Discursos 2009 185

185 Excelencia, a la vez que le expreso mis mejores deseos de éxito en su misión, quiero asegurarle que los distintos departamentos de la Curia romana están dispuestos a ofrecerle ayuda y apoyo en el cumplimiento de sus responsabilidades. Sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre todos los habitantes del reino de los Países Bajos, invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios.


AL SEÑOR MIGUEL HUMBERTO DÍAZ,


NUEVO EMBAJADOR DE ESTADOS UNIDOS ANTE LA SANTA SEDE

Palacio pontificio de Castelgandolfo

Viernes 2 de octubre de 2009

Excelencia:

Me complace aceptar las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de los Estados Unidos de América ante la Santa Sede. Recuerdo con agrado mi encuentro con el presidente Barack Obama y su familia el pasado mes de julio, y con mucho gusto correspondo a los cordiales saludos que usted me trae de su parte. Aprovecho también esta ocasión para expresar mi confianza en que las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y la Santa Sede, que comenzaron formalmente hace veinticinco años, seguirán estando marcadas por el diálogo fructífero y la cooperación para promover la dignidad humana, el respeto de los derechos humanos fundamentales, y el servicio a la justicia, la solidaridad y la paz entre toda la familia humana.

El año pasado, durante mi visita pastoral a su país, me alegró encontrar una democracia viva, comprometida en el servicio del bien común y modelada según una visión de igualdad e igualdad de oportunidades basada en la dignidad que nos da Dios y la libertad de cada ser humano. Esta visión, consagrada en los documentos constitutivos de la nación, sigue inspirando el crecimiento de Estados Unidos como una sociedad cohesionada aunque pluralista, y que constantemente se enriquece con los dones aportados por las nuevas generaciones, incluidos los numerosos inmigrantes que siguen haciendo crecer y rejuvenecer la sociedad estadounidense. En los últimos meses, la reafirmación de esta dialéctica entre tradición y originalidad, unidad y diversidad ha vuelto a capturar la imaginación del mundo; muchos de cuyos pueblos miran a la experiencia estadounidense y a su visión basada en su propia búsqueda de modelos viables para una democracia responsable y un sólido desarrollo en una sociedad global y cada vez más interdependiente.

Por esta razón, aprecio vuestro reconocimiento de la necesidad de un mayor espíritu de solidaridad y compromiso multilateral a la hora de afrontar los problemas urgentes de nuestro planeta. La defensa de los valores de "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad" no puede seguir considerándose en términos predominantemente individualistas ni nacionales, sino que más bien debe verse desde la perspectiva superior del bien común de toda la familia humana. La persistente crisis económica internacional requiere claramente una revisión de las actuales estructuras políticas, económicas y financieras a la luz del imperativo ético de asegurar el desarrollo integral de todos. En efecto, es necesario un modelo de globalización inspirado en un humanismo auténtico, en el que se vea a los pueblos del mundo no sólo como a meros vecinos sino como a hermanos y hermanas.

El multilateralismo, por su parte, no se debe restringir a los asuntos puramente económicos y políticos; sino que más bien debería expresarse en la resolución de afrontar todo el espectro de cuestiones relacionadas con el futuro de la humanidad y la promoción de la dignidad humana, incluyendo el acceso seguro a alimentos y agua, atención sanitaria básica, políticas reguladoras del comercio y la inmigración justas, especialmente en lo que se refiere a la familia, el control climático y la protección del medio ambiente, y la eliminación del flagelo de las armas nucleares. Con respecto de esta última cuestión, deseo expresar mi satisfacción por la reciente reunión del Consejo de seguridad de las Naciones Unidas presidido por el presidente Obama, en la que se aprobó por unanimidad la resolución sobre el desarme atómico y se fijó ante la comunidad internacional el objetivo de un mundo libre de armas nucleares. Se trata de un signo prometedor en la víspera de la Conferencia de revisión del Tratado de no-proliferación de armas nucleares.

