Discursos 2008 270

A UN GRUPO DE NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE

Sala Clementina

Jueves 18 de diciembre de 2008




Excelencias:

Os recibo con alegría esta mañana con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países ante la Santa Sede: Malawi, Suecia, Sierra Leona, Islandia, el Gran Ducado de Luxemburgo, la República de Madagascar, Belice, Túnez, la República de Kazajstán, el Reino de Bahrein y la República de Fiji.
Os doy las gracias por las amables palabras que me habéis dirigido de parte de vuestros jefes de Estado. Os ruego que les transmitáis mi más cordial saludo y mis mejores deseos para ellos y para su elevada misión al servicio de sus países y pueblos. Deseo saludar también, a través de vosotros, a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a vuestros compatriotas. Mis oraciones y pensamientos se dirigen en particular a las comunidades católicas presentes en vuestros países, en los que tratan de vivir el Evangelio y testimoniarlo con espíritu de colaboración fraterna.

La diversidad de vuestros lugares de procedencia me lleva a dar gracias a Dios por su amor creador y por la multiplicidad de sus dones, que no dejan de asombrar a los hombres. Es una enseñanza. A veces la diversidad produce temor; por eso no debe sorprender que el ser humano a menudo prefiera la monotonía de la uniformidad. Algunos sistemas político-económicos, que tenían o reivindicaban orígenes paganos o religiosos, han afligido a la humanidad durante demasiado tiempo y han intentado uniformarla con demagogia y violencia. Han reducido y, por desgracia, siguen reduciendo al ser humano a una esclavitud indigna al servicio de una única ideología o de una economía inhumana y pseudo-científica.

271 Todos sabemos que no existe un modelo político único, como un ideal a realizar de modo absoluto, y que la filosofía política evoluciona en el tiempo y en su expresión en la medida en que se afina la inteligencia humana y aprovecha las lecciones que saca de su experiencia política y económica. Cada pueblo tiene su genio y también "sus demonios". Cada pueblo avanza a través de un alumbramiento, a veces doloroso, hacia un porvenir que desea luminoso. Por eso, espero que cada pueblo cultive su genio, enriqueciéndolo lo mejor posible para el bien de todos, y que se purifique de sus "demonios", controlándolos lo mejor que pueda hasta eliminarlos transformándolos en valores positivos y creadores de armonía, prosperidad y paz para defender la grandeza de la dignidad humana.

Reflexionando en la hermosa misión del embajador, me ha venido espontáneamente a la mente uno de los aspectos esenciales de su actividad: la búsqueda y la promoción de la paz, que acabo de recordar. Conviene citar aquí la bienaventuranza pronunciada por Cristo en el Sermón de la Montaña: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (
Mt 5,9). El embajador puede y debe ser constructor de paz. El artífice de paz, del que se habla aquí, no es sólo una persona de temperamento tranquilo y conciliador que desea vivir en buenas relaciones con todos y evitar, en la medida de lo posible, los conflictos, sino que además se pone totalmente al servicio de la paz y se compromete activamente en su construcción, a veces incluso entregando su vida.

No faltan ejemplos históricos. La paz no sólo implica una situación política o militar sin conflicto; remite también globalmente a un conjunto de condiciones que permiten la concordia entre todos y el desarrollo personal de cada uno. Dios quiere la paz, la propone al hombre y se la ofrece como don. Esta intervención divina en la humanidad lleva el nombre de "alianza de paz" (Is 54,10). Cuando Cristo llama hijo de Dios al artífice de paz quiere decir que este participa y trabaja, de manera consciente o inconsciente, en la obra de Dios y prepara, a través de su misión, las condiciones necesarias para que se acoja la paz que procede de lo alto. Vuestra misión, excelencias, es elevada y noble. Requiere todas vuestras energías, que tendréis que desplegar para alcanzar este ideal elevado que honrará a vuestras personas, a vuestros gobernantes y a vuestros países respectivos.

Sabéis, como yo, que la paz auténtica sólo es posible cuando reina la justicia. Nuestro mundo tiene sed de paz y de justicia. En vísperas de la Conferencia de Doha, que concluyó hace pocos días, la Santa Sede publicó una Nota sobre la actual crisis financiera y sus repercusiones en la sociedad y en las personas. Ofrece puntos de reflexión destinados a promover el diálogo sobre varios aspectos éticos que deberían regir las relaciones entre las finanzas y el desarrollo, y alentar a los gobiernos y a los agentes económicos a buscar soluciones duraderas y solidarias para el bien de todos y, más en particular, para quienes están más expuestos a las dramáticas consecuencias de la crisis.

