Discursos 2009 153


A LA REUNIÓN DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)

Sala Clementina

Jueves 25 de junio de 2009



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

1. Para mí es una grata tradición acogeros al concluir la segunda sesión anual de la Reunión de las Obras para la ayuda a las Iglesias orientales. Agradezco al señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Correspondo a ellas con un cordial saludo, que extiendo de buen grado al arzobispo secretario, monseñor Cyril Vasil', y al subsecretario, recientemente nombrados, a los demás colaboradores del dicasterio y al cardenal Foley. Saludo a los excelentísimos prelados y al custodio de Tierra Santa aquí reunidos con los representantes de las agencias católicas internacionales y de la Bethlehem University.

Queridos amigos, os agradezco de corazón lo que estáis haciendo en favor de las comunidades orientales y latinas presentes en los territorios confiados a esa Congregación y en las demás regiones del mundo, donde los hijos del Oriente católico, con sus pastores, se esfuerzan por construir una convivencia pacífica junto con los fieles de otras confesiones cristianas y de diversas religiones.

2. Con la fiesta de San Pedro y San Pablo, ya cercana, se concluye el Año dedicado al Apóstol de los gentiles por el bimilenario de su nacimiento. Conquistado por Cristo y arrebatado por el Espíritu Santo, fue testigo privilegiado del misterio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Su palabra inspirada y su testimonio, confirmado por el don supremo del martirio, constituyen un elogio incomparable de la caridad cristiana y son de gran actualidad. Me refiero en particular al Himno a la caridad de la primera carta a los Corintios (cf. 1Co 13). A través de Pablo de Tarso, la Palabra de Dios nos indica sin lugar a duda que la caridad "es lo más grande" para los discípulos de Cristo. Es la fuente fecunda de todo servicio eclesial, su medida, su método y su comprobación. Por vuestra adhesión a la ROACO, deseáis vivir esta caridad, ofreciendo en particular vuestra disponibilidad al Obispo de Roma a través de la Congregación para las Iglesias orientales. De esta forma "debe continuar, más aún, debe crecer el movimiento de caridad que, por mandato del Papa, lleva a cabo la Congregación para que, de modo ordenado y equitativo, Tierra Santa y las demás regiones orientales reciban la ayuda espiritual y material necesaria para hacer frente a la vida eclesial ordinaria y a necesidades particulares" (Discurso a la Congregación para las Iglesias orientales, 9 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 6).

3. El encuentro de hoy me hace revivir la alegría de mi reciente peregrinación a Tierra Santa. Al respecto renuevo mi gratitud al patriarca de Jerusalén de los latinos, al representante pontificio para Israel y los Territorios Palestinos, al padre custodio y a todos los que han contribuido a hacer fructífera mi peregrinación. Efectivamente, hubo muchos momentos de gracia, en los que pude animar y confortar a las comunidades católicas de Tierra Santa, exhortando a sus miembros a perseverar en su testimonio, un testimonio lleno de fidelidad, celebración y a veces gran sufrimiento.

154 También recordé a los cristianos de la región su responsabilidad ecuménica e interreligiosa, en sintonía con el espíritu del concilio Vaticano II. Renuevo mi oración y mi llamamiento para que nunca más haya guerra, violencia e injusticia. Deseo aseguraros que la Iglesia universal está al lado de todos nuestros hermanos y hermanas que viven en Tierra Santa. Esta preocupación se refleja de forma especial en la colecta anual para Tierra Santa. Por eso, exhorto a vuestras agencias de la ROACO a continuar sus actividades caritativas con celo y con fidelidad al Sucesor de Pedro.

4. Queridos amigos de la ROACO, con especial reconocimiento por vuestro trabajo, me uno a todos ante esta difícil situación económica mundial, que pone en peligro el servicio caritativo eclesial en general, así como los proyectos de vuestras organizaciones benéficas ya puestos en marcha y los previstos para el futuro. Quiero aprovechar esta oportunidad para exhortaros a vosotros y a las Obras que representáis a un esfuerzo suplementario. Con espíritu de fe, así como con el análisis de los expertos y con el necesario realismo se pueden tomar las decisiones adecuadas y afrontar de modo eficaz la situación actual, por ejemplo, la situación de los refugiados y los emigrantes, que afecta de modo especial a las Iglesias orientales, y la reconstrucción de la Franja de Gaza, que sigue siendo abandonada a sí misma, teniendo en cuenta al mismo tiempo la legítima preocupación de Israel por su seguridad. Ante los desafíos sin precedentes, el servicio caritativo de la Iglesia puede proporcionar recursos eficaces y seguros de inversión para el presente y el futuro.

