Discursos 2009 178

178 Queridos hermanos y hermanas, el Señor os conceda ser como la sal de la que habla el Evangelio, la sal que da sabor a la vida, para ser obreros fieles en la viña del Señor. En primer lugar, os corresponde a vosotros, queridos obispos y sacerdotes, trabajar incansablemente por el bien de cuantos han sido confiados a vuestra solicitud. Inspiraos siempre en la imagen evangélica del buen Pastor, que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las conduce a un lugar seguro y está dispuesto a dar su vida por ellas (cf. Jn 10,1-19).

Queridas personas consagradas, con la profesión de los consejos evangélicos recordáis el primado que Dios debe tener en la vida de todo ser humano y, viviendo en fraternidad, testimoniáis cuán enriquecedora es la práctica del mandamiento del amor (cf. Jn 13,34). Fieles a esta vocación, ayudaréis a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a dejarse conquistar por Dios y por el Evangelio de su Hijo (cf. Vita consecrata VC 104).

Y vosotros, queridos jóvenes, que estáis en los seminarios o en las casas de formación, esforzaos por adquirir una sólida preparación cultural, espiritual y pastoral. Que en este Año sacerdotal, que convoqué para conmemorar el 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars, os sirva de ejemplo la figura de este pastor totalmente entregado a Dios y a las almas, plenamente consciente de que precisamente su ministerio, animado por la oración, era su camino de santificación.

Queridos hermanos y hermanas, este año recordamos con espíritu agradecido al Señor varios aniversarios: el 280° de la canonización de san Juan Nepomuceno; el 80° de la consagración de esta catedral dedicada a san Vito; y el 20° de la canonización de santa Inés de Praga, acontecimiento que anunció la liberación de vuestro país de la opresión atea. Son muchos motivos para proseguir el camino eclesial con alegría y entusiasmo, contando con la intercesión materna de María, Madre de Dios, y de todos vuestros santos protectores. Amén.


ENCUENTRO ECUMÉNICO

Sala del Trono del Arzobispado de Praga

Domingo 27 de septiembre de 2009



Señores cardenales;
excelencias;
hermanos y hermanas en Cristo:

Doy gracias al Señor omnipotente por la oportunidad que me brinda de encontrarme con vosotros, los representantes de las distintas comunidades cristianas de este país. Agradezco al doctor Cerný, presidente del Consejo mundial de Iglesias en la República Checa, las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en vuestro nombre.

179 Queridos amigos, Europa sigue estando sometida a muchos cambios. Es difícil creer que han pasado sólo dos decenios desde que la caída de los anteriores regímenes puso en marcha una difícil pero provechosa transición hacia estructuras políticas más participativas. En este período, los cristianos se han unido a otros hombres de buena voluntad para ayudar a reconstruir un orden político justo, y siguen comprometidos en el diálogo para abrir nuevos caminos hacia el entendimiento mutuo, la colaboración con vistas a la paz y el progreso del bien común.

A pesar de ello, están emergiendo, con formas nuevas, algunos intentos de marginar el influjo del cristianismo en la vida pública, a veces bajo el pretexto de que sus enseñanzas son perjudiciales para el bienestar de la sociedad. Este fenómeno nos impulsa a detenernos a reflexionar. Como sugerí en mi encíclica sobre la esperanza cristiana, la separación artificial del Evangelio de la vida intelectual y pública debería impulsarnos a comprometernos en una recíproca "autocrítica de la edad moderna" y "autocrítica del cristianismo moderno", especialmente por lo que atañe a la esperanza que pueden ofrecer a la humanidad (cf. Spe salvi ). Podemos preguntarnos: ¿qué tiene que decir hoy el Evangelio a la República Checa y, más en general, a toda Europa, en un tiempo marcado por la proliferación de distintas concepciones del mundo?

El cristianismo tiene mucho que ofrecer en el ámbito práctico y moral, pues el Evangelio nunca deja de inspirar a hombres y mujeres a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas. Pocos podrían negarlo. Sin embargo, quienes fijan la mirada en Jesús de Nazaret con ojos de fe saben que Dios ofrece una realidad más profunda y, sin embargo, inseparable de la "economía" de la caridad operante en este mundo (cf. Caritas in veritate ): él ofrece la salvación.

