Discursos 2009 12

12 El número de fieles de la diáspora no ha dejado de crecer, especialmente a raíz de los recientes acontecimientos. Agradezco a todos aquellos que, en diversos países, participan en la acogida fraternal de las personas que, por un tiempo, desgraciadamente han debido abandonar Irak. Convendría que los fieles caldeos que viven fuera de las fronteras nacionales mantuvieran e intensificaran sus vínculos con su patriarcado, con el fin de que no se separen de su centro de unidad. Es indispensable que los fieles conserven su identidad cultural y religiosa y que los más jóvenes descubran y aprecien la riqueza del patrimonio de su Iglesia patriarcal. Desde esta perspectiva, la asistencia espiritual y moral que los fieles diseminados por el mundo necesitan debe ser cuidadosamente tenida en consideración por sus pastores, en relación fraterna con los obispos de las Iglesias locales donde se encuentran. También deberán estar atentos a que los futuros sacerdotes, incluidos los formados en la diáspora, aprecien y consoliden los vínculos con su Iglesia patriarcal.

Por último, saludo con afecto a los sacerdotes, a los diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y las religiosas y a todas las personas que se dedican con vosotros a anunciar el Evangelio. Que todos, bajo vuestra guía paternal, den un testimonio vivo de su unidad y fraternidad. Conozco su adhesión a la Iglesia y su celo apostólico. Los invito a unirse cada día más a Cristo y a proseguir valientemente su compromiso al servicio de la Iglesia y de su misión. Sed para vuestros sacerdotes padres, hermanos y amigos, preocupándoos especialmente por darles una formación inicial y permanente sólida, e invitándoles con vuestra palabra y ejemplo a estar cerca de las personas necesitadas o que atraviesan dificultades, de los enfermos y de los que sufren.

El testimonio de caridad desinteresada de la Iglesia hacia todos aquellos que pasan necesidad, sin distinción de origen o de religión, no puede menos de favorecer la expresión de la solidaridad de todas las personas de buena voluntad. Por eso, es importante desarrollar las obras de caridad, para que el mayor número posible de fieles pueda comprometerse de forma concreta en el servicio a los más pobres. Sé que en Irak, a pesar de los terribles momentos que habéis atravesado y que aún vivís, se han llevado a cabo pequeñas obras de una caridad extraordinaria, que honran a Dios, a la Iglesia y al pueblo iraquí.

Beatitud, queridos hermanos en el episcopado, os animo a perseverar con valor y esperanza en vuestra misión al servicio del pueblo de Dios que os ha sido encomendada. La oración y la ayuda de vuestros hermanos en la fe y de numerosos hombres de buena voluntad en todo el mundo os acompañan para que el rostro de amor de Dios pueda seguir brillando sobre el pueblo iraquí, que tantos sufrimientos padece. A los ojos del creyente, esos sufrimientos, unidos al sacrificio de Cristo, se convierten en elementos de unión y esperanza. Del mismo modo, la sangre de los mártires de esa tierra es una intercesión elocuente ante Dios. Llevad a vuestros diocesanos el saludo y el aliento afectuoso del Sucesor de Pedro.

Encomendándoos a cada uno a la intercesión materna de la Virgen María, Madre de la esperanza, os imparto de corazón una particular bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles de la Iglesia caldea.


AL SEÑOR STANILAS LEFEVBRE DE LABOUYALE NUEVO EMBAJADOR DE FRANCIA ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 26 de enero de 2009



Señor embajador:

Me alegra acogerlo, excelencia, en esta circunstancia solemne de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República francesa ante la Santa Sede. En primer lugar, le ruego que exprese mi saludo a su excelencia el señor Nicolas Sarkozy, presidente de la República francesa y le transmita los más cordiales deseos que formulo para su persona, para su actividad al servicio de su país así como para todo el pueblo francés.

Sigue viva mi alegría por haber podido acudir, el año pasado, a París y a Lourdes para celebrar el 150° aniversario de las apariciones de la Virgen María a Bernardita Soubirous. Deseo renovar mi agradecimiento al señor presidente de la República por su invitación, así como a las autoridades políticas, civiles y militares que permitieron el pleno éxito de ese viaje. Mi gratitud se dirige también a los pastores y a los fieles católicos que hicieron posible esos grandes encuentros, dando testimonio de la capacidad de la fe para mantener abierto pacíficamente el espacio de interioridad que existe en el hombre, y para reunir fraternal y gozosamente a grandes multitudes de hombres y mujeres tan diversos.