5. Queridos amigos, en diversas ocasiones he subrayado la importancia de la educación del pueblo de Dios; y ahora que acabamos de comenzar el Año sacerdotal, me urge más aún recomendaros que pongáis el máximo empeño en ayudar a los sacerdotes y apoyar a los seminarios. Cuando, el viernes pasado, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, inauguré este singular Año jubilar, encomendé al Corazón de Cristo y al de su Madre Inmaculada a todos los sacerdotes del mundo, y de modo especial a aquellos que tanto en Oriente como en Occidente están viviendo momentos de dificultad y de prueba. Aprovecho esta ocasión para invitaros también a vosotros a orar por los presbíteros. Os pido que sigáis apoyándome también a mí, Sucesor del apóstol san Pedro, para que pueda llevar plenamente a cabo mi misión al servicio de la Iglesia universal.

Gracias, una vez más, por el trabajo que estáis realizando. Que Dios os lo recompense abundantemente. Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros seres queridos, a las comunidades y a las agencias que representáis, la confortadora bendición apostólica.


A LOS OBISPOS DE VIETNAM EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 27 de junio de 2009



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con gran alegría, pastores de la Iglesia católica que está en Vietnam. Nuestro encuentro reviste un significado particular en estos días en que toda la Iglesia celebra la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y es para mí un gran consuelo pues conozco los profundos vínculos de fidelidad y de amor que los fieles de vuestro país tienen con la Iglesia y con el Papa.

Habéis venido a las tumbas de estos dos Príncipes de los Apóstoles para manifestar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y fortalecer la unidad que debe existir siempre entre vosotros y que debe crecer aún más. Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Pierre Nguyên Van Nhon, obispo de Ðà Lat, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Permitidme saludar en particular a los obispos que han sido nombrados desde vuestra última visita ad limina. También quiero recordar al venerado cardenal Paul Joseph Pham Ðính Tung, arzobispo de Hanoi durante muchos años. Con vosotros doy gracias a Dios por el celo pastoral que desplegó con humildad, con un profundo amor paternal a su pueblo y gran fraternidad con sus sacerdotes. Que el ejemplo de santidad, de humildad, de sencillez de vida de los grandes pastores de vuestro país sean un estímulo para vosotros en vuestro ministerio episcopal al servicio del pueblo vietnamita, al que deseo expresar mi profunda estima.

Queridos hermanos en el episcopado, hace pocos días comenzó el Año sacerdotal, que permitirá poner de relieve la grandeza y la belleza del ministerio de los sacerdotes. Os pido que deis las gracias a los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, de vuestro amado país por su vida consagrada al Señor y por sus esfuerzos pastorales con vistas a la santificación del pueblo de Dios. Cuidad de ellos, llenaos de comprensión hacia ellos y ayudadles a completar su formación permanente. Para ser un guía auténtico y conforme al corazón de Dios y a la enseñanza de la Iglesia, el sacerdote debe profundizar en su vida interior y tender a la santidad, como hizo el humilde párroco de Ars. El florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, sobre todo en la vida consagrada femenina, es un don del Señor para vuestra Iglesia. Demos gracias a Dios por sus carismas particulares, que debéis fomentar, respetándolos y promoviéndolos.

En vuestra carta pastoral del año pasado mostrasteis una atención especial a los fieles laicos, poniendo de relieve el papel de su vocación en el ámbito familiar. Es de desear que cada familia católica, enseñando a los niños a vivir con una conciencia recta, en la lealtad y la verdad, se convierta en un hogar de valores y virtudes humanas, en una escuela de fe y amor a Dios. Con su vida basada en la caridad, la honradez y el amor al bien común, los laicos católicos deben demostrar que un buen católico es también un buen ciudadano. Por eso, velad atentamente por su buena formación, promoviendo su vida de fe y su nivel cultural, a fin de que puedan servir eficazmente a la Iglesia y la sociedad.

