Discursos 2009 52

AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS ARGENTINOS EN VISITA "AD LIMINA APSOTOLORUM"

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Sala del Consistorio

Sábado 14 de marzo de 2009



Señor cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado:

1. Es para mí un motivo de profunda alegría daros la bienvenida a este encuentro con el Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio Episcopal.

Agradezco las amables palabras del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, con las cuales se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos. A través vuestro quiero saludar también a todo el clero, comunidades religiosas y laicos de vuestras Diócesis, manifestándoles mi aprecio y cercanía, así como mi aliento constante en la apasionante tarea de la evangelización, que están llevando a cabo con gran dedicación y generosidad.

2. Habéis venido hasta aquí para venerar los sepulcros de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y compartir con el Obispo de Roma las alegrías y esperanzas, las experiencias y las dificultades de vuestro ministerio episcopal. La visita ad limina es un momento significativo en la vida de todos aquellos a quienes se les ha confiado el cuidado pastoral de una porción del Pueblo de Dios, pues en ella muestran y refuerzan su comunión con el Romano Pontífice.

El Señor fundó la Iglesia para que sea «como un sacramento o signo y instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium LG 1). La Iglesia es en sí misma un misterio de comunión, un «pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (ibíd., LG 4). En efecto, Dios ha querido llevar a todas las gentes a la plenitud de la salvación haciéndolas partícipes de los dones de la redención de Cristo y entrar así en comunión de vida con la Trinidad.

3. El ministerio episcopal está al servicio de la unidad y de la comunión de todo el Cuerpo místico de Cristo. El Obispo, que es el principio y fundamento visible de unidad en su Iglesia particular, está llamado a impulsar y defender la integridad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, enseñando además a los fieles a amar a todos sus hermanos (cf. ibíd., LG 23).

Deseo expresar mi reconocimiento por vuestra voluntad decidida de mantener y afianzar la unidad en el seno de vuestra Conferencia Episcopal y de vuestras Comunidades diocesanas. Las palabras de Nuestro Señor –«que todos sean uno» (Jn 17,21) – han de ser una fuente constante de inspiración en vuestra actividad pastoral, lo que redundará sin duda en una mayor eficacia apostólica. Esta unidad, que debéis promover con intensidad y de manera visible, será además fuente de consuelo en el grave cometido que se os ha confiado. Gracias a esta colegialidad afectiva y efectiva, ningún Obispo está solo, porque está siempre y estrechamente unido a Cristo, Buen Pastor, y también, en virtud de su Ordenación episcopal y de la comunión jerárquica, a sus hermanos en el episcopado y a quien el Señor ha elegido como Sucesor de Pedro (cf. Juan Pablo II, Pastores gregis ). Deseo manifestaros ahora de modo especial, que contáis con todo mi apoyo, mi oración diaria y mi cercanía espiritual en vuestras fatigas y desvelos para hacer de la Iglesia «la casa y la escuela de comunión» (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte NM 43).

4. Este espíritu de comunión tiene un ámbito privilegiado de aplicación en las relaciones del Obispo con sus sacerdotes. Conozco bien vuestra voluntad de prestar una mayor atención a los presbíteros y, con el Concilio Vaticano II, os animo a preocuparos con amor de padre y hermano «de su situación espiritual, intelectual y material para que puedan vivir santa y religiosamente y puedan realizar su ministerio con fidelidad y fruto» (Christus Dominus CD 16). Asimismo, os exhorto a extremar la caridad y la prudencia cuando tengáis que corregir enseñanzas, actitudes o comportamientos que desdicen de la condición sacerdotal de vuestros más estrechos colaboradores y que pueden, además, dañar y confundir la fe y la vida cristiana de los fieles.

53 El papel fundamental que desempeñan los presbíteros os ha de llevar a realizar un gran esfuerzo para promover las vocaciones sacerdotales. A este respecto, sería oportuno proyectar una pastoral matrimonial y familiar más incisiva, que tenga en cuenta la dimensión vocacional del cristiano, así como una pastoral juvenil más audaz, que ayude a los jóvenes a responder con generosidad al llamado que Dios les hace. También es necesario intensificar la formación de los seminaristas en todas sus dimensiones: humana, espiritual, intelectual, afectiva y pastoral, llevando a cabo además una eficaz y exigente labor de discernimiento de los candidatos a las sagradas órdenes.

