Discursos 2009 100

AL CUERPO DE LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA

Sala Clementina

101

Jueves 7 de mayo de 2009



Ilustre comandante;
reverendo capellán;
queridos guardias suizos;
queridos familiares:

Me alegra acogeros en el palacio apostólico con ocasión del juramento de los reclutas de la Guardia Suiza. Doy la bienvenida en particular a los nuevos guardias, así como a sus padres, parientes y amigos. Saludo con afecto al nuevo comandante, coronel Anrig, y le agradezco vivamente su compromiso responsable al servicio del Sucesor de Pedro y de la Iglesia. Asimismo, doy las gracias al capellán de la Guardia Suiza, monseñor De Raemy, que con participación emotiva sigue la convivencia diaria de los guardias y el camino de fe de cada uno de ellos.

Queridos guardias, vuestro servicio, prestado día y noche en el palacio apostólico y en los puestos exteriores de la Ciudad del Vaticano, es muy visible y ciertamente también universal. Rápidamente aprenderéis las tres dimensiones que se forman en torno a vosotros como círculos concéntricos: tenéis la misión de proteger al Sucesor del apóstol san Pedro. Lo hacéis sobre todo en la casa del Papa. Lo hacéis en Roma, una ciudad a la que desde siempre se suele llamar "ciudad eterna". Aquí, junto a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, donde vive el Papa, se encuentra el corazón de la Iglesia católica; y donde están el corazón y el centro, también está todo el mundo.

Consideremos ante todo la casa del Papa, el palacio apostólico. Vosotros debéis velar sobre esta casa, no sólo sobre el edificio mismo, y sobre sus prestigiosos apartamentos, sino más aún sobre las personas con las que os cruzaréis y a las que haréis el bien con vuestra amabilidad y vuestra atención. Eso vale, en primer lugar, para el Papa mismo, para las personas que habitan con él y para sus colaboradores en el palacio, así como para sus huéspedes. Y vale también para la vida en común con vuestros compañeros, los que comparten vuestro servicio y tienen el mismo objetivo, es decir, servir al Sumo Pontífice "con fidelidad, con lealtad y de buena fe", y dar la vida por él, si fuese necesario.

Dirijamos ahora nuestra atención a Roma, la ciudad eterna, que se distingue por su rica historia y por su cultura. No sólo sentimos admiración por los testimonios de la antigüedad. En cierto sentido, en esta ciudad la fe misma y la oración de muchos siglos se han transformado en piedras y formas. Este lugar nos acoge y nos impulsa a tomar como modelos a los innumerables santos que han vivido aquí y, gracias a ellos, nosotros podemos avanzar en nuestra vida de fe.

Por último, en esta ciudad de Roma, en la que se encuentra el centro de la Iglesia universal, encontramos cristianos de todo el mundo. La Iglesia católica es internacional, pero en su multiplicidad sigue siendo una sola Iglesia, que se expresa en la misma confesión de fe y está unida también muy concretamente en su vínculo con san Pedro y con su Sucesor, el Papa. La Iglesia congrega a hombres y mujeres de culturas muy diversas; todos formamos una comunidad en la que vivimos y creemos juntos y, en las cosas esenciales de la vida, nos comprendemos recíprocamente. Esta es una experiencia muy importante, que aquí la Iglesia quiere comunicaros a vosotros, para que vosotros la hagáis vuestra y la transmitáis a los demás, es decir, la experiencia de que, en la fe en Jesucristo y en su amor a los hombres, incluso mundos tan diversos pueden llegar a ser una sola cosa, creando así puentes de paz y de solidaridad entre los pueblos.

Con la esperanza de que vuestra permanencia aquí en Roma sea espiritual y humanamente edificante, os aseguro mi oración y os encomiendo a la intercesión de la santísima Virgen María y de vuestros patronos, los santos Martín y Sebastián, así como al santo protector de vuestra patria, san Nicolás de Flüe. Os imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros, a vuestras familias, a vuestros amigos y a todos los que han venido a Roma con ocasión del juramento.

PEREGRINACIÓN

DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

A TIERRA SANTA

(8-15 DE MAYO DE 2009)


RESPUESTAS DEL PAPA BENEDICTO XVI A LAS PREGUNTAS DE LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA TIERRA SANTA

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Viernes 8 de mayo de 2009


El padre Federico Lombardi, s.j., director de la Sala de prensa de la Santa Sede, dirigió al Santo Padre algunas preguntas formuladas por los periodistas.

