Discursos 2009 18

Febrero de 2009



AL SR. JÁNOS BALASSA,


NUEVO EMBAJADOR DE HUNGRÍA ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 2 de febrero de 2009



Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida al comienzo de su misión y aceptar las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Hungría ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras y el saludo que me trae del presidente László Sólyom. Le ruego que le transmita mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por todos los habitantes de su nación.

El restablecimiento de plenas relaciones diplomáticas de la Santa Sede con los países del antiguo bloque del Este, después de los importantes acontecimientos de 1989, abrió nuevos horizontes de esperanza para el futuro. En los veinte años que han pasado desde entonces, Hungría ha realizado grandes progresos para crear las estructuras de una sociedad libre y democrática, capaz y deseosa de desempeñar su papel en una comunidad mundial cada vez más globalizada. Como usted ha observado, las fuerzas que gobiernan los asuntos económicos y políticos en el mundo actual deben ser gestionadas correctamente. En otras palabras, deben fundarse en una base ética, dando siempre prioridad a la dignidad y los derechos de la persona humana y al bien común de la humanidad. Teniendo en cuenta su profunda herencia cristiana, que se remonta a hace más de mil años, Hungría está en condiciones de ayudar a la promoción de estos ideales humanos en la comunidad europea y, de forma más amplia, en la comunidad mundial. Espero que nuestras relaciones diplomáticas sirvan para apoyar esta dimensión vital de la contribución de su país a los asuntos internacionales.

La experiencia de la libertad recién conquistada ha conllevado a veces el riesgo de que esos mismos valores humanos y cristianos, tan profundamente enraizados en la historia y en la cultura de los pueblos, y también en el conjunto del continente europeo, puedan ser suplantados por otros, basados en concepciones erróneas del hombre y de su dignidad, y dañosas para el desarrollo de una sociedad realmente próspera.

En mi mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2008, puse de relieve la importancia primordial de la familia para construir relaciones comunitarias pacíficas en todos los niveles. En gran parte de la Europa moderna el papel vital de cohesión que debe desempeñar la familia en los asuntos humanos es puesto en tela de juicio e incluso peligra como resultado de formas erróneas de pensar, que a veces se expresan en estrategias políticas sociales y políticas agresivas. Espero vivamente que se encuentren formas de salvaguardar este elemento esencial de nuestra sociedad, que es el corazón de toda cultura y nación. Uno de los modos específicos como el Gobierno puede ayudar a la familia es asegurar que a los padres de familia se les permita ejercer su derecho fundamental como primeros educadores de sus hijos, lo que incluye la opción de enviarlos a escuelas religiosas, si así lo desean.

La Iglesia católica en Hungría ha vivido con particular intensidad la transición del período de gobierno totalitario y la libertad de la que su país goza actualmente. Tras décadas de opresión, la Iglesia, sostenida por el heroico testimonio de muchos cristianos, ha emergido para ocupar su lugar en una sociedad transformada, de nuevo capaz de proclamar el Evangelio libremente. No busca privilegios para sí misma, sino que desea desempeñar su papel en la vida de la nación, fiel a su naturaleza y a su misión.

Confío en que, mientras continúa el proceso de aplicación de los acuerdos entre Hungría y la Santa Sede —pienso en el memorándum sobre asistencia religiosa a las fuerzas armadas y a la policía de fronteras recientemente firmado—, todas las cuestiones importantes que afectan a la vida de la Iglesia en su país se resuelvan con el espíritu de buena voluntad y el diálogo fructífero que ha caracterizado nuestras relaciones diplomáticas desde que se restablecieron tan felizmente.

Excelencia, rezo para que la misión diplomática que comienza hoy refuerce aún más los vínculos de amistad que existen entre la Santa Sede y la República de Hungría. Le aseguro que los diversos dicasterios de la Curia romana están siempre dispuestos a ofrecerle su ayuda y su apoyo para el cumplimiento de sus tareas. Con mis sinceros buenos deseos, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todos sus conciudadanos abundantes bendiciones de paz y prosperidad. ¡Que Dios bendiga a Hungría!


