Discursos 2009 195

195 Señora Embajadora:

1. Me complace recibirla en este solemne acto en el que Vuestra Excelencia presenta las Cartas que la acreditan como Embajadora Extraordinaria y Plenipotenciaria de la República de Panamá ante la Santa Sede.

Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el deferente saludo de parte del Presidente de la República, Excelentísimo Señor Ricardo Martinelli Berrocal. Le ruego que tenga la bondad de transmitirle mis mejores deseos en el desempeño de su misión, recordando con aprecio la cortesía y cordialidad mostradas en nuestro reciente encuentro en Castel Gandolfo.

Vuestra Excelencia viene en representación de una Nación que mantiene unas relaciones bilaterales fluidas y fructíferas con la Santa Sede. La visita del Señor Presidente de Panamá, a la que he hecho mención, es una significativa muestra del buen entendimiento existente, ya manifestado en el acuerdo firmado el pasado 1 de julio de 2005, que es de esperar sea prontamente ratificado, y se pueda erigir así una circunscripción eclesiástica que atienda pastoralmente a las Fuerzas de Seguridad Panameñas.

En el marco de las respectivas competencias y del respeto recíproco, el quehacer de la Iglesia, que en razón de su misión no se confunde con el del Estado, ni puede identificarse con programa político alguno, se mueve en un ámbito de naturaleza religiosa y espiritual, que tiende a la promoción de la dignidad del ser humano y a la tutela de sus derechos fundamentales. Sin embargo, esta distinción no implica indiferencia o mutuo desconocimiento, ya que, aunque por diverso título, Iglesia y Estado convergen en el bien común de los mismos ciudadanos, estando al servicio de su vocación personal y social (cf. Gaudium et spes
GS 76). Igualmente, las funciones diplomáticas buscan el fomento de la gran causa del hombre y el incremento de la concordia entre los pueblos, y por ello la Santa Sede tiene una alta consideración y estima por la tarea que hoy comienza a desempeñar Vuestra Excelencia.

2. La identidad de su País, que se ha ido forjando durante siglos como un mosaico de etnias, pueblos y culturas, se presenta como un signo elocuente ante toda la familia humana de que es posible una convivencia pacífica entre personas de orígenes diversos, en un clima de comunión y cooperación. Esta pluralidad humana debe ser considerada un elemento de riqueza y una vertiente que se ha de potenciar cada día más, siendo conscientes de que el factor humano es el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar (cf. Caritas in veritate ). A este respecto, animo a todos sus compatriotas a trabajar por una mayor igualdad social, económica y cultural entre los distintos sectores de la sociedad, de manera que renunciando a los intereses egoístas, afianzando la solidaridad y conciliando voluntades se vaya desterrando, en palabras del Papa Pablo VI, “el escándalo de las disparidades hirientes” (Populorum progressio, PP 9).

3. El mensaje del Evangelio ha jugado un papel esencial y constructivo en la configuración de la identidad panameña, formando parte del patrimonio espiritual y del acerbo cultural de esa Nación. Un testimonio luminoso de ello es la Bula “Pastoralis officii debitum”, por la cual, el 9 de septiembre de 1513, el Papa León X erigía canónicamente la diócesis de Santa María La Antigua, la primera en tierra firme del Continente americano. Para conmemorar el V Centenario de este acontecimiento tan significativo, la Iglesia en el País está preparando diversas iniciativas, que reflejarán lo arraigada que está en su Patria la comunidad eclesial, que no pretende otro bien que el del pueblo mismo, del cual ella forma parte y al que ha servido y sirve con altura de miras y generosidad. Pido a Dios que esta efeméride acreciente la vida cristiana de todos los amados hijos de esa Nación, de modo que la fe siga siendo en ella fuente inspiradora para afrontar de manera positiva y provechosa los retos que esa República tiene planteados en la actualidad.