P. Santidad, este viaje se realiza en un período muy delicado para Oriente Medio: hay fuertes tensiones; con ocasión de la crisis de Gaza, incluso se había pensado que usted renunciaría a realizarlo. Al mismo tiempo, pocos días después de su viaje, los principales responsables políticos de Israel y de la Autoridad palestina se encontrarán con el presidente Obama. ¿Piensa usted que podrá dar una contribución al proceso de paz que ahora parece encallado?

R. ¡Buenos días! Ante todo quiero agradeceros el trabajo que lleváis a cabo y desear a todos un buen viaje, una buena peregrinación, un buen regreso. Con respecto a la pregunta, ciertamente trato de contribuir a la paz no como individuo, sino en nombre de la Iglesia católica, de la Santa Sede. Nosotros no somos un poder político, sino una fuerza espiritual; y esta fuerza espiritual es una realidad que puede contribuir al progreso del proceso de paz. Veo tres niveles. El primero: como creyentes, estamos convencidos de que la oración es una verdadera fuerza, pues abre el mundo a Dios. Estamos convencidos de que Dios escucha y de que puede actuar en la historia. Creo que si millones de personas, de creyentes, rezan, es realmente una fuerza que influye y puede contribuir a que se restablezca la paz. El segundo nivel: tratamos de ayudar en la formación de las conciencias. La conciencia es la capacidad del hombre de percibir la verdad, pero esta capacidad a menudo está obstaculizada por intereses particulares. Y liberar de estos intereses, abrir más a la verdad, a los verdaderos valores, es una gran tarea; la Iglesia tiene el deber de ayudar a conocer los verdaderos criterios, los verdaderos valores, y liberarnos de intereses particulares. Y de este modo —tercer nivel— hablamos también —es así— a la razón: precisamente porque no somos parte política, quizá podemos ver más fácilmente, también a la luz de la fe, los verdaderos criterios, ayudar a entender lo que contribuye a la paz y hablar a la razón, apoyar las posturas realmente razonables. Y esto lo hemos hecho ya y queremos hacerlo ahora y en el futuro.

P. Usted, como teólogo, ha reflexionado en particular sobre la raíz única que une a cristianos y judíos. ¿Cómo es posible que, a pesar de los esfuerzos de diálogo, se presenten a menudo ocasiones de malentendidos? ¿Cómo ve el futuro del diálogo entre las dos comunidades?

R. Lo importante es que en realidad tenemos la misma raíz, los mismos Libros del Antiguo Testamento, que tanto para los judíos como para nosotros son Libro de la Revelación. Pero naturalmente, tras dos mil años de historias distintas, más aún, separadas, no debe sorprender que existan malentendidos, porque se han formado tradiciones de interpretación, de lenguaje, de pensamiento muy diferentes; por decirlo así, un "cosmos semántico" muy diverso, de modo que las mismas palabras en ambas partes significan cosas distintas; y con este uso de palabras que, en el curso de la historia han asumido significados diversos, nacen obviamente malentendidos. Debemos hacer todo lo posible para aprender uno el lenguaje del otro, y me parece que estamos haciendo grandes progresos. Hoy tenemos la posibilidad de que los jóvenes, los futuros profesores de teología, estudien en Jerusalén, en la Universidad judía, y los judíos tienen contactos académicos con nosotros: así se da un encuentro de estos "cosmos semánticos" diversos. Aprendemos mutuamente y avanzamos por el camino del verdadero diálogo; aprendemos unos de otros, y estoy seguro y convencido de que estamos haciendo progresos. Y esto ayudará también a la paz, más aún, al amor recíproco.

P. Este viaje tiene dos dimensiones esenciales de diálogo interreligioso, con el islam y con el judaísmo. ¿Son dos direcciones completamente separadas entre sí, o habrá también un mensaje común que tenga que ver con las tres religiones que hacen referencia a Abraham?

