Discursos 2010 98

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Viernes 25 de junio de 2010



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

Os acojo con alegría para la sesión de verano de la Reunión de las Obras de ayuda a las Iglesias orientales y agradezco de corazón al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, el saludo que me ha dirigido. Le correspondo con mi saludo, acompañado por el recuerdo al Señor, y lo extiendo al arzobispo secretario, al subsecretario y a los colaboradores del dicasterio. Asimismo, saludo cordialmente al representante pontificio en Jerusalén, en Israel y en Palestina, al arzobispo maronita de Chipre y al padre custodio de Tierra Santa, aquí presentes junto a los representantes de las Agencias católicas internacionales y de la Universidad de Belén. Expreso a todos mi gratitud y la de toda la Iglesia, en particular de los pastores y de los fieles orientales y latinos de los territorios encomendados a la Congregación oriental y de cuantos han emigrado de la madre patria.

Todos deseamos a Tierra Santa, a Irak y a Oriente Medio el don de una paz estable y de una convivencia sólida, que nacen del respeto de los derechos de la persona, de las familias, de las comunidades y de los pueblos, y de la superación de toda discriminación religiosa, cultural o social. Confío a Dios, pero también a vosotros, el llamamiento que lancé en Chipre en favor del Oriente cristiano. Como instrumentos de la caridad eclesial, colaborad cada vez más en la edificación de la justicia en la libertad y en la paz.

Aliento a los hermanos y hermanas que comparten en Oriente el don inestimable del Bautismo a que perseveren en la fe y, a pesar de los numerosos sacrificios, permanezcan en la tierra donde nacieron. Al mismo tiempo, exhorto a los emigrantes orientales a no olvidar sus orígenes, especialmente religiosos. Su fidelidad y su coherencia humanas y cristianas dependen de ello. Deseo rendir un homenaje especial a los cristianos que sufren la violencia a causa del Evangelio, y los encomiendo al Señor. Cuento siempre con los responsables de las naciones a fin de que garanticen de manera real, sin distinción y en todas partes, la profesión pública y comunitaria de las convicciones religiosas de cada persona.

El año pasado, en esta ocasión y con motivo del Año sacerdotal, pedí que se dedicara especial atención a los ministros de Cristo y de la Iglesia. Se produjeron frutos abundantes de santificación no sólo para los sacerdotes sino también para todo el pueblo de Dios. Supliquemos al Espíritu Santo que confirme estos signos de la benevolencia divina mediante el don de vocaciones, que la comunidad eclesial tanto necesita, en Occidente y en Oriente.

Me alegra constatar que las Iglesias orientales católicas han colaborado con celo para el logro de los objetivos del Año sacerdotal y han querido sostener las obras de ayuda de la ROACO también en este ámbito. No habéis considerado sólo la formación de los candidatos al orden sagrado, que es una prioridad constante, sino también las exigencias del clero activo en la pastoral, como por ejemplo una profundización espiritual y cultural y ayudas a los sacerdotes, sobre todo en la difícil, pero al mismo tiempo fecunda, etapa de la enfermedad y la vejez. De ese modo, contribuís a irradiar en la Iglesia y en la sociedad actual el don precioso e indispensable del servicio sacerdotal. En el mundo antiguo Oriente era sede de grandes escuelas de espiritualidad sacerdotal. La Iglesia de Antioquía, por citar un ejemplo, dio santos excepcionales: sacerdotes sumamente cultos, que en primera línea no se pusieron a sí mismos, sino a Cristo y a los Apóstoles. Se dedicaron totalmente al anuncio de la Palabra y a la celebración de los misterios divinos. Estaban en condiciones de conmover profundamente la conciencia de las personas y de llegar a donde con medios meramente humanos no se habría podido llegar.

Queridos amigos, con vuestro compromiso contribuís sobre todo a que los sacerdotes de las Iglesias orientales en nuestro tiempo puedan ser eco de esta herencia espiritual. A la red de instituciones escolares y sociales, que es justamente una instancia vuestra, esto dará un fuerte impulso siempre que desemboque en una perspectiva pastoral firme. Cuando en su servicio los sacerdotes se guían por motivos realmente espirituales, también los laicos se ven fortalecidos en su compromiso de ocuparse de las cosas temporales según la propia vocación cristiana.