155 Quiero encomendar de modo especial a los jóvenes a vuestra solicitud, sobre todo a los que viven en zonas rurales y se sienten atraídos por la ciudad para cursar estudios superiores y encontrar trabajo. Sería de desear que se desarrollara una pastoral adecuada a estos jóvenes inmigrantes internos, comenzando por reforzar, también aquí, la colaboración entre las diócesis de origen de los jóvenes y las diócesis de destino, dándoles orientaciones éticas y directrices prácticas.

La Iglesia que está en Vietnam se está preparando actualmente para la celebración del 50° aniversario de la erección de la jerarquía episcopal vietnamita. Esta celebración, que estará marcada sobre todo por el Año jubilar 2010, os permitirá compartir con entusiasmo la alegría de la fe con todos los vietnamitas y renovar sus compromisos misioneros. En esa ocasión, es necesario invitar al pueblo de Dios a dar gracias por el don de la fe en Jesucristo. Este don fue acogido generosamente, vivido y testimoniado por muchos mártires, que proclamaron la verdad y la universalidad de la fe en Dios. En este sentido, dar testimonio de Cristo es un servicio supremo que la Iglesia puede ofrecer a Vietnam y a todos los pueblos de Asia, pues responde a la búsqueda profunda de la verdad y de los valores que garantizan el desarrollo humano integral (cf. Ecclesia in Asia). Ante los numerosos problemas que encuentra actualmente este testimonio, es necesaria una colaboración más estrecha entre las distintas diócesis, entre las diócesis y las congregaciones religiosas, y entre las propias congregaciones religiosas.

La carta pastoral que vuestra Conferencia episcopal publicó en 1980 subraya que "la Iglesia de Cristo está en medio de su pueblo". Aportando su especificidad —el anuncio de la buena nueva de Cristo—, la Iglesia contribuye al desarrollo humano y espiritual de las personas, pero también al desarrollo de vuestro país. Su participación en este proceso es un deber y una contribución importante, sobre todo en este momento en el que Vietnam se está abriendo cada vez más a la comunidad internacional.

Sabéis, como yo, que es posible una sana colaboración entre la Iglesia y la comunidad política. Al respecto, la Iglesia invita a todos sus miembros a comprometerse lealmente en la construcción de una sociedad justa, solidaria y equitativa. No quiere de ningún modo sustituir a los responsables del gobierno; sólo desea poder participar, con espíritu de diálogo y de cooperación respetuosa, en la vida de la nación, al servicio de todo el pueblo. Al participar activamente, en el lugar que le corresponde y de acuerdo con su vocación específica, la Iglesia nunca puede renunciar al ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes. Por otra parte, nunca habrá una situación en la que no sea necesaria la caridad de cada cristiano, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor (cf. Deus caritas est ). Además, me parece importante subrayar que las religiones no constituyen un peligro para la unidad de la nación; al contrario, tratan de ayudar a las personas a santificarse y, a través de sus instituciones, desean ponerse al servicio del prójimo generosa y desinteresadamente.

Señor cardenal, queridos hermanos en el episcopado, al regresar a vuestro país transmitid el cordial saludo del Papa a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los fieles, sobre todo a los más pobres y a los que sufren física y espiritualmente. Los animo vivamente a permanecer fieles a la fe recibida de los Apóstoles, de la que son testigos generosos en condiciones a menudo difíciles, y a demostrar la humilde firmeza que la exhortación apostólica Ecclesia in Asia (cf. n. ) reconoció como característica suya. Que el Espíritu del Señor sea su guía y su fuerza.

Encomendándoos a la protección materna de Nuestra Señora de La Vang y a la intercesión de los santos mártires de Vietnam, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.



A UNA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA

Sábado 27 de junio de 2009



"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ep 1,2).

Venerables hermanos:

Con estas palabras, san Pablo, "apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios", se dirige "a los santos" que viven en Éfeso y a los "fieles en Cristo Jesús" (Ep 1,1). Hoy, con este anuncio de paz y de salvación, deseo daros la bienvenida en la fiesta patronal de san Pedro y san Pablo, con la que vamos a concluir el Año paulino.

El año pasado, el patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé i quiso honrarnos con su presencia para celebrar juntos la inauguración de este año de oración, reflexión e intercambio de gestos de comunión entre Roma y Constantinopla. Nosotros, por nuestra parte, tuvimos la alegría de enviar una delegación a las celebraciones análogas organizadas por el Patriarcado ecuménico. No podía ser de otra manera en este año consagrado a san Pablo, que recomienda encarecidamente "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" y nos enseña que hay "un solo Cuerpo y un solo Espíritu" (Ep 4,3-4).

