Discursos 2010 29

CONCLUSIÓN DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE LA CURIA ROMANA

Capilla "Redemptoris Mater"

Sábado 27 de febrero de 2010



Queridos hermanos;
querido don Enrico:

En nombre de todos los aquí presentes quiero darle las gracias de todo corazón a usted, don Enrico, por estos ejercicios, por el modo apasionado y muy personal con el que nos ha guiado en el camino hacia Cristo, en el camino de renovación de nuestro sacerdocio.

Usted escogió como punto de partida, como trasfondo siempre presente, como punto de llegada —lo hemos visto ahora— la oración de Salomón por "un corazón que escucha". En realidad me parece que aquí se resume toda la visión cristiana del hombre. El hombre no es perfecto en sí mismo; el hombre necesita la relación; es un ser en relación. Su cogito no puede cogitare toda la realidad. Necesita la escucha, la escucha del otro, sobre todo del Otro con mayúscula, de Dios. Sólo así se conoce a sí mismo, sólo así llega a ser él mismo.

30 Desde mi lugar, aquí, siempre he visto a la Madre del Redentor, la Sedes Sapientiae, el trono vivo de la sabiduría, con la Sabiduría encarnada en su seno. Y como hemos visto, san Lucas presenta a María precisamente como mujer de corazón a la escucha, que está inmersa en la Palabra de Dios, que escucha la Palabra, la medita (synballen), la compone y la conserva, la custodia en su corazón. Los Padres de la Iglesia dicen que en el momento de la concepción del Verbo eterno en el seno de la Virgen el Espíritu Santo entró en María a través del oído. En la escucha concibió la Palabra eterna, dio su carne a esta Palabra. Y así nos dice lo que es tener un corazón a la escucha.

Aquí María está rodeada de los padres y las madres de la Iglesia, de la comunión de los santos. Y así vemos y hemos entendido precisamente en estos días que en el yo aislado no podemos escuchar realmente la Palabra: sólo en el nosotros de la Iglesia, en el nosotros de la comunión de los santos.

Y usted, querido don Enrico, nos ha mostrado, ha dado voz a cinco figuras ejemplares del sacerdocio, comenzando por san Ignacio de Antioquía hasta el querido y venerable Papa Juan Pablo II. Así realmente hemos percibido de nuevo lo que quiere decir ser sacerdote, convertirse cada vez más en sacerdotes.

También ha destacado usted que la consagración se orienta a la misión, está destinada a convertirse en misión. En estos días, con la ayuda de Dios, hemos profundizado en nuestra consagración. Así queremos afrontar ahora con nuevo valor nuestra misión. Que el Señor nos ayude. Gracias don Enrico por su ayuda.





Marzo de 2010


A LOS OBISPOS DE UGANDA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 5 de marzo de 2010



Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra saludaros, obispos de Uganda, en vuestra visita ad limina a la tumba de los Apóstoles san Pedro y san Pablo. Agradezco al obispo Ssekamanya los amables sentimientos de comunión con el Sucesor de Pedro que me ha expresado en vuestro nombre. Correspondo de corazón y os aseguro mis oraciones y mi afecto por vosotros y por el pueblo de Dios que os ha sido encomendado. En particular, pienso en aquellos que se han visto afectados por los recientes desprendimientos de tierra en la región de Bududa, en vuestro país. Pido a Dios todopoderoso, Padre de todas las misericordias, que conceda el eterno descanso a las almas de los fallecidos, y fuerza y esperanza a todos los que están sufriendo las consecuencias de este trágico suceso.

