Discursos 2010 77

A LOS PARTICIPANTES EN LA 19ª ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES

Sala Clementina

Viernes 28 de mayo de 2010



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
78 queridos hermanos y hermanas:

Os acojo con gran alegría con ocasión de la sesión plenaria del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. Saludo al presidente del dicasterio, monseñor Antonio Maria Vegliò, a quien agradezco sus cordiales palabras; al secretario; a los miembros; a los consultores y a los oficiales. A todos deseo un fructuoso trabajo.

Habéis escogido como tema para esta sesión la «Pastoral de la movilidad humana hoy, en el contexto de la corresponsabilidad de los Estados y de los organismos internacionales». Desde hace tiempo la circulación de las personas es objeto de congresos internacionales, que tienen como objetivo garantizar la protección de los derechos humanos fundamentales y luchar contra la discriminación, la xenofobia y la intolerancia. Se trata de documentos que proporcionan principios y técnicas de tutela supranacionales.

Es de apreciar el esfuerzo por construir un sistema de normas compartidas que contemplen los derechos y los deberes del extranjero, así como los de las comunidades de acogida, teniendo en cuenta, en primer lugar, la dignidad de toda persona humana, creada por Dios a su imagen y semejanza (cf.
Gn 1,26). Obviamente, la adquisición de derechos implica también la acogida de deberes. Todos, en efecto, gozan de derechos y deberes que no son arbitrarios, porque derivan de la misma naturaleza humana, como afirma la encíclica Pacem in terris del beato Papa Juan XXIII: «Todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y libre albedrío; y, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto» (n. PT 9). Así pues, la responsabilidad de los Estados y de los organismos internacionales se realiza especialmente en el compromiso de incidir sobre cuestiones que, exceptuando las competencias del legislador nacional, implican a toda la familia de los pueblos, y exigen una concertación entre los Gobiernos y los organismos más directamente interesados. Pienso en problemáticas como la entrada en el país o el alejamiento forzado del extranjero, el uso de los bienes de la naturaleza, de la cultura y del arte, de la ciencia y de la técnica, que debe ser accesible a todos. Tampoco se debe olvidar el importante papel de mediación a fin de que las resoluciones nacionales e internacionales, que promueven el bien común universal, encuentren acogida en las instancias locales y repercutan en la vida cotidiana.

En ese contexto, los ordenamientos a nivel nacional e internacional que promueven el bien común y el respeto de la persona fomentan la esperanza y los esfuerzos por alcanzar un orden social mundial basado en la paz, en la fraternidad y en la cooperación de todos, a pesar de la fase crítica que están atravesando las instituciones internacionales, comprometidas en resolver las cuestiones cruciales de la seguridad y del desarrollo, en beneficio de todos. Es verdad que, lamentablemente, asistimos a la reaparición de instancias particularistas en algunas áreas del mundo, pero también es verdad que no se han asumido responsabilidades que deberían ser compartidas. Además, todavía no se ha apagado el anhelo de muchos de derribar los muros que separan y de establecer alianzas amplias, también mediante disposiciones legislativas y praxis administrativas que favorezcan la integración, el intercambio mutuo y el enriquecimiento recíproco. En efecto, se pueden ofrecer perspectivas de convivencia entre los pueblos mediante líneas cuidadosas y concertadas para la acogida y la integración, permitiendo ocasiones de entrada en la legalidad, favoreciendo el justo derecho a la reunificación familiar, al asilo y al refugio, compensando las medidas restrictivas necesarias y contrastando el deplorable tráfico de personas. Precisamente aquí las distintas organizaciones de carácter internacional, en cooperación entre sí y con los Estados, pueden dar su peculiar aportación a conciliar, con varias modalidades, el reconocimiento de los derechos de la persona y el principio de soberanía nacional, con referencia específica a las exigencias de la seguridad, del orden público y del control de las fronteras.

