Discursos 2010 12

A LOS REPRESENTANTES DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS

Sala Clementina

Jueves 28 de enero de 2010



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres presidentes y académicos;
señoras y señores:

Me alegra recibiros y encontrarme con vosotros, con ocasión de la sesión pública de las Academias pontificias, momento culminante de las múltiples actividades del año. Saludo a monseñor Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo de coordinación entre las Academias pontificias, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Extiendo mi saludo a los presidentes de las Academias pontificias, a los académicos y a los socios presentes. La sesión pública de hoy, durante la cual se ha entregado, en mi nombre, el Premio de las Academias pontificias, aborda un tema que reviste particular importancia en el ámbito del Año sacerdotal: "La formación teológica del presbítero".

Hoy, memoria de Santo Tomás de Aquino, gran doctor de la Iglesia, deseo proponeros algunas reflexiones sobre las finalidades y la misión específica de las beneméritas instituciones culturales de la Santa Sede de las que formáis parte y que se precian de una variada y rica tradición de investigación y de compromiso en diversos sectores. En efecto, para algunas de ellas, los años 2009-2010 están marcados por un aniversario específico, que constituye un motivo más para dar gracias al Señor. En particular, la Academia pontificia romana de arqueología recuerda su fundación, acontecida hace dos siglos, en 1810, y la transformación en Academia pontificia, en 1829. La Academia pontificia de Santo Tomás de Aquino y la Academia pontificia cultorum martyrum han recordado su 130° año de vida, pues ambas fueron fundadas en 1879. La Academia pontificia mariana internacional ha celebrado el 50° aniversario de su transformación en Academia pontificia. Por último, las Academias pontificias de Santo Tomás de Aquino y de Teología han recordado el décimo aniversario de su renovación institucional, que tuvo lugar en 1999 con el motu proprio Inter munera Academiarum, fechado el 28 de enero.

Muchas ocasiones, por lo tanto, para recordar el pasado a través de la lectura atenta de los pensamientos y las acciones de los fundadores y de cuantos se han prodigado por el progreso de estas instituciones. Pero la mirada retrospectiva y la memoria del glorioso pasado no pueden constituir el único modo de acercarse a esos acontecimientos, que recuerdan sobre todo la tarea y la responsabilidad de las Academias pontificias de servir con fidelidad a la Iglesia y a la Santa Sede, renovando en la actualidad el rico y múltiple compromiso, que ya ha dado valiosos frutos en el pasado reciente. De hecho, la cultura contemporánea, y más aún los creyentes, solicitan continuamente la reflexión y la acción de la Iglesia en los distintos ámbitos en los que surgen problemáticas nuevas y que constituyen también sectores en los que actuáis, como la investigación filosófica y teológica; la reflexión sobre la figura de la Virgen María; el estudio de la historia, de los monumentos, de los testimonios heredados de los fieles de las primeras generaciones cristianas, comenzando por los mártires; el delicado e importante diálogo entre la fe cristiana y la creatividad artística, al que quise dedicar el Encuentro con personalidades del mundo del arte y de la cultura, que tuvo lugar en la Capilla Sixtina el pasado 21 de noviembre. En estos delicados espacios de investigación y de compromiso estáis llamados a dar una contribución cualificada, competente y apasionada a fin de que toda la Iglesia, y especialmente la Santa Sede, pueda disponer de ocasiones, de lenguajes y de medios adecuados para dialogar con las culturas contemporáneas y responder eficazmente a las preguntas y a los desafíos que se plantean en los diferentes ámbitos del saber y de la experiencia humana.