La II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos que celebramos recientemente fue memorable en su exhortación a renovar los esfuerzos en el servicio de una evangelización más profunda de vuestro continente (cf. Mensaje al pueblo de Dios, 15). La fuerza de la Palabra de Dios, y el conocimiento y el amor de Jesús no pueden menos de transformar la vida de las personas, mejorando su manera de pensar y actuar. A la luz del mensaje evangélico, sois conscientes de la necesidad de alentar a los católicos de Uganda para que aprecien plenamente el sacramento del matrimonio en su unidad e indisolubilidad, y el derecho sagrado a la vida. Os exhorto a ayudar, tanto a los sacerdotes como a los fieles laicos, a resistir a la seducción de la cultura materialista del individualismo, que ha arraigado en tantos países. Seguid exhortando a una paz duradera basada en la justicia y en la generosidad para con las personas necesitadas, y a un espíritu de diálogo y reconciliación. A la vez que promovéis un ecumenismo verdadero, estad especialmente cercanos a quienes son más vulnerables ante el avance de las sectas. Impulsadlos a rechazar los sentimientos superficiales y una predicación que desvirtuaría la cruz de Cristo (cf. 1Co 1,17). De este modo, como pastores responsables, seguiréis manteniéndolos a ellos y a sus hijos fieles a la Iglesia de Cristo. En este sentido, me alegra saber que vuestro pueblo encuentra consuelo espiritual en las formas populares de evangelización como las peregrinaciones organizadas al santuario de los mártires de Uganda en Namugongo, donde la activa presencia pastoral de obispos y de numerosos sacerdotes guía la piedad de los peregrinos hacia una renovación de personas y comunidades. Seguid sosteniendo a todos aquellos que con corazón generoso ayudan a los desplazados y a los huérfanos procedentes de las zonas devastadas por la guerra. Alentad a quienes cuidan de los que sufren a causa de la pobreza, del sida u otras enfermedades, enseñándoles a ver en aquellos a los que sirven el rostro sufriente de Jesús (cf. Mt 25,40).

Una nueva evangelización conlleva a su vez una cultura católica más profunda, arraigada en la familia. Por vuestras relaciones quinquenales tengo conocimiento de que los programas de educación en las parroquias, las escuelas y las asociaciones, y vuestras intervenciones sobre temas de interés común, realmente están difundiendo una cultura católica más fuerte. Un laicado bien preparado, que sea activo en los medios de comunicación, en la política y en la cultura, puede ser un gran bien. Deberían realizarse cursos adecuados de formación para los fieles laicos, especialmente sobre la doctrina social de la Iglesia, aprovechando los recursos de la Universidad de los mártires de Uganda u otras instituciones. Alentadlos a ser activos y francos en el servicio de lo que es justo y noble. De este modo, toda la sociedad se beneficiará de contar con cristianos cualificados y solícitos que ocupen cargos de liderazgo en el servicio del bien común. Los movimientos eclesiales también merecen vuestro apoyo, por su contribución positiva a la vida de la Iglesia en numerosos sectores.

31 Los obispos, como primeros agentes de evangelización, están llamados a dar un testimonio claro de la solidaridad concreta que brota de nuestra comunión en Cristo. Con espíritu de caridad cristiana, las diócesis que disponen de más recursos, tanto materiales como espirituales, deben ayudar a las que tienen menos. Al mismo tiempo, todas las comunidades deben esforzarse por ser autosuficientes. Es importante que vuestro pueblo desarrolle un sentido de responsabilidad para consigo mismo, sus comunidades y su Iglesia, y se impregne profundamente de un espíritu católico de sensibilidad ante las necesidades de la Iglesia universal.

Vuestros sacerdotes, como ministros de evangelización comprometidos, ya se benefician enormemente de vuestra paternidad y de vuestra guía fraternas. En este Año sacerdotal ofrecedles vuestra ayuda, vuestro ejemplo y vuestra enseñanza clara. Exhortadlos a la oración y a la vigilancia, especialmente en lo que concierne a ambiciones egoístas, materiales o políticas, o a un apego excesivo a la familia o al grupo étnico. Seguid promoviendo las vocaciones, garantizando el debido discernimiento de los candidatos y su apropiada motivación y formación, especialmente su formación espiritual. Los sacerdotes deben ser hombres de Dios, capaces de guiar a los demás por los caminos del Señor, mediante su ejemplo y consejos sabios.

Los religiosos y las religiosas en Uganda están llamados a ser ejemplo y fuente de aliento para toda la Iglesia. Con vuestros consejos y vuestras oraciones ayudadles en su esfuerzo por alcanzar la meta de la caridad perfecta y a dar testimonio del reino de Dios. Los sacerdotes y religiosos requieren un apoyo constante en su vida de celibato y virginidad consagrada. Con vuestro ejemplo, enseñadles la belleza de esta forma de vida, de la paternidad y la maternidad espiritual con la que pueden enriquecer y profundizar el amor de los fieles hacia el Creador y Dador de todo bien. Asimismo, vuestros catequistas son un gran recurso. Seguid velando por sus necesidades y su formación, y para alentarles, presentadles el ejemplo de mártires como el beato Daudi Okello y el beato Jildo Irwa.