El término "salvación" encierra muchos significados, pero expresa algo fundamental y universal del anhelo humano de felicidad y plenitud. Alude al deseo ardiente de reconciliación y comunión que brota espontáneamente en lo más profundo del espíritu humano. Es la verdad central del Evangelio y el objetivo hacia el que se dirige todo esfuerzo de evangelización y de solicitud pastoral. Y es el criterio según el cual se guían siempre los cristianos en su esfuerzo por sanar las heridas de las divisiones del pasado.

Con ese fin —como ha notado el doctor Cerný— la Santa Sede organizó en 1999 un Congreso internacional sobre Jan Hus para facilitar el debate sobre la compleja y turbulenta historia religiosa en este país y más en general en Europa (cf. Juan Pablo II, Discurso al Congreso internacional sobre Jan Hus, 1999: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de diciembre de 1999, p. 6). Rezo a fin de que esas iniciativas ecuménicas den fruto no sólo para proseguir el camino de la unidad de los cristianos, sino también para el bien de toda la sociedad europea.

Nos infunde confianza saber que el anuncio, por parte de la Iglesia, de la salvación en Jesucristo es siempre antiguo y siempre nuevo, impregnado de la sabiduría del pasado y lleno de esperanza para el futuro. Cuando Europa escucha la historia del cristianismo, escucha su propia historia. Sus nociones de justicia, libertad y responsabilidad social, juntamente con las instituciones culturales y jurídicas creadas para defender estas ideas y transmitirlas a las futuras generaciones, están plasmadas por su herencia cristiana. En verdad, la memoria del pasado anima sus aspiraciones para el futuro.

De hecho, precisamente por eso los cristianos acuden al ejemplo de figuras como san Adalberto y santa Inés de Bohemia. Su compromiso por difundir el Evangelio se fundaba en la convicción de que los cristianos no deben replegarse en sí mismos, temerosos del mundo, sino más bien compartir con confianza el tesoro de verdades que les ha sido confiado. Del mismo modo los cristianos de hoy, abriéndose a la situación actual y reconociendo todo lo que hay de bueno en la sociedad, deben tener la valentía de invitar a hombres y mujeres a la conversión radical que deriva del encuentro con Cristo e introduce en una nueva vida de gracia.

Desde esta perspectiva, comprendemos más claramente por qué los cristianos tienen el deber de unirse a otros para recordar a Europa sus raíces. No es porque estas raíces se hayan marchitado desde hace tiempo. Al contrario. Es porque siguen proporcionando al continente —de manera tenue pero al mismo tiempo fecunda— el apoyo espiritual y moral que permite entablar un diálogo significativo con personas de otras culturas y religiones. Precisamente porque el Evangelio no es una ideología, no pretende bloquear dentro de esquemas rígidos las realidades sociopolíticas que evolucionan. Más bien, trasciende las vicisitudes de este mundo y arroja nueva luz sobre la dignidad de la persona humana en cada época. Queridos amigos, pidamos al Señor que infunda en nosotros un espíritu de valentía para compartir las eternas verdades salvíficas que han plasmado, y seguirán plasmando, el progreso social y cultural de este continente.

La salvación llevada a cabo por Jesús con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo, no sólo nos transforma a los que creemos en él, sino que también nos impulsa a compartir esta buena nueva con otros. Que nuestra capacidad de conocer la verdad enseñada por Jesucristo, iluminada por los dones del Espíritu de conocimiento, sabiduría e inteligencia (cf.
Is 11,1-2 Ex 35,31) nos impulse a trabajar incansablemente en favor de la unidad que él desea para todos sus hijos renacidos en el Bautismo, más aún, para todo el género humano.

Con estos sentimientos y con afecto fraterno hacia vosotros y hacia los miembros de vuestras respectivas comunidades, os expreso mi profundo agradecimiento y os encomiendo a Dios omnipotente, que es nuestra fortaleza, nuestro refugio y nuestra liberación (cf. Ps 144,2). Amén.