13 Como he afirmado en varias ocasiones, la cultura actual sufre un fuerte influjo tanto de una visión dominada por el relativismo y el subjetivismo, como de métodos y actitudes a veces superficiales e incluso banales, que perjudican la seriedad de la investigación y de la reflexión y, en consecuencia, también del diálogo, de la confrontación y de la comunicación interpersonal. Por tanto, es urgente y necesario recrear las condiciones esenciales de una capacidad real de profundizar en el estudio y en la investigación, para que se dialogue de forma razonable y para que se entable una confrontación eficaz sobre las diversas problemáticas, en la perspectiva de un crecimiento común y de una formación que promueva al hombre en su integridad. A la falta de puntos de referencia ideales y morales, que penaliza particularmente la convivencia civil y sobre todo la formación de las generaciones jóvenes, debe corresponder un ofrecimiento ideal y práctico de valores y de verdad, de razones fuertes de vida y de esperanza, que pueda y deba interesar a todos, especialmente a los jóvenes. Ese compromiso debe ser especialmente urgente en el ámbito de la formación de los candidatos al ministerio ordenado, como exige el Año sacerdotal y como confirma la feliz decisión de dedicarle vuestra sesión pública anual.

Una de las Academias pontificias está dedicada a Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angelicus et communis, un modelo siempre actual en el cual inspirarse en la acción y el diálogo de las Academias pontificias con las distintas culturas. En efecto, él consiguió instaurar una confrontación fructífera tanto con el pensamiento árabe como con el judío de su tiempo y, aprovechando la tradición filosófica griega, produjo una extraordinaria síntesis teológica, armonizando plenamente la razón y la fe. Dejó ya en sus contemporáneos un recuerdo profundo y indeleble, precisamente por la extraordinaria finura y agudeza de su inteligencia, y la grandeza y originalidad de su genio, así como por la luminosa santidad de su vida. Su primer biógrafo, Guglielmo da Tocco, subraya la extraordinaria y penetrante originalidad pedagógica de santo Tomás, con expresiones que pueden inspirar también vuestras acciones: Fray Tomás —escribe— "en sus lecciones introducía artículos nuevos, resolvía las cuestiones de un modo nuevo y más claro con argumentos nuevos. Por consiguiente, quienes lo escuchaban cuando enseñaba tesis nuevas y las trataba con un método nuevo, no podían dudar de que Dios lo había iluminado con una luz nueva: porque, ¿acaso se pueden enseñar o escribir opiniones nuevas, sin haber recibido de Dios una inspiración nueva?" (Vita Sancti Thomae Aquinatis, en Fontes Vitae S. Thomae Aquinatis notis historicis et criticis illustrati, ed. D. Prümmer M.-H. Laurent, Tolosa, s.d., fasc. 2 P 81).

El pensamiento y el testimonio de santo Tomás de Aquino nos sugieren estudiar con gran atención los problemas planteados para dar respuestas adecuadas y creativas. Confiando en la posibilidad de la "razón humana", con plena fidelidad al inmutable depositum fidei, espreciso —como hizo el "Doctor Communis"— sacar siempre provecho de las riquezas de la Tradición, en la búsqueda constante de la "verdad de las cosas". Por eso, es necesario que las Academias pontificias sean hoy más que nunca instituciones vitales y vivas, capaces de percibir agudamente tanto las preguntas de la sociedad y de las culturas, como las necesidades y las expectativas de la Iglesia, para dar una contribución adecuada y válida, y promover así, con todas las energías y los medios a disposición, un auténtico humanismo cristiano.

Así pues, agradeciendo a las Academias pontificias su dedicación generosa y su gran compromiso, deseo a cada una que enriquezca su historia y tradiciones con proyectos nuevos y significativos, mediante los cuales proseguir su misión con nuevo impulso. Os aseguro un recuerdo en la oración y, mientras invoco sobre vosotros y sobre las instituciones a las que pertenecéis la intercesión de la Madre de Dios, Sedes Sapientiae, y de santo Tomás de Aquino, os imparto de corazón la bendición apostólica.