Los derechos fundamentales de la persona pueden ser el punto focal del compromiso de corresponsabilidad de las instituciones nacionales e internacionales. Este compromiso, además, está estrechamente vinculado a la «apertura a la vida, que está en el centro del verdadero desarrollo», como destaqué en la encíclica Caritas in veritate (cf. n. ), donde también hice una llamada a los Estados para que promuevan políticas en favor de la centralidad e integridad de la familia (cf. ib., n. ). Por otro lado, es evidente que se deben subrayar en los distintos contextos la apertura a la vida y los derechos de la familia, porque «en una sociedad en proceso de globalización, el bien común y el compromiso por él han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones» (ib., n. ). El futuro de nuestras sociedades se apoya en el encuentro entre los pueblos, en el diálogo entre las culturas respetando las identidades y las legítimas diferencias. En este escenario la familia mantiene su papel fundamental. Por esto la Iglesia, con el anuncio del Evangelio de Cristo en cada sector de la existencia, lleva adelante «el compromiso… no sólo en favor de la persona que emigra, sino también de su familia, lugar y recurso de la cultura de la vida y factor de integración de valores», como reafirmé en el Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado del año 2007 (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de noviembre de 2006, p. 10).

Queridos hermanos y hermanas, también a vosotros os corresponde sensibilizar a las organizaciones que se dedican al mundo de los emigrantes y de los itinerantes con vistas a formas de corresponsabilidad. Este ámbito pastoral está vinculado a un fenómeno en continua expansión y, por lo tanto, vuestro papel deberá traducirse en respuestas concretas de cercanía y acompañamiento pastoral de las personas, teniendo en cuenta las distintas situaciones locales.

Invoco sobre cada uno de vosotros la luz del Espíritu Santo y la protección materna de la Virgen, renovando mi agradecimiento por el servicio que prestáis a la Iglesia y a la sociedad. Que la inspiración del beato Juan Bautista Scalabrini, definido «Padre de los emigrantes» por el venerable Juan Pablo II y de quien el próximo 1 de junio recordamos los 105 años del nacimiento al cielo, ilumine vuestra actividad en favor de los emigrantes e itinerantes, y os impulse a una caridad cada vez más atenta, que les testimonie el amor indefectible de Dios. Por mi parte os aseguro la oración, mientras os bendigo de corazón.


AUDIENCIA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A UNA PEREGRINACIÓN DE LAS DIÓCESIS DE LAS MARCAS

POR EL IV CENTENARIO DE LA MUERTE DEL PADRE MATTEO RICCI

Sala Pablo VI

Sábado 29 de mayo de 2010




Señor cardenal;
79 venerados hermanos en el episcopado y en sacerdocio;
distinguidas autoridades;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros para recordar el iv centenario de la muerte del padre jesuita Matteo Ricci. Saludo fraternalmente al obispo de Macerata-Tolentino-Recanati-Cingoli-Treia, monseñor Claudio Giuliodori, que guía esta numerosa peregrinación. Junto a él saludo a los hermanos de la Conferencia episcopal de Las Marcas y a las respectivas diócesis, a las autoridades civiles, militares y académicas; a los sacerdotes, a los seminaristas y a los estudiantes, y también a los pueri cantores. Macerata se siente orgullosa de un ciudadano, un religioso y un sacerdote tan ilustre. Saludo a los miembros de la Compañía de Jesús, de la que formó parte el padre Ricci, en particular al prepósito general, padre Adolfo Nicolás, a sus amigos y colaboradores y a las instituciones educativas vinculadas a ellos. Un saludo también para todos los chinos.

El 11 de mayo de 1610, en Pekín terminaba la vida terrena de este gran misionero, verdadero protagonista del anuncio del Evangelio en China en la era moderna, después de la primera evangelización del arzobispo Giovanni da Montecorvino. Un signo de la gran estima que lo rodeaba en la capital china y en la misma corte imperial es el privilegio extraordinario que se le concedió, impensable para un extranjero, de recibir sepultura en tierra china. Aún hoy se puede venerar su tumba en Pekín, oportunamente restaurada por las autoridades locales. Las múltiples iniciativas promovidas en Europa y en China para honrar al padre Ricci, muestran el vivo interés que su obra sigue suscitando en la Iglesia y en ambientes culturales distintos.