Queridos hermanos en el episcopado, con el apóstol san Pablo, os exhorto: "Pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio" (
2Tm 4,5). Los beatos mártires ugandeses son para vosotros y para vuestro pueblo modelos de gran valentía y paciencia en el sufrimiento. Contad con sus oraciones y esforzaros siempre por ser dignos de su herencia. Encomendándoos a vosotros y a quienes han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral a la protección amorosa de María, Madre de la Iglesia, os imparto de corazón mi bendición apostólica a todos.






A LOS DIRIGENTES, AL PERSONAL Y A LOS VOLUNTARIOS DE LA PROTECCIÓN CIVIL NACIONAL ITALIANA

Sala Pablo VI

Sábado 6 de marzo de 2010



Queridos amigos:

Es para mí una gran alegría acogeros y daros mi cordial bienvenida a cada uno. Saludo a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio y a todas las autoridades. Saludo al subsecretario de Estado de la Presidencia del Consejo de ministros y jefe del departamento de la Protección civil, Guido Bertolaso, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, así como todo lo que hace en favor de la sociedad civil y por todos nosotros. Saludo al subsecretario de la Presidencia del Consejo de ministros, Gianni Letta, presente en este encuentro. Dirijo mi afectuoso saludo a los numerosos voluntarios y voluntarias y a los representantes de algunas secciones del Servicio nacional de la Protección civil.

Antes de este encuentro se ha tenido un alegre momento de fiesta, animado también con las ejecuciones musicales de la Institución sinfónica de Los Abruzos. A todos expreso mi agradecimiento. Habéis querido recordar la actividad llevada a cabo por la Protección civil a lo largo de los últimos diez años, tanto con ocasión de emergencias nacionales e internacionales, como en la actividad de apoyo a acontecimientos grandes y especiales. ¿Cómo no recordar, a este propósito, las intervenciones a favor de los afectados por los terremotos de San Giuliano di Puglia y, sobre todo, de Los Abruzos? Yo mismo, al visitar Onna y L'Aquila el mes de abril del año pasado, pude constatar personalmente con cuánto empeño os habéis prodigado para socorrer a quienes habían perdido a sus seres queridos y sus casas. Me parecen apropiadas las palabras que os dirigí en aquella ocasión: "Gracias por lo que habéis hecho y sobre todo por el amor con que lo habéis hecho. Gracias por el ejemplo que habéis dado" (Discurso en el encuentro con los fieles y el personal dedicado a las actividades de socorro, 28 de abril de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de mayo de 2009, p. 13). Y ¿cómo no pensar con admiración en los numerosos voluntarios y voluntarias que garantizaron la asistencia y la seguridad a la multitud inmensa de jóvenes, y no tan jóvenes, presente en la inolvidable Jornada mundial de la juventud del año 2000, o que vino a Roma para dar el último adiós al Papa Juan Pablo II?

Queridos voluntarios y voluntarias de la Protección civil: sé que habéis deseado mucho este encuentro; puedo aseguraros que este era también mi vivo deseo. Vosotros constituís una de las expresiones más recientes y maduras de la larga tradición de solidaridad que hunde sus raíces en el altruismo y en la generosidad del pueblo italiano. El voluntariado de la Protección civil se ha convertido en un fenómeno nacional, que ha asumido formas de participación y de organización particularmente significativas y hoy comprende cerca de un millón trescientos mil miembros, subdivididos en más de tres mil organizaciones. Las finalidades y los propósitos de vuestra asociación han encontrado reconocimiento en normas legislativas apropiadas, que han contribuido a la formación de una identidad nacional del voluntariado de la Protección civil, atenta a las necesidades primarias de la persona y del bien común.

