Discursos 2008 254

A LOS OBISPOS DE CHILE EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 4 de diciembre de 2008



Señor cardenal,
255 queridos hermanos en el Episcopado:

1. Os doy mi más cordial bienvenida en este encuentro con el que culmina vuestra visita ad limina, y que me ha permitido compartir, como Sucesor de Pedro, las fatigas apostólicas que afrontáis en esa amada tierra chilena.

Deseo, ante todo, agradecer vivamente a Mons. Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua y Presidente de la Conferencia Episcopal, las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme en nombre de todos. Expreso también mi afecto y reconocimiento a vuestras respectivas diócesis y a todos y cada uno de los hijos de la Iglesia en Chile.

2. El Señor Jesús, después de haber pasado la noche en oración, «llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos a los que llamó también Apóstoles» (
Lc 6,12). Él se ha fijado igualmente en vosotros, queridos hermanos sucesores de los Apóstoles, y haciéndoos partícipes de su amor os ha encomendado extender por el mundo su mensaje de salvación (cf. Jn 15,15).

Por eso, os invito a cultivar una intensa vida interior y de fe profunda, porque en el trato íntimo con el Maestro en la oración, maduran las mejores iniciativas pastorales para responder a las necesidades espirituales del pueblo fiel y, así, partiendo de Dios podremos llegar hasta nuestros hermanos con una palabra eficaz de esperanza. Ciertamente las dificultades y los obstáculos son muchos, pero apoyándonos en la promesa de nuestro Señor, que nos asegura su presencia entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20), y en el poder de su Espíritu Santo, podremos lanzarnos con ilusión y entusiasmo a la gran tarea de llevar a Cristo a todos los hombres con el mismo ardor de los Apóstoles.

3. Como fruto de un vasto esfuerzo de discernimiento eclesial, y en consonancia con el documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, habéis elaborado unas apropiadas Orientaciones Pastorales para los próximos cuatro años. Con ellas pretendéis suscitar en todos los fieles el gozo de seguir a Cristo, así como una mayor conciencia misionera que permita a toda la comunidad eclesial chilena afrontar con verdadero impulso apostólico los desafíos del momento presente.

Esta gran empresa evangelizadora, a la que os habéis consagrado decididamente, exige de todos un esfuerzo particular de purificación y caridad. Sabéis bien que el hombre de hoy siente urgente necesidad de ejemplos de vida verdaderamente evangélicos y coherentes. Por eso, la santidad de todos los miembros de la Iglesia, y especialmente de sus Pastores, es uno de los dones más preciosos que podéis ofrecer a vuestros hermanos. Recordando a los numerosos santos y beatos de vuestra tierra que, con su maravilloso testimonio de fe y de entrega al servicio de los hermanos (cf. Orientaciones Pastorales, n. 3), son un patrimonio no sólo de la Iglesia católica sino de toda la sociedad chilena, seguid proponiendo incansablemente el llamado universal a la santidad (cf. Lumen gentium LG 39-42).

4. Deseo asimismo encomendaros de un modo especial a los sacerdotes, vuestros más cercanos colaboradores, y os pido que les transmitáis mi reconocimiento por su fidelidad al ministerio recibido y por su trabajo constante y abnegado. Mostraos muy cercanos en sus dificultades y ayudadles para que, entre las múltiples actividades que llenan su jornada, sepan dar la primacía a la oración y a la celebración de la Eucaristía, que los conforma a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

A este respecto, os aliento para que no cejéis en vuestros esfuerzos por mejorar la calidad de la formación humana, intelectual y espiritual de los seminaristas. Además, es necesario potenciar la dimensión vocacional de la vida cristiana en la pastoral con los jóvenes, mediante un adecuado acompañamiento espiritual que les permita responder con generosidad al llamado de Jesús en sus vidas.