Esos momentos mostraron, si fuera necesario, que la comunidad católica es una de las fuerzas vivas de su país. Los fieles comprendieron bien y acogieron con interés y satisfacción las palabras de su presidente que subrayó cómo la aportación de las grandes familias espirituales constituye para la vida de la nación una "gran riqueza", que sería una "locura" ignorar. La Iglesia está dispuesta a responder a esta invitación y disponible para trabajar con vistas al bien común.

El año próximo tendrá lugar en Francia un gran debate sobre bioética. Me alegro ya desde ahora de que la misión parlamentaria sobre las cuestiones relativas al final de la vida haya llegado a conclusiones sabias y llenas de humanidad, proponiendo intensificar los esfuerzos para permitir acompañar mejor a los enfermos. Espero que esa misma sabiduría que reconoce el carácter intangible de toda vida humana se aplique cuando se revisen las leyes sobre bioética. Los pastores de la Iglesia que está en Francia han trabajado mucho y están dispuestos a ofrecer una contribución de calidad al debate público que se va a entablar. Por su parte, el Magisterio de la Iglesia, recientemente, a través del documento Dignitas personae publicado por la Congregación para la doctrina de la fe, ha querido subrayar que los grandes avances científicos siempre deben estar guiados por la preocupación de servir al bien y a la dignidad inalienable del hombre.

13 Como en todo el mundo, el Gobierno de su país debe afrontar hoy la crisis económica: espero que las medidas que se están estudiando vayan encaminadas en particular a favorecer la cohesión social, a proteger a las poblaciones más frágiles y sobre todo a devolver al mayor número posible de personas la capacidad y la oportunidad de convertirse en actores de una economía verdaderamente creadora de servicios y de auténtica riqueza. Estas dificultades son una fuente dolorosa de preocupaciones y sufrimientos para muchos, pero también son una oportunidad para sanear los mecanismos financieros, para hacer que el funcionamiento de la economía progrese hacia una atención mayor al hombre y para reducir las formas antiguas y nuevas de pobreza (cf. Discurso en el Elíseo, 12 de septiembre de 2008).

La Iglesia desea dar testimonio de Cristo poniéndose al servicio de todo hombre. Por esta razón, me alegra el acuerdo que usted mismo ha mencionado antes y que se acaba de firmar entre Francia y la Santa Sede sobre el reconocimiento de los títulos otorgados por las universidades pontificias y los institutos católicos. Este acuerdo, inscrito dentro del marco del Acuerdo de Bolonia, beneficiará a numerosos estudiantes franceses y extranjeros, pues valora la gran contribución, sobre todo en el campo de la educación, de la Iglesia que se preocupa de la formación de los jóvenes a fin de que adquieran las competencias técnicas adecuadas para ejercer sus capacidades en el futuro, y reciban también una formación que les lleve a estar vigilantes para afrontar la dimensión ética de toda responsabilidad.

Hace poco, las autoridades francesas manifestaron una vez más su firme voluntad de dotarse de mecanismos de debate y de representación de los cultos. Al respecto, en mi viaje a Francia, me alegró la puesta en práctica de la instancia oficial de diálogo entre el Gobierno francés y la Iglesia católica. Además, conozco la preocupación constante de los obispos franceses por crear las condiciones para un diálogo sereno y permanente con todas las comunidades religiosas y todas las corrientes de pensamiento. Les agradezco que se esfuercen por poner las bases de un diálogo intercultural e interreligioso en el que las diferentes comunidades religiosas tengan la oportunidad de demostrar que son factores de paz.

En efecto, como subrayé en la tribuna de la Onu, reconociendo el valor trascendente de todo ser humano, lejos de enfrentar a los hombres unos contra otros, favorecen la conversión del corazón "que lleva al compromiso de resistir a la violencia, al terrorismo y a la guerra, y de promover la justicia y la paz" (Discurso a la Onu, 18 de abril de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 11).

A este respecto, usted, señor embajador, ha recordado las numerosas crisis que marcan actualmente la escena internacional. Es bien sabido -como recordé en mi reciente discurso al Cuerpo diplomático- que la Santa Sede sigue con preocupación constante las situaciones de conflicto y los casos de violación de los derechos humanos, pero no duda de que la comunidad internacional, en la que Francia desempeña un papel importante, puede aportar una contribución cada vez más justa y eficaz en favor de la paz y de la concordia entre las naciones y para el desarrollo de cada país.

