Discursos 2010 40

40 A fin de que los laicos encuentren el lugar que les corresponde en vuestras comunidades y en la sociedad, es necesario aumentar los medios para consolidar su fe. Desarrollando las instituciones de formación, les daréis la posibilidad de asumir responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad, para ser auténticos testigos del Evangelio. Os invito a prestar atención especial a las élites políticas e intelectuales de vuestros países, que a menudo deben confrontarse con ideologías opuestas a una concepción cristiana del hombre y de la sociedad. Una fe segura, fundada en una relación personal con Cristo, expresada en la práctica habitual de la caridad, y sostenida por una comunidad viva, es un punto de apoyo para el desarrollo de la vida cristiana. Infundid también a los jóvenes, con frecuencia llenos de generosidad, el gusto de ir al encuentro de Cristo. Reforzar las capellanías escolares y universitarias les ayudará a encontrar en él la luz que les guíe a lo largo de toda su vida y les dé el verdadero sentido del amor humano.

El buen clima que existe habitualmente en las relaciones interreligiosas permite profundizar tanto los vínculos de estima y de amistad, como la colaboración entre todos los componentes de la sociedad. La enseñanza a las generaciones jóvenes de los valores fundamentales de respeto y fraternidad favorecerá la comprensión mutua. Es preciso seguir reforzando los vínculos que unen sobre todo a cristianos y musulmanes, a fin de hacer progresar la paz y la justicia, y promover el bien común, rechazando toda tentación de violencia o intolerancia.

Queridos hermanos en el episcopado, al concluir nuestro encuentro, encomiendo a cada una de vuestras diócesis a la protección materna de la Virgen María. Que ella, en estos tiempos marcados por la incertidumbre, os dé la fuerza de mirar al futuro con confianza. Que ella sea para los pueblos de Burkina Faso y Níger un signo de esperanza. De todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica, a vosotros y a todos los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.







A LOS OBISPOS DE ESCANDINAVIA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 25 de marzo de 2010



Queridos hermanos en el episcopado:

Os doy la bienvenida a Roma con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum y agradezco al obispo Arborelius las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Ejercéis el gobierno pastoral sobre los fieles católicos en el extremo norte de Europa y habéis venido hasta aquí para expresar y renovar los vínculos de comunión entre el pueblo de Dios en aquellas tierras y el Sucesor de Pedro en el corazón de la Iglesia universal. Vuestro rebaño es pequeño numéricamente y se encuentra esparcido en un área muy vasta. Numerosos fieles deben recorrer grandes distancias para encontrar una comunidad católica en la que asistir al culto. Para ellos es muy importante comprender que cada vez que se reúnen en torno al altar para el sacrificio de la Eucaristía, están participando en un acto de la Iglesia universal, en comunión con todos sus hermanos católicos del resto del mundo. Esta comunión se ejerce y se profundiza mediante las visitas quinquenales de los obispos a la Sede apostólica.

Me complace saber que en mayo de este año tendrá lugar en Jönköping un Congreso sobre la familia. Uno de los mensajes más importantes que la gente de las tierras nórdicas necesita escuchar de vuestros labios es una exhortación a la centralidad de la familia para la vida de una sociedad sana. En los últimos años hemos asistido, tristemente, a un debilitamiento del compromiso en favor de la institución del matrimonio y de la concepción cristiana de la sexualidad humana, que durante tanto tiempo fue el fundamento de las relaciones personales y sociales en la sociedad europea.
Los niños tienen derecho a ser concebidos y llevados en el vientre, a nacer y crecer en el ámbito del matrimonio: a través de la relación segura y reconocida de sus padres pueden descubrir su propia identidad y alcanzar su desarrollo humano adecuado (cf. Donum vitae, 22 de febrero de 1987).

En sociedades con una noble tradición en la defensa de los derechos de todos sus miembros, cabría esperar que se diera prioridad a este derecho fundamental de los niños respecto a cualquier supuesto derecho de los adultos a imponerles modelos alternativos de vida familiar y, ciertamente, respecto a todo supuesto derecho al aborto. Puesto que la familia es "la primera e insustituible educadora para la paz" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2008), la promotora más fiable de cohesión social y la mejor escuela de virtudes de buena ciudadanía, defender y promover la vida familiar estable interesa a todos y, especialmente, a los gobiernos.

