Discursos 2009 210

A LAS DELEGACIONES DE ARGENTINA Y CHILE EN EL XXV ANIVERSARIO DEL TRATADO DE PAZ Y AMISTAD ENTRE LOS DOS PAÍSES

Sala Clementina
211

Sábado 28 de noviembre de 2009



Señoras Presidentas de Argentina y Chile,
Señores Cardenales,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Señores Embajadores,
Amigos todos:

1. Con sumo gusto les recibo y les doy la bienvenida en esta Sede de Pedro, con motivo de la celebración del 25 aniversario del Tratado de Paz y Amistad, que clausuró el diferendo territorial que mantuvieron durante largo tiempo sus respectivos Países en la zona Austral. En efecto, es una oportuna y feliz conmemoración de aquellas intensas negociaciones que, con la mediación pontificia, concluyeron con una solución digna, razonable y ecuánime, evitando así un conflicto armado que estaba a punto de enfrentar a dos pueblos hermanos.

2. El Tratado de Paz y Amistad, y la mediación que lo hizo posible, está indisolublemente unido a la amada figura del Papa Juan Pablo II, el cual, movido por sentimientos de afecto hacia esas queridas Naciones y en sintonía con su incansable labor como mensajero y artífice de paz, no dudó en aceptar la delicada y crucial tarea de ser mediador en dicho contencioso. Con la ayuda inestimable del Cardenal Antonio Samorè, él mismo siguió personalmente todos los avatares de esas largas y complejas negociaciones, hasta la definición de la propuesta que llevó a la firma del Tratado, en presencia de las delegaciones de ambos Países y del entonces Secretario de Estado de Su Santidad y Prefecto del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, Cardenal Agostino Casaroli.

La intervención pontificia fue una respuesta también a un expreso pedido de los Episcopados de Chile y Argentina, los cuales, en comunión con la Santa Sede, ofrecieron su decisiva colaboración para la consecución de dicho acuerdo. Es de agradecer, además, los esfuerzos de todas las personas que, en los Gobiernos y delegaciones diplomáticas de ambos Países, dieron su positiva contribución para llevar adelante ese camino de resolución pacífica, cumpliendo así los profundos anhelos de paz de la población argentina y chilena.

3. A veinticinco años de distancia, podemos constatar con satisfacción cómo aquel histórico evento ha contribuido benéficamente a reforzar en ambos Países los sentimientos de fraternidad, así como una más decidida cooperación e integración, concretada en numerosos proyectos económicos, intercambios culturales e importantes obras de infraestructura, superando de este modo prejuicios, sospechas y reticencias del pasado. En realidad, Chile y Argentina no son sólo dos Naciones vecinas sino mucho más: son dos Pueblos hermanos con una vocación común de fraternidad, de respeto y amistad, que es fruto en gran parte de la tradición católica que está en la base de su historia y de su rico patrimonio cultural y espiritual.

Este acontecimiento que hoy conmemoramos forma ya parte de la gran historia de dos nobles Naciones, pero también de toda América Latina. El Tratado de Paz y Amistad es un ejemplo luminoso de la fuerza del espíritu humano y de la voluntad de paz frente a la barbarie y la sinrazón de la violencia y la guerra como medio para resolver las diferencias. Una vez más, hay que tener presente las palabras que mi Predecesor, el Papa Pío XII, pronunció en momentos especialmente difíciles de la historia: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra» (Radiomensaje, 24 agosto 1939). Por tanto, es necesario perseverar en todo momento con voluntad firme y hasta las últimas consecuencias en tratar de resolver las controversias con verdadera voluntad de diálogo y de acuerdo, a través de pacientes negociaciones y necesarios compromisos, y teniendo siempre en cuenta las justas exigencias y legítimos intereses de todos.

212 4. Para que la causa de la paz se abra camino en la mente y el corazón de todos los hombres y, de modo especial, de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos desde las más altas magistraturas de las naciones, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial. La consecución de la paz, en efecto, requiere la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud, unida al fortalecimiento de la familia como célula básica de la sociedad. Requiere también la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños.

5. La Iglesia católica, que continúa en la tierra la misión de Cristo, que con su muerte en la cruz trajo la paz al mundo (cf.
Ep 2,14-17), no deja de proclamar a todos su mensaje de salvación y de reconciliación y, uniendo sus esfuerzos a todos los hombres de buena voluntad, se entrega con ahínco para cumplir las aspiraciones de paz y concordia de toda la humanidad.