5. Conozco también la gran labor que habéis realizado para que los laicos asuman con responsabilidad y madurez las exigencias de su bautismo, participando según su propia condición laical en la misión de toda la Iglesia. Continuad ofreciéndoles una adecuada educación en la fe, así como un contacto más asiduo con la Palabra de Dios, que les lleve a un mayor compromiso misionero en sus vidas. Ellos han recibido como vocación específica la santificación del mundo, transformándolo desde dentro según el proyecto de Dios (cf. ibíd., LG 31). Todos los sectores de la sociedad pueden ser iluminados con la luz de la fe. Pienso, entre otros, en el mundo de la cultura, de la ciencia y la política, en la promoción de la familia, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, en la creación de condiciones de trabajo más justas y en la ayuda a los más desfavorecidos, en el cuidado del medio ambiente, en la defensa de la vida humana en todas las etapas de su existencia y en el derecho y obligación de los padres a la educación moral y espiritual de sus hijos.

Otro aspecto importante de vuestro ministerio que deseo confiaros encarecidamente es la actividad caritativa de vuestras diócesis en favor de los pobres. En efecto, a ejemplo de la primera comunidad de discípulos (cf. Ac 2,42-44), hemos de intentar que la Iglesia, como familia de Dios, sea un lugar de ayuda recíproca (cf. Deus caritas est ).

256 6. Por último, os animo a seguir cultivando el espíritu de comunión con el Romano Pontífice y con los demás hermanos Obispos, sobre todo dentro de la misma Conferencia Episcopal y de la propia Provincia Eclesiástica. Queridos hermanos, habéis sido «configurados con Cristo para amar a la Iglesia con el amor de Cristo esposo» (Pastores gregis ) y para velar y proteger su unidad. Por tanto, sed para todos verdaderos modelos e instrumentos de comunión.

Al despedirme de vosotros, os pido que llevéis a los Obispos eméritos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas, así como a todo el pueblo fiel, el saludo del Papa y la seguridad de su oración por ellos. Pongo en las manos maternas de la Virgen del Carmen vuestras personas, para que Ella guíe y conduzca a buen puerto vuestros afanes apostólicos, y os imparto la Bendición Apostólica, que hago extensiva a todos y cada uno de vuestros queridos fieles diocesanos.




AL SEÑOR JUAN PABLO CAFIERO, EMBAJADOR DE ARGENTINA ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 5 de diciembre de 2008



Señor Embajador:

1. Esta ceremonia de inicio de su alta responsabilidad, en la que Vuestra Excelencia presenta las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Argentina ante la Santa Sede, representa un momento de particular importancia en el camino de las relaciones bilaterales entre la Sede Apostólica y su noble País, que confiamos sean cada vez más fluidas y fructíferas.

Deseo corresponder con vivo agradecimiento a sus atentas palabras y a los deferentes saludos que me ha transmitido en nombre de la Doctora Cristina Fernández de Kirchner, Presidenta de la Nación argentina, al mismo tiempo que acompaño con mi oración toda iniciativa que aliente la concordia, la justicia y la consecución del bien común en esa amada tierra. Los argentinos saben bien que ocupan un puesto de singular relieve en el corazón del Papa. Pienso en ellos y presento a Dios sus proyectos, sus gozos y también sus preocupaciones, de modo que se abran para todos horizontes de prosperidad, de un presente rico en fecundas realizaciones, y de un futuro luminoso y sereno.

2. Me complace de modo particular recibir a Vuestra Excelencia como Embajador de un País de hondas tradiciones cristianas que han sembrado y cultivado significativas costumbres, conformando de este modo la idiosincrasia y religiosidad de unas gentes que ansían superarse cada día y aportar a la comunidad internacional lo mejor de sí mismas, como ya lo han demostrado en variadas ocasiones, haciendo gala de su generosidad y altura de miras. Este valioso patrimonio espiritual ilumina y potencia las aspiraciones fundamentales del hombre. Por eso es importante considerarlo, además de como una herencia que hay que conservar, como un tesoro del que continuamente puede extraerse fortaleza para afrontar el presente, ofreciéndolo también como don precioso a las nuevas generaciones.

