Discursos 2008 262

262 La ley natural, escrita por Dios en la conciencia humana, es un común denominador a todos los hombres y a todos los pueblos; es una guía universal que todos pueden conocer. Sobre esa base todos pueden entenderse. Por tanto, en última instancia, los derechos humanos están fundados en Dios creador, el cual dio a cada uno la inteligencia y la libertad. Si se prescinde de esta sólida base ética, los derechos humanos son frágiles porque carecen de fundamento sólido.

La celebración del 60° aniversario de la Declaración constituye, por consiguiente, una ocasión para verificar en qué medida los ideales aceptados por la mayor parte de la comunidad de las Naciones en 1948 son respetados hoy en las diversas legislaciones nacionales y, más aún, en la conciencia de los individuos y de las colectividades.

Sin duda, se ha recorrido un largo camino, pero queda aún un largo tramo por completar: cientos de millones de hermanos y hermanas nuestros ven cómo están amenazados sus derechos a la vida, a la libertad, a la seguridad; no siempre se respeta la igualdad entre todos ni la dignidad de cada uno, mientras que se alzan nuevas barreras por motivos relacionados con la raza, la religión, las opiniones políticas u otras convicciones. Así pues, no ha de cesar el compromiso común de promover y definir mejor los derechos humanos, y se debe intensificar el esfuerzo por garantizar su respeto.

Acompaño estos deseos con la oración para que Dios, Padre de todos los hombres, nos conceda construir un mundo donde cada ser humano se sienta acogido con plena dignidad, y donde las relaciones entre las personas y entre los pueblos estén reguladas por el respeto, el diálogo y la solidaridad.

A todos imparto mi bendición.

ENCUENTRO DEL PAPA CON LOS UNIVERSITARIOS DE ROMA

Basílica Vaticana

Jueves 11 de diciembre de 2008



Señores cardenales;
señora ministra y distinguidas autoridades;
venerados hermanos;
ilustres rectores y profesores;
263 queridos estudiantes:

La proximidad de la santa Navidad me brinda la ocasión, siempre grata, de encontrarme con el mundo universitario romano. Saludo cordialmente al cardenal Agostino Vallini, mi vicario para la diócesis de Roma, y al cardenal George Pell, arzobispo de Sydney, cuya presencia nos hace remontarnos con la mente y con el corazón a la inolvidable experiencia de la Jornada mundial de la juventud del pasado mes de julio.

El paso del icono de María, Sedes Sapientiae, de la delegación rumana a la australiana nos recuerda que esta gran "red" de los jóvenes del mundo entero está siempre activa y en movimiento. Doy las gracias al rector de Universidad de Roma La Sapienza y a la estudiante que me han dirigido palabras de saludo en nombre de todos. Agradezco al ministro de Universidades e investigación su presencia, deseando todo bien a ese sector tan importante para la vida del país. Dirijo un saludo especial a los alumnos israelíes y palestinos que estudian en Roma gracias a las ayudas de la región del Lacio y de las Universidades romanas, así como a los tres rectores que participaron ayer en el encuentro sobre el tema: "De Jerusalén a Roma para construir un nuevo humanismo".

Queridos amigos, oportunamente, este año el itinerario preparado para vosotros, universitarios, por la diócesis de Roma está en armonía con el Año paulino. El bimilenario del nacimiento del Apóstol de los gentiles está ayudando a toda la Iglesia a redescubrir su vocación misionera fundamental y, al mismo tiempo, a aprovechar abundantemente el inagotable tesoro teológico y espiritual de las cartas de san Pablo. Yo mismo, como sabéis, estoy desarrollando semana tras semana un ciclo de catequesis sobre este tema.

Estoy convencido de que también para vosotros, tanto en el ámbito personal como en el de la experiencia comunitaria y del apostolado en la universidad, la confrontación con la figura y el mensaje de san Pablo constituye una oportunidad muy enriquecedora. Por este motivo, dentro de poco os entregaré la carta a los Romanos, máxima expresión del pensamiento paulino y signo de su consideración especial por la Iglesia de Roma o, para usar las palabras del saludo inicial de esa carta, por "todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación" (
Rm 1,7).

