Discursos 2010 103

AL FINAL DE LA PROYECCIÓN DE UNA PELÍCULA DE LA RADIO BÁVARA SOBRE SU PONTIFICADO

Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo

Jueves 29 de julio de 2010



Eminencia;
excelencias;
104 querido profesor Fuchs;
querido Mandlik;
queridos amigos; señoras y señores:

En este momento sólo deseo dar las gracias a la Radio Bávara por este viaje espiritual extraordinario, que nos ha permitido revivir y recordar momentos determinantes y culminantes de estos cinco años de mi servicio petrino y de la vida de la Iglesia misma.

Para mí personalmente ha sido muy conmovedor ver algunos momentos, sobre todo aquel en el que el Señor impuso sobre mis hombros el servicio petrino. Un peso que nadie podría llevar por sí mismo sólo con sus fuerzas, y que sólo se puede llevar porque el Señor nos lleva y me lleva. En esta película, a mi parecer, hemos visto la riqueza de la vida de la Iglesia, la multiplicidad de las culturas, de los carismas, de los diversos dones que viven en la Iglesia y cómo en esta multiplicidad y gran diversidad vive siempre la misma, única, Iglesia. Y el primado petrino tiene esta misión de hacer visible y concreta la unidad, en la multiplicidad histórica, concreta; en la unidad de presente, pasado, futuro y de la eternidad.

Hemos visto que la Iglesia también hoy, aunque sufra tanto, como sabemos, es una Iglesia gozosa, no es una Iglesia envejecida; al contrario, hemos visto que la Iglesia es joven y que la fe crea alegría. Por ello me ha parecido muy interesante —una buena idea— insertar todo en el marco de la novena sinfonía de Beethoven, del «Himno a la alegría», que muestra cómo detrás de toda la historia está la alegría de nuestra redención. También me ha parecido acertado que el filme termine con la visita a la Madre de Dios, que nos enseña la humildad, la obediencia y la alegría de que Dios está con nosotros.

Un cordial «Dios se lo pague» a usted, querido señor Fuchs; a usted, querido señor Mandlik; y a todas las personas que han colaborado, por este magnífico momento que nos han brindado.

Agosto de 2010



AL INICIO DE LA MISA CELEBRADA CON SUS EX ALUMNOS

Domingo 29 de agosto de 2010

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Capilla del Centro Mariápolis, Castelgandolfo

Queridos amigos:

Al final del Evangelio de hoy, el Señor nos hace notar que en realidad seguimos viviendo como los paganos; que invitamos, por reciprocidad, sólo a quien corresponderá la invitación; que damos sólo a quien devolverá. Pero el estilo de Dios es distinto: lo experimentamos en la Santa Eucaristía. Él nos invita a su mesa a nosotros, quienes en su presencia somos cojos, ciegos y sordos; él nos invita, cuando no tenemos nada que darle. Durante este acontecimiento de la Eucaristía, dejémonos tocar sobre todo por la gratitud por el hecho de que Dios existe; de que él es como es; de que él es así como es Jesucristo; de que él —a pesar de que nada tenemos que darle y estamos llenos de culpas— nos invita a su mesa y quiere sentarse con nosotros. Pero queremos también dejarnos tocar por el sentimiento de culpa porque nos apartamos tan poco del estilo pagano, de vivir tan poco la novedad, el estilo de Dios. Y por ello iniciamos la santa misa pidiendo perdón: un perdón que nos cambie, que nos haga ser verdaderamente parecidos a Dios, a su imagen y semejanza.




Septiembre de 2010


A LOS MIEMBROS DEL «BUREAU» DE LA ASAMBLEA PARLAMENTARIA DEL CONSEJO DE EUROPA

Miércoles 8 de septiembre de 2010



Señor presidente;
queridos miembros del Bureau de la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa:

Agradezco al honorable señor Çavusoglu las amables palabras que me ha dirigido en nombre del Bureau y os doy a todos una cordial bienvenida. Me alegra recibiros con ocasión del 60° aniversario de la Convención europea sobre los derechos humanos que, como sabemos muy bien, compromete a los Estados miembros del Consejo de Europa a promover y defender la dignidad inviolable de la persona humana.