5. En esta óptica de profundizar en la comunión dentro de la Iglesia, es de suma importancia reconocer, valorar y estimular la participación de los religiosos en la actividad evangelizadora diocesana, a la que enriquecen con la aportación de sus respectivos carismas.

También los fieles, en virtud de su bautismo, están llamados a cooperar en la edificación del Cuerpo de Cristo. Para ello hay que llevarlos a tener una experiencia más viva de Jesucristo y del misterio de su amor. El trato permanente con el Señor mediante una intensa vida de oración y una adecuada formación espiritual y doctrinal aumentará en todos los cristianos el gozo de creer y celebrar su fe y la alegría de pertenecer a la Iglesia, impulsándoles así a participar activamente en la misión de proclamar la Buena Noticia a todos los hombres.

6. Queridos hermanos, os aseguro una vez más mi cercanía en la plegaria cotidiana, junto con mi firme esperanza en el progreso y renovación espiritual de vuestras comunidades. Que el Señor os conceda la alegría de servirle, guiando en su nombre a la grey que se os ha confiado. Que la Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, os acompañe y proteja siempre, así como a vuestros fieles diocesanos, y os imparto con gran afecto una especial Bendición Apostólica.




A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO

Lunes 16 de marzo de 2009

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra poder acogeros en audiencia especial, en la víspera de mi partida hacia África, a donde iré para entregar el Instrumentum laboris de la II Asamblea especial del Sínodo para África, que tendrá lugar aquí en Roma el próximo mes de octubre. Agradezco al prefecto de la Congregación, el señor cardenal Cláudio Hummes, las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos de todos; y también os agradezco la hermosa carta que me habéis escrito. Asimismo os saludo a todos vosotros, superiores, oficiales y miembros de la Congregación, y os expreso mi gratitud por todo el trabajo que lleváis a cabo al servicio de un sector tan importante en la vida de la Iglesia.

El tema que habéis elegido para esta plenaria —"La identidad misionera del presbítero en la Iglesia, como dimensión intrínseca del ejercicio de los tria munera"— permite algunas reflexiones para el trabajo de estos días y para los abundantes frutos que ciertamente traerá. Si toda la Iglesia es misionera y si todo cristiano, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, quasi ex officio (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1305) recibe el mandato de profesar públicamente la fe, el sacerdocio ministerial, también desde este punto de vista, se distingue ontológicamente, y no sólo en grado, del sacerdocio bautismal, llamado también sacerdocio común. En efecto, del primero es constitutivo el mandato apostólico: "Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16,15). Como sabemos, este mandato no es un simple encargo encomendado a colaboradores; sus raíces son más profundas y deben buscarse mucho más lejos.

La dimensión misionera del presbítero nace de su configuración sacramental con Cristo Cabeza, la cual conlleva, como consecuencia, una adhesión cordial y total a lo que la tradición eclesial ha reconocido como la apostolica vivendi forma. Esta consiste en la participación en una "vida nueva" entendida espiritualmente, en el "nuevo estilo de vida" que inauguró el Señor Jesús y que hicieron suyo los Apóstoles.

Por la imposición de las manos del obispo y la oración consagratoria de la Iglesia, los candidatos se convierten en hombres nuevos, llegan a ser "presbíteros". A esta luz, es evidente que los tria munera son en primer lugar un don y sólo como consecuencia un oficio; son ante todo participación en una vida, y por ello una potestas. Ciertamente, la gran tradición eclesial con razón ha desvinculado la eficacia sacramental de la situación existencial concreta del sacerdote; así se salvaguardan adecuadamente las legítimas expectativas de los fieles. Pero esta correcta precisión doctrinal no quita nada a la necesaria, más aún, indispensable tensión hacia la perfección moral, que debe existir en todo corazón auténticamente sacerdotal.