ENCUENTRO CON EL MUNDO ACADÉMICO

Salón Vladislav del Castillo de Praga
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Domingo 27 de septiembre de 2009



Señor presidente;
ilustres rectores y profesores;
queridos estudiantes y amigos:

El encuentro de esta tarde me brinda la grata oportunidad de manifestar mi estima por el papel indispensable que desempeñan en la sociedad las universidades y los institutos de estudios superiores. Doy las gracias al estudiante que me ha saludado amablemente en vuestro nombre, a los miembros del coro universitario por su óptima interpretación, y al ilustre rector de la Universidad Carlos, el profesor Václav Hampl, por sus profundas palabras. El mundo académico, sosteniendo los valores culturales y espirituales de la sociedad y a la vez dándoles su contribución, presta el valioso servicio de enriquecer el patrimonio intelectual de la nación y consolidar los cimientos de su desarrollo futuro. Los grandes cambios que hace veinte años transformaron la sociedad checa se debieron, entre otras causas, a los movimientos de reforma que se originaron en la universidad y en los círculos estudiantiles. La búsqueda de libertad ha seguido impulsando el trabajo de los estudiosos, cuya diakonía de la verdad es indispensable para el bienestar de toda nación.

Quien os habla ha sido profesor, atento al derecho de la libertad académica y a la responsabilidad en el uso auténtico de la razón, y ahora es el Papa quien, en su papel de Pastor, es reconocido como voz autorizada para la reflexión ética de la humanidad. Si es verdad que algunos consideran que las cuestiones suscitadas por la religión, la fe y la ética no tienen lugar en el ámbito de la razón pública, esa visión de ninguna manera es evidente. La libertad que está en la base del ejercicio de la razón —tanto en una universidad como en la Iglesia— tiene un objetivo preciso: se dirige a la búsqueda de la verdad, y como tal expresa una dimensión propia del cristianismo, que de hecho llevó al nacimiento de la universidad.

En verdad, la sed de conocimiento del hombre impulsa a toda generación a ampliar el concepto de razón y a beber en las fuentes de la fe. Fue precisamente la rica herencia de la sabiduría clásica, asimilada y puesta al servicio del Evangelio, la que los primeros misioneros cristianos trajeron a estas tierras y establecieron como fundamento de una unidad espiritual y cultural que dura hasta hoy. Esa misma convicción llevó a mi predecesor el Papa Clemente VI a instituir en el año 1347 esta famosa Universidad Carlos, que sigue dando una importante contribución al más amplio mundo académico, religioso y cultural europeo.

La autonomía propia de una universidad, más aún, de cualquier institución educativa, encuentra significado en la capacidad de ser responsable frente a la verdad. A pesar de ello, esa autonomía puede resultar vana de distintas maneras. La gran tradición formativa, abierta a lo trascendente, que está en el origen de las universidades en toda Europa, quedó sistemáticamente trastornada, aquí en esta tierra y en otros lugares, por la ideología reductiva del materialismo, por la represión de la religión y por la opresión del espíritu humano. Con todo, en 1989 el mundo fue testigo de modo dramático del derrumbe de una ideología totalitaria fracasada y del triunfo del espíritu humano.

El anhelo de libertad y de verdad forma parte inalienable de nuestra humanidad común. Nunca puede ser eliminado y, como ha demostrado la historia, sólo se lo puede negar poniendo en peligro la humanidad misma. A este anhelo tratan de responder la fe religiosa, las distintas artes, la filosofía, la teología y las demás disciplinas científicas, cada una con su método propio, tanto en el plano de una atenta reflexión como en el de una buena praxis.