A LOS OBISPOS DE TURQUÍA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 2 de febrero de 2009



19 Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra recibiros esta mañana, al realizar vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, signo elocuente de vuestra comunión con el Sucesor de san Pedro. Doy las gracias al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Luigi Padovese, vicario apostólico de Anatolia, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. A través de vuestra presencia, vuestras comunidades, tan diversas entre sí, vienen a encontrarse con la Iglesia de Roma, manifestando así su unidad profunda. Al regresar a vuestro país, llevad mi afectuoso saludo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles de vuestras diócesis. Decidles que el Papa, que lleva siempre en su corazón el recuerdo de su peregrinación a Turquía, se siente cercano a cada uno de ellos, compartiendo sus preocupaciones y sus esperanzas.

Vuestra visita, que se desarrolla providencialmente en este año dedicado a san Pablo, adquiere una importancia particular para vosotros, pastores de la Iglesia católica en Turquía, tierra en la que nació el Apóstol de los gentiles y en la que fundó muchas comunidades. Como dije en la basílica en la que se encuentra su tumba, he querido convocar este Año paulino "para escucharlo y aprender ahora de él, como nuestro maestro, "la fe y la verdad" en las que se arraigan las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo" (Homilía en la basílica de San Pablo extramuros, 28 de junio de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de 2008, p. 5).

Sé que en vuestro país habéis querido dar relieve especial a este año jubilar y que numerosos peregrinos están visitando los lugares venerados por la tradición cristiana. Espero que a los peregrinos se les facilite cada vez más el acceso a esos lugares tan significativos para la fe cristiana, así como la celebración del culto. De hecho, me alegra vivamente la dimensión ecuménica que se le ha dado al Año paulino, manifestando de este modo la importancia de esta iniciativa para las demás Iglesias y comunidades cristianas. Ojalá que este año permita nuevos progresos en el camino hacia la unidad de todos los cristianos.

La existencia de vuestras Iglesias locales, con toda su diversidad, se enmarca en la prolongación de una rica historia caracterizada por el desarrollo de las primeras comunidades cristianas. Muchos nombres, muy amados por los discípulos de Cristo, están vinculados a vuestra tierra, como san Juan, san Ignacio de Antioquía, san Policarpo de Esmirna, y otros muchos ilustres Padres de la Iglesia, sin olvidar el concilio de Éfeso en el que la Virgen María fue proclamada "Theotokos". Más recientemente, el Papa Benedicto XV y el beato Juan XXIII también marcaron la vida de la nación y de la Iglesia en Turquía.

Quiero recordar también a todos los cristianos, sacerdotes y laicos, que han testimoniado la caridad de Cristo, en ocasiones hasta con el don supremo de su vida, como el padre Andrea Santoro. Que esta historia prestigiosa sea para vuestras comunidades, cuyo vigor en la fe y abnegación en las pruebas conozco, no sólo el recuerdo de un pasado glorioso, sino también un estímulo a continuar con generosidad en el camino trazado, testimoniando entre sus hermanos el amor de Dios por todo hombre.

Queridos hermanos, los concilios de Nicea y Constantinopla dieron al Credo su expresión definitiva. Que sea para vosotros y para vuestros fieles un fuerte aliento a profundizar en la fe de la Iglesia y a vivir cada vez con mayor ardor la esperanza que brota de ella. El pueblo de Dios encontrará un apoyo eficaz para su fe y su esperanza en una auténtica comunión eclesial. De hecho, "la Iglesia es una comunión orgánica que se realiza coordinando los diversos carismas, ministerios y servicios para la consecución del fin común que es la salvación" (Pastores gregis ), y los obispos son los primeros responsables de la realización concreta de esta unidad. La profunda comunión que debe reinar entre ellos, en la diversidad de ritos, se expresa sobre todo en una fraternidad real y una colaboración mutua, que les permita ejercer su ministerio con un espíritu colegial y reforzar la unidad del Cuerpo de Cristo.

Esta unidad encuentra una fuente vital en la Palabra de Dios, cuya importancia en la vida y en la misión de la Iglesia subrayó el reciente Sínodo de los obispos. Os invito, por tanto, a formar a los fieles de vuestras diócesis para que la Sagrada Escritura no sea una Palabra del pasado, sino que ilumine su existencia y les permita acceder verdaderamente a Dios. En este contexto, me complace recordar que la meditación de la Palabra de Dios ofrecida por el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, fue un momento importante de esa Asamblea sinodal.