156 Así pues, sed bienvenidos, queridos hermanos que habéis sido enviados por Su Santidad el Patriarca ecuménico, al cual os pido que llevéis mi saludo cordial y fraterno en el Señor. Juntos daremos gracias al Señor por todos los frutos y beneficios que nos ha aportado la celebración del bimilenario del nacimiento de san Pablo. Celebraremos en la concordia la fiesta de san Pedro y san Pablo, los protóthroni de los Apóstoles, como los invoca la tradición litúrgica ortodoxa, es decir, los que ocupan el primer lugar entre los Apóstoles y a los que se define "maestros de la ecumene".
Con vuestra presencia, que es signo de fraternidad eclesial, nos recordáis nuestro compromiso común en la búsqueda de la comunión plena. Ya lo sabéis, pero me complace confirmar hoy una vez más que la Iglesia católica quiere contribuir de todas las maneras que le sean posibles al restablecimiento de la unidad plena, a fin de responder a la voluntad de Cristo para sus discípulos y conservando en la memoria la enseñanza de san Pablo, que nos recuerda que hemos sido llamados "a una misma esperanza".

Desde esta perspectiva, podemos considerar con confianza el buen desarrollo de los trabajos de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre ortodoxos y católicos, que se reunirá el próximo mes de octubre con el fin de afrontar un tema crucial para las relaciones entre Oriente y Occidente: el "papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia durante el primer milenio". El estudio de este aspecto es indispensable para poder profundizar globalmente en esta cuestión en el marco actual de la búsqueda de la comunión plena. Esta comisión, que ya ha llevado a cabo un importante trabajo, será generosamente recibida por la Iglesia ortodoxa de Chipre, a la que expresamos desde ahora toda nuestra gratitud por la acogida fraterna y el clima de oración que enmarcarán nuestras conversaciones y facilitarán nuestra labor y la comprensión mutua.

Deseo que los participantes en el diálogo católico-ortodoxo sepan que los acompaño con mis oraciones y que este diálogo tiene el pleno apoyo de la Iglesia católica. De todo corazón, espero que los malentendidos y las tensiones que se produjeron entre los delegados ortodoxos en las últimas sesiones plenarias de esta comisión se superen con amor fraterno, de manera que este diálogo cuente con una representación ortodoxa más amplia.

Muy queridos hermanos, os doy una vez más las gracias por estar entre nosotros en este día y os ruego que transmitáis mi saludo fraterno al Patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé i, al Santo Sínodo y a todo el clero, así como al pueblo de los fieles ortodoxos. Que el gozo de la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, que celebramos tradicionalmente el mismo día, llene vuestro corazón de confianza y de esperanza.


A LOS ARZOBISPOS QUE HABÍAN RECIBIDO EL PALIO, CON SUS FAMILIARES Y AMIGOS

Sala Pablo VI

Martes 30 de junio de 2009



Queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Después de las celebraciones de la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, es para mí un verdadero placer encontrarme, en audiencia especial, con todos vosotros, arzobispos metropolitanos que habéis recibido el palio ayer, en la basílica vaticana, y acoger también a vuestros familiares y amigos que os acompañan. Así se prolonga la alegría de la comunión vivida en la fiesta de los dos grandes Apóstoles, en la que os impuse el palio, símbolo de la unidad que vincula a los pastores de las Iglesias particulares con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma. Os doy mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que procedéis de todos los continentes, mostrando de modo significativo el rostro de la Iglesia católica extendida por toda la tierra.

Me dirijo ante todo a vosotros, amados pastores de la Iglesia que está en Italia. Saludo a monseñor Giuseppe Betori, arzobispo de Florencia; a monseñor Salvatore Pappalardo, arzobispo de Siracusa; y a monseñor Domenico Umberto D'Ambrosio, arzobispo de Lecce. Nos encontramos al inicio del Año sacerdotal; por tanto, debéis esforzaros por ser pastores ejemplares, celosos y llenos de amor al Señor y a vuestras comunidades. Así podréis guiar y sostener firmemente a los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores en el ministerio pastoral, y cooperar de modo eficaz en la difusión del reino de Dios en la amada tierra de Italia.