Sé que la Asamblea parlamentaria tiene en agenda importantes temas relativos sobre todo a las personas que pasan por situaciones especialmente difíciles o son objeto de graves violaciones de su dignidad. Pienso en las personas afectadas por discapacidades, en los niños que sufren violencia, en los inmigrantes, en los prófugos, en los que pagan el precio más alto de la actual crisis económica y financiera, en los que son víctimas del extremismo o de nuevas formas de esclavitud como el tráfico de seres humanos, el comercio ilegal de drogas y la prostitución. Vuestro trabajo también concierne a las víctimas de la guerra y a las personas que viven en democracias frágiles. También conozco vuestros esfuerzos para defender la libertad religiosa y combatir la violencia y la intolerancia contra los creyentes, tanto en Europa como en todo el mundo.

Teniendo presente el contexto de la sociedad actual, en la cual se confrontan pueblos y culturas diferentes, es imperativo desarrollar tanto la validez universal de estos derechos como su inviolabilidad, inalienabilidad e indivisibilidad.

En diferentes ocasiones he subrayado los riesgos asociados al relativismo en el campo de los valores, los derechos y los deberes. Si se vieran privados de un fundamento objetivo racional, común a todos los pueblos, y se basaran exclusivamente en culturas, decisiones legislativas o sentencias de los tribunales particulares, ¿cómo podrían ofrecer un terreno sólido y duradero para las instituciones supranacionales como el Consejo de Europa, y para vuestra tarea dentro de esta prestigiosa institución? ¿Como podría existir un diálogo fecundo entre las culturas sin valores comunes, derechos y principios estables, universales, entendidos del mismo modo por todos los Estados miembros del Consejo de Europa? Estos valores, derechos y deberes están arraigados en la dignidad natural de toda persona, algo que es accesible a la razón humana. La fe cristiana no impide, sino que favorece esta búsqueda, y es una invitación a buscar una base sobrenatural para esta dignidad.

Estoy convencido de que estos principios, observados fielmente, de modo especial cuando se trata de la vida humana, desde su concepción hasta la muerte natural, del matrimonio —basado en el don exclusivo e indisoluble de sí entre un hombre y una mujer— y de la libertad de religión y de educación, son condiciones necesarias para responder de modo adecuado a los decisivos y urgentes desafíos que la historia os plantea a cada uno de vosotros.

Queridos amigos, sé que también vosotros deseáis tender la mano a quienes sufren. Esto me llena de gozo y os aliento a cumplir vuestra delicada e importante misión con moderación, sabiduría y valentía al servicio del bien común de Europa. Os agradezco que hayáis venido y os aseguro mis oraciones. Que Dios os bendiga.






A LOS OBISPOS DE LA REGIÓN NORDESTE 3 DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BRASIL EN VISITA «AD LIMINA»

Viernes 10 de septiembre de 2010

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Señor cardenal;
queridos arzobispos y obispos de Brasil:

Os saludo cordialmente a todos, con ocasión de vuestra visita ad limina a Roma, donde habéis venido para reforzar los vínculos de comunión fraterna con el Sucesor de Pedro y para que él os anime en la guía del rebaño de Cristo. Agradezco a monseñor Czeslaw Stanula, obispo de Itabuna, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, y os aseguro mis oraciones por vuestras intenciones y por el amado pueblo de vuestra región Nordeste 3.

Hace más de cinco siglos, precisamente en vuestra región, se celebraba la primera misa en Brasil, haciendo realmente presente el Cuerpo y la Sangre de Cristo para la santificación de los hombres y las mujeres de esa nación bendita, que nació bajo los auspicios de la Santa Cruz. Era la primera vez que se proclamaba el evangelio de Cristo a ese pueblo, iluminando su vida diaria. Esta acción evangelizadora de la Iglesia católica fue y sigue siendo fundamental en la formación de la identidad del pueblo brasileño caracterizada por la convivencia armoniosa entre personas llegadas de distintas regiones y culturas. Sin embargo, aunque los valores de la fe católica hayan moldeado el corazón y el espíritu brasileños, hoy se observa una creciente influencia de nuevos elementos en la sociedad, que hace algunas décadas eran prácticamente extraños. Esto está provocando que numerosos católicos abandonen la vida eclesial o incluso la Iglesia, mientras en el panorama religioso de Brasil se asiste a la rápida expansión de comunidades evangélicas y neopentecostales.