Permitidme también dirigir un saludo a los sacerdotes y a los religiosos que colaboran con vosotros en el anuncio del Evangelio. Procedentes de gran número de países, con frecuencia su tarea es difícil. Los aliento a integrarse cada vez más en las realidades de vuestras Iglesias locales para que puedan dar a todos los miembros de la comunidad católica la atención pastoral necesaria, sin olvidar a las personas más débiles y aisladas. El escaso número de sacerdotes, con frecuencia insuficiente para la magnitud del trabajo, os debe impulsar a desarrollar una intensa pastoral de las vocaciones.

La pastoral de los jóvenes es una de vuestras preocupaciones principales. Es importante que puedan adquirir una formación cristiana que les ayude a consolidar su fe y a vivir en un contexto con frecuencia difícil. Desde esta perspectiva, la formación de los laicos también debe permitirles asumir con competencia y eficacia las responsabilidades que se les encomienden en el seno de la Iglesia.

La comunidad cristiana de vuestro país vive en una nación regida por una Constitución que afirma la laicidad del Estado, pero en la que la mayoría de los habitantes es musulmana. Por tanto, es muy importante que cristianos y musulmanes puedan comprometerse juntos a favor del hombre, de la vida, así como de la paz y la justicia. Además, la distinción entre la esfera civil y la esfera religiosa es ciertamente un valor que debe protegerse. No obstante, en ese ámbito corresponde al Estado garantizar con eficacia a los ciudadanos y a las comunidades religiosas la libertad de culto y la libertad religiosa, haciendo inaceptable toda violencia contra los creyentes, cualquiera que sea su religión.

20 En este contexto, soy consciente de vuestro deseo y de vuestra disponibilidad para entablar un diálogo sincero con las autoridades para encontrar una solución a los diversos problemas planteados a vuestras comunidades, como el reconocimiento de la personalidad jurídica de la Iglesia católica y de sus bienes. Ese reconocimiento tendrá necesariamente consecuencias positivas para todos. Es de desear que se establezcan contactos permanentes, por ejemplo a través de una comisión bilateral para estudiar las cuestiones que todavía quedan por resolver.

Queridos hermanos, al final de nuestro encuentro, quiero repetiros estas palabras de esperanza dirigidas a las Iglesias de Éfeso y Esmirna en el libro del Apocalipsis: "Tienes paciencia: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. (...) No temas por lo que vas a sufrir. (...) Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (
Ap 2,3 Ap 2,10). Que la intercesión de san Pablo y de la Theotokos os permita vivir en esta esperanza que procede de Cristo resucitado, el cual vive entre nosotros. De todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles de vuestras diócesis.


AL SR. LUIZ FELIPE DE SEIXAS CORRÊA, NUEVO EMBAJADOR DE BRASIL ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 9 de febrero de 2009



Excelencia:

Me alegra mucho darle la bienvenida al recibirlo aquí en el Vaticano, en el acto de presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federativa de Brasil ante la Santa Sede.

Esta feliz circunstancia me ofrece la oportunidad de constatar una vez más los sentimientos de cercanía espiritual que el pueblo brasileño alberga hacia el Sucesor de Pedro; al mismo tiempo me brinda la ocasión de renovar la expresión de mi sincero afecto y mi gran estima por su noble nación.
Le agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido. En especial, le agradezco los deferentes pensamientos y el saludo que el presidente de la República, señor Luiz Inácio Lula da Silva, ha querido enviarme. Ruego a su excelencia que tenga la bondad de devolverle de mi parte ese saludo, con mis mejores deseos de felicidad, y que le transmita la seguridad de mis oraciones por su país y por su pueblo.

Aprovecho la ocasión para recordar con aprecio la visita pastoral que la Providencia me permitió realizar a Brasil en 2007, para presidir la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, así como los encuentros celebrados con el más alto mandatario de la nación, tanto en São Paulo, como más recientemente aquí en Roma. Ojalá que estas circunstancias atestigüen, una vez más, los estrechos vínculos de amistad y fructífera colaboración entre su país y la Santa Sede.

Los objetivos de la Iglesia, en su misión de naturaleza religiosa y espiritual, y del Estado, aun siendo distintos, confluyen en un punto de convergencia: el bien de la persona humana y el bien común de la nación. Pero, como afirmó en cierta ocasión mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II, "el entendimiento respetuoso, la mutua preocupación por la independencia y el principio de servir al hombre del mejor modo posible, en una concepción cristiana, constituirán factores de concordia, con los que saldrá beneficiado el mismo pueblo" (Discurso al presidente de Brasil, 14 de octubre de 1991, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 1991, p. 5). Brasil es un país que, en su gran mayoría, conserva la fe cristiana transmitida, desde los orígenes de su pueblo, por la evangelización iniciada hace más de cinco siglos.

