Discursos 2010 52

52 Señor embajador, su país se gloría de una larga y luminosa tradición cristiana que se remonta a los tiempos apostólicos. Espero que en un contexto global de relativismo moral y de escaso interés por la experiencia religiosa, en el cual con frecuencia se mueve una parte de la sociedad europea, los ciudadanos del noble pueblo que usted representa sepan aplicar un sano discernimiento al abrirse a nuevos horizontes de auténtica civilización y de verdadero humanismo. Para hacer esto es preciso mantener vivos y firmes, a nivel personal y comunitario, los principios que están en la base de la civilización de ese pueblo: el amor a la familia, la defensa de la vida humana y la promoción de las exigencias religiosas, especialmente de los jóvenes. La Iglesia católica en su país, aunque constituye una minoría, desea dar su sincera contribución a la construcción de una sociedad más justa y solidaria, basada en los valores cristianos que han fecundado la conciencia de sus habitantes. Estoy seguro de que la comunidad católica, consciente de que la caridad en la verdad «es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad» (Caritas in veritate ) proseguirá su misión caritativa, especialmente en favor de los pobres y de los que sufren, tan apreciada en su país.

Excelencia, estoy seguro de que también usted, llevando a cabo la alta tarea que se le ha encomendado, contribuirá a intensificar las relaciones existentes, ya buenas, entre la Santa Sede y la nación macedonia, y le aseguro que para ese fin puede contar con la plena disponibilidad de todos mis colaboradores de la Curia romana. Con estos fervientes deseos, invoco sobre usted, señor embajador, sobre su familia, sobre los gobernantes y sobre todos los habitantes de la nación a la que usted representa, la abundancia de la bendición divina.






AL SEÑOR CHARLES GHISLAIN NUEVO EMBAJADOR DE BÉLGICA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 24 de abril de 2010



Señor embajador:

Me alegra recibirlo en esta circunstancia de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Bélgica ante la Santa Sede. Le agradezco las palabras que me ha dirigido. Por mi parte, le ruego que transmita a Su Majestad Alberto II, rey de Bélgica, a quien saludé personalmente hace poco, mis mejores deseos para su persona y para la felicidad y el éxito del pueblo belga. A través de usted saludo también al Gobierno y a todas las autoridades del reino.

A comienzos de este año su país vivió dos tragedias dolorosas, en Lieja y en Buizingen. Deseo asegurar de nuevo mi cercanía espiritual a las familias afectadas y a las víctimas. Estas catástrofes nos muestran cuán grande es la fragilidad de la existencia humana y la necesidad, para protegerla, de una auténtica cohesión social que no debilite la legítima diversidad de opiniones. Esa cohesión se basa en la convicción de que la vida y la dignidad humanas constituyen un bien precioso que es preciso defender y promover con decisión, apoyándose en el derecho natural. Desde hace mucho tiempo la Iglesia se inscribe plenamente en la historia y en el tejido social de su nación; y desea seguir siendo un factor de convivencia armoniosa entre todos. A ello contribuye muy activamente sobre todo con sus numerosas instituciones educativas, sus obras de carácter social y el compromiso voluntario de muchísimos fieles. La Iglesia, por tanto, se complace de estar al servicio de todos los componentes de la sociedad belga.

Sin embargo, no parece inútil subrayar que, como institución, tiene derecho a expresarse públicamente. Comparte ese derecho con todas las personas e instituciones, para poder dar su opinión sobre las cuestiones de interés común. La Iglesia respeta la libertad de todos de pensar de otra manera y querría que también se respetara su derecho de expresión. La Iglesia es depositaria de una enseñanza, de un mensaje religioso que ha recibido de Jesucristo. Se puede resumir en las palabras de la Sagrada Escritura: «Dios es amor» (1Jn 4,16) y proyecta su luz sobre el sentido de la vida personal, familiar y social del hombre. La Iglesia, al tener como objetivo el bien común, sólo reclama la libertad de poder proponer este mensaje, sin imponerlo a nadie, respetando la libertad de las conciencias.

