Discursos 2010 16

A LOS DIRECTIVOS Y AL PERSONAL DE LA EMPRESA MUNICIPAL ROMANA DE ENERGÍA Y MEDIO AMBIENTE (ACEA)

Sala Clementina

Sábado 6 de febrero de 2010



Señor cardenal;
queridos amigos de la empresa municipal de energía y medio ambiente (ACEA):

Me alegra recibiros y daros a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo al cardenal Salvatore De Giorgi, y al presidente de ACEA, Giancarlo Cremonesi, a quien agradezco las amables palabras con las que ha introducido nuestro encuentro y los regalos con los que me ha obsequiado, especialmente el hermoso libro sobre la aplicación de los principios de la encíclica Caritas in veritate al mundo de la empresa, publicado por la "Libreria Editrice Vaticana" en colaboración con la UCID, en la colección "Empresarios por el bien común". Quiero expresar mi vivo aprecio por esta iniciativa editorial, deseando que llegue a ser un punto de referencia a la hora de buscar soluciones a los complejos problemas del mundo del trabajo y de la economía. También quiero felicitaros vivamente por el proyecto de colaboración con la Fundación Juan Pablo II para el Sahel, que se propone el objetivo de responder a la urgencia de agua y de energía en algunos países en vías de desarrollo.

Asimismo, he visto con interés la "Carta de los valores" y el "Código ético", en los que se recogen los principios de responsabilidad, transparencia, honradez, espíritu de servicio y de colaboración a los que hace referencia ACEA. Se trata de orientaciones que esta empresa quiere recordar y sobre los cuales desea construir su imagen y reputación.

Acabáis de clausurar las celebraciones del centenario de la ACEA. En efecto, han pasado cien años desde aquel 20 de septiembre de 1909, en que los ciudadanos romanos eligieron por referéndum popular que la iluminación pública y los transportes colectivos fueran municipalizados. Desde aquel día vuestra empresa ha crecido juntamente con Roma. Un camino largo y fascinante, lleno de desafíos y de éxitos. Baste pensar en cuán complejo ha sido garantizar los servicios esenciales a franjas cada vez más extensas de ciudadanos, en nuevos barrios, que a menudo han crecido de manera caótica y abusiva, en una ciudad que cambiaba y se expandía desmesuradamente. Así, podemos afirmar que, a lo largo de los años, la relación entre la Urbe y ACEA se ha vuelto más estrecha, sobre todo gracias a la pluralidad de servicios que la empresa ha suministrado y sigue suministrando a la ciudad, sosteniendo y favoreciendo su transformación en una metrópolis moderna.

17 La celebración centenaria llega al final de un periodo cargado de dificultades, caracterizado por una grave crisis internacional que ha llevado al mundo a redefinir un modelo de desarrollo basado primordialmente en el sistema financiero y en los beneficios, para orientarse a poner de nuevo en el centro de la acción del hombre su capacidad de producir, de innovar, de pensar y de construir el futuro. Como subrayé en la encíclica Caritas in veritate, es importante que crezca la conciencia acerca de la necesidad de una "responsabilidad social" más amplia de la empresa, que impulse a tomar en la debida consideración los anhelos y las necesidades de los trabajadores, de los clientes, de los proveedores y de toda la comunidad, y prestar una atención especial al medio ambiente (cf. n. ). De este modo la producción de bienes y servicios no estará vinculada exclusivamente a la búsqueda del beneficio económico, sino también a la promoción del bien de todos. Me alegra que la historia de estos cien años no se traduzca solamente en términos numéricos de una competitividad cada vez mayor, sino también en un compromiso moral que trata de obtener el bienestar de la colectividad.

Deseo expresar mi aprecio por cuanto ACEA, con el espíritu de servicio que la caracteriza y gracias a la competencia profesional de sus empleados, ha realizado en la iluminación de los monumentos que hacen que Roma sea única en el mundo. Al respecto, quiero recordar con gratitud la gran ayuda proporcionada con ocasión de las celebraciones del 80° aniversario de la fundación del Estado de la Ciudad del Vaticano. También numerosas Iglesias, empezando por la basílica de San Pedro, se han valorizado con inteligentes juegos de luz que resaltan lo que el hombre ha sabido realizar para manifestar su fe en Cristo, "la luz verdadera, que ilumina a todo hombre" (
Jn 1,9).