Quiero aprovechar la ocasión de nuestro encuentro para saludar cordialmente, por medio de usted, a las comunidades de fieles católicos que viven en Francia. Sé que este año será grande su alegría al ver canonizada a la beata Jeanne Jugan, fundadora de la congregación de las Hermanitas de los Pobres. En efecto, muchos franceses son deudores del humilde y firme testimonio de caridad de las religiosas que han seguido sus pasos, sirviendo sobre todo a los pobres y los ancianos. Este acontecimiento manifestará, una vez más, cómo la fe viva es pródiga en buenas obras y cómo la santidad es un bálsamo benéfico para las heridas de la humanidad.

En el momento en que usted inaugura su noble misión de representación ante la Santa Sede, deseo honrar la memoria de su predecesor, su excelencia Bernard Kessedjian, valorando las cualidades humanas que ha mostrado en el desempeño de su misión al servicio de las relaciones entre Francia y la Santa sede. Con reconocimiento, lo encomiendo, como a sus familiares, a la ternura del Señor.
Señor embajador, le formulo mis mejores votos por el feliz cumplimiento de su misión. Esté seguro de que entre mis colaboradores encontrará siempre la acogida y la comprensión que pueda necesitar. Sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo francés y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.




A LOS OBISPOS DE RUSIA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 29 de enero de 2009

Queridos y venerados hermanos:

En el contexto del Año paulino que estamos celebrando, me es particularmente grato acogeros y os saludo con alegría con las palabras del Apóstol: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1Co 1,3). Habéis venido a Roma para venerar los lugares sagrados donde san Pedro y san Pablo sellaron su vida al servicio del Evangelio con el martirio, y este es precisamente el primer significado de la visita ad limina Apostolorum.

14 Vosotros, sucesores de los Apóstoles, os encontráis con el Sucesor de Pedro, poniendo de relieve la comunión que os une a él. La comunión con el Obispo de Roma, garante de la unidad eclesial, permite a las comunidades encomendadas a vuestra solicitud pastoral, aunque minoritarias, sentirse cum Petro ysub Petro parte viva del Cuerpo de Cristo extendido por toda la tierra. En efecto, la unidad, que es don de Cristo, crece y se desarrolla en las situaciones concretas de las diversas Iglesias locales.

Al respecto, el concilio Vaticano II recuerda que "cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única" (Lumen gentium
LG 23). A vosotros, pastores de la Iglesia que vive en Rusia, el Sucesor de Pedro os renueva la expresión de su solicitud y cercanía espiritual, animándoos a proseguir unidos la actividad pastoral, beneficiándoos también de la experiencia de la Iglesia universal.

He escuchado con gran interés cuanto me habéis referido sobre vuestras comunidades, que están viviendo un proceso de maduración y van profundizando juntas su "rostro" de Iglesia católica local. Por lo demás, a esto tiende vuestro esfuerzo de inculturación de la fe. Expreso de buen grado mi aprecio por el empeño con que impulsáis la participación litúrgico-sacramental, la catequesis, la formación sacerdotal y la preparación de un laicado maduro y responsable, que sea fermento evangélico en las familias y en la sociedad civil.

Por desgracia, también en Rusia, como en otras partes del mundo, se registra la crisis de la familia y la consiguiente disminución demográfica, junto con el resto de problemas a los que se enfrenta la sociedad contemporánea. Como es sabido, estos problemas preocupan también a las autoridades estatales, con las cuales, por tanto, conviene proseguir la colaboración por el bien de todos. En este contexto vuestra atención se dirige especialmente a los jóvenes, a los que la comunidad católica rusa, fiel a la "memoria" de sus propios testigos y mártires, y utilizando los oportunos instrumentos y lenguajes, está llamada a transmitir inalterado el patrimonio de santidad y de fidelidad a Cristo, y los valores humanos y espirituales que están en la base de una promoción humana y evangélica eficaz.

Queridos hermanos en el episcopado, dado que no son pocas las preocupaciones que debéis afrontar cada día, os exhorto a no desanimaros si a veces os parecen modestas las realidades eclesiales y si los resultados pastorales que obtenéis no parecen corresponder a los esfuerzos realizados. Más bien, alimentad en vosotros y en vuestros colaboradores un auténtico espíritu de fe, con la conciencia plenamente evangélica de que Jesucristo hará fecundo, con la gracia de su Espíritu, vuestro ministerio para gloria del Padre, según tiempos y modos que sólo él conoce.