En este sentido, es justo reconocer las numerosas acciones de promoción humana y social que realizan en Panamá las diócesis, las parroquias, las comunidades religiosas, las asociaciones laicales y los movimientos de apostolado, contribuyendo de manera decisiva a dinamizar el presente y avivar el anhelo de un futuro esperanzador para su Patria. Especial relevancia tiene la presencia de la Iglesia en el campo educativo y en la asistencia a los pobres, los enfermos, los encarcelados y los emigrantes, y en la defensa de aspectos tan primordiales como el compromiso por la justicia social, la lucha contra la corrupción, el trabajo en favor de la paz, la inviolabilidad del derecho a la vida humana desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, así como la salvaguardia de la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Éstos son elementos irreemplazables para crear un sano tejido social y edificar una sociedad vigorosa, precisamente por la solidez de los valores morales que la sustentan, ennoblecen y dignifican.

En este contexto, no puedo dejar de reconocer el compromiso que las autoridades panameñas han manifestado reiteradamente de fortalecer las instituciones democráticas y una vida pública fundamentada en robustos pilares éticos. A este respecto, no se han de escatimar esfuerzos para fomentar un sistema jurídico eficiente e independiente, y que se actúe en todos los ámbitos con honradez, transparencia en la gestión comunitaria y profesionalidad y diligencia en la resolución de los problemas que afectan a los ciudadanos. Esto favorecerá el desarrollo de una sociedad justa y fraterna, en la que ningún sector de la población se vea olvidado o abocado a la violencia y la marginación.

4. La hora presente nos invita a todos, a las instituciones y a los responsables del destino de los pueblos, a reflexionar seriamente sobre los fenómenos que se producen en el plano internacional y local. Es digno de mención el valioso papel que Panamá está desempeñando para la estabilidad política del área centroamericana, en unos momentos en los que la coyuntura actual pone de relieve cómo un progreso consistente y armónico de la comunidad humana no depende únicamente del desarrollo económico o los descubrimientos tecnológicos. Estos aspectos han de ser necesariamente completados con aquellos otros de carácter ético y espiritual, pues una sociedad avanza sobre todo cuando en ella abundan personas con rectitud interior, conducta intachable y firme voluntad de esmerarse por el bien común, y que, además, inculcan a las nuevas generaciones un verdadero humanismo, sembrado en la familia y cultivado en la escuela, de modo que la pujanza de la Nación sea fruto del crecimiento integral de la persona y de todas las personas (cf. Caritas in veritate ).

5. Señora Embajadora, antes de concluir nuestro encuentro, renuevo mi saludo y bienvenida a Vuestra Excelencia y a sus seres queridos, a la vez que le deseo una fecunda labor, junto con el personal de esa Misión diplomática, en favor de su País, tan cercano al corazón del Papa.

196 Con estos sentimientos, pongo en las manos de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora La Antigua, las esperanzas y desafíos del querido pueblo panameño, para el que suplico al Señor copiosas bendiciones.


A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR EL OBSERVATORIO ASTRONÓMICO VATICANO

Sala Clementina

Viernes 30 de octubre de 2009

Eminencia; señoras y señores:

Me alegra saludar a esta asamblea de ilustres astrónomos, procedentes de todo el mundo, reunidos en el Vaticano con motivo de la celebración del Año internacional de la astronomía. Agradezco al cardenal Giovanni Lajolo sus cordiales palabras de introducción. Esta celebración, que marca el IV centenario de las primeras observaciones del cielo realizadas por Galileo Galilei con un telescopio, nos invita a considerar los inmensos avances del conocimiento científico en la época moderna y, de manera especial, a dirigir de nuevo nuestra mirada hacia el cielo con un espíritu de admiración, contemplación y compromiso de buscar la verdad, dondequiera se deba encontrar.