Ilustres rectores y profesores, juntamente con vuestra investigación, hay otro aspecto esencial de la misión de la universidad en la que estáis comprometidos, es decir, la responsabilidad de iluminar la mente y el corazón de los jóvenes de hoy. Ciertamente, esta grave tarea no es nueva. Ya desde la época de Platón, la instrucción no consiste en una mera acumulación de conocimientos o habilidades, sino en una paideia, una formación humana en las riquezas de una tradición intelectual orientada a una vida virtuosa. Si es verdad que las grandes universidades, que en la Edad Media nacían en toda Europa, tendían con confianza al ideal de la síntesis de todo saber, siempre estaban al servicio de una auténtica humanitas, o sea, de una perfección del individuo dentro de la unidad de una sociedad bien ordenada. Lo mismo sucede hoy: los jóvenes, cuando se despierta en ellos la comprensión de la plenitud y unidad de la verdad, experimentan el placer de descubrir que la cuestión sobre lo que pueden conocer les abre el horizonte de la gran aventura de cómo deben ser y qué deben hacer.

181 Es preciso retomar la idea de una formación integral, basada en la unidad del conocimiento enraizado en la verdad. Eso sirve para contrarrestar la tendencia, tan evidente en la sociedad contemporánea, hacia la fragmentación del saber. Con el crecimiento masivo de la información y de la tecnología surge la tentación de separar la razón de la búsqueda de la verdad. Sin embargo, la razón, una vez separada de la orientación humana fundamental hacia la verdad, comienza a perder su dirección. Acaba por secarse, bajo la apariencia de modestia, cuando se contenta con lo meramente parcial o provisional, o bajo la apariencia de certeza, cuando impone la rendición ante las demandas de quienes de manera indiscriminada dan igual valor prácticamente a todo. El relativismo que deriva de ello genera un camuflaje, detrás del cual pueden ocultarse nuevas amenazas a la autonomía de las instituciones académicas.

Si, por una parte, ha pasado el período de injerencia derivada del totalitarismo político, ¿no es verdad, por otra, que con frecuencia hoy en el mundo el ejercicio de la razón y la investigación académica se ven obligados —de manera sutil y a veces no tan sutil— a ceder a las presiones de grupos de intereses ideológicos o al señuelo de objetivos utilitaristas a corto plazo o sólo pragmáticos? ¿Qué sucedería si nuestra cultura se tuviera que construir a sí misma sólo sobre temas de moda, con escasa referencia a una auténtica tradición intelectual histórica o sobre convicciones promovidas haciendo mucho ruido y que cuentan con una fuerte financiación? ¿Qué sucedería si, por el afán de mantener un laicismo radical, acabara por separarse de las raíces que le dan vida? Nuestras sociedades no serían más razonables, tolerantes o dúctiles, sino que serían más frágiles y menos inclusivas, y cada vez tendrían más dificultad para reconocer lo que es verdadero, noble y bueno.

Queridos amigos, deseo animaros en todo lo que hacéis por salir al encuentro del idealismo y la generosidad de los jóvenes de hoy, no sólo con programas de estudio que les ayuden a destacar, sino también mediante la experiencia de ideales compartidos y de ayuda mutua en la gran empresa de aprender. Las habilidades de análisis y las requeridas para formular una hipótesis científica, unidas al prudente arte del discernimiento, ofrecen un antídoto eficaz a las actitudes de ensimismamiento, de desinterés e incluso de alienación que a veces se encuentran en nuestras sociedades del bienestar y que pueden afectar sobre todo a los jóvenes.

En este contexto de una visión eminentemente humanística de la misión de la universidad, quiero aludir brevemente a la superación de la fractura entre ciencia y religión que fue una preocupación central de mi predecesor el Papa Juan Pablo II. Como sabéis, promovió una comprensión más plena de la relación entre fe y razón, entendidas como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad (cf. Fides et ratio, Introducción
FR 1). Una sostiene a la otra y cada una tiene su ámbito propio de acción (cf. ib., FR 17), aunque algunos quisieran separarlas. Quienes defienden esta exclusión positivista de lo divino de la universalidad de la razón no sólo niegan una de las convicciones más profundas de los creyentes; además impiden el auténtico diálogo de las culturas que ellos mismos proponen. Una comprensión de la razón sorda a lo divino, que relega las religiones al ámbito de subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas que nuestro mundo necesita con tanta urgencia. Al final, "la fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad" (Caritas in veritate ). Esta confianza en la capacidad humana de buscar la verdad, de encontrar la verdad y de vivir según la verdad llevó a la fundación de las grandes universidades europeas. Ciertamente, hoy debemos reafirmar esto para dar al mundo intelectual la valentía necesaria para el desarrollo de un futuro de auténtico bienestar, un futuro verdaderamente digno del hombre.