54 Precisamente para favorecer esta tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, he decidido convocar un "Año sacerdotal" especial, que tendrá lugar desde el próximo 19 de junio hasta el 19 de junio de 2010. En efecto, se conmemora el 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars, Juan María Vianney, verdadero ejemplo de pastor al servicio del rebaño de Cristo. Corresponderá a vuestra Congregación, de acuerdo con los Ordinarios diocesanos y con los superiores de los institutos religiosos, promover y coordinar las diversas iniciativas espirituales y pastorales que parezcan útiles para hacer que se perciba cada vez más la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea.

La misión del presbítero, como muestra el tema de la plenaria, se lleva a cabo "en la Iglesia". Esta dimensión eclesial, de comunión, jerárquica y doctrinal es absolutamente indispensable para toda auténtica misión y sólo ella garantiza su eficacia espiritual. Se debe reconocer siempre que los cuatro aspectos mencionados están íntimamente relacionados: la misión es "eclesial" porque nadie anuncia o se lleva a sí mismo, sino que, dentro y a través de su propia humanidad, todo sacerdote debe ser muy consciente de que lleva a Otro, a Dios mismo, al mundo. Dios es la única riqueza que, en definitiva, los hombres desean encontrar en un sacerdote.

La misión es "de comunión" porque se lleva a cabo en una unidad y comunión que sólo de forma secundaria tiene también aspectos relevantes de visibilidad social. Estos, por otra parte, derivan esencialmente de la intimidad divina, de la cual el sacerdote está llamado a ser experto, para poder llevar, con humildad y confianza, las almas a él confiadas al mismo encuentro con el Señor.
Por último, las dimensiones "jerárquica" y "doctrinal" sugieren reafirmar la importancia de la disciplina (el término guarda relación con "discípulo") eclesiástica y de la formación doctrinal, y no sólo teológica, inicial y permanente.

La conciencia de los cambios sociales radicales de las últimas décadas debe mover las mejores energías eclesiales a cuidar la formación de los candidatos al ministerio. En particular, debe estimular la constante solicitud de los pastores hacia sus primeros colaboradores, tanto cultivando relaciones humanas verdaderamente paternas, como preocupándose por su formación permanente, sobre todo en el ámbito doctrinal y espiritual.

La misión tiene sus raíces de modo especial en una buena formación, llevada a cabo en comunión con la Tradición eclesial ininterrumpida, sin rupturas ni tentaciones de discontinuidad. En este sentido, es importante fomentar en los sacerdotes, sobre todo en las generaciones jóvenes, una correcta recepción de los textos del concilio ecuménico Vaticano II, interpretados a la luz de todo el patrimonio doctrinal de la Iglesia. También parece urgente la recuperación de la convicción que impulsa a los sacerdotes a estar presentes, identificables y reconocibles tanto por el juicio de fe como por las virtudes personales, e incluso por el vestido, en los ámbitos de la cultura y de la caridad, desde siempre en el corazón de la misión de la Iglesia.

Como Iglesia y como sacerdotes anunciamos a Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, crucificado y resucitado, Soberano del tiempo y de la historia, con la alegre certeza de que esta verdad coincide con las expectativas más profundas del corazón humano. En el misterio de la encarnación del Verbo, es decir, en el hecho de que Dios se hizo hombre como nosotros, está tanto el contenido como el método del anuncio cristiano. La misión tiene su verdadero centro propulsor precisamente en Jesucristo.

La centralidad de Cristo trae consigo la valoración correcta del sacerdocio ministerial, sin el cual no existiría la Eucaristía ni, por tanto, la misión y la Iglesia misma. En este sentido, es necesario vigilar para que las "nuevas estructuras" u organizaciones pastorales no estén pensadas para un tiempo en el que se debería "prescindir" del ministerio ordenado, partiendo de una interpretación errónea de la debida promoción de los laicos, porque en tal caso se pondrían los presupuestos para la ulterior disolución del sacerdocio ministerial y las presuntas "soluciones" coincidirían dramáticamente con las causas reales de los problemas actuales relacionados con el ministerio.