157 Me alegra acoger a los peregrinos de lengua francesa que han venido a acompañar a los nuevos arzobispos metropolitanos a los que tuve la alegría de imponer el palio. Ante todo saludo a monseñor Ghaleb Moussa Abdalla Bader, arzobispo de Argel (Argelia); a monseñor Pierre-André Fournier, arzobispo de Rimouski (Canadá); a monseñor Joseph Aké Yapo, arzobispo de Gagnoa (Costa de Marfil); a monseñor Marcel Utembi Tapa, arzobispo de Kisangani (República democrática del Congo); y a monseñor Philippe Ouédraogo, arzobispo de Uagadugu (Burkina Faso).

Dirijo también mi cordial saludo a los obispos, los sacerdotes y los fieles de vuestros países, asegurándoles mi oración ferviente. El palio es signo de comunión particular con el Sucesor de Pedro. Que este signo sea también para los sacerdotes y los fieles de vuestras diócesis una llamada a consolidar cada vez más una auténtica comunión con sus pastores y entre todos los miembros de la Iglesia.

Extiendo mi saludo cordial a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa a los que ayer impuse el palio: a monseñor Paul Mandla Khumalo, arzobispo de Pretoria (República Sudafricana); a monseñor J. Michael Miller, arzobispo de Vancouver (Canadá); a monseñor Allen Henry Vigneron, arzobispo de Detroit (Estados Unidos); a monseñor Anicetus Bongsu Antonius Sinaga, arzobispo de Medan (Indonesia); a monseñor Philip Naameh, arzobispo de Tamale (Ghana); a monseñor Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York (Estados Unidos); a monseñor Vincent Gerard Nichols, arzobispo de Westminster (Reino Unido); a monseñor Robert James Carlson, arzobispo de Saint Louis (Estados Unidos); a monseñor Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, arzobispo de Bangkok (Tailandia); a monseñor George Joseph Lucas, arzobispo de Omaha (Estados Unidos); a monseñor Gregory Michael Aymond, arzobispo de Nueva Orleans (Estados Unidos); y a monseñor Albert Malcom Ranjith Patebendige Don, arzobispo de Colombo (Sri Lanka).

También doy la bienvenida a sus familiares, a sus parientes, a sus amigos y a los fieles de sus respectivas archidiócesis, que han venido a Roma para orar con ellos y compartir su alegría en esta feliz ocasión. Los arzobispos reciben el palio de manos del Sucesor de Pedro y lo llevan como signo de comunión en la fe, en el amor y en el gobierno del pueblo de Dios. También recuerda a los pastores su responsabilidad de apacentar la grey según el corazón de Jesús. A todos os imparto con afecto mi bendición apostólica como prenda de paz y gozo en el Señor.

Saludo cordialmente a los arzobispos metropolitanos de lengua española venidos a Roma para la solemne ceremonia de la imposición del palio: Domingo Díaz Martínez, de Tulancingo; Manuel Felipe Díaz Sánchez, de Calabozo; José Luis Escobar Alas, de San Salvador; Carlos Osoro Sierra, de Valencia; Víctor Sánchez Espinosa, de Puebla de los Ángeles; Carlos Aguiar Retes, de Tlalnepantla; Ismael Rueda Sierra, de Bucaramanga; y Braulio Rodríguez Plaza, de Toledo, así como a los familiares, amigos, sacerdotes y fieles de sus respectivas Iglesias particulares, que los acompañan.

Queridos hermanos en el episcopado, que las cruces de seda negra que el palio lleva bordadas os recuerden que debéis configuraros cada día más con Jesucristo. Siguiendo sus huellas de buen Pastor, sed siempre signos de unidad en medio de vuestros fieles, afianzando vuestros lazos de comunión con el Sucesor de Pedro, con vuestros obispos sufragáneos y con todos los que colaboran en vuestra misión evangelizadora. En este Año sacerdotal apenas iniciado, llevad muy dentro de vuestro corazón a vuestros presbíteros, quienes esperan de vosotros un trato afable, como padres y hermanos que los acogen, escuchan y se preocupan de ellos. Bajo el amparo de María santísima, Reina de los Apóstoles, que es tan venerada en las tierras de las que procedéis, México, Venezuela, El Salvador, Colombia y España, pongo vuestras personas y vuestras comunidades diocesanas.