En cierto sentido, las razones que están en la base del éxito de estos grupos son una señal de la generalizada sed de Dios entre vuestro pueblo. También son indicio de una evangelización, a nivel personal, a veces superficial; de hecho, los bautizados que no han sido suficientemente evangelizados son fácilmente influenciables, porque su fe es frágil y muy a menudo se basa en un devocionismo ingenuo, aunque conserven —como he dicho— una religiosidad innata. Frente a esta situación emerge, por un lado, la clara necesidad de que la Iglesia católica en Brasil se comprometa en una nueva evangelización que no escatime esfuerzos para llegar tanto a los católicos que se han alejado como a aquellas personas que poco o nada conocen del mensaje evangélico, llevándolos a un encuentro personal con Jesucristo, vivo y operante en su Iglesia. Por otro lado, con el crecimiento de nuevos grupos que dicen ser seguidores de Cristo, aunque estén subdivididos en distintas comunidades y confesiones, se hace más necesario, de parte de los pastores católicos, el compromiso de crear puentes para establecer contactos a través de un sano diálogo ecuménico en la verdad.

Este esfuerzo es necesario, ante todo, porque la división entre los cristianos está en contraste con la voluntad del Señor de que «todos sean uno» (
Jn 17,21). Además de esto, la falta de unidad es causa de escándalo y acaba por minar la credibilidad del mensaje cristiano proclamado en la sociedad. Y su proclamación hoy es tal vez aún más necesaria que en las décadas pasadas porque, como demuestran muy bien vuestras relaciones, incluso en las pequeñas ciudades del interior de Brasil se observa una creciente influencia negativa del relativismo intelectual y moral en la vida de las personas.

No son pocos los obstáculos que se oponen a la búsqueda de la unidad de los cristianos. En primer lugar, se debe rechazar una visión errónea del ecumenismo, que conlleva cierto indiferentismo doctrinal que trata de nivelar, en un irenismo acrítico, todas las «opiniones» en una especie de relativismo eclesiológico. Paralelamente existe el desafío de la incesante multiplicación de nuevos grupos cristianos, algunos de los cuales actúan un proselitismo agresivo, lo cual muestra que el paisaje del ecumenismo es todavía muy variado y confuso. En este contexto —como dije en 2007, en la catedral da Sé de São Paulo, en el inolvidable encuentro que mantuve con vosotros, los obispos brasileños—, «es indispensable una buena formación histórica y doctrinal, que posibilite el necesario discernimiento y ayude a entender la identidad específica de cada una de las comunidades, los elementos que dividen y los que ayudan en el camino hacia la construcción de la unidad. El gran campo común de colaboración debería ser la defensa de los valores morales fundamentales, transmitidos por la tradición bíblica, contra su destrucción en una cultura relativista y consumista; y también la fe en Dios creador y en Jesucristo, su Hijo encarnado» (Discurso del 11 de mayo de 2007, n. 6: L'Osservatore Romano: edición en lengua española, 18 de mayo de 2007, p. 11). Por este motivo, os aliento a seguir dando pasos positivos en esta dirección, como es el caso del diálogo con las Iglesias y comunidades eclesiales que pertenecen al Consejo nacional de Iglesias cristianas, que con iniciativas como la Campaña de fraternidad ecuménica, contribuyen a promover los valores del Evangelio en la sociedad brasileña.

Queridos hermanos, el diálogo entre los cristianos es un imperativo del tiempo presente y una opción irreversible de la Iglesia. Mientras tanto, como recuerda el concilio Vaticano II, en el centro de todos los esfuerzos en favor de la unidad deben estar la oración, la conversión y la santificación de la vida (cf. Unitatis redintegratio UR 8). El Señor es quien concede la unidad, que no es una creación de los hombres; a los pastores corresponde la obediencia a la voluntad del Señor, promoviendo iniciativas concretas, libres de cualquier reduccionismo conformista, pero realizadas con sinceridad y realismo, con paciencia y perseverancia, que brotan de la fe en la acción providencial del Espíritu Santo.