R. Ciertamente existe también un mensaje común y habrá ocasión de destacarlo; a pesar de la diferencia de orígenes, tenemos raíces comunes porque, como ya he dicho, el cristianismo nace del Antiguo Testamento, y la Escritura del Nuevo Testamento no existiría sin el Antiguo, pues se refiere permanentemente a la "Escritura", es decir, al Antiguo Testamento; pero también el islam nació en un ambiente donde estaban presentes tanto el judaísmo como las diversas ramas del cristianismo: cristianismo judío, cristianismo antioqueno, cristianismo bizantino, y todas estas circunstancias se reflejan en la tradición coránica. De modo que, desde los orígenes, tenemos mucho en común, también en la fe en el único Dios. Por eso es importante, por una parte, mantener un diálogo bilateral —con los judíos y con el islam— y luego también un diálogo trilateral. Yo mismo fui cofundador de una fundación para el diálogo entre las tres religiones, donde personalidades como el metropolita Damaskinos y el gran rabino de Francia René Samuel Sirat, entre otros, estaban juntos; y esta fundación publicó también una edición de los libros de las tres religiones: el Corán, el Nuevo Testamento y el Antiguo Testamento. Por tanto, el diálogo trilateral debe proseguir; es importantísimo para la paz y también —digamos— para que cada uno viva bien su propia religión.

P. Santidad, a menudo ha aludido usted al problema de la disminución de los cristianos en Oriente Medio y también en particular en Tierra Santa. Este fenómeno se debe a diferentes razones de carácter político, económico y social. ¿Qué se puede hacer en concreto para ayudar a la presencia cristiana en la región? ¿Qué contribución espera dar con su viaje? ¿Hay esperanzas para estos cristianos en el futuro? ¿Tendrá un mensaje particular también para los cristianos de Gaza que vayan a encontrarse con usted en Belén?

R. Ciertamente hay esperanzas, porque ahora, como usted ha dicho, es un momento difícil, pero también un momento de esperanza de un nuevo comienzo, de un nuevo impulso en el camino hacia la paz. Queremos sobre todo alentar a los cristianos en Tierra Santa y en todo el Oriente Medio a quedarse, a dar su contribución en sus países de origen: son un componente importante de la cultura y de la vida de estas regiones. En concreto, la Iglesia, además de palabras de aliento, de la oración común, tiene sobre todo escuelas y hospitales. En este sentido tenemos la presencia de realidades muy concretas. Nuestras escuelas forman a una generación que tendrá la posibilidad de estar presente en la vida de hoy, en la vida pública. Estamos creando la Universidad católica en Jordania. Me parece que esto abre grandes perspectivas, pues en esas escuelas los jóvenes —tanto musulmanes como cristianos— se encuentran, aprenden juntos, en ellas se forma una élite cristiana que está preparada precisamente para trabajar por la paz. Pero generalmente nuestras escuelas son una oportunidad muy importante para abrir un futuro a los cristianos, y los hospitales muestran nuestra presencia. Además, hay muchas asociaciones cristianas que ayudan de diversos modos a los cristianos y, con ayudas concretas, los animan a quedarse. Así espero que realmente los cristianos encuentren el valor, la humildad, la paciencia para quedarse en estos países, para dar su contribución al futuro de estos países.


CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto internacional Reina Alia de Ammán

103

Viernes 8 de mayo de 2009



Majestades;
excelencias;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

Os saludo con alegría a todos vosotros, aquí presentes, mientras inicio mi primera visita a Oriente Medio desde mi elección a la Sede apostólica, y me alegra pisar el suelo del reino hachemita de Jordania, una tierra tan rica en historia, patria de tantas civilizaciones antiguas, y profundamente impregnada de significado religioso para judíos, cristianos y musulmanes. Agradezco a su majestad el rey Abdalá II sus corteses palabras de bienvenida y lo felicito de modo especial en este año que marca el décimo aniversario de su elevación al trono.

Al saludar a su majestad, expreso de corazón mis mejores deseos a todos los miembros de la familia real, al Gobierno y a todo el pueblo del reino. Saludo a los obispos aquí presentes, especialmente a los que tienen responsabilidades pastorales en Jordania. Espero con ilusión celebrar mañana por la tarde la liturgia en la catedral de San Jorge y el domingo en el Estadio internacional junto con vosotros, queridos obispos, y con muchos de los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Vengo a Jordania como peregrino, para venerar los santos lugares que desempeñaron un papel tan importante en algunos de los acontecimientos clave de la historia bíblica. En el monte Nebo Moisés llevó a su pueblo a contemplar la tierra que se convertiría en su hogar, y aquí murió y fue sepultado. En Betania más allá del Jordán, Juan Bautista predicó y dio testimonio de Jesús, a quien bautizó en las aguas del río que da el nombre a esta tierra.