Asimismo, me ha complacido conocer el compromiso de la empresa en la tutela del medio ambiente mediante la gestión sostenible de los recursos naturales, la reducción del impacto ambiental y el respeto de la creación. Pero es igualmente importante favorecer una ecología humana capaz de hacer que los ambientes de trabajo y las relaciones interpersonales sean dignos del hombre. Al respecto, quiero reafirmar lo que dije en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, deseando "que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida" (n. 9).

En Roma, como en toda gran ciudad, se notan también los efectos de una cultura que exaspera el concepto de individuo: con frecuencia muchos viven encerrados en sí mismos, replegados sobre los propios problemas, distraídos por las numerosas preocupaciones que se agolpan en la mente y hacen que el hombre sea incapaz de captar las alegrías sencillas presentes en la vida de cada uno. La salvaguardia de la creación, una tarea que el Creador encomendó a la humanidad (cf. Gn 2,15), implica también la custodia de los sentimientos de bondad, generosidad, rectitud y honradez que Dios ha puesto en el corazón de todo ser humano, creado a su "imagen y semejanza" (cf. Gn 1,26).

Por último, quiero invitar a los presentes a mirar a Cristo, el hombre perfecto, a tomar siempre como ejemplo su manera de actuar, para crecer en humanidad y realizar así una ciudad con un rostro cada vez más humano, en la que cada uno sea considerado persona, ser espiritual en relación con los demás. También gracias a vuestro empeño por mejorar las relaciones interpersonales y la calidad del trabajo, Roma podrá seguir desempeñando el papel de faro de civilizaciones que la ha hecho ilustre a lo largo de los siglos.

A la vez que os renuevo mi gratitud por vuestra visita, os aseguro un recuerdo especial en la oración por cada uno de vosotros y por vuestras actividades, y de corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.



DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL SR. ALFONSO ROBERTO MATTA FAHSEN EMBAJADOR DE GUATEMALA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 6 de febrero de 2010

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Señor Embajador:

1. Recibo complacido de sus manos las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Guatemala ante la Santa Sede. Le doy la cordial bienvenida en el momento que da comienzo a la alta responsabilidad que le ha sido encomendada, a la vez que agradezco las gentiles palabras que me ha dirigido y el deferente saludo que me transmite de parte de Su Excelencia, Ingeniero Álvaro Colom Caballeros, Presidente de Guatemala. Le ruego que tenga la bondad de hacerle llegar mis mejores deseos para él y su Gobierno, que acompaño con mis oraciones por su Patria y sus nobles gentes.

2. Bien conoce Vuestra Excelencia la atención que la Santa Sede presta a Guatemala, cuya historia desde hace siglos ha sido fecundamente permeada y enriquecida por la sabiduría que brota del Evangelio. En efecto, el pueblo guatemalteco, con su variedad de etnias y culturas, tiene muy arraigada la fe en Dios, una entrañable devoción a María Santísima y un amor fiel al Papa y a la Iglesia. Esto se corresponde con las estrechas y fluidas relaciones que su País mantiene desde hace tiempo con la Santa Sede, y que alcanzaron especial relieve con la creación de la Nunciatura Apostólica en Guatemala. Es de esperar que la conmemoración del 75 aniversario de este importante acontecimiento, en el año 2011, dé nuevos impulsos a la cooperación existente en su Patria entre el Estado y la Iglesia, fundada en el respeto y la autonomía de las distintas esferas que les son propias, y se progrese en el diálogo leal y honesto para fomentar el bien común de toda la sociedad guatemalteca, que ha de otorgar una atención especial a los más desfavorecidos.

3. En este contexto, no puedo olvidar a quienes sufren las consecuencias de los fenómenos climáticos que, también en su País, contribuyen a aumentar la sequía y favorecen la pérdida de las cosechas, produciendo desnutrición y pobreza. Esta situación extrema ha llevado recientemente al Gobierno nacional a declarar el “estado de calamidad pública” y a solicitar la ayuda de la comunidad internacional. Deseo manifestar mi afecto y cercanía espiritual a los que padecen estas graves contrariedades, así como el reconocimiento a las instituciones de su Patria que con dedicación se esfuerzan por aportar soluciones a estos problemas tan serios. También se ha de mencionar en estos momentos la magnanimidad de los cooperantes y voluntarios, así como la de todas las personas que con sus desvelos y sacrificios están intentado paliar el dolor, el hambre y la indigencia de tantos hermanos suyos. Asimismo, quiero expresar mi gratitud a los distintos organismos y agencias de cooperación internacional, que están haciendo todo lo posible por mitigar la carestía de amplios sectores de la población. Y, en particular, pienso en los amados hijos de la Iglesia en Guatemala, Pastores, religiosos y fieles que, una vez más, tratan de imitar el modelo evangélico del Buen Samaritano, asistiendo pródigamente a los más menesterosos.