Ahora tenemos la tarea común de preparar la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos. Doy gracias a Dios por esta iniciativa, que ya está dando buenos frutos de «comunión y testimonio» para los cuales se convocó inicialmente el Sínodo. El año pasado en Castelgandolfo tuve el placer de anunciar esta Asamblea sinodal durante un encuentro de oración y reflexión fraterna con los patriarcas y los arzobispos mayores de las Iglesias orientales. Durante mi reciente visita a Chipre, que recuerdo con mucha gratitud a Dios y a quienes me acogieron, entregué el Instrumentum laboris de esta Asamblea especial a los representantes del Episcopado de Oriente Medio. Me alegra la amplia cooperación que hasta ahora han ofrecido las Iglesias orientales y el trabajo que desde el principio ha realizado y sigue realizando la ROACO para este acontecimiento histórico. Este esfuerzo conjunto dará resultados fecundos gracias a la presencia de algunos de vuestros representantes en esa asamblea episcopal y a la relación constante con la Congregación para las Iglesias orientales.

99 Queridos amigos, os pido que contribuyáis con vuestras obras a mantener viva la «esperanza que no falla» entre los cristianos de Oriente (Rm 5,5 cf. Instrumentum laboris, Conclusiones). En el «pequeño rebaño» (Lc 12,32) que forman estos cristianos ya es operante el futuro de Dios y el Evangelio describe el «camino estrecho» que están recorriendo como «camino que lleva a la vida» (Mt 7,13-14). Quisiéramos estar siempre a su lado. Confiando en la intercesión de la santísima Madre de Dios y de los apóstoles san Pedro y san Pablo, encomiendo al Señor a los benefactores, los amigos y los colaboradores vivos y difuntos, vinculados de distintos modos a la ROACO, con un recuerdo especial para monseñor Padovese, recientemente desaparecido, mientras imparto a cada uno de vosotros, a los miembros de las Agencias internacionales y a quienes las sostienen, al igual que a todas las amadas Iglesias orientales católicas, la confortadora bendición apostólica.





A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA

Lunes 28 de junio de 2010



Queridos hermanos en Cristo:

«Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre» (Col 1,2). Con gran alegría y afecto sincero os acojo en el Señor en esta ciudad de Roma, con ocasión de la celebración anual del martirio de san Pedro y san Pablo. Su fiesta, que la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas celebran el mismo día, es una de las más antiguas del año litúrgico, y constituye el testimonio de una época en que nuestras comunidades vivían en plena comunión unas con otras. Vuestra presencia aquí hoy, por la cual estoy profundamente agradecido al Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, y al Santo Sínodo del Patriarcado ecuménico, embarga de gran alegría el corazón de todos nosotros.

Doy gracias al Señor de que las relaciones entre nosotros se caracterizan por sentimientos de confianza mutua, de estima y fraternidad, como lo han atestiguado ampliamente las numerosas reuniones que ya han tenido lugar en el transcurso de este año.

Todo esto da motivos para esperar que el diálogo católico-ortodoxo también seguirá progresando de forma significativa. Su eminencia es consciente de que la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, de la cual usted es co-secretario, se encuentra en un punto crucial, después de haber comenzado a debatir, el pasado mes de octubre en Pafos, sobre «El papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio». Con todo nuestro corazón suplicamos que, iluminados por el Espíritu Santo, los miembros de la Comisión continúen por este camino durante la próxima reunión plenaria que se celebrará en Viena, y dediquen el tiempo necesario para estudiar a fondo esta cuestión tan delicada e importante. Para mí es un signo alentador que el Patriarca ecuménico Bartolomé I y el Santo Sínodo de Constantinopla compartan nuestra firme convicción de la importancia de este diálogo, como Su Santidad dijo tan claramente en la carta encíclica patriarcal y sinodal con ocasión del domingo de la Ortodoxia, el 21 de febrero de 2010.