Aunque la población católica de vuestros territorios constituye sólo un pequeño porcentaje del total, está creciendo y, al mismo tiempo, un buen número de otras personas escucha con respeto y atención lo que la Iglesia tiene que decir. En las tierras nórdicas la religión tiene un papel importante a la hora de conformar la opinión pública e influenciar decisiones sobre asuntos concernientes al bien común. Os exhorto, por tanto, a seguir transmitiendo a los ciudadanos de vuestros respectivos países la enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales y éticas, como estáis haciendo mediante iniciativas como vuestra carta pastoral "El amor a la vida" en 2005 y el próximo Congreso sobre la familia. La apertura del Instituto Newman en Uppsala es un avance muy positivo en este sentido, pues asegura que la enseñanza católica ocupe el lugar que le corresponde en el mundo académico escandinavo, a la vez que ayuda a las nuevas generaciones a adquirir una comprensión madura e informada de su fe.

En vuestro rebaño, es preciso que os dediquéis con empeño y con especial cuidado a la labor pastoral con las familias y los jóvenes, porque muchos han atravesado dificultades como consecuencia de la reciente crisis financiera. Es necesario mostrar la debida sensibilidad hacia los matrimonios en los que sólo uno de los cónyuges es católico. Los inmigrantes que forman parte de la población católica de las tierras nórdicas tienen sus propias necesidades, y es importante que vuestro enfoque pastoral respecto a las familias incluya a estas personas y las ayude a integrarse en la sociedad. Vuestros países han sido especialmente generosos con los refugiados de Oriente Medio, muchos de los cuales son cristianos procedentes de las Iglesias orientales. Por vuestra parte, al acoger "al forastero que reside junto a vosotros" (Lv 19,34), aseguraos de que ayudáis a estos nuevos miembros de vuestra comunidad a profundizar su conocimiento y comprensión de la fe mediante programas apropiados de catequesis. En el proceso de integración en su país de acogida deben sentirse alentados a no alejarse de los elementos más valiosos de su propia cultura, especialmente de la fe.

41 En este Año sacerdotal os pido que deis especial prioridad a alentar y apoyar a vuestros sacerdotes, quienes con frecuencia deben trabajar aislados unos de otros y en circunstancias difíciles para llevar los sacramentos al pueblo de Dios. Como sabéis, he propuesto la figura de san Juan María Vianney a todos los sacerdotes del mundo como fuente de inspiración y de intercesión en este año dedicado a analizar más a fondo el significado y el papel indispensable del sacerdocio en la vida de la Iglesia. Él se entregó incansablemente a fin de ser un canal de la gracia taumatúrgica y santificante de Dios para el pueblo al que servía, y todos los sacerdotes están llamados a hacer lo mismo. Como Ordinarios suyos, tenéis la responsabilidad de procurar que estén bien preparados para esta tarea sagrada. Asimismo, aseguraos de que los fieles laicos aprecien lo que sus sacerdotes hacen por ellos, y de que les ofrezcan el aliento y la ayuda espiritual, moral y material que necesitan.

Quiero elogiar la inmensa contribución que los religiosos y las religiosas han dado a la vida de la Iglesia en vuestros países durante muchos años. Las tierras nórdicas cuentan también con la bendición que representa la presencia de buen número de nuevos movimientos eclesiales, que aportan un dinamismo renovado a la misión de la Iglesia. Frente a esta amplia variedad de carismas, hay numerosos caminos para atraer a los jóvenes a dedicar su vida al servicio de la Iglesia mediante la vocación sacerdotal o religiosa. Puesto que tenéis la responsabilidad de favorecer esas vocaciones (cf. Christus Dominus
CD 15), debéis dirigiros tanto a las poblaciones nativas como a las inmigrantes. En el corazón de toda comunidad católica sana el Señor siempre llama a hombres y mujeres a servirlo de ese modo. El hecho de que un número creciente de vosotros, obispos de las tierras nórdicas, provengáis de los países en los que prestáis vuestro servicio es un signo claro de que el Espíritu Santo está actuando en vuestras comunidades católicas. Rezo para que esta inspiración siga dando frutos entre vosotros y aquellos a los que habéis dedicado vuestra vida.