La carta a los Romanos, como saben bien algunos de los profesores aquí presentes, es sin duda uno de los textos más importantes de la cultura de todos los tiempos. Pero es y sigue siendo principalmente un mensaje vivo para la Iglesia viva y, como tal, como un mensaje precisamente para hoy, yo la pongo esta tarde en vuestras manos. Quiera Dios que este escrito, que brotó del corazón del Apóstol, se transforme en alimento sustancioso para vuestra fe, impulsándoos a creer más y mejor, y también a reflexionar sobre vosotros mismos, para llegar a una fe "pensada" y, al mismo tiempo, para vivir esta fe, poniéndola en práctica según la verdad del mandamiento de Cristo.

Sólo así la fe que uno profesa resulta "creíble" también para los demás, a los que conquista el testimonio elocuente de los hechos. Dejad que san Pablo os hable a vosotros, profesores y alumnos cristianos de la Roma de hoy, y os haga partícipes de la experiencia que hizo él personalmente, es decir, que el Evangelio de Jesucristo "es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1,16).

El anuncio cristiano, que fue revolucionario en el contexto histórico y cultural de san Pablo, tuvo la fuerza para derribar el "muro de separación" que existía entre judíos y paganos (cf. Ep 2,14 Rm 10,12). Conserva una fuerza de novedad siempre actual, capaz de derribar otros muros que vuelven a erigirse en todo contexto y en toda época. La fuente de esa fuerza radica en el Espíritu de Cristo, al que san Pablo apela conscientemente. A los cristianos de Corinto les asegura que, en su predicación, no se apoya "en los persuasivos discursos de la sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder" (cf. 1Co 2,4). Y ¿cuál era el núcleo de su anuncio? Era la novedad de la salvación traída por Cristo a la humanidad: en su muerte y resurrección la salvación se ofrece a todos los hombres sin distinción.

Se ofrece; no se impone. La salvación es un don que requiere siempre ser acogido personalmente. Este es, queridos jóvenes, el contenido esencial del bautismo, que este año se os propone como sacramento por redescubrir y, para algunos de vosotros, por recibir o confirmar con una opción libre y consciente. Precisamente en la carta a los Romanos, en el capítulo sexto, se encuentra una grandiosa formulación del significado del bautismo cristiano. "¿Es que ignoráis —escribe san Pablo— que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?" (Rm 6,3).

Como podéis intuir, se trata de una idea muy profunda, que contiene toda la teología del misterio pascual: la muerte de Cristo, por el poder de Dios, es fuente de vida, manantial inagotable de renovación en el Espíritu Santo. Ser "bautizados en Cristo" significa estar inmersos espiritualmente en la muerte que es el acto de amor infinito y universal de Dios, capaz de rescatar a toda persona y a toda criatura de la esclavitud del pecado y de la muerte.

En efecto, san Pablo prosigue así: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6,4).

264 El Apóstol, en la carta a los Romanos, nos comunica toda su alegría por este misterio cuando escribe: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? (...) Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8,35 Rm 8,38-39).

Y en este mismo amor consiste la vida nueva del cristiano. También aquí san Pablo hace una síntesis impresionante, igualmente fruto de su experiencia personal: "El que ama al prójimo, ha cumplido la ley. (...) La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud" (Rm 13,8 Rm 13,10).

Así pues, queridos amigos, esto es lo que os entrego esta tarde. Ciertamente, es un mensaje de fe, pero al mismo tiempo es una verdad que ilumina la mente, ensanchándola a los horizontes de Dios; es una verdad que orienta la vida real, porque el Evangelio es el camino para llegar a la plenitud de la vida. Este camino ya lo recorrió Jesús; más aún, él mismo, que vino del Padre a nosotros para que pudiéramos llegar al Padre por medio de él, es el Camino.

Este es el misterio del Adviento y de la Navidad. Que la Virgen María y san Pablo os ayuden a adorarlo y a hacerlo vuestro con profunda fe e íntima alegría. Os agradezco a todos vuestra presencia. Con vistas a las fiestas navideñas ya próximas, formulo a cada uno mi más cordial felicitación, que extiendo de buen grado a vuestras familias y a vuestros seres queridos. ¡Feliz Navidad!