En los próximos días visitaré ambos lugares santos y tendré la alegría de bendecir las primeras piedras de iglesias que se construirán en el lugar tradicional del bautismo del Señor. La oportunidad que tiene la comunidad católica de Jordania de edificar lugares públicos de culto es un signo del respeto de este país por la religión y, en nombre de los católicos, deseo expresar cuánto aprecio esta apertura. La libertad religiosa es, ciertamente, un derecho humano fundamental; y tengo la ferviente esperanza y elevo mi oración para que el respeto de todos los derechos inalienables y de la dignidad de todo hombre y mujer se consolide y defienda cada vez más, no sólo en Oriente Medio sino en todas las partes del mundo.

Mi visita a Jordania me brinda la grata oportunidad de expresar mi profundo respeto por la comunidad musulmana y de rendir homenaje al liderazgo que desempeña su majestad el rey al promover un mejor entendimiento de las virtudes proclamadas por el islam. Ahora que han pasado algunos años desde la publicación del Mensaje de Ammán y del Mensaje interreligioso de Ammán, podemos decir que estas nobles iniciativas han logrado buenos resultados al favorecer una alianza de civilizaciones entre el mundo occidental y el musulmán, desmintiendo las predicciones de quienes creen inevitables la violencia y el conflicto.

De hecho, desde hace tiempo el reino de Jordania está en primera línea en las iniciativas encaminadas a promover la paz en Oriente Medio y en todo el mundo, alentando el diálogo interreligioso, apoyando los esfuerzos para encontrar una solución justa al conflicto palestino-israelí, acogiendo a los refugiados del vecino Irak, e intentando frenar el extremismo. No puedo dejar pasar esta oportunidad sin recordar los esfuerzos pioneros en favor de la paz en la región realizados por el anterior rey Hussein. Parece muy oportuno que mi encuentro de mañana con los líderes religiosos musulmanes, el Cuerpo diplomático y los rectores de universidades tenga lugar en la mezquita que lleva su nombre. Que su compromiso en favor de la solución de los conflictos de la región siga dando fruto en los esfuerzos por promover una paz duradera y una verdadera justicia para todos los habitantes de Oriente Medio.

104 Queridos amigos, en el seminario organizado en Roma en el otoño del año pasado por el Foro católico-musulmán, los participantes examinaron el papel central que desempeña, en nuestras respectivas tradiciones religiosas, el mandamiento del amor. Espero vivamente que esta visita y todas las iniciativas programadas para promover buenas relaciones entre cristianos y musulmanes, ayuden a crecer en el amor al Dios todopoderoso y misericordioso, así como en el amor fraterno mutuo. Gracias por vuestra bienvenida. Gracias por vuestra atención. Que Dios conceda a sus majestades felicidad y larga vida. Que él bendiga a Jordania con prosperidad y paz.



VISITA AL CENTRO "REGINA PACIS"

Ammán

Viernes 8 de mayo de 2009



Beatitudes;
excelencias;
queridos amigos:

Me siento feliz de estar aquí, con vosotros, esta tarde y de saludaros a cada uno de vosotros, así como a los miembros de vuestras familias, dondequiera que estén. Doy las gracias a Su Beatitud el patriarca Fouad Twal por sus amables palabras de saludo y de manera especial deseo destacar la presencia entre nosotros del obispo Selim Sayegh, cuyos proyectos y trabajos para este centro, junto a los de Su Beatitud el patriarca emérito Michel Sabbah, hoy son honrados con la bendición de las ampliaciones que acaban de concluir. También quiero saludar con gran afecto a los miembros del Comité central, a las religiosas Combonianas y al personal laico comprometido, incluidos aquellos que trabajan en las diferentes áreas y unidades comunitarias del Centro. La estima por vuestra notable competencia profesional, la atención compasiva y la promoción decidida del debido puesto en la sociedad de quienes tienen necesidades especiales son bien conocidas aquí y en todo el reino. A los jóvenes presentes les doy las gracias por su entusiasta bienvenida. Para mí es una gran alegría estar aquí con vosotros.

Como sabéis, mi visita al centro Nuestra Señora de la Paz, aquí, en Ammán, es la primera etapa de mi peregrinación. Como innumerables peregrinos antes que yo, ahora me toca realizar el profundo deseo de tocar, de encontrar consuelo en los lugares en los que vivió Jesús y que fueron santificados por su presencia, y de venerarlos. Desde los tiempos apostólicos, Jerusalén ha sido el principal lugar de peregrinación para los cristianos, pero antes aún, en el antiguo Oriente Próximo, los pueblos semitas edificaron lugares sagrados para indicar y conmemorar una presencia o una acción divina. Y las personas solían acudir a estos centros llevando una parte de los frutos de su tierra y de su ganado para ofrecerlos como acto de homenaje y gratitud.