32 Los términos "protección" y "civil" representan unas coordenadas precisas y expresan de manera profunda vuestra misión, yo diría vuestra "vocación": proteger a las personas y su dignidad —bienes centrales de la sociedad civil— en los casos trágicos de calamidades y de emergencia que amenazan la vida y la seguridad de familias o de comunidades enteras. Esta misión no consiste sólo en la gestión de la emergencia, sino en una contribución puntual y meritoria a la realización del bien común, que representa siempre el horizonte de la convivencia humana, también —y sobre todo— en los momentos de las grandes pruebas. Estas son una ocasión de discernimiento y no de desesperación. Brindan la oportunidad de formular nuevos proyectos sociales, más orientados a la virtud y al bien de todos.

Las dos dimensiones de la protección, que se expresan tanto durante la emergencia como después, están bien expresadas en la figura del buen samaritano, esbozada en el Evangelio de san Lucas (cf.
Lc 10,30-35). Este personaje demuestra, ciertamente, caridad, humildad y valentía socorriendo al desventurado en el momento de máxima necesidad. Y esto cuando todos —algunos por indiferencia, otros por dureza de corazón— miran hacia otro lado. Pero el buen samaritano enseña a ir más allá de la emergencia y a preparar, podríamos decir, la vuelta a la normalidad. En efecto, venda las heridas del hombre tendido en el suelo, pero después se preocupa de encomendarlo al posadero, para que se pueda restablecer una vez pasada la emergencia.

Como nos enseña la página evangélica, el amor al prójimo no se puede delegar: el Estado y la política, aunque dispongan las necesarias atenciones de la asistencia social, no pueden sustituirlo. Como escribí en la encíclica Deus caritas est: "El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay ningún orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo" (n. ). El amor requiere y requerirá siempre el compromiso personal y voluntario. Precisamente por eso, los voluntarios no son "suplentes" en la red social, sino personas que contribuyen verdaderamente a delinear el rostro humano y cristiano de la sociedad. Sin voluntariado, el bien común y la sociedad no pueden durar mucho, porque su progreso y su dignidad en gran medida dependen precisamente de esas personas que hacen más que cumplir estrictamente su deber.

Queridos amigos, vuestro compromiso es un servicio a la dignidad del hombre fundada en su condición de ser creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Como nos ha mostrado el episodio del buen samaritano, hay miradas que pueden dirigirse al vacío o incluso llegar al desprecio, pero también hay miradas que pueden expresar amor. Además de vigilantes del territorio, sed cada vez más iconos vivos del buen samaritano, prestando atención al prójimo, recordando la dignidad del hombre y suscitando esperanza. Cuando una persona no se limita sólo a cumplir con su deber en la profesión y en la familia, sino que se compromete por los demás, su corazón se dilata. Quien ama y sirve gratuitamente al otro como prójimo, vive y actúa según el Evangelio y participa en la misión de la Iglesia, que siempre mira al hombre en su integridad y quiere ayudarle a sentir el amor de Dios.

Queridos voluntarios y voluntarias, la Iglesia y el Papa sostienen vuestro valioso servicio. Que la Virgen María, que va "con prontitud" a casa de su prima Isabel para ayudarla (cf. Lc 1,39), sea vuestro modelo. Os encomiendo a la intercesión de vuestro patrono, san Pío de Pietrelcina; os aseguro mi recuerdo en la oración, y con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.





VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

AL CONSEJO PASTORAL

Domingo 7 de marzo de 2010



Queridos hermanos y hermanas, de todo corazón os doy las gracias por esta bella experiencia pre-pascual que me habéis brindado en la mañana de este domingo. He leído un poco sobre la historia de vuestra parroquia, que empezó de cero; habéis construido entretanto un gran centro pastoral, habéis construido los edificios, las infraestructuras, pero sobre todo habéis construido una Iglesia viva, de piedras vivas. Ahora es bello ver cómo aquí la Iglesia es viva: vive de la Palabra de Dios, de la participación en la santa Eucaristía, con tantos componentes de la vida espiritual, todos los movimientos unidos en un único proyecto pastoral en la común Iglesia de Cristo.

Por ello estoy muy agradecido y os ruego que continuéis en este sentido: construir siempre la Iglesia de piedras vivas, y ser así también un centro de irradiación de la Palabra de Dios en nuestro mundo, que tiene tanta necesidad de esta Palabra de Dios, de la vida que procede de Dios.