3. El mensaje evangélico ha arraigado hondamente en esa Nación dando cuantiosos frutos, especialmente en preclaros modelos de conducta que han enriquecido a los demás con el testimonio ejemplar de sus virtudes humanas y cristianas. Entre ellos, evoco con gusto la insigne figura de Ceferino Namuncurá, cuya beatificación a finales del pasado año fue una alegría para todo el Pueblo de Dios. Este joven mapuche, hijo espiritual de San Juan Bosco, es un signo espléndido de cómo “Cristo, siendo realmente el Logos encarnado, ‘el amor hasta el extremo’, no es ajeno a cultura alguna ni a ninguna persona; por el contrario, la respuesta anhelada en el corazón de las culturas es lo que les da su identidad última, uniendo a la humanidad y respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización” (Discurso en la sesión inaugural de la V Conferencia General del Episcopado latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 mayo 2007, n. 1).

4. La Iglesia, en el ejercicio de la misión que le es propia, busca en todo momento promover la dignidad de la persona y elevarla de modo integral para el beneficio de todos. En este contexto, la fe en Cristo ha impulsado en Argentina numerosas iniciativas benéficas y asistenciales tanto en las diócesis como a través de institutos religiosos y asociaciones laicales. La solicitud y actividad eclesial, centrándose particularmente en el campo espiritual y moral, se ha irradiado también, y con peculiar intensidad, en ámbitos sanitarios, culturales, educativos, laborales y de atención a los menesterosos.

Con sus obras, la comunidad católica persigue únicamente dar un testimonio de caridad y proyectar sobre las conciencias la luz del Evangelio, para que el hombre encuentre una plenitud de vida que se trasluzca en una digna conducta individual y en una convivencia responsable y armónica, de recíproca comprensión y perdón. Cabría señalar a este respecto la trascendencia que tiene evitar aquellas actitudes que deterioren la fraternidad y el mutuo entendimiento, dando vigor, en cambio, a lo que favorezca el sentido de responsabilidad cívica con vistas al bien de toda la sociedad.

Desde esa perspectiva, la Iglesia, sin pretender convertirse en un sujeto político, aspira, con la independencia de su autoridad moral, a cooperar leal y abiertamente con todos los responsables del orden temporal en el noble diseño de lograr una civilización de la justicia, la paz, la reconciliación, la solidaridad, y de aquellas otras pautas que nunca se podrán derogar ni dejar a merced de consensos partidistas, pues están grabadas en el corazón humano y responden a la verdad. En este sentido, la presencia de Dios tanto en la conciencia de cada hombre como en el ámbito público es un apoyo firme para el respeto de los derechos fundamentales de la persona y la edificación de una sociedad cimentada en ellos. Deseo por eso expresar los mejores deseos de que se robustezca el diálogo y la colaboración entre las Autoridades argentinas y el Episcopado de esa Nación en aras del bien común de toda la población.

257 5. El siglo XXI va mostrando cada vez con mayor nitidez la necesidad de forjar la vida personal, familiar y social de acuerdo a esos valores irrenunciables que enaltecen a la persona y a toda la comunidad. Entre ellos, hay que destacar el respaldo a la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, la orientación por una moral cuyas notas principales están inscritas en lo más íntimo del alma humana, el espíritu de sacrificio y pródiga solidaridad, que se manifieste de modo especial cuando las circunstancias sean particularmente adversas, la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su término natural, la erradicación de la pobreza, el cultivo de la honradez, la lucha contra la corrupción, la adopción de medidas que asistan a los padres en su derecho inalienable de educar a sus hijos en sus propias convicciones éticas y religiosas, así como la promoción de los jóvenes, para que sean hombres y mujeres de paz y reconciliación.

6. En este sentido, precisamente hoy, con la presencia de una Delegación de esta Sede Apostólica, se encontrarán las Presidentas de Argentina y Chile para conmemorar el trigésimo aniversario de la mediación realizada por mi venerado Predecesor el Papa Juan Pablo II en la solución del diferendo que las dos Naciones mantuvieron sobre la determinación de sus límites en la zona austral del continente. El monumento que se va a construir en la localidad de Monte Aymond será un testigo elocuente, y servirá para estrechar aún más los lazos de hermandad y la voluntad de entendimiento entre ambos Países, los cuales, gracias a los esfuerzos de sus gobernantes e instituciones, así como a sus comunes ideales culturales, sociales y religiosos, supieron abandonar las vías del enfrentamiento para demostrar que, con el diálogo y la grandeza de corazón, se puede alcanzar una paz digna, estable y sólida, como es propio de pueblos civilizados y sabios.

