Discursos 2009 113

VISITA AL MEMORIAL DE YAD VASHEM

Jerusalén

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Lunes 11 de mayo de 2009



«Yo he de darles en mi casa y en mis muros un memorial y un nombre... Les daré un nombre indeleble» (Is 56,5).

Este pasaje del libro del profeta Isaías presenta dos frases sencillas que expresan de manera solemne el significado profundo de este lugar venerado: yad, "memorial"; shem, "nombre". He venido aquí para detenerme en silencio ante este monumento, erigido para honrar la memoria de los millones de judíos asesinados en la horrenda tragedia del Holocausto. Perdieron la vida, pero no perderán nunca sus nombres: están indeleblemente grabados en el corazón de sus seres queridos, de sus compañeros de prisión que sobrevivieron, y de quienes están decididos a no permitir nunca que un horror semejante vuelva a deshonrar a la humanidad. Sus nombres están grabados para siempre, sobre todo, en la memoria de Dios omnipotente.

Se puede despojar al vecino de sus posesiones, sus oportunidades o su libertad; se puede tejer una insidiosa red de mentiras para convencer a otros de que ciertos grupos no merecen respeto; y, sin embargo, por más que se esfuerce, nunca se puede borrar el nombre de otro ser humano.

La Sagrada Escritura nos enseña la importancia del nombre cuando se le confía a una persona una misión única o un don especial. A Abram Dios lo llamó "Abraham", porque debía convertirse en "el padre de muchos pueblos" (Gn 17,5). Jacob fue llamado "Israel", porque había "luchado contra Dios y contra los hombres y había vencido" (cf. Gn 32,29). Los nombres conservados en este venerado monumento tendrán para siempre un lugar sagrado entre los innumerables descendientes de Abraham. Como le sucedió a él, también la fe de ellos fue probada. Como sucedió a Jacob, también ellos quedaron involucrados en la lucha por discernir los designios del Omnipotente. Que los nombres de estas víctimas no se borren nunca. Que nunca se niegue, disminuya u olvide sus sufrimientos. Y que toda persona de buena voluntad vigile para desarraigar del corazón del hombre todo lo que pueda llevar a tragedias semejantes.

La Iglesia católica, comprometida en las enseñanzas de Jesús y decidida a imitar su amor a toda persona, siente profunda compasión por las víctimas aquí recordadas. Del mismo modo, está cerca de quienes hoy sufren persecución a causa de la raza, el color, la condición de vida o la religión. Siente como propios sus sufrimientos y hace suyo su anhelo de justicia. Como Obispo de Roma y Sucesor del apóstol Pedro reafirmo, como mis predecesores, el compromiso de la Iglesia de orar y actuar sin descanso para asegurar que nunca vuelva a reinar el odio en el corazón de los hombres. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el Dios de la paz (cf. Ps 85,9).

Las Escrituras enseñan que tenemos el deber de recordar al mundo que este Dios vive, aunque en ocasiones nos resulte difícil comprender sus caminos misteriosos e inescrutables. Él se reveló a sí mismo y sigue actuando en la historia humana. Sólo él gobierna el mundo con justicia y juzga las naciones con rectitud (cf. Ps 9,9).

Al contemplar los rostros reflejados en el estanque silencioso de este memorial, no podemos menos de recordar que cada uno de ellos tiene un nombre. Sólo puedo imaginar la alegre expectativa de sus padres, mientras esperaban con ansia el nacimiento de sus hijos. ¿Qué nombre le pondremos a este hijo? ¿Qué será de él o de ella? ¿Quién hubiera podido imaginar que serían condenados a un destino tan deplorable?

Mientras estamos aquí, en silencio, su grito sigue resonando en nuestro corazón. Es un grito que se eleva contra todo acto de injusticia y de violencia. Es una condena perenne de todo derramamiento de sangre inocente. Es el grito de Abel, que se eleva desde la tierra hacia el Omnipotente. Al profesar nuestra inquebrantable confianza en Dios, damos voz a ese grito con las palabras del libro de las Lamentaciones, lleno de significado tanto para judíos como para cristianos.