Excelentísimas Señoras Presidentas, queridos amigos, agradeciéndoles nuevamente su significativa visita, dirijo mi mirada al Cristo de los Andes, en la cumbre de la Cordillera, y le pido que, como un don constante de su gracia, selle para siempre la paz y la amistad entre argentinos y chilenos, al mismo tiempo que como prenda de mi afecto les imparto una especial Bendición Apostólica.



Diciembre de 2009


AL SEÑOR EDUARDO DELGADO BERMÚDEZ, EMBAJADOR DE CUBA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 10 de diciembre de 2009



Señor Embajador:

1. Con sumo gusto le recibo en este solemne acto en el que presenta las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Cuba ante la Santa Sede, iniciando así la importante misión que su Gobierno le ha confiado. Le agradezco sus atentas palabras y el saludo que me ha transmitido de parte del Excelentísimo Señor Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, al que correspondo con mis mejores deseos para su alta responsabilidad.

2. Entre ilusiones y dificultades, Cuba ha logrado un decidido protagonismo, principalmente en el contexto económico y político del Caribe y América Latina. Por otra parte, algunos signos de distensión en sus relaciones con el vecino Estados Unidos dejarían presagiar nuevas oportunidades para un acercamiento mutuamente beneficioso, en el pleno respeto de la soberanía y el derecho de los Estados y de sus ciudadanos. Cuba, que sigue ofreciendo a numerosos países su colaboración en áreas vitales como la alfabetización y la salud, favorece así la cooperación y solidaridad internacionales, sin que éstas estén supeditadas a más intereses que la ayuda misma a las poblaciones necesitadas. Es de esperar que todo ello pueda contribuir a hacer realidad el llamado que mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, lanzó en su histórico viaje a la Isla: «Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba» (Discurso en la ceremonia de llegada a La Habana, 21 de enero de 1998).

3. Como otros muchos países, su Patria sufre también las consecuencias de la grave crisis mundial que, añadida a los devastadores efectos de los desastres naturales y al embargo económico, golpea de manera especial a las personas y familias más pobres. En esta compleja situación general, se aprecia cada vez más la urgente necesidad de una economía que, edificada sobre sólidas bases éticas, ponga a la persona y sus derechos, su bien material y espiritual, en el centro de sus intereses. En efecto, el primer capital que se ha de salvaguardar y salvar es el hombre, la persona en su integridad (cf. Caritas in veritate ).

Es importante que los Gobiernos se esfuercen por remediar los graves efectos de la crisis financiera, sin desatender por ello las necesidades básicas de los ciudadanos. La Iglesia Católica en Cuba, que en estos momentos, y como siempre, se siente cercana a la población, quiere contribuir con su modesta y efectiva ayuda. Deseo destacar asimismo cómo la mayor cooperación alcanzada con las Autoridades de su País ha permitido la realización de importantes proyectos de asistencia y reconstrucción, especialmente con ocasión de las catástrofes naturales.

4. Espero que se sigan multiplicando los signos concretos de apertura al ejercicio de la libertad religiosa, tal como se ha venido haciendo en los últimos años, como por ejemplo la oportunidad de celebrar la Santa Misa en algunas cárceles, la realización de procesiones religiosas, la reparación y devolución de algunos templos y la construcción de algunas casas religiosas, o la posibilidad de contar con seguridad social para los sacerdotes y religiosos. Así la comunidad católica ejercerá con más soltura su específica tarea pastoral.

213 Con vistas a avanzar en este camino, sobre todo en beneficio de los ciudadanos cubanos, sería también deseable que se pudiera continuar dialogando para fijar conjuntamente, siguiendo formas similares a las que se establecen con otras Naciones y respetando las características propias de su País, el marco jurídico que defina convenientemente las relaciones existentes y nunca interrumpidas entre la Santa Sede y Cuba, y que garantice el desarrollo adecuado de la vida y la acción pastoral de la Iglesia en esa Nación.

