Discursos 2009 108

ENCUENTRO CON LOS LÍDERES RELIGIOSOS MUSULMANES,

CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO Y CON LOS RECTORES


DE LAS UNIVERSIDADES JORDANAS


Mezquita Al-Hussein bin-Talal - Ammán

Sábado 9 de mayo de 2009



Alteza real;
excelencias;
ilustres señoras y señores:

Para mí es motivo de gran alegría encontrarme con vosotros esta mañana, en este espléndido marco. Deseo dar las gracias al príncipe Ghazi Bin Muhammed bin Talal por sus amables palabras de bienvenida. Las numerosas iniciativas de su alteza real para promover el diálogo y el intercambio interreligioso e interculturral son apreciadas por los ciudadanos del reino hachemita y ampliamente respetadas por la comunidad internacional. Sé que estos esfuerzos reciben el apoyo activo de otros miembros de la familia real, así como del Gobierno de la nación, y encuentran amplia resonancia en las muchas iniciativas de colaboración entre los jordanos. Por todo esto deseo manifestar mi sincera admiración.

Lugares de culto, como esta estupenda mezquita de Al-Hussein bin Talal, dedicada al venerado rey difunto, destacan como joyas sobre la superficie de la tierra. Todas, tanto las antiguas como las modernas, tanto las espléndidas como las humildes, hacen referencia a lo divino, al Único Trascendente, al Omnipotente. Y, a través de los siglos, estos santuarios han atraído a hombres y mujeres dentro de su espacio sagrado para hacer una pausa, para rezar, para ponerse en la presencia del Omnipotente, así como para reconocer que todos somos criaturas suyas.

Por este motivo no podemos menos de preocuparnos por el hecho de que hoy, cada vez con mayor insistencia, algunos creen que la religión ha fracasado en su aspiración a ser, por su misma naturaleza, constructora de unidad y de armonía, expresión de comunión entre personas y con Dios. De hecho, algunos afirman que la religión es necesariamente una causa de división en el mundo; y por eso afirman que cuanta menor atención se preste a la religión en la esfera pública, tanto mejor. Por desgracia, no se puede negar la contradicción de las tensiones y divisiones entre seguidores de diferentes tradiciones religiosas. Sin embargo, ¿no sucede con frecuencia que la manipulación ideológica de la religión, en ocasiones con fines políticos, es el auténtico catalizador de las tensiones y divisiones y con frecuencia también de la violencia en la sociedad?

109 Ante esta situación, en la que los opositores de la religión no sólo tratan de acallar su voz sino de sustituirla con la suya, se experimenta de una manera más aguda la necesidad de que los creyentes sean fieles a sus principios y creencias. Musulmanes y cristianos, precisamente a causa del peso de nuestra historia común a menudo marcada por incomprensiones, tienen que esforzarse hoy por ser conocidos y reconocidos como adoradores de Dios, fieles a la oración, deseosos de comportarse y vivir según las disposiciones del Omnipotente, misericordiosos y compasivos, coherentes para dar testimonio de todo lo que es verdadero y bueno, recordando siempre el origen común y la dignidad de toda persona humana, que constituye la cumbre del designio creador de Dios para el mundo y para la historia.

La decisión de los educadores jordanos, así como de los líderes religiosos y civiles, de hacer que el rostro público de la religión refleje su auténtica naturaleza es digna de aplauso. El ejemplo de personas y comunidades, junto con la provisión de cursos y programas, manifiesta la contribución constructiva de la religión en los sectores educativo, cultural y social, así como en otros sectores caritativos de vuestra sociedad civil. También yo he tenido la posibilidad de constatar personalmente algo de este espíritu. Ayer tomé contacto con la reconocida obra educativa y de rehabilitación realizada en el Centro Nuestra Señora de la Paz, en el que cristianos y musulmanes están transformando la vida de familias enteras, asistiéndolas para que sus hijos discapacitados puedan ocupar en la sociedad el puesto que les corresponde.