«El amor del Señor no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura; cada mañana se renuevan: grande es tu lealtad. Mi porción es el Señor, dice mi alma, por eso en él espero. Bueno es el Señor con el que en él espera, con el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,22-26).

Queridos amigos, estoy profundamente agradecido tanto a Dios como a vosotros por la oportunidad de estar aquí, en silencio: un silencio para recordar, un silencio para orar, un silencio para esperar.


ENCUENTRO CON LAS ORGANIZACIONES PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


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Auditorio del Notre Dame of Jerusalem Center - Jerusalén

Lunes 11 de mayo de 2009



Queridos hermanos en el episcopado;
distinguidos líderes religiosos;
queridos amigos:

Para mí es motivo de gran alegría encontrarme con vosotros esta tarde. Deseo agradecer a Su Beatitud el patriarca Fouad Twal las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Correspondo a los afectuosos sentimientos expresados y os saludo cordialmente a todos vosotros y a los miembros de los grupos y organización que representáis.

"El Señor dijo a Abram: "Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que yo te mostraré". Marchó, pues, Abram (...), tomando a Sara, su mujer" (cf. Gn 12,1-5). La irrupción de la llamada de Dios, que marca el inicio de la historia de nuestras tradiciones religiosas, se escuchó en medio de la vida ordinaria de un hombre. Y la historia que de ahí derivó no se plasmó en el aislamiento, sino a través del encuentro con las culturas egipcia, hitita, sumeria, babilónica, persa y griega.

La fe siempre se vive dentro de una cultura. La historia de la religión nos muestra que una comunidad de creyentes avanza por grados de fidelidad a Dios, tomando de la cultura que encuentra y plasmándola. Esta misma dinámica se realiza en cada uno de los creyentes de las tres grandes tradiciones monoteístas: en sintonía con la voz de Dios, como Abraham, respondemos a su llamada y partimos buscando el cumplimiento de sus promesas, esforzándonos por obedecer su voluntad, trazando un sendero en nuestra cultura particular.

Hoy, alrededor de cuatro mil años después de Abraham, el encuentro de religiones con la cultura no se realiza meramente en un plano geográfico. Algunos aspectos de la globalización, y en particular el mundo de internet, han creado una amplia cultura virtual, cuyo valor es tan variado como sus innumerables manifestaciones. No cabe duda de que es mucho lo que se ha logrado para crear un sentido de cercanía y de unidad dentro de la familia humana universal. Sin embargo, al mismo tiempo, la cantidad ilimitada de portales a través de los cuales las personas tienen fácil acceso a fuentes indiscriminadas de información puede convertirse fácilmente en instrumento de creciente fragmentación: la unidad del conocimiento se fragmenta y a veces no se aplican o se descuidan las complejas habilidades de crítica, discernimiento y discriminación aprendidas de las tradiciones académicas y éticas.

La pregunta que surge entonces espontáneamente es: ¿qué contribución da la religión a las culturas del mundo para contrarrestar los efectos negativos de una globalización tan rápida? Mientras muchos se dedican a señalar las diferencias notorias que existen entre las religiones, nosotros, como creyentes o personas religiosas, tenemos el desafío de proclamar con claridad lo que tenemos en común.

El primer paso de Abraham en la fe, y nuestros pasos hacia —o desde— la sinagoga, la iglesia, la mezquita o el templo, recorren el sendero de nuestra historia humana avanzando —podríamos decir— hacia la Jerusalén eterna (cf. Ap 21,23). Asimismo, cada cultura, con su capacidad propia de dar y recibir, da expresión a la única naturaleza humana. Sin embargo, lo que es propio del individuo nunca se expresa plenamente a través de su cultura, sino que lo trasciende en la búsqueda constante de algo que está más allá.

116 Desde esta perspectiva, queridos amigos, vemos la posibilidad de una unidad que no depende de la uniformidad. Aunque las diferencias que analizamos en el diálogo interreligioso a veces pueden parecer barreras, no deben oscurecer el sentido común de temor reverencial y de respeto por lo universal, por lo absoluto y por la verdad, que impulsa a las personas religiosas ante todo a entablar relaciones unas con otras. En efecto, es común la convicción de que estas realidades trascendentes tienen su fuente —y llevan sus huellas— en el Omnipotente, que los creyentes ponen ante los demás, ante nuestras organizaciones, nuestra sociedad y nuestro mundo. De este modo, no sólo enriquecemos la cultura, sino también la modelamos: las vidas de fidelidad religiosa reflejan la irruptora presencia de Dios y así forman una cultura no definida por límites del tiempo o de lugar, sino fundamentalmente plasmada por los principios y las acciones que provienen de la fe.