Estoy seguro de que en estos días el trabajo de la asamblea plenaria, bajo la protección de la Mater Ecclesiae, podrá profundizar estos breves puntos de reflexión que me permito someter a la atención de los señores cardenales y de los arzobispos y obispos, invocando sobre todos la copiosa abundancia de los dones celestiales, en prenda de los cuales os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos una especial y afectuosa bendición apostólica.

VIAJE APOSTÓLICO

DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

A CAMERÚN Y ANGOLA

(17-23 DE MARZO DE 2009)


ENTREVISTA A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA ÁFRICA

Martes 17 de marzo de 2009



Durante el vuelo de Roma a Yaundé, el martes 17 de marzo por la mañana, el Santo Padre respondió a varias preguntas de los periodistas. Ofrecemos seguidamente el texto íntegro de la conferencia de prensa.

55 Santidad, bienvenido entre el grupo de colegas: somos cerca de setenta los que vamos a vivir este viaje con usted. Le expresamos nuestros mejores deseos y esperamos poder acompañarle con nuestro servicio, haciendo que también muchas otras personas participen en esta aventura. Como es habitual, le estamos muy agradecidos por la conversación que ahora nos concede; la hemos preparado recogiendo en días pasados diversas preguntas de los colegas —he recibido unas treinta— y luego hemos elegido algunas que pudieran abarcar un panorama completo de este viaje y que pudieran interesar a todos. Le agradecemos mucho las respuestas que nos dé. (Padre Federico Lombardi, director de la Sala de prensa de la Santa Sede).

Pregunta. Santidad, desde hace tiempo —especialmente después de su última carta a los obispos del mundo— muchos periódicos hablan de «soledad del Papa». Usted, ¿qué piensa al respecto? ¿Se siente realmente solo? Y, tras las recientes vicisitudes, ¿con qué sentimientos vuela ahora a África con nosotros? (Lucio Brunelli, de la televisión italiana).

Respuesta. A decir verdad, este mito de mi soledad me da ganas de reír: de ningún modo me siento solo. Cada día, en las visitas de trabajo, recibo a mis más estrechos colaboradores, desde el Secretario de Estado hasta la Congregación de Propaganda Fide, etc.; me reúno además regularmente con todos los responsables de los Dicasterios; cada día recibo a obispos en visita ad limina, últimamente a todos los obispos de Nigeria, uno tras otro, y luego a los obispos de Argentina... Hemos tenido dos plenarias en estos días, la de la Congregación para el Culto Divino y la de la Congregación para el Clero; tengo conversaciones amistosas; es una red de amistad. Incluso mis compañeros de ordenación han venido recientemente de Alemania para estar un día conmigo, para charlar conmigo...

Por tanto, la soledad no es un problema; realmente estoy rodeado de amigos en una colaboración espléndida con obispos, con colaboradores, con laicos, y estoy agradecido por esto. A África voy con gran alegría: yo amo a África, tengo muchos amigos africanos, ya desde los tiempos en que era profesor y hasta hoy; amo la alegría de la fe, la fe gozosa que se encuentra en África. Como sabéis, el Señor dio al Sucesor de Pedro el mandato de «confirmar a los hermanos en la fe»: yo trato de hacerlo. Pero estoy seguro de que volveré yo mismo confirmado por los hermanos, contagiado, por decirlo así, de su fe gozosa.

P. Santidad, usted viaja a África mientras se está viviendo una crisis económica mundial que tiene sus repercusiones también en los países pobres. Por otro lado, África debe afrontar en este momento una crisis alimentaria. Quisiera preguntarle tres cosas: Esta situación ¿encontrará eco en su viaje? ¿Se dirigirá usted a la comunidad internacional para que se haga cargo de los problemas de África? ¿Se hablará también de estos problemas en la encíclica que está preparando? (John Thavis, responsable de la sección romana de la agencia de noticias católica de Estados Unidos).