Con estas reflexiones, queridos amigos, formulo mis mejores deseos y oro por vuestro arduo trabajo. Pido a Dios que todo ello se inspire y dirija siempre por una sabiduría humana que busque sinceramente la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,28). Sobre vosotros y sobre vuestras familias invoco las bendiciones divinas de alegría y paz.



MENSAJE A LOS JÓVENES

Explanada de Melnik en Stará Boleslavo

Lunes 28 de septiembre de 2009



Queridos jóvenes:

Al final de esta celebración me dirijo a vosotros y, ante todo, os saludo con afecto. Habéis venido en gran número de toda la nación y también de los países vecinos; habéis "acampado" aquí ayer por la tarde y habéis dormido en tiendas, viviendo juntos una experiencia de fe y de fraternidad. Gracias por vuestra presencia, que me hace sentir el entusiasmo y la generosidad propios de la juventud. Con vosotros también el Papa se siente joven. Dirijo un agradecimiento especial a vuestro representante por sus palabras y por el maravilloso obsequio.

Queridos amigos, no es difícil constatar que en cada joven existe una aspiración a la felicidad, a veces mezclada con un sentimiento de inquietud; una aspiración que, sin embargo, la actual sociedad de consumo explota frecuentemente de forma falsa y alienante. Es necesario, en cambio, valorar seriamente el anhelo de felicidad que exige una respuesta verdadera y exhaustiva. A vuestra edad se hacen las primeras grandes elecciones, capaces de orientar la vida hacia el bien o hacia el mal. Desgraciadamente no son pocos los coetáneos vuestros que se dejan atraer por espejismos ilusorios de paraísos artificiales para encontrarse después en una triste soledad. Pero hay también muchos chicos y chicas que, como ha dicho vuestro portavoz, quieren transformar la doctrina en acción para dar un sentido pleno a su vida. Os invito a todos a contemplar la experiencia de san Agustín, quien decía que el corazón de toda persona está inquieto hasta que halla lo que verdaderamente busca; y él descubrió que sólo Jesucristo era la respuesta satisfactoria al deseo, suyo y de todo hombre, de una vida feliz, llena de significado y de valor (cf. Confesiones I, 1, 1).

182 Como hizo con él, el Señor sale al encuentro de cada uno de vosotros. Llama a la puerta de vuestra libertad y pide que lo acojáis como amigo. Desea haceros felices, llenaros de humanidad y de dignidad. La fe cristiana es esto: el encuentro con Cristo, Persona viva que da a la vida un nuevo horizonte y así la dirección decisiva. Y cuando el corazón de un joven se abre a sus proyectos divinos, no le cuesta demasiado reconocer y seguir su voz. De hecho, el Señor llama a cada uno por su nombre y a cada uno desea confiar una misión específica en la Iglesia y en la sociedad. Queridos jóvenes, tomad conciencia de que el Bautismo os ha hecho hijos de Dios y miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia. Jesús os renueva constantemente la invitación a ser sus discípulos y sus testigos. A muchos de vosotros llama al matrimonio y la preparación para este sacramento constituye un verdadero camino vocacional. Considerad entonces seriamente la llamada divina a formar una familia cristiana, y que vuestra juventud sea el tiempo de construir con sentido de responsabilidad vuestro futuro. La sociedad necesita familias cristianas, familias santas.

Si el Señor os llama a seguirlo en el sacerdocio ministerial o en la vida consagrada, no dudéis en responder a su invitación. De modo especial en este Año sacerdotal, os invito a vosotros, jóvenes: estad atentos y disponibles a la llamada de Jesús a ofrecer la vida al servicio de Dios y de su pueblo. La Iglesia, también en este país, necesita numerosos y santos sacerdotes, así como personas totalmente consagradas al servicio de Cristo, esperanza del mundo.