Esta mañana bendije la primera piedra de la Universidad de Madaba, donde jóvenes musulmanes y cristianos, juntos, recibirán los beneficios de una educación superior, que les preparará para contribuir al desarrollo económico y social de su nación. También tienen gran mérito las numerosas iniciativas de diálogo interreligioso sostenidas por la familia real y por la comunidad diplomática, en ocasiones emprendidas en colaboración con el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso. Estas iniciativas implican un trabajo continuo de los Institutos reales para estudios interreligiosos y el pensamiento islámico, el Mensaje de Ammán, de 2004, el Mensaje interreligioso de Ammán de 2005, y la reciente carta "Una palabra común", que se hacía eco de un tema similar al que afronté en mi primera encíclica: el vínculo inquebrantable entre el amor a Dios y el amor al prójimo, así como la contradicción fundamental de recurrir a la violencia o a la exclusión en nombre de Dios (cf. Deus caritas est ).

Estas iniciativas llevan claramente a un mayor conocimiento recíproco y promueven un respeto cada vez mayor tanto por lo que tenemos en común como por lo que comprendemos de manera diferente. Por tanto, deberían llevar a cristianos y musulmanes a sondear aún más profundamente la relación esencial entre Dios y su mundo, de manera que juntos podamos movilizarnos para que la sociedad esté en armonía con el orden divino. En este sentido, la colaboración que tiene lugar aquí, en Jordania, constituye un ejemplo alentador y convincente para la región, más aún, para el mundo, de la contribución positiva y creativa que la religión puede y debe dar a la sociedad civil.

Distinguidos amigos, hoy deseo mencionar una tarea que he presentado en varias ocasiones y que creo firmemente que los cristianos y los musulmanes pueden asumir, en particular a través de su contribución a la enseñanza y la investigación científica, así como al servicio de la sociedad. Esta tarea es el desafío de cultivar para el bien, en el contexto de la fe y de la verdad, el gran potencial de la razón humana. De hecho, los cristianos describen a Dios, entre otras maneras, como Razón creativa, que ordena y guía al mundo. Y Dios nos da la capacidad de participar en esta Razón y así actuar según el bien. Los musulmanes adoran a Dios, Creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a la humanidad. Y como creyentes en el único Dios, sabemos que la razón humana es en sí misma don de Dios, y se eleva al nivel más elevado cuando es iluminada por la luz de la verdad de Dios.

En realidad, cuando la razón humana permite humildemente ser purificada por la fe, no se debilita; al contrario, se refuerza al resistir a la presunción de ir más allá de sus propios límites. De esta manera, la razón humana se refuerza en el empeño de perseguir su noble objetivo de servir a la humanidad, manifestando nuestras aspiraciones comunes más íntimas, ampliando el debate público, en vez de manipularlo o restringirlo. Por tanto, la adhesión genuina a la religión, en vez de restringir nuestra mente, amplía el horizonte de la comprensión humana. Protege a la sociedad civil de los excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo finito y a eclipsar lo infinito; asegura que la libertad se ejerza en consonancia con la verdad; y enriquece la cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es verdadero, bueno y bello.

Esta comprensión de la razón, que lleva continuamente a la mente humana más allá de sí misma en la búsqueda de lo Absoluto, plantea un desafío: implica un sentido tanto de esperanza como de prudencia. Cristianos y musulmanes, juntos, están llamados a buscar todo lo que es justo y recto. Estamos comprometidos a superar nuestros intereses particulares y alentar a los demás, en particular a los administradores y líderes sociales, a hacer lo mismo para experimentar la profunda satisfacción de servir al bien común, incluso en detrimento del bien personal. Se nos recuerda que precisamente porque nuestra dignidad humana constituye el origen de los derechos humanos universales, estos valen para todo hombre y mujer, sin distinción de grupos religiosos, sociales o étnicos. A este respecto, debemos subrayar que el derecho a la libertad religiosa va más allá de la cuestión del culto e incluye el derecho, especialmente de las minorías, a un justo acceso al mercado del empleo y a las demás esferas de la vida civil.