Empeñad vuestras energías en promover, con gran confianza en la fuerza vivificante del Evangelio, una nueva evangelización entre las personas de vuestros territorios. Forma parte de esta tarea seguir prestando atención a la actividad ecuménica, y me complace tener noticia de las numerosas circunstancias en las que los cristianos de las tierras nórdicas se reúnen para dar testimonio de unidad ante el mundo.

Con estos sentimientos, os encomiendo a todos vosotros y a vuestro pueblo a la intercesión de los santos nórdicos, especialmente de santa Brígida, copatrona de Europa, y de buen grado os imparto mi bendición apostólica como prenda de fuerza y paz en el Señor.



ENCUENTRO PREPARATORIO DE LA XXV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

Plaza de San Pedro

Jueves 25 de marzo de 2010



P. Santo Padre, el joven del Evangelio preguntó a Jesús: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?". Yo no sé qué es la vida eterna. No logro imaginármela, pero sé una cosa: que no quiero desperdiciar mi vida, quiero vivirla a fondo y no yo sola. Tengo miedo de que esto no suceda así, tengo miedo de pensar sólo en mí misma, de equivocarme en todo y de encontrarme sin una meta que alcanzar, viviendo al día. ¿Es posible hacer de mi vida algo hermoso y grande?

Queridos jóvenes, antes de responder a la pregunta quiero daros las gracias de corazón por vuestra presencia, por este maravilloso testimonio de la fe, de querer vivir en comunión con Jesús, por vuestro entusiasmo al seguir a Jesús y vivir bien. ¡Gracias!

Y ahora respondo a la pregunta. Ella ha dicho que no sabe lo que es la vida eterna y que no logra imaginársela. Ninguno de nosotros puede imaginar la vida eterna, porque está fuera de nuestra experiencia. Sin embargo, podemos comenzar a comprender qué es la vida eterna, y pienso que ella, con su pregunta, nos ha hecho una descripción de lo esencial de la vida eterna, es decir, de la verdadera vida: no desperdiciar la vida, vivirla en profundidad, no vivir para uno mismo, no vivir al día, sino vivir realmente la vida en su riqueza y en su totalidad. ¿Cómo hacerlo? Esta es la gran pregunta, con la cual también el joven rico del Evangelio acudió al Señor (cf. Mc 10,17). A primera vista, la respuesta del Señor parece muy tajante. A fin de cuentas, le dice: guarda los mandamientos (cf. Mc 10,19). Pero si reflexionamos bien, si escuchamos bien al Señor, en la globalidad del Evangelio, encontramos detrás la gran sabiduría de la Palabra de Dios, de Jesús. Los mandamientos, según otra Palabra de Jesús, se resumen en un único mandamiento: amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, con toda la existencia, y amar al prójimo como a sí mismo. Amar a Dios supone conocer a Dios, reconocer a Dios. Y este es el primer paso que debemos dar: tratar de conocer a Dios. Y así sabemos que nuestra vida no existe por casualidad, no es una casualidad. Dios ha querido mi vida desde la eternidad. Soy amado, soy necesario. Dios tiene un proyecto para mí en la totalidad de la historia; tiene un proyecto precisamente para mí. Mi vida es importante y también necesaria. El amor eterno me ha creado en profundidad y me espera. Por lo tanto, este es el primer punto: conocer, tratar de conocer a Dios y entender así que la vida es un don, que vivir es un bien. Luego, lo esencial es el amor. Amar a este Dios que me ha creado, que ha creado este mundo, que gobierna entre todas las dificultades del hombre y de la historia, y que me acompaña. Y amar al prójimo.

