Discursos 2009 190

190 Como preparación para el encuentro de hoy, se celebró en Roma un congreso, organizado por la Dirección general para la cooperación al desarrollo del Ministerio de Asuntos exteriores y por el Vicariato de Roma, sobre el tema: "Por una nueva cultura del desarrollo en África: el papel de la cooperación universitaria". Quiero expresar mi estima por esta iniciativa y os animo a proseguir en este proyecto. Deseo subrayar lo importantes que son la formación de los jóvenes intelectuales y la colaboración científica y cultural entre los ateneos para proponer y alentar un desarrollo humano integral en África y en los demás continentes. En este contexto, a vosotros, queridos jóvenes, os he entregado idealmente la encíclica Caritas in veritate, en la que recuerdo la urgencia de elaborar una nueva síntesis humanística (cf. n. ) que reanude los lazos entre la antropología y la teología.

Al meditar sobre los misterios del rosario, hemos encontrado una vez más el verdadero rostro de Dios, que en Jesucristo nos revela su presencia en la vida de todo pueblo. El Dios de Jesucristo camina con el hombre; y gracias a él es posible construir la civilización del amor (cf. ib., ). Queridos universitarios de Roma y de África, os pido que seáis, en la Iglesia y en la sociedad, agentes de la caridad intelectual, necesaria para afrontar los grandes desafíos de la historia contemporánea. En las universidades sed buscadores sinceros y apasionados de la verdad, construyendo comunidades académicas de alto nivel intelectual, en las que sea posible ejercer y gozar de la racionalidad abierta y amplia que abre el camino al encuentro con Dios. Cread puentes de colaboración científica y cultural entre los distintos ateneos, sobre todo con los africanos. A vosotros, queridos estudiantes africanos, os dirijo una invitación especial a vivir el tiempo del estudio como preparación a desempeñar un servicio de animación cultural en vuestros países. La nueva evangelización en África cuenta también con vuestro generoso esfuerzo.

Queridos hermanos y hermanas, con el rezo del rosario hemos encomendado el II Sínodo para África a la intercesión materna de la santísima Virgen. Pongamos en sus manos las esperanzas, las expectativas, los proyectos de los pueblos africanos, así como sus dificultades y sufrimientos. A cuantos están conectados con nosotros desde varias partes de África, y a todos los presentes, imparto de corazón la bendición apostólica.


AL SEÑOR IVES GAZZO, NUEVO JEFE DE LA DELEGACIÓN DE LA COMISIÓN DE LAS COMUNIDADES EUROPEAS ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 19 de octubre de 2009

Señor embajador:

Me alegra recibirlo, excelencia, y acreditarlo como representante de la Comisión de las Comunidades Europeas ante la Santa Sede. Le agradezco que exprese a su excelencia el señor José Barroso, recientemente reelegido presidente de la Comisión, mi cordial enhorabuena y mis mejores deseos para él y para el nuevo mandato que le ha sido encomendado, así como para todos sus colaboradores.

Este año Europa conmemora el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín. Quise celebrar de manera especial este acontecimiento visitando la República Checa. En esa tierra, que sufrió bajo el yugo de una dolorosa ideología, pude dar gracias por el don de la libertad recuperada que ha permitido al continente europeo recobrar su integridad y su unidad.

Usted, señor embajador, acaba de definir la realidad de la Unión Europea como "una zona de paz y de estabilidad que reúne a veintisiete Estados con los mismos valores fundamentales". Se trata de una acertada presentación. No obstante, es justo observar que la Unión Europea no se ha dotado de estos valores, sino que más bien esos valores compartidos llevaron a su creación y fueron la fuerza de gravedad que atrajo hacia el núcleo de los países fundadores a las distintas naciones que posteriormente se adhirieron a ella a lo largo del tiempo. Esos valores son el fruto de una larga y sinuosa historia en la que —nadie puede negarlo— el cristianismo ha desempeñado un papel destacado. La igual dignidad de todos los seres humanos, la libertad del acto de fe como raíz de todas las demás libertades cívicas, la paz como elemento decisivo del bien común, el progreso humano —intelectual, social y económico— como vocación divina (cf. Caritas in veritate ) y el sentido de la historia que de ello deriva son otros elementos centrales de la Revelación cristiana que siguen modelando la civilización europea.