A LOS MIEMBROS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA CON OCASIÓN DE LA INAUGURACIÓN DEL AÑO JUDICIAL

Sala Clementina

Viernes 29 de enero de 2010



Queridos miembros del Tribunal de la Rota romana:

Me alegra encontrarme una vez más con vosotros para la inauguración del Año judicial. Saludo cordialmente al Colegio de los prelados auditores, comenzando por el decano, monseñor Antoni Stankiewicz, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Saludo también a los promotores de justicia, a los defensores del vínculo, a los demás oficiales, a los abogados y a todos los colaboradores de ese Tribunal apostólico, al igual que a los miembros del Estudio rotal. Aprovecho de buen grado la ocasión para renovaros mi profunda estima y mi sincera gratitud por vuestro ministerio eclesial, reafirmando, al mismo tiempo, la necesidad de vuestra actividad judicial. El valioso trabajo que los prelados auditores están llamados a desempeñar con diligencia, en nombre y por mandato de esta Sede apostólica, se apoya en las autorizadas y consolidadas tradiciones de ese Tribunal, y cada uno de vosotros debe sentirse personalmente comprometido a respetarlas.

Hoy deseo detenerme en el núcleo esencial de vuestro ministerio, tratando de profundizar en las relaciones con la justicia, la caridad y la verdad. Haré referencia sobre todo a algunas consideraciones expuestas en la encíclica Caritas in veritate, que, aunque consideradas en el contexto de la doctrina social de la Iglesia, pueden iluminar también otros ámbitos eclesiales. Se ha de tener en cuenta la tendencia, difundida y arraigada, aunque no siempre manifiesta, que lleva a contraponer la justicia y la caridad, como si una excluyese a la otra. En este sentido, refiriéndose más específicamente a la vida de la Iglesia, algunos consideran que la caridad pastoral podría justificar cualquier paso hacia la declaración de la nulidad del vínculo matrimonial para ayudar a las personas que se encuentran en situación matrimonial irregular. La verdad misma, aunque se la invoque con las palabras, tendería de ese modo a ser vista desde una perspectiva instrumental, que la adaptaría caso por caso a las diversas exigencias que se presentan.

Partiendo de la expresión "administración de la justicia", quiero recordar ante todo que vuestro ministerio es esencialmente obra de justicia: una virtud —"que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1807)— cuyo valor humano y cristiano, también dentro de la Iglesia, es sumamente importante redescubrir. A veces se subestima el Derecho canónico, como si fuera un mero instrumento técnico al servicio de cualquier interés subjetivo, aunque no esté fundado en la verdad. En cambio, es necesario que dicho Derecho se considere siempre en su relación esencial con la justicia, conscientes de que la actividad jurídica en la Iglesia tiene como fin la salvación de las almas y "constituye una peculiar participación en la misión de Cristo Pastor... en actualizar el orden querido por el mismo Cristo" (Juan Pablo II, Discurso a la Rota romana, 18 de enero de 1990: AAS 82 [1990] 874, n. 4; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de enero de 1990, p. 11). Desde esta perspectiva, es preciso tener presente, sea cual sea la situación, que el proceso y la sentencia están unidos de un modo fundamental a la justicia y están a su servicio. El proceso y la sentencia tienen una gran relevancia tanto para las partes como para toda la comunidad eclesial y ello adquiere un valor del todo singular cuando se trata de pronunciarse sobre la nulidad de un matrimonio, que concierne directamente al bien humano y sobrenatural de los cónyuges, así como al bien público de la Iglesia. Más allá de esta dimensión de la justicia que podríamos definir "objetiva", existe otra, inseparable de ella, que concierne a los "agentes del derecho", es decir, a los que la hacen posible. Quiero subrayar que estos deben caracterizarse por un alto ejercicio de las virtudes humanas y cristianas, especialmente de la prudencia y la justicia, pero también de la fortaleza. Esta última adquiere más relevancia cuando la injusticia parece el camino más fácil de seguir, en cuanto que implica condescender a los deseos y las expectativas de las partes, o a los condicionamientos del ambiente social. En ese contexto, el juez que desea ser justo y quiere adecuarse al paradigma clásico de la "justicia viva" (cf. Aristóteles, Ética a Nicómaco, v, 1132 a), tiene ante Dios y los hombres la grave responsabilidad de su función, que incluye también la debida tempestividad en cada fase del proceso: "quam primum, salva iustitia" (Consejo pontificio para los textos legislativos, Instr. Dignitas connubii, art. 72). Todos aquellos que trabajan en el campo del Derecho, cada uno según su función propia, deben guiarse por la justicia. Pienso especialmente en los abogados, que no sólo deben examinar con la máxima atención la verdad de las pruebas, sino que también, en cuanto abogados de confianza, deben evitar cuidadosamente asumir el patrocinio de causas que, según su conciencia, no sean objetivamente defendibles.