Como insiste la doctrina social de la Iglesia, un progreso auténtico debe ser integral y humano; no puede prescindir de la verdad sobre los seres humanos y debe estar siempre dirigido a su verdadero bien. En una palabra, la fidelidad al hombre requiere la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de la libertad y el desarrollo real. Por su parte, la Iglesia en los Estados Unidos desea contribuir al debate sobre las cuestiones éticas y sociales importantes que forjarán el futuro de América, proponiendo argumentos respetuosos y razonables basados en el derecho natural y confirmados por la perspectiva de la fe. La visión y la imaginación religiosas no reducen, sino que enriquecen el debate político y ético, y las religiones, precisamente porque se ocupan del destino último de todo hombre y mujer, están llamadas a ser una fuerza profética para la liberación humana y el desarrollo en todo el mundo, en particular en las zonas asoladas por hostilidades y conflictos. En mi reciente visita a Tierra Santa, hice hincapié en el valor de la comprensión y la cooperación entre los seguidores de las distintas religiones al servicio de la paz, y por eso observo con satisfacción el deseo de su Gobierno de promover esta cooperación como parte de un diálogo más amplio entre las culturas y los pueblos.

Permítame, señor embajador, que insista en la convicción que expresé al principio de mi viaje apostólico a los Estados Unidos. La libertad —esa libertad tan querida, justamente, para los ciudadanos estadounidenses— "no es sólo un don, sino también una llamada a la responsabilidad personal"; es "una oportunidad para cada generación, que debe ser conquistada para la causa del bien" (Discurso en la Casa Blanca, 16 de abril de 2008). La preservación de la libertad está inseparablemente unida al respeto por la verdad y la búsqueda de la prosperidad humana auténtica. La crisis de las democracias modernas exige un compromiso renovado por un diálogo razonable en el discernimiento de políticas sabias y justas que respeten la naturaleza y la dignidad humanas. La Iglesia en Estados Unidos contribuye a este discernimiento, especialmente mediante la formación de las conciencias y su apostolado educativo, con los que ofrece una aportación significativa y positiva a la vida cívica y al debate público estadounidenses. Pienso especialmente en la necesidad de un claro discernimiento con respecto a temas relativos a la protección de la dignidad humana y el respeto del derecho inalienable a la vida desde su concepción a la muerte natural, así como la protección del derecho a la objeción de conciencia por parte de los operadores sanitarios y de todos los ciudadanos. La Iglesia insiste en el vínculo indisoluble entre la ética de la vida y todos los demás aspectos de la ética social, pues está convencida de que en las palabras proféticas del difunto Papa Juan Pablo ii, "una sociedad carece de bases sólidas, cuando, por una parte, afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz, pero por otro lado, actúa radicalmente en contra al permitir o tolerar una variedad de formas en que la vida humana es despreciada y violada, sobre todo cuando es débil o marginada" (Evangelium vitae EV 101 cf. Caritas in veritate ).

Señor embajador, en este comienzo de su nueva misión al servicio de su país, le formulo mis mejores deseos y le prometo mis oraciones. Tenga la seguridad de que siempre podrá contar con las oficinas de la Santa Sede para prestarle asistencia y apoyo en el cumplimiento de sus funciones. Sobre usted y sobre su familia, y sobre todo el querido pueblo estadounidense, invoco de corazón las bendiciones de Dios de la sabiduría, la fuerza y la paz.

II ASAMBLEA ESPECIAL PARA ÁFRICA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

(4-25 DE OCTUBRE DE 2009)

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL INICIO DE LOS TRABAJOS


186 Aula del Sínodo, Hora Tercia

Lunes 5 de octubre de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

Hemos dado comienzo ahora a nuestro encuentro sinodal invocando al Espíritu Santo y sabiendo muy bien que en este momento no podemos llevar a cabo lo que habría que hacer para la Iglesia y para el mundo: sólo con la fuerza del Espíritu Santo podemos percibir lo que es recto y después ponerlo en práctica. Todos los días comenzaremos nuestro trabajo invocando al Espíritu Santo con la oración de la Hora Tercia "Nunc sancte nobis Spiritus". Por eso, ahora quiero meditar, junto con vosotros, un poco sobre este himno que abre el trabajo de cada día, aquí en el Sínodo, pero también después en nuestra vida cotidiana.