Vuestro encuentro coincide asimismo con la inauguración de las nuevas instalaciones del Observatorio vaticano en Castelgandolfo. Como sabéis, la historia del Observatorio está vinculada de modo muy concreto a la figura de Galileo, a las controversias que rodearon sus investigaciones y al intento de la Iglesia de alcanzar una comprensión correcta y fructuosa de la relación entre la ciencia y la religión. Aprovecho esta ocasión para expresar mi gratitud no sólo por los cuidadosos estudios que han aclarado el contexto histórico preciso de la condena de Galileo, sino también por los esfuerzos de todos los que están comprometidos en el diálogo y la reflexión constantes sobre la complementariedad de la fe y la razón al servicio de una comprensión integral del hombre y del lugar que ocupa en el universo. Expreso mi gratitud, de modo particular, al personal del Observatorio, así como a los amigos y bienhechores de la Fundación del Observatorio vaticano por sus esfuerzos para promover la investigación, las oportunidades pedagógicas y el diálogo entre la Iglesia y el mundo científico.

El Año internacional de la astronomía pretende, entre otras finalidades, reconquistar para todas las personas del mundo la admiración y el asombro extraordinarios que caracterizaron la gran época de los descubrimientos en el siglo XVI. Pienso, por ejemplo, en el júbilo de los científicos del Colegio romano, que a pocos pasos de aquí realizaron las observaciones y los cálculos que llevaron a la adopción del calendario gregoriano en todo el mundo. Nuestra época, que está en condiciones de realizar descubrimientos científicos tal vez incluso más grandes y de mayor alcance, podría beneficiarse de este mismo sentimiento de admiración y del deseo de alcanzar una síntesis del conocimiento verdaderamente humanista que inspiró a los padres de la ciencia moderna. ¿Quién puede negar que la responsabilidad ante el futuro de la humanidad y el respeto por la naturaleza y el mundo que nos rodea, requiere, hoy más que nunca, la meticulosa observación, el juicio crítico, la paciencia y la disciplina que son esenciales para el método científico moderno? Al mismo tiempo, los grandes científicos de la era de los descubrimientos nos recuerdan que el verdadero conocimiento siempre se orienta a la sabiduría y que, en lugar de restringir los ojos de la mente, nos invita a levantar la mirada hacia la esfera más elevada del espíritu.

En una palabra, el conocimiento se debe comprender y tratar de conseguir en toda su amplitud liberadora. Ciertamente, se puede reducir a cálculos y experimentos, pero si aspira a ser sabiduría, capaz de orientar al hombre a la luz de sus primeros comienzos y de su conclusión final, debe comprometerse en la búsqueda de la verdad última que, aunque siempre está más allá de nuestro alcance completo, es la clave de nuestra felicidad y libertad auténticas (cf. Jn 8,32), la medida de nuestra verdadera humanidad y el criterio para una relación justa con el mundo físico y con nuestros hermanos y hermanas en la gran familia humana.

Queridos amigos, la cosmología moderna nos ha enseñado que ni nosotros ni la tierra en la que vivimos somos el centro de nuestro universo, compuesto por miles de millones de galaxias, cada una de las cuales con miríadas de estrellas y planetas. Sin embargo, al tratar de responder al desafío de este año —levantar los ojos hacia el cielo para redescubrir nuestro lugar en el universo—, no podemos menos de dejarnos capturar por la maravilla expresada hace mucho tiempo por el salmista. Contemplando el cielo estrellado, exclamó lleno de admiración al Señor: "Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?" (Ps 8,4-5). Espero que el estupor y el júbilo, que han de ser los frutos de este Año internacional de la astronomía, nos lleven, más allá de la contemplación de las maravillas de la creación, hasta la contemplación del Creador y del Amor que es el motivo fundamental de su creación, el Amor que, con palabras de Dante Alighieri, "mueve el sol y las demás estrellas" (Paraíso XXXIII, 145). La Revelación nos dice que, en la plenitud de los tiempos, la Palabra por la cual fueron hechas todas las cosas vino a habitar entre nosotros.

En Cristo, el nuevo Adán, reconocemos el verdadero centro del universo y de toda la historia, y en él, el Logos encarnado, vemos la medida plena de nuestra grandeza como seres humanos, dotados de razón y llamados a un destino eterno.

