Discursos 2010 61


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA GUARDIA ZUIZA CON OCASIÓN DEL JURAMENTO DE 31 NUEVOS RECLUTAS

Sala Clementina

Viernes 7 de mayo de 2010



Querido señor comandante;
62 reverendo capellán;
queridos guardias; queridos familiares:

Con alegría os doy a todos la bienvenida y saludo en particular a los nuevos reclutas, presentes aquí junto con sus parientes y amigos.

Con razón podéis estar orgullosos de que, gracias al juramento que habéis prestado, habéis entrado a formar parte de un cuerpo de guardia que tiene una larga historia. Acabáis de vestir el famoso uniforme; ante todos aparecéis como guardias suizos; las personas os reconocen y os prestan atención. Desde hoy os beneficiaréis de la competencia secular y de todos los instrumentos a disposición para desempeñar vuestra tarea. Lo que hoy se os transmite os convierte en custodios de una tradición y en portadores de un conocimiento práctico que se os confía a vosotros. Vuestra tarea es proseguirlos y hacerlos valer. Así cumpliréis vuestra responsabilidad y esto os llama a una extraordinaria entrega de vosotros mismos. El Sucesor de Pedro ve en vosotros un verdadero apoyo y se encomienda a vuestra vigilancia. Deseo sinceramente que a través de este servicio de guardia llevéis la herencia recibida de vuestros predecesores y maduréis como hombres y como cristianos.

Entrando en la Guardia Suiza pontificia quedáis asociados, de modo indirecto pero real, al servicio de Pedro en la Iglesia. Os invito a prestar desde hoy gran atención, en vuestra meditación de la Palabra de Dios, al Apóstol Pedro cuando, después de la resurrección de Cristo, se compromete a cumplir la misión que el Señor le había confiado. Estos pasajes de la Escritura iluminarán el sentido de vuestra noble tarea, y esto de un modo especial en los momentos de abatimiento o de cansancio. En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que Pedro recorría toda la Judea para visitar a los fieles (cf.
Ac 9,32). El primero de los Apóstoles demuestra así concretamente su solicitud por todos. El Papa quiere prestar la misma atención a todas las Iglesias y a cada fiel, como también a todo hombre que espera algo de la Iglesia. Junto al Sucesor de Pedro, la caridad que anima vuestra alma se ve impulsada a ser universal. Las dimensiones de vuestro corazón están llamadas a ensancharse. Vuestro servicio os impulsará a descubrir en el rostro de todo hombre y de toda mujer a un peregrino que, a lo largo del camino, espera encontrar otro rostro a través del cual se le dé un signo vivo del Señor de toda vida y de toda gracia.

Sabemos que todo lo que hacemos por el nombre de Jesús, aunque sea humilde, nos transforma y nos configura un poco más al hombre nuevo regenerado en Cristo. Así vuestro servicio en favor del ministerio petrino os dará un sentido más vivo de la catolicidad y una percepción más profunda de la dignidad del hombre que pasa cerca de vosotros y que en lo más íntimo de sí mismo busca el camino de la vida eterna. Vuestra tarea, vivida con conciencia profesional y con sentido sobrenatural, os preparará también para los compromisos futuros, personales y públicos, que asumiréis cuando dejéis el servicio, y os permitirá cumplirlos como verdaderos discípulos del Señor.

Invocando la intercesión de la Virgen María y de vuestros santos patronos Sebastián, Martín y Nicolás de Flüe, os imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica a vosotros, a vuestras familias, a vuestros amigos y a todas las persona que han venido a acompañaros en el momento de vuestro juramento.


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BÉLGICA EN VISITA «AD LIMINA»

Sábado 8 de mayo de 2010



Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra daros una cordial bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que os trae en peregrinación a la tumba de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Esta visita es signo de la comunión eclesial que une a la comunidad católica de Bélgica con la Santa Sede. También es una feliz ocasión para fortalecer esta comunión en la escucha recíproca, en la oración común y en la caridad de Cristo, sobre todo en estos tiempos en los que vuestra Iglesia está probada por el pecado. Agradezco vivamente a monseñor André-Joseph Léonard las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre y en nombre de vuestras comunidades diocesanas. Quiero dirigir un saludo especial al cardenal Godfried Danneels que durante más de treinta años ha gobernado la archidiócesis de Malinas-Bruselas y vuestra Conferencia episcopal.