La justicia —volviendo a este tema— no sólo tiene una dimensión social o incluso ética. No se refiere solamente a lo que es equitativo o conforme al derecho. La etimología hebrea de la palabra justicia hace referencia a lo que está ajustado. Por eso, la justicia de Dios se manifiesta por su justeza.Pone todas las cosas en su sitio, todo en orden, para que el mundo se ajuste al plan de Dios y a su orden (cf. Is 11,3-5).

La noble misión del embajador consiste, por tanto, en desplegar su arte a fin de que todo sea "ajustado" para que la nación a la que sirve no sólo viva en paz con los demás países, sino también según la justicia, que se manifiesta en la equidad y la solidaridad en las relaciones internacionales, y para que sus compatriotas, gozando de paz social, puedan vivir libre y serenamente sus creencias y alcanzar así la "justeza" de Dios.

Señoras y señores embajadores, acabáis de comenzar vuestra misión ante la Santa Sede. Os expreso de nuevo mis más cordiales deseos de éxito en la función tan delicada que estáis llamados a desempeñar. Imploro al Todopoderoso que os sostenga y os acompañe a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas, para contribuir a la construcción de un mundo más pacífico y justo. Que Dios os llene de la abundancia de sus bendiciones.


EN EL 25° ANIVERSARIO DEL CENTRO TELEVISIVO VATICANO

Sala del Consistorio

Jueves 18 de diciembre de 2008



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros, empleados, colaboradores y consejeros del Centro Televisivo Vaticano, acompañados de vuestros familiares, para conmemorar el 25° aniversario de la fundación de vuestro Centro. Saludo en particular al señor cardenal John P. Foley y al director general, padre Federico Lombardi, al que agradezco las palabras de saludo que me ha dirigido, ilustrando la realidad del Centro. También deseo recordar al doctor Emilio Rossi, recientemente fallecido, que durante muchos años fue presidente del Centro y después presidente de su consejo de administración, dando testimonio de un servicio generoso y competente a la Iglesia y a la sociedad.

272 El Centro fue promovido, en 1983, por mi predecesor Juan Pablo II, consciente de que la Santa Sede, además de los medios de comunicación de los que ya disponía, debía dotarse de un Centro televisivo propio, para que el servicio del Papa a la Iglesia universal y a la humanidad pudiera valerse también de este medio, cuya eficacia se estaba manifestando cada vez con mayor evidencia.
Videre Petrum, ver al Papa, es un deseo que ha traído a Roma a innumerables peregrinos. Este deseo puede hacerse realidad hoy, al menos en parte, también gracias a la radio y la televisión, que han permitido a muchísimas personas participar, primero mediante la voz y ahora también mediante las imágenes, en las celebraciones y en los acontecimientos que se realizan en el Vaticano o en los demás lugares a los que el Papa va para cumplir su ministerio.

Así pues, ante todo prestáis un servicio muy valioso con vistas a la comunión en la Iglesia. La colaboración con las televisiones católicas ha caracterizado a vuestro Centro ya desde sus orígenes. En Italia, Telepace y SAT2000 transmiten casi todas vuestras filmaciones, pero es muy estimulante saber que no pocas televisiones católicas en diversas regiones del mundo están en conexión con vosotros. De este modo, un número cada vez mayor de fieles puede seguir, en directo o en diferido, lo que acontece en el centro de la Iglesia.

Pero la televisión no sólo llega a los fieles católicos. Al poner las imágenes a disposición de las mayores agencias televisivas mundiales y de las grandes televisiones nacionales o comerciales, favorecéis una información adecuada e inmediata sobre la vida y la enseñanza de la Iglesia en el mundo de hoy, al servicio de la dignidad de la persona humana, la justicia, el diálogo y la paz. Las relaciones de buena colaboración que os esforzáis por mantener en el vasto mundo de la comunicación televisiva, de modo especial con ocasión de los viajes internacionales del Papa, han ensanchado el campo de vuestro servicio, podríamos decir, hasta los confines del mundo, respondiendo a las expectativas humanas y espirituales de innumerables contemporáneos nuestros.