5. La Iglesia Católica se está preparando en su Patria con toda intensidad para la celebración, en el año 2012, del Cuarto Centenario del hallazgo y presencia de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, Madre y Patrona de Cuba. Esta querida advocación mariana es un símbolo luminoso de la religiosidad del pueblo cubano y de las raíces cristianas de su cultura. En efecto, la Iglesia, que no se puede confundir con la comunidad política (cf. Gaudium et spes
GS 76), es depositaria de un extraordinario patrimonio espiritual y moral que ha contribuido a forjar de manera decisiva el “alma” cubana, dándole carácter y personalidad propia.

A este respecto, todos los hombres y mujeres y, en especial, los jóvenes, necesitan hoy, como en cualquier otra época, redescubrir aquellos valores morales, humanos y espirituales, como por ejemplo el respeto a la vida desde su concepción hasta su ocaso natural, que hacen la existencia del hombre más digna. En este sentido, el principal servicio que la Iglesia presta a los cubanos es el anuncio de Jesucristo y su mensaje de amor, perdón y reconciliación en la verdad. Un pueblo que recorre este camino de concordia es un pueblo con esperanza de un futuro mejor. La Iglesia, además, consciente de que su misión quedaría amputada sin el testimonio de la caridad que brota del Corazón de Cristo, ha puesto en marcha en su Patria numerosas iniciativas de asistencia social que, aunque de reducidas dimensiones, llegan a muchos enfermos, ancianos y desvalidos. Una muestra elocuente de este amor es también la vida y labor de tantas personas que se han dejado iluminar y transformar por el mensaje de Cristo, como el Beato José Olallo Valdés, a cuya beatificación, la primera que se ha realizado en suelo cubano, asistió el Excelentísimo Señor Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.

Confío además en que este clima, que ha posibilitado a la Iglesia dar su modesta contribución caritativa, favorezca también su participación en los medios de comunicación social y en la realización de tareas educativas complementarias, de acuerdo a su específica misión pastoral y espiritual.

6. No quiero concluir mis palabras sin dirigir un último recuerdo al siempre noble, luchador, sufrido y trabajador pueblo cubano, expresándole de corazón mi cercanía y afecto, al mismo tiempo que no dejo de encomendarlo en mi plegaria al Señor, autor de todo don.

Señor Embajador, le ruego que tenga la bondad de reiterar mi saludo deferente a las más Altas Autoridades de la República de Cuba, a la vez que formulo a Vuestra Excelencia mis mejores deseos para que cumpla felizmente y con fruto la alta Misión que hoy comienza ante la Santa Sede, e invoco sobre usted, su familia y colaboradores abundantes dones del Altísimo, por intercesión de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.

VISITA AL "HOSPICE FONDAZIONE ROMA"


Domingo 13 de diciembre de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

He aceptado con gusto la invitación a visitar el "Hospice Fondazione Roma" y estoy muy contento de encontrarme entre vosotros. Dirijo mi cordial saludo al cardenal vicario Agostino Vallini, a los excelentísimos obispos auxiliares y a los sacerdotes presentes. Agradezco vivamente al profesor Emmanuele Emanuele, presidente de la Fondazione Roma, y a don Leopoldo de los duques Torlonia, presidente del Círculo de San Pedro, las significativas palabras que amablemente me han dirigido. Saludo también a la dirección del "Hospice Fondazione Roma", a su presidente, el ingeniero Alessandro Falez, al personal sanitario, de enfermería y administrativo, a las religiosas y a cuantos llevan a cabo su obra de diversos modos en esta benemérita institución.

Expreso asimismo mi aprecio en particular a los voluntarios del Círculo de San Pedro, de quienes conozco el celo y la generosidad con que ayudan y consuelan a los enfermos y a sus familiares. El "Hospice Fondazione Roma" nació en 1998 con la denominación "Hospice Sacro Cuore", por iniciativa del entonces presidente general del Círculo de San Pedro, don Marcello de los marqueses Sacchetti, a quien saludo con viva y grata deferencia. Esta institución tiene como finalidad atender a los pacientes terminales para aliviar tanto como sea posible sus sufrimientos y acompañarlos amorosamente en la evolución de la enfermedad.

En once años, los ingresados en el Hospice han pasado de tres a más de treinta, seguidos a diario por médicos, enfermeros y voluntarios. A ellos hay que añadir los noventa asistidos a domicilio. Todo ello contribuye a hacer del "Hospice Fondazione Roma", que en el tiempo se ha enriquecido con la Unidad Alzheimer y con un proyecto de asistencia experimental dirigido a personas afectadas de esclerosis lateral amiotrófica, una realidad particularmente significativa en el ámbito de la sanidad romana.