Leyendo vuestras relaciones sobre el estado de vuestras respectivas diócesis, he podido conocer el alcance de las transformaciones que está sufriendo la sociedad belga. Se trata de tendencias comunes a numerosos países europeos, pero que en el vuestro tienen características propias. Algunas de ellas, ya remarcadas durante la anterior visita ad limina, se han acentuado. Me refiero a la disminución del número de bautizados que testimonian abiertamente su fe y su pertenencia a la Iglesia; al aumento progresivo de la media de edad del clero, de los religiosos y de las religiosas; al número insuficiente de personas ordenadas o consagradas comprometidas en la pastoral activa o en los campos educativo y social; al escaso número de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. La formación cristiana, sobre todo la de las jóvenes generaciones, y las cuestiones relativas al respeto de la vida y a la institución del matrimonio y de la familia constituyen otros puntos delicados. También se pueden mencionar las situaciones complejas y a menudo preocupantes vinculadas a la crisis económica, al desempleo, a la integración social de los inmigrantes y a la coexistencia pacífica de las diversas comunidades lingüísticas y culturales de la nación.

63 He podido constatar que sois conscientes de dichas situaciones y de la importancia de insistir en una formación religiosa más sólida y profunda. He tenido conocimiento de vuestra carta pastoral, La hermosa profesión de la fe, inscrita en el ciclo Crecer en la fe. Con esa carta habéis querido impulsar a todos los fieles a redescubrir la belleza de la fe cristiana. Gracias a la oración y a la reflexión en común acerca de las verdades reveladas, expresadas en el Credo, se redescubre que la fe no consiste únicamente en aceptar un conjunto de verdades y valores, sino ante todo en abandonarse a Alguien, a Dios, en escucharle, en amarle y en hablarle, en definitiva, en comprometerse a servirlo (cf. p. 5).

Un acontecimiento significativo, para el presente y para el futuro, fue la canonización del padre Damián De Veuster. Este nuevo santo habla a la conciencia de los belgas. ¿Acaso no se le ha designado como el hijo de la nación más ilustre de todos los tiempos? Su grandeza, vivida en la entrega total de sí mismo a sus hermanos leprosos, hasta el punto de que se contagió y murió de esta enfermedad, reside en su riqueza interior, en su oración constante, en su unión con Cristo, que veía presente en sus hermanos, y a quienes, como él, se entregaba sin reservas. En este Año sacerdotal, es bueno proponer su ejemplo sacerdotal y misionero, especialmente a los sacerdotes y a los religiosos. La disminución del número de sacerdotes no se debe percibir como un proceso inevitable. El concilio Vaticano II afirmó con fuerza que la Iglesia no puede prescindir del ministerio de los sacerdotes. Por lo tanto, es necesario y urgente darle el lugar que se merece y reconocer su carácter sacramental insustituible. De ahí deriva la necesidad de una amplia y seria pastoral de las vocaciones, basada en la ejemplaridad de la santidad de los sacerdotes, en la atención a las semillas de vocación presentes entre los jóvenes y en la oración asidua y confiada, según la recomendación de Jesús (cf.
Mt 9,37).

Dirijo un saludo cordial y agradecido a todos los sacerdotes y las personas consagradas, con frecuencia sobrecargados de trabajo y deseosos del apoyo y de la amistad de su obispo y de sus hermanos, sin olvidar a los sacerdotes de edad más avanzada que han consagrado su vida al servicio de Dios y de sus hermanos. Y no olvido a los misioneros. Que todos —sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de Bélgica— reciban mi aliento y la expresión de mi gratitud, y que no olviden que sólo Cristo calma cualquier tempestad (cf. Mt 8,25-26) y da fuerza y valentía (cf. Mt 11,28-30 y Mt 14,30-32) para llevar una vida santa en plena fidelidad a su ministerio, a su consagración a Dios y a su testimonio cristiano.