Con estas reflexiones, queridos amigos, os saludo a todos con respeto y estima, y os ofrezco mi oración y mis mejores deseos para vuestra investigación y vuestra enseñanza. Sobre vosotros, sobre vuestras familias y vuestros seres queridos, invoco de corazón las bendiciones de sabiduría, alegría y paz de Dios todopoderoso.


AL SEÑOR NIKOLA IVANOV KADULOV, NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE BULGARIA ANTE LA SANTA SEDE

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Sábado 31 de octubre de 2009



Señor embajador:

Me alegra recibirlo en esta solemne circunstancia de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Bulgaria ante la Santa Sede. Le agradezco, señor embajador, las amables palabras que me ha dirigido. Por mi parte, le agradecería que transmita al presidente de la República, Georgi Parvanov, mis más cordiales deseos para su persona, como también para la felicidad y el éxito del pueblo búlgaro.

Me congratulo, asimismo, por las buenas relaciones que mantienen Bulgaria y la Santa Sede, en la dinámica que creó el viaje de mi predecesor el Papa Juan Pablo II a su país en 2002. Merece la pena intensificar estas relaciones y me alegra saber que su deseo es trabajar con empeño para fortalecerlas y ampliar su campo.

Este otoño celebramos el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, que permitió a Bulgaria optar por la democracia y restablecer relaciones libres y autónomas con el conjunto del continente europeo. Sé que su país está realizando hoy grandes esfuerzos con vistas a una mayor integración en la Unión Europea, de la que forma parte desde el 1 de enero de 2007. Es importante que en este proceso de la construcción europea cada pueblo no sacrifique su propia identidad cultural, sino que, al contrario, encuentre los medios para hacer que dé buenos frutos, que enriquezcan a las instituciones comunitarias. Dada su situación geográfica y cultural, es especialmente positivo, como usted acaba de expresar, que su nación no sólo se preocupe de su propio destino, sino que manifieste también una gran atención por sus países vecinos y trabaje por favorecer sus lazos con la Unión Europea. Bulgaria, sin duda, también tiene un papel importante por desempeñar tanto en la construcción de relaciones serenas entre los países que la rodean, como en la defensa y promoción de los derechos humanos.

Como usted ha subrayado hace unos instantes, esta preocupación por el bien común de los pueblos no se puede limitar a las fronteras del continente; también es necesario estar atentos a crear las condiciones para una globalización exitosa. De hecho, para que esta se pueda vivir positivamente, es preciso que sirva "a todo el hombre y a todos los hombres". Este es el principio que quise destacar con fuerza en mi reciente encíclica Caritas in veritate. Es esencial que el desarrollo que se busca de forma legítima no ataña exclusivamente al ámbito económico, sino que también tenga en cuenta la integridad de la persona humana. El valor del hombre no consiste en lo que tiene, sino en el desarrollo de su ser de acuerdo con todas las potencialidades que encierra su naturaleza. Este principio tiene su razón última en el amor creador de Dios, que revela plenamente la Palabra divina. En este sentido, para que el desarrollo del hombre y de la sociedad sea auténtico, necesariamente debe conllevar una dimensión espiritual (cf. nn. ). Asimismo, requiere que todos los responsables públicos sean moralmente exigentes consigo mismos, a fin de administrar de manera eficaz y desinteresada la parte de autoridad que se les ha encomendado. La cultura cristiana que impregna profundamente su pueblo no es únicamente un tesoro del pasado que hay que conservar, sino también la prenda de un futuro realmente prometedor pues protege al hombre de las tentaciones —que lo amenazan siempre— de hacerle olvidar su propia grandeza, así como la unidad del género humano y las exigencias de solidaridad que implica.