Queridos y venerados hermanos, en este encuentro he tratado de poner de relieve brevemente algunos aspectos del gran desafío del ecumenismo encomendado a vuestra solicitud apostólica. Al despedirme de vosotros, os confirmo una vez más mi estima y os aseguro mis oraciones por todos vosotros y por vuestras diócesis. En particular, deseo renovar aquí mi solidaridad paterna con los fieles de la diócesis de Barreiras, recientemente privados de la guía de su primer y celoso pastor, monseñor Ricardo José Weberberger, que ya se encuentra en la casa del Padre, meta de los pasos de todos nosotros. Descanse en paz. Invocando la intercesión de Nuestra Señora Aparecida, imparto a cada uno de vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todo el pueblo que se os ha encomendado, una afectuosa bendición apostólica.






A LOS OBISPOS DE RECIENTE NOMBRAMIENTO PARTICIPANTES EN UN CURSO PROMOVIDO POR LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS

Palacio pontificio de Castelgandolfo

Sábado 11 de septiembre de 2010

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Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros, y os saludo con gran afecto, con ocasión del curso de actualización que la Congregación para la evangelización de los pueblos ha organizado para vosotros, los obispos recién nombrados. Estas jornadas de reflexión en Roma para profundizar en las tareas de vuestro ministerio y renovar la profesión de vuestra fe ante la tumba de san Pedro son también una experiencia singular de la colegialidad, fundada en la ordenación episcopal y en la comunión jerárquica. Que esta experiencia de fraternidad, de oración y de estudio en la Sede apostólica aumente en cada uno de vosotros la comunión con el Sucesor de Pedro y con vuestros hermanos, con quienes compartís la solicitud por toda la Iglesia. Agradezco al cardenal Ivan Dias sus cordiales palabras, y doy las gracias al secretario y al secretario adjunto que, junto a los colaboradores del dicasterio, han organizado este simposio.

En vosotros, queridos hermanos, llamados desde hace poco al ministerio episcopal, la Iglesia pone no pocas esperanzas, y os sigue con la oración y con el afecto. También yo quiero aseguraros mi cercanía espiritual en vuestro servicio cotidiano al Evangelio. Conozco los desafíos que debéis afrontar, especialmente en las comunidades cristianas que viven su fe en contextos nada fáciles, donde, además de varias formas de pobreza, a veces se verifican formas de persecución a causa de la fe cristiana. A vosotros os corresponde la tarea de alimentar su esperanza, de compartir sus dificultades, inspirándoos en la caridad de Cristo que consiste en la atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad e interés por los problemas de la gente, por la cual estamos dispuestos a dar la vida (cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de las misiones de 2008, n. 2).

En cada una de vuestras tareas os sostiene el Espíritu Santo, que en la ordenación os configuró a Cristo, sumo y eterno Sacerdote. De hecho, el ministerio episcopal sólo se comprende a partir de Cristo, la fuente del único y supremo sacerdocio, del que el obispo es partícipe. Por tanto, este «se esforzará en adoptar un estilo de vida que imite la kénosis de Cristo siervo, pobre y humilde, de manera que el ejercicio de su ministerio pastoral sea un reflejo coherente de Jesús, Siervo de Dios, y lo lleve a ser, como él, cercano a todos, desde el más grande al más pequeño» (Juan Pablo II, Pastores gregis ). Pero, para imitar a Cristo, es preciso dedicar un tiempo adecuado a «estar con él» y contemplarle en la intimidad orante del coloquio de corazón a corazón. El pastor está llamado ante todo a estar con frecuencia en la presencia de Dios, a ser hombre de oración y de adoración. A través de la oración, como dice la carta a los Hebreos (cf.
He 9,11-14), se convierte en víctima y altar, para la salvación del mundo. La vida del obispo debe ser una oblación continua a Dios para la salvación de su Iglesia, y especialmente para la salvación de las almas que se le han encomendado.