La constitución Sacrosanctum Concilium subraya que en la liturgia se manifiesta el misterio de la Iglesia en su grandeza y en su sencillez (cf. n. SC 2). Por tanto, es importante que los sacerdotes cuiden las celebraciones litúrgicas, en particular la Eucaristía, para que permitan una comunión profunda con el Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es necesario que las celebraciones se lleven en cabo en el respeto de la tradición litúrgica de la Iglesia, con una participación activa de los fieles, según el papel que corresponde a cada uno de ellos, uniéndose al misterio pascual de Cristo.

En vuestras relaciones os mostráis atentos a la formación de los laicos, con vistas a una inserción cada vez más efectiva en la animación de las realidades temporales. Es un programa digno de alabanza, que nace de la vocación de todo bautizado configurado a Cristo sacerdote, profeta y rey. Conviene discernir todas las posibilidades que surgen de la vocación común de los laicos a la santidad y al compromiso apostólico, en el respeto de la distinción esencial entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles. Todos los miembros de la comunidad católica, pero especialmente los fieles laicos, están llamados a testimoniar abiertamente su fe y a ser fermento en la sociedad, respetando una sana laicidad de las instituciones públicas y a las demás confesiones religiosas. Este testimonio no se puede limitar sólo al encuentro personal, sino que debe asumir las características de una propuesta pública, respetuosa pero legítima, de los valores inspirados por el mensaje evangélico de Cristo.

La brevedad de este encuentro no me permite desarrollar otros temas que me preocupan y que también vosotros habéis mencionado en vuestras relaciones. Por tanto, termino rogándoos que transmitáis a vuestras comunidades, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los católicos de Bélgica mi afectuoso saludo, asegurándoles mi oración por ellos ante el Señor. Que la Virgen María, venerada en tantos santuarios de Bélgica, os asista en vuestro ministerio y os proteja a todos con su ternura maternal. A vosotros y a todos los católicos del Reino imparto de corazón mi bendición apostólica.


VIAJE APOSTÓLICO A PORTUGAL

EN EL 10° ANIVERSARIO DE LA BEATIFICACIÓN

DE JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA

(11-14 DE MAYO DE 2010)


PALABRAS A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA PORTUGAL

Martes 11 de mayo de 2010



Padre Lombardi.- Santidad, ¿qué preocupaciones y sentimientos tiene respecto a la situación de la Iglesia en Portugal? ¿Qué se puede decir a Portugal, profundamente católico en el pasado y que ha llevado la fe por el mundo, pero hoy en vías de profunda secularización, tanto en la vida cotidiana como en el ámbito jurídico y cultural? ¿Cómo anunciar la fe en un contesto indiferente y hostil a la Iglesia?

Papa.- Ante todo, buenos días a todos y esperemos un buen viaje, no obstante la famosa nube bajo la cual estamos. Por lo que se refiere a Portugal, tengo sólo sentimientos de alegría, de gratitud, por todo lo que ha hecho y hace este país en el mundo y en la historia, y por la honda humanidad de este pueblo, que he podido conocer en una visita y con tantos amigos portugueses. Diría que es verdad, muy cierto, que Portugal ha sido una gran fuerza de la fe católica; ha llevado esta fe, a todas las partes del mundo; una fe valiente, inteligente y creativa. Ha sabido crear mucha cultura, como vemos en Brasil y en Portugal mismo, así como en la presencia del espíritu portugués en África o en Asia. Por otro lado, la presencia del secularismo no es algo totalmente nuevo. La dialéctica entre secularismo y fe tiene una larga historia en Portugal. Ya en el s. XVIII hay una fuerte presencia de la Ilustración; baste pensar en el nombre Pombal. Así, pues, vemos que Portugal ha siempre vivido en estos siglos en la dialéctica que, naturalmente, ahora se ha radicalizado y se manifiesta con todos los signos del espíritu europeo de hoy. Y eso me parece un desafío, y también una gran posibilidad. En estos siglos de dialéctica entre Ilustración, secularismo y fe, nunca han faltado quienes han querido tender puentes y crear un diálogo, aunque, lamentablemente, la tendencia dominante ha sido la de la contraposición y la exclusión uno del otro. Hoy vemos que precisamente esta dialéctica es una chance, que hemos de encontrar una síntesis y un diálogo profundo y de vanguardia. En la situación multicultural en la que todos estamos, se ve que una cultura europea que fuera únicamente racionalista no tendría la dimensión religiosa trascendente, no estaría en condiciones de entablar un diálogo con las grandes culturas de la humanidad, que tienen todas ellas esta dimensión religiosa trascendente, que es una dimensión del ser humano. Por tanto, pensar que hay sólo una razón pura, antihistórica, sólo existente en sí misma, y que ésta sería «la» razón, es un error; descubrimos cada vez más que toca sólo una parte del hombre, expresa una cierta situación histórica, pero no es la razón en cuanto tal. La razón, como tal, está abierta a la trascendencia y sólo en el encuentro entre la realidad trascendente, la fe y la razón, el hombre se encuentra a sí mismo. Por tanto, pienso que precisamente el cometido y la misión de Europa en esta situación es encontrar este diálogo, integrar la fe y la racionalidad moderna en una única visión antropológica, que completa el ser humano y que hace así también comunicables las culturas humanas. Por eso, diría que la presencia del secularismo es algo normal, pero la separación, la contraposición entre secularismo y cultura de la fe es anómala y debe ser superada. El gran reto de este momento es que ambos se encuentren y, de este modo, encuentren su propia identidad. Como he dicho, ésta es una misión de Europa y una necesidad humana de esta historia nuestra.