214 Queridos amigos, sabemos que algunas graves patologías producen inevitablemente en los enfermos momentos de crisis, de desorientación y una seria confrontación con la propia situación personal. Los progresos en las ciencias médicas ofrecen a menudo las herramientas necesarias para afrontar este desafío, al menos en lo que se refiere a los aspectos físicos. Sin embargo, no siempre es posible encontrar un tratamiento para cada enfermedad y, en consecuencia, en los hospitales y en las estructuras sanitarias de todo el mundo nos encontramos frecuentemente con el sufrimiento de muchos hermanos y hermanas incurables, y a menudo en fase terminal.

Hoy la mentalidad eficientista predominante tiende con frecuencia a marginar a estas personas, considerándolas un peso y un problema para la sociedad. Quien tiene el sentido de la dignidad humana sabe, en cambio, que hay que respetarlas y apoyarlas cuando afrontan las dificultades y el sufrimiento vinculado a sus condiciones de salud. Con este fin hoy se recurre cada vez más al empleo de terapias paliativas que son capaces de aliviar los dolores que derivan de la enfermedad y de ayudar a las personas afectadas a vivirla con dignidad.

Con todo, además de los cuidados clínicos indispensables, es necesario ofrecer a los enfermos gestos concretos de amor, de cercanía y de solidaridad cristiana para salir al encuentro de su necesidad de comprensión, de consuelo y de aliento constante. Es lo que se realiza felizmente aquí, en el "Hospice Fondazione Roma", que sitúa en el centro de su compromiso la atención y la acogida solícita de los enfermos y de sus familiares, en consonancia con lo que enseña la Iglesia, la cual, a través de los siglos, se ha mostrado siempre como madre amorosa de quienes sufren en el cuerpo y en el espíritu. Además de expresar mi complacencia por la loable obra realizada, deseo animar a todos los que, haciéndose iconos concretos del buen samaritano, "que se compadece y cuida del prójimo" (cf.
Lc 10,34), ofrecen diariamente a los pacientes y a sus seres queridos una asistencia adecuada y atenta a las exigencias de cada uno.

Queridos enfermos, queridos familiares, acabo de encontrarme con vosotros individualmente y he visto en vuestros ojos la fe y la fortaleza que os sostienen en las dificultades. He venido para ofreceros a cada uno un testimonio concreto de cercanía y de afecto. Os aseguro mi oración y os invito a encontrar en Jesús apoyo y consuelo para no perder jamás la confianza y la esperanza. Vuestra enfermedad es una prueba muy dolorosa y singular, pero ante el misterio de Dios, que asumió nuestra carne mortal, adquiere su sentido y se convierte en don y ocasión de santificación. Cuando el sufrimiento y el desconsuelo se agudizan, pensad que Cristo os está asociando a su cruz porque quiere decir a través de vosotros una palabra de amor a cuantos han extraviado el camino de la vida y, encerrados en su egoísmo vacío, viven en el pecado y alejados de Dios. De hecho, vuestras condiciones de salud testimonian que la vida verdadera no está aquí, sino junto a Dios, en quien cada uno de nosotros encontrará su alegría si humildemente ha seguido los pasos del hombre más verdadero: Jesús de Nazaret, Maestro y Señor.

El tiempo de Adviento, en el que estamos inmersos, nos habla de la visita de Dios y nos invita a prepararle el camino. A la luz de la fe podemos leer en la enfermedad y en el sufrimiento una experiencia particular del Adviento, una visita de Dios que de manera misteriosa viene para liberar de la soledad y de la falta de sentido, y para transformar el dolor en tiempo de encuentro con él, de esperanza y de salvación. ¡El Señor viene, está aquí, a nuestro lado! Que esta certeza cristiana nos ayude a comprender también la "tribulación" como la forma con la que él puede salir a nuestro encuentro y convertirse para cada uno en el "Dios cercano" que libera y salva. La Navidad, para la que nos estamos preparando, nos ofrece la posibilidad de contemplar al Santo Niño, la luz verdadera que llega a este mundo para manifestar "la gracia salvadora de Dios a todos los hombres" (Tt 2,11). A él, con los sentimientos de María, nos encomendamos todos, y le encomendamos nuestra vida y nuestras esperanzas.