Esta mañana, antes de despedirme de vosotros, quiero señalar en especial la presencia entre nosotros de Su Beatitud Emmanuel III Delly, patriarca de Bagdad, a quien saludo de corazón. Su presencia recuerda a los ciudadanos del vecino Irak, muchos de los cuales han encontrado una cordial acogida aquí, en Jordania. Los esfuerzos de la comunidad internacional para promover la paz y la reconciliación, junto con los de los líderes locales, tienen que seguir para que den fruto en la vida de los iraquíes. Expreso mi aprecio por todos aquellos que apoyan los esfuerzos orientados a profundizar la confianza y a reconstruir las instituciones y las infraestructuras esenciales para el bienestar de esa sociedad. Una vez más pido con insistencia a los diplomáticos y a la comunidad internacional que representan, así como a los líderes políticos y religiosos locales, que hagan todo lo posible para asegurar a la antigua comunidad cristiana de esa noble tierra el derecho fundamental a la pacífica convivencia con sus propios compatriotas.

Distinguidos amigos, confío en que los sentimientos que he expresado hoy nos dejen con una renovada esperanza en el futuro. El amor y el deber ante el Omnipotente no se manifiestan sólo en el culto, sino también en el amor y en la preocupación por los niños y los jóvenes -vuestras familias- y por todos los ciudadanos de Jordania. Por ellos trabajáis y por ellos ponéis en el centro de las instituciones, de las leyes y de las funciones de la sociedad el bien de toda persona humana. Que la razón, ennoblecida y hecha humilde por la grandeza de la verdad de Dios, siga plasmando la vida y las instituciones de esta nación, a fin de que las familias florezcan y que todos vivan en paz, contribuyendo y al mismo tiempo recurriendo a la cultura que unifica a este gran reino. ¡Muchas gracias!


BENDICIÓN DE LAS PRIMERAS PIEDRAS DE LAS IGLESIAS DE LOS LATINOS Y DE LOS GRECO-MELQUITAS

Betania al otro lado del Jordán

Domingo 10 de mayo de 2009



Alteza real;
110 queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

Con gran alegría espiritual vengo a bendecir las primeras piedras de las dos iglesias católicas que se construirán al lado del río Jordán, un lugar marcado por muchos acontecimientos memorables en la historia bíblica. El profeta Elías, tesbita, procedía de esta región, que no está lejos del norte de Galaad. Aquí cerca, frente a Jericó, las aguas del Jordán se abrieron ante Elías, a quien el Señor se llevó en un carro de fuego (cf.
2R 2,9-12). Aquí el Espíritu del Señor llamó a Juan, hijo de Zacarías, a predicar la conversión de los corazones. Juan Evangelista enmarcó también en esta zona el encuentro entre el Bautista y Jesús, que en su bautismo fue "ungido" por el Espíritu de Dios, el cual bajó en forma de paloma, y fue proclamado Hijo predilecto del Padre (cf. Jn 1,28 Mc 1,9-11).

He tenido el honor de ser recibido en este importante lugar por sus majestades el rey Abdalá II y la reina Rania. Quiero expresar una vez más mi sincera gratitud por la cordial hospitalidad que me han brindado durante mi visita al reino hachemita de Jordania.

Saludo con alegría a Su Beatitud Gregorio IIILaham, patriarca de Antioquía para la Iglesia greco-melquita. También saludo con afecto a Su Beatitud Fouad Twal, patriarca latino de Jerusalén. Extiendo de corazón mis mejores deseos a Su Beatitud Michel Sabbah, a los obispos auxiliares presentes, en particular al arzobispo Yasser Ayyach y al reverendo Salim Sayegh, a quien doy las gracias por sus amables palabras de bienvenida. Me alegra saludar a todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos que nos acompañan hoy. Alegrémonos al reconocer que estas dos iglesias, una latina y otra greco-melquita, servirán para edificar, cada una según las tradiciones de su propia comunidad, la única familia de Dios.