La fe religiosa presupone la verdad. El que cree busca la verdad y vive según ella. Aunque el medio por el cual comprendemos el descubrimiento y la comunicación de la verdad en parte es diferente de religión a religión, no debemos desalentarnos en nuestros esfuerzos por dar testimonio de la fuerza de la verdad. Juntos podemos proclamar que Dios existe y puede ser conocido, que la tierra es creación suya, que nosotros somos sus criaturas, y que él llama a cada hombre y a cada mujer a un estilo de vida que respete su plan para el mundo.

Amigos, si creemos tener un criterio de juicio y de discernimiento divino en su origen y destinado a toda la humanidad, entonces no podemos cansarnos de procurar que ese conocimiento influya en la vida civil. La verdad debe ser ofrecida a todos; está destinada a todos los miembros de la sociedad. Arroja luz sobre los fundamentos de la moralidad y de la ética, e infunde en la razón la fuerza para superar sus propios límites a fin de dar expresión a nuestras aspiraciones comunes más profundas. Lejos de amenazar la tolerancia de las diferencias o la pluralidad cultural, la verdad posibilita el consenso, hace que el debate público se mantenga razonable, honrado y justificable, y abre el camino a la paz. Promoviendo el deseo de obedecer a la verdad, de hecho ensancha nuestro concepto de razón y su ámbito de aplicación, y hace posible el diálogo genuino de las culturas y las religiones, tan urgentemente necesario hoy.

Cada uno de los que estamos aquí presentes sabe también que hoy la voz de Dios se escucha menos claramente, y que la razón misma se ha hecho sorda a lo divino en numerosas situaciones. Con todo, ese "vacío" no es un vacío de silencio; es el ruido de pretensiones egoístas, de promesas vacías y de falsas esperanzas, que con tanta frecuencia invaden el espacio mismo en el que Dios nos busca. Entonces ¿podemos crear espacios, oasis de paz y de reflexión profunda, en los que se pueda volver a escuchar la voz de Dios, en los que su verdad se pueda descubrir dentro de la universalidad de la razón, en los que cada individuo, independientemente del lugar donde habita, de su grupo étnico, de su afiliación política o de su fe religiosa, pueda ser respetado como persona, como ser humano, como un semejante?

En una época de acceso inmediato a la información y de tendencias sociales que generan una especie de cultura uniforme, una reflexión profunda que contraste el alejamiento de la presencia de Dios fortalecerá la razón, estimulará el genio creativo, facilitará la valoración crítica de las costumbres culturales y sostendrá el valor universal de la fe religiosa.

Estimados amigos, las instituciones y grupos que representáis están comprometidos en el diálogo interreligioso y en la promoción de iniciativas culturales en una vasta gama de niveles. Desde instituciones académicas —y aquí quiero mencionar en particular las excepcionales conquistas de la Universidad de Belén— hasta grupos de padres con dificultades, desde iniciativas de música y artes hasta el ejemplo valiente de madres y padres ordinarios, desde grupos de diálogo formal hasta organizaciones caritativas, demostráis diariamente vuestra convicción de que nuestro deber ante Dios no sólo se expresa en el culto, sino también en el amor y en la solicitud por la sociedad, por la cultura, por nuestro mundo y por todos los que viven en esta tierra.

Algunos quisieran hacernos creer que nuestras diferencias son necesariamente causa de división y que, por tanto, al máximo habría que tolerarlas. Otros, incluso, sostienen que nuestras voces simplemente deben silenciarse. Pero nosotros sabemos que nuestras diferencias nunca deben presentarse indebidamente como una fuente inevitable de fricción o de tensión sea entre nosotros sea, en un ámbito más amplio, en la sociedad.