Queridos amigos, cada uno de nosotros es peregrino. Todos avanzamos decididamente por el camino de Dios. Naturalmente, después tendemos a mirar al pasado, hacia el recorrido de la vida —a veces con arrepentimientos y recriminaciones, pero a menudo con gratitud y aprecio—, y también miramos adelante, a veces con preocupación y ansiedad, pero siempre con expectación y esperanza, sabiendo que hay otros que nos alientan en el camino. Sé que los itinerarios que habéis recorrido muchos de vosotros hacia el centro Reina de la Paz han estado marcados por sufrimientos y pruebas. Algunos de vosotros lucháis valientemente con formas de discapacidad, otros habéis soportado el rechazo, y otros habéis venido a este lugar de paz simplemente buscando aliento y apoyo. Sé bien que tiene gran importancia el notable éxito de este centro para promover el lugar que corresponde a los discapacitados en la sociedad y para asegurar que se les ofrezca un entrenamiento adecuado y oportunidades para facilitar su integración. Por esta clarividencia y determinación, todos vosotros merecéis elogio y aliento.

A veces es difícil encontrar una razón para aquello que se nos presenta sólo como un obstáculo por superar o como una prueba —física o emotiva— por soportar. Pero la fe y la razón nos ayudan a ver un horizonte más allá de nosotros para imaginar la vida como Dios la quiere. El amor incondicional de Dios, que da la vida a cada persona, tiene un significado y una finalidad para cada vida humana. Su amor salva (cf. Jn 12,32). Como profesamos los cristianos, por la cruz Jesús nos introduce en la vida eterna y así nos indica el camino hacia el futuro, el camino de la esperanza que guía cada paso que damos a lo largo del camino, de manera que también nosotros nos convertimos en portadores de esta esperanza y caridad para los demás.

Amigos, a diferencia de los peregrinos de otras épocas, yo no traigo regalos u ofertas. Vengo sencillamente con una intención y una esperanza: orar por el precioso don de la unidad y la paz, de modo especial para Oriente Medio. Paz para las personas, para los padres y los hijos, para las comunidades; paz para Jerusalén, para Tierra Santa, para la región, para toda la familia humana; la paz duradera que nace de la justicia, la integridad y la compasión; la paz que brota de la humildad, del perdón y del deseo profundo de vivir en armonía como una realidad única.

105 La oración es esperanza en acción. Y, de hecho, la verdadera razón queda contenida en la oración: entramos en contacto amoroso con el único Dios, el Creador universal, y así nos damos cuenta de la futilidad de las divisiones y los prejuicios humanos, y percibimos las maravillosas posibilidades que se abren ante nosotros cuando nuestro corazón se convierte a la verdad de Dios, a su plan para cada uno de nosotros y para nuestro mundo.

Queridos jóvenes amigos, deseo deciros a vosotros, en particular, que al estar entre vosotros siento la fuerza que viene de Dios. Vuestra experiencia del dolor, vuestro testimonio de compasión, vuestra determinación para superar los obstáculos que encontráis me impulsan a creer que el sufrimiento puede determinar un cambio para el bien. En nuestras pruebas y estando al lado de otros que sufren, captamos la esencia de nuestra humanidad; por decirlo así, nos hacemos más humanos. Y empezamos a aprender que, en otro nivel, también los corazones endurecidos por el cinismo, la injusticia o la renuencia a perdonar nunca están fuera del alcance del radio de acción de Dios y pueden abrirse siempre a un nuevo modo de ser, a una visión de paz.

Os exhorto a todos a rezar cada día por nuestro mundo. Y hoy quiero pediros que asumáis una tarea específica: por favor, rezad por mí cada día de mi peregrinación; por mi renovación espiritual en el Señor, y por la conversión de los corazones al perdón y a la solidaridad propios de Dios, de manera que mi esperanza, nuestra esperanza, de unidad y de paz en el mundo dé abundantes frutos.