Esta oblatividad pastoral constituye también la verdadera dignidad del obispo: le deriva de hacerse siervo de todos, hasta dar la propia vida. De hecho, el episcopado, ?como el presbiterado, nunca hay que malinterpretarlo según categorías mundanas. Es un servicio de amor. El obispo está llamado a servir a la Iglesia con el estilo del Dios hecho hombre, convirtiéndose cada vez más plenamente en siervo del Señor y en siervo de la humanidad. Sobre todo es servidor y ministro de la Palabra de Dios, la cual es también su verdadera fuerza. El deber primario del anuncio, acompañado de la celebración de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, brota de la misión recibida, como subraya la exhortación apostólica Pastores gregis: «Aunque el deber de anunciar el Evangelio es propio de toda la Iglesia y de cada uno de sus hijos, lo es por un título especial de los obispos que, en el día de la sagrada ordenación, la cual los introduce en la sucesión apostólica, asumen como compromiso principal predicar el Evangelio a los hombres y hacerlo invitándolos a creer por la fuerza del Espíritu y confirmándolos en la fe viva» (). De esta Palabra de salvación el obispo debe alimentarse abundantemente, poniéndose siempre a su escucha, como dice san Agustín: «Aunque seamos pastores, el pastor escucha con temblor no sólo lo que va dirigido a los pastores, sino también lo que va dirigido al rebaño» (Sermón 47, 2). Al mismo tiempo, la acogida y el fruto de la proclamación de la Buena Nueva están estrechamente vinculados a la calidad de la fe y de la oración. Los que están llamados al ministerio de la predicación deben creer en la fuerza de Dios que brota de los sacramentos y que los acompaña en la tarea de santificar, gobernar y anunciar; deben creer y vivir cuanto anuncian y celebran. Al respecto, resultan actuales las palabras del siervo de Dios Pablo VI: «Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación» (Evangelii nuntiandi EN 76).

Sé que las comunidades que os han sido encomendadas se encuentran, por decirlo así, en las «fronteras» religiosas, antropológicas y sociales, y, en muchos casos, son presencia minoritaria. En estos contextos la misión de un obispo es particularmente ardua; pero precisamente en esas circunstancias el Evangelio puede mostrar, a través de vuestro ministerio, todo su poder salvífico. No debéis caer en el pesimismo y el desaliento, porque es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia y le da, con su poderoso soplo, la valentía de perseverar y de buscar nuevos métodos de evangelización, para llegar a ámbitos hasta ahora inexplorados. La verdad cristiana es atractiva y persuasiva precisamente porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, anunciando de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio sigue siendo válido hoy, como lo fue al comienzo del cristianismo, cuando se llevó a cabo la primera gran expansión misionera del Evangelio.

Queridos hermanos en el episcopado, en el poder del Espíritu Santo encontraréis la sabiduría y la fuerza para hacer que vuestras Iglesias sean testigos de salvación y de paz. Él os guiará por los caminos de vuestro ministerio episcopal, que encomiendo a la intercesión materna de María santísima, reina de los Apóstoles. Por mi parte, os acompaño con la oración y con una afectuosa bendición apostólica, que os imparto a cada uno de vosotros y a todos los fieles de vuestras comunidades.

En las comunidades cristianas a veces hay persecución por la fe Os corresponde alimentar su esperanza compartir sus dificultades según la caridad de Cristo dispuestos a dar la vida






A LOS OBISPOS NOMBRADOS EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES QUE PARTICIPAN EN EL CURSO ANUAL ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS

Palacio pontificio de Castelgandolfo

Lunes 13 de septiembre de 2010



108 Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra mucho encontrarme con vosotros, obispos recién nombrados, provenientes de distintos países del mundo y reunidos en Roma para el curso anual organizado por la Congregación para los obispos. Agradezco al cardenal Marc Ouellet las amables palabras que me ha dirigido, también en nombre de todos vosotros; y al inicio de su servicio como prefecto de este dicasterio quiero expresarle un deseo especial: me alegra, venerable hermano, que usted comience con esta hermosa experiencia de comunión eclesial entre los nuevos pastores de varias Iglesias particulares. También saludo cordialmente al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, y expreso mi agradecimiento a cuantos colaboran en la organización de este encuentro.