A LOS OBISPOS DE TAIWAN EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 12 de diciembre de 2008



Queridos hermanos en el episcopado:

A todos vosotros os dirijo un saludo de paz y alegría en el Señor Jesús. Por su gracia, habéis venido a esta ciudad a venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo como signo de vuestra comunión con la Iglesia de Roma, que "preside la comunión universal en la caridad" (Pastores gregis cf. san Ignacio de Antioquía, Ad Romanos i, 1). Con este espíritu de caridad os doy la bienvenida hoy y animo a los fieles católicos de Taiwan a perseverar en la fe, en la esperanza y en el amor.

"Consolad, consolad a mi pueblo" (Is 40,1). Estas palabras, que han resonado en la liturgia de la Iglesia esta semana, sintetizan con precisión el mensaje que os dirijo hoy. Nunca estáis solos. Unidos al Padre a través del Hijo y en el Espíritu Santo, vosotros, juntamente con todos vuestros hermanos en el episcopado, contáis con la gracia de la "colegialidad afectiva", que os fortalece para anunciar el Evangelio y atender las necesidades de la grey del Señor (cf. Pastores gregis ). En realidad, vuestra celebración del 150° aniversario de la evangelización católica en Taiwan es una ocasión para manifestar cada vez con mayor entusiasmo la unidad entre vosotros y con nuestro Señor, mientras juntos promovéis el apostolado común de la Iglesia.

Esta unidad de mente y de corazón se manifiesta en vuestro deseo de cooperar más estrechamente en la difusión del Evangelio entre los no creyentes y en la formación de quienes ya están iniciados en la Iglesia por el Bautismo y la Confirmación. Me complace constatar que seguís coordinando una serie de instituciones con este fin, poniendo el debido relieve en la parroquia, "la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado" (Catechesi tradendae CTR 67). Como obispos, sois muy conscientes de vuestro importante papel a este respecto. Vuestro oficio de enseñar es inseparable de los oficios de santificar y gobernar, y es parte integrante de lo que san Agustín llama "amoris officium": el "oficio de amor" (In Ioannem, 123).

Con este fin, es crucial la formación de los sacerdotes, que son ordenados para asistiros en el ejercicio de este "oficio de amor" con vistas al bien del pueblo de Dios. Estos programas han de ser permanentes, para que los sacerdotes puedan concentrarse continuamente en el significado de su misión y cumplirla con fidelidad y generosidad. Dichos programas también deben ser elaborados teniendo debidamente en cuenta la diversidad de edades, condiciones de vida y obligaciones de vuestro clero.

Del mismo modo, se debe dar prioridad a una preparación esmerada de los catequistas. Una vez más, es esencial tomar en consideración la variedad de ambientes en los que trabajan y proporcionarles los recursos necesarios para que puedan seguir el ejemplo de Jesús proclamando la verdad de modo directo y fácilmente accesible a todos (cf. Mc 4,11). Con su apoyo activo, podréis elaborar programas catequísticos bien concebidos, que empleen una metodología progresiva y gradual, para que entre vuestros fieles se pueda promover cada año un encuentro cada vez más profundo con el Dios uno y trino.

265 Una catequesis eficaz construye indudablemente familias más fuertes, que, a su vez, son fuente de nuevas vocaciones sacerdotales. En efecto, la familia es la "Iglesia doméstica" donde se escucha por primera vez el Evangelio de Jesús y donde se practica por primera vez el estilo de vida cristiana (cf. Lumen gentium LG 11). La Iglesia, en todos los niveles, debe valorar y promover el don del sacerdocio, para que los jóvenes respondan generosamente a la llamada del Señor a convertirse en obreros de la viña. Los padres, los pastores, los maestros, los líderes parroquiales y todos los miembros de la Iglesia deben proponer a los jóvenes la opción radical de seguir a Cristo, para que, al encontrarlo a él, se encuentren a sí mismos (cf. Sacramentum caritatis, 25).

Como sabéis, la familia es la "célula primera y vital": el prototipo para todos los niveles de la sociedad (cf. Apostolicam actuositatem AA 11). Vuestra reciente carta pastoral "Preocupación social y evangelización" subraya la necesidad de la Iglesia de comprometerse activamente en la promoción de la vida familiar. La familia, fundada en una alianza indisoluble, lleva a las personas a descubrir el bien, la belleza y la verdad, para que puedan percibir su destino único y aprender cómo contribuir a la construcción de la civilización del amor.