Estoy seguro de que en la próxima Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos, que he convocado para el mes de octubre aquí, en Roma, se volverá a prestar gran atención al tema de la cooperación ecuménica entre los cristianos de esta región. De hecho, se pone de relieve en el Instrumentum laboris, que entregué a los obispos católicos de Oriente Medio durante mi reciente visita a Chipre, donde fui recibido con gran afecto fraterno por Su Beatitud Crisóstomos II, arzobispo de Nueva Justiniana y de todo Chipre. Las dificultades que los cristianos de Oriente Medio están experimentando son en gran medida comunes a todos: vivir como una minoría, y el anhelo de una auténtica libertad religiosa y de paz. Es necesario el diálogo con las comunidades musulmana y judía. En este contexto, me complacerá dar la bienvenida a la delegación fraterna que el Patriarca ecuménico enviará para participar en los trabajos de la Asamblea sinodal.

Eminencia, queridos miembros de la delegación, os doy las gracias por vuestra visita. Os pido que transmitáis mi saludo fraterno a Su Santidad Bartolomé I, al Santo Sínodo, al clero y a todos los fieles del Patriarcado ecuménico. Que el Señor, por la intercesión de los apóstoles Pedro y Pablo, nos conceda abundantes bendiciones, y nos conserve siempre en su amor.







Julio de 2010


AL SR. HABBEB MOHAMMED HADI ALI AL-SADR NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE IRAK ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 2 de julio de 2010

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Excelencia:

Me alegra darle la bienvenida al comienzo de su misión y aceptar las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Irak ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras y le pido que transmita al presidente Jalal Talabani mis saludos respetuosos y le asegure mis oraciones por la paz y el bienestar de todos los ciudadanos de su país.

El 7 de marzo de 2010 los ciudadanos iraquíes manifestaron claramente al mundo que desean ver el fin de la violencia y que han elegido el camino de la democracia, a través del cual aspiran a vivir en armonía unos con otros en una sociedad justa, pluralista e inclusiva. A pesar de los intentos de intimidación por parte de quienes no comparten esta visión, los ciudadanos mostraron gran valentía y determinación acudiendo a las urnas en gran número. Ahora hay que esperar que la formación de un nuevo Gobierno proceda rápidamente, para que se cumpla la voluntad del pueblo de un Irak más estable y unificado. Quienes han sido elegidos para la función política deberán mostrar gran valentía y determinación, a fin de satisfacer las grandes expectativas que se han depositado en ellos. Puede estar seguro de que la Santa Sede, que ha valorado siempre las excelentes relaciones diplomáticas con su país, seguirá proporcionando toda la ayuda posible para que Irak desempeñe su justo papel como nación líder en la región, contribuyendo en gran medida a la comunidad internacional. El nuevo Gobierno deberá dar prioridad a medidas destinadas a mejorar la seguridad de todos los sectores de la población, en particular de las diversas minorías. Usted ha hablado de las dificultades que afrontan los cristianos, y aprecio sus comentarios acerca de los pasos que ha dado el Gobierno para proporcionarles mayor protección. Naturalmente, la Santa Sede comparte la preocupación que usted ha expresado respecto a que los cristianos iraquíes deberían permanecer en su tierra ancestral, y que quienes se vieron obligados a emigrar pronto deberían considerar que volver es algo seguro. Desde los comienzos de la Iglesia, los cristianos han estado presentes en la tierra de Abraham, tierra que es parte del patrimonio común del judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Cabe esperar que en el futuro la sociedad iraquí se caracterice por una coexistencia pacífica, en armonía con las aspiraciones de quienes están arraigados en la fe de Abraham. Aunque los cristianos forman una pequeña minoría de la población de Irak, pueden dar una valiosa contribución a su reconstrucción y reactivación económica, mediante su apostolado en la educación y en la sanidad, al igual que su compromiso en proyectos humanitarios proporciona una asistencia muy necesaria para la construcción de la sociedad. Pero para hacer su parte, los cristianos iraquíes necesitan saber que no corren peligro si permanecen o vuelven a sus casas, y tener la garantía de que les serán restituidas sus propiedades y respetados sus derechos. Durante los últimos años se han verificado numerosos y trágicos sucesos de violencia perpetrados contra miembros inocentes de la población, tanto musulmanes como cristianos; hechos que, como usted ha puntualizado, son contrarios tanto a las enseñanzas del islam como a las del cristianismo. Este dolor común puede crear un vínculo profundo, reforzando la determinación tanto de musulmanes como de cristianos de trabajar por la paz y la reconciliación. La historia ha mostrado que algunos de los incentivos más fuertes para superar la división derivan del ejemplo de hombres y mujeres que, habiendo elegido el camino valiente del testimonio no violento de valores más elevados, han perdido la vida a causa de actos cobardes de violencia. Cuando las dificultades actuales hayan quedado relegadas al pasado, los nombres del arzobispo Paulos Faraj Rahhoh, del padre Ragheed Ganni y de muchos otros seguirán viviendo como ejemplos luminosos del amor que los impulsó a dar su vida por los demás. Ojalá que su sacrificio, y el sacrificio de muchos otros como ellos, fortalezca en el pueblo iraquí la determinación moral que se necesita para que las estructuras políticas destinadas a una mayor justicia y estabilidad logren el efecto deseado.