Según una costumbre muy significativa, ante todo habéis realizado una peregrinación a la tumba del apóstol san Pedro, el cual se conformó a Cristo Maestro y Pastor hasta la muerte y una muerte de cruz. A este propósito, son iluminadoras algunas expresiones de santo Tomás de Aquino, que pueden constituir un verdadero programa de vida para cada obispo. Comentando la expresión de Jesús en el Evangelio según san Juan: «El buen pastor da la vida por sus ovejas», santo Tomás observa: «Él les consagra su persona en el ejercicio de la autoridad y de la caridad. Son necesarias dos cosas: que ellas lo obedezcan y que él las ame. En efecto, la primera sin la segunda no es suficiente» (Exp. in Johan., 10, 3). La constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, especifica: «El obispo, enviado por el Padre de familias para gobernar su familia, debe tener ante sus ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no a ser servido, sino a servir (cf.
Mt 20,28 Mc 10,45) y a dar su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11). Al estar escogido de entre los hombres y lleno de debilidades, puede disculpar a los ignorantes y extraviados (cf. He 5,1-2). No debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos y a los que anima a colaborar con él llenos de entusiasmo. Puesto que tiene que dar cuenta a Dios de sus almas (cf. He 13,17), debe preocuparse de todos ellos, incluso de los que todavía no pertenecen al único rebaño, por medio de la oración, de la predicación y de todas las obras de caridad. De hecho, Dios se los ha encomendado. Pues él mismo, como el apóstol san Pablo, se debe a todos» (LG 27).

La misión del obispo no se puede entender con la mentalidad de la eficiencia y de la eficacia, poniendo atención principalmente en lo que hay que hacer, sino que es preciso tener siempre en cuenta la dimensión ontológica, que está en la base de la funcional. En efecto, el obispo, por la autoridad de Cristo de la que está revestido, cuando se sienta en su cátedra está situado «sobre» y «frente a» la comunidad, puesto que está «para» la comunidad hacia la cual orienta su solicitud pastoral (cf. Juan Pablo II, Pastores gregis ). La Regla pastoral del Papa san Gregorio Magno, que se podría considerar el primer «directorio» de la historia de la Iglesia para los obispos define el gobierno pastoral como «el arte de las artes» (I, 1. 4), y precisa que la potestad de gobierno «la administra bien quien con ella sabe alzarse contra las culpas y quien con ella sabe ser igual a los demás... y domina sus vicios antes que a sus hermanos» (II, 6).

Hacen reflexionar las palabras explicativas del rito de la entrega del anillo en la liturgia de la ordenación episcopal: «Recibe el anillo, signo de fidelidad, y en la integridad de la fe y en la pureza de la vida custodia la santa Iglesia, esposa de Cristo». La Iglesia es «esposa de Cristo» y el obispo es el «custodio» (epískopos)de este misterio. Por tanto, el anillo es un signo de fidelidad: se trata de la fidelidad a la Iglesia y a la pureza de su fe. Al obispo, pues, se le confía una alianza nupcial: la de la Iglesia con Cristo. Son significativas las palabras que leemos en el Evangelio de san Juan: «La esposa pertenece al esposo; pero el amigo del esposo, que está presente y lo escucha, exulta de gozo al oír la voz del esposo» (Jn 3,29). El concepto de «custodiar» no significa sólo conservar lo que ya se ha establecido —aunque este elemento no debe faltar nunca—, sino que incluye, en su esencia, también el aspecto dinámico, es decir, una tendencia perpetua y concreta al perfeccionamiento, en plena armonía y continua adecuación a las exigencias nuevas derivadas del desarrollo y del progreso de ese organismo vivo que es la comunidad.

