Discursos 2009 64

ENCUENTRO CON EL CONSEJO ESPECIAL DEL SÍNODO PARA ÁFRICA

Nunciatura Apostólica de Yaundé

Jueves 19 de marzo de 2009



Señores Cardenales,
Queridos Hermanos en el Episcopado:

Con profunda alegría os saludo a todos, en esta tierra de África. En 1994, mi amado predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, convocó para ella la Primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, como muestra de solicitud pastoral por este Continente tan rico tanto en promesas como en urgentes necesidades humanas, culturales y espirituales. Esta mañana lo he llamado «el continente de la esperanza». Recuerdo con gratitud la firma de la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, que tuvo lugar hace 14 años en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre de 1995.

Expreso mi agradecimiento a Mons. Nikola Eterovic, Secretario General del Sínodo de los Obispos, por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre al comienzo de este encuentro con vosotros en tierra africana, y estoy muy reconocido por cuanto me habéis dicho; eso me da una idea más realista de la situación sobre la que hemos de hablar y orar, sobre todo durante este Sínodo queridos miembros del Consejo Especial para África. Toda la Iglesia mira con atención a este encuentro con vistas a la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, que, si Dios quiere, se celebrará el próximo octubre. El tema es: «La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz. “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13 Mt 5,14)».

Agradezco vivamente a los Cardenales, a los Arzobispos y a los Obispos, miembros del Consejo Especial para África, por su colaboración cualificada en la redacción de los Lineamenta y del Instrumentum laboris. Os estoy muy reconocido, queridos Hermanos en el Episcopado, por haber presentado también en vuestras aportaciones aspectos importantes de la situación eclesial y social actual de vuestros países de origen y de la región. De este modo, habéis destacado el gran dinamismo de la Iglesia en África, pero también habéis evocado los desafíos, los grandes problemas de África que el Sínodo tendrá que examinar, para que el crecimiento de la Iglesia en África no sea solamente cuantitativo sino también cualitativo.

Queridos Hermanos, al comienzo de mi reflexión, me parece importante subrayar que vuestro Continente ha sido santificado por Jesús mismo, Nuestro Señor. En los albores de su vida terrestre, tristes circunstancias hicieron que pisara el suelo africano. Dios escogió vuestro Continente como morada de su Hijo. A través de Jesús, Dios ha salido ciertamente al encuentro de cada hombre, pero de una manera particular del hombre africano. África ofreció al Hijo de Dios una tierra que lo ha alimentado y una protección eficaz. Por Jesús, hace dos mil años, Dios ha traído en persona la luz y la sal a África. Desde entonces, la semilla de su presencia es en el fondo de los corazones de este querido Continente y germina poco a poco más allá y a través de los avatares de la historia humana de vuestra tierra. África marcó una etapa importante en la Encarnación, el primer momento de la kénosis, porque acogió el abajamiento y el despojo del Hijo de Dios antes de volver a la Tierra Prometida. Gracias a la venida de Cristo, que la ha santificado con su presencia física, África recibió una llamada especial para conocer a Cristo. Que los africanos se sientan orgullosos. Meditando y ahondando espiritual y teológicamente en esta primera etapa, el africano podrá encontrar fuerzas suficientes para afrontar su diario caminar, a veces duro, y descubrir así inmensos espacios de fe y de esperanza que le ayuden a crecer en Dios.

65 Algunos momentos significativos de la historia cristiana de este Continente pueden recordarnos los lazos profundos que existen desde sus orígenes entre África y el cristianismo. Según una venerable tradición patrística, el evangelista san Marcos, que «transmitió por escrito lo que Pedro predicó» (Ireneo, Adversus Haereses III, I,1), vino a Alejandría a avivar la semilla plantada por el Señor. Este evangelista dio testimonio en África de la muerte en cruz del Hijo de Dios –último momento de la kénosis– y de su exaltación, para que «toda lengua proclame: “Jesucristo es el Señor” para gloria de Dios Padre» (Ph 2,11). La Buena Nueva de la venida del Reino de Dios se extendió rápidamente por el norte de vuestro Continente, donde hubo ilustres mártires y santos, y engendró insignes teólogos.