Vuestra profunda solicitud por el bien de la familia y de la sociedad en su conjunto, queridos hermanos, os impulsa a ayudar a los cónyuges a preservar la indisolubilidad de sus promesas matrimoniales. Jamás os canséis de promover una legislación civil justa y políticas que protejan el valor sagrado del matrimonio. Salvaguardad este sacramento de todo lo que pueda dañarlo, especialmente de la supresión deliberada de la vida en sus fases más vulnerables.

Del mismo modo, la solicitud de la Iglesia por los débiles le impone prestar atención especial a los inmigrantes. En diversas cartas pastorales recientes habéis subrayado el papel esencial de la parroquia para servir a los inmigrantes y para sensibilizar a las personas con respecto a sus necesidades. Me complace asimismo notar que la Iglesia en Taiwan ha promovido activamente leyes y políticas que defienden los derechos humanos de los inmigrantes. Como sabéis, muchos de los que llegan a vuestras costas no sólo participan en la plenitud de la comunión católica, sino que también llevan consigo la herencia cultural única de sus respectivos lugares de origen. Os animo a seguir acogiéndolos con afecto, para que puedan recibir un asiduo cuidado pastoral que les garantice su pertenencia a la "familia en la fe" (cf. Ga 6,10).

Queridos hermanos en el episcopado, por la providencia de Dios todopoderoso, habéis sido elegidos para velar sobre esta familia en la fe. Vuestro vínculo apostólico con el Sucesor de Pedro implica una responsabilidad pastoral con respecto a la Iglesia universal en todo el mundo. En vuestro caso, esto significa particularmente una solicitud amorosa por los católicos del continente, a los que tengo presentes constantemente en mis oraciones. Vosotros y los fieles cristianos de Taiwan sois un signo vivo de que, en una sociedad ordenada con justicia, no se debe temer ser un católico fiel y un buen ciudadano. Ruego para que, como parte de la gran familia católica china, sigáis estando espiritualmente unidos a vuestros hermanos del continente.

Queridos hermanos, soy bien consciente de que los obstáculos que afrontáis pueden pareceros insuperables. Pero hay muchos signos claros —la Jornada de la juventud de Taiwan y la Conferencia sobre la evangelización creativa son sólo dos ejemplos recientes— de la fuerza del Evangelio para convertir, sanar y salvar. Ojalá que animen siempre vuestro corazón las palabras del profeta Isaías: "No temáis. He aquí vuestro Dios" (Is 40,9).

En efecto, el Señor habita en medio de nosotros. Sigue enseñándonos con su Palabra y alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre. La espera de su vuelta nos impulsa a renovar el grito lanzado por Isaías y repetido por Juan el Bautista: "Preparad el camino del Señor" (cf. Is 40,3). Confío en que vuestra celebración fiel del santo Sacrificio os prepare a vosotros y a vuestro pueblo para encontrar al Señor cuando venga de nuevo.

Encomendándoos a vosotros y al pueblo confiado a vuestro cuidado a la protección materna de María, Auxilio de los cristianos, de corazón os imparto mi bendición apostólica.


A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

Sala Clementina

Viernes 12 de diciembre de 2008



Señores cardenales;
266 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Os doy una cordial bienvenida a todos los que participáis en la sesión plenaria del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. En primer lugar, saludo al cardenal presidente, al que también expreso mi agradecimiento por las amables palabras con que ha ilustrado el trabajo que habéis llevado a cabo en estos días.

Mi saludo se extiende al secretario y a los demás colaboradores del Consejo pontificio, así como a cuantos, procedentes de diversas partes, han aportado la contribución de su experiencia a la reflexión común sobre el tema de vuestra reunión: "Recepción y futuro del diálogo ecuménico". Se trata de un tema de notable interés para el camino hacia la unidad plena entre los cristianos; un tema que presenta dos dimensiones esenciales: por un lado, el discernimiento del itinerario recorrido hasta ahora; y, por otro, la búsqueda de nuevos caminos para proseguirlo, tratando de descubrir juntos cómo superar las divergencias que lamentablemente siguen existiendo en las relaciones entre los discípulos de Cristo.

No cabe duda de que el diálogo teológico constituye un componente esencial para restablecer la comunión plena que todos deseamos; por esto, es preciso sostenerlo e impulsarlo. Este diálogo se realiza cada vez más en el contexto de las relaciones eclesiales que, por gracia de Dios, se van ampliando e implican no sólo a los pastores, sino también a todos los diversos componentes y articulaciones del pueblo de Dios.