La historia de las misiones católicas comprende figuras de gran talla por el celo y la valentía de llevar a Cristo a tierras nuevas y lejanas, pero el padre Ricci es un caso singular de feliz síntesis entre el anuncio del Evangelio y el diálogo con la cultura del pueblo al que lo anuncia, un ejemplo de equilibrio entre claridad doctrinal y prudente acción pastoral. No sólo el aprendizaje profundo de la lengua, sino también la asunción del estilo de vida y de las costumbres de las clases cultas chinas, fruto del estudio y del ejercicio paciente y clarividente, hicieron que los chinos aceptaran al padre Ricci con respeto y estima, no ya como a un extranjero, sino como al «Maestro del gran Occidente». En el «Museo del milenio» de Pekín sólo se recuerda a dos extranjeros entre los grandes de la historia de China: Marco Polo y el padre Matteo Ricci.

La obra de este misionero presenta dos aspectos que no deben separarse: la inculturación china del anuncio evangélico y la presentación a China de la cultura y de la ciencia occidentales. A menudo los aspectos científicos han despertado mayor interés, pero no hay que olvidar la perspectiva con la cual el padre Ricci entró en relación con el mundo y la cultura chinas: un humanismo que considera a la persona insertada en su contexto, cultiva sus valores morales y espirituales, apreciando todo lo que de positivo se encuentra en la tradición china y ofreciendo enriquecerla con la contribución de la cultura occidental, pero sobre todo con la sabiduría y la verdad de Cristo. El padre Ricci no va a China para llevar la ciencia y la cultura de Occidente, sino para llevarle el Evangelio, para dar a conocer a Dios. Escribe: «Durante más de veinte años cada mañana y cada noche he rezado llorando con la mirada hacia el cielo. Sé que el Señor del cielo tiene piedad de las criaturas vivas y las perdona (…). La verdad sobre el Señor del cielo ya está en el corazón de los hombres. Pero los seres humanos no la comprenden inmediatamente y, además, no están inclinados a reflexionar sobre semejante cuestión» (Il vero significato del «Signore del cielo», Roma 2006, pp. 69-70). Y precisamente mientras lleva el Evangelio, el padre Ricci encuentra en sus interlocutores la petición de una confrontación más amplia, de modo que el encuentro motivado por la fe se convierte también en diálogo entre culturas; un diálogo desinteresado, sin intereses, que no busca poder económico o político, vivido en la amistad, que hace de la obra del padre Ricci y de sus discípulos uno de los puntos más altos y felices en la relación entre China y Occidente. El «Tratado de la amistad» (1595), una de sus primeras y más conocidas obras en chino, es elocuente al respecto. En el pensamiento y en las enseñanzas del padre Ricci ciencia, razón y fe encuentran una síntesis natural: «Quien conoce el cielo y la tierra —escribe en el prólogo a la tercera edición del mapamundi— puede experimentar que quien gobierna el cielo y la tierra es absolutamente bueno, absolutamente grande y absolutamente uno. Los ignorantes rechazan el cielo, pero la ciencia que no se remonta al Emperador del cielo como a la primera causa, no es para nada ciencia».

Sin embargo, la admiración hacia el padre Ricci no debe hacer olvidar el papel y el influjo de sus interlocutores chinos. Las decisiones que tomó no dependían de una estrategia abstracta de inculturación de la fe, sino del conjunto de los acontecimientos, los encuentros y las experiencias que iba haciendo, de modo que lo que pudo realizar fue también gracias al encuentro con los chinos; un encuentro vivido de muchas maneras, pero que se profundizó mediante la relación con algunos amigos y discípulos, especialmente los cuatro célebres convertidos, «pilares de la Iglesia china naciente». El primero y más famoso de estos es Xu Guangqi, nativo de Shanghai, literato y científico, matemático, astrónomo, estudioso de agricultura, que llegó a los más altos grados de la burocracia imperial, hombre íntegro, de gran fe y vida cristiana, dedicado al servicio de su país, y que ocupa un lugar de relieve en la historia de la cultura china. Es él, por ejemplo, quien convence y ayuda al padre Ricci a traducir al chino los «Elementos» de Euclides, obra fundamental de la geometría, o quien obtiene que el emperador confíe a los astrónomos jesuitas la reforma del calendario chino. Asimismo, otro de los estudiosos chinos convertidos al cristianismo —Li Zhizao— ayuda al padre Ricci en la realización de las últimas y más desarrolladas ediciones del mapamundi, que dio a los chinos una nueva imagen del mundo. Describía al padre Ricci con estas palabras: «Creo que es un hombre singular porque vive en el celibato, no busca altos cargos, habla poco, tiene una conducta regulada y esto todos los días, cultiva la virtud en secreto y sirve a Dios continuamente». Por tanto, es justo asociar al padre Matteo Ricci también con sus grandes amigos chinos, que compartieron con él la experiencia de la fe.