José De Veuster se convirtió en quien hoy llamamos «san Damián» alimentándose de esta enseñanza eclesial de manera radical. El destino excepcional de este hombre muestra hasta qué punto el Evangelio suscita una ética amiga de la persona, sobre todo de las necesitadas o marginadas. La canonización de este sacerdote y su renombre universal es un motivo de legítimo orgullo para el pueblo belga. Esta atractiva personalidad no es fruto de un itinerario solitario. Conviene recordar las raíces religiosas que alimentaron su educación y su formación, como también los pedagogos que despertaron en él la admirable generosidad que lo llevó a compartir la vida de los leprosos, marginados, hasta el punto de exponerse a la enfermedad que sufrían. A la luz de semejantes testigos, todos podemos comprender que el Evangelio es una fuerza de la que no hay razón para tener miedo. Estoy convencido de que, pese a los cambios sociológicos, el humus cristiano todavía es rico en su tierra y puede alimentar generosamente el compromiso de un número creciente de voluntarios que, inspirados en los principios evangélicos de fraternidad y solidaridad, acompañen a las personas que pasan por situaciones difíciles y que, por esta razón, necesitan ayuda.

Su país, que ya acoge la sede de las instituciones comunitarias, ha visto reconfirmada su vocación europea con la elección de uno de sus compatriotas como presidente del Consejo europeo. Es evidente que estas opciones sucesivas no están vinculadas solamente a la posición geográfica de su país y a su multilingüismo. Su nación, miembro del núcleo originario de los países fundadores, ha debido implicarse y distinguirse en la búsqueda de un consenso en situaciones muy complejas. Es preciso fomentar esta cualidad a la hora de afrontar, para el bien de todos, los desafíos internos del país. Hoy deseo subrayar que el arte del consenso, para que dé frutos a largo plazo, no ha de limitarse a una habilidad puramente dialéctica, sino que debe buscar la verdad y el bien; puesto que «sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales» (Caritas in veritate ).

Aprovechando nuestro encuentro, deseo saludar cordialmente a los obispos de Bélgica, a los que próximamente tendré el placer de recibir en su visita ad limina Apostolorum. Pienso particularmente en su excelencia monseñor Léonard quien, con entusiasmo y generosidad, acaba de comenzar su nueva misión como arzobispo de Malinas-Bruselas. Deseo saludar también a los sacerdotes de su país, a los diáconos y a todos los fieles que forman la comunidad católica belga. Los invito a dar testimonio de su fe con audacia. Que en sus compromisos en la ciudad hagan valer plenamente su derecho de proponer valores que respeten la naturaleza humana y que correspondan a las aspiraciones espirituales más profundas y auténticas de la persona.

En el momento en el que asume oficialmente sus funciones ante la Santa Sede, le deseo de corazón que lleve a cabo felizmente su misión. Le aseguro, señor embajador, que en mis colaboradores encontrará siempre una cordial atención y comprensión. Invocando la intercesión de la Virgen María y de san Damián, ruego al Señor que derrame generosas bendiciones sobre usted, su familia y sus colaboradores, así como sobre el pueblo belga y sus gobernantes.






A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO POR LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

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Sábado 24 de abril de 2010



Eminencia,
venerados hermanos en el episcopado,
queridos amigos:

Me alegra esta ocasión de encontrarme con vosotros y concluir vuestro congreso, que tiene un título muy evocador: «Testigos digitales. Rostros y lenguajes de la era del crossmedia». Agradezco al presidente de la Conferencia episcopal italiana, el cardenal Angelo Bagnasco, sus amables palabras de bienvenida, con las que ha querido expresarme una vez más el afecto y la cercanía de la Iglesia que está en Italia a mi servicio apostólico. Sus palabras, señor cardenal, reflejan la fiel adhesión a Pedro de todos los católicos de esta amada nación y la estima de tantos hombres y mujeres animados por el deseo de buscar la verdad.