Seguid promoviendo y cuidando, con esfuerzo y atención constantes, las vocaciones sacerdotales y religiosas. La pastoral de las vocaciones es particularmente necesaria en nuestro tiempo. Procurad formar presbíteros con el mismo esmero con que san Pablo formó a su discípulo Timoteo, para que sean auténticos "hombres de Dios" (cf. 1Tm 6,11). Sed para ellos padres y modelos en el servicio a los hermanos; animad su fraternidad, amistad y colaboración; sostenedlos en la formación doctrinal y espiritual permanente. Rezad por los sacerdotes y junto con ellos, conscientes de que sólo quien vive de Cristo y en Cristo puede ser su fiel ministro y testigo. Asimismo, cuidad con esmero la formación de las personas consagradas y el crecimiento espiritual de los fieles laicos, para que sientan su vida como una respuesta a la llamada universal a la santidad, que debe expresarse en un testimonio evangélico coherente en todas las circunstancias de la vida diaria.

Vosotros vivís en un contexto eclesial particular, es decir, en un país marcado en la mayoría de su población por una tradición milenaria ortodoxa con un rico patrimonio religioso y cultural. Es esencial tener en cuenta la necesidad de un renovado compromiso en el diálogo con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos. Sabemos que este diálogo, a pesar de los progresos alcanzados, atraviesa aún algunas dificultades. En estos días me siento espiritualmente cercano a los queridos hermanos y hermanas de la Iglesia ortodoxa rusa, que se alegran por la elección del metropolita Kiril como nuevo Patriarca de Moscú y de todas las Rusias: a él le dirijo mis más cordiales deseos para la delicada tarea eclesial que le ha sido confiada. Pido al Señor que nos confirme a todos en el compromiso de caminar juntos por el camino de la reconciliación y del amor fraterno.

Que vuestra presencia en Rusia sea una llamada y un estímulo también al diálogo personal. A pesar de que en los diversos encuentros no se llega siempre a afrontar cuestiones de fondo, estos contactos contribuyen a un mejor conocimiento mutuo, gracias al cual podéis colaborar juntos en ámbitos de interés común, para la educación de las nuevas generaciones. Es importante que los cristianos afronten unidos los grandes desafíos culturales y éticos del momento presente, que conciernen a la dignidad de la persona humana y a sus derechos inalienables, a la defensa de la vida en todas sus fases, a la tutela de la familia y a otras cuestiones económicas y sociales urgentes.

Queridos hermanos, alabo al Señor y os estoy profundamente agradecido por el bien que realizáis, desempeñando vuestro ministerio episcopal en fidelidad plena al Magisterio. Os aseguro un recuerdo diario en la oración. Que a través de vosotros llegue mi agradecimiento a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos, que colaboran con vosotros en el servicio de Cristo y de su Evangelio.

Invoco la intercesión maternal de la santísima Virgen María y de los apóstoles san Pedro y san Pablo sobre vosotros y sobre vuestros programas apostólicos, e imparto de corazón una bendición apostólica especial a cada uno de vosotros, extendiéndola con afecto a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a toda la comunidad católica que da testimonio de Cristo entre las poblaciones de la Federación Rusa.


AL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DEL AÑO JUDICIAL

Sala Clementina

15

Jueves 29 de enero de 2009



Ilustres jueces,
oficiales y colaboradores del Tribunal de la Rota romana:

La solemne inauguración de la actividad judicial de vuestro Tribunal me ofrece también este año la alegría de recibir a sus dignos componentes: al monseñor decano, a quien agradezco sus nobles palabras de saludo, al Colegio de los prelados auditores, a los oficiales del Tribunal y a los abogados del Estudio rotal. A todos os dirijo mi cordial saludo, juntamente con la expresión de mi aprecio por las importantes tareas que realizáis como fieles colaboradores del Papa y de la Santa Sede.