Por otra parte, la acción de quien administra la justicia no puede prescindir de la caridad. El amor a Dios y al prójimo debe caracterizar todas sus actividades, incluso las más técnicas y burocráticas en apariencia. La mirada y la medida de la caridad ayudarán a no olvidar que nos encontramos siempre ante personas marcadas por problemas y sufrimientos. También en el ámbito específico del servicio de agentes de la justicia vale el principio según el cual "la caridad supera la justicia" (Caritas in veritate ). En consecuencia, el trato con las personas, si bien sigue una modalidad específica vinculada al proceso, debe servir en el caso concreto para facilitar a las partes, mediante la delicadeza y la solicitud, el contacto con el tribunal competente. Al mismo tiempo, es importante, siempre que se vea alguna esperanza de éxito, esforzarse por inducir a los cónyuges a convalidar su matrimonio y a restablecer la convivencia conyugal (cf. Código de derecho canónico CIC 1676). Asimismo, hay que tratar de instaurar entre las partes un clima de disponibilidad humana y cristiana, fundada en la búsqueda de la verdad (cf. Dignitas connubii, art. 2-3).

14 Sin embargo, es preciso reafirmar que toda obra de caridad auténtica comprende la referencia indispensable a la justicia, sobre todo en nuestro caso. "El amor —"caritas"— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz" (Caritas in veritate ). "Quien ama con caridad a los demás es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es un camino alternativo o paralelo a la caridad: la justicia es "inseparable de la caridad", intrínseca a ella" (ib., ). La caridad sin justicia no es caridad, sino sólo una falsificación, porque la misma caridad requiere la objetividad típica de la justicia, que no hay que confundir con una frialdad inhumana. A este respecto, como afirmó mi predecesor el venerable Juan Pablo II en su discurso dedicado a las relaciones entre pastoral y derecho: "El juez (...) debe cuidarse siempre del peligro de una malentendida compasión que degeneraría en sentimentalismo, sólo aparentemente pastoral" (18 de enero de 1990: AAS 82 [1990] 875, n. 5; cf L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de enero de 1990, p. 11).

Hay que huir de las tentaciones pseudo-pastorales que sitúan las cuestiones en un plano meramente horizontal, en el que lo que cuenta es satisfacer las peticiones subjetivas para obtener a toda costa la declaración de nulidad, a fin de poder superar, entre otras cosas, los obstáculos para recibir los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. En cambio, el bien altísimo de la readmisión a la Comunión eucarística después de la reconciliación sacramental exige que se considere el bien auténtico de las personas, inseparable de la verdad de su situación canónica. Sería un bien ficticio, y una falta grave de justicia y de amor, allanarles el camino hacia la recepción de los sacramentos, con el peligro de hacer que vivan en contraste objetivo con la verdad de su condición personal.

Acerca de la verdad, en las alocuciones dirigidas a este Tribunal apostólico, en 2006 y en 2007, ya reafirmé la posibilidad de alcanzar la verdad sobre la esencia del matrimonio y sobre la realidad de cada situación personal que se somete al juicio del tribunal (28 de enero de 2006: AAS 98 [2006] 135-138; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de febrero de 2006, p. 3; y 27 de enero de 2007, AAS 99 [2007] 86-91: cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de febrero de 2007, pp. 6-7); sobre la verdad en los procesos matrimoniales cf. Instr. Dignitas connubii, artt. 1-2, 1, ). Hoy quiero subrayar que tanto la justicia como la caridad postulan el amor a la verdad y conllevan esencialmente la búsqueda de la verdad. En particular, la caridad hace que la referencia a la verdad sea todavía más exigente. "Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Esta "goza con la verdad" (
1Co 13,6)" (Caritas in veritate ). "Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente (...). Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario" (ib., ).