En vuestro servicio, con mucha frecuencia estáis llamados a tomar y difundir las imágenes de importantes y espléndidas celebraciones litúrgicas que se realizan en el centro de la cristiandad. La liturgia es verdaderamente la cumbre de la vida de la Iglesia, tiempo y lugar de relación profunda con Dios. Seguir el acontecimiento litúrgico a través del ojo atento de la cámara de televisión, para permitir una auténtica participación espiritual también a quienes no pueden estar físicamente presentes, es tarea elevada y comprometedora, que os exige tener una preparación seria y una verdadera sintonía espiritual con lo que, en cierto sentido, transmitís. La buena colaboración con la Oficina de las celebraciones litúrgicas, que mantenéis desde hace mucho tiempo, os ayudará a crecer cada vez más en este valioso servicio espiritual a los telespectadores de todo el mundo.

Las imágenes que habéis tomado a lo largo de los años y que ahora conserváis celosamente, convierten vuestro archivo en un valioso recurso, no sólo para la producción de programas televisivos actuales o futuros, sino también -podríamos decir- para la historia de la Santa Sede y de la Iglesia. Conservar adecuadamente la grabación de las voces y las imágenes es una empresa técnicamente difícil y económicamente costosa, pero es una de vuestras tareas institucionales, que os animo a afrontar con confianza. Para que la Iglesia siga estando presente con su mensaje "en el gran areópago" de la comunicación social, como lo definía Juan Pablo II, y no se encuentre ajena a los espacios en los que innumerables jóvenes navegan en busca de respuestas y de sentido para su vida, debéis tratar de encontrar caminos para difundir, de un modo nuevo, voces e imágenes de esperanza a través de la red telemática que envuelve nuestro planeta con mallas cada vez más tupidas.

Por lo demás, no sois los únicos en afrontar vuestra misión. Hoy precisamente se habla de la "convergencia" entre los diversos medios de comunicación social. Los confines entre esos medios se difuminan y las sinergias aumentan. Naturalmente, también los medios de comunicación social al servicio de la Santa Sede experimentan esta evolución y se deben insertar en ella consciente y activamente. Desde siempre la colaboración entre vuestro Centro y Radio Vaticano ha sido muy estrecha y ha ido creciendo, porque en las transmisiones la imagen y el sonido no pueden separarse.

Pero hoy internet invita a una integración cada vez mayor de la comunicación escrita, sonora y visual, y por tanto desafía a ensanchar e intensificar las formas de colaboración entre los medios de comunicación social que están al servicio de la Santa Sede. A eso también contribuirá, de modo particular, la relación positiva con el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, con el que os aliento a desarrollar iniciativas y profundizaciones fructuosas.

Así pues, ¡ánimo! La modesta entidad de vuestra estructura en comparación con la grandeza de las tareas no os debe asustar. Muchas personas gracias a vuestro trabajo pueden sentirse más cercanas al corazón de la Iglesia. Sed conscientes también de la gratitud del Papa, el cual sabe que os dedicáis generosamente a un trabajo que contribuye a la amplitud y la eficacia de su servicio diario. El Señor que viene, y cuya salvación queréis anunciar a través de vuestras imágenes, os acompañe. Con este deseo y con un augurio especial de ¡Feliz Navidad!, que extiendo a todos vuestros seres queridos, os bendigo de corazón.


A LA OFICINA PARA LOS ASUNTOS LABORALES DE LA SEDE APOSTÓLICA

Sala de los Papas

Viernes 19 de diciembre de 2008



Señor cardenal;
273 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra daros la bienvenida a todos los que participáis en este encuentro, a pocos días del 20° aniversario de la institución de la Oficina para los asuntos laborales de la Sede apostólica (Ulsa), por obra de mi venerado predecesor Juan Pablo II, con el motu proprio "Nel primo anniversario" del 1 de enero de 1989.

Saludo al cardenal Francesco Marchisano, presidente de la Ulsa, al que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido y aprovecho la ocasión para expresarle viva gratitud por el largo servicio que ha prestado a la Santa Sede. Saludo al vicepresidente, obispo Franco Croci; al director, doctor Massimo Bufacchi; a los miembros de la presidencia, del consejo, del colegio de conciliación y arbitraje, así como a vuestros demás colaboradores.

En el motu proprio de institución de la Ulsa, el siervo de Dios Juan Pablo II, como ha recordado vuestro presidente, expresó el deseo de que "se respete de modo efectivo la dignidad de cada colaborador; se reconozcan, tutelen, armonicen y promuevan los derechos económicos y sociales de cada miembro; se cumplan cada vez con mayor fidelidad los respectivos deberes; se estimule un vivo sentido de responsabilidad; y se dé un servicio cada vez mejor" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de febrero de 1989, p. 21).