Padre Lombardi.- Gracias, Santidad, sigamos entonces con el tema de Europa. La crisis económica se ha agravado recientemente en Europa y afecta particularmente también a Portugal. Algunos líderes europeos piensan que el futuro de la Unión Europea está en peligro. ¿Qué lección se puede aprender de esta crisis, también en el plano ético y moral? ¿Cuáles son las claves para consolidar la unidad y la cooperación de los países europeos en el futuro?

Papa.- Diría que precisamente esta crisis económica, con su componente moral, que nadie puede dejar de ver, es un caso de aplicación, de concretización de lo que he dicho antes, es decir, que dos corrientes culturales separadas deben encontrarse; de otro modo no encontramos el camino hacia el futuro. Vemos también aquí un falso dualismo, esto es, un positivismo económico que piensa poderse realizar sin la componente ética, un mercado que sería regulado solamente por sí mismo, por las meras fuerzas económicas, por la racionalidad positivista y pragmatista de la economía; la ética sería otra cosa, extraña a esto. En realidad, ahora vemos que un puro pragmatismo económico, que prescinde de la realidad del hombre —que es un ser ético— no concluye positivamente, sino que crea problemas insolubles. Por eso, ahora es el momento de ver cómo la ética no es algo externo, sino interno a la racionalidad y al pragmatismo económico. Por otro lado, hemos de confesar también que la fe católica, cristiana, era con frecuencia demasiado individualista, dejaba las cosas concretas, económicas, al mundo, y pensaba sólo en la salvación individual, en los actos religiosos, sin ver que éstos implican una responsabilidad global, una responsabilidad respecto al mundo. Por tanto, también aquí hemos de entablar un diálogo concreto. En mi encíclica Caritas in veritate —y toda la tradición de la Doctrina social de la Iglesia va en este sentido— he tratado de ampliar el aspecto ético y de la fe más allá del individuo, a la responsabilidad respecto al mundo, a una racionalidad «performada» de la ética. Por otra parte, lo que ha sucedido en el mercado en estos últimos dos o tres años ha mostrado que la dimensión ética es interna y debe entrar dentro de la actividad económica, porque el hombre es uno y se trata del hombre, de una antropología sana, que implica todo, y sólo así se resuelve el problema, sólo así Europa desarrolla y cumple su misión.

64 Padre Lombardi.- Gracias. Hablemos ahora de Fátima, donde tendrá lugar un poco el culmen también espiritual de este viaje. Santidad, ¿qué significado tienen para nosotros las apariciones de Fátima? Cuando usted presentó el texto del tercer secreto de Fátima en la Sala de Prensa Vaticana, en junio de 2000, estábamos varios de nosotros y otros colegas de entonces, y se le preguntó si el mensaje podía extenderse, más allá del atentado a Juan Pablo II, también al sufrimiento de los Papas. Según usted, ¿es posible encuadrar igualmente en aquella visión el sufrimiento de la Iglesia de hoy, por los pecados de abusos sexuales de los menores?