Es preciso tener presente que este vaciamiento no sólo puede llevarse a cabo en la actividad práctica del juzgar, sino también en los planteamientos teóricos, que tanto influyen después en los juicios concretos. El problema se plantea cuando se ofusca en mayor o menor medida la esencia misma del matrimonio, arraigada en la naturaleza del hombre y de la mujer, que permite expresar juicios objetivos sobre cada matrimonio. En este sentido, la consideración existencial, personalista y relacional de la unión conyugal nunca puede ir en detrimento de la indisolubilidad, propiedad esencial que en el matrimonio cristiano alcanza, junto con la unidad, una particular firmeza por razón del sacramento (cf. Código de derecho canónico CIC 1056). Tampoco hay que olvidar que el matrimonio goza del favor del derecho. Por lo tanto, en caso de duda, se ha de considerar válido mientras no se pruebe lo contrario (cf. ib., can. CIC 1060). De otro modo, se corre el grave riesgo de quedarse sin un punto de referencia objetivo para pronunciarse sobre la nulidad, transformando cualquier dificultad conyugal en un síntoma de fallida realización de una unión cuyo núcleo esencial de justicia —el vínculo indisoluble— de hecho se niega.

Ilustres prelados auditores, oficiales y abogados, os confío estas reflexiones, conociendo bien el espíritu de fidelidad que os anima y vuestro compromiso por dar plena actuación a las normas de la Iglesia, buscando el verdadero bien del pueblo de Dios. Como apoyo para vuestra valiosa actividad, invoco sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo diario la protección materna de María santísima Speculum iustitiae e imparto con afecto la bendición apostólica.







Febrero de 2010


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE INGLATERRA Y GALES EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 1 de febrero de 2010

15

Queridos hermanos en el episcopado:

Os doy la bienvenida a todos con ocasión de vuestra visita ad limina a Roma, a donde venís a venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Os agradezco las amables palabras que el arzobispo Vincent Nichols me ha dirigido en vuestro nombre, y os aseguro mis mejores deseos y mis oraciones por vosotros y por todos los fieles de Inglaterra y Gales encomendados a vuestra solicitud pastoral. Vuestra visita a Roma fortalece los vínculos de comunión entre la comunidad católica en vuestro país y la Sede apostólica, una comunión que ha sostenido la fe de vuestro pueblo durante siglos, y que hoy infunde nuevas energías para la renovación y la evangelización. Incluso en medio de las presiones de una era secularizada, hay muchos signos de una fe y una devoción vivas entre los católicos de Inglaterra y Gales. Pienso, por ejemplo, en el entusiasmo que despertó la visita de las reliquias de santa Teresa, en el interés que suscitó la perspectiva de la beatificación del cardenal Newman, o en la ilusión de los jóvenes por participar en peregrinaciones y en las Jornadas mundiales de la juventud. Con ocasión de mi próxima visita apostólica a Gran Bretaña, yo mismo podré ser testigo personalmente de esa fe y, como Sucesor de Pedro, podré fortalecerla y confirmarla. Durante los próximos meses de preparación, no dejéis de alentar a los católicos de Inglaterra y Gales en su devoción, y aseguradles que el Papa los recuerda constantemente en sus oraciones y los lleva en su corazón.