Conseguir que todos puedan disponer del alimento necesario es un derecho básico de toda persona y, por tanto, un objetivo prioritario. Para ello, además de recursos materiales y decisiones técnicas, hacen falta hombres y mujeres con sentimientos de compasión y solidaridad, que se encaminen hacia la consecución de esta meta, dando muestras de esa caridad que es fuente de vida, y que todo ser humano necesita. Trabajar en esta dirección es promover y dignificar la vida de todos, especialmente la de aquellos más vulnerables y desprotegidos, como los niños que, sin una adecuada alimentación, ven comprometido su crecimiento físico y psíquico y, a menudo, se ven abocados a trabajos impropios de su edad o inmersos en tragedias, que constituyen una violación de su dignidad personal y de los derechos que de ella se derivan (Cf. Mensaje para la Jornada mundial de la Alimentación 2007, 3).

4. Los numerosos valores humanos y evangélicos que atesora el corazón de los ciudadanos de su País, como el amor a la familia, el respeto a los mayores, el sentido de responsabilidad y, sobre todo, la confianza en Dios, que reveló su rostro en Jesucristo, y al que invocan en medio de sus tribulaciones, representan importantes motivos para la esperanza. De este copioso patrimonio espiritual se pueden sacar las fuerzas necesarias para contrarrestar otros factores que deterioran el tejido social guatemalteco, como el narcotráfico, la violencia, la emigración, la inseguridad, el analfabetismo, las sectas o la pérdida de referencias morales en las nuevas generaciones. Por eso, a las iniciativas que ya se están llevando a cabo en su Nación para salvaguardar e incrementar esta inestimable riqueza, se habrán de añadir nuevas soluciones, que han de buscarse “a la luz de una visión integral del hombre que refleje los diversos aspectos de la persona humana, considerada con la mirada purificada por la caridad” (Caritas in veritate ). En esta empresa tan decisiva, las Autoridades de su País podrán contar siempre con la solícita colaboración de la Iglesia en su intento constante por abrir “caminos nuevos y creativos” para responder a los desoladores efectos de la pobreza y cooperar a la dignificación de todo ser humano (cf. Documento conclusivo de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 380-546).

5. Deseo manifestar también mi reconocimiento por las acciones que se están llevando a cabo en Guatemala para consolidar las garantías de un verdadero Estado de derecho. Este proceso ha de ir acompañado por una firme determinación, que nace de la conversión personal del corazón, de eliminar cualquier forma de corrupción en las instituciones y administraciones públicas y de reformar la justicia, para aplicar justamente las leyes y erradicar la sensación de impunidad con respecto a quienes ejercen cualquier tipo de violencia o desprecian los derechos humanos más esenciales. Esta labor de fortalecimiento democrático y de estabilidad política ha de ser constante, y es imprescindible para poder avanzar en un verdadero desarrollo integral de la persona, que repercuta de manera positiva en todos los ámbitos de la sociedad, ya sea el económico, cultural, político, territorial o religioso (cf. Caritas in veritate ).

6. En el acerbo cultural de su Patria, en la historia reciente de pacificación de la sociedad guatemalteca, o en la formulación jurídica de sus leyes, hay realidades que determinan la identidad específica de su pueblo y que pueden repercutir de modo benéfico en la estabilidad política y social de la zona centroamericana. A este respecto, es digna de mención la clarividencia con que la Constitución de Guatemala garantiza la defensa y protección legal de la vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural. Exhorto a todos los agentes sociales de su País, en particular a los representantes del pueblo en las instituciones legislativas, a mantener y reforzar este elemento básico de la “cultura de la vida”, que contribuirá sin duda a engrandecer el patrimonio moral de los guatemaltecos.