El tiempo en que vivimos experimenta una ampliación enorme de las fronteras de la comunicación, realiza una inédita convergencia entre los diversos medios de comunicación y hace posible la interactividad. La red manifiesta, por tanto, una vocación abierta, que tiende a ser igualitaria y pluralista, pero al mismo tiempo abre una nueva brecha: de hecho, se habla de digital divide. Esta brecha separa a los incluidos de los excluidos y se añade a las demás brechas, que ya alejan a las naciones entre sí y también en su interior. Asimismo, aumentan los peligros de homologación y de control, de relativismo intelectual y moral, que ya se reconocían bien en la flexión del espíritu crítico, en la verdad reducida al juego de las opiniones, en las múltiples formas de degradación y de humillación de la intimidad de la persona. Asistimos, pues, a una «contaminación del espíritu, la que hace nuestros rostros menos sonrientes, más sombríos, la que nos lleva a no saludarnos unos a otros, a no mirarnos a la cara...» (Discurso en la plaza de España, 8 de diciembre de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de diciembre de 2009, p. 8). Este congreso, en cambio, pretende precisamente reconocer los rostros y, por tanto, superar las dinámicas colectivas que pueden hacernos perder la percepción de la profundidad de las personas y aplastarnos en su superficie: cuando esto sucede, se convierten en cuerpos sin alma, en objetos de intercambio y de consumo.

¿Cómo es posible, hoy, volver a los rostros? He intentado indicar el camino también en mi tercera encíclica. Ese camino pasa por la caritas in veritate, que resplandece en el rostro de Cristo. El amor en la verdad constituye «un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y expansiva globalización» (n. ). Los medios de comunicación social pueden convertirse en factores de humanización «no sólo cuando, gracias al desarrollo tecnológico, ofrecen mayores posibilidades para la comunicación y la información, sino sobre todo cuando se organizan y se orientan bajo la luz de una imagen de la persona y el bien común que refleje sus valores universales» (n. ). Esto requiere que «estén centrados en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, que estén expresamente animados por la caridad y se pongan al servicio de la verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural» (ib.). Solamente con estas condiciones el paso crucial que estamos realizando podrá ser rico y fecundo en nuevas oportunidades. Queremos adentrarnos sin temores en el mar digital, afrontando la navegación abierta con la misma pasión que desde hace dos mil años gobierna la barca de la Iglesia. Más que por los recursos técnicos, aunque sean necesarios, queremos distinguirnos viviendo también este universo con un corazón creyente, que contribuya a dar un alma al flujo comunicativo ininterrumpido de la red.

Esta es nuestra misión, la misión irrenunciable de la Iglesia: la tarea de todo creyente que trabaja en los medios de comunicación es «allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven nuestro tiempo “digital” los signos necesarios para reconocer al Señor» (Mensaje para la 44ª Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 16 de mayo de 2010: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de enero de 2010, p. 3). Queridos amigos, también en la red estáis llamados a ser «animadores de comunidad», atentos a «preparar caminos que conduzcan a la Palabra de Dios», y a expresar una sensibilidad especial con quienes «desconfían, pero llevan en el corazón deseos de absoluto y de verdades perennes» (ib.). Así la red podrá convertirse en una especie de «patio de los gentiles», donde abrir «un espacio también a aquellos para quienes Dios sigue siendo un desconocido» (ib.).

Como animadores de la cultura y de la comunicación, sois signo vivo de que «las comunidades eclesiales han incorporado desde hace tiempo los nuevos medios de comunicación como instrumentos ordinarios de expresión y de contacto con el propio territorio, instaurando en muchos casos formas de diálogo aún de mayor alcance» (ib.). En este campo no faltan voces en Italia: baste con recordar aquí el periódico Avvenire, la emisora televisiva TV2000, el circuito radiofónico inBlu y la agencia de prensa SIR, junto a las revistas católicas, a la red capilar de los semanarios diocesanos y a las ya numerosas páginas web de inspiración católica. Exhorto a todos los profesionales de la comunicación a no cansarse de alimentar en su corazón la sana pasión por el hombre que se convierte en tensión a acercarse cada vez más a sus lenguajes y a su verdadero rostro. En esto os ayudará una sólida preparación teológica y sobre todo una profunda y gozosa pasión por Dios, alimentada en el diálogo continuo con el Señor. Que las Iglesias particulares y los institutos religiosos, por su parte, no duden en valorizar los itinerarios formativos que proponen las universidades pontificias, la Universidad católica del Sagrado Corazón y las demás universidades católicas y eclesiásticas, destinando a ellas personas y recursos con visión de futuro. Que el mundo de la comunicación social entre de lleno en la programación pastoral.