Cuando la Iglesia recuerda las raíces cristianas de Europa no busca un estatuto privilegiado para sí misma; quiere hacer memoria histórica recordando ante todo una verdad —que cada vez más pasa en silencio—, es decir, la inspiración decididamente cristiana de los padres fundadores de la Unión Europea. Más profundamente, desea manifestar también que la base de esos valores procede principalmente de la herencia cristiana que todavía hoy los alimenta.

Esos valores comunes no constituyen un conglomerado anárquico o aleatorio, sino que forman un conjunto coherente que se ordena y se articula, históricamente, a partir de una visión antropológica determinada. ¿Acaso Europa puede omitir el principio orgánico original de estos valores que han revelado al hombre tanto su eminente dignidad como el hecho de que su vocación personal lo abre a todos los demás hombres con los que está llamado a constituir una sola familia? Dejarse caer en este olvido, ¿no es exponerse al riesgo de ver que esos grandes y hermosos valores entran en competencia o en conflicto unos con otros? O bien, ¿esos valores no corren el peligro de ser instrumentalizados por individuos y grupos de presión deseosos de hacer valer sus intereses privados en detrimento de un proyecto colectivo ambicioso —que los europeos esperan— que tenga como preocupación el bien común de los habitantes del continente y de todo el mundo?

Numerosos observadores, pertenecientes a horizontes muy diversos, ya han percibido y denunciado este peligro. Es importante que Europa no permita que su modelo de civilización se deshaga, palmo a palmo. El individualismo o el utilitarismo no deben sofocar su impulso original.

Los inmensos recursos intelectuales, culturales y económicos del continente continuarán dando fruto si siguen siendo fecundados por la visión trascendente de la persona humana, que constituye el tesoro más valioso de la herencia europea. Esta tradición humanista, en la que se reconocen muchas familias a veces con maneras de pensar muy diferentes, hace a Europa capaz de afrontar los desafíos del futuro y de responder a las expectativas de la población. Principalmente se trata de la búsqueda del justo y delicado equilibrio entre la eficiencia económica y las exigencias sociales, de la salvaguardia del medio ambiente y, sobre todo, de la indispensable y necesaria defensa de la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural y de la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Europa sólo será realmente ella misma si sabe conservar la originalidad que ha constituido su grandeza y que puede convertirla, en el futuro, en uno de los protagonistas principales en la promoción del desarrollo integral de las personas, que la Iglesia católica considera el único camino para poner remedio a los desequilibrios presentes en nuestro mundo.

191 Por todas estas razones, señor embajador, la Santa Sede sigue con respeto y gran atención la actividad de las instituciones europeas, deseando que estas, con su trabajo y su creatividad, honren a Europa, que más que un continente es una "casa espiritual" (cf. Discurso a las autoridades civiles y al Cuerpo diplomático, Praga, 26 de septiembre de 2009). La Iglesia desea "acompañar" la construcción de la Unión Europea, por eso se permite recordarle cuáles son los valores fundadores y constitutivos de la sociedad europea, a fin de que sean promovidos para el bien de todos.

Al comienzo de su misión ante la Santa Sede, quiero expresar nuevamente mi satisfacción por las excelentes relaciones que mantienen las Comunidades Europeas y la Santa Sede; y le deseo lo mejor, señor embajador, en el cumplimiento de su noble tarea. Puede estar seguro de que encontrará en mis colaboradores la acogida y la comprensión que necesite.

Invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre sus colaboradores.


DURANTE LA COMIDA CON LOS PADRES SINODALES

Atrio del aula Pablo VI

Sábado 24 de octubre de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

Ha llegado el momento de decir gracias. Gracias, ante todo, al Señor que nos ha convocado, nos ha reunido, nos ha ayudado a escuchar su Palabra, la voz del Espíritu Santo, y así ha dado también la posibilidad de encontrar el camino de la unidad en la multiplicidad de experiencias, la unidad de la fe y de la comunión en el Señor. Por eso la expresión "Iglesia-familia de Dios" ya no es sólo un concepto, una idea, sino una experiencia viva de estas semanas: hemos estado realmente reunidos, aquí, como familia de Dios. Hemos hecho también, con la ayuda del Señor, un buen trabajo.