Tras haber sido probado por vicisitudes históricas, el cristianismo sólo permaneció, durante casi un milenio, en la parte nororiental del Continente. Con la llegada de los europeos, que buscaban la ruta de las Indias, en los siglos XV y XVI, las poblaciones subsaharianas encontraron a Cristo. Fueron las poblaciones litorales las primeras que recibieron el bautismo. En los siglos XIX y XX, el África subsahariana vio llegar misioneros, hombres y mujeres que provenían de todo el Occidente, de Latinoamérica y también de Asia. Quiero rendirles un homenaje por la generosidad de su respuesta incondicional a la llamada del Señor y por su ardiente celo apostólico. Y siguiendo adelante, quisiera hablar de los catequistas africanos, compañeros inseparables de los misioneros en la evangelización. Dios había preparado el corazón de algunos laicos africanos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, para recibir sus dones y para llevar la luz de su Palabra a sus hermanos. Laicos con laicos, supieron encontrar en la lengua de sus padres las palabras de Dios que tocaron el corazón de sus hermanos. Supieron compartir el sabor de la sal de la Palabra y dar esplendor a la luz de los Sacramentos que anunciaban. Acompañaron a las familias en su crecimiento espiritual, alentaron las vocaciones sacerdotales y religiosas, y sirvieron de enlace entre sus comunidades y los sacerdotes y los obispos. Con toda naturalidad, llevaron a cabo una inculturación eficaz, que produjo excelentes frutos (cf. Mc 4,20). Fueron los catequistas quienes consiguieron que la «luz brille ante los hombres» (Mt 5,16), porque, viendo el bien que hacían, poblaciones enteras pudieron dar gloria a Nuestro Padre que está en los cielos. Africanos que evangelizaron a africanos. Evocando su gloriosa memoria, saludo y animo a sus dignos sucesores que trabajan hoy con la misma abnegación, el mismo ímpetu apostólico y la misma fe que sus predecesores. Que Dios les bendiga con abundancia. Durante este período, la tierra africana se ha ennoblecido con numerosos santos. Me limito a citar a los gloriosos mártires de Uganda, los grandes misioneros Anne-Marie Javouhey y Daniel Comboni, así como a Sor Anuarite Nengapeta y al catequista Isidoro Bakanja, sin olvidar a la humilde Josefina Bakhita.

Estamos actualmente en un momento histórico que, desde el punto de vista civil, coincide con la independencia reencontrada, y desde el punto de vista eclesial, con el Concilio Vaticano II. La Iglesia en África ha preparado y acompañado durante este período la construcción de nuevas identidades nacionales y, paralelamente, ha intentado traducir la identidad de Cristo siguiendo sus propios caminos. Desde que la Jerarquía se fue poco a poco africanizando, a partir de la ordenación por el Papa Pío XII de obispos de vuestro Continente, la reflexión teológica comenzó a desarrollarse. Sería bueno que vuestros teólogos siguieran hoy explorando la hondura del misterio trinitario y su significado para el día a día africano. Tal vez este siglo permita, con la gracia de Dios, un renacer en vuestro Continente, aunque ciertamente de una forma nueva, de la prestigiosa Escuela de Alejandría. ¿Por qué no esperar que, de este modo, se pueda ofrecer a los Africanos de hoy, y a la Iglesia universal, grandes teólogos y maestros espirituales que contribuyan a la santificación de los habitantes de este Continente y de toda la Iglesia? La Primera Asamblea Especial del Sínodo de Obispos permitió señalar las líneas a seguir y puso de relieve, entre otras, la necesidad de ahondar y encarnar el misterio de una Iglesia-Familia.

Quisiera sugerir ahora algunas reflexiones sobre el tema específico de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, sobre la reconciliación, la justicia y la paz.

Según el Concilio Ecuménico Vaticano II, «la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium LG 1). Para llevar a cabo adecuadamente su misión, la Iglesia debe ser una comunidad de personas reconciliadas con Dios y entre ellas. Así, puede anunciar la Buena Nueva de la reconciliación a la sociedad actual, que lamentablemente padece en muchos sitios conflictos, violencias, guerras y odio. Vuestro Continente no se ha librado, y ha sido triste escenario de graves tragedias que reclaman una verdadera reconciliación entre los pueblos, las etnias y los hombres. Para nosotros los cristianos, esta reconciliación radica en el amor misericordioso de Dios Padre y se realiza a través de la persona de Jesucristo, que, en el Espíritu Santo, ha ofrecido a todos la gracia de la reconciliación. Las consecuencias se manifestarán a través de la justicia y la paz, indispensables para construir un mundo mejor.