A la vez que os agradezco el servicio que prestáis a la Iglesia y, por tanto, a la causa del hombre, os exhorto a recorrer, animados por la valentía del Espíritu Santo, los caminos del continente digital. Nuestra confianza no es una respuesta acrítica a ningún instrumento de la técnica. Nuestra fuerza está en ser Iglesia, comunidad creyente, capaz de testimoniar a todos la perenne novedad de Cristo resucitado, con una vida que florece en plenitud en la medida en que se abre, entra en relación y se entrega con gratuidad.

54 Os encomiendo a la protección de María santísima y de los grandes santos de la comunicación, y os bendigo a todos de corazón.




ALMUERZO CON LOS MIEMBROS DEL COMITÉ "VOX CLARA"

Casina de Pío IV

Miércoles 28 de abril de 2010





Queridos hermanos en el episcopado;
miembros y consultores del Comité «Vox Clara»;
reverendos padres:

Os agradezco el trabajo que «Vox Clara» ha realizado durante los últimos ocho años, asesorando y aconsejando a la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos en el cumplimiento de sus responsabilidades respecto de la traducción al inglés de los textos litúrgicos. Se ha tratado de una empresa verdaderamente colegial. No sólo porque entre los miembros que forman el Comité están representados los cinco continentes, sino también porque habéis recurrido asiduamente a las contribuciones de las Conferencias episcopales de los territorios anglófonos de todo el mundo. Os agradezco el gran empeño que habéis puesto en el estudio de las traducciones y en el procesamiento de los resultados de las numerosas consultas que habéis realizado. Agradezco a los expertos que hayan ofrecido los frutos de sus conocimientos para prestar un servicio a la Iglesia universal. Asimismo, agradezco a los superiores y oficiales de la Congregación el meticuloso trabajo diario de supervisión en la preparación y traducción de textos que proclaman la verdad de nuestra redención en Cristo, el Verbo de Dios encarnado.

San Agustín habló admirablemente de la relación entre Juan Bautista, la vox clara que resonaba a orillas del Jordán, y la Palabra que anunciaba. Una voz, dijo, sirve para compartir con quien escucha el mensaje que ya está en el corazón de quien habla. Una vez pronunciada la palabra, está presente en el corazón de ambos y, por tanto, al haber cumplido su tarea, la voz puede apagarse (cf. Sermón 293). Me complace la noticia de que la traducción inglesa del Misal Romano pronto estará lista para su publicación, de modo que los textos en cuya preparación habéis trabajado tanto sean proclamados en la liturgia que se celebra en el mundo anglófono. A través de estos textos sagrados y de las acciones que los acompañan, Cristo se hará presente y activo en medio de su pueblo. La voz que ha contribuido a que nacieran estas palabras habrá completado su tarea.

Entonces se presentará una nueva tarea, que no es competencia directa de «Vox Clara», pero que de uno u otro modo os atañerá a todos: la tarea de preparar la acogida de la nueva traducción por parte del clero y de los fieles laicos. A muchos les resultará difícil adaptarse a textos que no son familiares después de casi cuarenta años usando continuamente la traducción anterior. Es preciso introducir el cambio con la debida sensibilidad y aprovechar con firmeza la oportunidad de catequesis que representa. En este sentido, oro para que se evite cualquier riesgo de confusión o desconcierto y, al contrario, para que el cambio sirva como trampolín para una renovación y una profundización de la devoción eucarística en los países de lengua inglesa.

Queridos hermanos obispos, reverendos padres, amigos, quiero que sepáis cuánto aprecio el gran esfuerzo de colaboración al que habéis contribuido. Pronto los frutos de vuestro trabajo estarán a disposición en las asambleas anglófonas de todo el mundo. Que al igual que las oraciones del pueblo de Dios suben como incienso a su presencia (cf. Ps 140,2), la bendición del Señor descienda sobre todos los que habéis contribuido con vuestro tiempo y vuestra experiencia a la redacción de los textos en los que esas oraciones están expresadas. Gracias y que el Señor os recompense en abundancia por vuestro generoso servicio al pueblo de Dios.