7. Al finalizar este encuentro, formulo mis mejores votos a Vuestra Excelencia, a su familia y al personal de esa Misión Diplomática y les expreso la disponibilidad y el apoyo de mis colaboradores en todo lo que pueda redundar en el buen desempeño de vuestra labor como Embajador. Le ruego que se haga portador ante todos sus connacionales, y muy particularmente ante la Señora Presidenta de la República Argentina y su Gobierno, del saludo cordial del Papa, y suplico al Señor, por la maternal intercesión de Nuestra Señora de Luján, que colme de copiosos dones a todos los hijos e hijas de ese amado País, a los que imparto complacido la Bendición Apostólica.


A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA


DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

Sala de los Papas del palacio apostólico

Viernes 5 de diciembre de 2008



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres profesores;
queridos colaboradores:

Con verdadera alegría os acojo al término de los trabajos de vuestra sesión plenaria anual, que esta vez coincide también con la conclusión del séptimo quinquenio desde la creación de la Comisión teológica internacional. Ante todo deseo expresar un sentido agradecimiento por las palabras de saludo que me ha dirigido, en nombre de todos, monseñor Luis Francisco Ladaria Ferrer, en calidad de secretario general de la Comisión teológica internacional. También os manifiesto mi agradecimiento a todos vosotros que, durante este quinquenio, habéis dedicado vuestras energías a un trabajo verdaderamente valioso para la Iglesia y para aquel a quien el Señor ha llamado a desempeñar el ministerio de Sucesor de Pedro.

De hecho, los trabajos de este séptimo "quinquenio" de la Comisión teológica internacional ya han dado un fruto concreto, como ha recordado monseñor Ladaria Ferrer, con la publicación del documento: "La esperanza de la salvación para los niños que mueren sin bautismo", y se preparan para alcanzar otra meta importante con el documento: "En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural", que todavía se debe someter a los últimos pasos previstos por las normas de los Estatutos de la Comisión, antes de la aprobación definitiva.

Como ya he recordado en ocasiones anteriores, reafirmo la necesidad y la urgencia, en el contexto actual, de crear en la cultura y en la sociedad civil y política las condiciones indispensables para una conciencia plena del valor irrenunciable de la ley moral natural. También gracias al estudio que vosotros habéis emprendido sobre este tema fundamental, resultará claro que la ley natural constituye la verdadera garantía ofrecida a cada uno para vivir libre y respetado en su dignidad de persona, y para sentirse defendido de cualquier manipulación ideológica y de cualquier atropello perpetrado apoyándose en la ley del más fuerte.

258 Todos sabemos bien que, en un mundo formado por las ciencias naturales, el concepto metafísico de la ley natural está prácticamente ausente y resulta incomprensible. Tanto más cuanto que, viendo su importancia fundamental para nuestras sociedades, para la vida humana, es necesario que en el contexto de nuestro pensamiento se vuelva a proponer y se haga comprensible este concepto: el hecho de que el ser mismo lleva en sí un mensaje moral y una indicación para las sendas del derecho.

Con respecto al tercer tema, "Sentido y método de la teología", que durante este quinquenio ha sido objeto de estudio particular, deseo subrayar su importancia y actualidad. En una "sociedad planetaria" como la que se está formando hoy, la opinión pública pide a los teólogos sobre todo que promuevan el diálogo entre las religiones y las culturas, que contribuyan al desarrollo de una ética que tenga como coordenadas de fondo la paz, la justicia y la defensa del ambiente natural. Y se trata realmente de bienes fundamentales.