Papa.- Ante todo, quisiera expresar mi alegría de ir a Fátima, de rezar ante la Virgen de Fátima, que para nosotros es un signo de la presencia de la fe, que precisamente de los pequeños nace una nueva fuerza de la fe, que no se reduce a los pequeños, sino que tiene un mensaje para todo el mundo y toca la historia precisamente en su presente e ilumina esta historia. En 2000, en la presentación, dije que una aparición, es decir, un impulso sobrenatural, que no proviene solamente de la imaginación de la persona, sino en realidad de la Virgen María, de lo sobrenatural, que un impulso de este tipo entra en un sujeto y se expresa en las posibilidades del sujeto. El sujeto está determinado por sus condiciones históricas, personales, temperamentales y, por tanto, traduce el gran impulso sobrenatural según sus posibilidades de ver, imaginar, expresar; pero en estas expresiones articuladas por el sujeto se esconde un contenido que va más allá, más profundo, y sólo en el curso de la historia podemos ver toda la hondura, que estaba, por decirlo así, «vestida» en esta visión posible a las personas concretas. De este modo, diría también aquí que, además de la gran visión del sufrimiento del Papa, que podemos referir al Papa Juan Pablo II en primera instancia, se indican realidades del futuro de la Iglesia, que se desarrollan y se muestran paulatinamente. Por eso, es verdad que además del momento indicado en la visión, se habla, se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa, pero el Papa está por la Iglesia y, por tanto, son sufrimientos de la Iglesia los que se anuncian. El Señor nos ha dicho que la Iglesia tendría que sufrir siempre, de diversos modos, hasta el fin del mundo. Lo importante es que el mensaje, la respuesta de Fátima, no tiene que ver sustancialmente con devociones particulares, sino con la respuesta fundamental, es decir, la conversión permanente, la penitencia, la oración, y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. De este modo, vemos aquí la respuesta verdadera y fundamental que la Iglesia debe dar, que nosotros —cada persona — debemos dar en esta situación. La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia. En una palabra, debemos volver a aprender estas cosas esenciales: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales. De este modo, respondemos, somos realistas al esperar que el mal ataca siempre, ataca desde el interior y el exterior, pero también que las fuerzas del bien están presentes y que, al final, el Señor es más fuerte que el mal, y la Virgen para nosotros es la garantía visible y materna de la bondad de Dios, que es siempre la última palabra de la historia.

Padre Lombardi.- Gracias, Santidad, por la claridad, por la profundidad de sus respuestas y por esta palabra final de esperanza que nos ha ofrecido. Le deseamos sinceramente que este viaje tan intenso se desarrolle serenamente y que pueda llevarlo a cabo con toda la alegría y profundidad espiritual que el encuentro con el misterio de Fátima nos inspira. Buen viaje a usted, e intentaremos hacer bien nuestro servicio y difundir objetivamente lo que usted haga.



RECIBIMIENTO OFICIAL

Aeropuerto internacional de Lisboa

Martes 11 de mayo de 2010


Señor Presidente de la República,
Ilustres Autoridades de la Nación,
Venerados Hermanos en el Episcopado,
Señoras y Señores

Hasta ahora no me había sido posible aceptar las amables invitaciones del Señor Presidente y de mis Hermanos Obispos para visitar esta amada y antigua Nación, que conmemora este año el Centenario de la proclamación de la República. Al pisar por vez primera su suelo desde que la divina Providencia me llamó a la Sede de Pedro, me siento honrado y agradecido por la presencia deferente y la acogida que todos ustedes me dispensan. Le agradezco, Señor Presidente, sus cordiales palabras de bienvenida, interpretando los sentimientos y anhelos del querido pueblo portugués. A todos, independientemente de su fe y religión, les dirijo mi saludo afectuoso, especialmente a quienes no hayan podido venir a este encuentro. Vengo como peregrino de Nuestra Señora de Fátima, investido por el Altísimo con la misión de confirmar a mis hermanos que peregrinan en su camino hacia el cielo.