Demos gracias al Señor por los significativos pasos adelante realizados, por ejemplo, en las relaciones con las Iglesias ortodoxas y con las antiguas Iglesias ortodoxas de Oriente, tanto por lo que atañe al diálogo teológico, como por la consolidación y el crecimiento de la fraternidad eclesial. El último documento de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas sobre el tema: "Comunión eclesial, conciliaridad y autoridad", al que aludió explícitamente Su Santidad Bartolomé I al hablar a la reciente Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, ciertamente abre una perspectiva positiva de reflexión sobre la relación que existe entre primado y sinodalidad en la Iglesia, tema de importancia crucial en las relaciones con los hermanos ortodoxos, y que será objeto de profundización y confrontación en próximas reuniones.

Es consolador constatar cómo en estos años un sincero espíritu de amistad entre católicos y ortodoxos ha ido creciendo y se ha manifestado también en los múltiples contactos mantenidos entre responsables de la Curia romana y obispos de la Iglesia católica con responsables de las diversas Iglesias ortodoxas, así como en las visitas de altos exponentes ortodoxos a Roma y a Iglesias particulares católicas.

En vuestra sesión plenaria habéis reflexionado, de modo especial, sobre el así llamado Harvest Project: "Consenso-convergencia ecuménica sobre algunos aspectos fundamentales de la fe cristiana identificados en las relaciones de los primeros cuatro diálogos bilaterales internacionales en los que ha participado la Iglesia católica desde el concilio Vaticano II". Esta confrontación os ha llevado a examinar los resultados de cuatro importantes diálogos: los mantenidos con la Federación luterana mundial; con el Consejo mundial metodista; con la Comunión anglicana; y con la Alianza reformada mundial. Aunque habéis delineado lo que, con la ayuda de Dios, ya se ha logrado alcanzar en el entendimiento recíproco y en el descubrimiento de elementos de convergencia, no habéis evitado poner de manifiesto, con gran honradez, lo que aún queda por realizar. Se podría decir que nos encontramos todavía en camino, en una situación intermedia, donde sin duda es útil y oportuno un examen objetivo de los resultados conseguidos. Y estoy seguro de que el trabajo de vuestra sesión dará una valiosa aportación para elaborar, en esta perspectiva, una reflexión más amplia, precisa y detallada.

Queridos hermanos y hermanas, hoy en muchas regiones ha cambiado y sigue cambiando la situación ecuménica, lo cual implica el esfuerzo de una confrontación sincera. Van surgiendo nuevas comunidades y grupos; se van perfilando tendencias inéditas y, a veces incluso, tensiones entre las comunidades cristianas. Por ello, es importante el diálogo teológico, que también afecta al ámbito concreto de la vida de las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales.

En esta luz se sitúa el tema de vuestra plenaria, y el discernimiento indispensable para delinear de modo concreto las perspectivas del compromiso ecuménico que la Iglesia católica quiere proseguir e intensificar con prudencia y tacto pastoral. En nuestro espíritu resuenan el mandamiento de Cristo, el "mandatum novum", y su oración por la unidad: "ut omnes unum sint... ut mundus credat quia tu me misisti" (
Jn 17,21).

La caridad ayudará a los cristianos a cultivar la "sed" de la comunión plena en la verdad y, siguiendo dócilmente las inspiraciones del Espíritu Santo, podemos esperar que pronto se alcanzará la anhelada unidad, el día en que lo quiera el Señor. Precisamente por eso el ecumenismo nos estimula a un intercambio fraterno y generoso de dones, conscientes de que la comunión plena en la fe, en los sacramentos y en el ministerio, sigue siendo el objetivo y la meta de todo el movimiento ecuménico. El ecumenismo espiritual es el corazón vivo de esa vasta empresa, como afirmó claramente el concilio ecuménico Vaticano II.

267 Estamos viviendo los días del Adviento, que nos prepara al Nacimiento de Cristo. Este tiempo de vigilante espera debe mantener viva en nosotros la esperanza de la llegada del reino de Dios, de la Basileia tou Theou. Que María, Madre de la Iglesia, nos acompañe y guíe en el camino, no fácil, hacia la unidad.

Con estos sentimientos, formulo mi cordial felicitación por las próximas fiestas navideñas y, dándoos de nuevo las gracias por el trabajo que habéis llevado a cabo en esta asamblea, invoco sobre todos y sobre cada uno la bendición de Dios.