En el sucesivo motu proprio de 1994, titulado "La sollecitudine", con el que aprobó el Estatuto definitivo de la Oficina, escribió: "Deseo ahora reafirmar la función, atribuida a la Oficina para los asuntos laborales de la Sede apostólica, de órgano de la misma que tiene una identidad institucional específica y se encarga de la tutela de los intereses legítimos de los que pertenecen a la comunidad de trabajo de la Santa Sede, para asegurar armonía e igualdad, en la pluralidad, diversidad y especificidad de las funciones, favoreciendo una aplicación correcta de los principios de la justicia social, como garantía de la unidad de esa comunidad y del crecimiento de las relaciones interpersonales en el seno de la misma".

Se trata de orientaciones muy claras, que me complace reafirmar, poniendo de relieve la tarea peculiar que la Oficina para los asuntos laborales de la Sede apostólica está llamada a realizar en la formación del personal, a fin de hacer que la actividad de la comunidad laboral de la Santa Sede sea cada vez más eficiente y solidaria.

Otro importante servicio que presta vuestra Oficina es el de prevenir cualquier eventual conflicto concerniente a los trabajadores que dependen de la Sede apostólica, y a buscar, si fuera necesario, su oportuna solución mediante un diálogo sincero y objetivo, actuando los procedimientos de conciliación y arbitraje previstos.

Todo ello con el fin de consolidar dicha comunidad de trabajo, llevando a cabo las intervenciones oportunas para el pleno cumplimiento de las normas establecidas con vistas a su salvaguardia, y resolviendo eventuales cuestiones de carácter administrativo o socioeconómico que se produjeran en los diversos organismos de la Santa Sede. Precisamente así, cooperando para una mejor organización de la comunidad de trabajo de la Sede apostólica, vuestra Oficina consigue las finalidades para las que fue constituida.

En esta circunstancia quiero subrayar que la comunidad de trabajo constituida por quienes colaboran en las diversas oficinas y organismos de la Santa Sede, forma una singular "familia", cuyos miembros no sólo están unidos por vínculos funcionales, sino también por una misma misión: ayudar al Sucesor de Pedro en su ministerio al servicio de la Iglesia universal. La actividad profesional que realizan constituye, por tanto, una "vocación" que es preciso cultivar con esmero y espíritu evangélico, viendo en ella un camino concreto hacia la santidad.

Esto exige que el amor a Cristo y a los hermanos, juntamente con un sentido eclesial compartido, anime y vivifique la competencia y la dedicación, la profesionalidad, el compromiso honrado y correcto, la responsabilidad atenta y madura, convirtiendo de este modo en oración el trabajo mismo, cualquiera que sea.

274 Podríamos decir que todo ello es una tarea formativa y espiritual permanente, a la que pueden contribuir todos: cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. En efecto, si es importante el respeto de los principios de la justicia y de la solidaridad, bien desarrollados por la doctrina social de la Iglesia, es indispensable sobre todo el esfuerzo común sostenido por la adhesión convencida a Cristo y por el amor sincero a su Iglesia.

Así pues, a la vez que aprovecho esta oportunidad para expresar mi agradecimiento a todos los que trabajan en los diversos dicasterios y oficinas, de buen grado formulo el deseo de que en todos y cada uno no cesen la búsqueda de la justicia y la constante aspiración a la santidad.

Al mismo tiempo, deseo que la Oficina para los asuntos laborales de la Sede apostólica, en el ámbito de su competencia, contribuya a la consecución de ese objetivo. Además, la cercanía de la santa Navidad me lleva casi naturalmente a pensar en la crisis del trabajo que preocupa a toda la humanidad. Quienes tienen la posibilidad de trabajar deben dar gracias al Señor y abrir con generosidad su corazón a quienes se encuentran en dificultades laborales y económicas.

El Niño Jesús, que en la noche santa de Belén se hizo hombre para salir al encuentro de nuestras dificultades, mire con bondad a todos los que se encuentran duramente probados por esta crisis mundial y suscite en todos sentimientos de auténtica solidaridad.

En el Mensaje para la próxima Jornada mundial de la paz recuerdo que "la lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano" (n. 13: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 2008, p. 9).