Hoy, en la primera lectura, hemos oído precisamente esta auto-presentación de Dios, que entra en la historia, se hace uno de nosotros. Y hemos oído que Dios es un Dios que nos escucha, que no está lejos, que se interesa por nosotros, que está por nosotros y con nosotros. Y esto exige nuestra respuesta, exige que también nosotros escuchemos a Dios, que también nosotros estemos abiertos a su presencia; así cielo y tierra se comunican y se unen más, y el mundo se hace más luminoso, más bello.

¡Gracias por todo vuestro trabajo! Os deseo una buena Pascua y más progresos espirituales en la comunión con Cristo y en la comunidad de los sacerdotes, sobre todo de vuestro querido párroco. He oído cómo comenzó, yendo al supermercado para ver quién había, y así creció la parroquia. Gracias monseñor párroco, gracias a todos vosotros. ¡Buena Pascua!






A LOS PARTICIPANTES EN EL CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA

Sala Clementina
33

Jueves 11 de marzo de 2010



Queridos amigos:

Me alegra encontrarme con vosotros y daros mi bienvenida a cada uno, con ocasión del curso anual sobre el fuero interno, organizado por la Penitenciaría apostólica. Saludo cordialmente a monseñor Fortunato Baldelli, que, por primera vez como penitenciario mayor, ha guiado vuestras sesiones de estudio, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Saludo también a monseñor Gianfranco Girotti, regente, al personal de la Penitenciaría y a todos vosotros que, con la participación en esta iniciativa, manifestáis la fuerte exigencia de profundizar una temática esencial para el ministerio y la vida de los presbíteros.

Vuestro curso se realiza, providencialmente, durante el Año sacerdotal, que convoqué con ocasión del 150° aniversario del nacimiento al cielo de san Juan María Vianney, quien ejerció de modo heroico y fecundo el ministerio de la Reconciliación. Como afirmé en la carta de proclamación: "Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros las palabras que él [el cura de Ars] ponía en boca de Jesús: "Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita". Los sacerdotes no sólo podemos aprender del santo cura de Ars una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del "diálogo de la salvación" que en él se debe entablar" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 2009, p. 7). ¿Dónde hunden sus raíces la heroicidad y la fecundidad con las cuales san Juan María Vianney vivió su ministerio de confesor? Ante todo en una intensa dimensión penitencial personal. La conciencia de su propia limitación y la necesidad de recurrir a la Misericordia divina para pedir perdón, para convertir el corazón y para ser sostenidos en el camino de santidad, son fundamentales en la vida del sacerdote: sólo quien ha experimentado personalmente su grandeza puede ser un anunciador y administrador convencido de la Misericordia de Dios. Todo sacerdote se convierte en ministro de la Penitencia por su configuración ontológica a Cristo, sumo y eterno Sacerdote, que reconcilia a la humanidad con el Padre; sin embargo, la fidelidad al administrar el sacramento de la Reconciliación se confía a la responsabilidad del presbítero.

Vivimos en un contexto cultural marcado por la mentalidad hedonista y relativista, que tiende a eliminar a Dios del horizonte de la vida, no favorece la adquisición de un marco claro de valores de referencia y no ayuda a discernir el bien del mal y a madurar un sentido correcto del pecado. Esta situación hace todavía más urgente el servicio de administradores de la Misericordia divina. No debemos olvidar que existe una especie de círculo vicioso entre el ofuscamiento de la experiencia de Dios y la pérdida del sentido del pecado. Sin embargo, si nos fijamos en el contexto cultural en el que vivió san Juan María Vianney, vemos que, en varios aspectos, no era muy distinto del nuestro. De hecho, también en su tiempo existía una mentalidad hostil a la fe, expresada por fuerzas que incluso querían impedir el ejercicio del ministerio. En esas circunstancias, el santo cura de Ars hizo "de la iglesia su casa", para llevar a los hombres a Dios. Vivió con radicalidad el espíritu de oración, la relación personal e íntima con Cristo, la celebración de la santa misa, la adoración eucarística y la pobreza evangélica; así fue para sus contemporáneos un signo tan evidente de la presencia de Dios, que impulsó a numerosos penitentes a acercarse a su confesionario. En las condiciones de libertad en las que hoy se puede ejercer el ministerio sacerdotal, es necesario que los presbíteros vivan "de modo alto" su respuesta a la vocación, porque sólo quien es cada día presencia viva y clara del Señor puede suscitar en los fieles el sentido del pecado, infundir valentía y despertar el deseo del perdón de Dios.