En realidad, en el contexto sociopolítico y económico actual del continente africano, ¿qué puede haber más dramático que las luchas, frecuentemente sangrientas, entre grupos étnicos o pueblos hermanos? Y, puesto que el Sínodo de 1994 insistió en la Iglesia-Familia de Dios, ¿cuál puede ser la aportación del de este año para la construcción de África, sedienta de reconciliación y en busca de justicia y paz? Las guerras locales o regionales, las masacres y los genocidios que tienen lugar en el Continente han de interpelarnos de manera muy especial: si es verdad que en Jesucristo formamos parte de la misma familia y compartimos la misma vida, puesto que por nuestras venas circula la misma Sangre de Cristo, que nos convierte en hijos de Dios, miembros de la Familia de Dios, no deberían existir más odios, injusticias y guerras entre hermanos.

Al constatar el aumento de la violencia y el auge del egoísmo en África, el Cardenal Bernardin Gantin, de venerada memoria, proponía en 1988 una teología de la Fraternidad, como respuesta al clamor apremiante de los pobres y de los más pequeños (LOsservatore Romano, ed. francesa, 12 abril 1988, pp. 4-5). Quizá pensaba en lo que escribió el africano Lactancio a comienzos del siglo IV: «El primer deber de la justicia es reconocer al hombre como hermano. En efecto, si el mismo Dios nos ha hecho y nos ha engendrado a todos de la misma condición, con vistas a la justicia y a la vida eterna, estamos unidos ciertamente por vínculos de fraternidad: quien no los reconozca es injusto» (Epitome, 54,4-5). La Iglesia-Familia de Dios que vive en África, ha hecho una opción preferencial por los pobres desde la Primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos. Manifiesta así que la situación de deshumanización y de opresión que aflige a los pueblos africanos no es irreversible; por el contrario, pone a cada uno ante a un desafío, el de la conversión, la santidad y la integridad.

El Hijo, por el que Dios nos habla, es Él mismo Palabra encarnada. Esto ha sido objeto de las reflexiones de la reciente XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Hecha carne, esta Palabra está al origen de lo que somos y hacemos; es el fundamento de toda vida. Así pues, se han de valorar las tradiciones africanas a partir de esa Palabra, corrigiendo y perfeccionando su concepto de la vida, del hombre y de la familia. Jesucristo, Palabra de vida, es fuente y plenitud de todas nuestras vidas, porque el Señor Jesús es el único mediador y redentor.

Es urgente que las comunidades cristianas sean, cada vez más, lugares de escucha profunda de la Palabra de Dios y de lectura meditativa de la Sagrada Escritura. Por medio de esa lectura meditativa y comunitaria en la Iglesia, el cristiano encuentra a Cristo resucitado que le habla y le devuelve la esperanza en la plenitud de vida que Él da al mundo.

Por lo que se refiere a la Eucaristía, ésta hace realmente presente en la historia al Señor. Por su Cuerpo y su Sangre, Cristo entero se hace sustancialmente presente en nuestras vidas. Está con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28,20) y nos envía de nuevo a las realidades cotidianas, para que podamos llenarlas con su presencia. En la Eucaristía se manifiesta claramente que la vida es una relación de comunión con Dios, con nuestros hermanos y nuestras hermanas, y con toda la creación. La Eucaristía es fuente de unidad reconciliada en la paz.

La Palabra y el Pan de vida ofrecen luz y alimento, como antídoto y viático en la fidelidad al Maestro y Pastor de nuestras almas, para que la Iglesia en África cumpla el servicio de reconciliación, de justicia y de paz, según el programa de vida dado por el Señor mismo: «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13 Mt 5,14). Para serlo de verdad, los fieles han de convertirse y seguir a Jesucristo, ser sus discípulos, para ser testigos de su poder salvador. Durante su vida terrena, Jesús era «poderoso en obras y palabras» (Lc 24,19). Por su resurrección, ha sometido a principados y potestades (cf. Col 2,15), a todo poder del mal, para liberar a los que han sido bautizados en su nombre. «Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado» (Ga 5,1). La vocación cristiana consiste en dejarse liberar por Jesucristo. Él ha vencido el pecado y la muerte y ofrece a todos la plenitud de la vida. En el Señor Jesús, ya no hay judíos ni gentiles, ni hombres y mujeres (cf. Ga 3,28). En su carne, ha reconciliado a todos los pueblos. Con la fuerza del Espíritu Santo, dirijo a todos este llamamiento: «Dejaos reconciliar» (2Co 5,20). Ninguna diferencia étnica o cultural, de raza, sexo o religión, ha de ser para vosotros motivo de enfrentamiento. Todos sois hijos del único Dios, nuestro Padre, que está en los cielos. Con esta convicción será posible construir una África más justa y pacífica, a la altura de las esperanzas legítimas de todos sus hijos.