7. Señor Embajador, tenga la seguridad de la completa disponibilidad de mis colaboradores para el fructuoso desempeño de la misión que ahora inicia, a la vez que le ruego formule mis mejores votos a las Autoridades que se la han confiado y a los amados hijos e hijas de Guatemala, por cuya prosperidad y paz elevo fervientes plegarias al Altísimo, por intercesión de Nuestra Señora del Rosario, celestial Patrona de esa bendita tierra.



A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICO PARA LA FAMILIA

Sala Clementina

Lunes 8 de febrero de 2010



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Al inicio de la XIX asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia, me alegra acogeros con mi cordial bienvenida. Este año vuestro dicasterio llega a este momento institucional especialmente renovado; han cambiado tanto el cardenal presidente y el obispo secretario, como algunos cardenales y obispos del comité de presidencia, algunos oficiales y cónyuges miembros, al igual que numerosos consultores. Doy las gracias de corazón a cuantos han concluido su servicio en el Consejo pontificio y a quienes todavía desempeñan en él su valiosa labor, e invoco sobre todos abundantes dones del Señor. En particular, pienso con gratitud en el difunto cardenal Alfonso López Trujillo, que durante 18 años dirigió vuestro dicasterio con apasionada entrega a la causa de la familia y de la vida en el mundo de hoy. Deseo, por último, manifestar mi viva gratitud al cardenal Ennio Antonelli por las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros, y por haber querido ilustrar los temas de esta importante asamblea.

La actual actividad del dicasterio se coloca entre el VI Encuentro mundial de las familias, que se celebró en Ciudad de México en 2009, y el VII, programado para el 2012 en Milán. Renuevo mi reconocimiento al cardenal Norberto Rivera Carrera por el generoso compromiso de su archidiócesis en la preparación y realización del encuentro de 2009, y expreso desde ahora mi afectuosa gratitud a la Iglesia ambrosiana y a su pastor, el cardenal Dionigi Tettamanzi, por la disponibilidad a ser la sede del VII Encuentro mundial de las familias. Además de organizar estos eventos extraordinarios, el Consejo pontificio está trabajando en varias iniciativas encaminadas a aumentar la conciencia del valor fundamental de la familia para la vida de la Iglesia y de la sociedad. Entre ellas están el proyecto "La familia, sujeto de evangelización", con el que se quiere recoger experiencias positivas en los diversos ámbitos de la pastoral familiar, a escala mundial, a fin de que sirvan de inspiración y aliento para nuevas iniciativas; y el proyecto "La familia, recurso para la sociedad", con el que se quiere poner de relieve ante la opinión pública los beneficios que la familia aporta a la sociedad, a su cohesión y a su desarrollo.

Otro compromiso importante del dicasterio es la elaboración de un Vademécum para la preparación al matrimonio. Mi amado predecesor, el venerable Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Familiaris consortio afirmó que esa preparación "en nuestros días es más necesaria que nunca" y "abarca tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata" (n. FC 66). Refiriéndose a dichas indicaciones, el dicasterio se propone delinear convenientemente la fisonomía de las tres etapas del itinerario para la formación y la respuesta a la vocación conyugal. La preparación remota concierne a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Implica a la familia, la parroquia y la escuela, lugares en los que se educa a comprender la vida como vocación al amor, que después se especifica en las modalidades del matrimonio y la virginidad por el reino de los cielos, pero se trata siempre de vocación al amor. En esta etapa, además, deberá salir a la luz progresivamente el significado de la sexualidad como capacidad de relación y energía positiva que es preciso integrar en el amor auténtico.

19 La preparación próxima concierne a quienes están prometidos y debería configurarse como un camino de fe y de vida cristiana que lleve a un conocimiento profundo del misterio de Cristo y de la Iglesia, de los significados de gracia y responsabilidad del matrimonio (cf. ib.). La duración y las modalidades para llevarla a cabo necesariamente serán distintas según las situaciones, las posibilidades y las necesidades. Pero es de desear que se ofrezca un itinerario de catequesis y de experiencias vividas en la comunidad cristiana, que prevea las intervenciones del sacerdote y de varios expertos, al igual que la presencia de animadores, el acompañamiento de alguna pareja ejemplar de esposos cristianos, el diálogo de pareja o de grupo y un clima de amistad y de oración. Además, hay que cuidar de modo especial que en dicha ocasión los prometidos reaviven su relación personal con el Señor Jesús, especialmente escuchando la Palabra de Dios, acercándose a los sacramentos y sobre todo participando en la Eucaristía. Sólo poniendo a Cristo en el centro de la existencia personal y de pareja es posible vivir el amor auténtico y donarlo a los demás: "El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada", nos recuerda Jesús (Jn 15,5).