Vuestro país es bien conocido por su firme compromiso de asegurar igualdad de oportunidades a todos los miembros de la sociedad. Sin embargo, como habéis subrayado justamente, algunas leyes delineadas para obtener este objetivo han llevado a imponer limitaciones injustas a la libertad de las comunidades religiosas para actuar de acuerdo con sus creencias. En algunos puntos se viola incluso la ley natural, sobre la que se funda la igualdad de todos los seres humanos y mediante la cual se garantiza esa igualdad. Os exhorto, como pastores, a asegurar que la enseñanza moral de la Iglesia se presente siempre en su integridad y se defienda de modo convincente. La fidelidad al Evangelio no limita de ningún modo la libertad de los demás; al contrario, está al servicio de su libertad porque les ofrece la verdad. Seguid insistiendo en vuestro derecho a participar en el debate nacional mediante un diálogo respetuoso con otros miembros de la sociedad. Al actuar así, no sólo mantenéis las antiguas tradiciones británicas de libertad de expresión y de un honrado intercambio de opiniones, sino que también dais voz a las convicciones de numerosas personas que no cuentan con los medios para expresarlas: si un número tan alto de la población se declara cristiano, ¿cómo se puede discutir el derecho del Evangelio a ser escuchado?

Si se quiere presentar de modo eficaz y convincente a todo el mundo el mensaje salvífico de Jesucristo en su integridad, es preciso que la comunidad católica en vuestro país hable con una única voz. Esto requiere que no sólo vosotros, los obispos, sino también los sacerdotes, los maestros, los catequistas, los escritores —en definitiva, todos los que se ocupan de la tarea de comunicar el Evangelio— estén atentos a las inspiraciones del Espíritu, que guía a toda la Iglesia en la verdad, la reúne en la unidad y le infunde el celo misionero.

Así pues, esforzaos por aprovechar los importantes dones de los fieles laicos en Inglaterra y Gales, y procurad que se preparen bien para transmitir la fe a las nuevas generaciones de manera esmerada e íntegra, y con una viva conciencia de que de ese modo están desempeñando su papel en la misión de la Iglesia. En un ambiente social que favorece la expresión de una variedad de opiniones sobre todas las cuestiones que se plantean, es importante reconocer el disenso por lo que es, y no confundirlo con una contribución madura a un debate equilibrado y amplio. Lo que nos hace libres es la verdad revelada mediante las Escrituras y la Tradición y articulada por el Magisterio de la Iglesia. El cardenal Newman lo comprendió y nos dejó un ejemplo excepcional de fidelidad a la verdad revelada siguiendo la "delicada luz" dondequiera que lo llevara, aunque implicara pagar un elevado precio personal. Hoy la Iglesia necesita grandes escritores y comunicadores de su talla e integridad, y tengo la esperanza de que la devoción por él inspire a muchas personas a seguir sus pasos.

Con razón se ha prestado gran atención a la actividad académica de Newman y a sus numerosos escritos, pero es importante recordar que él se veía a sí mismo ante todo como un sacerdote. En este Año sacerdotal, os exhorto a presentar a vuestros sacerdotes su ejemplo de entrega a la oración, su sensibilidad pastoral ante las necesidades de su rebaño y su celo por predicar el Evangelio. Vosotros mismos debéis dar ejemplo de ello. Estad cerca de vuestros sacerdotes, y reavivad en ellos la conciencia del enorme privilegio y alegría que implica encontrarse entre el pueblo de Dios como alter Christus. En palabras de Newman: "Los sacerdotes de Cristo no tienen otro sacerdocio más que el de Cristo... lo que ellos hacen, lo hace él; cuando bautizan, es él quien bautiza; cuando bendicen, es él quien bendice" (Parochial and Plain Sermons, VI 242). De hecho, dado que el sacerdote desempeña un papel insustituible en la vida de la Iglesia, no escatiméis esfuerzos para alentar las vocaciones sacerdotales y subrayar ante los fieles el verdadero significado y la necesidad del sacerdocio. Animad a los fieles laicos a expresar su aprecio por los sacerdotes que les sirven, y a reconocer las dificultades que a veces tienen que afrontar a causa de la disminución de su número y de las presiones crecientes. El apoyo y la comprensión de los fieles son particularmente necesarios cuando es preciso agrupar las parroquias o ajustar los horarios de las misas. Ayudadles a evitar la tentación de ver a los presbíteros como meros funcionarios; ayudadles, en cambio, a alegrarse por el don del ministerio sacerdotal, un don que nunca hay que dar por descontado.