De buen grado formulo este deseo, que pongo en las manos de la Virgen y de san José, para vuestra Oficina, para los empleados de la Sede apostólica, y lo extiendo a todo el mundo del trabajo. A la vez que deseo a todos una santa y serena Navidad, de corazón os bendigo a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos. ¡Feliz Navidad!


AL SEÑOR GRAZIANO LUIGI TRIBOLDI, NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE LAS SEYCHELLES ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 19 de diciembre de 2008



Señor embajador:

Me alegra recibirlo, excelencia, y acreditarlo en calidad de embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de las Seychelles ante la Santa Sede. Le agradezco que me haya transmitido el saludo de su excelencia el señor James Alix Michel, presidente de la República. Le ruego que le exprese los mejores deseos que formulo para su persona, así como para todo el pueblo de las Seychelles.

Al recordar su país, es siempre un placer hablar de su belleza y poder enumerar las numerosas ventajas de las que goza. Para aumentar sus potencialidades, su país lleva a cabo hoy esfuerzos importantes con el fin de reducir su deuda. En un contexto mundial difícil, me congratulo por esos esfuerzos, que deberían encontrar el apoyo de las instituciones internacionales en la medida de la seriedad y del compromiso adoptado. Se trata de un desafío importante de cara a las generaciones futuras. En efecto, sería injusto que los hombres de hoy evitaran sus responsabilidades e hicieran gravar las consecuencias de sus opciones o de su inercia sobre las generaciones que vendrán después de ellos. Así pues, no sólo se trata de sanear la economía, sino también y sobre todo de afrontar un desafío de justicia social. Además, arreglar las cuentas de la nación supone también ofrecer un marco más seguro para la actividad económica y, por tanto, proteger más a las poblaciones más pobres y más vulnerables.

Este laudable objetivo requiere la cooperación de todos, para la cual es fundamental el sentido de solidaridad. Aquí se manifiesta de qué manera la armonía social no sólo está vinculada a un marco legislativo justo y adecuado, sino también a la calidad moral de cada ciudadano, porque "la solidaridad se presenta bajo dos aspectos complementarios: el de principio social y el de virtud moral" (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 193). La solidaridad se eleva al rango de virtud social cuando puede apoyarse al mismo tiempo en estructuras de solidaridad, pero también en la decisión firme y perseverante de cada persona de trabajar por el bien común, porque todos somos responsables de todos.

275 Para suscitar este sentido duradero de solidaridad, la educación de los jóvenes es ciertamente el mejor camino. Desde este punto de vista, me complace poder subrayar una vez más los esfuerzos que realiza desde hace mucho tiempo su país para construir un sistema educativo de calidad. Animo a cada uno, cualquiera que sea su nivel de responsabilidad, a proseguir por este camino y a sembrar generosamente de cara al futuro. Sin embargo, esta preocupación por la educación sería inútil si la institución familiar se debilitara excesivamente. Las familias necesitan ser animadas y sostenidas constantemente por las autoridades públicas. Hay una armonía profunda entre las tareas de la familia y los deberes del Estado. Favorecer entre ellos una buena sinergia es trabajar eficazmente con vistas a un futuro de prosperidad y de paz social.

Por su parte, la Iglesia local no escatima esfuerzos para acompañar a las familias, ofreciéndoles la luz del Evangelio, que pone de relieve toda la grandeza y la belleza del "misterio" de la familia, y ayudándoles a asumir sus responsabilidades educativas. Con respecto a las que atraviesan dificultades, se preocupa de contribuir a la pacificación de las relaciones y de educar los corazones para la reconciliación.

Aprovecho la ocasión de este encuentro, señor embajador, para saludar cordialmente, por medio de usted, al obispo de las Seychelles y a sus colaboradores, así como a todos los fieles católicos que viven en su país. Que se preocupen por edificar, juntamente con todos los demás ciudadanos, una vida social donde cada uno pueda encontrar el camino de un crecimiento personal y colectivo. Así testimoniarán la fecundidad social de la Palabra de Dios.

En este momento en que inicia su noble misión de representación ante la Santa Sede, deseo expresar de nuevo mi satisfacción por las excelentes relaciones que mantienen la República de las Seychelles y la Santa Sede, y le formulo, señor embajador, mis mejores votos por el buen cumplimiento de su misión. Esté usted seguro de que encontrará siempre en mis colaboradores la acogida y la comprensión que pueda necesitar.

Sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo de las Islas Seychelles y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


A LOS MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

Sala del Consistorio

Sábado 20 de diciembre de 2008



Queridos muchachos de la Acción católica:

Me complace que también este año, al acercarse la santa Navidad, hayáis venido a alegrar con vuestra presencia estos palacios solemnes, en los que, por lo demás, siempre reina la alegría de servir al Señor. Os saludo a vosotros y a vuestros educadores, así como al presidente de la Acción católica italiana, al consiliario general y a vuestro nuevo consiliario nacional, don Dino.

Muchos dicen que los muchachos son caprichosos, que no se contentan con nada, que consuman juegos, uno tras otro, sin quedar nunca satisfechos. Vosotros, en cambio, decís a Jesús: tú me bastas. Esto significa: tú eres nuestro amigo más querido, que nos hace compañía cuando jugamos y cuando vamos a la escuela, cuando estamos en casa con nuestros padres, abuelos, hermanos y hermanas más pequeños, y cuando salimos con los amigos. Tú nos abres los ojos para que nos demos cuenta de nuestros compañeros tristes y de los numerosos niños del mundo que sufren hambre, enfermedad y guerra. Tú, Señor Jesús, nos bastas. Tú nos das la alegría verdadera, la alegría que no acaba como nuestros juegos, sino que penetra en nuestra alma y nos hace buenos.

Tú nos bastas sobre todo cuando te rezamos, porque tú siempre escuchas nuestras oraciones, que hacemos para que el mundo sea más hermoso y mejor para todos. Tú nos bastas porque nos perdonas cuando hacemos alguna travesura. Tú nos bastas porque, si nos perdemos, nos vienes a buscar y nos cargas sobre tus hombros como hiciste con la oveja perdida. Tú nos bastas porque tienes una Madre hermosísima que, antes de morir en la cruz, quisiste que fuera también nuestra madre.

276 Queridos pequeños amigos, ¿queréis también ayudar a vuestros compañeros a estar así con Jesús? Un muchacho de la Acción católica, cuando va a Jesús, procura llevar consigo algún amigo, porque quiere que también él lo conozca; no sólo piensa en sí mismo, sino que tiene un corazón grande y atento a los demás. Vosotros tenéis muchos educadores que os ayudan a vivir juntos, a orar y a crecer en el conocimiento del Evangelio. La verdadera finalidad de la Acción católica es ayudaros a ser santos. Por eso, os ayuda a encontraros con Jesús, a amar a su Iglesia y a interesaros por los problemas del mundo. ¿No es verdad que os estáis interesando por los niños y los muchachos más desafortunados que vosotros? ¿No es verdad que con el "mes de la paz" podéis hacer que también muchos adultos aprecien la paz, porque sabéis vivir en paz entre vosotros?

Sí, queridos muchachos, vosotros podéis pedir al Señor que cambie el corazón de los fabricantes de armas, que haga recapacitar a los terroristas, que convierta el corazón de quienes piensan siempre en la guerra y que ayude a la humanidad a construir un futuro mejor para todos los niños del mundo. Estoy seguro de que también vais a orar por mí, ayudándome así en la misión, nada fácil, que el Señor me ha encomendado.

Por mi parte, os aseguro mi afecto y mi oración. Y ahora con mucho gusto os bendigo a vosotros y a todos vuestros seres queridos. ¡Feliz Navidad a vosotros, a vuestras familias y a todos los muchachos de la Acción católica!


AL INSTITUTO PONTIFICIO DE ARQUEOLOGÍA CRISTIANA

Sala Clementina

Sábado 20 de diciembre de 2008



Señor cardenal;
queridos hermanos y hermanas:

Con verdadero placer os doy la bienvenida y os saludo a cada uno de vosotros, que formáis parte del Instituto pontificio de arqueología cristiana. Saludo en primer lugar al gran canciller, cardenal Zenon Grocholewski, y le agradezco las palabras con las que se ha hecho amable intérprete de los sentimientos de todos. Saludo al rector, al cuerpo de profesores, a los colaboradores y a los estudiantes. Este grato encuentro me brinda la oportunidad de manifestar mi vivo aprecio por la valiosa y fecunda actividad cultural, literaria y académica que lleva a cabo vuestro instituto, al servicio de la Iglesia y, más en general, de la cultura.