"Nunc sancte nobis Spiritus". Pedimos que Pentecostés no sea sólo un acontecimiento del pasado, el primer inicio de la Iglesia, sino que acontezca hoy, más aún, ahora: "nunc sancte nobis Spiritus". Pedimos al Señor que realice ahora la efusión de su Espíritu y recree de nuevo a su Iglesia y al mundo. Recordamos que los Apóstoles después de la Ascensión no empezaron —como quizás hubiera sido normal— a organizar, a crear la Iglesia futura. Esperaron la acción de Dios, esperaron al Espíritu Santo. Comprendieron que la Iglesia no se puede hacer, que no es producto de nuestra organización: la Iglesia debe nacer del Espíritu Santo. Al igual que el Señor mismo fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de él, también la Iglesia debe ser siempre concebida por obra del Espíritu Santo y nacer de él. Sólo con este acto creador de Dios podemos entrar en la actividad de Dios, en la acción divina y colaborar con él. En este sentido, también todo nuestro trabajo en el Sínodo es colaborar con el Espíritu Santo, con la fuerza de Dios que nos precede. Tenemos que seguir implorando que se cumpla esta iniciativa divina, en la que nosotros podemos ser colaboradores de Dios y contribuir a que su Iglesia nazca y crezca de nuevo.

La segunda estrofa de este himno —"Os, lingua, mens, sensus, vigor, / Confessionem personent: / Flammescat igne caritas, / accendat ardor proximos"— es el corazón de esta oración. Imploramos a Dios tres dones, los dones esenciales de Pentecostés, del Espíritu Santo: confessio, caritas, proximos. Confessio: existe la lengua de fuego que es "razonable", da la palabra correcta y hace pensar en el fin de Babilonia en la fiesta de Pentecostés. La confusión que nace del egoísmo y la soberbia del hombre, cuyo efecto es ya no lograr comprenderse unos a otros, se supera con la fuerza del Espíritu, que une sin uniformar, que da unidad en la pluralidad: cada uno puede entender al otro, incluso a pesar de la diversidad de lenguas. Confessio: la palabra, la lengua de fuego que el Señor nos da, la palabra común en la que estamos todos unidos, la ciudad de Dios, la santa Iglesia, en la que está presente toda la riqueza de las diversas culturas. Flammescat igne caritas. Esta confesión no es una teoría sino que es vida, es amor. El corazón de la santa Iglesia es el amor, Dios es amor y se comunica comunicándonos el amor. Por último, el prójimo. La Iglesia nunca es un grupo cerrado en sí mismo, que vive para sí mismo como uno de los muchos grupos que existen en el mundo, sino que se caracteriza por la universalidad de la caridad, de la responsabilidad respecto al prójimo.

Consideremos uno por uno estos tres dones. Confessio: en el lenguaje de la Biblia y de la Iglesia antigua esta palabra tiene dos significados esenciales, que parecen opuestos pero en realidad constituyen una única realidad. Confessio ante todo es confesión de los pecados: reconocer nuestra culpa y conocer que ante Dios somos insuficientes, somos culpables, no estamos en la justa relación con él. Este es el primer punto: conocernos a nosotros mismos a la luz de Dios. Sólo a esta luz podemos conocernos a nosotros mismos, podemos entender también cuánto mal hay en nosotros y, de este modo, ver todo lo que debe ser renovado, transformado. Sólo a la luz de Dios nos conocemos los unos a los otros y vemos de verdad toda la realidad.