Así, me complace considerar la convergencia de principios de la Sede apostólica y de su Gobierno en lo que respecta a las amenazas a la paz en el mundo, cuando se ve afectada por la falta de una visión de respeto al prójimo en su dignidad humana. El reciente conflicto de Oriente Próximo demuestra la necesidad de apoyar todas las iniciativas destinadas a resolver pacíficamente las divergencias surgidas, y hago votos para que su Gobierno prosiga en esta dirección.

Por otro lado, deseo reiterar aquí la esperanza de que, en conformidad con los principios que salvaguardan la dignidad humana, que Brasil siempre ha defendido, continúen fomentándose y difundiéndose los valores humanos fundamentales, sobre todo cuando se trata de reconocer de forma explícita la santidad de la vida familiar y la salvaguarda de los niños por nacer, desde el momento de su concepción hasta su fin natural. Del mismo modo, en lo que respecta a los experimentos biológicos, la Santa Sede sigue promoviendo incansablemente la defensa de una ética que no perjudique, sino que proteja la existencia del embrión y su derecho a nacer.

21 Veo con satisfacción que la nación brasileña, en un clima de acentuada prosperidad, se está convirtiendo en un factor de estímulo al desarrollo en las regiones limítrofes y en varios países del continente africano. En un clima de solidaridad y entendimiento mutuo, el Gobierno procura apoyar iniciativas destinadas a favorecer la lucha contra la pobreza yel retraso tecnológico, tanto a nivel nacional como internacional.

La política de redistribución de la renta interna ha facilitado un mayor bienestar entre la población; en este sentido, espero que siga estimulándose una mejor distribución de la renta, y se refuerce una mayor justicia social para el bien de la población. Sin embargo, es preciso destacar que, además de la pobreza material, incide de manera relevante la pobreza moral que impregna todo el mundo, incluso donde no faltan los bienes materiales. De hecho, el peligro del consumismo y del hedonismo, juntamente con la falta de principios morales sólidos que guíen la vida de los ciudadanos comunes, vuelve vulnerable la estructura de la sociedad y de la familia brasileña.

Por eso, nunca está de más insistir en la urgencia de una sólida formación moral en todos los niveles, incluyendo el ámbito político, ante las constantes amenazas generadas por las ideologías materialistas aún dominantes y, sobre todo, la tentación de la corrupción en la gestión del dinero público y privado. Con este fin, el cristianismo puede ofrecer una contribución válida -como dije recientemente- porque es "una religión de libertad y de paz, y está al servicio del auténtico bien de la humanidad" (Discurso al Cuerpo diplomático, 8 de enero de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de enero de 2009, p. 7). Con esos valores la Iglesia sigue ofreciendo este servicio de gran valor evangélico para favorecer el establecimiento de la paz y la justicia entre todos los pueblos.

El reciente Acuerdo en el que se define el estatuto jurídico civil de la Iglesia católica en Brasil y se regulan las materias de interés mutuo entre ambas partes son señales significativas de esta colaboración sincera que desea mantener la Iglesia, dentro de su misión propia, con el Gobierno brasileño. En este sentido, albergo la esperanza de que este Acuerdo, como ya señalé, "facilite el libre ejercicio de la misión evangelizadora de la Iglesia y refuerce todavía más su colaboración con las instituciones civiles para el desarrollo integral de la persona" (ib.). La fe y la adhesión a Jesucristo exigen que los fieles católicos, también en Brasil, sean instrumentos de reconciliación y de fraternidad, en la verdad, en la justicia y en el amor. Así, espero que este Documento solemne sea ratificado, a fin de que se facilite la organización eclesiástica de la vida de los católicos y alcance un alto grado de eficiencia.