Vosotros esperáis del Papa, al inicio de vuestro año de trabajo, unas palabras que os sirvan de luz y orientación en el cumplimiento de vuestras delicadas tareas. Son muchos los temas que podríamos tratar en esta circunstancia, pero a veinte años de distancia de los discursos de Juan Pablo II sobre la incapacidad psíquica en las causas de nulidad matrimonial, del 5 de febrero de 1987 (AAS 79 [1987] 1453-1459) y del 25 de enero de 1988 (AAS 80 [1988] 1178-1185), parece oportuno preguntarse en qué medida esas intervenciones han tenido una recepción adecuada en los tribunales eclesiásticos. No es este el momento de hacer un balance, pero está a la vista de todos el dato de hecho de un problema que sigue siendo de gran actualidad. En algunos casos, por desgracia, se puede advertir aún viva la exigencia de la que hablaba mi venerado predecesor: la de preservar a la comunidad eclesial "del escándalo de ver destruido en la práctica el valor del matrimonio cristiano por la multiplicación exagerada y casi automática de las declaraciones de nulidad, en caso de fracaso del matrimonio, con el pretexto de cierta inmadurez o debilidad psíquica de los contrayentes" (Discurso a la Rota romana, 5 de febrero de 1987, n. 9: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de marzo de 1987, p. 20).

En nuestro encuentro de hoy me urge llamar la atención de los operadores del derecho sobre la exigencia de tratar las causas con la debida profundidad que exige el ministerio de verdad y de caridad que es propio de la Rota romana. En efecto, a la exigencia del rigor de procedimiento, los discursos mencionados, basándose en los principios de la antropología cristiana, proporcionan los criterios de fondo, no sólo para el análisis de los informes periciales psiquiátricos y psicológicos, sino también para la misma definición judicial de las causas. Al respecto, conviene recordar una vez más algunas distinciones que trazan la línea de demarcación ante todo entre "una madurez psíquica, que sería el punto de llegada del desarrollo humano", y la "madurez canónica, que es en cambio el punto mínimo de partida para la validez del matrimonio" (ib., n. 6); en segundo lugar, entre incapacidad y dificultad, en cuanto que "sólo la incapacidad, y no simplemente la dificultad para prestar el consentimiento y para realizar una verdadera comunidad de vida y de amor, hace nulo el matrimonio" (ib., n. 7); en tercer lugar, entre la dimensión canónica de la normalidad, que inspirándose en la visión integral de la persona humana, "comprende también moderadas formas de dificultad psicológica", y la dimensión clínica que excluye del concepto de la misma toda limitación de madurez y "toda forma de psicopatología" (Discurso a la Rota romana, 25 de enero de 1988, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de febrero de 1988, p. 21); por último, entre la "capacidad mínima, suficiente para un consentimiento válido", y la capacidad idealizada "de una plena madurez en orden a una vida conyugal feliz" (ib., n. 9).

Por lo que atañe a la implicación de las facultades intelectivas y volitivas en la formación del consentimiento matrimonial, el Papa Juan Pablo II, en la mencionada intervención del 5 de febrero de 1987, reafirmó el principio según el cual una verdadera incapacidad "puede considerarse como hipótesis sólo en presencia de una seria forma de anomalía que, de cualquier modo que se quiera definir, ha de afectar sustancialmente a la capacidad de entender y/o de querer" (Discurso a la Rota romana, n. 7). Al respecto parece oportuno recordar que la norma jurídica sobre la incapacidad psíquica en su aspecto aplicativo ha sido enriquecida e integrada también por la reciente instrucción Dignitas connubii del 25 de enero de 2005. En efecto, esta instrucción, para comprobar dicha incapacidad, requiere, ya en el tiempo del matrimonio, la presencia de una particular anomalía psíquica (art. , 1) que perturbe gravemente el uso de la razón (art. , 2, n. 1; can. CIC 1095, n. 1), o la facultad crítica y electiva en relación con decisiones graves, particularmente por cuanto se refiere a la libre elección del estado de vida (art. , 2, n. 2; can. CIC 1095, n. 2), o que provoque en el contrayente no sólo una dificultad grave, sino también la imposibilidad de afrontar los deberes inherentes a las obligaciones esenciales del matrimonio (art. , 2, n. 3; can. CIC 1095, n. 3).