AL SR. JEAN-PIERRE HAMULI MUPENDA, NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 29 de abril de 2010



Señor embajador:

55 Me complace recibirlo con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República democrática del Congo ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras, con las que me ha transmitido el respetuoso saludo del presidente de la República, Joseph Kabila Kabange, y del pueblo congoleño. Tuve el placer de encontrarme con su presidente en junio de 2008. Le agradecería que le transmita mis mejores deseos para su persona y para el cumplimiento de su tarea al servicio de la nación. Que Dios lo guíe en sus esfuerzos por alcanzar la paz, garantía de una existencia digna y de un desarrollo integral. Asimismo, saludo cordialmente a los distintos responsables y a todos los habitantes de su país.

Su presencia, señor embajador, al frente de la embajada de su país después de largos años de sede vacante, manifiesta el deseo del jefe de Estado y de Gobierno de fortalecer las relaciones con la Santa Sede; por lo cual le estoy muy agradecido. Igualmente señalo que esta decisión se sitúa en el año del 50º aniversario de la independencia de su patria. Que este jubileo permita a la nación ponerse de nuevo en camino.

Durante estos años su país ha vivido momentos especialmente difíciles y trágicos. La violencia se ha abatido, ciega y sin piedad, sobre un gran sector de la población, sometiéndola a su yugo brutal e insoportable, sembrando ruinas y muertes. Pienso en particular en las mujeres, los jóvenes y los niños, cuya dignidad se ha visto humillada a ultranza con la violación de sus derechos. Quiero expresarles mi solicitud y asegurarles mi oración. Se ha atacado incluso a los miembros y las estructuras de la Iglesia católica, la cual desea fomentar la curación interior y la fraternidad. La Conferencia episcopal lo ha explicado extensamente en su mensaje de junio del año pasado. Por eso, ahora sería conveniente que se utilizarán todos los medios políticos y humanos para poner fin al sufrimiento. Asimismo, sería oportuno reparar y hacer justicia, tal como invitan a hacer las palabras justicia y paz inscritas en la divisa nacional. Ciertamente, el compromiso adquirido en Goma en 2008 y la aplicación de los acuerdos internacionales en particular del Pacto sobre la seguridad, la estabilidad y el desarrollo de la región de los Grandes Lagos son necesarios, pero es todavía más urgente trabajar para lograr las condiciones previas para su aplicación, la cual sólo podrá realizarse reconstruyendo poco a poco el tejido social, tan gravemente herido, alentando la primera sociedad natural, que es la familia, y consolidando las relaciones interpersonales entre los congoleños, basadas en una educación integral, fuente de paz y de justicia. La Iglesia católica, señor embajador, desea seguir dando su contribución a esta noble tarea mediante el conjunto de las estructuras de las que dispone gracias a su tradición espiritual, educativa y sanitaria.

Invito a las autoridades públicas a no descuidar ninguna posibilidad de poner fin a la situación de guerra que, lamentablemente, persiste en algunas provincias del país, y a dedicarse a la reconstrucción humana y social de la nación, respetando los derechos humanos fundamentales. La paz no es únicamente la ausencia de conflictos; también es un don y una tarea que conlleva obligaciones para los ciudadanos y para el Estado. La Iglesia está convencida de que sólo se puede realizar con «el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador», es decir, con una respuesta humana en armonía con el plan divino. «Esta “gramática”, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas, en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 2007, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2006, p. 5). Invito a la comunidad internacional, comprometida a distintos niveles en los conflictos que se han sucedido en su país, a movilizarse para contribuir eficazmente a restablecer la paz y la legalidad en la República democrática del Congo.