R. Gracias por la pregunta. Naturalmente, yo no voy a África con un programa político-económico, porque me falta competencia en este campo. Voy con un programa religioso, de fe, de moral, pero precisamente esto es también una contribución esencial al problema de la crisis económica que vivimos en este momento. Todos sabemos que un elemento fundamental de la crisis es precisamente un déficit de ética en las estructuras económicas; se ha comprendido que la ética no es algo que está «fuera» de la economía, sino «dentro», y que la economía no funciona si no lleva consigo el elemento ético. Por ello, hablando de Dios y hablando de los grandes valores espirituales que constituyen la vida cristiana, trataré de contribuir también a superar esta crisis, para renovar el sistema económico desde dentro, donde está el verdadero núcleo de la crisis.

Naturalmente, haré un llamamiento a la solidaridad internacional: la Iglesia es católica, es decir, universal, abierta a todas las culturas, a todos los continentes; está presente en todos los sistemas políticos, de modo que la solidaridad es un principio interno, fundamental para el catolicismo. Desde luego, quisiera hacer un llamamiento ante todo a la solidaridad católica, pero extendiéndolo también a la solidaridad de todos los que reconocen su responsabilidad en la sociedad humana de hoy.

Obviamente, también hablaré de esto en la encíclica: éste es uno de los motivos del retraso. Ya casi estábamos a punto de publicarla, cuando se desencadenó esta crisis y hemos retomado el texto para responder de modo más adecuado, en el ámbito de nuestra competencia, en el ámbito de la doctrina social de la Iglesia, pero haciendo referencia a los elementos reales de la crisis actual. De este modo, espero que la encíclica pueda ser también un elemento, una fuerza para superar la difícil situación actual.

P. El Consejo especial para África del Sínodo de los obispos ha pedido que el fuerte crecimiento cuantitativo de la Iglesia africana se transforme también en un crecimiento cualitativo. A veces, los responsables de la Iglesia son considerados un grupo de ricos y privilegiados, y sus comportamientos no son coherentes con el anuncio del Evangelio. ¿Invitará usted a la Iglesia en África a comprometerse en un examen de conciencia y de purificación de sus estructuras? (Isabelle de Gaulmyn, de «La Croix»).

R. Tengo una visión muy positiva de la Iglesia en África: es una Iglesia muy cercana a los pobres, una Iglesia cercana a los que sufren, a las personas que necesitan ayuda; por tanto, me parece que la Iglesia es realmente una institución que aún funciona, mientras que otras instituciones ya no funcionan; con su sistema de educación, de hospitales, de ayuda, en todas estas situaciones está presente en el mundo de los pobres y de los que sufren. Naturalmente, el pecado original también está presente en la Iglesia; no existe una sociedad perfecta y, por tanto, hay pecados y deficiencias en la Iglesia en África. En este sentido, siempre hace falta un examen de conciencia, una purificación interior, y yo recordaría este sentido en la liturgia eucarística: se inicia siempre con una purificación de la conciencia y un comienzo en la presencia del Señor. Y más que una purificación de las estructuras, que siempre resulta necesaria, hace falta una purificación de los corazones, porque las estructuras son un reflejo de los corazones, y hacemos todo lo posible para dar una nueva fuerza a la espiritualidad, a la presencia de Dios en nuestro corazón, tanto para purificar las estructuras de la Iglesia como para contribuir a la purificación de las estructuras de la sociedad.

P. Santo Padre, ¡buen viaje! Cuando usted se dirige a Europa, habla a menudo de un horizonte del que Dios parece estar desapareciendo. En África no es así, pero se da una presencia agresiva de las sectas; y también están las religiones tradicionales africanas. ¿Cuál es, por tanto, lo específico del mensaje de la Iglesia católica que usted quiere presentar en este contexto? (Christa Kramer, del Sankt Ulrich Verlag).

56 R. En primer lugar, todos reconocemos que en África el problema del ateísmo casi no se plantea, porque la realidad de Dios está tan presente, es tan real en el corazón de los africanos, que no creer en Dios, vivir sin Dios, no constituye una tentación. Es verdad que existe el problema de las sectas: nosotros no anunciamos, como hacen algunos, un Evangelio de prosperidad, sino un realismo cristiano; no anunciamos milagros, como hacen otros, sino la sobriedad de la vida cristiana. Estamos convencidos de que esta sobriedad, este realismo que anuncia un Dios que se ha hecho hombre —un Dios, por tanto, profundamente humano, un Dios que también sufre con nosotros, que da un sentido a nuestro sufrimiento— es un anuncio con un horizonte más amplio, que tiene más futuro.