Con todo, en esta ocasión quiero volver a tratar el tema de la incapacidad de contraer matrimonio, de la que habla el canon 1095, a la luz de la relación entre la persona humana y el matrimonio, y recordar algunos principios fundamentales que deben iluminar a los especialistas en derecho. Es necesario ante todo redescubrir en positivo la capacidad que en principio toda persona humana tiene de casarse en virtud de su misma naturaleza de hombre o de mujer. En efecto, corremos el peligro de caer en un pesimismo antropológico que, a la luz de la situación cultural actual, considera casi imposible casarse. Aparte del hecho de que esa situación no es uniforme en las diferentes regiones del mundo, no se pueden confundir con la verdadera incapacidad consensual las dificultades reales en que se encuentran muchos, en especial los jóvenes, llegando a considerar que la unión matrimonial normalmente es impensable e impracticable. Más aún, la reafirmación de la capacidad innata humana para el matrimonio es precisamente el punto de partida para ayudar a las parejas a descubrir la realidad natural del matrimonio y la relevancia que tiene en el plano de la salvación. Lo que en definitiva está en juego es la verdad misma sobre el matrimonio y sobre su intrínseca naturaleza jurídica (cf. Benedicto XVI, Discurso a la Rota romana, 27 de enero de 2007, AAS 99 [2007] 86-91), presupuesto imprescindible para poder captar y valorar la capacidad requerida para casarse.

En este sentido, la capacidad debe ser puesta en relación con lo que es esencialmente el matrimonio, es decir, "la comunión íntima de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y estructurada con leyes propias" (Gaudium et spes GS 48), y, de modo particular, con las obligaciones esenciales inherentes a ella, que deben asumir los esposos (cf. can. CIC 1095, n. 3). Esta capacidad no se mide en relación a un determinado grado de realización existencial o efectiva de la unión conyugal mediante el cumplimiento de las obligaciones esenciales, sino en relación al querer eficaz de cada uno de los contrayentes, que hace posible y operante esa realización ya desde el momento del pacto nupcial.

Así pues, el discurso sobre la capacidad o incapacidad tiene sentido en la medida en que atañe al acto mismo de contraer matrimonio, ya que el vínculo creado por la voluntad de los esposos constituye la realidad jurídica de la una caro bíblica (cf. Gn 2,24 Mc 10,8 Ep 5,31 CIC 1061,1), cuya subsistencia válida no depende del comportamiento sucesivo de los cónyuges a lo largo de la vida matrimonial. De forma diversa, en la visión reduccionista que desconoce la verdad sobre el matrimonio, la realización efectiva de una verdadera comunión de vida y de amor, idealizada en el plano del bienestar puramente humano, resulta esencialmente dependiente sólo de factores accidentales, y no del ejercicio de la libertad humana sostenida por la gracia.

Es verdad que esta libertad de la naturaleza humana, "herida en sus propias fuerzas naturales" e "inclinada al pecado" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 405), es limitada e imperfecta, pero no por ello es inauténtica e insuficiente para realizar el acto de autodeterminación de los contrayentes que es el pacto conyugal, que da vida al matrimonio y a la familia fundada en él.

16 Obviamente, algunas corrientes antropológicas "humanistas", orientadas a la autorrealización y a la autotrascendencia egocéntrica, idealizan de tal forma a la persona humana y el matrimonio, que acaban por negar la capacidad psíquica de muchas personas, fundándola en elementos que no corresponden a las exigencias esenciales del vínculo conyugal. Ante estas concepciones, los estudiosos del derecho eclesial no pueden menos de tener en cuenta el sano realismo al que hacía referencia mi venerado predecesor (cf. Juan Pablo II, Discurso a la Rota romana, 27 de enero de 1997, n. 4: AAS 89 [1997] 488), porque la capacidad hace referencia a lo mínimo necesario para que los novios puedan entregar su ser de persona masculina y femenina para fundar ese vínculo al que está llamada la gran mayoría de los seres humanos. De ahí se sigue que las causas de nulidad por incapacidad psíquica exigen, en línea de principio, que el juez se sirva de la ayuda de peritos para certificar la existencia de una verdadera incapacidad (can. CIC 1680; art. , 1, DC), que es siempre una excepción al principio natural de la capacidad necesaria para comprender, decidir y realizar la donación de sí mismos de la que nace el vínculo conyugal.

Venerados componentes del Tribunal de la Rota romana, esto es lo que deseaba exponeros en esta circunstancia solemne, siempre tan grata para mí. A la vez que os exhorto a perseverar con alta conciencia cristiana en el ejercicio de vuestro oficio, cuya gran importancia para la vida de la Iglesia emerge también de las cosas que os acabo de decir, os deseo que el Señor os acompañe siempre en vuestro delicado trabajo con la luz de su gracia, de la que quiere ser prenda la bendición apostólica, que os imparto a cada uno con profundo afecto.