Queridos hermanos y hermanas, que el recuerdo de estos hombres de Dios entregados al Evangelio y a la Iglesia, su ejemplo de fidelidad a Cristo, el profundo amor hacia el pueblo chino, el compromiso de inteligencia y de estudio, su vida virtuosa, sean ocasión de oración por la Iglesia en China y por todo el pueblo chino, como hacemos cada año, el 24 de mayo, dirigiéndonos a María santísima, venerada en el célebre santuario de Sheshan en Shanghai; y que sirvan también de estímulo y aliento a vivir con intensidad la fe cristiana, en el diálogo con las distintas culturas, pero en la certeza de que en Cristo se realiza el verdadero humanismo, abierto a Dios, rico en valores morales y espirituales y capaz de responder a los deseos más profundos del alma humana. También yo, como el padre Matteo Ricci, expreso hoy mi profunda estima al noble pueblo chino y a su cultura milenaria, convencido de que un renovado encuentro suyo con el cristianismo aportará frutos abundantes de bien, al igual que entonces favoreció una convivencia pacífica entre los pueblos. Gracias.


CONCLUSIÓN SOLEMNE DEL MES DE MARÍA

Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos

Lunes 31 de mayo de 2010



80 Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me uno a vosotros, al término de este tradicional encuentro de oración, con el que concluye el mes de mayo en el Vaticano. Haciendo referencia a la liturgia de hoy, queremos contemplar a María santísima en el misterio de su Visitación. En la Virgen María que va a visitar a su pariente Isabel reconocemos el ejemplo más límpido y el significado más verdadero de nuestro camino de creyentes y del camino de la Iglesia misma. La Iglesia, por su naturaleza, es misionera, está llamada a anunciar el Evangelio en todas partes y siempre, a transmitir la fe a todo hombre y mujer, y en toda cultura.

«En aquellos días —escribe el evangelista san Lucas— se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (
Lc 1,39). El viaje de María es un auténtico viaje misionero. Es un viaje que la lleva lejos de casa, la impulsa al mundo, a lugares extraños a sus costumbres diarias; en cierto sentido, la hace llegar hasta confines inalcanzables para ella. Está precisamente aquí, también para todos nosotros, el secreto de nuestra vida de hombres y de cristianos. Nuestra existencia, como personas y como Iglesia, está proyectada hacia fuera de nosotros. Como ya había sucedido con Abraham, se nos pide salir de nosotros mismos, de los lugares de nuestras seguridades, para ir hacia los demás, a lugares y ámbitos distintos. Es el Señor quien nos lo pide: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra» (Ac 1,8). Y también es el Señor quien, en este camino, nos pone al lado a María como compañera de viaje y madre solícita. Ella nos tranquiliza, porque nos recuerda que su Hijo Jesús está siempre con nosotros, como lo prometió: «Yo estoy con vosotros todos lo días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

El evangelista anota que «María permaneció con ella (con su prima Isabel) unos tres meses» (Lc 1,56). Estas sencillas palabras revelan el objetivo más inmediato del viaje de María. El ángel le había anunciado que Isabel esperaba un hijo y que ya estaba en el sexto mes de embarazo (cf. Lc 1,36). Pero Isabel era de edad avanzada y la cercanía de María, todavía muy joven, podía serle útil. Por esto María va a su casa y permanece con ella unos tres meses, para ofrecerle la cercanía afectuosa, la ayuda concreta y todas las atenciones cotidianas que necesitaba. Isabel se convierte así en el símbolo de tantas personas ancianas y enfermas, es más, de todas las personas que necesitan ayuda y amor. Y son numerosas también hoy, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras ciudades. Y María —que se había definido «la esclava del Señor» (Lc 1,38)— se hace esclava de los hombres. Más precisamente, sirve al Señor que encuentra en los hermanos.