66 Finalmente, os invito a fomentar la preparación del Sínodo, recitando también con los fieles la oración conclusiva del Instrumentum laboris, que he entregado esta mañana, para el buen éxito de la Asamblea Sinodal. Oremos juntos ahora, queridos hermanos:

«Santa María, Madre de Dios, Protectora de África, tú has dado al mundo la luz verdadera, Jesucristo. Por tu obediencia al Padre y por la gracia del Espíritu Santo, nos has dado la fuente de nuestra reconciliación y nuestra justicia, Jesucristo, nuestra paz y nuestro gozo.

Madre de ternura y sabiduría, muéstranos a Jesús, tu Hijo e Hijo de Dios, ayúdanos en nuestro camino de conversión, para que Jesús haga brillar su Gloria sobre nosotros en todos los aspectos de nuestra vida personal, familiar y social.

Madre llena de misericordia y de justicia, por tu docilidad al Espíritu Consolador alcánzanos la gracia de ser testigos del Señor Resucitado, para que seamos cada vez más la sal de la tierra y la luz del mundo.

Madre del Perpetuo Socorro, confiamos a tu maternal intercesión la preparación y los frutos del Segundo Sínodo para África. Reina de la Paz, ruega por nosotros. Nuestra Señora de África, ruega por nosotros».



CEREMONIA DE DESPEDIDA

Aeropuerto internacional Nsimalen de Yaundé

Viernes 20 de marzo de 2009



Señor Presidente,
Distinguidos Representantes de las Autoridades Civiles,
Señor Cardenal Tumi,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
67 Queridos hermanos y hermanas

En el momento en que me dispongo a dejar Camerún, habiendo completado la primera parte de mi Visita Apostólica en África, deseo agradeceros a todos por la generosa acogida que me habéis dispensado en estos días. El calor del sol africano se ha reflejado en vuestra calurosa hospitalidad. Agradezco al Presidente y a los miembros del Gobierno todas sus corteses deferencias. Agradezco a mis Hermanos en el Episcopado y a todos los fieles católicos, que durante las liturgias que hemos celebrado juntos, han dado un ejemplo tan sugestivo de un culto gozoso y exuberante. Asimismo, me alegro de que miembros de otras Comunidades eclesiales hayan estado presentes en algunas de nuestras asambleas, y renuevo mi saludo respetuoso a ellos y a sus responsables. Me gustaría expresar mi profundo reconocimiento por todo el trabajo que han hecho las autoridades civiles para asegurar un desarrollo sereno de mi visita. Pero, sobretodo, quiero expresar mi gratitud a todos aquellos que han orado intensamente para que esta visita pastoral produzca frutos para la vida de la Iglesia en África. Os pido que continuéis rezando para que la II Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para África sea un momento de gracia para la Iglesia de este Continente, un tiempo de renovación y de nuevo ardor en la misión de llevar el mensaje de salvación del Evangelio a un mundo lacerado.

Muchos de los momentos que he vivido durante estos días quedarán profundamente grabados en mi memoria. En el Centro Cardenal Léger, fue conmovedor observar el cuidado dispensado a los enfermos y discapacitados, a algunos de los más vulnerables de nuestra sociedad. Esta compasión al modo de Cristo es un signo palpable de esperanza para el futuro de la Iglesia y para el futuro de África.

Mi encuentro con los miembros de la comunidad musulmana aquí, en Camerún, ha sido otro momento culminante que no olvidaré. Mientras continuamos hacia una mayor comprensión mutua, pido para que crezcamos en el respeto y estima recíprocos, y afiancemos nuestra decisión de colaborar para proclamar la dignidad que Dios ha dado a la persona humana, un mensaje que nuestro mundo fuertemente secularizado tiene necesidad de oír.