Me parece que debemos tener presente todo esto en nuestros análisis sobre la reconciliación, la justicia y la paz. Los análisis empíricos son importantes; es importante que se conozca exactamente la realidad de este mundo. Sin embargo, estos análisis horizontales, preparados con tanta exactitud y competencia, son insuficientes. No indican los verdaderos problemas, porque no los colocan a la luz de Dios. Si no vemos que en su raíz está el Misterio de Dios, las cosas del mundo van mal porque la relación con Dios no es ordenada. Y si la primera relación, la relación básica, no es correcta, todas las demás relaciones con cuanto puede haber de bueno, fundamentalmente no funcionan. Por eso, nuestros análisis del mundo son insuficientes si no llegamos hasta este punto, si no consideramos el mundo a la luz de Dios, si no descubrimos que en la raíz de las injusticias, de la corrupción, hay un corazón que no es recto, hay una cerrazón respecto a Dios y, por lo tanto, una falsificación de la relación esencial que es la base de todas las demás.

Confessio: comprender a la luz de Dios las realidades del mundo, el primado de Dios y, por último, todo el ser humano y las realidades humanas, que tienden a nuestra relación con Dios. Y si esta relación no es correcta, si no llega al punto querido por Dios, si no entra en su verdad, entonces tampoco se puede corregir todo lo demás porque vuelven a nacer todos los vicios que destruyen la red social y la paz en el mundo.

Confessio: ver la realidad a la luz de Dios, entender que en el fondo nuestras realidades dependen de nuestra relación con nuestro Creador y Redentor y, de este modo, llegar a la verdad, a la verdad que salva. San Agustín, refiriéndose al capítulo 3 del Evangelio de san Juan, define el acto de la confesión cristiana con "hacer la verdad, ir a la luz". Sólo caminamos a la luz de la verdad viendo a la luz de Dios nuestras culpas, la insuficiencia de nuestra relación con él. Y sólo la verdad salva. Actuemos por fin en la verdad: confesar realmente en esta profundidad de la luz de Dios es hacer la verdad.

Este es el primer significado de la palabra confessio, confesión de los pecados, reconocimiento de la culpabilidad que resulta de nuestra falta de relación con Dios. Pero un segundo significado de confesión es dar gracias a Dios, glorificar a Dios, dar testimonio de Dios. Podemos reconocer la verdad de nuestro ser porque existe la respuesta divina. Dios no nos ha dejado solos con nuestros pecados; él no se retira ni siquiera cuando nuestra relación con él está obstaculizada, sino que viene y nos toma de la mano. Por eso, confessio es testimonio de la bondad de Dios, es evangelización. Podríamos decir que la segunda dimensión de la palabra confessio es idéntica a la evangelización. Lo vemos en el día de Pentecostés, cuando san Pedro, en su discurso, por una parte acusa la culpa de las personas —habéis matado al santo y al justo—, pero al mismo tiempo dice: este Santo ha resucitado y os ama, os abraza, os llama a ser suyos en el arrepentimiento y en el bautismo, al igual que en la comunión de su Cuerpo. A la luz de Dios confesar se convierte necesariamente en anunciar a Dios, evangelizar y, de este modo, renovar el mundo.

187 La palabra confessio, sin embargo, nos recuerda otro elemento más. En el capítulo 10 de la Carta a los Romanos san Pablo interpreta la confesión del capítulo 30 del Deuteronomio. En este último texto parece que los judíos, entrando en la forma definitiva de la alianza, en la Tierra Santa, tenían miedo y no podían realmente responder a Dios como debían. El Señor les dice: no tengáis miedo, Dios no está lejos. Para llegar a Dios no es necesario atravesar un océano desconocido, no son necesarios viajes espaciales por el cielo, cosas complicadas o imposibles. Dios no está lejos, no está al otro lado del océano o en estos espacios inmensos del universo. Dios está cerca. Está en tu corazón y en tus labios, con la palabra de la Torá, que entra en tu corazón y se anuncia en tus labios. Dios está en ti y contigo, está cerca.