El tema, de por sí, no era un reto fácil; yo diría que encerraba dos peligros. El tema "Reconciliación, justicia y paz" implica ciertamente una fuerte dimensión política, aunque es evidente que la reconciliación, la justicia y la paz no son posibles sin una profunda purificación del corazón, sin una renovación del pensamiento, sin una metanoia, sin una novedad que debe brotar precisamente del encuentro con Dios. Pero aunque esta dimensión espiritual es profunda y fundamental, también la dimensión política es muy real, porque sin resultados políticos estas novedades del Espíritu normalmente no se realizan. Por eso podía existir la tentación de politizar el tema, de hablar menos como pastores y más como políticos, con una competencia que no es la nuestra.

El otro peligro ha sido —precisamente para huir de esa tentación— el de retirarse a un mundo puramente espiritual, a un mundo abstracto y hermoso, pero no realista. El discurso de un pastor, en cambio, debe ser realista, debe tocar la realidad, pero en la perspectiva de Dios y de su Palabra. Por consiguiente, esta meditación conlleva, por una parte, estar realmente vinculados a la realidad, atentos a hablar de lo que hay; y, por otra parte, a no caer en soluciones técnicamente políticas; esto significa indicar una palabra concreta, pero espiritual. Este era el gran problema del Sínodo y me parece que, gracias a Dios, hemos conseguido resolverlo. Para mí esto es también motivo de gratitud porque facilita mucho la elaboración del documento post-sinodal.

Quisiera ahora volver a los agradecimientos. Doy las gracias sobre todo a los presidentes delegados, que han moderado, con gran "soberanía" y también con alegría, las sesiones del Sínodo. Doy las gracias a los relatores: hemos visto también ahora y —por decirlo así— hemos palpado que han llevado el mayor peso del trabajo, han trabajado de noche e incluso los domingos, han trabajado durante la comida y ahora merecen realmente un gran aplauso de todos nosotros.

Puedo comunicar aquí que he decidido nombrar al cardenal Turkson nuevo presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, sucesor del cardenal Martino. Gracias, eminencia, por haber aceptado; nos alegramos de tenerlo dentro de poco entre nosotros. También doy las gracias a todos los padres, a los delegados fraternos, a los auditores, a los expertos y sobre todo a los traductores porque han contribuido también a "crear Pentecostés": Pentecostés quiere decir comprenderse mutuamente y sin traductor faltaría este puente de comprensión. ¡Gracias! Y gracias, sobre todo, también al secretario general, a su equipo, que nos ha guiado y silenciosamente lo ha organizado muy bien todo.

192 El Sínodo acaba y no acaba, no sólo porque los trabajos siguen con la exhortación postsinodal: Synodos quiere decir camino común. Permanecemos en el camino común con el Señor, vamos delante del Señor para preparar sus caminos, para ayudarle, para abrirle las puertas del mundo a fin de que pueda crear su Reino entre nosotros. En este sentido os imparto mi bendición a todos vosotros. Recemos ahora la oración de acción de gracias por la comida.


AL PONTIFICO INSTITUTO BÍBLICO EN EL CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN

Sala Clementina

Lunes 26 de octubre de 2009



Señores cardenales;
reverendísimo prepósito general de la Compañía de Jesús;
ilustre rector;
ilustres profesores y queridos alumnos del Pontificio Instituto Bíblico:

Con verdadero placer me encuentro con vosotros con ocasión del 100° aniversario de la fundación de vuestro Instituto, querido por mi santo predecesor Pío X con el fin de constituir en la ciudad de Roma —como se ha dicho— un centro de estudios especializados sobre la Sagrada Escritura y las disciplinas relacionadas con ella. Saludo con deferencia al cardenal Zenon Grocholewski, al que expreso mi agradecimiento por las corteses palabras que me ha querido dirigir en vuestro nombre. Saludo igualmente al prepósito general, padre Adolfo Nicolás Pachón, y aprovecho con gusto la ocasión que se me ofrece para manifestar sincera gratitud a la Compañía de Jesús, la cual, no sin notable esfuerzo, despliega inversiones financieras y recursos humanos en la gestión de la Facultad del Oriente antiguo, de la Facultad bíblica aquí en Roma y de la sede del Instituto en Jerusalén. Saludo al rector y a los profesores, que han consagrado la vida al estudio y a la investigación escuchando constantemente la Palabra de Dios. Saludo y agradezco al personal, a los empleados y a los trabajadores su apreciada colaboración, así como a los bienhechores que han puesto y siguen poniendo a disposición los recursos necesarios para el mantenimiento de las instalaciones y para las actividades del Pontificio Instituto Bíblico. Saludo a los ex alumnos unidos espiritualmente a nosotros en este momento, y especialmente os saludo a vosotros, queridos alumnos, que procedéis de todas las partes del mundo.