Pero una teología limitada a estos nobles objetivos no sólo perdería su propia identidad, sino también el fundamento mismo de estos bienes. La primera prioridad de la teología, como ya lo indica su nombre, es hablar de Dios, pensar en Dios. Y la teología no habla de Dios como de una hipótesis de nuestro pensamiento. Habla de Dios porque Dios mismo ha hablado con nosotros. La verdadera tarea de la teología consiste en entrar en la Palabra de Dios, tratar de entenderla en la medida de lo posible y hacer que nuestro mundo la entienda, a fin de encontrar así las respuestas a nuestros grandes interrogantes. En esta tarea también se pone de manifiesto que la fe no sólo no es contraria a la razón, sino que además abre los ojos de la razón, ensancha nuestro horizonte y nos permite encontrar las respuestas necesarias a los desafíos de los diversos tiempos.

Desde el punto de vista objetivo, la verdad es la Revelación de Dios en Cristo Jesús, que requiere como respuesta la obediencia de la fe en comunión con la Iglesia y su Magisterio. Recuperada así la identidad de la teología, entendida como reflexión argumentada, sistemática y metódica sobre la Revelación y sobre la fe, también la cuestión del método queda iluminada. El método en teología no podrá constituirse sólo sobre la base de los criterios y las normas comunes a las demás ciencias, sino que deberá observar ante todo los principios y las normas que derivan de la Revelación y de la fe, del hecho de que Dios ha hablado.

Desde el punto de vista subjetivo, es decir, desde el punto de vista de quien hace teología, la virtud fundamental del teólogo es buscar la obediencia a la fe, la humildad de la fe que abre nuestros ojos: la humildad que convierte al teólogo en colaborador de la verdad. De este modo no se dedicará a hablar de sí mismo; al contrario, interiormente purificado por la obediencia a la verdad, llegará a hacer que la Verdad misma, el Señor, pueda hablar a través del teólogo y de la teología. Al mismo tiempo, logrará que, por su medio, la verdad pueda ser llevada al mundo.

Por otra parte, la obediencia a la verdad no significa renuncia a la búsqueda y al esfuerzo del pensar; por el contrario, la inquietud del pensamiento, que indudablemente nunca podrá quedar aplacada del todo en la vida de los creyentes, dado que también ellos están en un camino de búsqueda y profundización de la Verdad, será sin embargo una inquietud que los acompañe y los estimule en la peregrinación del pensamiento hacia Dios, y así resultará fecunda.

Por tanto, deseo que vuestra reflexión sobre estos temas logre volver a poner de relieve los auténticos principios y el significado sólido de la verdadera teología, a fin de que percibamos y comprendamos cada vez mejor las respuestas que la Palabra de Dios nos da y sin las cuales no podemos vivir de una manera sabia y justa, porque sólo así se abre el horizonte universal, infinito, de la verdad.

Así pues, mi agradecimiento por vuestro compromiso y vuestra obra en la Comisión teológica internacional durante este quinquenio es al mismo tiempo un deseo cordial de éxito en el trabajo futuro de este importante organismo al servicio de la Sede apostólica y de toda la Iglesia. A la vez que renuevo la expresión de mis sentimientos de satisfacción, afecto y alegría por este encuentro, invoco del Señor, por intercesión de la Virgen santísima, abundantes luces celestiales sobre vuestro trabajo, y de corazón os imparto una bendición apostólica especial, que extiendo a vuestros seres queridos.


A LA ORDEN ECUESTRE DEL SANTO SEPULCRO DE JERUSALÉN

Sala Clementina

Viernes 5 de diciembre de 2008



Señor cardenal;
259 venerados hermanos en el episcopado;
señores miembros del Gran Maestrazgo y lugartenientes;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acoger y dar mi cordial bienvenida a los caballeros, a las damas y a los eclesiásticos que representan a la Orden ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. En particular, saludo al cardenal John Patrick Foley, gran maestre de la Orden, y le agradezco las amables palabras que, también en nombre de todos vosotros, me acaba de dirigir. Saludo asimismo al gran prior, Su Beatitud Fouad Twal, patriarca de Jerusalén de los latinos. A través de cada uno de vosotros deseo, además, hacer llegar la expresión de mi estima y reconocimiento a todos los componentes de vuestra benemérita Orden, difundida en muchas partes del mundo.