Acojo con alegría a los familiares y amigos de los nuevos arzobispos metropolitanos de Brasil, que han venido para acompañarlos en la imposición del palio, signo de profunda comunión con el Sucesor de Pedro. En esta comunión dirijo un saludo particular a monseñor Sérgio da Rocha, arzobispo de Teresina; a monseñor Maurício Grotto de Camargo, arzobispo de Botucatu; a monseñor Gil Antônio Moreira, arzobispo de Juiz de Fora; y a monseñor Orani João Tempesta, arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro. Transmitid mi saludo a los presbíteros y a todos los fieles de vuestras archidiócesis, para que, unidos en la misma fe de Pedro, contribuyan a la evangelización de la sociedad. Como prenda de alegría y de paz en el Señor, imparto a todos mi bendición.

Lo saludo a usted, monseñor Mieczyslaw Mokrzycki, arzobispo de Lvov de los latinos, y a todos los que lo acompañan en este momento de viva comunión eclesial. Una vez más, le agradezco el servicio que ha prestado a la Iglesia como colaborador mío y, antes, de mi venerado predecesor Juan Pabloii. Que el Espíritu del Señor lo acompañe en el ministerio pastoral en favor de los fieles encomendados a su solicitud, a los que envío un cordial saludo.

Saludo cordialmente a los polacos aquí presentes. En particular saludo a monseñor Andrzej Dziega, nuevo arzobispo metropolitano de Szczecin-Kamien, que ayer recibió el palio, y a los fieles procedentes de esa metrópolis. Que en el Año sacerdotal el palio sea también para los presbíteros un símbolo y un desafío para construir la comunión con su obispo, entre ellos y también con los fieles. Implorando para todos vosotros los dones de la caridad divina, de corazón os bendigo. ¡Alabado sea Jesucristo!

Queridos hermanos y hermanas, que la memoria de los Protomártires de Roma, que celebramos hoy, sea para cada uno de vosotros estímulo a un amor cada vez más intenso a Jesucristo y a su Iglesia. Que os acompañe la maternal asistencia de María, Madre de la Iglesia, de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y de san Juan María Vianney. A todos y cada uno os imparto mi bendición.


Julio de 2009




A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO EUROPEO DE PASTORAL VOCACIONAL

Sala Clementina
158

Sábado 4 de julio de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

Con verdadera alegría me encuentro con vosotros, pensando en el valioso servicio pastoral que realizáis en el ámbito de la promoción, animación y discernimiento de las vocaciones. Habéis venido a Roma para participar en un congreso de reflexión, confrontación e intercambio entre las Iglesias de Europa, que tiene por tema "Sembradores del Evangelio de la vocación: una Palabra que llama y envía" y cuya finalidad es dar nuevo impulso a vuestro compromiso en favor de las vocaciones.

Para cada diócesis, la atención a las vocaciones constituye una de las prioridades pastorales, que asume más valor aún en el contexto del Año sacerdotal recién iniciado. Por eso, saludo de corazón a los obispos delegados para la pastoral vocacional de las distintas Conferencias episcopales, así como a los directores de los centros vocacionales nacionales, a sus colaboradores y a todos los presentes.

En el centro de vuestros trabajos habéis puesto la parábola evangélica del sembrador. El Señor arroja con abundancia y gratuidad la semilla de la Palabra de Dios, aun sabiendo que podrá encontrar una tierra inadecuada, que no le permitirá madurar a causa de la aridez, y que apagará su fuerza vital ahogándola entre zarzas. Con todo, el sembrador no se desalienta porque sabe que parte de esta semilla está destinada a caer en "tierra buena", es decir, en corazones ardientes y capaces de acoger la Palabra con disponibilidad, para hacerla madurar en la perseverancia, de modo que dé fruto con generosidad para bien de muchos.

La imagen de la tierra puede evocar la realidad más o menos buena de la familia; el ambiente con frecuencia árido y duro del trabajo; los días de sufrimiento y de lágrimas. La tierra es, sobre todo, el corazón de cada hombre, en particular de los jóvenes, a los que os dirigís en vuestro servicio de escucha y acompañamiento: un corazón a menudo confundido y desorientado, pero capaz de contener en sí energías inimaginables de entrega; dispuesto a abrirse en las yemas de una vida entregada por amor a Jesús, capaz de seguirlo con la totalidad y la certeza que brota de haber encontrado el mayor tesoro de la existencia. Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el Señor. Únicamente después de la siembra abundante y generosa de la Palabra de Dios podemos adentrarnos en los senderos de acompañar y educar, de formar y discernir. Todo ello va unido a esa pequeña semilla, don misterioso de la Providencia celestial, que irradia una fuerza extraordinaria, pues la Palabra de Dios es la que realiza eficazmente por sí misma lo que dice y desea.