Pero la caridad de María no se limita a la ayuda concreta, sino que alcanza su culmen dando a Jesús mismo, «haciendo que lo encuentren». Es de nuevo san Lucas quien lo subraya: «En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). Nos encontramos así en el corazón y en el culmen de la misión evangelizadora. Este es el significado más verdadero y el objetivo más genuino de todo camino misionero: dar a los hombres el Evangelio vivo y personal, que es el propio Señor Jesús. Y comunicar y dar a Jesús —como atestigua Isabel— llena el corazón de alegría: «En cuanto llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44). Jesús es el verdadero y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, incluso cuando parecen ignorarlo o rechazarlo. De él tienen gran necesidad la sociedad en que vivimos, Europa y todo el mundo.

A nosotros se nos ha confiado esta extraordinaria responsabilidad. Vivámosla con alegría y con empeño, para que en nuestra civilización reinen realmente la verdad, la justicia, la libertad y el amor, pilares fundamentales e insustituibles de una verdadera convivencia ordenada y pacífica. Vivamos esta responsabilidad permaneciendo asiduos en la escucha de la Palabra de Dios, en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones (cf. Ac 2,42). Pidamos juntos esta gracia a la Virgen santísima esta noche. A todos os imparto mi bendición.



Junio de 2010



VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE

(4-6 DE JUNIO DE 2010)


ENCUENTRO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI CON LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA CHIPRE

Viernes 4 de junio de 2010



Dirigió las preguntas, en nombre de los periodistas, el padre Federico Lombardi, director de la Oficina de información de la Santa Sede.

Pregunta: Santidad, le damos las gracias por estar con nosotros, como en cada viaje, y darnos su palabra para orientar nuestra atención en estos días, que serán muy intensos. Naturalmente, por desgracia la primera pregunta es obligada por la circunstancia que ayer nos afectó tan dolorosamente, el asesinato de monseñor Padovese, que para usted ha sido causa de un profundísimo dolor. Por tanto, en nombre de todos los compañeros, deseo pedirle que nos diga algo sobre cómo ha recibido usted esta noticia y cómo vive el comienzo del viaje a Chipre en este clima.

Respuesta: Como es natural, me duele profundamente la muerte de monseñor Padovese, quien contribuyó mucho a la preparación del Sínodo; colaboró, y habría sido un elemento precioso en este Sínodo. Encomendamos su alma a la bondad de Dios. Esta sombra, con todo, no tiene nada que ver con los temas mismos y con la realidad del viaje, porque no debemos atribuir a Turquía o a los turcos este hecho. Es algo sobre lo que tenemos poca información. Seguramente no se trata de un asesinato político o religioso; se trata de un asunto personal. Esperamos aún todas las explicaciones, pero no queremos mezclar ahora esta trágica situación con el diálogo con el islam y con todos los problemas de nuestro viaje. Es un caso aparte, que entristece, pero que no debería oscurecer de ninguna forma el diálogo, en todos los sentidos, que será tema e intención de este viaje.

81 P.: Chipre es una tierra dividida. Santidad, usted no visitará la parte norte, ocupada por los turcos. ¿Tiene usted un mensaje para los habitantes de esa región? Y ¿cómo cree que su visita puede contribuir a resolver la distancia entre la parte griega y la turca, a avanzar hacia una solución de convivencia pacífica, en el respeto de la libertad religiosa, del patrimonio espiritual y cultural de las diversas comunidades?