La preparación inmediata tiene lugar cuando se acerca el matrimonio. Además de examinar a los prometidos, como prevé el Derecho canónico, podría incluir una catequesis sobre el rito del matrimonio y sobre su significado, el retiro espiritual y la solicitud a fin de que los fieles y, en particular, quienes se preparan a la celebración del matrimonio lo perciban como un don para toda la Iglesia, un don que contribuye a su crecimiento espiritual. Además, conviene que los obispos promuevan el intercambio de las experiencias más significativas, estimulen un serio compromiso pastoral en este importante sector y muestren especial atención en que la vocación de los cónyuges se convierta en una riqueza para toda la comunidad cristiana y, especialmente en el contexto actual, en un testimonio misionero y profético.

Vuestra asamblea plenaria tiene por tema: "Los derechos de la infancia", elegido con referencia al 20° aniversario de la Convención aprobada por la Asamblea general de la ONU, en 1989. A lo largo de los siglos, la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha promovido la tutela de la dignidad y de los derechos de los menores y, de muchas maneras, se ha hecho cargo de ellos. Lamentablemente, en diversos casos, algunos de sus miembros, actuando en contraste con este compromiso, han violado esos derechos: un comportamiento que la Iglesia no deja y no dejará de deplorar y de condenar. La ternura y las enseñanzas de Jesús, que consideró a los niños un modelo a imitar para entrar en el reino de Dios (cf. Mt 18,1-6 Mt 19,13-14), siempre han constituido una llamada apremiante a alimentar hacia ellos un profundo respeto y a prestarles atención. Las duras palabras de Jesús contra quien escandaliza a uno de estos pequeños (cf. Mc 9,42) comprometen a todos a no rebajar nunca el nivel de ese respeto y amor. Es uno de los motivos por los que la Santa Sede acogió favorablemente la Convención sobre los derechos del niño, porque contiene enunciados positivos acerca de la adopción, la asistencia sanitaria, la educación, la tutela de los discapacitados y la protección de los pequeños contra la violencia, el abandono y la explotación sexual y laboral.

La Convención, en el preámbulo, indica la familia como "medio natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en particular de los niños". Pues bien, precisamente la familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la mayor ayuda que se puede dar a los niños. Estos quieren ser amados por una madre y un padre que se aman, y necesitan vivir, crecer y vivir junto con ambos padres, porque las figuras materna y paterna son complementarias en la educación de los hijos y en la construcción de su personalidad y de su identidad. Por lo tanto, es importante que se haga todo lo posible para ayudarles a crecer en una familia unida y estable. Para ello, es preciso exhortar a los cónyuges a no perder nunca de vista las razones profundas y el carácter sacramental de su pacto conyugal y a reforzarlo con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el perdón mutuo. Un ambiente familiar falto de serenidad, la separación de los padres y, en particular, la separación con el divorcio conllevan consecuencias para los niños, mientras que sostener la familia y promover su verdadero bien, sus derechos, su unidad y estabilidad es el mejor modo de tutelar los derechos y las auténticas exigencias de los menores.

Venerados y queridos hermanos, gracias por vuestra visita. Estoy espiritualmente cercano a vosotros y al trabajo que realizáis en favor de las familias e imparto de corazón mi bendición apostólica a cada uno de vosotros y a todos los que comparten este valioso servicio eclesial.






A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA LUTERANA DE ESTADOS UNIDOS

Miércoles 10 de febrero de 2010



Distinguidos amigos:

Me alegra saludar al obispo Mark Hanson y a todos vosotros, presentes aquí hoy para esta visita ecuménica.