AUDIENCIA DEL PAPA BENEDICTO XVI


A LOS PEREGRINOS DE LA BAJA AUSTRIA QUE REGALARON


EL ÁRBOL DE NAVIDAD PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO

Sala de las Bendiciones

Viernes 12 de diciembre de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo cordialmente —Grüß Gott— a todos vosotros, que habéis venido a traer como regalo al Santo Padre y a la Iglesia el árbol de Navidad que, juntamente con el belén, adornará durante el próximo período navideño la plaza de San Pedro. Doy la bienvenida en particular al gobernador regional de la Baja Austria, doctor Erwin Pröll, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido también en nombre de todos los presentes.

Saludo, asimismo, al obispo de Sankt Pölten, monseñor Klaus Küng —también a usted le doy cordialmente las gracias por sus conmovedoras palabras—, y en representación de la delegación y de todos los huéspedes de la Baja Austria, al señor Johann Seper, alcalde del ayuntamiento de Gutenstein, en cuyo territorio ha crecido este magnífico árbol, el más alto en la historia de los árboles navideños de la plaza de San Pedro. Mi saludo particular va, igualmente, a los jóvenes cantores de Altenburg y a los músicos de Ziersdorf, que con su interpretación musical han dado a nuestro encuentro un tono festivo y, por decirlo así, son mensajeros de la rica cultura de vuestro país y de sus múltiples tradiciones. ¡Gracias de corazón! Donde está Austria, hay música; lo podemos experimentar también hoy de una forma admirable.

El regalo que viene de los bosques de vuestro hermoso país —del que forman parte también otros abetos que habéis traído para dar al palacio apostólico y a varios ambientes del Vaticano, entre ellos mi despacho, un clima navideño— me trae a la mente el recuerdo de la visita que realicé el año pasado a vuestra patria. En esa ocasión visité uno de los grandes conventos que caracterizan a vuestro país y que atestiguan su historia profundamente cristiana. Todos los fieles deben comprometerse para que también en el futuro este testimonio de Cristo siga vivo a fin de dar a los hombres apoyo y orientación en su vida o —como dijo usted, señor gobernador regional, de una forma muy concreta— un apoyo que los sostenga para seguir adelante.

En las próximas semanas el árbol de Navidad será motivo de alegría para los romanos y para los numerosos peregrinos que vendrán de todo el mundo a la ciudad eterna con ocasión de la festividad del Nacimiento de Cristo. Desde la ventana de mi oficina, también yo podré contemplar con gozo siempre renovado el árbol colocado cerca del belén. También tendré la ocasión de ir hasta el lugar, rezar ante el Niño Jesús y alegrarme con la luz del árbol y su belleza. Su forma en punta, su color verde y las luces de sus ramas son símbolos de vida. Además, nos remiten al misterio de la Nochebuena. Cristo, el Hijo de Dios, trae al mundo oscuro, frío y no redimido, al que viene a nacer, una nueva esperanza y un nuevo esplendor. Si el hombre se deja tocar e iluminar por el esplendor de la verdad viva que es Cristo, experimentará una paz interior en su corazón y será constructor de paz en una sociedad que tiene mucha nostalgia de reconciliación y redención.

Queridos amigos, una vez más, un sincero "Que Dios os recompense" por este hermoso regalo. También manifiesto mi agradecimiento a todos los colaboradores que no pueden estar presentes hoy, a los patrocinadores y a todos los que se han encargado de trasportar el árbol. El Señor os recompense por la disponibilidad con que habéis contribuido generosamente a la entrega del árbol.
Ya desde hoy os expreso mi felicitación por una fiesta de Navidad llena de gracia y os pido que la transmitáis a vuestras familias y a vuestros compatriotas. Os aseguro mi oración por vuestras familias y por vuestro hermoso país, y os encomiendo a todos a la intercesión de María, patrona de Austria, y de san Leopoldo, patrono de la región, que ahora, como hermosa escultura, podrá sentirse "en casa" también en mi apartamento. El Señor proteja a vuestra región y bendiga a toda Austria.