Después de tantos años de sufrimiento, excelencia, su país necesita emprender decididamente el camino de la reconciliación nacional. Sus obispos han declarado este año de aniversario para la nación, año de gracia, de renovación y de alegría, año de reconciliación para construir un Congo solidario, próspero y unido. Uno de los mejores medios para lograrlo es promover la educación de las generaciones jóvenes. El espíritu de reconciliación y de paz, nacido en la familia, se consolida y extiende en la escuela y en la universidad. Los congoleños desean una buena educación para sus hijos, pero para las familias su financiación directa es una carga pesada, insoportable para la mayoría. Estoy seguro de que se encontrará una solución justa. Ayudando económicamente a los padres y asegurando la financiación regular de los educadores, el Estado hará una inversión que beneficiará a todos. Es esencial que se eduque con paciencia y tenacidad a los niños y a los jóvenes, sobre todo a los que se han visto privados de instrucción y adiestrados a matar. No sólo es oportuno inculcarles un saber que les ayude en su futura vida adulta y profesional, sino que es preciso también darles bases morales y espirituales sólidas que les ayuden a rechazar la tentación de la violencia y del resentimiento para elegir lo que es justo y verdadero. Mediante sus estructuras educativas y según sus posibilidades, la Iglesia puede ayudar y completar las del Estado.

Las importantes riquezas naturales con las que Dios ha dotado a su tierra y que, lamentablemente, se han convertido en una fuente de codicia y de beneficios desproporcionados para muchos dentro y fuera de su país, permiten ampliamente, gracias a una repartición justa de las ganancias, ayudar a la población a salir de la pobreza y a satisfacer su seguridad alimentaria y sanitaria. Las familias congoleñas y la educación de los jóvenes serán los primeros beneficiarios. Este deber de justicia promovido por el Estado consolidará la reconciliación y la paz nacional, y permitirá a la población gozar de una vida serena, base necesaria para la prosperidad.

A través de usted, deseo expresar mi afecto también a los miembros de la comunidad católica de su país, especialmente a los obispos, invitándolos a ser testigos generosos del amor de Dios y a contribuir a la edificación de una nación unida y fraterna, donde cada persona se sienta plenamente amada y respetada.

Señor embajador, en el momento en que comienza su misión, le expreso mis mejores deseos para la noble tarea que le espera, asegurándole que en mis colaboradores encontrará siempre una acogida atenta y una comprensión cordial.

Sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre todo el pueblo congoleño y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.






A LOS OBISPOS DE GAMBIA, SIERRA LEONA Y LIBERIA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Jueves 29 de abril de 2010



Queridos hermanos en el episcopado:

56 Me complace daros la bienvenida, obispos de Liberia, Gambia y Sierra Leona con ocasión de vuestra visita ad limina a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Agradezco los sentimientos de comunión y afecto que el obispo Koroma me ha expresado en vuestro nombre, y os ruego que trasmitáis mi afectuoso saludo y mi aliento a vuestros amados pueblos para que lleven una vida digna de la vocación a la que han sido llamados (cf. Ep 4,1).

La II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos fue una experiencia rica de comunión y una ocasión providencial para renovar vuestro ministerio episcopal y reflexionar sobre su tarea esencial, es decir, «ayudar al pueblo de Dios a que corresponda a la palabra de la Revelación con la obediencia de la fe y abrace íntegramente la enseñanza de Cristo» (Pastores gregis ). Me complace saber por vuestras relaciones quinquenales que, a la vez que os dedicáis a administrar vuestras diócesis, os esforzáis personalmente por predicar el Evangelio en las confirmaciones, en vuestras visitas a las parroquias, en los encuentros con grupos de sacerdotes, religiosos o fieles laicos, y en vuestras cartas pastorales. Mediante vuestra enseñanza el Señor preserva a vuestros pueblos del mal, de la ignorancia y de la superstición, y los transforma en hijos de su reino. Esforzaos por construir comunidades vigorosas y expansivas de hombres y mujeres fuertes en su fe, contemplativos y gozosos en la liturgia, y bien instruidos sobre «como conviene que vivan para agradar a Dios» (1Th 4,1). En un contexto marcado por el divorcio y la poligamia, promoved la unidad y el bienestar de la familia cristiana basada en el sacramento del matrimonio. Las iniciativas y asociaciones dedicadas a la santificación de esta comunidad básica merecen todo vuestro apoyo. Seguid defendiendo la dignidad de las mujeres en el marco de los derechos humanos y protegiendo a vuestros pueblos contra los intentos de introducir una mentalidad antinatalista, disfrazada como una forma de progreso cultural (cf. Caritas in veritate ). Vuestra misión también requiere que prestéis atención a un adecuado discernimiento y preparación de las vocaciones y a la formación permanente de los sacerdotes, que son vuestros colaboradores más directos en la tarea de la evangelización. Seguid guiándolos con la palabra y el ejemplo a ser hombres de oración, firmes y claros en su enseñanza, maduros y respetuosos en sus relaciones con los demás, fieles a sus compromisos espirituales y fuertes en la compasión hacia todos los necesitados. Asimismo, no dudéis en invitar a misioneros de otros países para contribuir a la buena labor que realizan vuestros sacerdotes, religiosos y catequistas.