Los diez mandamientos a los que hace referencia Jesús en su respuesta son sólo una especificación del mandamiento del amor. Son, por decirlo así, reglas del amor, indican el camino del amor con estos puntos esenciales: la familia, como fundamento de la sociedad; la vida, que es preciso respetar como don de Dios; el orden de la sexualidad, de la relación entre un hombre y una mujer; el orden social y, finalmente, la verdad. Estos elementos esenciales especifican el camino del amor, explicitan cómo amar realmente y cómo encontrar el camino recto. Por tanto, Dios tiene una voluntad fundamental para todos nosotros, que es idéntica para todos nosotros. Pero su aplicación es distinta en cada vida, porque Dios tiene un proyecto preciso para cada hombre. San Francisco de Sales dijo una vez: la perfección —es decir, ser buenos, vivir la fe y el amor— es substancialmente una, pero con formas muy distintas. Son muy distintas la santidad de un monje cartujo y la de un hombre político, la de un científico o la de un campesino, etc. Así, para cada hombre Dios tiene su proyecto y yo debo encontrar, en mis circunstancias, mi modo de vivir esta voluntad única y común de Dios, cuyas grandes reglas están indicadas en estas explicitaciones del amor. Por tanto, tratar de cumplir lo que es la esencia del amor, es decir, no tomar la vida para mí, sino dar la vida; no "quedarme" con la vida, sino hacer de la vida un don; no buscarme a mí mismo, sino dar a los demás. Esto es lo esencial, e implica renuncias, es decir, salir de mí mismo y no buscarme a mí mismo. Y encuentro la verdadera vida precisamente no buscándome a mí, sino dándome para las cosas grandes y verdaderas. Así cada uno encontrará, en su vida, las distintas posibilidades: comprometerse en el voluntariado, en una comunidad de oración, en un movimiento, en la acción de su parroquia, en la propia profesión. Encontrar mi vocación y vivirla en todo lugar es importante y fundamental, tanto si soy un gran científico como si soy un campesino. Todo es importante a los ojos de Dios: es bello si se vive a fondo con el amor que realmente redime al mundo.

42 Al final quiero contaros una pequeña anécdota de santa Josefina Bakhita, la pequeña santa africana que en Italia encontró a Dios y a Cristo, y que siempre me impresiona mucho. Era monja en un convento italiano y, un día, el obispo del lugar visita ese monasterio, ve a esta pequeña monja negra, de la cual parece no saber nada y dice: "Hermana, ¿qué hace usted aquí?" Y Bakhita responde: "Lo mismo que usted, excelencia". El obispo visiblemente irritado dice: "Hermana, ¿cómo que hace lo mismo que yo?". "Sí —dice la religiosa—, ambos queremos hacer la voluntad de Dios, ¿no es así?". Al final, este es el punto esencial: conocer, con la ayuda de la Iglesia, de la Palabra de Dios y de los amigos, la voluntad de Dios, tanto en sus grandes líneas, comunes para todos, como en mi vida personal concreta. Así la vida, quizá no es demasiado fácil, pero se convierte en una vida hermosa y feliz. Pidamos al Señor que nos ayude siempre a encontrar su voluntad y a seguirla con alegría.

P. El Evangelio nos ha dicho que Jesús fijó su mirada en ese joven y lo amó. Santo Padre, ¿qué significa ser mirados con amor por Jesús? ¿Cómo podemos hacer esta experiencia también nosotros hoy? ¿Es realmente posible vivir esta experiencia también en esta vida de hoy?

Naturalmente yo diría que sí, porque el Señor siempre está presente y nos mira a cada uno de nosotros con amor. Sólo que nosotros debemos encontrar esa mirada y encontrarnos con él. ¿Cómo? Creo que el primer punto para encontrarnos con Jesús, para experimentar su amor, es conocerlo. Conocer a Jesús implica distintos caminos. Una primera condición es conocer la figura de Jesús tal como se nos presenta en los Evangelios, que nos proporcionan un retrato muy rico de la figura de Jesús; en las grandes parábolas, como en la del hijo pródigo, en la del samaritano, en la de Lázaro, etc. En todas las parábolas, en todas sus palabras, en el sermón de la montaña, encontramos realmente el rostro de Jesús, el rostro de Dios hasta la cruz donde, por amor a nosotros, se da totalmente hasta la muerte y al final puede decir: "En tus manos, Padre, pongo mi vida, mi alma" (cf.
Lc 23,46).