R.: Este viaje a Chipre es, en muchos sentidos, una continuación del viaje del año pasado a Tierra Santa y también del viaje a Malta de este año. El viaje a Tierra Santa tenía tres partes: Jordania, Israel y los Territorios palestinos. En los tres casos se trataba de un viaje pastoral, religioso; no era un viaje político o turístico. El tema fundamental era la paz de Cristo, que debe ser paz universal en el mundo. Por tanto, el tema era, por una parte, el anuncio de nuestra fe, el testimonio de la fe, la peregrinación a estos lugares que dan testimonio de la vida de Cristo y de toda la historia santa; y, por otra, la responsabilidad común de todos los que creen en un Dios creador del cielo y de la tierra, en un Dios a cuya imagen hemos sido creados. Malta y Chipre añaden con fuerza el tema de san Pablo, gran creyente, evangelizador, y también de san Bernabé, que es chipriota y abrió la puerta para la misión de san Pablo. Así pues, los temas son: testimonio de nuestra fe en el único Dios, diálogo y paz. Paz en un sentido muy profundo: no es una añadidura política a nuestra actividad religiosa; la paz es una palabra del corazón de la fe, está en el centro de la enseñanza paulina. Pensemos en la carta a los Efesios, donde dice que Cristo ha traído la paz, ha destruido los muros de la enemistad. Este sigue siendo un mandato permanente; por tanto, no vengo con un mensaje político, sino con un mensaje religioso, que debería preparar más a las almas para encontrar la apertura a la paz. Estas cosas no se consiguen de un día para otro, pero es muy importante no sólo dar los pasos políticos necesarios, sino sobre todo preparar las almas para ser capaces de dar los pasos políticos necesarios, crear la apertura interior a la paz, que, al final, viene de la fe en Dios y de la convicción de que todos somos hijos de Dios y hermanos y hermanas entre nosotros.

P.: Usted se dirige a Oriente Medio pocos días después de que el ataque israelí a la flotilla delante de Gaza añadiera más tensiones al ya difícil proceso de paz. ¿Cómo cree que la Santa Sede puede contribuir a superar este momento delicado para Oriente Medio?

R.: Diría que nosotros contribuimos sobre todo de forma religiosa. Podemos también ayudar con consejos políticos y estratégicos, pero el trabajo esencial del Vaticano siempre es el religioso, que toca el corazón. Con todos estos episodios que vivimos, existe siempre el peligro de perder la paciencia, de decir «¡ya basta!», de no querer ya buscar la paz. Y aquí me viene a la mente, en este Año sacerdotal, una hermosa anécdota del párroco de Ars. A las personas que le decían: «No tiene sentido que yo ahora vaya a la confesión y a la absolución, porque estoy seguro de que pasado mañana volveré a caer en los mismos pecados», el cura de Ars respondía: «No importa. El Señor voluntariamente olvida que tú, pasado mañana, cometerás los mismos pecados; te perdona ahora completamente. Será magnánimo y seguirá ayudándote, viniendo hacia ti». Así debemos imitar a Dios, su paciencia. Después de todos los casos de violencia, no perder la paciencia, no perder el valor, no perder la magnanimidad de volver a empezar; crear estas disposiciones del corazón para empezar siempre de nuevo, con la certeza de que podemos ir adelante, que podemos llegar a la paz, que la violencia no es la solución, sino la paciencia del bien. Crear esta disposición me parece el principal trabajo que el Vaticano, sus organismos y el Papa pueden hacer.

P.: Santidad, el diálogo con los ortodoxos ha dado muchos pasos adelante desde el punto de vista cultural, espiritual y de la vida. Con ocasión del reciente concierto que le ofreció el Patriarca de Moscú se notó una profunda sintonía entre ortodoxos y católicos frente a los desafíos planteados al cristianismo en Europa por la secularización. Pero ¿cuál es su valoración sobre el diálogo, también desde el punto de vista más propiamente teológico?