A LA COMISIÓN MIXTA INTERNACIONAL PARA EL DIÁLOGO ENTRE CATÓLICOS Y ORTODOXOS

Sala del Consistorio

Viernes 30 de enero de 2009

Queridos hermanos en Cristo:

Os doy una cordial bienvenida a vosotros, miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales ortodoxas. Al final de esta semana de intenso trabajo, podemos dar juntamente gracias al Señor por vuestro firme compromiso en la búsqueda de la reconciliación y la comunión en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

Ciertamente, cada uno de vosotros contribuye a esta tarea no sólo con la riqueza de su propia tradición, sino también con el compromiso de las Iglesias implicadas en este diálogo para superar las divisiones del pasado y para reforzar el testimonio común de los cristianos ante los enormes desafíos que deben afrontar hoy los creyentes.

El mundo necesita un signo visible del misterio de unidad que vincula a las tres divinas Personas y que se nos reveló, hace dos mil años, con la encarnación del Hijo de Dios. San Juan nos muestra perfectamente la realidad concreta del mensaje del Evangelio, cuando declara su intención de anunciar lo que oyó, lo que sus ojos vieron, lo que sus manos tocaron, para que todos puedan estar en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (cf. 1Jn 1,1-4). Nuestra comunión a través de la gracia del Espíritu Santo en la vida que une al Padre y al Hijo tiene una dimensión perceptible en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, "la plenitud del que lo llena todo en todo" (Ep 1,23), y tenemos el deber de esforzarnos para que esta dimensión esencial de la Iglesia se manifieste al mundo.

En vuestro sexto encuentro se han dado importantes pasos precisamente en el estudio de la Iglesia como comunión. El hecho mismo de que el diálogo haya continuado en el tiempo y que cada año sea acogido por una de las diversas Iglesias a las que representáis es, de por sí, un signo de esperanza y de aliento. Sólo debemos volver la mirada hacia Oriente Próximo —de donde procedéis muchos de vosotros— para ver que se necesitan con urgencia auténticas semillas de esperanza en un mundo herido por la tragedia de la división, del conflicto y del inmenso sufrimiento humano.

La Semana de oración por la unidad de los cristianos acaba de concluir con la ceremonia en la basílica dedicada al gran apóstol san Pablo, en la que muchos de vosotros habéis participado. San Pablo fue el primer gran baluarte y teólogo de la unidad de la Iglesia. Sus esfuerzos y luchas estaban inspirados por la constante aspiración de mantener una comunión visible, no sólo exterior, sino real y plena, entre los discípulos del Señor. Así pues, por intercesión de san Pablo, pido la bendición de Dios para todos vosotros, así como para todas las Iglesias y los pueblos a los que representáis.


A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA SINDICAL DE TRABAJADORES (CISL)

Sábado 31 de enero de 2009

17 Ilustres señores,
gentiles señoras:

Con viva complacencia os acojo y saludo cordialmente, miembros del grupo dirigente de la Confederación italiana sindical de trabajadores (CISL). Saludo en particular al secretario general y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Ha recordado que precisamente hace sesenta años la CISL dio sus primeros pasos participando activamente en la fundación del sindicato libre internacional y contribuyó a la naciente entidad con el arraigo en los principios de la doctrina social de la Iglesia y la práctica de un sindicalismo libre y autónomo frente a las facciones políticas y a los partidos. Hoy intentáis llevar a la práctica esas mismas orientaciones, con el deseo de seguir inspirándoos en el magisterio social de la Iglesia para vuestra actividad, encaminada a tutelar los intereses de los trabajadores y las trabajadoras, así como de los jubilados de Italia.

Como ha afirmado oportunamente el secretario general, el gran desafío y oportunidad que la preocupante crisis económica del momento invita a saber aprovechar, consiste en encontrar una nueva síntesis entre bien común y mercado, entre capital y trabajo. Y en este ámbito es significativa la contribución que pueden aportar las organizaciones sindicales.

La Iglesia, experta en humanidad, respetando plenamente la legítima autonomía de toda institución, no se cansa de ofrecer la contribución de su enseñanza y de su experiencia a aquellos que pretenden servir a la causa del hombre, del trabajo y del progreso, de la justicia social y de la paz. Su atención a los problemas sociales ha crecido a lo largo del último siglo. Precisamente por esto, mis venerados predecesores, atentos a los signos de los tiempos, no han dejado de proporcionar oportunas indicaciones a los creyentes y a los hombres de buena voluntad, iluminándolos en su compromiso por la salvaguardia de la dignidad del hombre y de las exigencias reales de la sociedad.