El motivo que os ha reunido aquí en Roma es la "Consulta mundial", que cada cinco años prevé el encuentro de los lugartenientes, de los delegados maestrales y de los miembros del Gran Maestrazgo para evaluar la situación de la comunidad católica en Tierra Santa y las actividades llevadas a cabo por la Orden, y para establecer las directrices para el futuro. A la vez que os agradezco vuestra visita, deseo manifestar mi vivo aprecio especialmente por las iniciativas de solidaridad fraterna que la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén desde hace tantos años sigue promoviendo en favor de los Santos Lugares.

En efecto, vuestra Orden ecuestre, nacida como "Guardia de honor" para la custodia del Santo Sepulcro de nuestro Señor, ha gozado de una singular atención por parte de los Romanos Pontífices, que la han dotado de los instrumentos espirituales y jurídicos necesarios para llevar a cabo su servicio específico. El beato Pío IX, en 1847 la reconstituyó para favorecer la recomposición de una comunidad de fe católica en Tierra Santa, encomendando la custodia de la tumba de Cristo ya no a la fuerza de las armas, sino al valor de un constante testimonio de fe y de caridad en favor de los cristianos residentes en aquellas tierras. Más recientemente, el siervo de Dios Pío XII, de venerada memoria, confirió a vuestra Orden personalidad jurídica, haciendo así más oficial y sólida su presencia y su obra dentro de la Iglesia y ante las naciones

Queridos hermanos y hermanas, un antiguo y glorioso vínculo une a vuestra Orden ecuestre al Santo Sepulcro de Cristo, donde se celebra de forma muy particular la gloria de su muerte y resurrección. Precisamente esto constituye el punto central de vuestra espiritualidad. Así pues, Jesucristo crucificado y resucitado ha de ser el centro de vuestra existencia y de todos vuestros proyectos y programas personales y asociativos. Dejaos guiar y sostener por su poder redentor para vivir en profundidad la misión que estáis llamados a cumplir, para dar un elocuente testimonio evangélico, a fin de ser constructores, en nuestro tiempo, de una esperanza activa fundada en la presencia del Señor resucitado, el cual, con la gracia del Espíritu Santo, guía y sostiene el trabajo de cuantos se dedican a la edificación de una nueva humanidad inspirada en los valores evangélicos de justicia, amor y paz.

¡Cuánta necesidad de justicia y de paz tiene la Tierra de Jesús! Continuad trabajando con este fin, y no os canséis de pedir, con la Oración del caballero y de la dama del Santo Sepulcro, que cuanto antes estas aspiraciones encuentren pleno cumplimiento. Pedid al Señor que os "haga embajadores convencidos y sinceros de paz y de amor entre los hermanos"; pedidle que fecunde con la fuerza de su amor vuestra constante obra en apoyo del ardiente deseo de paz de esas comunidades, agobiadas en los últimos años por un clima incierto y peligroso.

A esas queridas poblaciones cristianas, que siguen sufriendo a causa de la crisis política, económica y social de Oriente Próximo, aún más dura al agravarse la situación mundial, dirijo un saludo afectuoso, asegurando en particular mi cercanía espiritual a nuestros numerosos hermanos en la fe que se ven obligados a emigrar. ¿Cómo no compartir la pena de esas comunidades tan probadas? ¿Cómo no daros las gracias, al mismo tiempo, a vosotros que estáis trabajando generosamente para ayudarles?

En estos días de Adviento, mientras nos preparamos a festejar la Navidad, la mirada de nuestra fe se dirige hacia Belén, donde el Hijo de Dios nació en una pobre gruta. Los ojos del corazón se dirigen luego a todos los demás lugares santificados por el paso del Redentor. A María, que dio al mundo al Salvador, le pedimos que haga sentir su maternal protección a nuestros hermanos y hermanas que viven allí y que a diario afrontan no pocas dificultades. Le pedimos también que os aliente a vosotros y a cuantos, con la ayuda de Dios, quieren y pueden contribuir a la edificación de un mundo de justicia y de paz.