Señor embajador, antes de concluir este encuentro, le reitero mi petición de que transmita al señor presidente de la República mis mejores votos de felicidad y de paz. Y aseguro a su excelencia que puede contar con la estima, la buena acogida y el apoyo de esta Sede apostólica en el desempeño de su misión, que espero sea feliz y fecunda en frutos y alegrías. Mi pensamiento se dirige, en este momento, a todos los brasileños y a cuantos guían su destino. A todos deseo felicidad, en progreso y armonía crecientes. Estoy seguro de que su excelencia se hará intérprete de estos sentimientos y esperanzas míos ante el más alto mandatario de la nación. Por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imploro para usted, para su mandato y para sus familiares, así como para todos los amados brasileños, abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


XVII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO - MEMORIA LITÚRGICA DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS

Basílica Vaticana

Miércoles 11 de febrero de 2009

Queridos enfermos;
queridos hermanos y hermanas:

Este encuentro asume un valor y un significado singulares, pues tiene lugar con ocasión de la Jornada mundial del enfermo, que se celebra hoy, memoria de Nuestra Señora de Lourdes. Mi pensamiento va a ese santuario, al que acudí también yo con ocasión del 150° aniversario de las apariciones a santa Bernardita. Conservo un vivo recuerdo de esa peregrinación y, sobre todo, del contacto que tuve con los enfermos reunidos en la gruta de Massabielle.

De buen grado he venido a saludaros al final de la celebración eucarística, que ha presidido el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, al que dirijo un cordial saludo. Asimismo, saludo a los prelados presentes, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los voluntarios, a los peregrinos, y especialmente a los queridos enfermos y a quienes los cuidan diariamente.

22 Siempre es emocionante revivir en esta circunstancia, aquí, en la basílica de San Pedro, el clima típico de oración y espiritualidad mariana que caracteriza al santuario de Lourdes. Así pues, gracias por esta manifestación de fe y de amor a María; gracias a quienes la han promovido y organizado, de modo especial a la UNITALSI y a la Obra Romana de Peregrinaciones.

Esta Jornada invita a hacer que los enfermos sientan con mayor intensidad la cercanía espiritual de la Iglesia, que, como escribí en la encíclica Deus caritas est, es la familia de Dios en el mundo, dentro de la cual nadie debe sufrir por falta de lo necesario, sobre todo por falta de amor (cf. n. b). Al mismo tiempo, hoy tenemos la oportunidad de reflexionar sobre la experiencia de la enfermedad, del dolor y, más en general, sobre el sentido de la vida que es preciso realizar plenamente incluso cuando se sufre.

En el Mensaje para esta Jornada quise poner en primer plano a los niños enfermos, que son las criaturas más débiles e indefensas. Es verdad. Si ya quedamos sin palabras ante un adulto que sufre, ¿qué decir cuando la enfermedad afecta a un niño inocente? ¿Cómo percibir también en situaciones tan difíciles el amor misericordioso de Dios, que nunca abandona a sus hijos en la prueba?

Son frecuentes y a veces inquietantes esos interrogantes, que en verdad, en un plano meramente humano, no encuentran respuestas adecuadas, pues el dolor, la enfermedad y la muerte en su significado siguen siendo insondables para la mente humana. Pero viene en nuestra ayuda la luz de la fe. La Palabra de Dios nos revela que incluso estos males son misteriosamente "abrazados" por el plan divino de salvación; la fe nos ayuda a considerar que la vida humana es hermosa y digna de vivirse en plenitud, a pesar de estar menoscabada por el mal. Dios creó al hombre para la felicidad y para la vida, mientras que la enfermedad y la muerte entraron en el mundo como consecuencia del pecado.

Sin embargo, el Señor no nos ha abandonado a nosotros mismos. Él, el Padre de la vida, es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente hacia la humanidad que sufre. El Evangelio relata cómo Jesús "expulsaba los espíritus con su palabra y curaba a los enfermos" (cf.
Mt 8,16), indicando el camino de la conversión y de la fe como condiciones para obtener la curación del cuerpo y del espíritu. El Señor quiere siempre esta curación, la curación integral, de cuerpo y alma; por eso expulsa los espíritus con su palabra. Su palabra es palabra de amor, palabra purificadora: expulsa los espíritus de temor, soledad y oposición a Dios; así purifica nuestra alma y nos da paz interior. Así nos da el espíritu de amor y la curación que comienza en nuestro interior.

Pero Jesús no sólo habló; es Palabra encarnada. Sufrió con nosotros y murió. Con su pasión y muerte, asumió y transformó hasta el fondo nuestra debilidad. Precisamente por eso, como dice el siervo de Dios Juan Pablo II en la carta apostólica Salvifici doloris, "sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo" (n. 23).