Desde el comienzo de mi pontificado, me ha alentado el hecho de que las relaciones entre católicos y luteranos hayan seguido creciendo, especialmente en lo que concierne a la colaboración práctica al servicio del Evangelio. En su carta encíclica Ut unum sint, mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II describió nuestras relaciones como "fraternidad reencontrada" (n. UUS 41). Espero vivamente que el continuo diálogo luterano-católico, tanto en Estados Unidos de América como a nivel internacional, ayude a construir sobre los acuerdos alcanzados hasta ahora. Queda por realizar la importante tarea de cosechar los resultados del diálogo luterano-católico, que comenzó de manera tan prometedora después del concilio Vaticano II. Para construir sobre lo que se ha logrado juntos desde entonces, el ecumenismo espiritual debe fundarse en la oración ferviente y en la conversión a Cristo, fuente de gracia y de verdad. Que el Señor nos ayude a custodiar lo que se ha conseguido hasta ahora, para protegerlo cuidadosamente y fomentar su desarrollo.

Para concluir, quiero renovar el deseo expresado por mi predecesor, durante cuyo pontificado se avanzó tanto en el camino hacia la unidad plena y visible entre los cristianos, cuando dijo a una delegación similar de la Iglesia luterana de Estados Unidos: "Sois muy bienvenidos aquí. Alegrémonos de que un encuentro como el actual pueda tener lugar. Propongámonos estar disponibles ante el Señor, para que él pueda usar este encuentro para sus designios, para llevar a cabo la unidad que él desea. Os agradezco vuestros esfuerzos en pro de la plena unidad en la fe y en la caridad" (Discurso a un grupo de obispos de la Iglesia luterana de Estados Unidos, 26 de septiembre de 1985: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de diciembre de 1985, p. 20).

Sobre vosotros y sobre todos los que han sido confiados a vuestro cuidado pastoral, invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.






A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE RUMANÍA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 12 de febrero de 2010

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Venerados hermanos en el episcopado:

Es para mi motivo de gran alegría encontrarme con vosotros en el transcurso de la visita ad limina, escucharos y reflexionar juntos sobre el camino del pueblo de Dios confiado a vosotros. Os saludo con afecto a cada uno y agradezco, en particular, a monseñor Ioan Robu las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Dirijo un pensamiento especial a Su Beatitud Lucian Muresan, arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica rumana. Vosotros sois pastores de comunidades de ritos diversos, que ponen las riquezas de su larga tradición al servicio de la comunión, por el bien de todos. En vosotros saludo a las comunidades cristianas de Rumanía y de la República de Moldavia, tan duramente probadas en el pasado, y rindo homenaje a los obispos e innumerables sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles que, en el tiempo de la persecución, mostraron una inquebrantable fidelidad a Cristo y a su Iglesia, y conservaron intacta su fe.

A vosotros, queridos hermanos en el episcopado, deseo expresaros mi agradecimiento por vuestro generoso compromiso al servicio del renacimiento y del desarrollo de la comunidad católica en vuestros países, y os exhorto a seguir siendo pastores celosos del rebaño de Cristo, en la pertenencia a la única Iglesia y en el respeto de las distintas tradiciones rituales. Conservar y transmitir el patrimonio de la fe es una tarea de toda la Iglesia, pero particularmente de los obispos (cf. Lumen gentium
LG 25). El campo de vuestro ministerio es vasto y exigente. En efecto, se trata de proponer a los fieles un itinerario de fe cristiana madura y responsable, especialmente a través de la enseñanza de la religión, la catequesis, también de adultos, y la preparación a los sacramentos. En este ámbito es preciso fomentar un conocimiento mayor de la Sagrada Escritura, del Catecismo de la Iglesia católica y de los documentos del Magisterio, especialmente del concilio ecuménico Vaticano II y de las encíclicas papales. Es un programa difícil, que requiere la elaboración común de planes pastorales dirigidos al bonum animarum de todos los católicos de los diversos ritos y etnias. Esto exige testimonio de unidad, diálogo sincero y colaboración activa, sin olvidar que la unidad es primariamente fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), que guía a la Iglesia.

En este Año sacerdotal os exhorto a ser siempre auténticos padres de vuestros presbíteros, primeros y valiosos colaboradores en la viña del Señor (cf. Christus Dominus CD 16 CD 28); con ellos existe un vínculo ante todo sacramental, que con título único los hace partícipes de la misión pastoral encomendada a los obispos. Esforzaos por cuidar la comunión entre vosotros y con ellos en un clima de afecto, de atención y de diálogo respetuoso y fraterno; interesaos por su situación espiritual y material, por su necesaria actualización teológica y pastoral. En vuestras diócesis no faltan institutos religiosos comprometidos en la pastoral. Poned cuidado especial en prestarles la debida atención y proporcionarles toda ayuda posible para que su presencia sea cada vez más significativa y los consagrados puedan llevar a cabo su apostolado según el propio carisma y en plena comunión con la Iglesia particular.