Queridos caballeros y queridas damas, alimentad en vosotros el clima del Adviento, manteniendo viva en vuestro corazón la espera del Señor que viene, para que podáis encontrarlo en los acontecimientos de cada día y reconocerlo y servirlo especialmente en los pobres y en los que sufren. La Virgen de Nazaret, a la que dentro de pocos días invocaremos bajo el título de Inmaculada Concepción, os asista en vuestra misión de velar con amor sobre los Lugares por donde el divino Redentor "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (
Ac 10,38). Con estos sentimientos, de buen grado os imparto a todos mi bendición.



HOMENAJE A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

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Lunes 8 de diciembre de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

Hace casi tres meses, tuve la alegría de ir en peregrinación a Lourdes, con ocasión del 150° aniversario de la histórica aparición de la Virgen María a santa Bernardita. Las celebraciones de este singular aniversario se concluyen precisamente hoy, solemnidad de la Inmaculada Concepción, porque la "hermosa Señora" —como la llamaba Bernardita—, mostrándose a ella por última vez en la gruta de Massabielle, reveló su nombre diciendo: "Yo soy la Inmaculada Concepción". Lo dijo en el idioma local, y la pequeña vidente refirió a su párroco esa expresión, para ella desconocida e incomprensible.

"Inmaculada Concepción": también nosotros repetimos hoy con conmoción ese nombre misterioso. Lo repetimos aquí, al pie de este monumento en el corazón de Roma; e innumerables hermanos y hermanas nuestros hacen lo mismo en otros muchos lugares del mundo, santuarios y capillas, así como en las casas de familias cristianas. Donde hay una comunidad católica, allí se venera hoy a la Virgen con este nombre estupendo y maravilloso: Inmaculada Concepción.

Ciertamente, la convicción sobre la inmaculada concepción de María existía ya muchos siglos antes de las apariciones de Lourdes, pero estas llegaron como un sello celestial después de que mi venerado predecesor el beato Pío ix definiera el dogma, el 8 de diciembre de 1854. En la fiesta de hoy, tan arraigada en el pueblo cristiano, esta expresión brota del corazón y aflora a los labios como el nombre de nuestra Madre celestial. Como un hijo alza los ojos al rostro de su mamá y, viéndolo sonriente, olvida todo miedo y todo dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en ella la "sonrisa de Dios", el reflejo inmaculado de la luz divina; encontramos en ella nueva esperanza incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo.

Es tradición que el Papa se una al homenaje que rinde la ciudad trayendo a María una cesta de rosas. Estas flores indican nuestro amor y nuestra devoción: el amor y la devoción del Papa, de la Iglesia de Roma y de los habitantes de esta ciudad, que se sienten espiritualmente hijos de la Virgen María. Simbólicamente, las rosas pueden expresar cuanto de bello y de bueno hemos realizado durante el año, porque en esta cita ya tradicional quisiéramos ofrecerlo todo a nuestra Madre, convencidos de que nada podríamos haber hecho sin su protección y sin las gracias que diariamente nos obtiene de Dios. Pero —como suele decirse— no hay rosa sin espinas, y en los tallos de estas estupendas rosas blancas tampoco faltan las espinas, que para nosotros representan las dificultades, los sufrimientos, los males que han marcado y marcan también la vida de las personas y de nuestras comunidades. A la Madre se presentan las alegrías, pero se le confían también las preocupaciones, seguros de encontrar en ella fortaleza para no abatirse y apoyo para seguir adelante.

¡Oh Virgen Inmaculada, en este momento quisiera confiarte especialmente a los "pequeños" de nuestra ciudad: ante todo a los niños, y especialmente a los que están gravemente enfermos; a los muchachos pobres y a los que sufren las consecuencias de situaciones familiares duras! Vela sobre ellos y haz que sientan, en el afecto y la ayuda de quienes están a su lado, el calor del amor de Dios.