La primera piedra de una iglesia es símbolo de Cristo. La Iglesia se apoya en Cristo, está sostenida por él y no se puede separar de él. Él es el único cimiento de toda comunidad cristiana, la piedra viva, rechazada por los constructores pero preciosa a los ojos de Dios y elegida por él como piedra angular (cf. 1P 2,4-5 1P 2,7). Con él también nosotros somos piedras vivas para la construcción del edificio espiritual, morada de Dios (cf Ep 2,20-22 1P 2,5). San Agustín solía hacer referencia al misterio de la Iglesia como Christus totus, el Cristo total, el Cuerpo de Cristo pleno y completo, Cabeza y miembros. Esta es la realidad de la Iglesia: es Cristo y nosotros, Cristo con nosotros. Él es con nosotros como la vid con sus sarmientos (cf. Jn 15,1-8). La Iglesia es en Cristo una comunidad de vida nueva, una realidad dinámica de gracia que brota de él. A través de la Iglesia, Cristo purifica nuestro corazón, ilumina nuestra mente, nos une con el Padre y, en el único Espíritu, nos impulsa a la práctica diaria del amor cristiano. Confesamos esta gozosa realidad como Iglesia una, santa, católica, y apostólica.

Entramos en la Iglesia por el bautismo. La memoria del bautismo de Cristo está muy presente ante nosotros en este lugar. Jesús se puso en la fila con los pecadores y aceptó el bautismo de penitencia de Juan como un signo profético de su pasión, muerte y resurrección para el perdón de los pecados. A lo largo de los siglos, numerosos peregrinos han venido al Jordán buscando la purificación, renovar su fe y estar más cerca del Señor. Así lo hizo la peregrina Egeria, que dejó un escrito sobre su visita al final del siglo IV. El sacramento del Bautismo, que saca su poder de la muerte y resurrección de Cristo, será apreciado particularmente por las comunidades cristianas que se reunirán en las iglesias que se van a construir. Que el Jordán os recuerde siempre que habéis sido lavados en las aguas del Bautismo y que os habéis convertido en miembros de la familia de Jesús. Vuestra vida, por obediencia a su Palabra, se transforma en su imagen y semejanza. Al esforzaros por ser fieles a vuestro compromiso bautismal de conversión, testimonio y misión, sabed que contáis con la fuerza del don del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y hermanas, que la contemplación orante de estos misterios os llene de alegría espiritual y de valentía moral. Con el apóstol san Pablo, os exhorto a crecer en toda la gama de nobles actitudes que se conocen con el nombre bendito de agape, amor cristiano (cf. 1Co 13,1-13). Promoved el diálogo y la comprensión en la sociedad civil, especialmente al reivindicar vuestros derechos legítimos. En Oriente Medio, marcado por el trágico sufrimiento, por años de violencia y tensiones sin resolver, los cristianos están llamados a dar, inspirándose en el ejemplo de Jesús, su contribución de reconciliación y paz con el perdón y la generosidad. Seguid dando gracias a quienes os guían y sirven fielmente como ministros de Cristo. Hacéis bien en aceptar su guía en la fe, conscientes de que al recibir la enseñanza apostólica que transmiten, acogéis a Cristo y acogéis a Aquel —el Único— que lo envió (cf. Mt 10,40).

Queridos hermanos y hermanas, ahora vamos a bendecir estas dos piedras, el inicio de los dos nuevos edificios sagrados. Que el Señor sostenga, fortalezca e incremente las comunidades que en ellos le rendirán culto. Y que él os bendiga a todos con su don de paz. Amén.


CEREMONIA DE DESPEDIDA

Aeropuerto internacional Reina Alia de Ammán

Lunes 11 de mayo de 2009



Majestades;
excelencias;
111 queridos amigos:

Al disponerme a emprender la próxima etapa de mi peregrinación por las tierras de la Biblia, deseo agradeceros a todos la cordial acogida que he recibido en Jordania en estos días. Doy las gracias a su majestad el rey Abdalá II por haberme invitado a visitar el reino hachemita, por su hospitalidad y por sus amables palabras. Expreso también mi aprecio por el gran esfuerzo realizado para hacer posible mi visita y asegurar el desarrollo ordenado de los diferentes encuentros y celebraciones.