R:. Ante todo quiero subrayar los grandes avances que hemos hecho en el testimonio común de los valores cristianos en el mundo secularizado. Esta no es sólo una coalición —digamos— moral, política; es, en realidad, una cuestión profundamente de fe, porque los valores fundamentales por los que vivimos en este mundo secularizado no son moralismos, sino que son la fisonomía fundamental de la fe cristiana. Cuando somos capaces de testimoniar juntos estos valores, de comprometernos en el diálogo, en el debate de este mundo, en el testimonio para vivir estos valores, ya hemos dado un testimonio fundamental de una unidad muy profunda en la fe. Naturalmente, hay muchos problemas teológicos, pero también aquí los elementos de unidad son fuertes. Quiero señalar tres elementos que nos unen, que nos ven cada vez más cercanos, que nos hacen cada vez más próximos. Primero: la Escritura; la Biblia no es un libro caído del cielo, que tenemos ahora y cada uno lo toma, sino que es un libro crecido en el pueblo de Dios y vive en este sujeto común del pueblo de Dios y sólo aquí permanece siempre presente y real; es decir, no se puede aislar la Biblia; la Biblia está en el nexo entre tradición e Iglesia. Esta conciencia es fundamental y pertenece al fundamento de la Ortodoxia y del Catolicismo, y nos indica un camino común. Como segundo elemento, decimos: la tradición, que nos interpreta, que nos abre la puerta de la Escritura, tiene también una forma institucional, sagrada, sacramental, querida por el Señor, es decir, el episcopado; tiene una forma personal, o sea, el colegio de los obispos en su conjunto es testigo y presencia de esta tradición. Y el tercer punto: la llamada regula fidei, es decir, la confesión de la fe elaborada en los antiguos Concilios es la suma de cuanto está en la Escritura y abre la «puerta» de interpretación. Después, otros elementos —la liturgia, el amor común a la Virgen— nos unen profundamente y nos parece cada vez más claro que son los fundamentos de la vida cristiana. Debemos ser cada vez más conscientes y profundizar también en los detalles, pero me parece que, aunque las culturas diversas, las situaciones diferentes hayan creado malentendidos y dificultades, crecemos en la conciencia de lo esencial y de la unidad de lo esencial. Quiero añadir que, naturalmente, no es el debate teológico lo que crea de por sí la unidad; es una dimensión importante, pero toda la vida cristiana, el conocerse, la experiencia de la fraternidad, aprender, a pesar de la experiencia del pasado, esta fraternidad común, son procesos que exigen también gran paciencia. Pero me parece que precisamente estamos aprendiendo la paciencia, así como el amor, y con todas las dimensiones del diálogo teológico seguimos adelante, dejando que el Señor decida cuándo nos dará la unidad perfecta.

P.: Uno de los objetivos de este viaje es la entrega del documento de trabajo del Sínodo de los obispos para Oriente Medio. ¿Cuáles son sus principales expectativas y esperanzas para este Sínodo, para las comunidades cristianas y también para los creyentes de otras religiones en esta región?

R.: El primer punto importante es que aquí se ven diversos obispos, jefes de Iglesias, porque tenemos muchas Iglesias —varios ritos están esparcidos en diversos países, en situaciones diversas— y a menudo parecen aislados, con frecuencia tienen también pocas informaciones de los demás; verse juntos, encontrarse y conocerse uno a otro, los problemas, las diferencias y las situaciones comunes, formar juntos un juicio sobre la situación, sobre el camino a tomar. Esta comunión concreta de diálogo y de vida es un primer punto. El segundo es también la visibilidad de estas Iglesias, es decir, que se vea en el mundo que hay una gran y antigua cristiandad en Oriente Medio, que a menudo no está ante nuestros ojos, y que esta visibilidad nos ayuda también a estar cerca de ellos, a profundizar nuestro conocimiento recíproco, a aprender unos de otros, a ayudarnos, y ayudar así también a los cristianos de Oriente Medio a no perder la esperanza, a permanecer, aunque las situaciones puedan ser difíciles. Así —tercer punto— en el diálogo entre ellos se abren también al diálogo con los demás cristianos ortodoxos, armenios, etcétera. Y crece una conciencia común de la responsabilidad cristiana y también una capacidad común de diálogo con los hermanos musulmanes, que son hermanos, a pesar de las diferencias; y me parece que se alienta también, a pesar de todos los problemas, a continuar, con una visión común, el diálogo con ellos. Todos los intentos de promover una convivencia cada vez más fructífera y fraterna son muy importantes. Este es, por tanto, un encuentro interno de la cristiandad católica de Oriente Medio en sus diversos ritos, pero es un encuentro también de apertura, de capacidad renovada de diálogo, de valentía y de esperanza para el futuro.


CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto internacional de Paphos

Viernes 4 de junio de 2010

Señor Presidente,
82 Su Beatitud Crisóstomos,
Beatitudes,
Excelencias,
Distinguidas autoridades,
Señores y Señoras



?a??ete! ?????? µa?? sa?! ???a? µe???? ? ?a?? µ?? p?? e?µa? s?µe?a µa?? sa? [Saludos. La Paz esté con vosotros. Es una gran alegría estar hoy con vosotros.]

Señor Presidente, le agradezco vivamente su amable invitación a visitar la República de Chipre. Dirijo mis cordiales saludos a Usted, al Gobierno y al pueblo de esta Nación, y le doy las gracias por sus gentiles palabras de bienvenida. Recuerdo aún con gratitud su reciente visita al Vaticano y espero con alegría nuestro encuentro de mañana en Nicosia.

Chipre se encuentra en una encrucijada de culturas y religiones, de historias gloriosas y al mismo tiempo antiguas, pero que todavía tienen un influjo muy visible en la vida de vuestro país. Al haber entrado recientemente en la Unión Europea, la República de Chipre ha comenzado a beneficiarse de intercambios económicos y políticos con los otros países europeos. Dicha pertenencia ha permitido también a vuestro país el acceso a los mercados, a la tecnología y a las innovaciones científicas. Se alberga una viva esperanza de que esta incorporación conduzca a la estabilidad y prosperidad en vuestro país y que otros países europeos, a su vez, se enriquezcan de vuestra herencia espiritual y cultural, que refleja vuestro papel histórico, hallándoos entre Europa, Asia y África. Que el amor a vuestra patria y a vuestras familias, y el anhelo de vivir en armonía con vuestros vecinos bajo la protección amorosa de Dios todopoderoso, os sirva de inspiración para resolver con paciencia las demás preocupaciones que compartís con la comunidad internacional con vistas al futuro de vuestra isla.

Vengo como peregrino y siervo de los siervos de Dios, tras las huellas de nuestros padres comunes en la fe, los santos Pablo y Bernabé. Desde que los apóstoles trajeron el mensaje cristiano a estas orillas, Chipre fue bendecida por una destacable herencia cristiana. Saludo como a un hermano en esta fe a Su Beatitud Crisóstomo II, Arzobispo de Nea Justiniana y de todo Chipre, y espero vivamente encontrar dentro de poco a otros muchos miembros de la Iglesia ortodoxa de Chipre.

También espero saludar a otros responsables religiosos chipriotas. Deseo que se refuercen nuestros vínculos comunes y reitero la necesidad de afianzar la confianza recíproca y la amistad duradera con todos los que adoran al Dios único.

Como Sucesor de Pedro, vengo de modo especial para saludar a los católicos de Chipre, para confirmarlos en la fe (cf.
Lc 22,32) y animarlos a ser cristianos y ciudadanos ejemplares, para que desempeñen cabalmente su papel en la sociedad, en beneficio de la Iglesia y del Estado.

83 Durante mi estancia entre vosotros, entregaré también el Instrumentum laboris, un documento de trabajo con vistas a la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente, que se celebrará próximamente en Roma en este año. Esta Asamblea examinará muchos aspectos de la presencia de la Iglesia en la región y los retos que los católicos han de afrontar, en circunstancias a veces difíciles, viviendo la comunión con la Iglesia católica y ofreciendo su testimonio en el servicio a la sociedad y al mundo. En efecto, Chipre es un sitio apropiado desde el que impulsar la reflexión de nuestra Iglesia sobre el puesto de la secular comunidad católica en el Medio Oriente, nuestra solidaridad con todos los cristianos de la región y nuestra convicción del papel insustituible que tienen en la consolidación de la paz y la reconciliación entre los pueblos.

Señor Presidente, queridos amigos, con estos pensamientos, confío mi peregrinación a María, la Madre de Dios, y a la intercesión de los santos Pablo y Bernabé.

Que Dios bendiga al pueblo de Chipre. Que la Santísima Virgen María os proteja siempre.





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