Usted ha hablado del compromiso de su Gobierno de respetar los derechos humanos. De hecho, es de máxima importancia para cualquier sociedad que se respete la dignidad humana de cada uno de sus ciudadanos, tanto en la ley como en la práctica; en otras palabras, que se reconozcan, garanticen y promuevan los derechos fundamentales de todos. Sólo así se puede servir verdaderamente al bien común, es decir, las condiciones sociales que permiten a la gente, tanto a los grupos como a los individuos, prosperar, alcanzar su plena realización y contribuir al bien de los demás (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 164-170). Entre los derechos que deben respetarse plenamente, si se quiere promover efectivamente el bien común, los derechos a la libertad de religión y a la libertad de culto son fundamentales, puesto que permiten a los ciudadanos vivir en conformidad con su dignidad trascendente como personas creadas a imagen de su divino Creador. Por tanto, espero —y pido por ello— que estos derechos no sólo sean incorporados en la legislación, sino que también impregnen el tejido social. Todos los iraquíes tienen un papel que desempeñar en la construcción de un ambiente justo, moral y pacífico.

Señor embajador, usted comienza su mandato en los meses que preceden a una iniciativa particular de la Santa Sede para apoyar a las Iglesias particulares en toda la región, es decir, la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de obispos. Será una ocasión importante para examinar el papel y el testimonio de los cristianos en tierras bíblicas, y también dará un impulso a la importante tarea del diálogo interreligioso, que tanto puede contribuir al objetivo de la coexistencia pacífica mediante el respeto y la estima recíproca entre los seguidores de las diferentes religiones. Espero sinceramente que Irak emerja de las experiencias difíciles del pasado decenio como un modelo de tolerancia y cooperación entre musulmanes, cristianos y otros, al servicio de las personas necesitadas.

Excelencia, ruego para que la misión diplomática que usted comienza hoy fortalezca aún más los vínculos de amistad entre la Santa Sede y su país. Le aseguro que los diversos dicasterios de la Curia romana estarán siempre dispuestos a ofrecerle ayuda y apoyo en el cumplimiento de su deber. Con mis mejores y sinceros deseos, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo de la República de Irak abundantes bendiciones divinas.




A UNA DELEGACIÓN DE PROMOTORES DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2011

Viernes 2 de julio de 2010

Eminencia,
querido hermano en el episcopado,
distinguidos señores y señoras,
amigos todos:

101 Agradezco vivamente las amables palabras que el Señor Cardenal Arzobispo de Madrid ha tenido la bondad de dirigirme en nombre del Patronato de la Fundación “Madrid vivo”, así como de todos vosotros, en este camino de preparación de la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en la capital de España en agosto del año próximo.

Son muchos los jóvenes que tienen puestos sus ojos en esa hermosa ciudad, con el gozo de poder encontrarse en ella, dentro de pocos meses, para escuchar juntos la Palabra de Cristo, siempre joven, y poder compartir la fe que los une y el deseo que tienen de construir un mundo mejor, inspirados en los valores del Evangelio.

Os invito a todos a seguir colaborando generosamente en esta bella iniciativa, que no es una simple reunión multitudinaria, sino una ocasión privilegiada para que los jóvenes de vuestro país y del mundo entero se dejen conquistar por el amor de Cristo Jesús, el Hijo de Dios y de María, el amigo fiel, el vencedor del pecado y de la muerte. Quien confía en Él, jamás queda defraudado, sino que halla la fuerza necesaria para elegir el camino justo en la vida.

A todos vosotros y a vuestras familias os recordaré fervientemente en la oración, pidiendo a Dios que bendiga los esfuerzos que estáis realizando para que la próxima Jornada Mundial de la Juventud alcance copiosos frutos. Que María Santísima os acompañe siempre con amor de Madre. Muchas gracias.