Han transcurrido cien años desde el nacimiento del Pontificio Instituto Bíblico. En el transcurso de este siglo, ha aumentado ciertamente el interés por la Biblia y, gracias al concilio Vaticano II, sobre todo a la constitución dogmática Dei Verbum —de cuya elaboración fui testigo directo participando como teólogo en los debates que precedieron su aprobación— se ha percibido mucho más la importancia de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Esto ha favorecido en las comunidades cristianas una auténtica renovación espiritual y pastoral, que ha afectado sobre todo a la predicación, a la catequesis, al estudio de la teología y al diálogo ecuménico. A esta renovación vuestro Pontificio Instituto ha dado una significativa contribución con la investigación bíblica científica, con la enseñanza de las disciplinas bíblicas y la publicación de estudios cualificados y revistas especializadas. En el transcurso de las décadas se han sucedido varias generaciones de ilustres profesores —quisiera recordar aquí, entre otros, al cardenal Bea—, que han formado a más de siete mil profesores de Sagrada Escritura y promotores de grupos bíblicos, así como a muchos expertos que colaboran actualmente en diversos servicios eclesiásticos en todas las regiones del mundo. Damos gracias al Señor por esta actividad vuestra orientada a interpretar los textos bíblicos según el espíritu en el que fueron escritos (cf. Dei Verbum DV 12), y abierta al diálogo con las demás disciplinas, con las distintas culturas y religiones. Aunque ha conocido momentos de dificultad, se ha realizado con fidelidad constante al Magisterio según las finalidades propias de vuestro Instituto, surgido precisamente "ut in Urbe Roma altiorum studiorum ad Libros sacros pertinentium habeatur centrum, quod efficaciore, quo liceat, modo doctrinam biblicam et studia omniaeidem adiuncta, sensu Ecclesiae catholicae promoveat" (Pius PP. X, Litt. Ap. Vinea electa, 7 de mayo de 1909: AAS 1 [1909], 447-448).

Queridos amigos, la celebración del centenario constituye una meta y al mismo tiempo un punto de partida. Enriquecidos con la experiencia del pasado, proseguid vuestro camino con renovado empeño, conscientes del servicio a la Iglesia que se os requiere: acercar la Biblia a la vida del pueblo de Dios, para que sepa afrontar de forma adecuada los desafíos inéditos que los tiempos modernos plantean a la nueva evangelización. Es deseo común que en este mundo secularizado la Sagrada Escritura se convierta no sólo en el alma de la teología, sino también en la fuente de la espiritualidad y del vigor de la fe de todos los creyentes en Cristo. Que el Pontificio Instituto Bíblico siga, por tanto, creciendo como centro eclesial de estudio de alta calidad en el ámbito de la investigación bíblica, utilizando las metodologías críticas modernas y en colaboración con los especialistas en dogmática y en otras áreas teológicas; que asegure una esmerada formación a los futuros profesores de Sagrada Escritura para que, valiéndose de las lenguas bíblicas y de las distintas metodologías exegéticas, puedan acceder directamente a los textos bíblicos.