En efecto, sé que, en los ámbitos tradicionales de la arqueología, son de notable relevancia científica los cursos ordinarios y de especialización mediante los cuales vuestro Instituto pontificio de arqueología cristiana se propone dar a conocer los monumentos paleocristianos sobre todo de Roma, con amplias referencias a las demás regiones del Orbis christianus antiquus. También la "Revista" y la actividad científica de profesores y ex alumnos, así como la promoción de congresos internacionales busca, según vuestras intenciones, salir al encuentro de las expectativas de cuantos se interesan por el conocimiento y estudio de las ricas memorias históricas de la comunidad cristiana. La finalidad principal de vuestro instituto es precisamente el estudio de los vestigios de la vida eclesial a través de los siglos. Ofrecéis la oportunidad, a quien elige esta disciplina, de internarse en una realidad compleja, la de la Iglesia de los primeros siglos, para "comprender" el pasado haciéndolo presente a los hombres de hoy. Para vosotros "comprender" es como identificarse con el pasado que emerge a través de los ámbitos típicos de la arqueología cristiana: la iconografía, la arquitectura, la epigrafía y la topografía. Cuando se trata de describir la historia de la Iglesia, que es "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium LG 1), la investigación paciente del arqueólogo no puede prescindir de penetrar también en las realidades sobrenaturales, aunque sin renunciar al análisis riguroso de los restos arqueológicos.

En efecto, como bien sabéis, no es posible una visión completa de la realidad de una comunidad cristiana, antigua o reciente, si no se tiene en cuenta que la Iglesia está compuesta de un elemento humano y de un elemento divino. Cristo, su Señor, habita en ella y la ha querido como "comunidad de fe, de esperanza, de caridad, como organismo visible a través del cual difunde a todos la verdad y la gracia" (ib., LG 8). Desde esta perspectiva teológica, el criterio de fondo no puede menos de ser el de dejarse conquistar por la verdad investigada en sus fuentes auténticas, con la mente libre de pasiones y prejuicios, dado que la arqueología cristiana es una ciencia histórica y, por tanto, se basa en el estudio metódico de las fuentes.

La difusión de la cultura artística e histórica en todos los sectores de la sociedad proporciona a los hombres de nuestro tiempo los medios para volver a encontrar sus propias raíces y para tomar de ellas los elementos culturales y espirituales que les ayuden a edificar una sociedad de dimensión verdaderamente humana. Todo hombre, toda sociedad necesita una cultura abierta a la dimensión antropológica, moral y espiritual de la existencia. Por tanto, deseo fervientemente que, también gracias a la labor de vuestro benemérito instituto, prosiga e incluso se intensifique la búsqueda de las raíces cristianas de nuestra sociedad. La experiencia de vuestro instituto demuestra que el estudio de la arqueología, especialmente de los monumentos paleocristianos, permite profundizar en el conocimiento de la verdad evangélica que se nos ha transmitido, y ofrece la oportunidad de seguir a los maestros y testigos de la fe que nos han precedido.

277 Conocer la herencia de las generaciones cristianas pasadas permite a las sucesivas mantenerse fieles al depositum fidei de la primera comunidad cristiana y, siguiendo su mismo camino, continuar haciendo que en todo tiempo y lugar resuene el Evangelio inmutable de Cristo. Precisamente por eso, además de los importantes resultados obtenidos en el campo científico, vuestro instituto se preocupa con razón de dar una provechosa contribución al conocimiento y a la profundización de la fe cristiana. Acercarse a los "vestigios del pueblo de Dios" es una forma concreta de constatar que los contenidos de la fe idéntica e inmutable han sido acogidos y traducidos en vida cristiana, a lo largo de muchos siglos, según las cambiantes condiciones históricas, sociales y culturales.

Queridos hermanos y hermanas, continuad promoviendo la conservación y profundización de la vastísima herencia arqueológica de Roma y de las diversas regiones del mundo antiguo, conscientes de la misión propia de vuestro instituto, es decir: servir a la historia y al arte valorando los numerosos testimonios que la "ciudad eterna" posee de la civilización occidental, de la cultura y de la espiritualidad católica. Se trata de un patrimonio valioso que se ha formado en el decurso de estos dos milenios, un tesoro inestimable del que sois administradores y del que es necesario, como hace el escriba del Evangelio, sacar continuamente lo nuevo y lo viejo (cf.
Mt 13,52).

Con estos deseos, en la inminencia de la santa Navidad, os felicito cordialmente a vosotros y a vuestros seres queridos, mientras que os bendigo de corazón a todos.





Discursos 2008 270