El motivo principal de mi viaje a Camerún ha sido visitar a esta comunidad católica. Con gran gozo he tenido tiempo de compartir algunos momentos fraternos con los Obispos, y de celebrar la liturgia de la Iglesia con tantos fieles. He venido precisamente para compartir con vosotros el momento histórico de la promulgación del Instrumentum laboris para la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos. Ciertamente estamos ante un momento de gran esperanza para África y para el mundo entero. Cameruneses, os animo a percibir la importancia del momento que el Señor os ha ofrecido. Responded a su llamada que os compromete a ser portadores de reconciliación, sanación y paz a vuestras comunidades y a vuestra sociedad. Trabajad por eliminar la injusticia, la pobreza y el hambre allá donde las encontréis. Dios bendiga a este hermoso país, «África en miniatura», un País de promesas, una tierra de gloria. Dios os bendiga.


CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto internacional 4 de Fevereiro de Luanda

Viernes 20 de marzo de 2009



Excelentísimo Señor Presidente de la República,
Ilustrísimas Autoridades civiles y militares,
Venerados Hermanos en el Episcopado,
Queridos amigos angoleños:

68 Con vivos sentimientos de deferencia y amistad, pongo pie en el suelo de esta noble y joven Nación, en el ámbito de una visita pastoral que espiritualmente tiene como horizonte todo el Continente africano, aunque haya tenido que limitar mis pasos a Yaundé y a Luanda. Que todos sepan que, en mi corazón y en mi plegaria, tengo presente a África en general y al pueblo de Angola en particular, al que deseo ofrecer un cordial aliento para proseguir por la vía de la pacificación y la reconstrucción del País y las instituciones.

Comienzo, Señor Presidente, agradeciendo la amable invitación que me ha hecho de visitar Angola y las cordiales expresiones de bienvenida que me acaba de dirigir. Acepte mi deferente saludo y los mejores deseos, que hago extensivos a las otras autoridades que han tenido la amabilidad de venir a recibirme. Saludo a toda la Iglesia católica en Angola en la persona de sus Obispos aquí presentes, y agradezco a todos los amigos angoleños la cariñosa acogida que me han dispensado. Y que llegue también mis sentimientos de amistad a los que me siguen a través de la radio y la televisión, en la certeza de la benevolencia del Cielo sobre la misión común que nos ha sido confiada: edificar juntos una sociedad más libre, más pacífica y más solidaria.

¿Cómo no recordar a aquel ilustre Visitante que bendijo Angola en junio de 1992, mi amado Predecesor Juan Pablo II? Incansable misionero de Jesucristo hasta los extremos confines de la tierra, él ha indicado la vía hacia Dios, invitando a todos los hombres de buena voluntad a escuchar la propia conciencia rectamente formada y a edificar una sociedad de justicia, de paz y de solidaridad, en la caridad y en el perdón recíproco. En cuanto a mí, os recuerdo que provengo de un País en el que la paz y la hermandad son sentidas muy dentro del corazón de todos sus habitantes, especialmente de los que –como yo– han conocido la guerra y la división entre hermanos pertenecientes a la misma Nación a causa de ideologías desoladoras e inhumanas, la cuales, bajo la falaz apariencia de sueños e ilusiones, hicieron pesar sobre los hombres el yugo de la opresión. Podéis entender, pues, lo sensible que soy al diálogo entre los hombres como medio para superar toda forma de conflicto y tensión, y para hacer de cada Nación –y por tanto también de vuestra Patria– una casa de paz y hermandad. Con vistas a este fin, debéis tomar de vuestro patrimonio espiritual y cultural los mejores valores de los que Angola es portadora, y salir al encuentro unos de otros sin miedo, aceptando compartir la riqueza espiritual y material de cada uno, en beneficio de todos.

¿Cómo no pensar aquí a la población de la provincia de Kunene, afectada por lluvias torrenciales e inundaciones que han provocado numerosos muertos y dejado sin hogar a tantas familias por la destrucción de sus casas? A ellas deseo hacer llegar en su prueba la seguridad de mi solidaridad, junto con un aliento especial a tener confianza para recomenzar con la ayuda de todos.

Queridos angoleños, vuestro territorio es rico; vuestra Nación es fuerte. Utilizad estas cualidades vuestras para favorecer la paz y el acuerdo entre los pueblos, sobre una base de lealtad e igualdad que promuevan ese futuro pacífico y solidario para África, que todos anhelan y al que tienen derecho. Para ello, os ruego: No os rindáis a la ley del más fuerte. Porque Dios ha concedido a los seres humanos la capacidad de elevarse, por encima de sus tendencias naturales, con las alas de la razón y de la fe. Si os dejáis llevar por estas alas, no os será difícil reconocer en el otro a un hermano, que ha nacido con los mismos derechos humanos fundamentales. Lamentablemente, dentro de vuestros confines angoleños hay todavía muchos pobres que reivindican el respeto de sus derechos. No se puede olvidar la multitud de angoleños que viven por debajo del umbral de la pobreza absoluta. No decepcionéis sus expectativas.