Queridos hermanos y hermanas, somos cada vez más conscientes de que la vida del hombre no es un bien del que se pueda disponer, sino un cofre valioso que es preciso custodiar y cuidar con el mayor esmero posible, desde el momento de su inicio hasta su término último y natural. La vida es un misterio que, de por sí, exige por parte de todos y de cada uno responsabilidad, amor, paciencia y caridad. Aún más necesario es rodear de cuidados y de respeto a quienes están enfermos y sufren.

Esto no siempre es fácil, pero sabemos dónde encontrar la valentía y la paciencia para afrontar las vicisitudes de la existencia terrena, especialmente las enfermedades y todo tipo de sufrimiento. Para nosotros, los cristianos, en Cristo es donde se encuentra la respuesta al enigma del dolor y de la muerte. La participación en la santa misa, como acabáis de hacer vosotros, nos sumerge en el misterio de su muerte y resurrección. Toda celebración eucarística es el memorial perenne de Cristo crucificado y resucitado, que derrotó el poder del mal con la omnipotencia de su amor. Por tanto, en la "escuela" de Cristo Eucaristía es donde podemos aprender a amar siempre la vida y a aceptar nuestra aparente impotencia ante la enfermedad y la muerte.

Mi venerado predecesor Juan Pablo II quiso que la Jornada mundial del enfermo coincidiera con la fiesta de la Virgen Inmaculada de Lourdes. En ese lugar sagrado nuestra Madre celestial vino a recordarnos que en esta tierra sólo estamos de paso y que la morada verdadera y definitiva del hombre es el cielo. Hacia esa meta debemos tender todos. Que la luz que viene "de lo alto" nos ayude a comprender y a dar sentido y valor también a la experiencia del sufrir y del morir.

Pidamos a la Virgen que dirija su mirada materna a todo enfermo y a su familia, para ayudarles a llevar con Cristo el peso de la cruz. Encomendémosle a ella, Madre de la humanidad, a los pobres, a los que sufren, a los enfermos del mundo entero, y de modo especial a los niños que sufren. Con estos sentimientos, os animo a confiar siempre en el Señor y de corazón os bendigo a todos.


AL SR. TIMOTHY ANDREW FISCHER, NUEVO EMBAJADOR DE AUSTRALIA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 12 de febrero de 2009



Señor embajador:

23 Con particular placer le doy la bienvenida al Vaticano y acepto las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Australia ante la Santa Sede. Le pido por favor que transmita a la gobernadora general, señora Quentin Bryce, al Gobierno y a los habitantes de su nación, mi gratitud por su saludo. Recordando vivamente mi reciente visita a su hermoso país, le aseguro mis oraciones por el bienestar de su nación y, en particular, deseo enviar mi condolencia a las personas y familias de Victoria que están de luto por haber perdido a sus seres queridos en los recientes incendios forestales.

El nombramiento de su excelencia como primer embajador residente de Australia ante la Santa Sede inaugura una nueva etapa en nuestras relaciones diplomáticas y ofrece una oportunidad para profundizar la comprensión mutua y ampliar nuestra ya significativa colaboración. El compromiso de la Iglesia con la sociedad civil está fundado en la convicción de que el progreso humano, tanto el de los individuos como el de las comunidades, depende del reconocimiento de la vocación sobrenatural de toda persona. Es de Dios de quien los hombres y las mujeres reciben su dignidad esencial (cf.
Gn 1,27) y la capacidad de buscar la verdad y la bondad. Desde esta amplia perspectiva podemos afrontar tendencias al pragmatismo y al consecuencialismo, tan dominantes hoy, que sólo se ocupan de los síntomas y los efectos de los conflictos, de la fragmentación social y de la ambigüedad moral, en lugar de buscar sus causas. Cuando sale a la luz la dimensión espiritual de la humanidad, el corazón y la mente de las personas se vuelve hacia Dios y hacia las maravillas de la vida humana: el ser mismo, la verdad, la belleza, los valores morales y las demás personas. De esta forma se puede encontrar un fundamento seguro para unir a la sociedad y para sostener una visión de esperanza.