VISITA PASTORAL A SULMONA

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

Catedral de Sulmona - Domingo 4 de julio de 2010


Queridos jóvenes:

¡Ante todo quiero deciros que estoy muy contento de encontrarme con vosotros! Doy gracias a Dios por la posibilidad que me brinda de quedarme un poco con vosotros, como un padre de familia, junto a vuestro obispo y vuestros sacerdotes. ¡Os agradezco el afecto que me manifestáis con tanta calidez! Pero os doy también las gracias por lo que me habéis dicho, a través de vuestros dos «portavoces», Francesca y Cristian. Me habéis hecho preguntas con mucha franqueza y, a la vez, habéis demostrado tener puntos de apoyo, convicciones. Y esto es muy importante. Sois chicos y chicas que reflexionáis, que os hacéis preguntas y que tenéis también el sentido de la verdad y del bien. O sea, sabéis utilizar la mente y el corazón, ¡y no es poco! Es más, diría que es lo principal en este mundo: aprender a usar bien la inteligencia y la sabiduría que Dios nos ha dado. La gente de esta tierra vuestra, en el pasado, no disponía de muchos medios para estudiar ni para afirmarse en la sociedad, pero poseía lo que enriquece verdaderamente a un hombre y a una mujer: la fe y los valores morales. ¡Esto es lo que construye a las personas y la convivencia civil!

De vuestras palabras se desprenden dos aspectos fundamentales: uno positivo y otro negativo. El aspecto positivo procede de vuestra visión cristiana de la vida, una educación que evidentemente habéis recibido de vuestros padres, abuelos y otros educadores: sacerdotes, profesores, catequistas. El aspecto negativo está en las sombras que oscurecen vuestro horizonte: hay problemas concretos que dificultan contemplar el futuro con serenidad y optimismo; pero también existen falsos valores y modelos ilusorios que se os proponen y que prometen llenar al vida, cuando en cambio la vacían. Entonces, ¿qué hacer para que estas sombran no sean demasiado pesadas? Ante todo, ¡veo que sois jóvenes con buena memoria! Sí, me ha impresionado el hecho de que hayáis retomado expresiones que pronuncié en Sydney, en Australia, durante la Jornada mundial de la juventud de 2008. Y además habéis recordado que las JMJ nacieron hace 25 años. Pero sobre todo habéis demostrado que tenéis una memoria histórica propia vinculada a vuestra tierra: me habéis hablado de un personaje nacido hace ocho siglos, san Pedro Celestino V, y habéis dicho que le consideráis todavía muy actual. Veis, queridos amigos, que de esta forma tenéis, como se suele decir, «una marcha más». Sí, la memoria histórica es verdaderamente una «marcha más» en la vida, porque sin memoria no hay futuro. Una vez se decía que la historia es maestra de vida. La actual cultura consumista tiende en cambio a aplanar al hombre en el presente, a hacer que pierda el sentido del pasado, de la historia; pero actuando así le priva también de la capacidad de comprenderse a sí mismo, de percibir los problemas y de construir el mañana. Así que, queridos jóvenes, quiero deciros: el cristiano es alguien que tiene buena memoria, que ama la historia y procura conocerla.

Os doy las gracias por ello, pues me habláis de san Pedro del Morrone, Celestino V, y sois capaces de valorar su experiencia hoy, en un mundo tan distinto, pero precisamente por esto necesitado de redescubrir algunas cosas que valen siempre, que son perennes, por ejemplo la capacidad de escuchar a Dios en el silencio exterior y sobre todo interior. Hace poco me habéis preguntado: ¿cómo se puede reconocer la llamada de Dios? Pues bien, el secreto de la vocación está en la capacidad y en la alegría de distinguir, escuchar y seguir su voz. Pero para hacer esto es necesario acostumbrar a nuestro corazón a reconocer al Señor, a escucharle como a una Persona que está cerca y me ama. Como dije esta mañana, es importante aprender a vivir momentos de silencio interior en las propias jornadas para ser capaces de escuchar la voz del Señor. Estad seguros de que si uno aprende a escuchar esta voz y a seguirla con generosidad, no tiene miedo de nada, sabe y percibe que Dios está con él, con ella, que es Amigo, Padre y Hermano. En una palabra: el secreto de la vocación está en la relación con Dios, en la oración que crece justamente en el silencio interior, en la capacidad de escuchar que Dios está cerca. Y esto es verdad tanto antes de la elección, o sea, en el momento de decidir y partir, como después, si se quiere ser fiel y perseverar en el camino. San Pedro Celestino fue, antes de todo esto: un hombre de escucha, de silencio interior, un hombre de oración, un hombre de Dios. Queridos jóvenes: ¡encontrad siempre un espacio en vuestras jornadas para Dios, para escucharle y hablarle!