Se trata de una tarea ingente, que requiere una mayor participación cívica por parte de todos. Es necesario implicar en ella a toda la sociedad civil angoleña; pero ésta ha de presentarse ante dicho reto de manera más fuerte y articulada, tanto entre las fuerzas que la componen como también en el diálogo con el Gobierno. Para dar vida a una sociedad realmente celosa del bien común, se necesitan valores compartidos por todos. Estoy convencido de que Angola podrá encontrarlos hoy también en el Evangelio de Jesucristo, como ocurrió tiempo atrás con un ilustre antepasado vuestro, Dom Afonso I Mbemba-a-Nzinga; por obra suya surgió hace quinientos años en Mbanza Congo un reino cristiano, que sobrevivió hasta el siglo XVIII. De sus cenizas pudo brotar luego, entre los siglos XIX y XX, una Iglesia renovada que no ha dejado de crecer hasta nuestros días. Demos gracias a Dios por ello. He aquí el motivo inmediato que me ha traído a Angola: encontrarme con una de las más antiguas comunidades católicas del África subecuatorial, para confirmarla en su fe en Jesús resucitado y unirme a las súplicas de sus hijos e hijas para que el tiempo de la paz, en la justicia y en la fraternidad, no conozca ocaso en Angola, permitiéndola cumplir la misión que Dios le ha confiado en favor de su pueblo y en el concierto de las Naciones. Dios bendiga Angola.



ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES POLÍTICAS Y CIVILES Y CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO

Salón de honor del Palacio Presidencial de Luanda

Viernes 20 de marzo de 2009



Señor Presidente de la República,
Distinguidas Autoridades,
Ilustres Embajadores,
69 Queridos Hermanos en el Episcopado,
Señoras y Señores:

Con un amable gesto de hospitalidad, el Señor Presidente ha querido recibirnos en su residencia, ofreciéndome así la alegría de encontrarme con todos vosotros, para saludaros y desearos los mejores éxitos en el ejercicio de las importantes responsabilidades que cada uno de vosotros desempeña en el ámbito gubernativo, civil y diplomático, en el que sirve a su Nación en beneficio de toda la familia humana. Señor Presidente, gracias por su acogida y por las palabras que me ha dirigido, llenas de estima por el Sucesor de Pedro y de confianza en la actividad de la Iglesia católica en favor de esta tan querida Nación.

Amigos, sois artífices y testigos de una Angola que está despertando. Tras veintisiete años de guerra civil, que había devastado este País, la paz ha comenzado a echar raíces, llevando consigo los frutos de la estabilidad y la libertad. Los esfuerzos palpables del Gobierno por establecer las infraestructuras y rehacer las instituciones fundamentales para el desarrollo y el bienestar de la sociedad, han hecho resurgir la esperanza en los ciudadanos de la Nación. Muchas iniciativas de agencias multilaterales, decididas a superar intereses particulares para actuar en la perspectiva del bien común, han venido en ayuda de esta esperanza. No faltan en diversas partes del País ejemplos de enseñantes, agentes sanitarios y empleados estatales que, con exiguos sueldos, sirven con integridad y dedicación a sus comunidades; y van aumentado quienes se comprometen en actividades de voluntariado al servicio de los más necesitados. Que Dios bendiga y multiplique todas estos buenos deseos y sus iniciativas al servicio del bien.

Angola sabe que ha llegado para África el tiempo de la esperanza. Todo comportamiento recto es esperanza en acción. Nuestros actos nunca son indiferentes ante Dios; y no lo son tampoco para el desarrollo de la historia. Amigos míos, con un corazón íntegro, magnánimo y compasivo, podéis transformar este Continente, liberando a vuestro pueblo del flagelo de la avidez, de la violencia y del desorden, guiándolo por la senda indicada por los principios indispensables de toda democracia civil moderna: el respeto y la promoción de los derechos humanos, un gobierno transparente, una magistratura independiente, una comunicación social libre, una administración pública honesta, una red de escuelas y hospitales que funcionen de manera adecuada y la firme determinación, arraigada en la conversión del corazón, de romper de una vez por todas con la corrupción. En el Mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz he querido volver a llamar la atención de todos sobre la necesidad de una visión ética del desarrollo. En efecto, más que simples programas y protocolos, las personas de este continente están reclamando justamente una conversión del corazón a la fraternidad, profundamente convencida y duradera (cf. n. 13). Su petición a los que sirven en la política, en la administración pública, en las agencias internacionales y en las compañías multinacionales es sobre todo ésta: estad con nosotros de manera verdaderamente humana; acompañadnos a nosotros, a nuestras familias y a nuestras comunidades.