Por el contrario, ofrecen a personas de diversas religiones una espléndida oportunidad para convivir en profundo respeto, estima y aprecio, animándose unos a otros por los caminos de Dios. Ojalá que, impulsados por el Omnipotente e iluminados por su verdad, sigáis caminando con valentía, respetando todo lo que nos diferencia y promoviendo todo lo que nos une como criaturas bendecidas con el deseo de llevar esperanza a nuestras comunidades y al mundo.

Que Dios nos guíe por este camino.


VISITA DE CORTESÍA AL GRAN MUFTÍ

Explanada de las mezquitas - Jerusalén

Martes 12 de mayo de 2009



117 Queridos amigos musulmanes:

As-salámu 'aláikum! ¡Paz a vosotros!

Agradezco cordialmente al gran muftí, Mohammed Ahmad Hussein, así como al director del Waqf islámico de Jerusalén, el jeque Mohammed Azzam al-Khatib al-Tamimi, y al jefe del Awquaf Council, el jeque Abdel Azim Salhab, las palabras de bienvenida que me han dirigido en vuestro nombre. Me siento profundamente agradecido por la invitación a visitar este lugar sagrado y de buen grado presento mis respetos a vosotros y a los líderes de la comunidad islámica de Jerusalén.

La Cúpula de la Roca lleva nuestro corazón y nuestra mente a reflexionar sobre el misterio de la creación y la fe de Abraham. Aquí se cruzan los caminos de las tres grandes religiones monoteístas del mundo, recordándonos lo que tienen en común. Cada una de ellas cree en un solo Dios, creador y señor de todo; cada una reconoce a Abraham como su primer padre, un hombre de fe, a quien Dios bendijo de modo especial; cada una ha tenido numerosos seguidores a lo largo de los siglos y ha inspirado un rico patrimonio espiritual, intelectual y cultural. En un mundo tristemente desgarrado por divisiones, este lugar sagrado sirve como estímulo y también desafía a hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar para superar los malentendidos y los conflictos del pasado y emprender la senda de un diálogo sincero encaminado a construir un mundo de justicia y paz para las futuras generaciones.

Dado que las enseñanzas de las tradiciones religiosas afectan, en última instancia, a la realidad de Dios, al sentido de la vida y al destino común de la humanidad, es decir, a todo lo más sagrado y querido para nosotros, puede asaltarnos la tentación de participar en este diálogo con reticencia o escepticismo sobre sus posibilidades de éxito. Sin embargo, podemos comenzar con la convicción de que el único Dios es la fuente infinita de la justicia y de la misericordia, ya que en él las dos existen en perfecta unidad. Los que confiesan su nombre tienen la tarea de luchar sin descanso por la justicia mientras imitan su perdón, pues ambos están intrínsecamente orientados a la convivencia pacífica y armoniosa de la familia humana.

Por esta razón, es fundamental que los que adoran al único Dios muestren que están arraigados y buscan la unidad de toda la familia humana. En otras palabras, la fidelidad al único Dios, el Creador, el Altísimo, lleva a reconocer que los seres humanos están fundamentalmente interrelacionados, ya que todos deben su existencia a una única fuente y están ordenados hacia un objetivo común. Impresos con la indeleble imagen de lo divino, están llamados a desempeñar un papel activo en la reparación de las divisiones y en la promoción de la solidaridad humana.

Esto supone una gran responsabilidad para nosotros. Los que veneramos al único Dios creemos que él pedirá cuentas a los seres humanos por sus acciones. Los cristianos afirmamos que los dones divinos de la razón y la libertad se encuentran en la base de esa responsabilidad. La razón abre la mente para entender la naturaleza y el destino común de la familia humana, mientras que la libertad lleva al corazón a aceptar al otro y a servirle con caridad. Así, el amor indiviso al único Dios y la caridad hacia el prójimo se convierten en el eje alrededor del cual gira todo lo demás. Por esta razón trabajamos incansablemente para proteger los corazones humanos del odio, la ira o la venganza.

Queridos amigos, he venido a Jerusalén en una peregrinación de fe. Agradezco a Dios esta ocasión de encontrarme con vosotros como Obispo de Roma y Sucesor del apóstol san Pedro, pero también como hijo de Abraham, en quien "son bendecidas todas las familias de la tierra" (
Gn 12,3 cf. Rm 4,16-17). Os aseguro que la Iglesia tiene el ardiente deseo de cooperar para el bienestar de la familia humana. Cree firmemente que el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham es universal, pues abarca a todos los hombres y mujeres, independientemente de su procedencia o condición social.