65 En los albores de su Nación, el pueblo portugués se dirigió al Sucesor de Pedro esperando en su arbitraje para ver reconocida su propia independencia nacional; más tarde, un Predecesor mío, distinguió a Portugal, en la persona de su Rey, con el título de fidelísimo (cf. Pío II, Bula Dum tuam, 25 enero de 1460), por los elevados y prolongados servicios a la causa del Evangelio. Lo que ocurrió hace ya 93 años fue un amoroso designio de Dios, cuando el cielo se abrió precisamente en Portugal –como una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta– para restaurar, en el seno de la familia humana, los vínculos de la solidaridad fraterna que se basan en el recíproco reconocimiento del mismo y único Padre; no depende del Papa, ni de ninguna otra autoridad eclesial: “No fue la Iglesia que impuso Fátima –diría el Cardenal Manuel Cerejeira, de venerada memoria–, sino que fue Fátima, la que se impuso a la Iglesia”.

La Virgen María bajó del cielo para recordarnos verdades del evangelio que son una fuente de esperanza para una humanidad, fría de amor y sin esperanza de salvación. Naturalmente, esta esperanza tiene, como primera y radical dimensión, no la relación horizontal, sino la vertical y transcendente. La relación con Dios es constitutiva del ser humano, que ha sido creado por Dios y destinado a Dios: por su propia estructura cognitiva busca la verdad, tiende al bien en la esfera volitiva, y en la dimensión estética es atraído por la belleza. La conciencia es cristiana en la medida en que se abre a la plenitud de la vida y de la sabiduría, que tenemos en Jesucristo. La visita, que ahora inicio bajo el signo de la esperanza, pretende ser una propuesta de sabiduría y de misión.

El justo ordenamiento de la sociedad deriva de una visión sapiencial de la vida y del mundo. Radicada en la historia, la Iglesia está abierta a colaborar con quien no excluye ni reduce al ámbito privado la esencial consideración del sentido humano de la vida. No se trata de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión de sentido, al cual se confía la propia libertad. El punto clave es el valor que se atribuye a la cuestión del sentido y a su implicación en la vida pública. El paso a la república, que se llevó a cabo en Portugal hace un siglo, ha establecido, con la distinción entre la Iglesia y el Estado, un nuevo espacio de libertad para la Iglesia, formalizado en los dos Concordatos de 1940 y 2004, en contextos culturales y perspectivas eclesiales muy marcados por rápidos cambios. Los sufrimientos causados por las transformaciones han sido afrontados generalmente con valentía. Vivir en la pluralidad de sistemas de valores y de cuadros éticos requiere un viaje al centro del propio yo y al núcleo del cristianismo para reforzar la calidad del testimonio hasta la santidad, para encontrar caminos de misión hasta la radicalidad del martirio.

Queridos hermanos y amigos portugueses, os agradezco de nuevo vuestra cordial bienvenida. Que Dios bendiga a cuantos os encontráis aquí y a todos los habitantes de esta noble y amada Nación, que confío a Nuestra Señora de Fátima, imagen sublime del amor de Dios que abraza a todos como hijos.


ENCUENTRO CON EL PERSONAL DEL PALACIO DE BELÉM

Palacio de Belém - Lisboa

Martes 11 de mayo 2010



Queridos amigos:

En el ámbito de mi visita al Señor Presidente, no podía dejar de veros y saludaros personalmente, a cuantos colaboráis para atender adecuadamente los altos objetivos de la Presidencia de la República y cuidar este hermoso palacio y a los que viven o son recibidos en él. Por mi parte, os manifiesto mi más sincero agradecimiento, junto con los mayores éxitos en vuestras respectivas funciones. Os aseguro un recuerdo particular en mis oraciones por todos vosotros y vuestros familiares. Que el buen Dios os bendiga y os fortalezca con su gracia y su luz, para que promováis una sociedad más justa y un futuro mejor para todos, en el centenario de la República Portuguesa, mediante la consideración que demostráis los unos por los otros en el lugar del trabajo y por vuestra preocupación por el bien común al que servís. Que la bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros.


A LOS JÓVENES REUNIDOS ANTE LA NUNCIATURA APOSTÓLICA

Nunciatura Apostólica - Lisboa

Martes 11 de mayo de 2010


Queridos amigos:

66 Me ha alegrado la participación tan viva y numerosa de los jóvenes en la Eucaristía de esta tarde en el Terreiro do Paço, manifestando su fe y su determinación de construir el futuro sobre el Evangelio de Jesucristo. Gracias por el alegre testimonio que dais de Cristo, eternamente joven, y por el afecto que manifestáis hacia su pobre Vicario en la tierra con esta serenata. Habéis venido a desearme buenas noches, y os lo agradezco de corazón; pero ahora debéis dejarme ir a dormir, de lo contrario no sería una buena noche y nos espera el día de mañana.