El desarrollo económico y social en África exige la coordinación del Gobierno nacional con las iniciativas regionales y con las decisiones internacionales. Una coordinación así supone que las naciones africanas sean consideradas no sólo como destinatarias de los planes y las soluciones elaboradas por otros. Los africanos mismos, trabajando juntos por el bien de sus comunidades, han de ser los primeros agentes de su desarrollo. A este propósito, hay un número creciente de iniciativas eficaces que merecen ser mencionadas. Entre ellas, la New Partnership for Africa’s Development (NEPAD), el Pacto sobre la seguridad, la estabilidad y el desarrollo en la Región de los Grandes Lagos, el Kimberley Process, la Publish What You Pay Coalition y la Extractive Industries Transparency Iniziative: su objetivo común es promover la transparencia, la práctica comercial honesta y el buen gobierno. Por lo que se refiere a la comunidad internacional en su conjunto, es de urgente importancia la coordinación de los esfuerzos para afrontar la cuestión de los cambios climáticos, el pleno y justo cumplimiento de los compromisos para el desarrollo indicado por el Doha round e, igualmente, la realización de la promesa de los Países desarrollados, tantas veces repetida, de destinar el 0,7% de su PIB (producto interior bruto) a las ayudas oficiales para el desarrollo. Hoy, esta ayuda es más necesaria aún, con la tempestad financiera mundial que se ha desencadenado; el auspicio es que dicha ayuda no sea otra de sus víctimas.

Amigos, quiero concluir mi reflexión confesando que mi visita a Camerún y Angola está despertado en mí esa profunda alegría humana que se siente al encontrarme entre familias. Pienso que dicha experiencia es el don común que África ofrece a los que vienen de otros continentes y llegan aquí, donde «la familia representa el pilar sobre el cual está construido el edificio de la sociedad» (Ecclesia in Africa ). Y, sin embargo, como todos sabemos, también aquí la familia está sometida a muchas presiones: angustia y humillación causada por la pobreza, el desempleo, la enfermedad y el exilio, por mencionar sólo algunas. Es particularmente inquietante el yugo oprimente de la discriminación sobre mujeres y niñas, por no hablar de la práctica incalificable de la violencia y explotación sexual, que provoca tantas humillaciones y traumas. También he de subrayar otro aspecto muy preocupante: las políticas de aquellos que, con el espejismo de hacer avanzar la «edificación social», minan sus propios fundamentos. Qué amarga es la ironía de aquellos que promueven el aborto como una cura de la salud «materna». Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva (cf. Protocolo de Maputo, art. 14).

Señoras y Señores, la Iglesia se encontrará siempre, por voluntad de su divino Fundador, cerca de los más pobres de este Continente. Puedo aseguraros que, a través de las iniciativas diocesanas y de innumerables obras educativas, sanitarias y sociales de diversas Órdenes religiosas, continuará a hacer todo lo posible para ayudar a las familias – incluidas las afectadas por los trágicos efectos del sida – y para promover la igualdad de dignidad de mujeres y hombres, sobre la base de una armónica complementariedad. El camino espiritual del cristiano es la conversión cotidiana; a esto invita la Iglesia a todos los dirigentes de la humanidad, para que ésta siga la senda de la verdad, la integridad, el respeto y la solidaridad.

Señor Presidente, quisiera reiterarle mi más cordial reconocimiento por la acogida que nos ha dispensado en su casa. Agradezco a todos vosotros la gentileza de vuestra presencia y la atención prestada. Podéis contar con mis plegarias por vosotros, vuestras familias y todos los habitantes de esta maravillosa África. Que el Dios de los cielos os guarde y os bendiga a todos.



ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE ANGOLA Y SANTO TOMÉ

Capilla de la Nunciatura Apostólica - Luanda

Viernes 20 de marzo de 2009



Señor Cardenal,
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