Te encomiendo, oh María, a los ancianos solos, a los enfermos, a los inmigrantes que encuentran dificultad para integrarse, a las familias que luchan por cuadrar sus cuentas y a las personas que no encuentran trabajo o que han perdido un puesto de trabajo indispensable para seguir adelante.
Enséñanos, María, a ser solidarios con quienes pasan dificultades, a colmar las desigualdades sociales cada vez más grandes; ayúdanos a cultivar un sentido más vivo del bien común, del respeto a lo que es público; impúlsanos a sentir la ciudad —y de modo especial nuestra ciudad de Roma— como patrimonio de todos, y a hacer cada uno, con conciencia y empeño, nuestra parte para construir una sociedad más justa y solidaria.

¡Oh Madre Inmaculada, que eres para todos signo de segura esperanza y de consuelo, haz que nos dejemos atraer por tu pureza inmaculada! Tu belleza —Tota pulchra, cantamos hoy— nos garantiza que es posible la victoria del amor; más aún, que es cierta; nos asegura que la gracia es más fuerte que el pecado y que, por tanto, es posible el rescate de cualquier esclavitud.
261 Sí, ¡oh María!, tu nos ayudas a creer con más confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad; nos estimulas a permanecer despiertos, a no caer en la tentación de evasiones fáciles, a afrontar con valor y responsabilidad la realidad, con sus problemas. Así lo hiciste tú, joven llamada a arriesgarlo todo por la Palabra del Señor.

Sé madre amorosa para nuestros jóvenes, para que tengan el valor de ser "centinelas de la mañana", y da esta virtud a todos los cristianos para que sean alma del mundo en esta época no fácil de la historia.

Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra, Salus Populi Romani, ruega por nosotros.



CONCIERTO ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO JUSTICIA Y PAZ

EN EL 60° ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS

Sala Pablo VI

Miércoles 10 de diciembre de 2008



Ilustres señores y amables señoras;
queridos hermanos y hermanas:

Dirijo mi cordial saludo a las autoridades presentes y, en particular, al presidente de la República italiana, a las demás autoridades italianas, al gran maestre de la Orden de Malta y a todos los que habéis participado en esta velada dedicada a la escucha de piezas de música clásica, interpretadas por la Brandenburgisches Staatsorchester de Francfort, dirigida en esta ocasión por la maestra Inma Shara. A ella y a los miembros de la orquesta deseo expresar el aprecio común por el talento y la eficacia con que han interpretado estos sugestivos fragmentos musicales.

Doy las gracias al Consejo pontificio Justicia y paz y a la "Fundación San Mateo en memoria del cardenal François-Xavier Van Thuân" por haber organizado el concierto, que ha estado precedido por el acto conmemorativo del 60° aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, por la entrega del premio Cardenal Van Thuân 2008 al señor Cornelio Sommaruga, ex presidente del Comité internacional de la Cruz Roja, y por la entrega de los premios "Solidaridad y desarrollo" al padre Pedro Opeka, misionero en Madagascar, al padre José Raúl Matte, misionero entre los leprosos de Amazonia, a los destinatarios del proyecto Gulunap, para la realización de una Facultad de medicina en Uganda del norte y a los responsables del proyecto "Villaggio degli Ercolini", para la integración de niños y muchachos gitanos en Roma.

También expreso mi agradecimiento a cuantos han colaborado en la realización del concierto y a la Radiotelevisión italiana (RAI), que lo ha transmitido, aumentando, por decirlo así, la audiencia de quienes han podido beneficiarse de él.

Hace sesenta años, el 10 de diciembre, la Asamblea general de las Naciones Unidas, reunida en París, adoptó la Declaración universal de derechos humanos, que constituye aún hoy un altísimo punto de referencia del diálogo intercultural sobre la libertad y los derechos humanos. La dignidad de todo hombre solamente queda garantizada cuando todos sus derechos fundamentales son reconocidos, tutelados y promovidos. Desde siempre, la Iglesia reafirma que los derechos fundamentales, más allá de la diferente formulación y del distinto peso que pueden revestir en el ámbito de las diversas culturas, son un dato universal, porque está inscrito en la naturaleza misma del hombre.


Discursos 2008 254