Estoy muy feliz de poder unirme a la multitud de peregrinos de Fátima, en el décimo aniversario de la Beatificación de Francisco y Jacinta. Ellos, con la ayuda de la Virgen, aprendieron a ver la luz de Dios dentro de sus corazones y a adorarla en sus vidas. Que la Virgen María os conceda la misma gracia y os proteja. Sigo contando con vosotros y con vuestras oraciones, para que esta Visita en Portugal sea fructífera. Y ahora, con gran afecto, os imparto mi Bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Buenas noches y hasta mañana.

Muchas gracias.


ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA CULTURA

Centro Cultural de Belém - Lisboa

Miércoles 12 de mayo de 2010

Queridos hermanos en el episcopado,
ilustres cultivadores del pensamiento, la ciencia y el arte,
queridos amigos:

Siento una gran alegría al ver aquí reunido el conjunto multiforme de la cultura portuguesa, que de manera tan digna representáis: mujeres y hombres empeñados en la investigación y edificación de los varios saberes. Expreso a todos el testimonio de mi más alta estima y consideración, reconociendo la importancia de lo que hacéis y de lo que sois. El Gobierno, representado aquí por la Señora Ministra de Cultura, y a la que dirijo mi deferente y grato saludo, se preocupa por las prioridades nacionales del mundo de la cultura, con los oportunos incentivos. Doy las gracias a todos los que han hecho posible este encuentro nuestro, en particular a la Comisión Episcopal de la Cultura, con su Presidente, Mons. Manuel Clemente, a quien agradezco las palabras de cordial acogida y la presentación de la realidad polifónica de la cultura portuguesa, representada aquí por algunos de sus mejores protagonistas, y de cuyos sentimientos y expectativas se ha hecho portavoz el cineasta Manoel de Oliveira, de venerable edad y trayectoria, y a quien saludo con admiración y afecto, al mismo tiempo que le agradezco las palabras que me ha dirigido, y en las que ha dejado entrever las ansias y disposiciones del alma portuguesa en medio de las turbulencias de la sociedad actual.

67 En efecto, en la cultura de hoy se refleja una “tensión” entre el presente y la tradición, que a veces adquiere forma de “conflicto”. La dinámica de la sociedad absolutiza el presente, aislándolo del patrimonio cultural del pasado y sin la intención de proyectar un futuro. Pero, una valorización del “presente” como fuente de inspiración del sentido de la vida, tanto individual como social, se enfrenta con la fuerte tradición cultural del pueblo portugués, profundamente marcada por el influjo milenario del cristianismo, y con un sentido de responsabilidad global, confirmada en la aventura de los descubrimientos y en el celo misionero, compartiendo la fe con otros pueblos. Los ideales cristianos de universalidad y fraternidad inspiraron esta aventura común, aunque también se sintió la influencia del iluminismo y del laicismo. Esta tradición dio origen a lo que podíamos llamar una “sabiduría”, es decir, un sentido de la vida y de la historia, del que formaban parte un universo ético y un “ideal” que cumplir por parte de Portugal, que siempre ha procurado relacionarse con el resto del mundo.