La ya citada constitución dogmática Dei Verbum, al respecto, subrayó la legitimidad y la necesidad del método histórico-crítico, reconduciéndolo a tres elementos esenciales: la atención a los géneros literarios, el estudio del contexto histórico y el examen de lo que se suele llamar Sitz im Leben. El documento conciliar, al mismo tiempo, mantiene firme el carácter teológico de la exégesis indicando los puntos de fuerza del método teológico en la interpretación del texto. Esto porque el presupuesto fundamental sobre el que se asienta la comprensión teológica de la Biblia es la unidad de la Escritura, y a este presupuesto corresponde como camino metodológico la analogía de la fe, es decir, la comprensión de cada texto a la luz del conjunto. El texto conciliar añade otra indicación metodológica. Al ser la Escritura una sola cosa a partir del único pueblo de Dios, que ha sido su portador a lo largo de la historia, en consecuencia leer la Escritura como una unidad significa leerla a partir del pueblo de Dios, de la Iglesia como de su lugar vital, y considerar la fe de la Iglesia como la verdadera clave de interpretación. Si la exégesis quiere ser también teología, debe reconocer que la fe de la Iglesia es la forma de "sim-patía" sin la cual la Biblia sería un libro sellado: la Tradición no cierra el acceso a la Escritura, sino que más bien lo abre; por otro lado, la palabra decisiva en la interpretación de la Escritura corresponde a la Iglesia, en sus organismos institucionales, pues de hecho es a la Iglesia a quien se le ha encomendado el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita y transmitida, ejerciendo su autoridad en nombre de Jesucristo (cf. Dei Verbum DV 10)

193 Queridos hermanos y hermanas, a la vez que os agradezco vuestra grata visita, os animo a proseguir vuestro servicio eclesial, en constante adhesión al magisterio de la Iglesia; y, asegurando a cada uno de vosotros el apoyo de la oración, os imparto de corazón, como prenda de los favores divinos, la bendición apostólica.


AL SEÑOR ALÍ AKBAR NASERI, NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ISLÁMICA DE IRÁN ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 29 de octubre de 2009

Señor embajador:

Me alegra recibirlo en este día en el que me presenta las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República islámica de Irán ante la Santa Sede. Le expreso mi gratitud por las cordiales palabras que me ha dirigido y por los deseos que me ha transmitido de parte del señor Mahmoud Ahmadineyad, presidente de la República. En respuesta, le agradecería que le dé las gracias y le asegure mis mejores deseos para toda la nación.

Su presencia aquí esta mañana manifiesta el interés de su país por avanzar en las buenas relaciones con la Santa Sede. Como usted sabe, señor embajador, la Santa Sede, con su presencia en las instituciones internacionales y con sus relaciones bilaterales con muchos países, desea defender y promover la dignidad del hombre. De ese modo quiere estar al servicio del bien de la familia humana, mostrando un interés especial por los aspectos éticos, morales y humanitarios de las relaciones entre los pueblos. Desde esta perspectiva, la Santa Sede desea consolidar sus relaciones con la República islámica de Irán y favorecer la comprensión mutua y la colaboración con vistas al bien común.

Irán es una gran nación que posee eminentes tradiciones espirituales y su pueblo tiene una profunda sensibilidad religiosa. Este puede ser un motivo de esperanza para una apertura creciente y una colaboración confiada con la comunidad internacional. Por su parte, la Santa Sede siempre estará dispuesta a trabajar en armonía con los que sirven a la causa de la paz y promueven la dignidad con la que el Creador ha dotado a todo ser humano. Hoy todos debemos desear y apoyar una nueva fase de cooperación internacional, fundada más sólidamente en principios humanitarios y en una ayuda eficaz a los que sufren, que dependa menos de los fríos cálculos de intercambios y de beneficios técnicos y económicos.

La fe en el único Dios debe acercar a todos los creyentes e incitarlos a trabajar juntos por la defensa y la promoción de los valores humanos fundamentales. Entre los derechos universales, la libertad religiosa y la libertad de conciencia ocupan un lugar fundamental, pues son la base de todas las demás libertades. La defensa de otros derechos que nacen de la dignidad de las personas y de los pueblos, en especial la promoción de la salvaguardia de la vida, la justicia y la solidaridad, también deben ser objeto de una colaboración real. Por otra parte, como he subrayado a menudo, entablar relaciones cordiales entre los creyentes de las diversas religiones es una necesidad urgente de nuestro tiempo, a fin de construir un mundo más humano y más conforme al proyecto de Dios sobre la creación. Por consiguiente, me complace que se realicen, desde hace años, encuentros sobre temas de interés común organizados con regularidad conjuntamente por el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y por la Organización para la cultura y las relaciones islámicas. Contribuyendo a buscar juntos lo que es justo y verdadero, este tipo de encuentros permiten a todos avanzar en el conocimiento recíproco y cooperar en la reflexión sobre las grandes cuestiones que afectan a la vida de la humanidad.