Mientras musulmanes y cristianos promueven el diálogo respetuoso que ya han comenzado, rezo para que examinen cómo la unicidad de Dios está indisolublemente vinculada a la unidad de la familia humana. Realizando su plan de amor para la creación, estudiando la ley inscrita en el cosmos y en el corazón humano y reflexionando en el misterioso don de la auto-revelación de Dios, todos sus seguidores podrán seguir manteniendo su mirada fija en su bondad absoluta, sin perder nunca de vista la forma en que se refleja en los rostros de los demás.

Con estos pensamientos, pido humildemente al Todopoderoso que os conceda la paz y bendiga a toda la amada población de esta región. Esforcémonos por vivir en espíritu de armonía y cooperación, dando testimonio del único Dios mediante el servicio generoso de unos a otros. ¡Gracias!


ORACIÓN DEL PAPA BENEDETTO XVI EN EL MURO OCCIDENTAL DE JERUSALÉN

Martes 12 de mayo de 2009



118 Dios de todos los tiempos,
en mi visita a Jerusalén,
la "ciudad de la paz",
casa espiritual para judíos,
cristianos y musulmanes,
te presento las alegrías,
las esperanzas y las aspiraciones,
las pruebas, los sufrimientos
y las penas de tu pueblo
esparcido por el mundo.

Dios de Abraham,
119 de Isaac y de Jacob,
escucha el grito de los afligidos,
los atemorizados
y los despojados;
derrama tu paz
sobre esta Tierra Santa,
sobre Oriente Medio,
sobre toda la familia humana;
despierta el corazón
de todos los que invocan
tu nombre,
120 para caminar humildemente
por la senda de la justicia
y la compasión.

"Bueno es el Señor
con el que en él espera,
con el alma que lo busca"
(
Lm 3,25).



VISITA DE CORTESÍA A LOS DOS GRANDES RABINOS DE JERUSALÉN

Centro Hechal Shlomo - Jerusalén

Martes 12 de mayo de 2009

Distinguidos rabinos;
queridos amigos:

121 Agradezco la invitación a visitar Hechal Shlomo y encontrarme con vosotros durante mi viaje a Tierra Santa como Obispo de Roma. Doy las gracias al rabino sefardí Shlomo Amar y al rabino askenazí Yona Metzger por sus cordiales palabras de bienvenida y por el deseo que han expresado de seguir fortaleciendo los vínculos de amistad que la Iglesia católica y el Gran Rabinado se han esforzado diligentemente por forjar en las últimas décadas. Vuestras visitas al Vaticano en 2003 y 2005 son un signo de la buena voluntad que caracteriza el desarrollo de nuestras relaciones.

Distinguidos rabinos, correspondo expresando mi respeto y estima por vosotros y por vuestras comunidades. Os garantizo mi deseo de profundizar el entendimiento mutuo y la cooperación entre la Santa Sede, el Gran Rabinado de Israel y el pueblo judío en todo el mundo.

Desde el inicio de mi pontificado ha sido para mí un gran motivo de satisfacción el fruto producido por el diálogo que tiene lugar entre la delegación de la comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con los judíos y la delegación del Gran Rabinado de Israel para las relaciones con la Iglesia católica. Deseo agradecer a los miembros de ambas delegaciones su dedicación y su duro trabajo para realizar esta iniciativa, tan ardientemente deseada por mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, como él mismo afirmó durante el gran jubileo del año 2000.

Nuestro encuentro de hoy es una ocasión muy apropiada para agradecer al Omnipotente las numerosas bendiciones que han acompañado el diálogo mantenido por la comisión bilateral, y para mirar con esperanza a sus futuras sesiones. La buena voluntad de los delegados para discutir abierta y pacientemente no sólo los puntos de acuerdo, sino también los puntos de divergencia, ha allanado el camino para lograr una colaboración más efectiva en la vida pública. Tanto los judíos como los cristianos están interesados en garantizar el respeto del carácter sagrado de la vida humana, el lugar central de la familia, la buena educación de los jóvenes y la libertad de religión y de conciencia para una sociedad sana. Estos temas de diálogo no representan más que la fase inicial de lo que esperamos sea un firme y progresivo camino hacia un mejor entendimiento recíproco.