Queridos hermanos y hermanas, con estos pensamientos invoco sobre cada uno de vosotros la protección maternal de la Madre de Jesús, a quien el pueblo cristiano invoca en la tribulación como Salus infirmorum y os imparto de corazón una bendición apostólica especial, prenda de alegría espiritual e íntima y de auténtica paz en el Señor.


EL PAPA RECIBE LA CIUDADANÍA DE HONOR DE INTROD

Miércoles 16 de diciembre de 2009



Señor presidente de la Región;
señor alcalde;
señores alcaldes;
reverendo párroco;
215 señores consejeros municipales;
señoras y señores:

Es para mí motivo de gran alegría recibir la ciudadanía de honor del municipio de Introd, donde he podido pasar inolvidables períodos de descanso, rodeado del espléndido panorama alpino, que favorece el encuentro con el Creador y templa el espíritu. A la vez que dirijo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, deseo agradecer en particular al presidente de la Región autónoma del Valle de Aosta, señor Augusto Rollandin, y al alcalde de Introd, señor Osvaldo Naudin, las amables palabras que me han dirigido en nombre de los presentes y de todos aquellos a quienes representan.

Considero la decisión del concejo municipal de Introd, que ha querido incluirme entre los ciudadanos de honor de su comunidad, como un signo de afecto de todos los Introleins y de los habitantes de todo el Valle de Aosta, que siempre me han dispensado una acogida calurosa y cordial, y, al mismo tiempo, discreta y respetuosa de mi descanso. Ahora puedo decir, con mayor razón, que me siento en casa en Introd, deliciosa localidad alpina a la que me unen felices y gratos recuerdos y un sentimiento de especial cercanía espiritual.

En este momento me vienen a la mente muchos recuerdos, sobre todo el chalet, que estaba en medio de los bosques: un lugar de descanso espiritual, con un panorama espléndido, y un signo de afecto de la población, del alcalde y de todos vosotros. Podría contar muchas cosas. En estos dís hemos hablado de lo que se hace en invierno con el chalet: me alegra saber que está bien custodiado y protegido.

Me complace saber, por las palabras del alcalde, que mi presencia en el Valle de Aosta, y antes aún la de mi amado predecesor Juan Pablo II, ha favorecido el crecimiento en la fe de esas poblaciones tan queridas para mí y ricas en tradiciones cristianas, que muestran tantos signos de vitalidad religiosa. Sé también que en el tronco antiguo de ese patrimonio espiritual la Iglesia que está en el Valle de Aosta, bajo la solícita dirección de su pastor, el querido monseñor Giuseppe Anfossi, no se cansa de injertar la "noticia" siempre nueva de Jesús, Verbo de Dios, que se hizo hombre para ofrecer a los hombres la alegría de vivir, ya en esta tierra, la entusiasmante experiencia de ser hijos amados de Dios. Esta tarea resulta especialmente urgente en una sociedad que alimenta, sobre todo en las nuevas generaciones, espejismos y falsas esperanzas, pero a la que el Señor llama también hoy a transformarse en "familia" de los hijos de Dios, que viven con "un solo corazón y una sola alma" (
Ac 4,32) para testimoniar el amor a la vida y a los pobres.

Queridos amigos, a la vez que os renuevo mis sentimientos de afecto y gratitud, invoco la bendición de Dios sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todo el Valle de Aosta. Que el Señor siga protegiendo a vuestras comunidades y a vuestra región, y que las ayude a construir un futuro que, poniendo a Dios en primer lugar, sea cada vez más justo, solidario y lleno de esperanzas.


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL SEÑOR HANS KLINGENBERG NUEVO EMBAJADOR DE DINAMARCA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 17 de diciembre de 2009



Excelencia:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas credenciales con las que se le nombra embajador extraordinario y plenipotenciario del Reino de Dinamarca ante la Santa Sede. Le agradezco el amable saludo que me trae de Su Majestad la Reina Margarita II, y le pido que transmita a Su Majestad, al Gobierno y al pueblo de su país mi gratitud por sus buenos deseos y la seguridad de mis oraciones por el bienestar espiritual de la nación.