Que Dios os bendiga a cada uno de vosotros y a vuestras familias, a los profesores, a los enfermeros, a los administradores y a los bienhechores de este Centro. Que Nuestra Señora Reina de la Paz os proteja y guíe a lo largo de la peregrinación de su Hijo, el buen Pastor.


VISITA A LA ANTIGUA BASÍLICA DEL MEMORIAL DE MOISÉS

Monte Nebo

Sábado 9 de mayo de 2009



Padre ministro general;
padre custodio; queridos amigos:

En este santo lugar, consagrado por la memoria de Moisés, os saludo a todos con afecto en nuestro Señor Jesucristo. Agradezco al padre José Rodríguez Carballo sus cordiales palabras de bienvenida. Asimismo, aprovecho la ocasión para renovar mi gratitud, y la de toda la Iglesia, a los Frailes Menores de la Custodia por su presencia secular en estas tierras, por su gozosa fidelidad al carisma de san Francisco, así como por su generosa solicitud por el bienestar espiritual y material de las comunidades cristianas locales y de los innumerables peregrinos que visitan cada año Tierra Santa.

Aquí deseo recordar también, con particular gratitud, al padre Michele Piccirillo, que en paz descanse, el cual dedicó su vida al estudio de las antigüedades cristianas y se encuentra sepultado en este santuario, que amó tan intensamente.

Es apropiado que mi peregrinación comience en este monte, donde Moisés contempló desde lejos la Tierra prometida. El magnífico escenario que se abre desde la explanada de este santuario nos invita a considerar cómo la visión profética abarcaba misteriosamente el gran plan de la salvación que Dios había preparado para su pueblo. Por eso, en el valle del Jordán, que se extiende bajo nosotros, en la plenitud de los tiempos Juan Bautista vino a preparar el camino del Señor. En las aguas del río Jordán Jesús, después de ser bautizado por Juan, fue revelado como Hijo predilecto del Padre y, ungido por el Espíritu Santo, inauguró su ministerio público. También desde el Jordán se difundió el Evangelio, primero mediante la predicación y los milagros de Cristo, y luego, después de su resurrección y de la venida del Espíritu en Pentecostés, fue llevado por sus discípulos hasta los confines de la tierra.

106 Aquí, en las alturas del monte Nebo, la memoria de Moisés nos invita a "elevar los ojos" para abrazar con gratitud no sólo las grandes hazañas realizadas por Dios en el pasado, sino también para mirar con fe y esperanza al futuro que él nos tiene reservado a nosotros y al mundo entero. Como Moisés, también nosotros hemos sido llamados por nuestro nombre, invitados a emprender un éxodo diario desde el pecado y la esclavitud hacia la vida y la libertad, y se nos da una promesa inquebrantable para orientar nuestro camino.

En las aguas del Bautismo hemos pasado de la esclavitud del pecado a una nueva vida y a una nueva esperanza. En la comunión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, gozamos anticipadamente de la visión de la ciudad celestial, la nueva Jerusalén, en la que Dios será todo en todos. Desde este santo monte Moisés orienta nuestra mirada hacia lo alto, hacia el cumplimiento de todas las promesas de Dios en Cristo.

Moisés contempló desde lejos la Tierra prometida, al final de su peregrinación terrena. Su ejemplo nos recuerda que también nosotros formamos parte de la peregrinación sin tiempo del pueblo de Dios a lo largo de la historia. Siguiendo las huellas de los profetas, de los Apóstoles y de los santos, estamos llamados a caminar con el Señor, a proseguir su misión, a dar testimonio del Evangelio del amor y de la misericordia universales de Dios.

Estamos llamados a acoger la venida del reino de Cristo mediante nuestra caridad, nuestro servicio a los pobres y nuestros esfuerzos por ser levadura de reconciliación, de perdón y de paz en el mundo que nos rodea. Sabemos que, como Moisés, en el arco de nuestra vida no veremos el pleno cumplimiento del plan de Dios; y, sin embargo, confiamos en que, haciendo lo poco que está de nuestra parte, con la fidelidad a la vocación que cada uno ha recibido, contribuiremos a preparar los caminos del Señor y acoger el alba de su Reino. Sabemos que el Dios que reveló su nombre a Moisés como prenda de que estaría siempre con nosotros (cf.
Ex 3,14) nos dará la fuerza para perseverar en gozosa esperanza incluso entre sufrimientos, pruebas y tribulaciones.