San Pablo sustituye, en su interpretación, la palabra Torá por la palabra confesión y fe. Dice: realmente Dios está cerca, no son necesarias expediciones complicadas para llegar a él, ni aventuras espirituales o materiales. Dios está cerca con la fe, está en tu corazón, y con la confesión está en tus labios. Está en ti y contigo. Realmente Jesucristo con su presencia nos da la palabra de vida. Así entra, por la fe, en nuestro corazón. Habita en nuestro corazón y en la confesión llevamos la realidad del Señor al mundo, a nuestro tiempo. Me parece que este es un elemento muy importante: el Dios cercano. La ciencia y la técnica conllevan grandes inversiones: las aventuras espirituales y materiales son costosas y difíciles; pero Dios se da gratuitamente. Las cosas más grandes de la vida —Dios, amor, verdad— son gratuitas. Dios se da en nuestro corazón. Diría que deberíamos meditar a menudo sobre esta gratuidad de Dios: no hacen falta grandes dones materiales ni intelectuales para estar cerca de Dios. Dios se da gratuitamente en su amor, está en mí, en mi corazón y en mis labios. Esta es la valentía, la alegría de nuestra vida. Es también la valentía presente en este Sínodo, porque Dios no está lejos: está con nosotros con la palabra de la fe. Pienso que también esta dualidad es importante: la palabra en el corazón y en los labios. Esta profundidad de la fe personal, que realmente me une íntimamente con Dios, se debe confesar: fe y confesión, interioridad en la comunión con Dios y testimonio de la fe que se expresa en mis labios y de ese modo se hace sensible y presente en el mundo. Son dos cosas importantes que siempre van juntas.

Más adelante, el himno que estamos comentando indica también los lugares en los que se encuentra la confesión: "os, lingua, mens, sensus, vigor". Todas nuestras capacidades de pensar, hablar, sentir, actuar, deben hacer resonar —el latín usa el verbo "personare"— la Palabra de Dios. Nuestro ser, en todas sus dimensiones, debería llenarse de esta palabra, que de ese modo llega a ser realmente sensible en el mundo; que a través de nuestra existencia resuena en el mundo: la palabra del Espíritu Santo.

Brevemente, otros dos dones. La caridad: es importante que el cristianismo no sea una suma de ideas, una filosofía, una teología, sino un modo de vivir; el cristianismo es caridad, es amor. Sólo así nos convertimos en cristianos: si la fe se transforma en caridad, si es caridad. Podemos decir que también logos y caritas van juntos. Nuestro Dios es, por una parte, logos, razón eterna; pero esta razón es a la vez amor, no es matemática fría que construye el universo, no es un demiurgo; esta razón eterna es fuego, es caridad. En nosotros mismos debería realizarse esta unidad de razón y caridad, de fe y caridad. Y así, transformados en la caridad, ser divinizados, como dicen los Padres griegos. Diría que en la evolución del mundo tenemos este recorrido ascendente, desde las primeras realidades creadas hasta la criatura hombre. Sin embargo, esta escala todavía no está completa. El hombre debería ser divinizado y, de ese modo, realizarse. La unidad de la criatura con el Creador: este es el verdadero desarrollo, llegar con la gracia de Dios a esta apertura. Nuestra esencia se transforma en la caridad. Si hablamos de este desarrollo también pensamos en esta última meta, a la que Dios quiere llegar con nosotros.

Por último, el prójimo. La caridad no es algo individual, sino universal y concreto. Hoy, en la misa, hemos proclamado la página evangélica del buen samaritano, en la que vemos la doble realidad de la caridad cristiana, que es universal y concreta. Este samaritano se encuentra con un judío, por lo tanto, alguien que está fuera de las fronteras de su tribu y de su religión; pero la caridad es universal y, por lo tanto, este extranjero es para él prójimo en todos los sentidos. La universalidad abre los límites que cierran el mundo y crean las diversidades y los conflictos. Al mismo tiempo, el hecho de que se deba hacer algo por la universalidad no es filosofía sino acción concreta. Debemos tender a esta unificación de universalidad y concreción, debemos abrir realmente estas fronteras entre tribus, etnias y religiones a la universalidad del amor de Dios. Y esto no en teoría, sino en los lugares en los que vivimos, con toda la concreción necesaria. Roguemos al Señor que nos conceda todo esto, con la fuerza del Espíritu Santo. Al final el himno es glorificación del Dios uno y trino, y petición de conocer y creer. El final, pues, vuelve al comienzo. Oremos para que conozcamos, para que conocer se transforme en creer, y para que creer se convierta en amar, en acción. Roguemos al Señor que nos conceda el Espíritu Santo, suscite un nuevo Pentecostés y nos ayude a ser sus servidores en esta hora del mundo. Amén.