Las relaciones diplomáticas de la Iglesia forman parte de su misión de servicio a la comunidad internacional. Este compromiso con la sociedad civil se caracteriza por su convicción de que, en un mundo cada vez más globalizado, los esfuerzos para promover un desarrollo humano integral y un orden económico sostenible deben tener en cuenta la relación fundamental entre Dios, la creación y sus criaturas. Desde esta perspectiva, las tendencias hacia la fragmentación social y las iniciativas de desarrollo incompletas pueden superarse por el reconocimiento de la dimensión moral unificadora constitutiva de todo ser humano y de las consecuencias de carácter moral que tienen todas las decisiones económicas (cf. Caritas in veritate ). De hecho, el escepticismo contemporáneo ante la retórica política y el creciente malestar por la falta de puntos de referencia éticos que rigen los avances tecnológicos y los mercados comerciales, indican las imperfecciones y limitaciones que existen en los individuos y la sociedad, así como la necesidad de un redescubrimiento de los valores fundamentales y una profunda renovación cultural en armonía con el designio de Dios para el mundo (cf. ib., ).

216 Excelencia, actualmente la atención del mundo está centrada en Dinamarca, puesto que alberga la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Las deliberaciones políticas y diplomáticas que se están realizando para afrontar las exigencias de una cuestión tan compleja prueban la determinación de los participantes de renunciar a las posibles ventajas nacionalistas, o a corto plazo, a fin de conseguir beneficios a más largo plazo para toda la familia humana internacional. Aunque seguramente se puede alcanzar cierto consenso a través de la elaboración de las aspiraciones compartidas, unidas a políticas y objetivos, el cambio fundamental de cualquier forma de comportamiento humano —individual o colectivo— requiere la conversión del corazón. El valor y el sacrificio, fruto de un despertar ético, nos permiten entrever un mundo mejor y nos alientan a acometer con esperanza todo lo que sea necesario para garantizar que las generaciones futuras reciban la creación en su conjunto en unas condiciones tales que también ellos pueden llamarla "su casa". Sin embargo, cuando "la capacidad moral de la sociedad" (ib., ) desciende, los desafíos que afrontan los líderes actuales no puede menos de aumentar.

Esta necesidad urgente de hacer hincapié en el deber moral de distinguir entre el bien y el mal en toda acción humana, con el fin de redescubrir y alimentar el vínculo de comunión que une a la persona humana y la creación, fue un tema central de mi reciente discurso ante la FAO. En esa ocasión la comunidad internacional debatió sobre la apremiante cuestión de la seguridad alimentaria. Una vez más afirmé que los planes de desarrollo, las inversiones y la legislación, aunque sean importantes, no bastan. Más bien, los individuos y las comunidades deben cambiar su comportamiento y su percepción de las necesidades. Para los propios Estados esto conlleva una redefinición de los conceptos y los principios que han regido hasta ahora las relaciones internacionales, a fin de incluir el principio del altruismo y la decisión de buscar nuevos parámetros —éticos, jurídicos y económicos— capaces de construir relaciones de mayor justicia y equilibrio entre los países en vías de desarrollo y los países desarrollados (cf. Discurso a la FAO, 16 de noviembre de 2009).

Dentro de este marco puede surgir una comprensión integral de la salud de la sociedad, en la que nuestros deberes respecto al medio ambiente nunca se separen de nuestros deberes para con la persona humana, y en la que una crítica moral de las normas culturales que forjan la convivencia humana, con solicitud especial por los jóvenes, se considere fundamental para el bienestar de la sociedad. Con demasiada frecuencia los esfuerzos para promover una comprensión integral del medio ambiente se han realizado junto a una comprensión restrictiva de la persona. Normalmente, esta comprensión restrictiva no respeta la dimensión espiritual de los individuos y, a veces, es hostil hacia la familia, enfrentando a los cónyuges entre sí a través de una imagen distorsionada de la complementariedad de hombres y mujeres, y enfrentando a la madre y al niño por nacer a través de una concepción errónea de la "salud reproductiva". La responsabilidad en las relaciones, incluyendo la responsabilidad del cuidado de los hijos (cf. Caritas in veritate Familiaris consortio,
FC 35), nunca se puede cultivar realmente sin un profundo respeto por la unidad de la vida familiar según el designio amoroso de nuestro Creador.