102 Y aquí desearía deciros una segunda cosa: la verdadera oración no es en absoluto ajena a la realidad. Si orar os alienara, os sustrajera de vuestra vida real, estad en guardia: ¡no sería verdadera oración! Al contrario: el diálogo con Dios es garantía de verdad, de verdad con uno mismo y con los demás, y así de libertad. Estar con Dios, escuchar su Palabra, en el Evangelio, en la liturgia de la Iglesia, defiende de los desaciertos del orgullo y de la presunción, de las modas y de los conformismos, y da la fuerza para ser auténticamente libres, también de ciertas tentaciones disfrazadas de cosas buenas. Me habéis preguntado: ¿cómo podemos estar «en» el mundo sin ser «del» mundo? Os respondo: precisamente gracias a la oración, al contacto personal con Dios. No se trata de multiplicar las palabras —lo decía Jesús—, sino de estar en presencia de Dios, haciendo propias, en la mente y en el corazón, las expresiones del «Padre Nuestro», que abraza todos los problemas de nuestra vida, o bien adorando la Eucaristía, meditando el Evangelio en nuestra habitación o participando con recogimiento en la liturgia. Todo esto no aparta de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ambiente, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condicionamientos del momento. Así fue para san Celestino V: supo actuar según su conciencia en obediencia a Dios, y por ello sin miedo y con gran valentía, también en los momentos difíciles, como aquellos ligados a su breve pontificado, no temiendo perder la propia dignidad, sino sabiendo que esta consiste en estar en la verdad. Y el garante de la verdad es Dios. Quien le sigue no tiene miedo ni siquiera de renunciar a sí mismo, a su propia idea, porque «quien a Dios tiene, nada le falta», como decía santa Teresa de Ávila.

Queridos amigos: La fe y la oración no resuelven los problemas, pero permiten afrontarlos con nueva luz y fuerza, de manera digna del hombre, y también de un modo más sereno y eficaz. Si contemplamos la historia de la Iglesia, veremos que es rica en figuras de santos y beatos que, precisamente partiendo de un diálogo intenso y constante con Dios, iluminados por la fe, supieron hallar soluciones creativas, siempre nuevas, para dar respuesta a necesidades humanas concretas en todos los siglos: la salud, la educación, el trabajo, etcétera. Su audacia estaba animada por el Espíritu Santo y por un amor fuerte y generoso a los hermanos, especialmente los más débiles y desfavorecidos. Queridos jóvenes: ¡Dejaos conquistar totalmente por Cristo! Entrad también vosotros, con decisión, en el camino de la santidad —que está abierto a todos—, esto es, de estar en contacto, en conformidad con Dios porque ello hará que seáis cada vez más creativos al buscar soluciones a los problemas que encontráis, y a buscarlas juntos. He aquí otro signo distintivo del cristiano: jamás es individualista. A lo mejor me diréis: pero si contemplamos, por ejemplo, a san Pedro Celestino, en la elección de la vida eremítica, ¿no se trataba tal vez de individualismo, de fuga de las responsabilidades? Cierto; esta tentación existe. Pero en las experiencias aprobadas por la Iglesia, la vida solitaria de oración y de penitencia está siempre al servicio de la comunidad, se abre a los demás, nunca se contrapone a las necesidades de la comunidad. Las ermitas y los monasterios son oasis y manantiales de vida espiritual de los que todos pueden beber. El monje no vive para sí, sino para los demás, y es por el bien de la Iglesia y de la sociedad que cultiva la vida contemplativa, para que la Iglesia y la sociedad siempre estén irrigadas de energías nuevas, de la acción del Señor. Queridos jóvenes: ¡Amad a vuestras comunidades cristianas, no tengáis miedo de comprometeros a vivir juntos la experiencia de fe! Quered mucho a la Iglesia: ¡os ha dado la fe, os ha permitido conocer a Cristo! Y quered mucho a vuestro obispo, a vuestros sacerdotes: con todas nuestras debilidades, los sacerdotes son presencias preciosas en la vida.