Sabemos que estas sectas no son muy estables en su consistencia: de momento puede funcionar el anuncio de la prosperidad, de curaciones milagrosas, etc., pero después de poco tiempo se ve que la vida es difícil, que un Dios humano, un Dios que sufre con nosotros es más convincente, más verdadero, y brinda una ayuda más grande para la vida. También es importante el hecho de que nosotros tenemos la estructura de la Iglesia católica. No representamos a un pequeño grupo que, después de cierto tiempo, se aísla y se pierde, sino que entramos en la gran red universal de la catolicidad, no sólo trans-temporal, sino presente sobre todo como una gran red de amistad que nos une y nos ayuda también a superar el individualismo para llegar a la unidad en la diversidad, que es la verdadera promesa.

P. Santidad, entre los muchos males que afligen a África, destaca el de la difusión del sida. La postura de la Iglesia católica sobre el modo de luchar contra él a menudo no se considera realista ni eficaz. ¿Afrontará este tema durante el viaje? (Philippe Visseyrias de France 2).

R. Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el sida es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la Comunidad de San Egidio que hace mucho, visible e invisiblemente, en la lucha contra el sida, en los Camilos, en tantas otras cosas, en todas las religiosas que están al servicio de los enfermos... Diría que no se puede superar este problema del sida sólo con dinero, aunque éste sea necesario; pero si no hay alma, si los africanos no ayudan (comprometiendo la responsabilidad personal), no se puede solucionar este flagelo distribuyendo preservativos; al contrario, aumentan el problema. La solución sólo puede ser doble: la primera, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que conlleve una nueva forma de comportarse el uno con el otro; y la segunda, una verdadera amistad también y sobre todo con las personas que sufren; una disponibilidad, aun a costa de sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Éstos son los factores que ayudan y que traen progresos visibles.

Por tanto, yo diría que nuestras dos fuerzas son éstas: renovar al hombre interiormente, darle fuerza espiritual y humana para un comportamiento correcto con respecto a su propio cuerpo y al de los demás, y esa capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer presente en las situaciones de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y la Iglesia hace esto; así da una contribución muy grande e importante. Damos las gracias a todos los que lo hacen.

P. Santidad, ¿qué signos de esperanza ve la Iglesia en el continente africano? ¿Cree que podrá dirigir a África un mensaje de esperanza? (María Burgos, corresponsal de la televisión católica chilena).

R. Nuestra fe es esperanza por definición: lo dice la Sagrada Escritura. Por eso, quien lleva la fe está convencido de que también lleva la esperanza. Me parece que, a pesar de todos los problemas que conocemos bien, hay grandes signos de esperanza. Nuevos gobiernos, nueva disponibilidad a colaborar, lucha contra la corrupción —un gran mal que es preciso superar— y también la apertura de las religiones tradicionales a la fe cristiana, porque en las religiones tradicionales todos conocen a Dios, al Dios único, aunque les parece un poco lejano. Esperan que se acerque. Y en el anuncio del Dios que se hizo hombre reconocen que Dios realmente se nos ha acercado.

Además, la Iglesia católica tiene mucho en común con ellos: el culto de los antepasados encuentra su respuesta en la comunión de los santos, en el purgatorio. Los santos no son sólo los canonizados, son todos nuestros difuntos. De este modo, en el Cuerpo de Cristo, se realiza precisamente también lo que intuía el culto a los antepasados. Y así sucesivamente. De esta manera, se produce un encuentro profundo que realmente da esperanza. Y también crece el diálogo interreligioso: he hablado ahora con más de la mitad de los obispos africanos, y las relaciones con los musulmanes, a pesar de los problemas que pueda haber, son muy prometedoras, según me han dicho; el diálogo crece en el respeto mutuo y la colaboración en las responsabilidades éticas comunes.