Dios no deja de llamar a hombres y mujeres a su servicio: de esto debemos estar agradecidos al Señor, intensificando la oración para que siga enviando obreros a su mies (cf. Mt 9,37). Los obispos tienen la tarea primordial de promover la pastoral vocacional y la formación humana, espiritual e intelectual de los candidatos al sacerdocio en los seminarios y en los demás centros de formación (cf. Optatam totius OT 2 OT 4), garantizándoles la posibilidad de adquirir una profunda espiritualidad y una rigurosa preparación filosófico-teológica y pastoral, también mediante la elección atenta de los educadores y de los docentes. Hay que poner un cuidado análogo en la formación de los miembros de los institutos de vida consagrada, especialmente de los femeninos.

El florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas depende en buena parte de la salud moral y religiosa de las familias cristianas. Por desgracia, en nuestro tiempo no son pocas las amenazas que se ciernen sobre la institución familiar en una sociedad secularizada y desorientada. Las familias católicas de vuestros países, que durante el tiempo de la prueba han dado testimonio, a veces a caro precio, de fidelidad al Evangelio, no son inmunes a las plagas del aborto, la corrupción, el alcoholismo y la droga, como tampoco al control de los nacimientos mediante métodos contrarios a la dignidad de la persona humana. Para combatir estos desafíos, es necesario promover consultorios parroquiales que aseguren una preparación adecuada a la vida conyugal y familiar, además de organizar mejor la pastoral juvenil. Es necesario, sobre todo, un compromiso decidido para favorecer la presencia de los valores cristianos en la sociedad, desarrollando centros de formación donde los jóvenes puedan conocer los valores auténticos, enriquecidos por el genio cultural de vuestros países, para poder testimoniarlos en los ambientes donde viven. La Iglesia quiere dar su contribución determinante a la construcción de una sociedad reconciliada y solidaria, capaz de hacer frente al actual proceso de secularización. La transformación del sistema industrial y agrícola, la crisis económica y la emigración al extranjero no han favorecido la conservación de los valores tradicionales, y por ello es preciso volver a proponerlos y reforzarlos.

En este contexto resulta particularmente importante el testimonio de fraternidad entre católicos y ortodoxos, que debe prevalecer sobre las divisiones y las divergencias, abriendo los corazones a la reconciliación. Soy consciente de las dificultades que deben afrontar, en este ámbito, las comunidades católicas; espero que se encuentren soluciones adecuadas, con el espíritu de justicia y caridad que debe animar las relaciones entre hermanos en Cristo. En mayo de 2009 recordasteis el décimo aniversario de la histórica visita que el venerable Papa Juan Pablo II realizó a Rumanía. En aquella ocasión, la Providencia divina ofreció al Sucesor de Pedro la posibilidad de realizar un viaje apostólico a una nación de mayoría ortodoxa, donde desde hace siglos está presente una significativa comunidad católica. Que el deseo de unidad suscitado por esa visita alimente la oración y el compromiso de dialogar en la caridad y en la verdad y de promover iniciativas comunes. Un ámbito de colaboración hoy particularmente importante entre ortodoxos y católicos atañe a la defensa de las raíces cristianas de Europa y de los valores cristianos, y al testimonio común en temas como la familia, la bioética, los derechos humanos, la honradez en la vida pública y la ecología. El compromiso unitario sobre estos temas dará una importante contribución al crecimiento moral y civil de la sociedad. Un diálogo constructivo entre ortodoxos y católicos será seguramente fermento de unidad y de concordia no sólo para vuestros países, sino también para toda Europa.

Al final de nuestro encuentro, mi pensamiento se dirige a vuestras comunidades. Llevad a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a todos los fieles de Rumanía y de la República de Moldavia mis saludos y mi aliento, asegurando mi afecto y mi oración. A la vez que invoco la intercesión de la Madre de Dios y de los santos de vuestras tierras, imparto de corazón mi bendición a vosotros y a todos los miembros del pueblo de Dios encomendados a vuestra solicitud pastoral.





Discursos 2010 16