Por otro lado, los católicos están presentes en Irán desde los primeros siglos del cristianismo y siempre han formado parte integrante de la vida y de la cultura de la nación. Esa comunidad es realmente iraní y su experiencia secular de buena convivencia con los creyentes musulmanes es de gran utilidad para la promoción de una mayor comprensión y cooperación. La Santa Sede confía en que las autoridades iraníes refuercen y garanticen a los cristianos la libertad de profesar su fe y aseguren a la comunidad católica las condiciones esenciales para su existencia, sobre todo la posibilidad de contar con personal religioso suficiente y con facilidades de desplazamiento dentro del país para asegurar la atención religiosa de los fieles. Desde esta perspectiva, deseo que exista un diálogo confiado y sincero con las instituciones del país, a fin de mejorar la situación de las comunidades cristianas y de sus actividades en el contexto de la sociedad civil, como también que crezca el sentido de pertenencia a la vida nacional. Por su parte, la Santa Sede, que por su naturaleza y su misión se interesa directamente por la vida de las Iglesias locales, desea realizar los esfuerzos necesarios para ayudar a la comunidad católica en Irán a mantener vivos los signos de la presencia cristiana, en un espíritu de entendimiento benévolo con todos.

Señor embajador, por último quiero aprovechar esta feliz ocasión para saludar cordialmente a las comunidades católicas que viven en Irán, como también a sus pastores. El Papa se siente cercano a todos los fieles y reza por ellos a fin de que, manteniendo con perseverancia su identidad y permaneciendo unidos a su tierra, colaboren generosamente con todos sus compatriotas en el desarrollo de la nación.

Excelencia, al comienzo de su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos de éxito. Le aseguro que entre mis colaboradores siempre encontrará comprensión y apoyo para su feliz cumplimiento.

Invoco de corazón sobre su persona, sobre su familia y sobre todos sus colaboradores, así como sobre todos los iraníes, la abundancia de las bendiciones del Altísimo.


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

194 Sala del Consistorio

Jueves 29 de octubre de 2009

Señores cardenales;
venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Con gran alegría os doy mi cordial bienvenida con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Deseo ante todo expresar mi agradecimiento a monseñor Claudio Maria Celli, presidente de vuestro Consejo pontificio, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi saludo a sus colaboradores y a los presentes, dándoos las gracias por la contribución que brindáis en los trabajos de la plenaria y por el servicio que prestáis a la Iglesia en el campo de las comunicaciones sociales.

Estos días reflexionáis sobre las nuevas tecnologías de la comunicación. Hasta un observador poco atento puede constatar con facilidad que en nuestro tiempo, precisamente gracias a las tecnologías más modernas, está en marcha una auténtica revolución en el ámbito de las comunicaciones sociales, de las que la Iglesia va tomando conciencia cada vez más responsable. Esas tecnologías, de hecho, hacen posible una comunicación veloz y penetrante, compartiendo ampliamente ideas y opiniones; facilitan la adquisición de informaciones y de noticias de manera capilar y accesible para todos. El Consejo pontificio para las comunicaciones sociales sigue desde hace tiempo esta sorprendente y veloz evolución de los medios de comunicación, atesorando las intervenciones del magisterio de la Iglesia. Deseo recordar aquí, en particular, dos Instrucciones pastorales: la Communio et progressio del Papa Pablo VI y la Aetatis novae querida por Juan Pablo II. Dos autorizados documentos de mis venerados predecesores, que han favorecido y promovido en la Iglesia una amplia sensibilización sobre estos temas. Además, los grandes cambios sociales que se han producido en los últimos veinte años han solicitado y continúan solicitando un atento análisis sobre la presencia y sobre la acción de la Iglesia en este campo. El siervo de Dios Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris missio (1990), recordó que "el trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo". Y añadió: "No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna" (n. RMi 37). En efecto, la cultura moderna surge, antes aún que de los contenidos, del dato mismo de la existencia de nuevos modos de comunicar que utilizan lenguajes nuevos, se sirven de nuevas técnicas y crean nuevas actitudes psicológicas. Todo esto constituye un desafío para la Iglesia, llamada a anunciar el Evangelio a los hombres del tercer milenio manteniendo inalterado su contenido, pero haciéndolo comprensible también gracias a instrumentos y modalidades acordes con la mentalidad y las culturas de hoy.