Ya desde los primeros tiempos, los cristianos han venido en peregrinación a los lugares vinculados a la historia del pueblo elegido, a los acontecimientos de la vida de Cristo y de la Iglesia naciente. Esta gran tradición, que mi peregrinación quiere continuar y confirmar, se basa en el deseo de ver, tocar y gustar en oración y en contemplación los lugares bendecidos por la presencia física de nuestro Salvador, de su Madre bendita, de los Apóstoles y de los primeros discípulos, que lo vieron resucitado de entre los muertos.

Aquí, siguiendo las huellas de los innumerables peregrinos que nos han precedido a lo largo de los siglos, nos sentimos impulsados a apreciar más plenamente el don de nuestra fe y a crecer en la comunión que trasciende todo límite de lengua, raza y cultura.

La antigua tradición de la peregrinación a los santos lugares nos recuerda, además, el vínculo inseparable que une a la Iglesia con el pueblo judío. Ya desde los inicios, la Iglesia en estas tierras ha conmemorado en su liturgia las grandes figuras de los patriarcas y los profetas, como signo de su profundo aprecio por la unidad de los dos Testamentos. Ojalá que nuestro encuentro de hoy inspire en nosotros un renovado amor al canon de la Sagrada Escritura y el deseo de superar cualquier obstáculo que se interponga a la reconciliación entre cristianos y judíos, en el respeto recíproco y en la cooperación al servicio de la paz a la que nos llama la Palabra de Dios.

Queridos amigos, reunidos en este santo lugar, elevemos los ojos y el corazón al Padre. Mientras nos disponemos a rezar la oración que Jesús nos enseñó, invoquémoslo para que apresure la llegada de su reino, de forma que podamos ver el cumplimiento de su plan de salvación y experimentar, con san Francisco y todos los peregrinos que nos han precedido en el signo de la fe, el don de la paz inefable —pax et bonum— que nos espera en la Jerusalén celestial.




BENDICIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA DE LA UNIVERSIDAD DE MADABA DEL PATRIARCADO LATINO

Madaba

Sábado 9 de mayo de 2009



Queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

107 Para mí es una gran alegría bendecir la primera piedra de la Universidad de Madaba. Agradezco a Su Beatitud el arzobispo Fouad Twal, patriarca latino de Jerusalén, sus amables palabras de bienvenida. Deseo extender un saludo especial de aprecio a Su Beatitud Michel Sabbah, patriarca emérito, a cuya iniciativa y esfuerzos, juntamente con los del obispo Salim Sayegh, debe tanto esta nueva institución. Saludo también a las autoridades civiles, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles, así como a todos los que nos acompañan en esta importante ceremonia.

El reino de Jordania con razón ha dado prioridad a la tarea de extender y mejorar la educación. Sé que en esta noble misión su majestad la reina Rania es particularmente activa y su dedicación es motivo de inspiración para muchos. A la vez que aplaudo los esfuerzos de tantas personas de buena voluntad comprometidas en la educación, constato con satisfacción la participación competente y cualificada de las instituciones cristianas, especialmente católicas y ortodoxas, en este esfuerzo global.

Desde esta perspectiva, la Iglesia católica, con el apoyo de las autoridades jordanas, ha buscado promover la educación universitaria en este país y en otras partes. Además, esta iniciativa responde a la demanda de muchas familias que, contentas con la formación recibida en las escuelas gestionadas por autoridades religiosas, desean contar con una opción análoga a nivel universitario.

Felicito a los promotores de esta nueva institución por confiar con valentía en la buena educación como primer paso para el desarrollo personal y para la paz y el progreso en la región. En este contexto la Universidad de Madaba seguramente tendrá presentes tres objetivos importantes. Al desarrollar los talentos y las nobles aptitudes de las sucesivas generaciones de alumnos, los preparará para servir a la comunidad más amplia y elevar su nivel de vida. Transmitiendo el conocimiento e infundiendo en los alumnos el amor a la verdad, promoverá en gran medida su adhesión a los valores sólidos y su libertad personal. Por último, esta misma formación intelectual afinará su espíritu crítico, disipará su ignorancia y sus prejuicios, y les ayudará a romper los hechizos creados por ideologías antiguas y nuevas.

Este proceso tendrá como resultado una universidad que no sólo sea tribuna para consolidar la adhesión a la verdad y a los valores de una cultura determinada, sino también un lugar de entendimiento y de diálogo. Mientras asimilan su herencia cultural, los jóvenes de Jordania y los demás estudiantes de la región podrán adquirir un conocimiento más profundo de las conquistas culturales de la humanidad, se enriquecerán con otros puntos de vista y se formarán en la comprensión, la tolerancia y la paz.