Por lo tanto: conocer, meditar sobre Jesús junto con los amigos, con la Iglesia, y conocer a Jesús no sólo de modo académico, teórico, sino con el corazón, es decir, hablar con Jesús en la oración. No puedo conocer a una persona del mismo modo que estudio matemáticas. Para las matemáticas es necesaria y suficiente la razón, pero para conocer a una persona, sobre todo la gran persona de Jesús, Dios y hombre, hace falta la razón pero, al mismo tiempo, también el corazón. Sólo abriéndole el corazón a él, sólo con el conocimiento del conjunto de lo que dijo e hizo, con nuestro amor, con nuestro ir hacia él, podemos ir conociéndolo cada vez más y así también hacer la experiencia de ser amados.

Por tanto: escuchar la Palabra de Jesús, escucharla en la comunión de la Iglesia, en su gran experiencia y responder con nuestra oración, con nuestro diálogo personal con Jesús, en el que le hablamos de lo que no entendemos, de nuestras necesidades y de nuestras preguntas. En un diálogo verdadero, podemos encontrar cada vez más este camino del conocimiento, que se convierte en amor. Naturalmente forma parte del camino hacia Jesús no sólo pensar, no sólo rezar, sino también hacer: obrar el bien, comprometerse en favor del prójimo. Hay distintos caminos; cada uno conoce sus posibilidades, en la parroquia y en la comunidad en la que vive, para comprometerse también con Cristo y por los demás, por la vitalidad de la Iglesia, para que la fe sea verdaderamente una fuerza formativa de nuestro ambiente y, así, de nuestro tiempo. Por consiguiente, yo diría estos elementos: escuchar, responder, entrar en la comunidad creyente, comunión con Cristo en los sacramentos, donde se da a nosotros, tanto en la Eucaristía como en la Confesión, etc., y, por último, hacer, realizar las palabras de la fe de modo que se conviertan en fuerza de mi vida, y también a mí se muestra verdaderamente la mirada de Jesús y su amor me ayuda, me transforma.

P. Jesús invitó al joven rico a dejarlo todo y a seguirlo, pero él se marchó triste. También a mí, igual que a él, me cuesta seguirlo, porque tengo miedo de dejar mis cosas y a veces la Iglesia me pide renuncias difíciles. Santo Padre, ¿cómo puedo encontrar la fuerza para las decisiones valientes, y quién me puede ayudar?

Comencemos con esta palabra dura para nosotros: renuncias. Las renuncias son posibles y, al final, son incluso bellas si tienen un porqué y si este porqué justifica también la dificultad de la renuncia. San Pablo usó, en este contexto, la imagen de las olimpiadas y de los atletas que compiten en las olimpiadas (cf. 1Co 9,24-25). Dice: ellos, para conseguir finalmente la medalla —en aquel tiempo la corona— deben vivir una disciplina muy dura, deben renunciar a muchas cosas, deben entrenarse en el deporte que practican y hacen grandes sacrificios y renuncias porque tienen una motivación, y vale la pena. Aunque al final quizá no estén entre los vencedores, vale la pena haberse sometido a una disciplina y haber sido capaz de hacer estas cosas con cierta perfección. Lo que vale, con esta imagen de san Pablo, para las olimpiadas, para todo el deporte, vale también para todas las demás cosas de la vida. Una buena vida profesional no se puede alcanzar sin renuncias, sin una preparación adecuada, que siempre exige una disciplina, exige renunciar a algo, y así en todo, también en el arte y en todos los aspectos de la vida. Todos comprendemos que para alcanzar un objetivo, tanto profesional como deportivo, tanto artístico como cultural, debemos renunciar, aprender para avanzar. También el arte de vivir, de ser uno mismo, el arte de ser hombre exige renuncias, y las verdaderas renuncias, que nos ayudan a encontrar el camino de la vida, el arte de la vida, se nos indican en la Palabra de Dios y nos ayudan a no caer —digamos— en el abismo de la droga, del alcohol, de la esclavitud de la sexualidad, de la esclavitud del dinero, de la pereza.