La comunidad católica de Bulgaria, animada por esta intención, desea contribuir al progreso de toda la población. Esta preocupación compartida por el bien común constituye uno de los elementos que deberían facilitar el diálogo entre las distintas y numerosas comunidades religiosas que componen el paisaje cultural de su antigua nación. Este diálogo, para que sea sincero y constructivo, requiere un conocimiento y una estima mutuos, que los poderes públicos pueden favorecer en gran medida mediante la consideración con la que tratan a las diferentes familias espirituales. Por su parte, la comunidad católica expresa el deseo de estar abierta generosamente a todos y de trabajar con todos; lo demuestra concretamente con sus obras sociales, cuyos beneficios no quiere reservar únicamente para sus miembros.

Deseo dirigir un cordial saludo, a través de su persona, señor embajador, a los obispos, a los sacerdotes, a los diáconos y a todos los fieles que forman la comunidad católica de su país. Los invito a considerar las grandes riquezas que Dios, en su infinita misericordia, ha puesto en su corazón de creyentes y, por esa razón, a comprometerse con audacia, mediante una cooperación tan estrecha como sea posible con todos los ciudadanos de buena voluntad, y a testimoniar en todos los campos la dignidad que Dios ha inscrito en el ser del hombre.

En este día en el que usted, excelencia, inaugura oficialmente su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para un feliz cumplimiento de su misión. Puede estar seguro, señor embajador, de que encontrará siempre entre mis colaboradores la atención y la comprensión cordiales que merece su alta función, al igual que el afecto del Sucesor de Pedro por su país. Invoco la intercesión de la Virgen María y de san Cirilo y san Metodio, y pido al Señor que derrame generosas bendiciones sobre usted, sobre su familia y sobre sus colaboradores, como también sobre el pueblo búlgaro y sobre sus autoridades.


Noviembre de 2009



VISITA PASTORAL A BRESCIA Y CONCESIO


VISITA A LA PARROQUIA DE BOTTICINO SERA

Brescia

Domingo 8 de noviembre de 2009

198 Queridos hermanos y hermanas:

Estoy muy contento de estar en la parroquia del santo Tadini. Lo canonicé hace poco y para mí fue edificante su figura de vida espiritual y, al mismo tiempo, de gran personalidad en la vida social de los siglos XIX y XX. Con su obra, hizo un gran regalo a la humanidad y nos invita a todos a amar a Dios, a amar a Cristo, a amar a la Virgen y a dar este amor a los demás; a trabajar para que nazca un mundo fraterno en el que cada uno ya no viva para sí mismo sino para los demás. Así pues, gracias por esta acogida tan cordial. Es una gran alegría ver aquí a la Iglesia viva y llena de gozo. ¡Feliz domingo! Os deseo lo mejor. ¡Gracias!

ENCUENTRO OFICIAL PARA LA INAUGURACIÓN DE LA NUEVA SEDE Y ENTREGA DEL PREMIO INTERNACIONAL PABLO VI

Auditorium Vittorio Montini del Instituto Pablo VI - Concesio

Domingo 8 de noviembre de 2009



Señores cardenales;
venerados hermanos obispos y sacerdotes;
queridos amigos:

Os agradezco de corazón que me hayáis invitado a inaugurar la nueva sede del Instituto dedicado a Pablo VI, construida al lado de su casa natal. Os saludo a todos con afecto, comenzando por los señores cardenales, los obispos, las autoridades y las personalidades presentes. Saludo en particular al presidente Giuseppe Camadini, agradecido por las amables palabras que me ha dirigido, ilustrando los orígenes, la finalidad y las actividades del Instituto. Participo con gusto en la solemne ceremonia del "Premio internacional Pablo VI", que este año ha sido asignado a la colección francesa "Sources chrétiennes". Una elección dedicada al ámbito educativo, que quiere poner de relieve —como acertadamente se ha subrayado— el fuerte compromiso de esta colección histórica, fundada en 1942, entre otros, por Henri De Lubac y Jean Daniélou, para un renovado descubrimiento de las fuentes cristianas antiguas y medievales. Agradezco al director Bernard Meunier el saludo que me ha dirigido. Aprovecho esta propicia ocasión, queridos amigos, para alentaros a dar a conocer cada vez más la personalidad y la doctrina de este gran Pontífice, no tanto desde el punto de vista hagiográfico y conmemorativo, sino más bien en el sentido de la investigación científica —y esto, justamente, se ha remarcado—, para ofrecer una aportación al conocimiento de la verdad y a la comprensión de la historia de la Iglesia y de los Pontífices del siglo XX. Cuanto más conocido es el siervo de Dios Pablo VI, tanto más es apreciado y amado. A este gran Papa me unió un vínculo de afecto y devoción desde los años del concilio Vaticano ii. ¿Cómo no recordar que fue precisamente Pablo VI quien en 1977 me encomendó el cuidado pastoral de la diócesis de Munich, creándome asimismo cardenal? Siento que a este gran Pontífice debo mucha gratitud por la estima que manifestó hacia mi persona en muchas ocasiones.