¡La esperanza! Esta palabra, sobre la que vuelvo con frecuencia, se conjuga precisamente con la juventud. Vosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia. Ella espera que seáis mensajeros de la esperanza, como ocurrió el año pasado en Australia, en la Jornada mundial de la juventud, gran manifestación de fe juvenil, que pude vivir personalmente y en la que participasteis algunos de vosotros. Muchos más podéis ir a Madrid, en agosto de 2011. Os invito ya desde ahora a este gran encuentro de los jóvenes con Cristo en la Iglesia.

Queridos amigos, gracias de nuevo por vuestra presencia y gracias por vuestro obsequio: el libro con las fotos que cuentan la vida de los jóvenes en vuestras diócesis. Gracias también por el signo de vuestra solidaridad con los jóvenes de África, que me habéis entregado. El Papa os pide que viváis con alegría y entusiasmo vuestra fe; que crezcáis en la unidad entre vosotros y con Cristo; que oréis y seáis asiduos en la práctica de los sacramentos, en particular de la Eucaristía y de la Confesión; que cuidéis vuestra formación cristiana permaneciendo siempre dóciles a las enseñanzas de vuestros pastores. Que os guíe en este camino san Wenceslao con su ejemplo y su intercesión, y os proteja siempre la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Os bendigo a todos con afecto.
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(Al final, el Santo Padre dirigió en varias lenguas los siguientes saludos)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos procedentes de Eslovaquia, en particular a los jóvenes. Queridos jóvenes, hermanos y hermanas, os doy las gracias por vuestra presencia en esta celebración. No lo olvidéis: que el amor de Dios sea vuestra fuerza. De buen grado os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos. ¡Alabado sea Jesucristo!

Dirijo una palabra de saludo a los polacos aquí presentes, y en especial a los jóvenes que acompañan a sus hermanos checos con espíritu de viva amistad. Sosteneos recíprocamente con un gozoso testimonio de fe, creciendo en el amor a Cristo y en la fuerza del Espíritu Santo para alcanzar la plenitud de vuestra humanidad y de la santidad. ¡Que Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a los jóvenes y a todos los peregrinos de lengua alemana procedentes de los países vecinos. Gracias por vuestra presencia. Vuestra participación en esta fiesta de fe y de esperanza es señal de que buscáis en Jesucristo y en la comunidad de la Iglesia las respuestas a vuestros interrogantes y a vuestros deseos profundos. Cristo mismo es el camino, la verdad y la vida (cf.
Jn 14,6). Él es la base que de verdad sostiene nuestra existencia. Sobre este fundamento pueden nacer familias cristianas y los jóvenes pueden responder a la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada. La amistad personal con Cristo nos llena de alegría verdadera y duradera, y nos hace disponibles para realizar el proyecto de Dios para nuestra vida. Por esto imploro para todos vosotros la ayuda del Espíritu Santo.

Queridos jóvenes amigos, vuestro entusiasmo por la fe cristiana es un signo de esperanza para la Iglesia presente y operante en estos países. Para dar un sentido más pleno a vuestra juventud, seguid con valentía y generosidad al Señor Jesús, que llama a la puerta de vuestro corazón. Cristo os pide que lo acojáis como amigo. Que el Señor os bendiga y lleve a cumplimiento todos vuestros buenos proyectos de vida.


CEREMONIA DE DESPEDIDA

Aeropuerto internacional Stará Ruzyne de Praga
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Lunes 28 de septiembre de 2009



Señor presidente;
señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
excelencias;
señores y señoras:

En el momento de despedirme, deseo daros las gracias por vuestra generosa hospitalidad durante mi breve permanencia en este espléndido país. Le estoy particularmente agradecido a usted, señor presidente, por sus palabras y por el tiempo transcurrido en su residencia. En esta fiesta de san Wenceslao, protector y patrono de su país, permítame una vez más dirigirle mi más cordial felicitación por su onomástico. Siendo también el onomástico de su excelencia monseñor Václav Malý, le dirijo también a él mi felicitación y quiero agradecerle el arduo trabajo realizado para coordinar la organización de mi visita pastoral a la República Checa.