Todas estas cosas, en un primer momento, parecen actos de libertad, pero en realidad no son actos de libertad, sino el inicio de una esclavitud cada vez más insuperable. Lograr renunciar a la tentación del momento, avanzar hacia el bien crea la verdadera libertad y hace que la vida sea valiosa. En este sentido, me parece, debemos ver que sin un "no" a ciertas cosas no crece el gran "sí" a la verdadera vida, como la vemos en las figuras de los santos. Pensemos en san Francisco, pensemos en los santos de nuestro tiempo, en la madre Teresa, en don Gnocchi y en tantos otros, que han renunciado y han vencido, y no sólo han llegado a ser libres ellos mismos, sino que se han convertido también en una riqueza para el mundo y nos muestran cómo se puede vivir.

De modo que a la pregunta "quién me ayuda", yo diría que nos ayudan las grandes figuras de la historia de la Iglesia, nos ayuda la Palabra de Dios, nos ayuda la comunidad parroquial, el movimiento, el voluntariado, etc. Y nos ayudan las amistades de hombres que "van delante de nosotros", que ya han avanzado en el camino de la vida y que pueden convencernos de que caminar así es el camino apropiado. Pidamos al Señor que nos dé siempre amigos, comunidades que nos ayuden a ver el camino del bien y a encontrar así la vida bella y gozosa.





Abril de 2010



VÏA CRUCIS EN EL COLISEO

Palatino
43

Viernes Santo 2 de abril de 2010


Queridos hermanos y hermanas

Hemos recorrido esta noche el camino de la cruz en oración, con recogimiento y emoción. Hemos subido al Calvario con Jesús y hemos meditado sobre su sufrimiento, redescubriendo la hondura del amor que él ha tenido y tiene por nosotros. En este momento, sin embargo, no queremos limitarnos a una compasión dictada sólo por un simple sentimiento. Queremos más bien participar en el sufrimiento de Jesús, queremos acompañar a nuestro Maestro compartiendo su pasión en nuestra vida, en la vida de la Iglesia, para la vida del mundo, porque sabemos que, precisamente en la cruz del Señor, en su amor ilimitado, que se entrega totalmente, está la fuente de la gracia, de la liberación, de la paz, de la salvación.

Los textos, las meditaciones y las oraciones del Vía Crucis nos han ayudado a contemplar este misterio de la pasión, para aprender la gran lección de amor que Dios nos ha dado en la cruz, para que nazca en nosotros un deseo renovado de convertir nuestro corazón, viviendo cada día el mismo amor, la única fuerza capaz de cambiar el mundo.

Esta noche hemos contemplado a Jesús en su rostro lleno de dolor, despreciado, ultrajado, desfigurado por el pecado del hombre; mañana por la noche lo contemplaremos en su rostro lleno de alegría, radiante y luminoso. Desde que Jesús fue colocado en el sepulcro, la tumba y la muerte ya no son un lugar sin esperanza, donde la historia concluye con el fracaso más completo, donde el hombre toca el límite extremo de su impotencia. El Viernes Santo es el día de la esperanza más grande, la esperanza madurada en la cruz, mientras Jesús muere, mientras exhala su último suspiro clamando con voz potente: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Poniendo su existencia «donada» en las manos del Padre, sabe que su muerte se convierte en fuente de vida, igual que la semilla en la tierra tiene que deshacerse para que la planta pueda crecer. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Jesús es el grano de trigo que cae en tierra, se deshace, se rompe, muere, y por esto puede dar fruto. Desde el día en que Cristo fue alzado en ella, la cruz, que parece ser el signo del abandono, de la soledad, del fracaso, se ha convertido en un nuevo inicio: desde la profundidad de la muerte emerge la promesa de la vida eterna. En la cruz brilla ya el esplendor victorioso del alba del día de la Pascua.

En el silencio de esta noche, en el silencio que envuelve el Sábado Santo, embargados por el amor ilimitado de Dios, vivimos en la espera del alba del tercer día, el alba del triunfo del Amor de Dios, el alba de la luz que permite a los ojos del corazón ver de modo nuevo la vida, las dificultades, el sufrimiento. La esperanza ilumina nuestros fracasos, nuestras desilusiones, nuestras amarguras, que parecen marcar el desplome de todo. El acto de amor de la cruz, confirmado por el Padre, y la luz deslumbrante de la resurrección, lo envuelve y lo transforma todo: de la traición puede nacer la amistad, de la negación el perdón, del odio el amor.