TERCERA CONGREGACIÓN DE LA II ASAMBLEA ESPECIAL PARA ÁFRICA

A SU SANTIDAD ABUNA PAULUS, PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA DE ETIOPÍA

Martes 6 de octubre de 2009



Santidad, le doy gracias de todo corazón por su profunda presentación y por haber aceptado mi invitación a participar en la II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. Estoy seguro de que todos los miembros de la Asamblea comparten mi gratitud y mi aprecio.

Su presencia es un testimonio elocuente de la antigüedad y de las ricas tradiciones de la Iglesia en África. Desde los tiempos de los Apóstoles, entre los numerosos pueblos que anhelaban escuchar el mensaje de salvación de Cristo estaban los provenientes de Etiopía (cf. Ac 8,26-40). La fidelidad de su pueblo al Evangelio sigue manifestándose no sólo por su obediencia a la ley del amor, sino también, como usted nos ha recordado, por su perseverancia en la persecución y en el sacrificio supremo del martirio por el nombre de Cristo.

Santidad, usted ha recordado que el anuncio del Evangelio no se puede separar del compromiso de construir una sociedad que sea conforme a la voluntad de Dios, que respete las bendiciones de su creación y que proteja la dignidad y la inocencia de todos sus hijos. Sabemos que en Cristo la reconciliación es posible, que la justicia puede prevalecer y que la paz puede ser duradera. Este es el mensaje de esperanza que estamos llamados a anunciar. Esta es la promesa que los habitantes de África desean ver cumplida hoy.

Oremos, pues, para que nuestras Iglesias se acerquen en la unidad, que es don del Espíritu Santo, y den testimonio común de la esperanza ofrecida por el Evangelio. Sigamos trabajando por el desarrollo integral de todos los pueblos de África, fortaleciendo las familias, que son el baluarte de la sociedad africana, educando a los jóvenes, que son el futuro de África, y contribuyendo a construir sociedades caracterizadas por la honradez, la integridad y la solidaridad. Que nuestras deliberaciones durante estas semanas ayuden a los seguidores de Cristo en todo el continente a ser ejemplos convincentes de rectitud, misericordia y paz, y una luz que ilumine el camino de las generaciones futuras.

Santidad, una vez más le agradezco su presencia y sus valiosas reflexiones. Que su participación en este Sínodo sea una bendición para nuestras Iglesias.


AL FINAL DEL CONCIERTO POR EL 70° ANIVERSARIO DEL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

188 Auditorium de la vía de la Conciliación

Jueves 8 de octubre de 2009



Señor presidente de la República italiana,
señores cardenales,
venerados padres sinodales,
señores embajadores,
estimados señores y señoras:

He aceptado con gusto la invitación a asistir al concierto: "Youth against war concert - 70 años del inicio de la segunda guerra mundial: Jóvenes contra la guerra", impulsado conjuntamente por el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, por la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, por la Embajada de Alemania ante la Santa Sede y por el Europäisches KulturForum Mainau con el patrocinio del International Jewish Committee for Interreligious Consultations. A todos los promotores y organizadores dirijo mi saludo y mi sincero agradecimiento; en especial doy las gracias al cardenal Walter Kasper por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes. Dirijo un respetuoso saludo al presidente de la República italiana y a su amable esposa, agradecido por su presencia. Haciendo uso del lenguaje universal de la música, esta iniciativa desea alentar a los jóvenes a construir juntos el futuro del mundo, inspirándose en los valores de la paz y de la fraternidad entre los hombres. Saludo a los señores cardenales, a los padres sinodales, a los distintos miembros del Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, a los patrocinadores y a todos los presentes.