Hay otra palabra de Jesús que utiliza la imagen de la semilla, y que se puede relacionar con la parábola del sembrador: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). Aquí el Señor insiste en la correlación entre la muerte de la semilla y el "mucho fruto" que dará. El grano de trigo es él, Jesús. El fruto es la "vida en abundancia" (Jn 10,10), que nos ha adquirido mediante su cruz. Esta es también la lógica y la verdadera fecundidad de toda pastoral vocacional en la Iglesia: como Cristo, el sacerdote y el animador deben ser un "grano de trigo", que renuncia a sí mismo para hacer la voluntad del Padre; que sabe vivir oculto, alejado del clamor y del ruido; que renuncia a buscar la visibilidad y la grandeza de imagen que hoy a menudo se convierten en criterios e incluso en finalidades de la vida en buena parte de nuestra cultura y fascinan a muchos jóvenes.

Queridos amigos, sed sembradores de confianza y de esperanza, pues la juventud de hoy vive inmersa en un profundo sentido de extravío. Con frecuencia las palabras humanas carecen de futuro y de perspectiva; carecen incluso de sentido y de sabiduría. Se difunde una actitud de impaciencia frenética y una incapacidad de vivir el tiempo de la espera. Sin embargo, esta puede ser la hora de Dios: su llamada, mediante la fuerza y la eficacia de la Palabra, genera un camino de esperanza hacia la plenitud de la vida. La Palabra de Dios puede ser de verdad luz y fuerza, manantial de esperanza; puede trazar una senda que pasa por Jesús, "camino" y "puerta", a través de su cruz, que es plenitud de amor.

Este es el mensaje que nos deja el Año paulino recién concluido. San Pablo, conquistado por Cristo, fue un promotor y formador de vocaciones, como bien se desprende de los saludos de sus cartas, donde aparecen decenas de nombres propios, es decir, rostros de hombres y mujeres que colaboraron con él al servicio del Evangelio. Este es también el mensaje del Año sacerdotal recién iniciado: el santo cura de Ars, Juan María Vianney —que constituye el "faro" de este nuevo itinerario espiritual— fue un sacerdote que dedicó su vida a la guía espiritual de las personas, con humildad y sencillez, "gustando y viendo" la bondad de Dios en las situaciones ordinarias. Así, fue un verdadero maestro en el ministerio de la consolación y del acompañamiento vocacional.

Por tanto, el Año sacerdotal brinda una magnífica oportunidad para volver a encontrar el sentido profundo de la pastoral vocacional, así como sus opciones fundamentales de método: el testimonio, sencillo y creíble; la comunión, con itinerarios concertados y compartidos en la Iglesia particular; la cotidianidad, que educa a seguir al Señor en la vida de todos los días; la escucha, guiada por el Espíritu Santo, para orientar a los jóvenes en la búsqueda de Dios y de la verdadera felicidad; y, por último, la verdad, que es lo único que puede generar libertad interior.

Que la Palabra de Dios, queridos hermanos y hermanas, sea en cada uno de vosotros fuente de bendición, de consuelo y de confianza renovada, para que podáis ayudar a muchos a "ver" y "tocar" al Jesús que ya han acogido como Maestro. Que la Palabra del Señor habite siempre en vosotros, renueve en vuestro corazón la luz, el amor y la paz que sólo Dios puede dar, y os capacite para testimoniar y anunciar el Evangelio, fuente de comunión y de amor. Con este deseo, que encomiendo a la intercesión de María santísima, os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.



AL SEÑOR CARL-HENRI GUITEAU, EMBAJADOR DE HAITÍ ANTE LA SANTA SEDE

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Lunes 6 de julio de 2009



Señor embajador:

Recibo a su excelencia con alegría con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como enviado extraordinario y plenipotenciario de Haití ante la Santa Sede, una misión que no le es desconocida, pues ya ha desempeñado este mismo cargo ante la Sede apostólica de 2002 a 2004.