La Iglesia aparece como la gran defensora de una sana y elevada tradición, cuya rica aportación está al servicio de la sociedad; ésta sigue respetando y apreciando su servicio al bien común, pero se aleja de la mencionada “sabiduría” que forma parte de su patrimonio. Este “conflicto” entre la tradición y el presente se expresa en la crisis de la verdad, pero sólo ésta puede orientar y trazar el rumbo de una existencia lograda, como individuo o como pueblo. De hecho, un pueblo que deja de saber cuál es su propia verdad, acaba perdiéndose en el laberinto del tiempo y de la historia, sin valores bien definidos, sin grandes objetivos claramente enunciados. Queridos amigos, queda por hacer un gran esfuerzo para aprender la forma en que la Iglesia se sitúa en el mundo, ayudando a la sociedad a entender que el anuncio de la verdad es un servicio que ella le ofrece, abriendo horizontes nuevos de futuro, grandeza y dignidad. En efecto, la Iglesia tiene «una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. […] La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf.
Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso, la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable» (Enc. Caritas in veritate ). Para una sociedad formada mayoritariamente por católicos, y cuya cultura ha sido profundamente marcada por el cristianismo, resulta dramático intentar encontrar la verdad fuera de Jesucristo. Para nosotros, cristianos, la Verdad es divina; es el “Logos” eterno, que tomó expresión humana en Jesucristo, que pudo afirmar con objetividad: «Yo soy la verdad» (Jn 14,6). La convivencia de la Iglesia, con su firme adhesión al carácter perenne de la verdad, con el respeto por otras “verdades”, o con la verdad de otros, es algo que la misma Iglesia está aprendiendo. En este respeto dialogante se pueden abrir puertas nuevas para la transmisión de la verdad.

«La Iglesia —escribía el Papa Pablo VI— debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (Enc. Ecclesiam suam 34 ). En efecto, el diálogo sin ambages, y respetuoso de las partes implicadas en él, es una prioridad hoy en el mundo, y en la que la Iglesia se siente comprometida. Una prueba de ello es la presencia de la Santa Sede en los diversos organismos internacionales, como por ejemplo en el Centro Norte-Sur del Consejo de Europa, instituido aquí en Lisboa hace 20 años, y que tiene como piedra angular el diálogo intercultural, con el fin de promover la cooperación entre Europa, el Sur del Mediterráneo y África, y construir una ciudadanía mundial fundada sobre los derechos humanos y la responsabilidad de los ciudadanos, con independencia de su origen étnico o pertenencia política, y respetuoso de las creencias religiosas. Teniendo en cuenta la diversidad cultural, es preciso lograr que las personas no sólo acepten la existencia de la cultura del otro, sino que aspiren también a enriquecerse con ella y a ofrecerle lo que se tiene de bueno, de verdadero y de bello.

Éste es un momento que exige lo mejor de nuestras fuerzas, audacia profética y, como diría vuestro Poeta nacional, «mostrar al mundo nuevos mundos» (Luís de Camões, Os Lusíadas, II, 45). Vosotros, trabajadores de la cultura en cualquiera de sus formas, creadores de pensamiento y de opinión, «gracias a vuestro talento, tenéis la posibilidad de hablar al corazón de la humanidad, de tocar la sensibilidad individual y colectiva, de suscitar sueños y esperanzas, de ensanchar los horizontes del conocimiento y del compromiso humano. […] Y no tengáis miedo de confrontaros con la fuente primera y última de la belleza, de dialogar con los creyentes, con quienes como vosotros se sienten peregrinos en el mundo y en la historia hacia la Belleza infinita» (Discurso a los artistas, 21-11-2009).

Precisamente, con el fin de «infundir en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio» (Juan XXIII, Const. ap. Humanae salutis, 3), se celebró el Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia, a partir de una renovada conciencia de la tradición católica, toma en serio y discierne, transfigura y transciende las críticas que están en la base de las fuerzas que caracterizaron la modernidad, o sea la Reforma y la Ilustración. Así, la Iglesia, por sí misma, acogía y recreaba lo mejor de las instancias de la modernidad, por un lado, superándolas y, por otro, evitando sus errores y veredas que no tienen salida. El evento conciliar puso las premisas de una auténtica renovación católica y de una nueva civilización, la “civilización del amor”, como servicio evangélico al hombre y a la sociedad.

Queridos amigos, la Iglesia considera su misión prioritaria en la cultura actual mantener despierta la búsqueda de la verdad y, consecuentemente, de Dios; llevar a las personas a mirar más allá de las cosas penúltimas y ponerse a la búsqueda de las últimas. Os invito a profundizar en el conocimiento de Dios, del mismo modo que él se ha revelado en Jesucristo para nuestra plena realización. Haced cosas bellas, pero, sobre todo, convertir vuestras vidas en lugares de belleza. Que interceda por vosotros Santa María de Belén, venerada desde siglos por los navegantes del océano y hoy por los navegantes del Bien, la Verdad y la Belleza.



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