De todo corazón doy las gracias a los jóvenes músicos de quince países que se han reunido en la Inter-regionalen Jugendsinfonieorchester, con su director Jochem Hochstenbach para la excepcional ejecución. De igual modo, agradezco a la solista, señora Michelle Breedt, su canto expresivo y al profesor Klaus Maria Brandauer la vivaz interpretación de los textos. En este agradecimiento incluyo también a cuantos han hecho posible esta velada: al International Jewish Committee for Interreligious Consultations (IJCIC) como promotor del concierto y al Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, a la Embajada alemana ante la Santa Sede y al Europäisches KulturForum Mainau como organizadores.

Queridos amigos, esta tarde vuelve a nuestra memoria la tragedia de la segunda guerra mundial, página dolorosa de la historia impregnada de violencia e inhumanidad, que causó la muerte de millones de personas, dejando a los vencedores divididos y a Europa por reconstruir. La guerra, deseada por el nacionalsocialismo, golpeó a muchas poblaciones inocentes de Europa y de otros continentes, mientras que, con el drama del Holocausto, hirió sobre todo al pueblo judío, objeto de un exterminio programado. Sin embargo no faltaron las invitaciones a la racionalidad y a la paz que se elevaron desde muchas partes. Aquí, en Roma, resonó afligida la voz de mi venerado predecesor Pío XII. En el radiomensaje del 24 de agosto de 1939 —precisamente en la inminencia del estallido de la guerra— proclamó con decisión: "Nada se pierde con la paz. Todo se puede perder con la guerra" (cf. AAS, XXXI, 1939, p. 334). Lamentablemente nadie logró frenar esa inmensa catástrofe: prevaleció inexorable la lógica del egoísmo y de la violencia. Que el recuerdo de esos tristes sucesos sea advertencia, sobre todo a las nuevas generaciones, para no volver a ceder jamás a la tentación de la guerra.

Como el cardenal Kasper ha recordado, este año conmemoramos otro aniversario significativo: dos décadas desde la caída del muro de Berlín, símbolo elocuente del final de los regímenes totalitarios comunistas del Este europeo. "La caída del muro —escribió Juan Pablo II—, así como el derrumbamiento de simulacros peligrosos y de una ideología opresora, han demostrado que las libertades fundamentales que dan significado a la vida humana no pueden ser reprimidas y sofocadas por mucho tiempo" (Mensaje a los participantes en el 90° aniversario del Katholikentag, 23 de mayo de 1990: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de junio de 1990, p. 4). ¡Europa y el mundo entero tienen sed de libertad y de paz! Es necesario construir juntos la verdadera civilización, que no se base en la fuerza, sino que sea "fruto de la victoria sobre nosotros mismos, sobre las potencias de la injusticia, del egoísmo y del odio, que pueden llegar a desfigurar al hombre" (Carta apostólica de Juan Pablo II en el 50° aniversario del comienzo de la segunda guerra mundial, n. 12: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de septiembre de 1989, p. 12). El movimiento ecuménico, que encontró en la segunda guerra mundial un catalizador —como ha subrayado oportunamente el cardenal Kasper—, puede ayudar a construirla, trabajando juntamente con los judíos y todos los creyentes. Que Dios nos bendiga y conceda a la humanidad el don de su paz. Queridos amigos: gracias de nuevo por vuestra presencia.


VIGILIA MARIANA "CON ÁFRICA Y PARA ÁFRICA" ORGANIZADA POR LA SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

Y LA OFICINA PARA LA PASTORAL UNIVERSITARIA DEL VICARIATO DE ROMA

Sala Pablo VI
189

Sábado 10 de octubre de 2009

Con los Padres sinodales participaron en la oración mariana los universitarios de Roma y sus compañeros africanos que estudian en la Urbe, a ellos se unieron en conexión vía satélite miles de coetáneos de ocho ciudades africanas: El Cairo (Egipto), Nairobi (Kenia), Jartum (Sudán), Johannesburgo (Sudáfrica), Onitsha (Nigeria), Kinshasa (República Democrática del Congo), Maputo (Mozambique) y Uagadugú (Burkina Faso).