Las autoridades públicas, con la colaboración de gran número de voluntarios, han trabajado sin descanso durante mucho tiempo para dirigir a las multitudes y organizar los distintos acontecimientos. La cobertura de los medios de comunicación ha permitido a innumerables personas seguir las celebraciones, aunque no hayan podido estar presentes físicamente. Al dar las gracias a quienes lo han hecho posible, deseo extender mi agradecimiento en particular a todos los que están escuchando la radio o viendo la televisión, especialmente a los enfermos y a quienes han tenido que quedarse en casa.

Me alegra en particular haber estado presente en la puesta en marcha de numerosas iniciativas importantes promovidas por la comunidad católica aquí, en Jordania. La nueva sección del Centro Regina pacis abrirá posibilidades concretas para dar esperanza tanto a quienes luchan con dificultades de diversos tipos como a sus familias. Las dos iglesias que se construirán en Betania permitirán a las respectivas comunidades acoger a los peregrinos y promover el crecimiento espiritual de quienes rezarán en ese lugar santo. La Universidad de Madaba dará una contribución particularmente importante a la comunidad más amplia, formando a jóvenes de diversas tradiciones a fin de que se capaciten para forjar el futuro de la sociedad civil. A todos los que están implicados en estos proyectos les expreso mis mejores deseos y les prometo mis oraciones.

Uno de los momentos más destacados de estos días ha sido mi visita a la mezquita al-Hussein bin Talal, donde he tenido el placer de encontrarme con los líderes religiosos musulmanes junto con los miembros del Cuerpo diplomático y los rectores de universidades. Deseo alentar a todos los jordanos, tanto cristianos como musulmanes, a edificar sobre los sólidos cimientos de la tolerancia religiosa, que permite a los miembros de las diferentes comunidades convivir en paz y respeto mutuo. Su majestad el rey ha promovido muy activamente el diálogo interreligioso y deseo destacar lo mucho que es apreciado su compromiso en este sentido. Constato con gratitud la particular consideración que muestra hacia la comunidad cristiana de Jordania. Este espíritu de apertura no sólo ayuda a los miembros de las diferentes comunidades étnicas de este país a convivir en paz y concordia, sino que además ha contribuido a las iniciativas políticas de amplias miras promovidas por Jordania para construir la paz en todo Oriente Medio.

Queridos amigos, como sabéis, he venido a Jordania sobre todo como peregrino y pastor. Por tanto, las experiencias de estos días que quedarán más firmemente grabadas en mi memoria son mis visitas a los santos lugares y los momentos de oración que hemos celebrado juntos. Una vez más deseo expresar el aprecio de toda la Iglesia por quienes custodian los lugares de peregrinación en esta tierra; y también quiero dar las gracias a las numerosas personas que han contribuido a la preparación de las Vísperas del sábado en la catedral de San Jorge y de la misa de ayer en el Estadio internacional. Para mí ha sido verdaderamente una alegría vivir estas celebraciones pascuales con los fieles católicos de diferentes tradiciones, unidos en la comunión de la Iglesia y en su testimonio de Cristo. Los aliento a todos a permanecer fieles a su compromiso bautismal, recordando que Cristo mismo recibió el bautismo de Juan en las aguas del río Jordán.

Al despedirme de vosotros, deseo que sepáis que llevo en mi corazón al reino hachemita y a todos los habitantes de esta región. Rezo para que gocéis de paz y prosperidad, ahora y para las generaciones futuras. Una vez más, muchas gracias. Y que Dios os bendiga a todos.


CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto internacional Ben Gurión - Tel Aviv

Lunes 11 de mayo de 2009



Señor presidente;
señor primer ministro;
excelencias;
112 señoras y señores:

Gracias por vuestra cordial bienvenida al Estado de Israel, tierra considerada santa por millones de creyentes de todo el mundo. Agradezco al presidente, señor Shimon Peres, sus amables palabras y aprecio la oportunidad que se me ofrece de realizar esta peregrinación a una tierra santificada por las huellas de patriarcas y profetas, una tierra que los cristianos veneran de modo especial como lugar de los acontecimientos de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Me inserto en una larga fila de peregrinos cristianos a estos lugares, una fila que se remonta hasta los primeros siglos de la historia cristiana y que, estoy seguro, proseguirá en el futuro. Como muchos otros antes que yo, vengo para orar en los santos lugares, a orar en especial por la paz, paz aquí en Tierra Santa y paz en todo el mundo.

Señor presidente, la Santa Sede y el Estado de Israel comparten muchos valores, ante todo el compromiso de dar a la religión su legítimo lugar en la vida de la sociedad. El justo orden de las relaciones sociales presupone y exige el respeto de la libertad y la dignidad de todo ser humano, que tanto cristianos como musulmanes y judíos creen creado por un Dios amoroso, y destinado a la vida eterna. Cuando se niega o margina la dimensión religiosa de la persona humana, se pone en peligro el fundamento mismo de una correcta comprensión de los derechos humanos inalienables.

Trágicamente, el pueblo judío ha experimentado las terribles consecuencias de ideologías que niegan la dignidad de toda persona humana. Es justo y conveniente que, durante mi permanencia en Israel, yo tenga la oportunidad de honrar la memoria de los seis millones de judíos víctimas del Holocausto, y de orar para que nunca más la humanidad sea testigo de un crimen de tal magnitud. Por desgracia, el antisemitismo sigue levantando su repugnante cabeza en muchas partes del mundo. Esto es totalmente inaceptable. Es preciso hacer todo lo posible para combatir el antisemitismo donde se encuentre, y para promover el respeto y la estima hacia los miembros de todo pueblo, raza, lengua y nación en todo el mundo.

Durante mi permanencia en Jerusalén, tendré también el placer de encontrarme con muchos líderes religiosos distinguidos de este país. Algo que las tres grandes religiones monoteístas tienen en común es una veneración especial por esta ciudad santa. Albergo la ferviente esperanza de que todos los peregrinos que vienen a los santos lugares puedan acceder a ellos libremente y sin restricciones, participar en ceremonias religiosas y promover el mantenimiento digno de los lugares de culto situados en los espacios sagrados. Que se cumplan las palabras de la profecía de Isaías, según el cual muchas naciones afluirán al monte de la casa del Señor, para que él les enseñe sus caminos y estas puedan caminar por sus senderos, senderos de paz y de justicia, senderos que llevan a la reconciliación y a la armonía (cf.
Is 2,2-5).

Aunque el nombre de Jerusalén significa "ciudad de la paz", es del todo evidente que durante décadas la paz ha eludido trágicamente a los habitantes de esta tierra santa. Los ojos del mundo se vuelven hacia los pueblos de esta región, mientras estos luchan por llegar a una solución justa y duradera de los conflictos que han causado tanto sufrimiento. Las esperanzas de innumerables hombres, mujeres y niños de un futuro más seguro y estable dependen del éxito de las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos. En unión con todos los hombres de buena voluntad, suplico a todos los responsables que exploren todos los caminos posibles para buscar una solución justa a las enormes dificultades, a fin de que ambos pueblos puedan vivir en paz en una patria que sea suya, dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Al respecto, espero y rezo para que pronto se cree un clima de mayor confianza, que permita a las partes realizar progresos reales en el camino hacia la paz y la estabilidad.

