cada día al servicio del pueblo de Dios como guías sabios y obreros asiduos en la viña del Señor. También saludo con afecto a las queridas personas consagradas, llamadas a dar un testimonio de entrega total a Cristo mediante la práctica fiel de los consejos evangélicos.

152 Os saludo en particular a vosotros, queridos frailes capuchinos, que cuidáis con amor este oasis de espiritualidad y de solidaridad evangélica, acogiendo peregrinos y devotos atraídos por el recuerdo vivo de vuestro santo hermano el padre Pío de Pietrelcina. Gracias de corazón por este valioso servicio que prestáis a la Iglesia y a las almas que aquí redescubren la belleza de la fe y el calor de la ternura divina.

Os saludo a vosotros, queridos jóvenes, a los que el Papa mira con confianza como el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Aquí, en San Giovanni Rotondo, todo habla de la santidad de un humilde fraile y celoso sacerdote que esta tarde nos invita también a nosotros a abrir el corazón a la misericordia de Dios, nos exhorta a ser santos, es decir, sinceros y verdaderos amigos de Jesús. Y gracias por las palabras de vuestros jóvenes representantes.

Queridos sacerdotes, precisamente anteayer, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada de santidad sacerdotal, iniciamos el Año sacerdotal, durante el cual recordaremos con veneración y afecto el 150° aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el santo cura de Ars. En la carta que escribí para esta ocasión quise subrayar cuán importante es la santidad de los sacerdotes para la vida y la misión de la Iglesia.

Al igual que el cura de Ars, también el padre Pío nos recuerda la dignidad y la responsabilidad del ministerio sacerdotal. ¿Quién no quedaba impresionado por el fervor con que revivía la Pasión de Cristo en cada celebración eucarística? De su amor a la Eucaristía brotaba en él, como en el cura de Ars, una disponibilidad total a acoger a los fieles, sobre todo a los pecadores. Además, si san Juan María Vianney, en una época atormentada y difícil, trató de hacer, de todas las maneras posibles, que sus parroquianos descubrieran de nuevo el significado y la belleza de la penitencia sacramental, para el santo fraile del Gargano la solicitud por las almas y la conversión de los pecadores fueron un anhelo que lo consumó hasta la muerte.

¡Cuántas personas cambiaron de vida gracias a su paciente ministerio sacerdotal! ¡Cuántas largas horas pasaba en el confesonario! Al igual que para el cura de Ars, precisamente el ministerio de confesor constituyó el mayor título de gloria y el rasgo distintivo de este santo capuchino. Por eso, ¿cómo no darnos cuenta de la importancia de participar devotamente en la celebración eucarística y acudir con frecuencia al sacramento de la Confesión? En particular, el sacramento de la Penitencia se ha de valorar aún más, y los sacerdotes nunca deberían resignarse a ver sus confesonarios desiertos ni limitarse a constatar el desinterés de los fieles ante esta extraordinaria fuente de serenidad y de paz.

Hay otra gran lección que podemos sacar de la vida del padre Pío: el valor y la necesidad de la oración. A quien le preguntaba qué pensaba de sí mismo solía responder: "No soy más que un pobre fraile que ora". Y, efectivamente, oraba siempre y por doquier con humildad, confianza y perseverancia. Este es un punto fundamental, no sólo para la espiritualidad del sacerdote, sino también para la de todo cristiano, y mucho más para la vuestra, queridos religiosos y religiosas, escogidos para seguir más de cerca a Cristo mediante la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia.

A veces nos puede asaltar cierto desaliento ante el debilitamiento e incluso ante el abandono de la fe, que se produce en nuestras sociedades secularizadas. Seguramente hace falta encontrar nuevos canales para comunicar la verdad evangélica a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero dado que el contenido esencial del anuncio cristiano sigue siendo siempre el mismo, es necesario volver a su manantial originario, a Jesucristo, que es "el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8). La historia humana y espiritual del padre Pío enseña que sólo un alma íntimamente unida al Crucificado logra transmitir también a los lejanos la alegría y la riqueza del Evangelio.

Al amor a Cristo está inevitablemente unido el amor a su Iglesia, guiada y animada por la fuerza del Espíritu Santo, en la cual cada uno de nosotros tiene un papel y una misión que desempeñar. Queridos sacerdotes, queridos religiosos y religiosas, son diversas las misiones que os han sido encomendadas y los carismas de los que sois intérpretes, pero debéis realizarlos siempre con el mismo espíritu, para que vuestra presencia y vuestra acción en medio del pueblo cristiano sea testimonio elocuente de la primacía de Dios en vuestra vida. ¿No era esto precisamente lo que todos percibían en san Pío de Pietrelcina?

Permitid ahora que dirija unas palabras en particular a los jóvenes, que veo en gran número y entusiastas. Queridos amigos, gracias por vuestra calurosa acogida y por los fervientes sentimientos de los que se han hecho intérpretes vuestros representantes. He notado que el plan pastoral de vuestra diócesis para el trienio 2007-2010 dedica mucha atención a la misión en favor de la juventud y la familia, y estoy seguro de que del itinerario de escucha, confrontación, diálogo y verificación en el que estáis comprometidos brotarán una atención cada vez mayor a las familias y una escucha puntual de las expectativas reales de las nuevas generaciones.

Tengo presentes los problemas que os preocupan, queridos muchachos y muchachas, y que amenazan con ahogar el entusiasmo típico de vuestra juventud. Entre ellos, cito en particular el fenómeno del desempleo, que afecta de manera dramática a no pocos jóvenes y muchachas del sur de Italia. No os desalentéis. Sed "jóvenes de gran corazón", como os han repetido con frecuencia durante este año desde la Misión diocesana juvenil, animada y guiada por el Seminario regional de Molfetta en septiembre del año pasado.

La Iglesia no os abandona. Vosotros no abandonéis la Iglesia. Es necesaria vuestra aportación para construir comunidades cristianas vivas y sociedades más justas y abiertas a la esperanza. Y si queréis tener un "gran corazón", seguid el ejemplo de Jesucristo. Precisamente anteayer contemplamos su gran Corazón, lleno de amor a la humanidad. Él jamás os abandonará o traicionará vuestra confianza; jamás os llevará por senderos equivocados.

153 Como el padre Pío, sed también vosotros amigos fieles del Señor Jesús, manteniendo con él una relación diaria mediante la oración y la escucha de su Palabra, la práctica asidua de los sacramentos y la pertenencia cordial a su familia, que es la Iglesia. Esto debe estar en la base del programa de vida de cada uno de vosotros, queridos jóvenes, así como de vosotros, queridos sacerdotes, y de vosotros, queridos religiosos y religiosas.

A cada uno y a cada una aseguro mi oración, a la vez que imploro la protección maternal de Santa María de las Gracias, que vela sobre vosotros desde su santuario, en cuya cripta descansan los restos del padre Pío. De corazón os doy las gracias, una vez más, por vuestra acogida y os bendigo a todos, así como a vuestras familias, a vuestras comunidades, a vuestras parroquias y a toda vuestra diócesis.



Discursos 2009 145