Venerados padres sinodales;
queridos hermanos y hermanas;
queridos estudiantes universitarios:

Al término de este encuentro de oración mariana, dirijo a todos mi saludo más cordial, con un sentimiento de especial reconocimiento hacia los padres sinodales presentes. Expreso mi agradecimiento a las autoridades italianas, que han sostenido esta iniciativa y sobre todo a la Secretaría general del Sínodo de los obispos y a la Oficina de pastoral universitaria del Vicariato de Roma, que la han promovido y organizado.

Queridos amigos universitarios de Roma, naturalmente también a vosotros os manifiesto mi más sincero agradecimiento por haber respondido en tan elevado número a mi invitación. Como sabéis, estos días se está celebrando en el Vaticano la segunda Asamblea especial del Sínodo de los obispos para África. El hecho de que nos hayamos reunido el Sucesor de Pedro y numerosos pastores de la Iglesia en África con otros expertos cualificados constituye un motivo de alegría y de esperanza, expresa la comunión y la alimenta. Ya los Padres de la Iglesia comparaban a la comunidad cristiana con una orquesta o con un coro, bien ordenados y armónicos, como los que han animado nuestra oración, y a los cuales va nuestro agradecimiento.

Como en anteriores circunstancias, también esta tarde nos hemos servido de la modernas técnicas de telecomunicación para "lanzar una red" —una red de oración— conectando Roma con África. Y así, gracias a la colaboración de Telespazio, del Centro Televisivo Vaticano y de Radio Vaticano, han podido participar en el rosario numerosos estudiantes universitarios de distintas ciudades africanas, reunidos con sus pastores. A ellos les envío un afectuoso saludo.

A vosotros, hermanos y hermanas de lengua francesa, en especial a los que habéis llegado para uniros a nosotros desde Burkina Faso, la República democrática del Congo y Egipto, os dirijo mi más cordial saludo. Os invito a que permanezcáis unidos en la oración a los obispos de toda África reunidos en Roma en Sínodo, para que la Iglesia aporte una contribución eficaz a la reconciliación, a la justicia y a la paz, en ese continente tan amado, y que sea un signo auténtico de esperanza para todos los pueblos africanos, "sal de la tierra... y luz del mundo". Que la Virgen María, Nuestra Señora de África, os mantenga en la paz y os guíe hacia su Hijo Jesús, el Salvador. Que Dios os bendiga.

Queridos amigos de lengua inglesa, saludo con afecto a los numerosos jóvenes estudiantes, especialmente a los que provienen de Kenia, Nigeria, Sudáfrica y Sudán, que se han unido a nosotros en la oración a María, Madre de Jesús. Hemos encomendado a su protección materna el éxito de la II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. Que su intercesión sostenga a los cristianos de todo el mundo, especialmente a los pueblos de África, y que su ejemplo nos enseñe a dirigirnos al Señor y a perseverar en la oración tanto en las alegrías como en las penas. Extiendo un especial saludo a los jóvenes de África, que llevo en el corazón y tengo presentes en mis oraciones. Sed siempre testigos leales y promotores activos de justicia, reconciliación y paz.

Saludo a los universitarios reunidos en Maputo con el rosario en la mano y el nombre de María en sus labios, rezando con África y por África, a fin de que los fieles cristianos, llenos del Espíritu Santo, cumplan la misión que recibieron de Jesús: ser la sal de una tierra justa y la luz que guía al mundo hacia la reconciliación y la paz. ¡Gracias, amigos míos, por vuestra oración y vuestro testimonio cristiano! Que la Virgen Madre vele sobre vosotros; a ella encomiendo toda la juventud de Mozambique y de los demás países africanos de lengua oficial portuguesa.


Discursos 2009 185