Concédenos, Señor, llevar con amor nuestra cruz, nuestras cruces cotidianas, con la certeza de que están iluminadas con la claridad de tu Pascua. Amén.




PROYECCIÓN DE LA PELÍCULA «BAJO EL CIELO DE ROMA» SOBRE PÍO XII

Sala de los Suizos del palacio apostólico de Castelgandolfo

Viernes 9 de abril de 2010



Queridos amigos:

Estoy muy contento de haber asistido a la primera proyección de la película «Bajo el cielo de Roma», una co-producción internacional que presenta el papel fundamental del venerable Pío XII en la salvación de Roma y de muchos perseguidos, entre 1943 y 1944. Aunque pertenezca al género divulgativo, se trata de un trabajo que, a la luz de estudios más recientes, quiere reconstruir las dramáticas vicisitudes históricas y la figura del «Pastor Angelicus». Agradezco al señor Paolo Garimberti, presidente de la RAI, las amables palabras que me ha dirigido. Mi reconocimiento se dirige también al señor Ettore Bernabei, a los demás productores y a cuantos han colaborado para realizar el significativo trabajo que acabamos de ver. Saludo con afecto al señor cardenal, a los prelados y a todos los presentes.

44 Estas obras —pensadas para el gran público, con los medios más modernos y, al mismo tiempo, dirigidas a ilustrar personajes o acontecimientos del siglo pasado— revisten un valor particular sobre todo para las nuevas generaciones. Para quien en la escuela ha estudiado ciertos acontecimientos, y quizá también ha oído hablar de ellos, películas como esta pueden ser útiles y estimulantes, y pueden ayudar a conocer un periodo no lejano que, sin embargo, debido a los acontecimientos apremiantes de la historia reciente y a una cultura fragmentada, pueden caer en el olvido.

Pío XII fue el Papa de nuestra juventud. Con sus ricas enseñanzas supo hablar a los hombres de su tiempo indicando el camino de la Verdad y con su gran sabiduría supo orientar a la Iglesia hacia el horizonte del tercer milenio. Pero quiero subrayar especialmente que Pío XII fue el Papa, que, como padre de todos, presidió en la caridad en Roma y en el mundo, sobre todo en los tiempos difíciles de la segunda guerra mundial. En un discurso del 23 de julio de 1944, inmediatamente después de la liberación de la ciudad de Roma, agradeció a los miembros del Círculo de San Pedro su colaboración, diciendo: «Nos ayudáis a cumplir más ampliamente nuestro deseo de secar tantas lágrimas, de aliviar tantos dolores», e indicó la exhortación de san Pablo a los Colosenses (
Col 3,14-15) como elemento central para todo cristiano: «Por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo» (Discorsi e radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, VI, pp. 87-88).

La primacía de la caridad, del amor, que es el mandamiento del Señor Jesús: este es el principio y la clave de lectura de toda la obra de la Iglesia, en primer lugar de su pastor universal. La caridad es la razón de toda acción, de toda intervención. Es la razón global que mueve el pensamiento y los gestos concretos, y me alegra que también en esta película se refleje este principio unificador. Me permito sugerir esta clave de lectura, a la luz del auténtico testimonio de ese gran maestro de fe, de esperanza y de caridad que fue el Papa Pío XII.

Expresando de nuevo a todos mi reconocimiento, aprovecho la ocasión para desearos una feliz Pascua, mientras os bendigo de corazón a todos los presentes, así como a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos.






A LOS OBISPOS DE LA REGIÓN NORTE 2 DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BRASIL EN VISITA «AD LIMINA»

Jueves 15 de abril de 2010



Amados hermanos en el episcopado:

Vuestra visita ad limina tiene lugar en el clima de alabanza y júbilo pascual que envuelve a toda la Iglesia, adornada con los fulgores de la luz de Cristo resucitado. En él la humanidad superó la muerte y completó la última etapa de su crecimiento penetrando en los cielos (cf. Ep 2,6). Ahora Jesús puede libremente volver sobre sus pasos y encontrarse con sus hermanos como, cuando y donde quiera. En su nombre me complace acogeros, queridos pastores de la Iglesia de Dios peregrina en la región Norte 2 de Brasil, con el saludo del Señor cuando se presentó resucitado a los Apóstoles y compañeros: «La paz esté con vosotros» (Lc 24,36).