Los medios de comunicación social, así llamados en el decreto conciliar Inter mirifica, actualmente han asumido potencialidades y funciones difícilmente imaginables en aquella época. El carácter multimedial y la interactividad estructural de los nuevos medios de comunicación, en cierto modo han disminuido la especificidad de cada uno de ellos, generando gradualmente una especie de sistema global de comunicación, de forma que, aun manteniendo cada medio su carácter peculiar, la evolución actual del mundo de la comunicación obliga cada vez más a hablar de una única forma comunicativa, que realiza una síntesis de las distintas voces o las sitúa en una estrecha conexión recíproca. Muchos de vosotros, queridos amigos, sois expertos en la materia y podéis analizar con mayor profesionalidad las diversas dimensiones de este fenómeno, incluidas sobre todo las antropológicas. Deseo aprovechar esta ocasión para invitar a cuantos en la Iglesia trabajan en el ámbito de la comunicación y tienen responsabilidades de guía pastoral, a fin de que recojan los desafíos que estas nuevas tecnologías plantean a la evangelización.

En el Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de este año, al subrayar la importancia que revisten las nuevas tecnologías, alenté a los responsables de los procesos de comunicación en todos los niveles a promover una cultura de respeto de la dignidad y del valor de la persona humana, un diálogo enraizado en la búsqueda sincera de la verdad, de la amistad que no es fin en sí misma, sino capaz de desarrollar los dones de cada uno para ponerlos al servicio de la comunidad humana. De este modo la Iglesia ejerce la que podríamos definir una "diaconía de la cultura" en el actual "continente digital", recorriendo sus caminos para anunciar el Evangelio, la única Palabra que puede salvar al hombre. Al Consejo pontificio para las comunicaciones sociales le corresponde profundizar en cada elemento de la nueva cultura de los medios de comunicación, comenzando por los aspectos éticos, y ejercer un servicio de orientación y de guía para ayudar a las Iglesias particulares a comprender la importancia de la comunicación, que ya representa un elemento inamovible e irrenunciable de todo plan pastoral. Por lo demás, precisamente las características de los nuevos medios de comunicación hacen posible, también a gran escala y en la dimensión globalizada que ha asumido, una acción de consulta, de distribución y de coordinación que, además de incrementar una eficaz difusión del mensaje evangélico, evita a veces una dispersión inútil de energías y recursos. Para los creyentes, sin embargo, es preciso sostener siempre con una constante visión de fe la necesaria valoración de las nuevas tecnologías mediáticas, conscientes de que, más allá de los medios que se emplean, la eficacia del anuncio del Evangelio depende en primer lugar de la acción del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y el camino de la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, este año se celebra el 50° aniversario de la fundación de la Filmoteca vaticana —querida por mi venerado predecesor el beato Juan XXIII—, que ha reunido y catalogado material filmado desde 1896 hasta hoy capaz de ilustrar la historia de la Iglesia. La Filmoteca vaticana posee, por lo tanto, un rico patrimonio cultural, que pertenece a toda la humanidad. A la vez que expreso viva gratitud por lo que se ya se ha hecho, animo a proseguir este interesante trabajo de recopilación, que documenta las etapas del camino del cristianismo, a través del sugestivo testimonio de la imagen, para que estos bienes se custodien y conozcan. Gracias de nuevo a todos los presentes por la aportación que dais a la Iglesia en un ámbito tan importante como el de las comunicaciones sociales; os aseguro mi oración para que la acción de vuestro Consejo pontificio siga dando muchos frutos. Invoco sobre cada uno la intercesión de la Virgen y os imparto a todos la bendición apostólica.


A LA SEÑORA DELIA CÁRDENAS CHRISTIE, EMBAJADORA DE PANAMÁ ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 30 de octubre de 2009




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