Son grandes las responsabilidades de un obispo para el bien de la diócesis, pero también de la sociedad. Está llamado a ser «fuerte y decidido, justo y sereno» (Congregación para los obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos «Apostolorum successores», ), para un discernimiento sapiencial de las personas, de la realidad y de los acontecimientos, requerido por su tarea de ser «padre, hermano y amigo» (ib., ) en el camino cristiano y humano. El ministerio del obispo se sitúa en una profunda perspectiva de fe y no simplemente humana, administrativa o de carácter sociológico, pues no es un mero gobernante, o un burócrata, o un simple gestor y organizador de la vida diocesana. La paternidad y la fraternidad en Cristo son las que dan al superior la capacidad de crear un clima de confianza, de acogida, de afecto, y también de franqueza y de justicia. Al respecto son particularmente iluminadoras las palabras de una antigua oración de san Aelredo de Rievaulx, abad: «Tú, dulce Señor, has puesto a uno como yo a la cabeza de tu familia, de las ovejas de tu grey (...) para que se manifestara tu misericordia y se revelara tu sabiduría. Por tu benevolencia has querido gobernar bien a tu familia mediante un hombre así, a fin de que se viera la sublimidad de tu fuerza, no la del hombre, para que no se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el justo en su justicia ni el fuerte en su fuerza: ya que cuando estos gobiernan bien a tu pueblo, eres tú quien lo gobierna, y no ellos. Y, por esto, no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria» (Speculum caritatis, PL CXCV). Queridos hermanos, confiándoos estas breves reflexiones, invoco la protección maternal de María santísima, Regina Apostolorum, e imparto de corazón a cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los seminaristas y a los fieles de vuestras diócesis, una especial bendición apostólica.





VIAJE APOSTÓLICO AL REINO UNIDO

(16-19 DE SEPTIEMBRE DE 2010)


AUDIENCIA CON SU MAJESTAD LA REINA

Palacio de Holyroodhouse, Edimburgo

Jueves 16 de septiembre de 2010


109

Majestad:

Gracias por su gentil invitación a visitar oficialmente el Reino Unido y por sus atentas palabras de saludo en nombre del pueblo británico. Al dar las gracias a Vuestra Majestad, me sea permitido extender mi saludo a todas las gentes del Reino Unido y ofrecerles mi amistad a todos y cada uno.

Me complace comenzar mi viaje saludando a los miembros de la Familia Real, agradeciendo en particular a Su Alteza Real el Duque de Edimburgo la amable acogida que me ha dispensado en el aeropuerto de Edimburgo. Expreso mi agradecimiento igualmente a los actuales Gobiernos de Vuestra Majestad, y también a los anteriores, y a cuantos han trabajado con ellos para hacer posible esta ocasión, incluyendo a Lord Patten y al ex Secretario de Estado Murphy. También agradezco vivamente la labor del grupo parlamentario de todos los partidos concerniente a la Santa Sede, el cual ha contribuido enormemente al fortalecimiento de las relaciones amistosas entre la Santa Sede y el Reino Unido.

Al comenzar mi visita al Reino Unido en la capital histórica de Escocia, saludo en particular al Primer Ministro Salmond y a los representantes del Parlamento escocés. Como las Asambleas galesa y norirlandesa, que el Parlamento escocés crezca para ser una expresión de las buenas tradiciones y la cultura propia de los escoceses, y se esfuerce en servir a sus mejores intereses con un espíritu de solidaridad y preocupación por el bien común.

El nombre de Holyroodhouse, la residencia oficial de Vuestra Majestad en Escocia, recuerda la "Santa Cruz" y evoca las profundas raíces cristianas que aún están presentes en todos los ámbitos de la vida británica. Los reyes de Inglaterra y Escocia han sido cristianos desde tiempos muy antiguos y cuentan con destacados santos, como Eduardo el Confesor y Margarita de Escocia. Como Usted sabe, muchos de ellos ejercieron conscientemente sus tareas de gobierno a la luz del Evangelio, y de esta manera modelaron profundamente la nación en torno al bien. Resultó así que el mensaje cristiano ha sido una parte integral de la lengua, el pensamiento y la cultura de los pueblos de estas islas durante más de mil años. El respeto de sus antepasados por la verdad y la justicia, la misericordia y la caridad, os llegan desde una fe que sigue siendo una fuerza poderosa para el bien de vuestro reino y el mayor beneficio de cristianos y no cristianos por igual.