Estoy profundamente agradecido al cardenal Vlk, a su excelencia monseñor Graubner y a todos los que se han prodigado para asegurar el desarrollo ordenado de los diversos encuentros y celebraciones. Naturalmente incluyo en mis agradecimientos a las autoridades, a los medios de comunicación y a los numerosos voluntarios que han ayudado a regular la afluencia de la gente, así como a todos los fieles que han rezado para que esta visita produjera buenos frutos a la nación checa y a la Iglesia en esta región.

Conservaré el recuerdo de los momentos de oración que he podido vivir con los obispos, los sacerdotes y los fieles de este país. Ha sido especialmente conmovedor, esta mañana, celebrar la misa en Stará Boleslav, lugar del martirio del joven duque Wenceslao, y venerarlo ante su tumba el sábado por la tarde, dentro de la majestuosa catedral que domina el panorama de Praga. Ayer en Moravia, donde san Cirilo y san Metodio dieron comienzo a su misión apostólica, pude reflexionar, en orante acción de gracias, sobre los orígenes del cristianismo en esta región y, efectivamente, en todas las tierras eslavas. La Iglesia en este país ha sido verdaderamente bendecida con un extraordinario ejército de misioneros y de mártires, como también de santos contemplativos, entre los que quisiera recordar particularmente a santa Inés de Bohemia, cuya canonización, hace veinte años, fue mensajera de la liberación de este país de la opresión atea.

Mi encuentro de ayer con los representantes de las demás comunidades cristianas me ha confirmado la importancia del diálogo ecuménico en esta tierra que ha sufrido tanto por las consecuencias de la división religiosa en el tiempo de la guerra de los Treinta Años. Mucho se ha hecho ya para curar las heridas del pasado, y se han dado pasos decisivos en el camino de la reconciliación y de la verdadera unidad en Cristo. En la ulterior edificación de estos fundamentos sólidos, la comunidad académica desempeña un papel importante mediante una búsqueda de la verdad sin componendas. Ha sido un placer para mí tener la oportunidad de encontrarme ayer con los representantes de las universidades de este país y de expresar mi aprecio por la noble misión a la que han dedicado la vida.

184 He sido particularmente feliz de encontrarme con los jóvenes y animarlos a construir sobre las mejores tradiciones del pasado de esta nación, de modo particular sobre la herencia cristiana. Según un dicho atribuido a Franz Kafka, "quien mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece nunca" (Gustav Janouch, Conversaciones con Kafka). Si nuestros ojos permanecen abiertos a la belleza de la creación de Dios y nuestras mentes a la belleza de su verdad, entonces podremos verdaderamente esperar seguir siendo jóvenes y construir un mundo que refleje algo de la belleza divina, de modo que ofrezca inspiración a las futuras generaciones para hacer otro tanto.

Señor presidente, queridos amigos, una vez más os expreso mi agradecimiento, prometiendo recordaros en mis oraciones y llevaros en mi corazón. Que Dios bendiga a la República Checa. Que el Niño Jesús de Praga siga inspirándolo y guiándolo a usted y a todas las familias de la nación Que Dios os bendiga a todos.


Octubre de 2009




A LA BARONESA HENRIETTE JOHANNA CORNELIA MARÍA VAN LYNDE-LEIJTEN, NUEVA EMBAJADOR DE LOS PAÍSES BAJOS ANTE LA SANTA SEDE

Palacio pontificio de Castelgandolfo

Viernes 2 de octubre de 2009

Excelencia:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano y aceptar sus cartas credenciales como embajadora extraordinaria y plenipotenciaria del reino de los Países Bajos anta la Santa Sede. Quiero expresarle mi gratitud por los buenos deseos que me trae de la reina Beatriz. Por mi parte, le ruego que transmita a su majestad mis más cordiales saludos y le asegure mis continuas oraciones por todo el pueblo de su nación.