Le estoy muy agradecido por haberme transmitido el cordial mensaje que me dirige su excelencia el señor René Garcia Préval, presidente de la República. Le ruego que le exprese mis mejores deseos para él y para todos los haitianos, deseándoles que vivan con dignidad y seguridad y construyan una sociedad cada vez más justa y fraterna. Señor embajador, al agradecerle sus amables palabras, quiero mencionar también la próxima celebración del 150° aniversario del concordato entre la Santa Sede y Haití, el más antiguo de América. Con esta ocasión, me alegran los numerosos frutos que esos acuerdos han producido para la Iglesia y para la nación, destacando una vez más, al respecto, que en Haití la comunidad católica siempre ha gozado de la estima de las autoridades y de la población.

En los últimos meses, excelencia, su país ha sufrido catástrofes naturales que han causado graves daños en todo el territorio nacional. Las numerosas destrucciones provocadas por los huracanes en el ámbito de la agricultura han agravado la ya difícil situación de muchas familias. Espero que la solidaridad internacional, a la que he apelado varias veces el año pasado, siga manifestándose. De hecho, es necesario que en este período particularmente delicado de la vida nacional, la comunidad internacional muestre signos concretos de apoyo a las personas necesitadas. Además, como es sabido, en los últimos años muchos haitianos han dejado el país para buscar en otros lugares recursos para mantener a sus familias. Por tanto, es de desear que, a pesar de las situaciones administrativas a veces problemáticas, se encuentren soluciones rápidas que permitan a esas familias vivir reunidas.

La vulnerabilidad de su país a las tempestades, a veces violentas, que regularmente lo azotan, también ha llevado a tomar mayor conciencia de la necesidad de cuidar la creación. Hay una especie de parentesco entre el hombre y la creación que debería llevar a respetar toda realidad. La protección del ambiente es un desafío para todos, pues se trata de la defensa y la promoción de un bien colectivo, destinado a todos, responsabilidad que debe impulsar a las generaciones actuales a preocuparse por las generaciones futuras. La explotación imprudente de los recursos de la creación y sus consecuencias, que con mucha frecuencia afectan seriamente a la vida de los más pobres, sólo podrán afrontarse eficazmente con opciones políticas y económicas acordes con la dignidad humana, así como con una cooperación internacional efectiva.

Con todo, en su país no faltan signos de esperanza. Se fundan, en particular, en los valores humanos y cristianos que existen en la sociedad haitiana, como el respeto a la vida, el apego a la familia, el sentido de responsabilidad y, sobre todo, la fe en Dios, que no abandona a quienes confían en él. La adhesión a estos valores permite evitar los numerosos males que amenazan la vida social y familiar. Asimismo, animo vivamente los esfuerzos de cuantos en su país contribuyen a desarrollar la protección de la vida y a devolver a la institución familiar toda su importancia, especialmente con la recuperación del valor del matrimonio en la vida social. En efecto, "todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la responsabilidad social de la familia" (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 214). Desde esta perspectiva, es esencial proporcionar un verdadero apoyo a las familias necesitadas y asegurar una protección eficaz a las mujeres y a los niños que a veces son víctimas de violencia, abandono o injusticia.

La educación de los jóvenes es también una prioridad para el futuro de la nación. Esta tarea es importante y urgente para mejorar la calidad de la vida humana, tanto a nivel individual como social. De hecho, en la raíz de la pobreza se encuentran a menudo distintas formas de privación cultural. En este ámbito, la Iglesia católica aporta una contribución notable, tanto a través de sus numerosas instituciones educativas como con su presencia en las zonas rurales y aisladas, o también mediante la calidad de la educación y la formación que se imparte en las escuelas católicas. Me alegra saber que estas instituciones son apreciadas por las autoridades y por la población.

En esta feliz ocasión, señor embajador, también deseo saludar cordialmente a la comunidad católica de su país que, guiada por sus obispos, da generosamente testimonio del Evangelio. La aliento a continuar su servicio a la sociedad haitiana, permaneciendo siempre atenta a las necesidades de los más pobres y buscando con todos la unidad de la nación en la fraternidad y la solidaridad. Así será un auténtico signo de esperanza para todos los haitianos.

Señor embajador, al comenzar su noble misión de representante de su país ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos de éxito en su misión y le aseguro que encontrará siempre entre mis colaboradores la comprensión y el apoyo que necesite.

Sobre usted, sobre su familia, sobre sus colaboradores y sobre todo el pueblo haitiano y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


AL SEÑOR HÉCTOR FEDERICO LING ALTAMIRANO,


EMBAJADOR DE MÉXICO ANTE LA SANTA SEDE



Discursos 2009 153