En vuestros países se tiene a la Iglesia en gran consideración por su contribución al bien de la sociedad, especialmente en la educación, el desarrollo y la asistencia sanitaria, que se ofrecen a todos sin distinción. Esta aportación describe bien la vitalidad de vuestra caridad cristiana, la herencia divina que su fundador dejó a la Iglesia universal (cf. Caritas in veritate ). Aprecio especialmente la asistencia que prestáis a los refugiados y los inmigrantes, y os exhorto a buscar, en la medida de lo posible, la cooperación pastoral de sus países de origen. La lucha contra la pobreza debe llevarse a cabo respetando la dignidad de todos los implicados y alentándolos a ser los protagonistas de su propio desarrollo integral. Se puede hacer mucho con compromisos comunitarios a pequeña escala e iniciativas micro-económicas al servicio de las familias. Mejorar la educación será siempre un factor decisivo para desarrollar y sostener dichas estrategias. Por consiguiente, os aliento a seguir ofreciendo programas escolares que preparen y motiven a las nuevas generaciones a ser ciudadanos responsables, socialmente activos para el bien de sus comunidades y de sus países. Justamente impulsáis a quienes ocupan cargos de autoridad a luchar contra la corrupción llamando la atención sobre la gravedad y la injusticia de dichos pecados. A este propósito, la formación espiritual y moral, mediante cursos especializados de doctrina social católica, de hombres y mujeres laicos que puedan ser líderes es una contribución importante al bien común.

Os felicito por la atención que prestáis al gran don de la paz. Pido para que el proceso de reconciliación en la justicia y la verdad, que justamente habéis sostenido en la región, lleve a un respeto duradero de todos los derechos humanos que Dios ha dado y neutralice las tendencias a las represalias y la venganza. En vuestro servicio a la paz seguid promoviendo el diálogo con las demás religiones, especialmente con el islam, para mantener las buenas relaciones existentes y prevenir cualquier forma de intolerancia, injusticia u opresión, perjudicial para la promoción de la confianza mutua. Trabajar juntos en la defensa de la vida y en la lucha contra la enfermedad y la malnutrición suscitará comprensión, respeto y aceptación. La Iglesia local se debe caracterizar, ante todo, por un clima de diálogo y de comunión. Con vuestro ejemplo impulsad a los sacerdotes, religiosos y laicos a aumentar la comprensión y la cooperación, a escucharse recíprocamente y a compartir iniciativas. La Iglesia como signo e instrumento de la única familia de Dios debe dar un testimonio claro del amor de Jesús, nuestro Señor y Salvador, que supera las fronteras étnicas y abraza a todos los hombres y mujeres.

Queridos hermanos en el episcopado, sé que encontráis inspiración y aliento en las palabras de Cristo resucitado a los Apóstoles: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21). Al regresar a vuestros países, continuad vuestra misión como sucesores de los Apóstoles. Os ruego que transmitáis mis mejores y afectuosos deseos a vuestros sacerdotes, religiosos, catequistas, y a vuestros amados pueblos. Imparto de corazón mi bendición apostólica a cada uno de vosotros y a cuantos han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral.



CONCIERTO OBSEQUIO DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA POR EL V ANIVERSARIO DE PONTIFICADO

Sala Pablo VI

Jueves 29 de abril de 2010



Señor presidente de la República;
señores cardenales;
honorables ministros y autoridades;
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Discursos 2010 52