El diálogo ecuménico e interreligioso asume gran importancia en Inglaterra y Gales, dado el variado perfil demográfico de su población. Os aliento en vuestra importante labor en estas áreas y os pido que seáis generosos a la hora de poner en práctica las disposiciones de la constitución apostólica Anglicanorum coetibus, para asistir a los grupos de anglicanos que desean entrar en comunión plena con la Iglesia católica. Estoy convencido de que, si los acogemos con afecto y con corazón abierto, estos grupos serán una bendición para toda la Iglesia.

Con estos pensamientos, encomiendo vuestro ministerio apostólico a la intercesión de san David, san Jorge y todos los santos y mártires de Inglaterra y Gales. Que Nuestra Señora de Walsingham os guíe y proteja siempre. A todos vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestro país, imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de paz y alegría en nuestro Señor Jesucristo.


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS OBISPOS DE ESCOCIA CON OCASIÓN DE SU VISITA "AD LIMITA APOSTOLORUM"

Viernes 5 de febrero de 2010



Queridos hermanos en el episcopado:

Os doy una cordial bienvenida a todos con ocasión de vuestra visita ad limina a Roma. Os agradezco las amables palabras que el cardenal Keith Patrick O'Brien me ha dirigido en vuestro nombre, y os aseguro mis oraciones constantes por vosotros y por los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral. Vuestra presencia aquí expresa una realidad que está en el centro de toda diócesis católica: su relación de comunión con la Sede de Pedro y, por lo tanto, con la Iglesia universal. Las iniciativas pastorales que tienen en cuenta, como es debido, esta dimensión esencial llevan a una auténtica renovación: cuando se aceptan con alegría y se viven plenamente los vínculos de comunión con la Iglesia universal y, en especial con Roma, la fe del pueblo crece libremente y produce una cosecha de buenas obras.

Es una feliz coincidencia que el Año sacerdotal, que toda la Iglesia está celebrando actualmente, corresponda al IV centenario de la ordenación sacerdotal del gran mártir escocés san Juan Ogilvie. Venerado con razón como un fiel servidor del Evangelio, destacó realmente por su entrega en un ministerio pastoral difícil y peligroso, hasta tal punto de que sacrificó su vida. Tomadlo como ejemplo para los sacerdotes hoy. Me alegra saber que concedéis gran importancia a la formación permanente de vuestro clero, especialmente mediante la iniciativa "Sacerdotes para Escocia". El testimonio de sacerdotes auténticamente comprometidos en la oración y alegres en su ministerio da fruto no sólo en la vida espiritual de los fieles, sino también en nuevas vocaciones. Sin embargo, recordad que vuestras loables iniciativas para promover las vocaciones deben ir acompañadas por una catequesis continua entre los fieles sobre el verdadero significado del sacerdocio. Subrayad el papel indispensable del sacerdote en la vida de la Iglesia, sobre todo al celebrar la Eucaristía, mediante la cual la Iglesia misma recibe la vida. Y alentad a quienes tienen la tarea de la formación de los seminaristas para que hagan todo lo posible a fin de preparar una nueva generación de sacerdotes comprometidos y fervorosos, bien formados humana, académica y espiritualmente para la tarea del ministerio en el siglo XXI.

Junto con un adecuado aprecio del papel del sacerdote es necesaria una correcta comprensión de la vocación específica del laicado. A veces una tendencia a confundir apostolado laical con ministerio laical ha llevado a una concepción retraída de su papel eclesial. Sin embargo, según la visión del concilio Vaticano II, dondequiera que los fieles laicos vivan su vocación bautismal —en la familia, en casa, en el trabajo— participan activamente en la misión de la Iglesia de santificar al mundo. Un enfoque renovado respecto al apostolado laical ayudará a clarificar las funciones del clero y del laicado, y así se dará un fuerte impulso a la tarea de evangelización de la sociedad.