En un mundo cada vez más interconectado, las relaciones diplomáticas de la Santa Sede con los distintos estados ofrecen muchas posibilidades de cooperación sobre cuestiones globales importantes. Desde esta perspectiva, la Santa Sede aprecia sus vínculos con los Países Bajos y quiere reforzarlos durante los próximos años. Su país, en cuanto miembro fundador de la Comunidad económica europea y sede de varias instituciones jurídicas internacionales, ha estado durante mucho tiempo en la vanguardia de las iniciativas con vistas a reforzar la cooperación internacional para el bien mayor de la familia humana. Por este motivo, la misión que usted está emprendiendo está llena de oportunidades para una acción común orientada a promover la paz y la prosperidad, a la luz del deseo, tanto de la Santa Sede como de los Países Bajos, de ayudar a la persona humana.

La defensa y la promoción de la libertad es un elemento clave en este tipo de compromiso humanitario, sobre el que tanto la Santa Sede como el reino de los Países Bajos llaman la atención con frecuencia. Ahora bien, es preciso comprender que la libertad debe estar anclada en la verdad —la verdad de la naturaleza de la persona humana— y orientada hacia el bien de los individuos y de la sociedad. En la crisis financiera de los últimos doce meses el mundo entero ha podido observar las consecuencias de un individualismo exagerado que tiende a favorecer la búsqueda obstinada de una ventaja personal, excluyendo otros bienes. Se ha reflexionado mucho sobre la necesidad de una correcta actitud ética ante el proceso de integración económica y política, y cada vez más personas reconocen que la globalización tiene que apuntar al objetivo del desarrollo humano integral de las personas, las comunidades y los pueblos, conformado no por fuerzas mecánicas o deterministas, sino por valores humanos abiertos a la trascendencia (cf. Caritas in veritate ). Nuestro mundo necesita "recuperar el verdadero sentido de la libertad, que no consiste en la seducción de una autonomía total, sino en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser" (ib., ). De aquí la convicción de la Santa Sede sobre el papel insustituible de las comunidades de fe en la vida y el debate públicos.

Si bien parte de la población holandesa se declara agnóstica o incluso atea, más de la mitad profesa el cristianismo, y el número creciente de inmigrantes que siguen otras religiones hace más necesario que nunca que las autoridades civiles reconozcan el lugar que ocupa la religión en la sociedad holandesa. Una señal de que su Gobierno ya lo hace es el hecho de que en su país los colegios religiosos reciban ayuda estatal, y es justo que así sea, puesto que dichas instituciones están llamadas a contribuir de manera significativa al entendimiento mutuo y a la cohesión social, transmitiendo valores que hunden sus raíces en una visión trascendente de la dignidad humana.

A este propósito, las familias construidas sobre los cimientos del matrimonio estable y fecundo entre un hombre y una mujer son incluso más básicas que los colegios. Nada puede igualar o sustituir el valor formativo de crecer en un ambiente familiar seguro, aprendiendo a respetar y favorecer la dignidad personal de los demás, adquiriendo la capacidad de "acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda" (Familiaris consortio FC 43 cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 221), en resumidas cuentas, aprendiendo a amar. Por otro lado, una sociedad que impulsa modelos alternativos de vida familiar en aras de una supuesta diversidad, acumulará consecuencias sociales que no llevan al desarrollo integral del hombre (cf. Caritas in veritate ).

La Iglesia católica en su país tiene el vivo deseo de desempeñar su papel apoyando y fomentando la vida familiar estable, como ha declarado la Conferencia episcopal de los Países Bajos en un reciente documento sobre la solicitud pastoral hacia los jóvenes y la familia. Tengo la ferviente esperanza de que la contribución católica al debate ético sea escuchada y atendida por todos los sectores de la sociedad holandesa, de manera que la noble cultura que ha caracterizado durante siglos a su país siga siendo conocida por su solidaridad con los pobres y los más vulnerables, por su promoción de una libertad auténtica y por su respeto a la dignidad y el valor inestimable de cada vida humana.


Discursos 2009 178