El joven rico del Evangelio, después de que Jesús le propuso que dejara todo y le siguiera —como sabemos—, se marchó triste porque estaba demasiado apegado a sus bienes (cf.
Mt 19,22). ¡En cambio en vosotros leo la alegría! Y también esto es un signo de que sois cristianos: de que para vosotros Jesucristo vale mucho; aunque sea exigente seguirle, vale más que cualquier otra cosa. Habéis creído que Dios es la perla preciosa que da valor a todo lo demás: a la familia, al estudio, al trabajo, al amor humano... a la vida misma. Habéis comprendido que Dios no os quita nada, sino que os da «el ciento por uno» y hace eterna vuestra vida, porque Dios es Amor infinito: el único que sacia nuestro corazón. Me gusta recordar la experiencia de san Agustín, un joven que buscó con gran dificultad, por largo tiempo, fuera de Dios, algo que saciara su sed de verdad y de felicidad. Pero al final de este camino de búsqueda comprendió que nuestro corazón no tiene paz hasta que encuentra a Dios, hasta que descansa en él (cf. Las Confesiones 1, 1). Queridos jóvenes: ¡Conservad vuestro entusiasmo, vuestra alegría, aquella que nace de haber encontrado al Señor, y sabed comunicarla también a vuestros amigos, a vuestros coetáneos! Ahora debo marcharme y tengo que deciros cuánto lamento dejaros. ¡Con vosotros siento que la Iglesia es joven! Pero regreso contento, como un padre que está tranquilo porque ha visto que sus hijos crecen y lo están haciendo bien. ¡Caminad, queridos chicos y queridas chicas! Caminad por la vía del Evangelio; amad a la Iglesia, nuestra madre; sed sencillos y puros de corazón; sed mansos y fuertes en la verdad; sed humildes y generosos. Os encomiendo a todos a vuestros santos patronos, a san Pedro Celestino y sobre todo a la Virgen María, y con gran afecto os bendigo.

Amén.





INAUGURACIÓN Y BENDICIÓN EN LOS JARDINES VATICANOS DE LA NUEVA FUENTE DEDICADA A SAN JOSÉ

Plaza del Palacio de la Gobernación

Lunes 5 de julio de 2010



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

Para mí es un motivo de alegría inaugurar esta fuente en los jardines vaticanos, en un contexto natural de singular belleza. Es un obra que va a incrementar el patrimonio artístico de este encantador espacio verde de la Ciudad del Vaticano, rico de testimonios histórico-artísticos de varias épocas. De hecho, no sólo los prados, las flores, las plantas, los árboles, sino también las torres, las casitas, los templetes, las fuentes, las estatuas y las demás construcciones hacen de estos jardines un unicum fascinante. Para mis predecesores fueron —y son también para mí— un espacio vital, un lugar que frecuento de buena gana para pasar un poco de tiempo en oración y en serena distensión.

Al dirigir a cada uno de vosotros mi cordial saludo, deseo manifestar vivo reconocimiento por este don que me habéis ofrecido, dedicándolo a san José. ¡Gracias por este detalle delicado y amable! Fue una ardua tarea, que ha contado con la colaboración de muchas personas. Doy las gracias ante todo al cardenal Giovanni Lajolo, también por las palabras que me ha dirigido y la interesante presentación de los trabajos realizados. Asimismo, doy las gracias al arzobispo Carlo María Viganò y al obispo Giorgio Corbellini, respectivamente secretario general y subsecretario general de la Gobernación. Expreso mi vivo aprecio a la Dirección de los Servicios técnicos, al proyectista y al escultor, a los asesores y al equipo de trabajo, con un pensamiento especial para los cónyuges Hintze y para el señor Castrignano, de Londres, que han financiado generosamente la obra, y para las hermanas del Monasterio de San José en Kyoto. Unas palabras de gratitud a la provincia de Trento, a los ayuntamientos y a las empresas trentinas, por su contribución.