Queridos hermanos, es preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento de la Reconciliación, pero también como lugar en el que "habitar" más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia divina, junto a la presencia real en la Eucaristía. La "crisis" del sacramento de la Penitencia, de la que se habla con frecuencia, interpela ante todo a los sacerdotes y su gran responsabilidad de educar al pueblo de Dios en las exigencias radicales del Evangelio. En particular, les pide que se dediquen generosamente a la escucha de las confesiones sacramentales; que guíen el rebaño con valentía, para que no se acomode a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12,2), sino que también sepa tomar decisiones contracorriente, evitando acomodamientos o componendas. Por esto es importante que el sacerdote viva una tensión ascética permanente, alimentada por la comunión con Dios, y se dedique a una actualización constante en el estudio de la teología moral y de las ciencias humanas.

San Juan María Vianney sabía instaurar un verdadero "diálogo de salvación" con los penitentes, mostrando la belleza y la grandeza de la bondad del Señor y suscitando el deseo de Dios y del cielo que los santos son los primeros en llevar. Afirmaba: "El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!" (Monnin A., Il Curato d'Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol. I, Torino 1870, p. 130). El sacerdote tiene la tarea de favorecer la experiencia del "diálogo de salvación", que nace de la certeza de ser amados por Dios y ayuda al hombre a reconocer su pecado y a introducirse, progresivamente, en la dinámica estable de conversión del corazón que lleva a la renuncia radical al mal y a una vida según Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1431).

Queridos sacerdotes, ¡qué extraordinario ministerio nos ha confiado el Señor! Como en la celebración eucarística él se pone en manos del sacerdote para seguir estando presente en medio de su pueblo, de forma análoga en el sacramento de la Reconciliación se confía al sacerdote para que los hombres experimenten el abrazo con el que el padre acoge al hijo pródigo, restituyéndole la dignidad filial y la herencia (cf. Lc 15,11-32). Que la Virgen María y el santo cura de Ars nos ayuden a experimentar en nuestra vida la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Dios (cf. Ep 3,18-19), para que seamos administradores fieles y generosos de este amor. Os doy las gracias a todos de corazón y os imparto de buen grado mi bendición.






A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO

Aula de las Bendiciones

Viernes 12 de marzo de 2010



Señores cardenales;
34 queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
estimados presentes:

Me alegra encontrarme con vosotros en esta ocasión particular y os saludo a todos con afecto. Dirijo un saludo especial al cardenal Cláudio Hummes, prefecto de la Congregación para el clero, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Expreso mi gratitud a todo el dicasterio por el empeño con el que coordina las múltiples iniciativas del Año sacerdotal, entre ellas este congreso teológico sobre el tema: "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote". Me congratulo por esta iniciativa en la que participan más de cincuenta obispos y más de quinientos sacerdotes, muchos de los cuales son responsables nacionales o diocesanos del clero y de la formación permanente. Vuestra atención a los temas relativos al sacerdocio ministerial es uno de los frutos de este Año especial, que he querido convocar precisamente para "promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo" (Carta para la convocatoria del Año sacerdotal).

El tema de la identidad sacerdotal, objeto de vuestra primera jornada de estudio es determinante para el ejercicio del sacerdocio ministerial en el presente y en el futuro. En una época como la nuestra, tan "policéntrica" e inclinada a atenuar todo tipo de concepción que afirme una identidad, que muchos consideran contraria a la libertad y a la democracia, es importante tener muy clara la peculiaridad teológica del ministerio ordenado para no caer en la tentación de reducirlo a las categorías culturales dominantes. En un contexto de secularización generalizada, que excluye progresivamente a Dios del ámbito público, y tiende a excluirlo también de la conciencia social compartida, con frecuencia el sacerdote parece "extraño" al sentir común, precisamente por los aspectos más fundamentales de su ministerio, como los de ser un hombre de lo sagrado, tomado del mundo para interceder en favor del mundo, y constituido en esa misión por Dios y no por los hombres (cf.
He 5,1). Por este motivo es importante superar peligrosos "reduccionismos" que, en los decenios pasados, utilizando categorías más funcionales que ontológicas, han presentado al sacerdote casi como a un "agente social", con el riesgo de traicionar incluso el sacerdocio de Cristo. La hermenéutica de la continuidad se revela cada vez más urgente para comprender de modo adecuado los textos del concilio ecuménico Vaticano II y, análogamente, resulta necesaria una hermenéutica que podríamos definir "de la continuidad sacerdotal", la cual, partiendo de Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, y pasando por los dos mil años de la historia de grandeza y de santidad, de cultura y de piedad, que el sacerdocio ha escrito en el mundo, ha de llegar hasta nuestros días.