Este tipo de educación "más amplia" es lo que se espera de las instituciones de educación superior y de su contexto cultural, tanto secular como religioso. En realidad, la fe en Dios no suprime la búsqueda de la verdad; al contrario, la estimula. San Pablo exhortaba a los primeros cristianos a abrir su mente a "todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio" (
Ph 4,8).

Desde luego, la religión, como la ciencia y la tecnología, la filosofía y cualquier otra expresión de nuestra búsqueda de la verdad, puede corromperse. La religión se desfigura cuando se la obliga a ponerse al servicio de la ignorancia o del prejuicio, del desprecio, la violencia y el abuso. En este caso no sólo se da una perversión de la religión, sino también una corrupción de la libertad humana, un estrechamiento y oscurecimiento de la mente.

Evidentemente, ese desenlace no es inevitable. No cabe duda de que, cuando promovemos la educación, proclamamos nuestra confianza en el don de la libertad. El corazón humano se puede endurecer por los límites de su ambiente, por intereses y pasiones. Pero toda persona también está llamada a la sabiduría y a la integridad, a la elección más importante y fundamental de todas: la del bien sobre el mal, de la verdad sobre la injusticia, y se la puede ayudar en esa tarea.

La persona genuinamente religiosa percibe la llamada a la integridad moral, dado que al Dios de la verdad, del amor y de la belleza no se le puede servir de ninguna otra manera. La fe madura en Dios sirve en gran medida para guiar la adquisición y la correcta aplicación del conocimiento. La ciencia y la tecnología brindan beneficios extraordinarios a la sociedad y han mejorado mucho la calidad de vida de muchos seres humanos. No cabe duda de que esta es una de las esperanzas de cuantos promueven esta Universidad, cuyo lema es Sapientia et Scientia.

Al mismo tiempo, la ciencia tiene sus límites. No puede dar respuesta a todos los interrogantes que atañen al hombre y su existencia. En realidad, la persona humana, su lugar y su finalidad en el universo, no puede contenerse dentro de los confines de la ciencia. «La naturaleza intelectual de la persona humana se perfecciona y debe perfeccionarse por medio de la sabiduría, que atrae con suavidad la mente del hombre a la búsqueda y al amor de la verdad y el bien» (Gaudium et spes GS 15).

El uso del conocimiento científico necesita la luz orientadora de la sabiduría ética. Esa es la sabiduría que ha inspirado el juramento de Hipócrates, la Declaración universal de derechos humanos de 1948, la Convención de Ginebra y otros laudables códigos internacionales de conducta. Por tanto, la sabiduría religiosa y ética, al responder a los interrogantes sobre el sentido y el valor, desempeñan un papel central en la formación profesional. En consecuencia, las universidades donde la búsqueda de la verdad va unida a la búsqueda de lo que hay de bueno y noble prestan un servicio indispensable a la sociedad.

108 Con estos pensamientos en la mente, animo de modo especial a los estudiantes cristianos de Jordania y de las regiones vecinas a dedicarse con responsabilidad a una adecuada formación profesional y moral. Estáis llamados a ser constructores de una sociedad justa y pacífica, compuesta de personas de diversas tradiciones religiosas y étnicas. Esas realidades —deseo subrayarlo una vez más— no deben llevar a la división, sino a un enriquecimiento mutuo. La misión y la vocación de la Universidad de Madaba es precisamente ayudaros a participar más plenamente en esta noble tarea.

Queridos amigos, quiero renovar mi congratulación al Patriarcado latino de Jerusalén y mi aliento a todos los que han apoyado este proyecto, así como a cuantos ya están comprometidos en el apostolado de la educación en esta nación. Que el Señor os bendiga y sostenga. Oro para que vuestros sueños se hagan pronto realidad, a fin de que podáis ver a generaciones de hombres y mujeres cualificados, tanto cristianos como musulmanes o de otras religiones, ocupar su puesto en la sociedad, dotados de pericia profesional, bien preparados en su campo y educados en los valores de la sabiduría, la integridad, la tolerancia y la paz.

Sobre vosotros, sobre todos vuestros futuros estudiantes, sobre el personal de esta universidad y sobre sus familias invoco las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.



Discursos 2009 100