Me gustaría profundizar, en esta sede, en los distintos aspectos de su personalidad; pero limitaré mis consideraciones a un solo rasgo de sus enseñanzas, que me parece de gran actualidad y en sintonía con la motivación del Premio de este año, a saber, su capacidad educativa. Vivimos en tiempos en los que se percibe una verdadera "emergencia educativa". Formar a las generaciones jóvenes, de las que depende el futuro, nunca ha sido fácil, pero en nuestra época parece todavía más complejo. Lo saben bien los padres, los educadores, los sacerdotes y los que tienen responsabilidades educativas directas. Se van difundiendo una atmósfera, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona, del significado de la verdad y del bien, y, en definitiva, de la bondad de la vida. No obstante, se advierte con fuerza una sed generalizada de certezas y de valores. Por lo tanto, hay que transmitir a las futuras generaciones algo válido, reglas sólidas de comportamiento, indicarles objetivos elevados hacia los cuales orientar con decisión su existencia. Aumenta la demanda de una educación que responda a las expectativas de la juventud; una educación que sea ante todo testimonio y, para el educador cristiano, testimonio de fe.

Al respecto me viene a la mente esta incisiva frase programática de Giovanni Battista Montini escrita en 1931: "Quiero que mi vida sea un testimonio de la verdad... Con testimonio me refiero a la salvaguardia, la búsqueda, la profesión de la verdad" (Spiritus veritatis, en Colloqui religiosi, Brescia 1981, p. 81). Este testimonio —anotaba Montini en 1933— resulta urgente al constatar que "en el campo profano los hombres de pensamiento, también y quizá especialmente en Italia, no piensan para nada en Cristo. Es un desconocido, un olvidado, un ausente en gran parte de la cultura contemporánea" (Introduzione allo studio di Cristo, Roma 1933, p. 23). El educador Montini, estudiante y sacerdote, obispo y Papa, siempre sintió la necesidad de una presencia cristiana cualificada en el mundo de la cultura, del arte y de lo social, una presencia arraigada en la verdad de Cristo, y, al mismo tiempo, atenta al hombre y a sus exigencias vitales.

Por este motivo la atención al problema educativo, la formación de los jóvenes, constituye una constante en el pensamiento y en la acción de Montini, atención que también aprendió en el ambiente familiar. Nació en una familia perteneciente al catolicismo bresciano de la época, comprometido y ferviente en obras, y creció en la escuela de su padre Giorgio, protagonista de importantes batallas para la afirmación de la libertad de los católicos en la educación. En uno de los primeros escritos dedicado a la escuela italiana, Giovanni Battista Montini observaba: "Sólo pedimos un poco de libertad para educar como queremos a la juventud que viene al cristianismo atraída por la belleza de su fe y de sus tradiciones" (Per la nostra scuola: un libro del prof. Gentile, en Scritti giovanili, Brescia 1979, p. 73). Montini fue un sacerdote de una gran fe y de amplia cultura, un guía de almas, un investigador agudo del "drama de la existencia humana". Generaciones de jóvenes universitarios encontraron en él, como asistente de la FUCI, un punto de referencia, un formador de conciencias, capaz de entusiasmar, de recordar el deber de ser testigos en cada momento de la vida, dejando transparentar la belleza de la experiencia cristiana. Al oírlo hablar —atestiguan sus estudiantes de entonces— se percibía el fuego interior que animaba sus palabras, en contraste con una constitución física que parecía frágil.