Esta tarea requiere estar preparados para afrontar con firmeza los desafíos que plantea el laicismo creciente en vuestro país. El apoyo a la eutanasia ataca el corazón mismo de la concepción cristiana de la dignidad de la vida humana. Los avances recientes en ética médica y algunas de las prácticas defendidas en el campo de la embriología dan motivo de seria preocupación. Si la enseñanza de la Iglesia queda comprometida, aunque sea ligeramente, en una de estas áreas, resulta difícil defender la plenitud de la doctrina católica de modo integral. Por lo tanto, los pastores de la Iglesia deben exhortar continuamente a los fieles a una fidelidad total al Magisterio de la Iglesia, sosteniendo y defendiendo al mismo tiempo el derecho de la Iglesia a vivir libremente en la sociedad de acuerdo con sus creencias.

La Iglesia ofrece al mundo una visión positiva y estimulante de la vida humana, la belleza del matrimonio y la alegría de la paternidad. Esta visión hunde sus raíces en el amor infinito, transformador y ennoblecedor de Dios por nosotros, que nos abre los ojos para reconocer y amar su imagen en nuestro prójimo (cf. Deus caritas est et passim). Aseguraos de presentar esta enseñanza de modo que se la reconozca por lo que es: un mensaje de esperanza. Con demasiada frecuencia la doctrina de la Iglesia se percibe como una serie de prohibiciones y posiciones retrógradas, mientras que en realidad, como sabemos, es creativa y vivificante, y está orientada a la realización más plena del gran potencial de bien y de felicidad que Dios ha infundido en cada uno de nosotros.

16 La Iglesia en vuestro país, como en muchos países del norte de Europa, ha sufrido la tragedia de la división. Es triste recordar la gran ruptura con el pasado católico de Escocia acontecida hace 450 años. Doy gracias a Dios por los avances que se han logrado para cicatrizar las heridas heredadas de ese periodo, especialmente el sectarismo que ha seguido levantando la cabeza incluso en tiempos recientes. Al participar en Action of Churches Together in Scotland, veis que la labor de reconstrucción de la unidad entre los seguidores de Cristo se lleva a cabo con constancia y empeño. Resistiendo a cualquier presión de diluir el mensaje cristiano, prefijaos el objetivo de una unidad plena y visible, porque nada menos que esto puede corresponder a la voluntad de Cristo.

Podéis estar orgullosos de la contribución que dan las escuelas católicas de Escocia para superar el sectarismo y entablar buenas relaciones entre las comunidades. Los colegios religiosos son una gran fuerza para la cohesión social, y cuando tengáis ocasión, haréis bien en subrayarlo. Al alentar a los educadores católicos en su trabajo, poned un énfasis especial en la calidad y la profundidad de la educación religiosa, a fin de preparar un laicado católico articulado y bien informado, capaz y deseoso de llevar a cabo su misión "tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Christifideles laici
CL 15). Una presencia católica fuerte en los medios de comunicación, en la política local y nacional, en el sistema judicial, en las profesiones y en las universidades sólo puede servir para enriquecer la vida nacional de Escocia, porque las personas que tienen fe dan testimonio de la verdad, especialmente cuando la verdad se pone en duda.

Este año tendré la alegría de estar con vosotros y con los católicos de Escocia en vuestra tierra natal. Al prepararos para la visita apostólica, animad al pueblo a rezar a fin de que sea un tiempo de gracia para toda la comunidad católica. Aprovechad la oportunidad para profundizar su fe y reavivar su compromiso de dar testimonio del Evangelio. Que, como los monjes de Iona difundieron el mensaje cristiano a lo largo y lo ancho de toda Escocia, también ellos sean hoy faros de fe y de santidad para el pueblo de Escocia.

Con estas reflexiones, encomiendo vuestra labor apostólica a la intercesión de Nuestra Señora, de san Andrés, de santa Margarita y de todos los santos de Escocia. A todos vosotros, a vuestro clero, a los religiosos y a los fieles laicos, imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de paz y alegría en nuestro Señor Jesucristo.



Discursos 2010 12