Vuestra presencia aquí tiene un sabor familiar, pues parece reproducir el final de la historia de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,33-35): habéis venido a contar lo que ha pasado a lo largo del camino recorrido con Jesús por vuestras diócesis diseminadas en la inmensidad de la región amazónica, con sus parroquias y otras realidades que las componen, como los movimientos y nuevas comunidades y las comunidades eclesiales de base en comunión con su obispo (cf. Documento de Aparecida, n. 179). Nada podría alegrarme más que el saberos en Cristo y con Cristo, como testimonian las relaciones diocesanas que me habéis enviado y que os agradezco. Expreso mi gratitud de modo particular a monseñor Jesús María Cizaurre por las palabras que acaba de dirigirme en vuestro nombre y del pueblo de Dios confiado a vosotros, subrayando su fidelidad y adhesión a Pedro. A vuestro regreso, aseguradle mi gratitud por estos sentimientos y mi bendición, añadiendo: «Realmente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón» (Lc 24,34).

En esa aparición, las palabras —si las hubo— se diluyeron en la sorpresa de ver al Maestro resucitado, cuya presencia lo dice todo: Estaba muerto, pero ahora vivo y vosotros viviréis por mí (cf. Ap 1,18). Y, por estar vivo y resucitado, Cristo puede convertirse en «pan vivo» (Jn 6,51) para la humanidad. Por eso siento que el centro y la fuente permanente del ministerio petrino están en la Eucaristía, corazón de la vida cristiana, fuente y culmen de la misión evangelizadora de la Iglesia. Así podéis comprender la preocupación del Sucesor de Pedro por todo lo que pueda ofuscar el punto más original de la fe católica: hoy Jesucristo sigue vivo y realmente presente en la hostia y en el cáliz consagrados.

La menor atención que en ocasiones se ha prestado al culto del Santísimo Sacramento es indicio y causa del oscurecimiento del sentido cristiano del misterio, como sucede cuando en la santa misa ya no aparece como preeminente y operante Jesús, sino una comunidad atareada en muchas cosas en vez de estar recogida y de dejarse atraer a lo único necesario: su Señor. La actitud principal y esencial del fiel cristiano que participa en la celebración litúrgica no es hacer, sino escuchar, abrirse, recibir. Es obvio que, en este caso, recibir no significa estar pasivo o desinteresarse de lo que allí acontece, sino cooperar —porque volvemos a ser capaces de actuar por la gracia de Dios— según «la auténtica naturaleza de cuya característica es ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; de modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos» (Sacrosanctum Concilium SC 2). Si en la liturgia no destacase la figura de Cristo, que es su principio y está realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana, totalmente dependiente del Señor y sostenida por su presencia creadora.

¡Qué lejos están de todo esto quienes, en nombre de la inculturación, caen en el sincretismo introduciendo en la celebración de la santa misa ritos tomados de otras religiones o particularismos culturales! (cf. Redemptionis Sacramentum, 79). El misterio eucarístico —escribía mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II— es un «don demasiado grande para soportar ambigüedades y reducciones», particularmente cuando, «privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno» (Ecclesia de Eucharistia EE 10). En la base de varias de las motivaciones aducidas está una mentalidad incapaz de aceptar la posibilidad de una intervención divina real en este mundo en socorro del hombre. Este, sin embargo, «se encuentra hasta tal punto incapaz de vencer eficazmente por sí mismo los ataques del mal, que cada uno se siente como atado con cadenas» (Gaudium et spes GS 13). Quienes comparten la visión deísta consideran integrista la confesión de una intervención redentora de Dios para cambiar esta situación de alienación y de pecado, y se emite el mismo juicio a propósito de un signo sacramental que hace presente el sacrificio redentor. Más aceptable, a sus ojos, sería la celebración de un signo que correspondiera a un vago sentimiento de comunidad.


Discursos 2010 40