A LOS EMPLEADOS DE LA EMBAJADA DE ITALIA


ANTE LA SANTA SEDE


268

Sábado 13 de diciembre de 2008

Señor subsecretario de la Presidencia del Gobierno;
queridos amigos:

En esta breve visita a la embajada de Italia, la primera cita tiene lugar en esta hermosa capilla recién restaurada y renovada. Y me alegra encontrarme precisamente aquí con vosotros, que formáis la comunidad de vida y de trabajo de esta embajada. Os saludo a todos con afecto, juntamente con vuestros familiares.

Dirijo un saludo especial al señor subsecretario de la Presidencia del Gobierno, que me ha transmitido el saludo del presidente del Gobierno y me ha dado una cordial bienvenida, haciéndose intérprete de vuestros sentimientos. Ha recordado que esta capilla, bendecida hace pocos días por el señor cardenal secretario de Estado, ha sido dedicada a un santo cuyo nombre está indisolublemente vinculado a este palacio: san Carlos Borromeo.

Este santo, juntamente con su hermano Federico, recibió como regalo este palacio de su tío, el Pontífice Pío IV, con el cual, nombrado cardenal muy joven, colaboró en el gobierno de la Iglesia universal. Fue precisamente después de la muerte de su hermano mayor cuando el joven sobrino del Pontífice inició un proceso de maduración espiritual que lo llevó a una profunda conversión marcada por una firme elección de vida evangélica.

Como obispo, dedicó todas sus energías a la archidiócesis de Milán. Su biografía muestra con claridad el celo con que desempeñó su ministerio episcopal, promoviendo la reforma de la Iglesia según el espíritu del concilio de Trento, cuyas directrices aplicó de modo ejemplar, mostrando una cercanía constante a las poblaciones, de modo especial durante los años de la peste, de forma que, precisamente por esta entrega generosa, fue llamado "ángel de los apestados". La historia humana y espiritual de san Carlos Borromeo pone de manifiesto que la gracia divina puede transformar el corazón del hombre y hacerlo capaz de un amor a los hermanos llevado hasta el sacrificio de sí mismo.

Queridos hermanos y hermanas, os encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestros familiares a la protección de san Carlos, para que también vosotros podáis cumplir la misión que Dios os confía al servicio del prójimo según vuestras diferentes tareas. Por último, aprovecho la ocasión para desearos una feliz y santa Navidad, mientras de corazón os bendigo a todos.


DURANTE SU VISITA A LA EMBAJADA DE ITALIA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 13 de diciembre de 2008



Señor ministro de Asuntos exteriores;
señor subsecretario de la Presidencia del Gobierno;
269 señor embajador ante la Santa Sede;
representantes del Cuerpo diplomático ante la Santa Sede;
ilustres autoridades;
señores y señoras:

Me alegra verdaderamente poder aceptar hoy la amable invitación que me hicieron a visitar este histórico edificio, sede de la embajada de Italia ante la Santa Sede. Saludo cordialmente a todos, comenzando por el señor ministro de Asuntos exteriores, al que agradezco las amables palabras que me acaba de dirigir. Saludo a los demás ministros, a las autoridades presentes y, de modo especial, al embajador Antonio Zanardi Landi. Gracias de corazón por la cortés acogida, acompañada por un grato intermedio musical.

Como ya se ha recordado, este histórico palacio recibió la visita de tres predecesores míos: los siervos de Dios Pío XII, el 2 de junio de 1951; Pablo VI el 2 de octubre de 1964; y Juan Pablo II, el 2 de marzo de 1986. En esta circunstancia solemne y a la vez familiar, también vuelven a mi mente los recientes encuentros con el presidente de la República: el del pasado día 24 de abril con ocasión del concierto que me ofreció por el aniversario del inicio solemne de mi servicio en la Cátedra de Pedro; luego, el del 4 de octubre, en el Quirinal; y, por último, el del miércoles pasado en la sala Pablo VI del Vaticano, con ocasión del concierto por el 60° aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, a la que usted, señor ministro de Asuntos exteriores, ha hecho referencia.

A la vez que dirijo un cordial y agradecido saludo al presidente de la República, me complace recordar lo que afirmé precisamente durante la visita al Quirinal, es decir, que "en la ciudad de Roma conviven pacíficamente y colaboran fructuosamente el Estado italiano y la Sede apostólica" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de octubre de 2008, p. 3).