Nuestra preocupación común frente al relativismo moral y a las ofensas que produce contra la dignidad de la persona humana ya constituye una indicación clara de las posibilidades de esta serie de encuentros. Al afrontar las cuestiones éticas más urgentes de nuestro tiempo, nuestras dos comunidades se encuentran ante el desafío de comprometer a las personas de buena voluntad en el nivel de la razón, presentando al mismo tiempo los fundamentos religiosos que sostienen de la mejor manera los valores morales perennes. Es de desear que el diálogo iniciado siga generando ideas sobre cómo cristianos y judíos pueden colaborar para elevar el aprecio de la sociedad por la contribución característica de nuestras tradiciones religiosas y éticas. Aquí, en Israel, los cristianos, al constituir solamente una pequeña parte de la población total, valoran de modo particular las oportunidades de diálogo con sus vecinos judíos.

La confianza es, sin duda, un elemento esencial de un diálogo efectivo. Hoy tengo la oportunidad de repetir que la Iglesia católica está irrevocablemente comprometida en el camino escogido durante el concilio Vaticano II con vistas a una auténtica y duradera reconciliación entre cristianos y judíos. Como aclaró la declaración Nostra aetate, la Iglesia sigue valorando el patrimonio espiritual común de cristianos y judíos, y desea un entendimiento mutuo cada vez más profundo y un respeto a través de los estudios bíblicos y teológicos, así como a través de diálogos fraternos. Que los siete encuentros de la comisión bilateral que ya han tenido lugar entre la Santa Sede y el Gran Rabinado sean una prueba de ello. Expreso mi agradecimiento por vuestra afirmación recíproca de que la relación entre la Iglesia católica y el Gran Rabinado seguirá creciendo en el respeto y el entendimiento en el futuro.

Amigos míos, expreso una vez más mi profundo aprecio por la bienvenida que me habéis brindado hoy. Confío en que nuestra amistad siga sirviendo de ejemplo de confianza en el diálogo para los judíos y cristianos de todo el mundo. Viendo los resultados alcanzados hasta ahora e inspirándonos en las Sagradas Escrituras, podemos esperar con confianza en una cooperación cada vez más intensa entre nuestras comunidades, junto con todas las personas de buena voluntad, para condenar el odio y la opresión en todo el mundo. Pido a Dios, que escruta nuestros corazones y conoce nuestros pensamientos (cf.
Ps 139,23), que siga iluminándonos con su sabiduría, a fin de que cumplamos sus mandamientos de amarlo a él con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (cf. Dt 6,5) y de amar al prójimo como a nosotros mismos (cf. Lv 19,18). Muchas gracias.



BREVE VISITA A LA CONCATEDRAL LATINA

Jerusalén

Martes 12 de mayo de 2009



Beatitud, le agradezco sus palabras de bienvenida. También doy las gracias al patriarca emérito y les expreso a ambos mis mejores deseos fraternos y les aseguro mis oraciones.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, con alegría me encuentro con vosotros en esta concatedral, donde la comunidad cristiana de Jerusalén sigue reuniéndose como lo ha hecho durante siglos, desde los primeros días de la Iglesia. Aquí, en esta ciudad, Pedro fue el primero en predicar la buena nueva de Jesucristo el día de Pentecostés, cuando cerca de tres mil personas se unieron al número de los discípulos. También aquí los primeros cristianos "acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Ac 2,42). Desde Jerusalén el Evangelio se difundió "por toda la tierra... hasta los confines del mundo" (cf. Ps 19,4), y en todo tiempo el compromiso misionero de la Iglesia ha sido sostenido por las oraciones de los fieles, reunidos en torno al altar del Señor, para invocar la poderosa fuerza del Espíritu Santo sobre la obra de la predicación.