Queridos hermanos sacerdotes, en el tiempo en que vivimos es especialmente importante que la llamada a participar en el único sacerdocio de Cristo en el ministerio ordenado florezca en el "carisma de la profecía": hay gran necesidad de sacerdotes que hablen de Dios al mundo y que presenten el mundo a Dios; hombres no sujetos a efímeras modas culturales, sino capaces de vivir auténticamente la libertad que sólo la certeza de la pertenencia a Dios puede dar. Como ha subrayado muy bien vuestro congreso, hoy la profecía más necesaria es la de la fidelidad que, partiendo de la fidelidad de Cristo a la humanidad, mediante la Iglesia y el sacerdocio ministerial, lleve a vivir el propio sacerdocio en la adhesión total a Cristo y a la Iglesia. De hecho, el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino que, por el carácter sacramental recibido (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1563 y CEC 1582), es "propiedad" de Dios. Este "ser de Otro" deben poder reconocerlo todos, gracias a un testimonio límpido.

En el modo de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y de amar, de relacionarse con las personas, incluso en el hábito, el sacerdote debe sacar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo. Por consiguiente, debe poner sumo esmero en preservarse de la mentalidad dominante, que tiende a asociar el valor del ministro no a su persona, sino sólo a su función, negando así la obra de Dios, que incide en la identidad profunda de la persona del sacerdote, configurándolo a sí de modo definitivo (cf. ib., n. CEC 1583).

El horizonte de la pertenencia ontológica a Dios constituye, además, el marco adecuado para comprender y reafirmar, también en nuestros días, el valor del celibato sagrado, que en la Iglesia latina es un carisma requerido por el Orden sagrado (cf. Presbyterorum ordinis PO 16) y que las Iglesias orientales tienen en grandísima consideración (cf. Código de cánones de las Iglesias orientales, CIO 373). Es una auténtica profecía del Reino, signo de la consagración con corazón indiviso al Señor y a las "cosas del Señor" (1Co 7,32), expresión de la entrega de uno mismo a Dios y a los demás (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1579).

La vocación del sacerdote, por tanto, es altísima y sigue siendo un gran misterio incluso para quienes la hemos recibido como don. Nuestras limitaciones y debilidades deben inducirnos a vivir y a custodiar con profunda fe este don precioso, con el que Cristo nos ha configurado a sí, haciéndonos partícipes de su misión salvífica. De hecho, la comprensión del sacerdocio ministerial está vinculada a la fe y requiere, de modo cada vez más firme, una continuidad radical entre la formación recibida en el seminario y la formación permanente. La vida profética, sin componendas, con la que serviremos a Dios y al mundo, anunciando el Evangelio y celebrando los sacramentos, favorecerá la venida del reino de Dios ya presente y el crecimiento del pueblo de Dios en la fe.

Queridos sacerdotes, los hombres y las mujeres de nuestro tiempo sólo nos piden que seamos sacerdotes de verdad y nada más. Los fieles laicos encontrarán en muchas otras personas aquello que humanamente necesitan, pero sólo en el sacerdote podrán encontrar la Palabra de Dios que siempre deben tener en los labios (cf. Presbyterorum ordinis PO 4); la misericordia del Padre, abundante y gratuitamente dada en el sacramento de la Reconciliación; y el Pan de vida nueva, "alimento verdadero dado a los hombres" (cf. Himno del Oficio en la solemnidad del Corpus Christi del Rito romano).

Pidamos a Dios, por intercesión de la santísima Virgen María y de san Juan María Vianney, que nos conceda agradecerle cada día el gran don de la vocación y vivir con plena y gozosa fidelidad nuestro sacerdocio. Gracias a todos por este encuentro. Os imparto de buen grado a cada uno la bendición apostólica.







Discursos 2010 29