La singular atención prestada por los Pontífices a esta sede diplomática bastaría por sí sola para señalar el reconocimiento del importante papel que ha desempeñado y desempeña la embajada de Italia en las intensas y particulares relaciones que existen entre la Santa Sede y la República italiana, así como en las relaciones de colaboración mutua entre la Iglesia y el Estado en Italia.

Seguramente, tendremos ocasión de poner de relieve este importante doble orden de vínculos diplomáticos, sociales y religiosos, en el mes de febrero del año próximo, cuando se celebre el 80° aniversario de la firma de los Pactos lateranenses y el 25° aniversario del Acuerdo de modificación del Concordato. Ya se hizo referencia a este aniversario para subrayar con razón la fructuosa relación que existe entre Italia y la Santa Sede. Se trata de un entendimiento muy importante y significativo en la actual situación mundial, en la que la persistencia de conflictos y tensiones entre pueblos hace cada vez más necesaria una colaboración entre todos los que comparten los mismos ideales de justicia, solidaridad y paz.

Además, retomando lo que ha dicho usted, señor ministro de Asuntos exteriores, no puedo menos de aludir con viva gratitud a la colaboración que día a día se da entre la embajada de Italia y mi Secretaría de Estado. A este propósito, saludo cordialmente a los jefes de misión que en estos años se han sucedido en el palacio Borromeo y que amablemente han querido estar hoy con nosotros.

Aprovecho esta breve visita para reafirmar que la Iglesia es muy consciente de que "es propia de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios (cf.
Mt 22,21), es decir, entre Estado e Iglesia" (Deus caritas est ). La Iglesia no sólo reconoce y respeta esa distinción y esa autonomía, sino que además se alegra de ellas, considerándolas un gran progreso de la humanidad y una condición fundamental para su misma libertad y para el cumplimiento de su misión universal de salvación entre todos los pueblos.

270 Al mismo tiempo, la Iglesia, siguiendo los dictámenes de su propia doctrina social, argumentada "a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano" (ib.), siente que tiene el deber de despertar en la sociedad las fuerzas morales y espirituales, contribuyendo a abrir las voluntades a las exigencias auténticas del bien. Por eso, recordando el valor que tienen algunos principios éticos fundamentales no sólo para la vida privada sino también y sobre todo para la pública, la Iglesia contribuye de hecho a garantizar y promover la dignidad de la persona y el bien común de la sociedad, y en este sentido se realiza la deseada cooperación auténtica entre Estado e Iglesia.

Permítaseme ahora mencionar con gratitud también la valiosa contribución que tanto esta representación diplomática como, en general, las autoridades italianas dan generosamente para que la Santa Sede pueda cumplir libremente su misión universal y, por tanto, también mantener relaciones diplomáticas con numerosos países del mundo. A este propósito, saludo y expreso mi agradecimiento al decano y a algunos representantes del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, que participan en este encuentro, y estoy seguro de que comparten este aprecio por los valiosos servicios que Italia presta a su delicada y cualificada misión.

Señores y señoras, es realmente significativo que la representación diplomática italiana ante la Santa Sede desde 1929 tenga su sede donde vivió en su juventud san Carlos Borromeo, que entonces ejercía el oficio de colaborador del Romano Pontífice en la Curia romana, guiando la que se define normalmente como diplomacia de la Santa Sede. Así pues, los que aquí trabajan pueden encontrar en este santo un constante protector y, al mismo tiempo, un modelo en el cual inspirarse en el desempeño de sus tareas diarias. Encomiendo a su intercesión a todos los que hoy se hallan aquí reunidos, y formulo a cada uno un sincero deseo de todo bien. Mientras se acerca la fiesta del Nacimiento del Señor Jesús, este deseo se extiende a las autoridades italianas, comenzando por el presidente de la República, y a todo el querido pueblo de esta amada península.

Mi deseo de paz abraza luego a todos los países de la tierra, estén o no estén oficialmente representados ante la Santa Sede. Es un deseo de luz y de auténtico progreso humano, de prosperidad y de concordia, todas ellas realidades a las que podemos aspirar con confiada esperanza, porque son dones que Jesús trajo al mundo al nacer en Belén.

La Virgen María, a la que hace algunos días hemos venerado como Inmaculada Concepción, obtenga para Italia y para el mundo entero estos dones, y todos los demás bienes anhelados, de su Hijo, el Príncipe de la paz, cuya bendición invoco de corazón sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos.



Discursos 2008 262