122 Lo que sostiene la obra de evangelización son sobre todo las oraciones de quienes, como decía santa Teresa de Lisieux, tienen la vocación de ser "el amor profundo en el corazón de la Iglesia" (Carta a la hermana María del Sagrado Corazón). Deseo expresar mi particular aprecio por el apostolado oculto de las personas de vida contemplativa que están aquí presentes y agradecerles su generosa entrega a una vida de oración y abnegación. Agradezco en particular las oraciones que ofrecéis por mi ministerio universal y os pido que sigáis encomendando al Señor mi servicio al pueblo de Dios en todo el mundo. Con palabras del salmista, también os pido: "Orad por la paz de Jerusalén" (Ps 122,6), orad continuamente por el fin del conflicto que ha causado tanto sufrimiento a los pueblos de esta tierra. Y ahora os imparto mi bendición.



CEREMONIA DE BIENVENIDA EN LOS TERRITORIOS PALESTINOS

Plaza del Palacio Presidencial - Belén

Miércoles 13 de mayo de 2009



Señor presidente;
queridos amigos:

Os saludo a todos de corazón y agradezco vivamente al señor presidente, Mahmoud Abbas, sus palabras de bienvenida. Mi peregrinación a la tierra de la Biblia no sería completa sin una visita a Belén, la ciudad de David y lugar del nacimiento de Jesucristo. No podría haber venido a Tierra Santa sin aceptar la cordial invitación del presidente Abbas a visitar estos Territorios y saludar al pueblo palestino. Conozco lo mucho que habéis sufrido y seguís sufriendo a causa de las agitaciones que han afligido a esta tierra durante décadas.

Mi corazón está con las familias que se han quedado sin hogar. Esta tarde, visitaré el campo de refugiados de Aida, para expresar mi solidaridad con la gente que ha perdido tanto. A aquellos de vosotros que lloráis la pérdida de familiares y seres queridos en las hostilidades, particularmente en el reciente conflicto de Gaza, os aseguro mi más profunda compasión y mi recuerdo frecuente en la oración. De hecho, os tengo presentes a todos en mis oraciones diarias y pido ardientemente al Todopoderoso por la paz, una paz justa y duradera, en los Territorios palestinos y en toda la región.

Señor presidente, la Santa Sede apoya el derecho de su pueblo a una patria palestina soberana en la tierra de vuestros antepasados, segura y en paz con sus vecinos, dentro de unas fronteras reconocidas internacionalmente. Aunque en la actualidad ese objetivo parece lejos de realizarse, le insto a usted y a todo su pueblo a mantener viva la llama de la esperanza, esperanza en que pueda descubrirse un camino de encuentro entre las legítimas aspiraciones, tanto de los israelíes como de los palestinos, a la paz y la estabilidad. Como dijo el Papa Juan Pablo II, no puede haber "paz sin justicia ni justicia sin perdón" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002). Imploro a todas las partes implicadas en este largo conflicto que aparten todo rencor y división que puedan quedar todavía en el camino de la reconciliación, para llegar a todos por igual con generosidad y compasión, y sin discriminación.

Una convivencia justa y pacífica entre las poblaciones de Oriente Medio sólo puede lograrse con espíritu de cooperación y respeto mutuo, en el que se reconozcan y respeten los derechos y la dignidad de todos. Os pido a todos vosotros y pido a vuestros líderes que asuman un compromiso renovado de trabajar por estos objetivos. En particular, pido a la comunidad internacional que utilice su influencia a favor de una solución. Creo y confío en que, a través de un diálogo honrado y perseverante, respetando plenamente las exigencias de la justicia, se podrá conseguir de verdad una paz duradera en estas tierras.

Espero ardientemente que los graves problemas que afectan a la seguridad en Israel y en los Territorios palestinos se suavicen pronto lo suficiente como para permitir una mayor libertad de movimiento, especialmente por lo que se refiere a los contactos entre familiares y al acceso a los santos lugares. Los palestinos, como cualquier otro pueblo, tienen un derecho natural a casarse, a formar una familia y a acceder al trabajo, a la educación y a la asistencia médica. Rezo también para que, con la ayuda de la comunidad internacional, el trabajo de reconstrucción pueda realizarse rápidamente donde casas, escuelas u hospitales han quedado dañados o destruidos, especialmente durante el reciente conflicto de Gaza. Esto es esencial para que la población de esta tierra pueda vivir en condiciones que favorezcan la paz duradera y la prosperidad. Una infraestructura estable ofrecerá a vuestros jóvenes mejores oportunidades para adquirir valiosas especializaciones y obtener empleos remunerados, capacitándolos para dar su aportación en la construcción de la vida de vuestras comunidades.