Muchos ejemplos de esta fuerza del bien los encontramos en la larga historia de Gran Bretaña. Incluso en tiempos relativamente recientes, debido a figuras como William Wilberforce y David Livingstone, Gran Bretaña intervino directamente para detener la trata internacional de esclavos. Inspiradas por la fe, mujeres como Florence Nightingale sirvieron a los pobres y a los enfermos y establecieron nuevos métodos en la asistencia sanitaria que posteriormente se difundieron por doquier. John Henry Newman, cuya beatificación celebraré próximamente, fue uno de los muchos cristianos británicos de su tiempo, cuya bondad, elocuencia y quehacer honraron a sus compatriotas. Todos ellos, y como éstos muchos más, se inspiraron en una recia fe, que germinó y se alimentó en estas islas.

También ahora, podemos recordar cómo Gran Bretaña y sus dirigentes se enfrentaron a la tiranía nazi que deseaba erradicar a Dios de la sociedad y negaba nuestra común humanidad a muchos, especialmente a los judíos, a quienes no consideraban dignos de vivir. Recuerdo también la actitud del régimen hacia los pastores cristianos o los religiosos que proclamaron la verdad en el amor, se opusieron a los nazis y pagaron con sus vidas esta oposición. Al reflexionar sobre las enseñanzas aleccionadoras del extremismo ateo del siglo XX, jamás olvidemos cómo la exclusión de Dios, la religión y la virtud de la vida pública conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y por lo tanto a una visión "restringida de la persona y su destino" (Caritas in veritate ).

Hace sesenta y cinco años, Gran Bretaña jugó un papel esencial en la forja del consenso internacional de posguerra, que favoreció la creación de las Naciones Unidas y marcó el comienzo de un período de paz y prosperidad en Europa hasta entonces desconocido. En los últimos años, la comunidad internacional ha seguido de cerca los acontecimientos en Irlanda del Norte, que condujeron a la firma del Acuerdo de Viernes Santo y a la restitución de competencias a la Asamblea de Irlanda del Norte. El Gobierno de Vuestra Majestad y el Gobierno de Irlanda, junto a los dirigentes políticos, religiosos y civiles de Irlanda del Norte, ayudaron al alumbramiento de una solución pacífica del conflicto. Animo a todos a seguir recorriendo juntos con valentía el camino trazado hacia una paz justa y duradera.

Al mirar al exterior, el Reino Unido sigue siendo, política y económicamente, una figura clave en el ámbito internacional. Vuestro Gobierno y vuestro pueblo son los forjadores de ideas que influyen mucho más allá de las Islas británicas. Esto les impone una especial obligación de actuar con sabiduría en aras del bien común. Del mismo modo, dado que sus opiniones tienen una audiencia tan amplia, los medios de comunicación británicos tienen una responsabilidad más grave que la mayoría y una mayor oportunidad para promover la paz de las naciones, el desarrollo integral de los pueblos y la difusión de los auténticos derechos humanos. Que todos los británicos sigan viviendo en consonancia con los valores de honestidad, respeto e imparcialidad que les han merecido la estima y admiración de muchos.

En la actualidad, el Reino Unido se esfuerza por ser una sociedad moderna y multicultural. Que en esta exigente empresa mantenga siempre su respeto por esos valores tradicionales y expresiones culturales que formas más agresivas de secularismo ya no aprecian o siquiera toleran. Que esto no debilite la raíz cristiana que sustenta sus libertades; y que este patrimonio, que siempre ha buscado el bien de la nación, sirva constantemente de ejemplo a vuestro Gobierno y a vuestro pueblo de cara a los dos mil millones de miembros de la Commonwealth y a la gran familia de naciones de habla inglesa de todo el mundo.

Que Dios bendiga a Vuestra Majestad y a todos los habitantes de vuestro reino. Gracias.




Discursos 2010 103