A los obispos y a los fieles católicos aquí presentes les dirijo unas palabras especiales de saludo. Llego a esta tierra, donde Pedro recibió la tarea de apacentar a las ovejas del Señor, como Sucesor de Pedro para realizar mi ministerio entre vosotros. Sentiré una alegría especial al unirme a vosotros para concluir las celebraciones del Año de la familia, que tendrán lugar en Nazaret, hogar de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Como dije en mi mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, la familia es "la primera e indispensable maestra de paz" (n. 3), y por tanto está llamada a desempeñar un papel vital para sanar las divisiones presentes en la sociedad humana en todos los niveles. A las comunidades cristianas de Tierra Santa digo: con vuestro testimonio fiel de Aquel que predicó el perdón y la reconciliación, con vuestro compromiso de defender el carácter sagrado de toda vida humana, podéis dar una contribución particular para que acaben las hostilidades que durante tanto tiempo han afligido a esta tierra. Rezo para que vuestra presencia continua en Israel y en los Territorios Palestinos produzca mucho fruto al promover la paz y el respeto recíproco entre todos los pueblos que viven en las tierras de la Biblia.

Señor presidente; señoras y señores, una vez más os agradezco vuestra acogida y os aseguro mis sentimientos de buena voluntad. Que Dios dé fuerza a su pueblo. Que Dios bendiga a su pueblo con la paz.

VISITA DE CORTESÍA AL PRESIDENTE DEL ESTADO DE ISRAEL

Palacio Presidencial - Jerusalén

Lunes 11 de mayo de 2009



Señor presidente;
excelencias;
señoras y señores:

113 Como cordial gesto de hospitalidad, el presidente Peres nos ha acogido aquí, en su residencia, ofreciéndome la posibilidad de saludaros a todos y de compartir, al mismo tiempo, con vosotros algunas reflexiones. Señor presidente, le agradezco esta amable acogida y sus cordiales palabras de saludo, a las que de corazón correspondo. También expreso mi agradecimiento a los cantantes y músicos que nos han entretenido con su fina ejecución.

Señor presidente, en el mensaje de felicitación que le envié con motivo de su toma de posesión, recordé con placer su ilustre testimonio de servicio público marcado por un fuerte compromiso en favor de la promoción de la justicia y la paz. Hoy deseo asegurarle a usted y al nuevo Gobierno, así como a todos los habitantes del Estado de Israel, que mi peregrinación a los santos lugares tiene como finalidad implorar el precioso don de la unidad y de la paz para Oriente Medio y para toda la humanidad. En efecto, cada día rezo para que la paz que nace de la justicia vuelva a Tierra Santa y a toda la región, trayendo seguridad y nueva esperanza para todos.

La paz es ante todo un don divino, pues es la promesa del Omnipotente a todo el género humano y defiende la unidad. En el libro del profeta Jeremías leemos: "Bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros —oráculo del Señor—, pensamientos de paz y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza" (
Jr 29,11). El profeta nos recuerda la promesa del Omnipotente de que "se dejará encontrar", "escuchará" y "nos reunirá". Pero hay también una condición: debemos "buscarlo" y "buscarlo con todo el corazón" (cf. Jr 29,12-14).

A los líderes religiosos hoy presentes quiero decirles que la contribución particular de las religiones a la búsqueda de la paz se apoya fundamentalmente en la búsqueda apasionada y concorde de Dios. Nuestra tarea consiste en proclamar y testimoniar que el Omnipotente está presente y se puede conocer aun cuando parezca oculto a nuestra vista; que actúa en nuestro mundo para nuestro bien; y que el futuro de la sociedad está marcado por la esperanza cuando vibra en armonía con el orden divino. La presencia dinámica de Dios es lo que une los corazones y asegura la unidad. De hecho, el fundamento último de la unidad entre las personas es la perfecta unicidad y universalidad de Dios, que creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza para introducirnos en su vida divina, de modo que todos seamos uno.

Por tanto, los líderes religiosos deben ser conscientes de que toda división o tensión, toda tendencia a la introversión o a la sospecha entre los creyentes o entre nuestras comunidades puede conducir fácilmente a una contradicción que oscurece la unicidad del Omnipotente, traiciona nuestra unidad y contradice al Único, que se revela a sí mismo como "rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6 Ps 138,2 Ps 85,11).