A los numerosos jóvenes presentes hoy en los Territorios palestinos hago este llamamiento: no permitáis que la pérdida de vidas humanas y la destrucción de las que habéis sido testigos despierten resentimiento o amargura en vuestro corazón. Tened la valentía de resistir a cualquier tentación que sintáis de recurrir a actos de violencia o terrorismo. Por el contrario, que lo que habéis experimentado renueve vuestra determinación de construir la paz. Llenaos del profundo deseo de dar una contribución duradera al futuro de Palestina, para que pueda ocupar el lugar que le corresponde en el escenario mundial. Que os impulsen los sentimientos de compasión hacia todos los que sufren, el celo por la reconciliación, y una firme confianza en la posibilidad de un futuro más luminoso.

123 Señor presidente; queridos amigos reunidos aquí en Belén, invoco sobre todo el pueblo palestino la bendición y la protección de nuestro Padre celestial, y rezo fervientemente para que se haga realidad el canto que los ángeles cantaron en este lugar: "Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad".

Muchas gracias. Y que Dios esté con vosotros.


VISITA AL CÁRITAS BABY HOSPITAL

Belén

Miércoles 13 de mayo de 2009



Queridos amigos:

Os saludo afectuosamente en nombre de nuestro Señor Jesucristo, "que murió, más aún, resucitó, está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (cf. Rm 8,34). Que vuestra fe en su resurrección y en su promesa de vida nueva mediante el Bautismo colme vuestro corazón de alegría en este tiempo pascual.

Agradezco las cordiales palabras de saludo que me han dirigido en vuestro nombre el padre Michael Schweiger, presidente de la Asociación Kinderhilfe; el señor Ernesto Langensand, que está concluyendo su período de jefe de administración del Hospital infantil de Cáritas; y la madre Erika Nobs, superiora de esta comunidad local de las religiosas Franciscanas Isabelinas de Padua.


ambién saludo cordialmente al arzobispo Robert Zollitsch y al obispo Kurt Koch, representantes respectivamente de las Conferencias episcopales de Alemania y Suiza, que han hecho progresar la misión del Hospital infantil de Cáritas con su generoso apoyo económico.

Dios me ha concedido esta oportunidad de expresar a los administradores, médicos, enfermeros y personal del Hospital infantil de Cáritas mi aprecio por el inestimable servicio que han prestado, y siguen prestando, desde hace más de cincuenta años a los niños de la región de Belén y de toda Palestina. El padre Ernst Schnydrig fundó este hospital con la convicción de que los niños inocentes merecen un lugar seguro donde estén protegidos de todo lo que puede hacerles daño en tiempos y lugares de conflicto. Gracias a la entrega del Children's Relief Bethlehem, esta institución ha sido un oasis tranquilo para los más vulnerables, y ha brillado como un faro de esperanza de que el amor prevalezca sobre el odio, y la paz sobre la violencia.

A los jóvenes pacientes y a los miembros de sus familias que se benefician de vuestra asistencia deseo decirles simplemente: "El Papa está con vosotros". Hoy está con vosotros en persona, pero todos los días os acompaña espiritualmente a cada uno en sus pensamientos y en sus oraciones, pidiendo al Todopoderoso que vele sobre vosotros con su amorosa solicitud.

El padre Schnydrig describió este lugar como "uno de los pequeños puentes construidos para la paz". Ahora que las camas han aumentado de catorce hasta ochenta, atendiendo a las necesidades de miles de niños cada año, ya no es un pequeño puente. Acoge a la vez a personas de diferentes orígenes, lenguas y religiones, en el nombre del reino de Dios, el reino de la paz (cf. Rm 14,17). De corazón os animo a perseverar en vuestra misión de manifestar caridad a todos los enfermos, a los pobres y a los débiles.


Discursos 2009 113