El apoyo de Dinamarca a las causas humanitarias es amplio y múltiple. La Santa Sede reconoce de buen grado la generosidad y la profesionalidad del compromiso del Reino para sostener las operaciones de mantenimiento de la paz y los proyectos de desarrollo, así como de su creciente compromiso en favor del continente africano. Entre los principios que compartimos en materia de desarrollo está la convicción de que cualquier forma de corrupción es siempre una ofensa a la dignidad de la persona humana, y siempre será un grave obstáculo para el progreso justo y equitativo de los pueblos. La situación interna de Dinamarca, desde este punto de vista, es digna de elogio, y sus políticas de ayuda financiera extranjera insisten con razón en la responsabilidad y la transparencia por parte de las naciones receptoras.

Señor embajador, los miembros de la Iglesia católica en su país seguirán orando y trabajando por el desarrollo espiritual, social y cultural de todo el pueblo danés. En colaboración ecuménica con los demás cristianos, están atentos a las necesidades de las comunidades de emigrantes que se encuentran en su país, así como de otros grupos que son vulnerables en diversos aspectos. Además, las escuelas de la Iglesia, a cuyos alumnos acojo regularmente en mi audiencia general semanal, sirven a la nación tratando de dar testimonio del amor y la verdad de Cristo.

Excelencia, durante su encargo como representante de Dinamarca ante la Santa Sede, los distintos dicasterios de la Curia romana harán todo lo posible para ayudarle en el desempeño de sus funciones. Le ofrezco mis mejores deseos de éxito en sus esfuerzos para afianzar las cordiales relaciones ya existentes entre nosotros. Invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todos sus conciudadanos las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.








DURANTE LA AUDIENCIA A OCHO NUEVOS EMBAJADORES

Sala Clementina

Jueves 17 de diciembre



Señores embajadores:

Me alegra recibiros esta mañana en el palacio apostólico. Habéis venido para presentarme las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Dinamarca, Uganda, Sudán, Kenia, Kazajstán, Bangladesh, Finlandia y Letonia. Sed bienvenidos. Os ruego que presentéis mi cordial saludo a vuestros jefes de Estado, agradeciéndoles las amables palabras que habéis tenido la bondad de transmitirme de su parte. Expreso mis mejores deseos para su elevada misión al servicio de sus países. También quiero saludar, a través de vosotros, a las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a todos vuestros compatriotas. Aseguradles mi oración. Naturalmente, mi pensamiento también se dirige a las comunidades católicas presentes en vuestros países. Como sabéis, desean unirse fraternamente a la edificación de la nación, a la que contribuyen lo mejor que pueden.

En mi última encíclica, Caritas in veritate, recordé la necesaria restauración de una correcta relación entre el hombre y la creación en la que vive y actúa. La creación es el don precioso que Dios, en su bondad, ha hecho a los hombres, los cuales son sus administradores y, por tanto, deben sacar todas las consecuencias de esta responsabilidad. No pueden rechazarla ni evitarla, descargándola sobre las generaciones futuras. Es evidente que esta responsabilidad respecto del medio ambiente no se puede oponer a la urgencia de acabar con los escándalos de la miseria y del hambre. Por el contrario, ya no es posible separar estas dos realidades, pues la degradación continua del medio ambiente constituye una amenaza directa para la supervivencia del hombre y para su propio desarrollo; e incluso corre el peligro de amenazar directamente la paz entre las personas y los pueblos.

217 Tanto en el plano individual como en el político, ya es necesario asumir compromisos más decididos y más ampliamente compartidos respecto a la creación. En este sentido, aliento vivamente a las autoridades políticas de vuestros respectivos países, y a las de todas las naciones, no sólo a reforzar su acción en favor de la salvaguardia del medio ambiente, sino también —dado que el problema no se puede afrontar únicamente a nivel particular de cada país— a ser una fuerza de propuesta y de estímulo, con el fin de llegar a acuerdos internacionales vinculantes que sean útiles y justos para todos.