En el alba del siglo XX, con la encíclica Rerum novarum, el Papa León XIII hizo una encendida defensa de la dignidad inalienable de los trabajadores. Las orientaciones ideales contenidas en ese documento contribuyeron a reforzar la animación cristiana de la vida social; y, por lo demás, esto se tradujo en el nacimiento y la consolidación de no pocas iniciativas de interés civil, como los centros de estudios sociales, las sociedades obreras, las cooperativas y los sindicatos. Se verificó también un notable impulso hacia una legislación del trabajo respetuosa de las legítimas expectativas de los obreros, especialmente de las mujeres y de los menores, y se obtuvo también una sensible mejora de los salarios e incluso de las condiciones de trabajo.

Juan Pablo II quiso solemnizar el centenario de esa encíclica —que ha tenido "el privilegio" de ser conmemorada por varios sucesivos documentos pontificios— publicando la encíclica Centesimus annus, en la que constata que la doctrina social de la Iglesia, especialmente en este último periodo histórico, considera al hombre insertado en la compleja red de relaciones que es típica de las sociedades modernas. Las ciencias humanas, por su parte, contribuyen a que pueda entenderse cada vez mejor a sí mismo, en cuanto ser social. "Solamente la fe —señala mi venerado predecesor— le revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación" (n.
CA 54).

En su anterior encíclica social Laborem exercens, de 1981, dedicada al tema del trabajo, el Papa Juan Pablo II había subrayado que la Iglesia nunca ha dejado de considerar el problema del trabajo dentro de una cuestión social que ha ido asumiendo progresivamente dimensiones mundiales. Más aún, el trabajo —insiste— se ve como la "clave esencial" de toda la cuestión social, porque condiciona el desarrollo no sólo económico, sino también cultural y moral, de las personas, de las familias, de las comunidades y de la humanidad entera (cf. n. LE 1). También en este importante documento se resaltan el papel y la importancia estratégica de los sindicatos, definidos "un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas industrializadas" (n. LE 20).

Hay otro elemento que aparece frecuentemente en el magisterio de los Papas del siglo XX, y es el llamamiento a la solidaridad y a la responsabilidad. Para superar la crisis económica y social que estamos viviendo, sabemos que es necesario un esfuerzo libre y responsable por parte de todos; o sea, es necesario superar los intereses particulares y de sector, para afrontar juntos y unidos las dificultades que existen en todos los ámbitos de la sociedad y especialmente en el mundo del trabajo. Hoy se siente más que nunca esa urgencia; las dificultades que atraviesa el mundo del trabajo impulsan a una concertación efectiva y más compacta entre todos los componentes de la sociedad.

La llamada a la colaboración encuentra significativas referencias también en la Biblia. Por ejemplo, en el libro del Qohelet leemos: "Más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo. Pues si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo que cae, pues no tiene quien lo levante!" (Qo 4,9-10). Por tanto, es de desear que la actual crisis mundial suscite la voluntad común de dar vida a una nueva cultura de la solidaridad y de la participación responsable, condiciones indispensables para construir juntos el futuro de nuestro planeta.

Queridos amigos, que la celebración del 60° aniversario de la fundación de vuestra organización sindical sea motivo para renovar el entusiasmo de los comienzos y para redescubrir aún más vuestro carisma original. El mundo necesita personas que se dediquen con desinterés a la causa del trabajo respetando plenamente la dignidad humana y el bien común. La Iglesia, que aprecia el papel fundamental de los sindicatos, está cerca de vosotros hoy como ayer, y está dispuesta a ayudaros para que podáis cumplir lo mejor posible vuestra tarea en la sociedad.

18 En la fiesta de hoy de san Juan Bosco, deseo por último encomendar la actividad y los proyectos de vuestro sindicato a este Apóstol de los jóvenes, que con gran sensibilidad social hizo del trabajo un precioso instrumento de formación y de educación de las nuevas generaciones. Asimismo, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias la protección de la Virgen y de san José, buen padre y trabajador experto que cuidó día a día de la familia de Nazaret. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, y os bendigo con afecto a vosotros, aquí presentes, y a todos los inscritos en vuestra Confederación.


Discursos 2009 12