199 Uno de los cimientos de la propuesta formativa de los círculos universitarios de la FUCI que él dirigía consistía en buscar la unidad espiritual de la personalidad de los jóvenes: "No compartimientos separados en el alma —decía—, por una parte la cultura, y por otra la fe; por un lado la escuela y por otro la Iglesia. La doctrina, como la vida, es única" (Idee=Forze, en Studium 24 [1928], p. 343). En otras palabras, para Montini eran esenciales la plena armonía y la integración entre la dimensión cultural y religiosa de la formación, con especial hincapié en el conocimiento de la doctrina cristiana, y las consecuencias prácticas en la vida. Precisamente por esto, desde el comienzo de su actividad, en el círculo romano de la FUCI, junto con un serio compromiso espiritual e intelectual, promovió para los universitarios iniciativas caritativas al servicio de los pobres, con la Conferencia de San Vicente. Nunca separaba la que más tarde definirá "caridad intelectual" de la presencia social, del hacerse cargo de las necesidades de los últimos. De este modo, se educaba a los estudiantes a descubrir la continuidad entre el riguroso deber del estudio y las misiones concretas entre los marginados. "Creemos —escribía— que el católico no es una persona atormentada por cien mil problemas aunque sean de orden espiritual... ¡No! El católico es quien tiene la fecundidad de la seguridad. Así, fiel a su fe, puede mirar al mundo no como a un abismo de perdición, sino como a un campo de mies" (La distanza dal mondo, en Azione Fucina, 10 de febrero de 1929, p. 1).

Giovanni Battista Montini insistía en la formación de los jóvenes, para que fueran capaces de entrar en relación con la modernidad, una relación difícil y a menudo crítica, pero siempre constructiva y dialogada. De la cultura moderna subrayaba algunas características negativas, tanto en el campo del conocimiento como en el de la acción, como el subjetivismo, el individualismo y la afirmación ilimitada del sujeto. Al mismo tiempo, sin embargo, consideraba necesario el diálogo, siempre a partir de una sólida formación doctrinal, cuyo principio unificador era la fe en Cristo; una "conciencia" cristiana madura, por tanto, capaz de confrontarse con todos, pero sin ceder a las modas del momento. Ya Romano Pontífice, a los rectores y decanos de las universidades de la Compañía de Jesús les dijo que "el mimetismo doctrinal y moral no está ciertamente conforme con el espíritu del Evangelio". "Por lo demás, los mismos que no comparten las posiciones de la Iglesia —añadió— nos piden una total claridad de posiciones para poder establecer un diálogo constructivo y leal". Por lo tanto, el pluralismo cultural y el respeto nunca deben "hacer perder de vista al cristiano su deber de servir a la verdad en la caridad, y de seguir la verdad de Cristo, la única que da la verdadera libertad" (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de agosto de 1975, p. 4).

Según el Papa Montini hay que educar al joven a juzgar el ambiente en el que vive y actúa, a considerarse una persona y no un número en la masa: en una palabra, hay que ayudarle a tener un "pensamiento fuerte" capaz de una "acción fuerte", evitando el peligro que se puede correr de anteponer la acción al pensamiento y de hacer de la experiencia la fuente de la verdad. Al respecto afirmó: "La acción no puede ser luz por sí misma. Si no se quiere forzar al hombre a pensar cómo actúa, es preciso educarlo a actuar como piensa. En el mundo cristiano, donde el amor, la caridad tienen una importancia suprema, decisiva, tampoco se puede prescindir de la luz de la verdad, que al amor presenta sus finalidades y sus motivos" (Insegnamenti II, [1964], 194).