Los desafíos que debe afrontar hoy la humanidad requieren ciertamente una movilización de las mentes y de la creatividad del hombre, una intensificación de la investigación aplicada con vistas a una utilización más eficaz y más sana de las energías y de los recursos disponibles. Estos esfuerzos no pueden dispensar de una conversión o una transformación del actual modelo de desarrollo de nuestras sociedades. La Iglesia propone que este cambio profundo, que es preciso descubrir y vivir, esté orientado por la noción de desarrollo integral de la persona humana. De hecho, el bien del hombre no consiste en un consumismo cada vez más desenfrenado y en la acumulación ilimitada de bienes, consumismo y acumulación reservados a un escaso número de personas y propuestos como modelos a la masa. Al respecto, no sólo a las diferentes religiones compete subrayar y defender el primado del hombre y del espíritu, sino también al Estado, el cual tiene el deber de hacerlo, sobre todo a través de una política ambiciosa que permita a todos los ciudadanos por igual el acceso a los bienes del espíritu, pues estos bienes valorizan la riqueza del vínculo social y estimulan al hombre a proseguir su búsqueda espiritual.

La primavera pasada, durante mi viaje apostólico a varios países de Oriente Medio, propuse en repetidas ocasiones que se considere a las religiones, en general, como "nuevo punto de partida" para la paz. Es verdad que en la historia las religiones con frecuencia han sido un factor de conflictos. Pero también es verdad que las religiones vividas según su esencia profunda han sido y son una fuerza de reconciliación y de paz. En este momento histórico las religiones también deben buscar, a través del diálogo franco y sincero, el camino de la purificación para corresponder cada vez más a su verdadera vocación.

Nuestra humanidad desea la paz y, si es posible, la paz universal. Es preciso tender a ella, sin utopía y sin manipulaciones. Todos sabemos que la paz, para establecerse, necesita condiciones políticas y económicas, culturales y espirituales. A veces resulta difícil la coexistencia pacífica de las diversas tradiciones religiosas en el seno de cada nación. Más que un problema político, esta coexistencia también es un problema que se plantea dentro de ellas mismas. Todo creyente está llamado a preguntar a Dios cuál es su voluntad respecto a cada situación humana.

Reconociendo a Dios como el único Creador del hombre —de todo hombre, sean cuales sean su confesión religiosa, su condición social o sus opiniones políticas—, cada uno debe respetar al otro en su unicidad y en su diversidad. Ante Dios no existe ninguna categoría o jerarquía de hombre, inferior o superior, dominante o protegido. Para él sólo existe el hombre que ha creado por amor y que quiere que viva con armonía fraterna en la familia y en la sociedad. El descubrimiento del sabio proyecto de Dios para el hombre lleva a este último a reconocer su amor. Para el hombre de fe o para el hombre de buena voluntad, la solución de los conflictos humanos, como la delicada cohabitación de las diferentes religiones, puede transformarse en una convivencia humana dentro de un orden lleno de bondad y sabiduría que tiene su origen y su dinamismo en Dios. Esta convivencia en el respeto de la naturaleza de las cosas y de su sabiduría intrínseca que viene de Dios —la tranquillitas ordinis— se llama paz. El diálogo interreligioso aporta su contribución específica a esta lenta génesis que desafía los intereses humanos inmediatos, políticos y económicos. Al mundo político y económico a veces le resulta difícil dar al hombre el primer lugar; y más difícil aún le resulta considerar y admitir la importancia y la necesidad de la dimensión religiosa, y garantizar a la religión su verdadera naturaleza y lugar en la esfera pública. La paz, tan deseada, sólo nacerá de la acción conjunta del individuo, que descubre su verdadera naturaleza en Dios, y de los dirigentes de las sociedades civiles y religiosas que —respetando la dignidad y la fe de cada uno— sepan reconocer y dar a la religión su noble y auténtico papel de realización y perfeccionamiento de la persona humana. Aquí se trata de una recomposición global, al mismo tiempo del ámbito temporal y del espiritual, que permitirá un nuevo inicio hacia la paz que Dios desea que sea universal.

Señores embajadores, vuestra misión ante la Santa Sede acaba de comenzar. En mis colaboradores encontraréis el apoyo necesario para su feliz cumplimiento. Os expreso de nuevo mis más cordiales deseos de pleno éxito de vuestra función tan delicada. Que Dios todopoderoso os sostenga y acompañe a vosotros, a vuestros familiares, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas. Que Dios os colme de la abundancia de sus bendiciones.



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