Queridos amigos, Jerusalén, que desde hace largo tiempo ha sido una encrucijada de pueblos de orígenes diversos, es una ciudad que permite a judíos, cristianos y musulmanes asumir su deber, gozar del privilegio de dar juntos testimonio de la convivencia pacífica deseada durante largo tiempo por los adoradores del único Dios, revelar el plan del Omnipotente de la unidad de la familia humana, anunciado a Abraham, y proclamar la verdadera naturaleza del hombre como buscador de Dios. Así pues, esforcémonos por asegurar que, mediante la enseñanza y la guía de nuestras respectivas comunidades, las ayudemos a ser fieles a lo que en verdad son como creyentes, siempre conscientes de la bondad infinita de Dios, de la dignidad inviolable de todo ser humano y de la unidad de toda la familia humana.

La Sagrada Escritura nos ofrece también su comprensión de la seguridad. En hebreo, seguridad —batah— deriva de confianza, y no sólo se refiere a la falta de amenazas, sino también al sentimiento de calma y confianza. En el libro del profeta Isaías leemos sobre un tiempo de bendición divina: "Al fin desde lo alto se derramará sobre nosotros un espíritu. (...) Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua" (Is 32,15-17). En el plan de Dios para el mundo, seguridad, equidad, justicia y paz son inseparables. Lejos de ser simplemente producto del esfuerzo humano, son valores que proceden de la relación fundamental de Dios con el hombre, y residen como patrimonio común en el corazón de toda persona.

Sólo hay un modo de proteger y promover estos valores: practicarlos, vivirlos. Ninguna persona, ninguna familia, ninguna comunidad o nación está exenta del deber de vivir en la justicia y de trabajar por la paz. Naturalmente, se espera que los líderes civiles y políticos aseguren una justa y adecuada seguridad al pueblo para cuyo servicio han sido elegidos. Este objetivo forma una parte de la justa promoción de los valores comunes a la humanidad y, por tanto, no puede estar en conflicto con la unidad de la familia humana. Los valores y los fines auténticos de una sociedad, que siempre tutelan la dignidad humana, son indivisibles, universales e interdependientes (cf. Discurso a las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008). Por consiguiente, no se pueden realizar cuando son presa de intereses particulares o de políticas fragmentarias. El verdadero interés de una nación siempre se persigue promoviendo la justicia para todos.

Distinguidos señoras y señores, una seguridad duradera es cuestión de confianza, alimentada en la justicia y en la equidad, fraguada por la conversión de los corazones que nos obliga a mirar al otro a los ojos y a reconocer al "tú" como alguien igual a mí, mi hermano, mi hermana. De esta forma, ¿no se convertiría la sociedad misma en "un vergel" (Is 32,15), no caracterizado por bloqueos u obstrucciones sino por la cohesión y la armonía? ¿No se convertiría en una comunidad de nobles aspiraciones, donde con agrado se concede a todos acceso a la educación, a la vivienda familiar, a la oportunidad de empleo, una sociedad dispuesta a edificar sobre los fundamentos duraderos de la esperanza?

Para concluir, deseo dirigirme a las familias de esta ciudad, de este país. ¿Qué padres querrían la violencia, la inseguridad o la división para sus hijos? ¿Qué objetivo político humano puede conseguirse a través de conflictos y violencias? Oigo el grito de cuantos viven en este país y piden justicia, paz, respeto de su dignidad, seguridad estable, una vida cotidiana libre del miedo de amenazas externas y de violencia insensata. Sé que un número considerable de hombres, mujeres y jóvenes están trabajando por la paz y la solidaridad a través de programas culturales e iniciativas de apoyo práctico y compasivo; suficientemente humildes para perdonar, tienen la valentía de aferrarse al sueño que es su derecho.

Señor presidente, le agradezco la cortesía que me ha demostrado y le aseguro una vez más mis oraciones por el Gobierno y por todos los ciudadanos de este Estado. Que la auténtica conversión del corazón de todos lleve a un compromiso más decidido por la paz y la seguridad a través de la justicia para todos.

¡Shalom!



Discursos 2009 108