Queridos amigos, los años de la FUCI, difíciles por el contexto político de Italia, pero apasionantes para los jóvenes que reconocieron en el siervo de Dios a un guía y un educador, quedaron marcados en la personalidad de Pablo VI. En él, arzobispo de Milán y más tarde Sucesor del apóstol Pedro, nunca faltaron el anhelo y la preocupación por el tema de la educación. Lo confirman sus numerosas intervenciones dedicadas a las nuevas generaciones, en momentos borrascosos y atormentados, como el sesenta y ocho. Con valentía indicó el camino del encuentro con Cristo como experiencia educativa liberadora y única respuesta verdadera a los deseos y las aspiraciones de los jóvenes, víctimas de la ideología. "Vosotros, jóvenes de hoy —repetía—, algunas veces os dejáis fascinar por un conformismo que puede llegar a ser habitual, un conformismo que doblega inconscientemente vuestra libertad al dominio automático de corrientes externas de pensamiento, de opinión, de sentimiento, de acción, de moda; y, de ese modo, arrastrados por un gregarismo que os da la impresión de ser fuertes, a veces llegáis a ser rebeldes en grupo, en masa, a menudo sin saber por qué". "Pero —seguía afirmando— si tomáis conciencia de Cristo, y os adherís a él... seréis libres interiormente..., sabréis por qué y para quién vivir... Y, al mismo tiempo —algo maravilloso—, sentiréis que nace dentro de vosotros la ciencia de la amistad, de la socialidad, del amor. No seréis unos solitarios" (Insegnamenti VI, [1968], 117-118).

Pablo VI se definió a sí mismo "un amigo de los jóvenes": sabía reconocer y compartir su congoja cuando se debaten entre las ganas de vivir, la necesidad de tener certezas, el anhelo del amor y la sensación de desconcierto, la tentación del escepticismo y la experiencia de la desilusión. Había aprendido a comprender su espíritu y recordaba que la indiferencia agnóstica del pensamiento actual, el pesimismo crítico y la ideología materialista del progreso social no bastan al espíritu, abierto a horizontes bien distintos de verdad y de vida (cf. Ángelus del 7 de julio de 1974; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de julio de 1974, p. 1). Hoy, como entonces, en las nuevas generaciones surge una ineludible pregunta de sentido, una búsqueda de relaciones humanas auténticas. Decía Pablo VI: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros (...) o si escucha a los maestros es porque son testigos" (Evangelii nuntiandi
EN 41). Este venerado predecesor mío fue maestro de vida y testigo valiente de esperanza, no siempre comprendido, más aún, muchas veces contestado y aislado por movimientos culturales dominantes entonces. Pero, sólido a pesar de ser frágil físicamente, guió sin titubeos a la Iglesia; nunca perdió la confianza en los jóvenes, invitándolos siempre, y no sólo a ellos, a confiar en Cristo y a seguirlo por el camino del Evangelio.

Queridos amigos, os agradezco una vez más que me hayáis dado la oportunidad de respirar aquí, en su pueblo natal y en estos lugares llenos de recuerdos de su familia y de su infancia, el clima en el que se formó el siervo de Dios Pablo VI, el Papa del concilio Vaticano II y del posconcilio. Aquí todo habla de la riqueza de su personalidad y de su vasta doctrina. Aquí se encuentran también recuerdos significativos de otros pastores y protagonistas de la historia de la Iglesia del siglo pasado, como por ejemplo el cardenal Bevilacqua, el obispo Carlo Manziana, monseñor Pasquale Macchi, su secretario personal de confianza, o el padre Paolo Caresana. Deseo de corazón que las nuevas generaciones perciban el amor de este Papa por los jóvenes y su invitación constante a encomendarse a Jesucristo, una invitación que retomó Juan Pablo II y que también yo quise renovar al comienzo de mi pontificado. Por esto aseguro mi oración y bendigo a todos los presentes, a vuestras familias, vuestro trabajo y las iniciativas del Instituto Pablo VI.


Discursos 2009 195