Por lo demás, crece también ese sentido de catolicidad que ayuda a superar el tribalismo, uno de los grandes problemas, y de allí brota la alegría de ser cristianos. Un problema de las religiones tradicionales es el miedo a los espíritus. Uno de los obispos africanos me ha dicho: uno se convierte realmente al cristianismo, se ha hecho plenamente cristiano, cuando sabe que Cristo es verdaderamente más fuerte. Ya no hay temor. También éste es un fenómeno cada vez más frecuente. Así, yo diría que, a pesar de muchos elementos y problemas, que no pueden faltar, crecen las fuerzas espirituales, económicas y humanas que nos dan esperanza, y yo quisiera precisamente poner de relieve los elementos de esperanza.


CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto internacional Nsimalen de Yaundé

Martes 17 de marzo de 2009

Señor Presidente,
57 distinguidas Autoridades Civiles,
señor Cardenal Tumi,
queridos hermanos en el Episcopado,
hermanos y hermanas:

Gracias por la bienvenida que me han dispensado. Gracias, Señor Presidente, por sus amables palabras. Aprecio mucho la invitación a visitar Camerún, y por ello le doy las gracias, así como al Presidente de la Conferencia Episcopal Nacional, Arzobispo Tonyé Bakot. Saludo a todos los que me habéis honrado con vuestra presencia en esta ocasión, y deseo que sepáis la alegría que da el estar aquí, en tierra africana, por primera vez desde mi elección a la Sede de Pedro. Saludo con afecto a mis hermanos Obispos así como al clero y a los fieles laicos aquí presentes. Mi saludo deferente se dirige también a los representantes del Gobierno, a las autoridades civiles y al cuerpo diplomático. Ya que este país, como muchos otros en África, se está acercando al cincuenta aniversario de su independencia, deseo unir mi voz al coro de felicitaciones y buenos augurios que vuestros amigos de todo el mundo os harán llegar en esta feliz conmemoración. Aprecio mucho también la presencia de miembros de otras confesiones cristianas así como fieles de otras religiones. Al uniros a nosotros ofrecéis un signo claro de la buena voluntad y armonía que existe en este País entre las personas de tradiciones religiosas diferentes.

Vengo a estar con vosotros como pastor. Vengo para confirmar a mis hermanos y hermanas en la fe. Éste fue el papel que Cristo confió a Pedro en la Última Cena, y éste es también el papel de los sucesores de Pedro. Cuando Pedro predicó a la multitud en Jerusalén el día de Pentecostés, había allí peregrinos venidos de África. Después, el testimonio de muchos grandes santos de este continente durante los primeros siglos del cristianismo –como san Cipriano, santa Mónica, san Agustín, san Atanasio, por nombrar sólo algunos– pone a África en un puesto destacado en los anales de la historia de la Iglesia. Muchedumbres de misioneros y mártires han dado testimonio de Cristo por toda África, también hasta nuestros días, y hoy la Iglesia aquí es bendecida con la presencia de ciento cincuenta millones de fieles aproximadamente. Por tanto, es muy apropiada la decisión del Sucesor de Pedro de venir a África para celebrar con vosotros la fe vivificante en Cristo, que sostiene y alimenta a tantos hijos e hijas de este gran Continente.

En 1995, aquí en Yaundé, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II promulgó la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Ecclesia in Africa, fruto de la Primera Asamblea Especial para África del Sínodo de Obispos, que tuvo lugar en Roma un año antes. No hace mucho tiempo, y también en esta misma ciudad, se celebró con gran solemnidad el décimo aniversario de aquel momento histórico. He venido aquí para presentar el Instrumentum Laboris de la Segunda Asamblea Especial, que tendrá lugar en Roma el próximo mes de octubre. Los Padres del Sínodo reflexionarán juntos sobre el tema: «La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz: “Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo” (
Mt 5,13-14)». Después de casi diez años del nuevo milenio, este momento de gracia es un llamamiento a todos los Obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos del Continente, a entregarse de nuevo a la misión de la Iglesia para llevar la esperanza a los corazones del pueblo de África, y con ello también a los pueblos de todo el mundo.