103 Esta fuente está dedicada a san José, una figura querida y cercana para el corazón del pueblo de Dios y para mi corazón. Los seis paneles de bronce que la embellecen evocan diversos momentos de su vida. Deseo detenerme brevemente a reflexionar sobre estos. El primer panel representa las nupcias entre José y María; se trata de un episodio que reviste gran importancia. José era del linaje real de David y, en virtud de su matrimonio con María, conferirá al Hijo de la Virgen —al Hijo de Dios— el título legal de «hijo de David», cumpliendo así las profecías. Las nupcias de José y María son, por tanto, un acontecimiento humano, pero determinante en la historia de salvación de la humanidad, en la realización de las promesas de Dios; de modo que también tienen una connotación sobrenatural, que los dos protagonistas aceptan con humildad y confianza.

Muy pronto para José llega el momento de la prueba, una dura prueba para su fe. Prometido de María, antes de ir a vivir con ella, descubre su misteriosa maternidad y queda turbado. El evangelista Mateo subraya que, como era justo, no quería repudiarla y, por tanto, resolvió despedirla en secreto (cf.
Mt 1,19). Pero en sueños —como representa el segundo panel— el ángel le hizo comprender que lo que sucedía en María era obra del Espíritu Santo; y José, fiándose de Dios, accede y coopera en el plan de la salvación. Ciertamente, la intervención divina en su vida no podía no turbar su corazón. Confiarse a Dios no significa ver todo claro según nuestros criterios, no significa realizar lo que hemos proyectado; confiarse a Dios quiere decir vaciarse de sí mismos, renunciar a sí mismos, porque sólo quien acepta perderse por Dios puede ser «justo» como san José, es decir, puede conformar su propia voluntad a la de Dios y así realizarse.

El Evangelio, como sabemos, no ha conservado ninguna palabra de José, el cual desempeñó su actividad en el silencio. Es el estilo que lo caracteriza en toda su existencia, tanto antes de encontrarse frente al misterio de la acción de Dios en su esposa, como cuando —consciente de este misterio— está al lado de María en el nacimiento, representado en la tercera placa. En aquella santa noche, en Belén, con María y el Niño está José, al cual el Padre celestial ha encomendado el cuidado diario de su Hijo en la tierra, un cuidado realizado en la humildad y en el silencio.

El cuarto panel reproduce la escena dramática de la huida a Egipto para escapar de la violencia homicida de Herodes. José se ve obligado a dejar su tierra con su familia, de prisa: se trata de otro momento misterioso en su vida; otra prueba en la que se le pide plena fidelidad al designio de Dios.

Después, en los Evangelios, José aparece sólo en otro episodio, cuando se dirige a Jerusalén y vive la angustia de perder al hijo Jesús. San Lucas describe la afanosa búsqueda y la maravilla de encontrarlo en el Templo —como se ve en la quinta placa—, pero aún más el asombro de sentir las misteriosas palabras: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2,49). Estas dos preguntas del Hijo de Dios nos ayudan a entender el misterio de la paternidad de José. Recordando a sus padres el primado de aquel al que llama «mi Padre», Jesús afirma la primacía de la voluntad de Dios sobre cualquier otra voluntad, y revela a José la verdad profunda de su papel: también él está llamado a ser discípulo de Jesús, dedicando su existencia al servicio del Hijo de Dios y de la Virgen Madre, en obediencia al Padre celestial.

El sexto panel representa el trabajo de José en su taller de Nazaret. A su lado trabajó Jesús. El Hijo de Dios está escondido para los hombres y sólo María y José custodian su misterio y lo viven cada día: el Verbo encarnado crece como hombre a la sombra de sus padres, pero, al mismo tiempo, estos permanecen a su vez escondidos en Cristo, en su misterio, viviendo su vocación.

Queridos hermanos y hermanas, esta hermosa fuente dedicada a san José constituye una referencia simbólica a los valores de la sencillez y de la humildad a la hora de cumplir diariamente la voluntad de Dios, valores que caracterizaron la vida silenciosa, pero preciosa del Custodio del Redentor. A su intercesión encomiendo los anhelos de la Iglesia y del mundo. Que, junto con la Virgen María, su esposa, guíe siempre mi camino y el vuestro, a fin de que seamos instrumentos gozosos de paz y de salvación.




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