La Jornada mundial de la juventud fue un acontecimiento de singular importancia para la Iglesia universal y para Australia. Siguen resonando ecos de aprecio en su nación y en todo el mundo. Cada Jornada mundial de la juventud es sobre todo un acontecimiento espiritual: un momento en que numerosos jóvenes, no todos íntimamente relacionados con la Iglesia, encuentran a Dios en una intensa experiencia de oración, aprendizaje y escucha, para vivir la fe en acción. Como ha observado usted, excelencia, a los propios ciudadanos de Sydney les admiró la alegría de los peregrinos. Rezo para que esta generación joven de cristianos en Australia y en todo el mundo canalice el entusiasmo hacia todo lo que es verdadero y bueno, forjando amistades por encima de las divisiones y creando lugares de fe viva en nuestro mundo y para él, como ambientes de esperanza y de caridad práctica.

Señor embajador, la diversidad cultural enriquece el entramado social de la Australia de hoy. Durante décadas esta mezcla se ha visto empañada por las injusticias sufridas tan dolorosamente por los pueblos indígenas. Con la petición de perdón hecha el año pasado por el primer ministro Rudd, se confirmó un profundo cambio del corazón. Ahora, renovados en el espíritu de reconciliación, tanto las agencias gubernamentales como los ancianos aborígenes pueden afrontar con determinación y compasión los numerosos retos que se plantean. Otro ejemplo del deseo de su Gobierno de promover el respeto y la comprensión entre las culturas es su laudable esfuerzo para facilitar el diálogo y la cooperación entre las religiones tanto en el país como en la región. Estas iniciativas contribuyen a conservar herencias culturales, alimentan la dimensión pública de la religión y reavivan los valores sin los cuales pronto se pararía el corazón de la sociedad civil.

La actividad diplomática de Australia en el Pacífico, en Asia y más recientemente en África es muy variada y cada vez más amplia. El apoyo activo de la nación a los Objetivos de desarrollo del milenio, a los numerosos organismos regionales, a las iniciativas para reforzar el Tratado de no proliferación nuclear, y la gran preocupación por un desarrollo económico justo son bien conocidos y respetados. Y mientras las sombras y las luces de la globalización envuelven nuestro mundo con formas cada vez más complejas, su nación se está mostrando dispuesta a responder a la creciente variedad de exigencias de un modo innovador, responsable y fundado en principios. No menos preocupantes son las amenazas a la creación de Dios a través del cambio climático. Quizás ahora más que nunca en la historia humana, la relación fundamental entre el Creador, la creación y la criatura debe ser ponderada y respetada. Desde este reconocimiento podemos descubrir un código ético común, que consiste en normas enraizadas en la ley natural inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano.

En mi mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, llamé la atención en particular sobre la necesidad de un enfoque ético con vistas a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil y Estados (cf. n. 12). A este respecto, constato con interés la determinación del Gobierno australiano de establecer relaciones de cooperación basadas en los valores de la equidad, el buen gobierno y el sentido de vecindad regional. Una verdadera posición ética está en el centro de toda política de desarrollo responsable, respetuosa y socialmente inclusiva. Es la ética la que hace imperativa una respuesta compasiva y generosa a la pobreza. La ética hace urgente sacrificar los intereses proteccionistas de una correcta accesibilidad de los países pobres a los mercados desarrollados, a la vez que hace razonable la insistencia de las naciones donantes en la responsabilidad y la transparencia en el uso de la ayuda financiera por parte de las naciones receptoras.

Por su parte, la Iglesia tiene una larga tradición en el sector sanitario, en el que pone de relieve un enfoque ético de todas las exigencias particulares de todo individuo. Especialmente en los países más pobres, las Órdenes religiosas y las organizaciones eclesiales, incluidos muchos misioneros australianos, financian y dirigen una vasta red de hospitales y clínicas, a menudo en áreas remotas en las que los Estados no han logrado servir a sus propios ciudadanos. Es interesante en especial el ofrecimiento de cuidados médicos a las familias, incluyendo cuidados obstétricos de alta calidad a las mujeres. Sin embargo, resulta paradójico que algunos grupos, a través de programas de ayuda, promuevan el aborto como forma de asistencia a la "maternidad": eliminan una vida supuestamente para mejorar la calidad de vida.

Excelencia, estoy seguro de que su nombramiento reforzará aún más los vínculos de amistad que ya existen entre Australia y la Santa Sede. En el ejercicio de sus nuevas responsabilidades todos los dicasterios de la Curia romana están dispuestos a ayudarle en el cumplimiento de sus tareas. Sobre usted y sobre su familia, así como sobre todos sus conciudadanos, invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.




Discursos 2009 18