También en medio del mayor sufrimiento, el mensaje cristiano lleva siempre consigo esperanza. La vida de santa Josefina Bakhita ofrece un espléndido ejemplo de la transformación que el encuentro con el Dios vivo puede producir en una situación de gran penalidad e injusticia. Ante el dolor o la violencia, ante la pobreza o el hambre, la corrupción o el abuso de poder, un cristiano nunca puede permanecer callado. El mensaje de salvación del Evangelio debe ser proclamado con brío y claridad, de modo que la luz de Cristo pueda brillar en la oscuridad de la vida de las personas. Aquí en África, como en tantas partes del mundo, un sinfín de hombres y mujeres anhelan oír una palabra de esperanza y consuelo. Los conflictos locales dejan a millares sin hogar e indigentes, huérfanos y viudas. En un Continente que en al pasado ha visto tantos de los suyos raptados cruelmente y llevados a ultramar a trabajar como esclavos, el tráfico de seres humanos, especialmente de mujeres y niños indefensos, se ha convertido en una forma moderna de esclavitud. En tiempo de escasez global de alimentos, de desbarajuste financiero, de modelos alterados del cambio climático, África sufre en mayor proporción: cada vez más habitantes termina siendo víctima del hambre, de la pobreza y la enfermedad. Ellos imploran a gran voz reconciliación, justicia y paz, y esto es lo que la Iglesia les ofrece. No nuevas formas de opresión económica o política, sino la libertad gloriosa de los hijos de Dios (cf. Rm 8,21). No imposición de modelos culturales que ignoran el derecho a la vida de los niños no nacidos, sino el agua pura y sanadora del Evangelio de la vida. No amargas rivalidades interétnicas o interreligiosas, sino la rectitud, la paz y la alegría del Reino de Dios, tan propiamente descrito por el Papa Pablo VI como la «civilización de amor» (cf. Regina Caeli, domingo de Pentecostés, 1970).

Aquí en Camerún, donde más de un cuarto de la población es católica, la Iglesia está bien preparada para llevar adelante su misión de salvación y reconciliación. En el Centro Cardenal Léger podré observar personalmente la solicitud pastoral de esta Iglesia por los enfermos y los que sufren; y es particularmente encomiable que se cure gratuitamente a los enfermos del sida. Otro elemento clave del ministerio de la Iglesia es el compromiso educativo, y ahora vemos cómo los esfuerzos de generaciones de maestros misioneros han dado su fruto en la obra de la Universidad Católica para África Central, un signo de gran esperanza para el futuro de la región.

En efecto, Camerún es una tierra de esperanza para muchos en África Central. Miles de refugiados de los países de la región, desgarrados por la guerra, han encontrado acogida aquí. Es una tierra de vida, con un Gobierno que habla claramente en defensa de los derechos de los no nacidos. Es una tierra de paz, resolviendo mediante el diálogo el contencioso sobre la península de Bakassi, Camerún y Nigeria han mostrado al mundo que la diplomacia paciente puede efectivamente dar fruto. Es una tierra de juventud, bendecida con una población joven llena de vitalidad e impaciente de construir un mundo más justo y pacífico. Ha sido descrita justamente como un «África en miniatura», la patria de más de doscientos grupos étnicos diferentes, que conviven en armonía unos con otros. Todo esto son motivos para alabar y dar gracias a Dios.

Al estar hoy con vosotros, pido para que la Iglesia, aquí y en toda África, siga creciendo en santidad, en su servicio a la reconciliación, la justicia y la paz. Rezo para que los trabajos de la Segunda Asamblea Especial del Sínodo de Obispos alienten sobre el fuego de los dones que el Espíritu ha derramado sobre la Iglesia en África. Ruego por cada uno de vosotros, por vuestras familias y seres queridos, y os pido que os unáis a mí en la oración por todos los habitantes de este inmenso Continente. Que Dios bendiga a Camerún. Que Dios bendiga a África.




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